En 1770 el tinerfeño Dámaso Quezada y Chaves daba a su obra Canaria Illustrada el subtítulo de «Puente Americhano situado en las Afortunadas 7 yslas de Canaria». Y es que, como reconocía su coetáneo el ilustrado Viera y Clavijo, los canarios habían tenido mucha parte «en las navegaciones, descubrimiento, conquistas, poblaciones, cultivo y comercio de las Américas» (I, 721). Pero ya mucho antes, los mismos historiadores americanos, como Las Casas, habían considerado que «las Canarias estaban tras la puerta» (1951:I-XIX) que llevaba a América, y López de Gómara en su Historia General de las Indias (1954:374) incluía un capítulo dedicado al Archipiélago «Por ser las islas Canarias camino para las Indias». Todos estos testimonios muestran un hecho que fue fundamental para la historia de las islas, al convertirse en un puerto franco, alejado de las imposiciones del monopolio sevillano, desde donde emprender la nueva aventura de ultramar.
De manera similar a lo que ocurriría después en América, Canarias estuvo sometida a lo largo de todo el siglo xv y principios del xvi a un proceso de aculturación y de sincretismo sociocultural; aunque en proporciones distintas a la naciente sociedad americana, en esos primeros años la población de los nuevos territorios conquistados estaba formada por un mosaico demográfico de colonizadores de procedencias diversas (andaluces, castellanos y portugueses), junto a minorías religiosas, a los que se añadía la diezmada población aborigen y, más tarde, la mano de obra berberisca y negra que llegó a suponer en algunas localidades isleñas entre el 10 y el 15 % de la población (Lobo Cabrera, 1983). Salvando las distancias, las proporciones y los espacios, la anexión de Canarias a la corona de Castilla fue —a grandes rasgos— una avanzadilla de lo que después se daría en las provincias de ultramar.
A esta similitud inicial hay que añadir que desde finales del siglo xv hasta mediados del xvii las islas contaron con un estatuto jurídico-económico propio que les permitió un intercambio directo con las tierras americanas. La Real Cédula de 9 de septiembre de 1511 dejaba abierto el comercio y el paso de los canarios por el Atlántico, y la de 28 de mayo de 1567 eximía al contingente migratorio que partía de Canarias de la obligatoriedad de realizar su registro en la Casa de Contratación de Sevilla, creándose un distrito judicial del Juzgado de Indias en las islas; los primeros Adelantados de Canarias participaron en la conquista americana (Cioranescu, 1992) y «la Corona facilitó los embarques de soldados, de técnicos para el desarrollo azucarero indiano y de pobladores para las Antillas y Tierra Firme» (Macías Hernández, 1992:24). «Con muchos hombres nobles/ don Alonso Luis salió de España/ y pasó por las Islas de Canaria,/ donde de los isleños más granados/ también se le llegó lustrosa gente/ y en tres navíos bien aderezados/ para Santo Domingo hizo vía», dice Juan de Castellanos en su elegía al hablar del tercer Adelantado de Canarias (1955: canto XVII, IV-415). Aunque muchos de estos hombres no habían nacido en las islas, sí que habían vivido el proceso de sincretismo cultural que en ellas se había dado y que luego se trasladó a América.
A pesar de los múltiples testimonios, las estadísticas oficiales publicadas y las investigaciones realizadas por P. Boyd-Bowman (1964-68) no permiten una cuantificación exacta del contingente isleño en esa primera época, ya que la mayor parte de la emigración se realizó de manera clandestina. El Archipiélago era no sólo la escala de la travesía trasatlántica sino, para muchos, el punto de partida hacia la tierra indiana (en documento de 1569, por ejemplo, se afirma que por Canarias «van y pasan frailes y otras personas encubiertamente para seguir desde allí a las nuestras Indias», Morales Padrón, 1970:I, 113-114). Las facilidades dadas por la Corona (que se concretó en el llamado derecho de familias, la escasez de recursos en los años de sequía y las noticias de aquellas nuevas tierras llevaron, además, a muchos de los colonos ya establecidos en las islas o a sus descendientes a iniciar la aventura americana: en 1647, un juez de registros de Tenerife indicaba que ya son «más los naturales della que residen en aquellas Provincias (las Indias) que los que abitan en esta isla» (Morales Padrón, 1970:II, 92-93). La huella de estos primeros colonizadores en las Indias es importante, tanto por su patrimonio humano, como por el bagaje cultural que trasladaron a las tierras conquistadas, donde la arquitectura, la escultura o el folclore recuerda constantemente lo isleño. Hombres como el tinerfeño José de Anchieta o el grancanario Silvestre de Balboa se cuentan, además, entre los iniciadores de las literaturas nacionales de Brasil y Cuba.
Resulta evidente que, si los canarios contribuyeron a la conformación de la sociedad americana, algunas claves de lo que fue el español en su expansión atlántica quedarán desveladas con el análisis riguroso de las fuentes documentales de los archivos isleños y su posterior comparación con las fuentes hispanoamericanas. Es lo que argumentaba Diego Catalán (1960:128) cuando afirmaba que «Canarias, en medio de la ruta de Europa y América, constituye un testigo de excepción de la conexión establecida entre los puertos metropolitanos y los coloniales por las flotas de Indias». También es lo que a lo largo de sus innumerables trabajos sobre «sus islas» afirmó siempre M. Alvar (1996:327): «la situación de Canarias no se puede llamar periférica a humo de pajas, pues, desde el primer viaje del Almirante, se pudo ver que las Islas no eran “periferia” de nada, sino centro, eslabón intermedio que unía esas dos “periferias”: la peninsular y la de América». Y es lo que J. A. Frago (2000:85) viene indicando en sus últimas investigaciones: «descubiertas y colonizadas las Indias, las Canarias abandonaron en parte su condición de alejado enclave lingüístico para convertirse en buena medida en centro del nuevo y ancho mundo hispánico».
De todas formas, tendrían que pasar algunos años después de anexionadas las islas (La Palma y Tenerife no se convirtieron en islas de realengo hasta después de la conquista de América, en 1493 y 1496 respectivamente) para que aparecieran las primeras generaciones de canarios nacidos en el Archipiélago y, por tanto, hablantes ya de una variedad en cierto modo diferenciada. De ahí que, como repetidamente se ha indicado, en los primeros decenios del siglo xvi no podamos hablar todavía de una sociedad y de una modalidad propia de estas islas, aunque ya empezaban a apuntar algunas de sus características diferenciales: «Debemos tener en cuenta —como señala el historiador Hernández González (1995:15)— que a principios de siglo eran todavía tierra de conquista. Se estaban estableciendo pobladores, que evidentemente eran portugueses, castellanos o andaluces. Las facilidades de emigración clandestina eran un poderoso estímulo para trasladarse hacia ellas. Determinar el origen de los expedicionarios es en buena medida una tarea imposible. Reflejar su rango de vecinos es igualmente complicado». De ahí que lo realmente importante sea que la presencia de los canarios en América no se circunscribió únicamente a una primera etapa y si bien es verdad que, desde el mismo momento de la conquista, podemos observar similitudes entre la evolución de ambas comunidades, surgidas de una misma dinámica sociohistórica, no es menos cierto que lo que ha marcado a la sociedad isleña y, en parte también a la americana, ha sido la diáspora continua de los canarios hacia el nuevo continente a través de los siglos, una emigración que en su viaje de ida y, en el mejor de los casos, también con su retorno, ha hecho que poco a poco las analogías culturales y los lazos entre las dos comunidades se hayan ido estrechando, con un creciente intercambio de capital humano y de recursos que lleva a que podamos hablar en determinados momentos de un continuum. Zonas como las Antillas, Florida, Venezuela o el Río de la Plata, especialmente Uruguay, recibieron familias enteras de emigrantes canarios y cuentan con «isleños» entre los fundadores de algunos de sus pueblos y ciudades (Montevideo, Matanzas, San Carlos de Tenerife).
Si las conexiones sociales, económicas y humanas han sido muchas, en cuanto a la lengua las relaciones entre Canarias y América y los rasgos compartidos no son menos. No quiere decir todo esto, sin embargo, que algunas características del español americano puedan tener su origen directamente en las hablas canarias sino, simplemente, que el empleo de determinados fonemas, esquemas morfosintácticos y buena parte del vocabulario se vio en muchas ocasiones avalado por la coincidencia y que el fenómeno de interacción dialectal actuó como refuerzo y como impulso para la conservación o para la adopción de nuevos modelos, muchos de ellos compartidos también con el mediodía peninsular. De ahí que sea imprescindible seguir con el análisis documental para mostrar y describir la historia del español americano, canario y andaluz y para, a través de los textos mismos, presentar la unidad y, a la vez, la diversidad del llamado español atlántico.
Son muy pocos los estudios dedicados en el español canario exclusivamente a la morfosintaxis (vid. Álvarez Martínez, 1987) y escasos también los que se han centrado en la confrontación con los datos americanos (contamos con las anotaciones que a este respecto ha realizado D. Catalán en sus investigaciones sobre el Archipiélago, con los apartados que Álvarez Nazario recoge en sus publicaciones sobre las relaciones lingüísticas entre Puerto Rico y Canarias, con el artículo de Gutiérrez Araus, 1991, basado en la comparación de los rasgos gramaticales de la obra del costumbrista canario Pancho Guerra y del escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, así como con las recientes investigaciones surgidas de los materiales de la norma culta). En lo que atañe al terreno de la dialectología histórica, en el campo gramatical sólo el investigador aragonés Frago Gracia ha analizado determinadas analogías que muestran la documentación indiana y la canaria.
Nuestra intención es señalar algunos de esos rasgos gramaticales compartidos, tomando ejemplos de un corpus de cartas de emigrantes canarios de los siglos xvi al xviii (vid. «Fuentes documentales»), textos que resultan relevantes por sí mismos ya que son testimonio, a veces de primera mano, de la variedad canaria de la época con que estos emigrantes emprendieron su aventura americana. En total hemos recopilado 20 cartas: cuatro del Archivo General de Indias (AGI), que fueron publicadas por Enrique Otte y analizadas posteriormente, partiendo de los documentos originales, por Frago Gracia (1999: láms. XV y XVI); otra del Archivo Histórico provincial de Santa Cruz de Tenerife (AHPSC) y, las restantes, del importante archivo del Museo Canario (AMC) y publicadas por el historiador González de Chávez (1985). Los remitentes eran isleños emigrados a México, La Habana y Venezuela; los destinatarios a los que iban dirigidas estas misivas eran sus familiares y amigos establecidos en La Palma y Tenerife.
Como veremos, las cartas de los isleños son documentos imprescindibles para conocer los aspectos lingüísticos del habla de estos emigrantes, pero no todas fueron escritas de propia mano y podemos considerarlas, desde nuestra investigación, como originales. Algunas de ellas, por la escasa instrucción de sus remitentes, no parecen ser cartas hológrafas (AGI-1589 y AGI-1615); tampoco parece haber sido autógrafa la misiva que envió Rafaela María Rodríguez a su amiga Teresa Benítez (AMC-1757b) ya que, como ella misma confiesa y se disculpa ante su destinataria, «es berdad que no os mande carta porque no alle quien me la escriviera». En otro caso (AMC-1712) no resulta muy segura la autoría, pero los datos lingüísticos muestran que tanto el que dictó la carta (si es que la dictó), como el que la redactó tenían que ser oriundos de las islas. Como ha señalado el mismo Frago Gracia (1999:94), «toda precaución es poca si se trata de manejar estos materiales indianos de carácter privado —los de tipo oficial tienen su especial problemática—, no sea que ahora, cuando empezamos a hacer historia del español americano con documentos, vayamos a dar apresurados pasos en falso».
Aparte de los numerosos rasgos gráficos que reflejan la pronunciación canaria (cacografías seseantes, neutralización de -l/-r, aspiración y pérdida de -s, la dilación nasal —nadien, naun, llengen—, la aspiración del fonema fricativo velar sordo castellano), en el terreno del léxico palabras como rabunento, isleño, entenado o matalotaje muestran inequívocamente la procedencia de los amanuenses, como ejemplos claros de la simbiosis del léxico canario, donde formas tomadas del portugués (rabunento) se suman a significados específicos creados en el español americano (donde el isleño es, por antonomasia, el canario) a términos compartidos con el resto del español meridional (entenado) o a voces de origen marinero (matalotaje), de aparición muy temprana en la documentación (vid. DHECan, s. v.). Pero la cantidad de material recogido permite un análisis riguroso también a nivel gramatical, ya que algunos de los arcaísmos propios del español canario o que se mantuvieron en los documentos del Archipiélago más dilatadamente que en el español peninsular aparecen en documentos americanos de la misma época y se han conservado en el español de ultramar, al tiempo que algunas de las innovaciones del canario y del americano empiezan también a manifestarse en estos textos.
3.1. Se hacía eco el autor grancanario Alonso Quesada en sus «Crónicas de la ciudad», escritas entre 1916 y 1919, del abuso del diminutivo en Canarias: «Aquí se llaman todas las cosas así. Un comerciante paga una letra y cuando la va a pagar dice: “Deme usted esa letrilla”. Un enfermo de divieso se dirige a la botica y exclama: “¿Tiene usted ahí una unturilla para este diviesillo que me está saliendo?”. Un tenorio se despide de nosotros para ver a su amiguilla; un padre compra para su hijo pequeño un juguetillo… Al referirnos a un amigo canceroso solemos exclamar: “Está jeringadillo”¡Oh, el dulce, plácido y donoso diminutivo!…» (Quesada, 1986:102). A pesar de este testimonio, en la actualidad, presenta más vitalidad en las islas el sufijo -ito: su uso es tan frecuente que incluso aparece en los adverbios (ahorita, casito, yaíta), aunque con menor intensidad que en Hispanoamérica. El valor afectivo que puede manifestar aparece sobre todo en adjetivos y adverbios, pues es en estos casos cuando el sufijo pasa a ser gradativo. En algunos casos se ha llegado a distinguir diferentes significados entre el adverbio con y sin diminutivo (ahora/ahorita; tarde/tardecita). Además, en el español de Canarias la presencia de este sufijo no suele suponer la intercalación de ningún elemento entre el lexema y el sufijo, como ocurre en el español culto. Así, se dice trenito, taconito, hombrito en lugar de trencito, taconcito, hombrecito.
En Puerto Rico -ito parece ser hoy también el sufijo más activo (Navarro Tomás, 1974:120), así como en Santo Domingo (Henríquez Ureña, 1940:193). En Cuba, sin embargo, parece tener más frecuencia de empleo -ico (Gutiérrez Araus, 1991:63).
Al tratarse de correspondencia personal, en la documentación aquí recogida son muchos los casos registrados de estos sufijos, generalmente con valor apreciativo. Aparece tanto el sufijo -ito como, con menor frecuencia, -illo (aplicado a nombres de personas) e -ico (inusual en el español canario actual y que seguramente aparece en estas cartas después de algunos años de estancia de sus remitentes en Cuba):
3.2. Apenas se distingue el canario actual del español peninsular en el empleo del artículo. Pero los textos demuestran que, por arcaísmo, la alternancia entre la ausencia o presencia del artículo se mantuvo durante un período de tiempo más dilatado en la documentación canaria e indiana.
Como en América (Kany, 1969:39), en estas cartas se omite el artículo con algunos nombres de lugar: todas las misivas enviadas desde La Habana vienen firmadas en «Habana», «Havana», «Bana», «Havan», «Abana», aunque también puede aparecer en el interior del texto «la Habana» (AGI-1592a) o «la havana» (AHPSC-1713).
Como en el español medieval, determinados sustantivos en sintagmas prepositivos carecen de artículo (fenómeno que se produce también en las cartas de emigrantes andaluces, como ha señalado Frago Gracia, 1999:76). Quizá se ha considerado el sustantivo «islas» como nombre propio muy concreto, referido siempre al Archipiélago Canario, de ahí la ausencia del artículo ante este sustantivo:
La falta de artículo se verifica en otros pasajes como:
No se documenta en el corpus seleccionado, sin embargo, la ausencia de artículo con nombre de fecha (año, mes, día —Kany, 1969:44—), que sí que se ha podido constatar en otros textos canarios de la época (vid. Frago Gracia, 2000b:336).
3.3. En cuanto a los pronombres, tradición e innovación se unen en la gramática canaria y americana. Por un lado, hay tendencia a la conservación de rasgos arcaizantes (como el mantenimiento de la distinción etimológica del pronombre como objeto directo) pero, por otro, las formas de tratamiento suponen una revolución en el esquema clásico en algunas zonas de Andalucía, en Canarias y en América, con distintas soluciones según las regiones.
3.3.1. En las cartas de finales del siglo xvi aquí recogidas se utiliza de manera exclusiva el tratamiento vuestra merced. Pero ya en alguna misiva del siglo xviii se alterna esta fórmula con usted, fluctuación que se daba en español desde mediados del xvi y de consecuencias importantes tanto en el sistema de tratamiento como en el empleo, como veremos, de los pronombres posesivos:
3.3.2. Durante algún tiempo se mantuvo la distinción etimológica del pronombre en función de objeto directo y éste fue el esquema que se llevó a América, aunque también es verdad que este uso no se halla tan extendido como se creía y que se alterna lo/le en el complemento directo, «en el lenguaje escrito y ocasionalmente en el habla culta» (Kany, 1969:133-139). Ejemplos podemos encontrar en textos americanos, como en este de la Inquisición mexicana de 1630: «Y continuando en los açotes bolvio el dicho negro a repetir las mismas palabras y a llamar a los diablos, que se le llevaran» (Company 1994:309).
En Canarias, según Catalán (1964:155), «la norma regional no hace concesiones al “leísmo” y “laísmo” castellanos: […] el acusativo es lo-la, los-las; el dativo, le, les, sin excepciones». La investigación posterior ha demostrado que el uso no es tan categórico como creía Catalán, y la misma documentación se encarga de confirmar que existe, y desde una época bastante temprana, el «leísmo» de persona, que todavía se mantiene en la actualidad, junto a un «leísmo» de cosa que presenta menor frecuencia. Así lo recogemos ya en 1554, en un fragmento de la llamada Crónica Lacunense («y auiendo saltado en tierra hasta docientos hombres los nros antes q se pudiessen poner en orden les embistieron») y es constante en la colección documental investigada la alternancia entre la distinción etimológica y este leísmo:
No lo hemos podido documentar en este corpus, pero también se ha registrado en la documentación canaria, como ha señalado Frago Gracia (2000:332) el empleo de este le como acusativo masculino o femenino de cosa:
No se da en Canarias el «laísmo», como demuestra su ausencia en la documentación epistolar, a pesar de que se haya encontrado excepcionalmente en otros textos: en una de las ediciones modernas del poema Antigvedades canarias de Antonio de Viana (escrito en 1604), aparece la frase «con enojo la responde», mientras que el facsímil muestra claramente «con enojo le responde»; también en 1676 Núñez de la Peña en su libro Conqvista y antigvedades escribe: «Y porque entre ellos era costumbre, que si topauan alguna muger à solas, y en lugar solitario, no la hablaban, porque incurrian en pena de muerte», donde la aparición del pronombre femenino puede deberse a que en la lengua antigua el verbo hablar podía tomar un complemento directo. El ilustrado Viera y Clavijo en algunos pasajes de su Historia General se muestra también como «laísta» («la respondió», «pusieron especial cuidado en darlas el nombre de Hijas»), fenómeno que podría atribuirse a la dilatada estancia del historiador canario en la Península o, simplemente, a error tipográfico.
3.3.3. Según Kany (1969:131-132), como en las islas, en América se produce el cambio de los por nos, y este uso es mucho más extenso que el que inicialmente se ha creído. Y añade: «lo mismo ocurre en regiones rurales de España, especialmente en Murcia […], en Cádiz y en otras partes probablemente». Se trata de un vulgarismo extendido por diversas zonas, que tiene unas connotaciones sociales de evidente incultura (vid. Alvar, 1968:103-104; Rosenblat, 1946:139-140). El ALEICan (III, 1192 «Nosotros; nos») muestra la extensión del fenómeno por todo el archipiélago, con la excepción de La Gomera. También el ALEA (VI, 1821 «Nos») permite conocer la situación en Andalucía. Aunque no con mucha frecuencia, esta variante del pronombre aparece en los textos:
3.3.4. Antigua parece la n añadida a los pronombres enclíticos (siéntensen o siéntesen por siéntese). «Este fenómeno es corriente en sectores rurales de España, pero su nivel social es indudablemente más alto en el español de América, es decir que lo pueden usar también los habitantes de la ciudad no cultos y hasta un pequeño número de personas ilustradas» (Kany, 1969:144-145). En el Archipiélago, según Almeida/Díaz Alayón (1988:115), «las formas más comunes son las disimiladas —siéntensen, váyansen— y su extensión parece limitada a los hablantes sin instrucción de las hablas rurales». Solamente hemos documentado este vulgarismo en un texto, precisamente en una de las cartas dictada y no redactada por la única emigrante isleña que figura en el corpus, por lo que el ejemplo, hasta que no se hallen otros que lo corroboren, debe tomarse con cierta cautela:
3.3.5. Por último, es común en estos textos el uso redundante de los pronombres personales, atestiguado en el español medieval y que Kany (1969:148) considera como más habitual en los escritores hispanoamericanos que en los peninsulares cuando el complemento es directo, argumentando que «parece tratarse de un esfuerzo compensatorio por establecer mayor claridad en un idioma en que el orden extraordinariamente libre de las palabras y la supresión frecuente del pronombre sujeto podrían provocar cierta oscuridad»:
A veces el empleo parece coloquial, reflejo más del estilo directo que en algunas ocasiones aparece claramente en este tipo de correspondencia:
3.4. El reajuste que ha sufrido el sistema de los pronombres personales ha tenido consecuencias en el esquema de los posesivos. El más evidente es que «el posesivo se reserva suyo para la persona “usted”, mientras “vuestro” se dice de ustedes, y para las terceras personas se emplea de él-de ella, de ellos-de ellas» (Catalán, 1964:155), «también de nosotros reemplaza con frecuencia a “nuestro”» (Catalán, 1966:221). De manera similar, en América estas construcciones analíticas con el pronombre personal han sustituido a suyo, nuestro y vuestro (Rosenblat, 1946: n. 66; Kany, 1969:68-70). Mientras en Canarias y en Hispanoamérica el su suele referirse comúnmente a la segunda persona (correlativo de usted), en el español estándar suele aplicarse a la tercera persona. En los textos, sin embargo, registramos una mezcla de variantes posesivas plenas junto a las formadas por de más el pronombre correspondiente, así como suyo referido tanto a la segunda como a la tercera persona:
Incluso en una ocasión el autor de la carta tiene que especificar que el su que emplea se refiere a la tercera persona, y no a la segunda, mediante un refuerzo del posesivo con un sintagma prepositivo con de: «y entonses le dige que por el ombre que pregunto que era io su entenado del» (AMC-1712).
3.4.1. Es normal que en este tipo de escritos se dé cierta redundancia, tanto en el empleo de los pronombres personales como en la frecuencia de aparición de los posesivos:
3.4.2. Rasgo arcaizante, propio también de textos andaluces de la época y anteriores, es la presencia del artículo ante posesivo cuando se antepone a éste un adjetivo o un indefinido:
Igualmente, aparece en los textos el posesivo después del sintagma formado por el artículo y el adjetivo pobre (empleo común en el español hispanoamericano en la interpelación y en la exclamación, Kany, 1969:63):
3.5. El terreno de la morfología verbal presenta múltiples coincidencias entre el español hablado en las dos orillas, como la documentación que se ha ido recopilando así demuestra. Junto a formas que hoy podemos considerar vulgares, como via (resultado de la aféresis de haber como auxiliar o como mantenimiento del pretérito imperfecto de ver, con ejemplos de ambos tipos en AMC-1712), la analógica aiga (AMC-1760a, AMC-1798) o los arcaísmos trujo (AMC-1712) y esto (AMC-1760b), otros fenómenos que afectan al verbo han tenido un uso más arraigado en determinados niveles, aunque hoy algunos de ellos van quedando relegados a ciertos niveles de habla.
3.5.1. Como se recoge en el DHECan, el empleo preclásico y clásico del verbo haber con valor temporal ha sido continuo en el español canario desde principios del siglo xvi y su registro continúa vivo en ciertas zonas rurales. Para Álvarez Nazario (1972:84), este uso se conserva también en el español de Puerto Rico, en niveles populares de la población rural y urbana, mientras que no es común en el resto de las Antillas. La documentación epistolar muestra claros ejemplos de este valor que es común en los emigrantes isleños:
3.5.2. Señala Frago Gracia (1996:248-249) que el verbo haber expresa posesión en documentos canarios de mediados del siglo xvi (1558-1559) y continúa empleándose con este significado en textos de mediados del xviii. Con ese valor transitivo lo ha recogido, además, en textos indianos (Frago Gracia:1999). En la carta del palmero Domingo Pérez de Castro aparece este mismo empleo, así como en la de Leonardo de Fuentes cuando narra la campaña real contra la escuadra inglesa en la bahía de La Habana en julio de 1748:
3.5.3. Rasgo arcaizante debe considerarse la presencia en estas cartas del verbo tener con participio, que aparece incluso en textos de la segunda mitad del siglo xviii:
Frago Gracia (1999:114 y 121) registra este uso de tener como auxiliar en emigrantes vascos de la segunda mitad del siglo xvi, y Kany (1969:273) apunta su empleo «excesivo» en Yucatán.
3.5.4. Piñero Piñero (2000:33-34), en su estudio sobre el perfecto simple y el perfecto compuesto en la norma culta de Las Palmas de Gran Canaria, afirma que en las islas «el perfecto simple ha ido ampliando su campo de uso apropiándose de valores que la norma estándar atribuye al compuesto y, consecuentemente, ha ido reduciendo la frecuencia de este». En tal sentido, diversos autores (M. Alvar, 1959; D. Catalán, 1964, 1966; M. Almeida, 1987-88) han señalado la preferencia por el uso de la forma simple como rasgo distintivo de este ámbito del español, lo cual supondría otra de las manifestaciones, en el terreno lingüístico, de la función de puente cultural entre ambas orillas ejercida durante siglos por el Archipiélago Canario pues, como ha sido reiteradamente señalado, esta preferencia se ha juzgado como nota característica de la sintaxis verbal del español de América. El pasado simple expresa en las islas las acciones «perfectas»; el compuesto indica acción de valor iterativo o reiterativo cuya continuidad o consecuencias no se consideran terminadas. Ese valor reiterativo se puede rastrear también en la documentación:
En cuanto a la frecuencia, el perfecto simple supera siempre las apariciones del compuesto (en AHPSC-1713, por ejemplo, la proporción es 11/9). Según los datos de la norma culta, en el español americano su uso es todavía más elevado que en Canarias.
3.5.5. En su investigación sobre el español hablado en Tenerife, llega a afirmar D. Catalán (1966:226) que «Los sustitutos del futuro (el presente, las perífrasis con ir a, con pienso (de), y con ha de, etc.) aparecen con notable frecuencia, denunciándonos el comienzo de una decadencia del futuro, cuya magnitud está por determinar», y concluye: «Con todo, el proceso no parece tan avanzado como en América» (1966:226, nota 129). Las variantes de estas perífrasis y su alternancia con el futuro analítico han sido investigadas en la norma culta de Las Palmas de Gran Canaria (Troya Déniz, 1998), pero desde el punto de vista histórico no contamos todavía con datos que nos permitan cuantificar la mayor o menor presencia de estas construcciones en la evolución del español atlántico.
Para Kany (1969:189), «En numerosos países americanos se oye frecuentemente la observación de que el futuro va desapareciendo y que en la conversación apenas se usa, siendo reemplazado por el presente o por circunlocuciones varias». Entre estas formas, «el auxiliar haber (de) —continúa Kany— tuvo y tiene aún cierto número de significados: obligación (necesidad moral), coacción, compromiso. Dichos significados no siempre son rotundamente distinguibles, y, habiendo perdido su expresividad afectiva, pasan fácilmente al dominio de la simple futuridad». Del corpus seleccionado podemos extraer algunos ejemplos donde haber de no siempre presenta un valor modal obligativo (como en el primer texto), sino que también puede manifestar un valor de futuro o condicional:
3.6. Los adverbios y locuciones adverbiales que ofrece la correspondencia seleccionada destacan, asimismo, por su carácter conservador. Ello sucede con la presencia del adverbio luego, ‘prontamente, sin dilación’:
Como se indica en el DHECan (donde aparecen ejemplos que van desde el siglo xvi al xx), con este sentido de inmediatez este arcaísmo se ha mantenido escasamente en el habla rural de las islas, mientras que es general en América con la forma diminutiva (como muestran los registros de diccionarios como el de Morínigo o el de Richard).
Y lo mismo ocurre con onde, que se conserva hoy como vulgarismo en el habla popular y rústica de todo el dominio hispánico (Rosenblat, 1946:166) y es general en la documentación canaria (vid. DHECan):
3.6.1. Arcaísmo gramatical debe considerarse la presencia de la doble negación en toda esta correspondencia. En español medieval la aparición del adverbio negativo (no) era necesaria cuando otra palabra negativa ocupaba una posición preverbal. Hoy pervive este arcaísmo sintáctico, al menos, en la República Dominicana y, con menos vitalidad, en el noroeste argentino. Es frecuente, también, aunque en este caso debido al bilingüismo con el guaraní, en el Paraguay (Bosque/Demonte, 1999:2 569). Esa doble negación, con la partícula no o con otras palabras negativas (como nadie, ninguno, jamás, cfr. Kany, 1969:179-180) se conserva todavía en el español canario actual, aunque no suele señalarse en la bibliografía al uso:
3.6.2. No pertenece al habla de las islas la construcción no más que presenta la carta del emigrante canario a México Domingo Pérez de Castro:
No hemos documentado esta locución en los textos canarios coetáneos ni posteriores, pero sí es uso antiguo y muy frecuente en México, como muestra su temprana presencia en documentos de esta zona: «y por eso no más le tengo un odio que no lo puedo ver», en una declaración de la Inquisición recogida en el estado de Mochoacán, Company 1994:256). Según Kany (1969:367-368), «Los escritores del Siglo de Oro hicieron uso frecuente de no más ‘solamente’ colocado después de la palabra a la cual modificaba; todavía se encuentra en el español consagrado moderno, pero en España la forma preferida es nada más».
3.6.3. No aparece en el corpus la inversión característica del español canario más nada, sino que en su lugar registramos la variante normativa nada más:
De la misma época que esta carta indiana (1744-1748) son los primeros ejemplos recogidos de esta inversión en las hablas canarias (vid. la amplia documentación del DHECan, s. v. más). Como afirman Bosque/Demonte (1999:2 586), «En virtud de su naturaleza cuantitativa, las palabras negativas nada, nadie, ninguno y nunca pueden combinarse con cuantificadores de grado de naturaleza aditiva para formar constituyentes sintácticos encabezados por más», pero —añaden— «Existe una interesante y estudiada variación a este respecto. Como han atestiguado numerosos autores […], en el español de Canarias y en Hispanoamérica es frecuente la inversión de los términos y se dice más nunca, por nunca más, etc.». Señala Kany (1969:363) que estas inversiones se remontan a la lengua antigua y son «práctica corriente en León, Galicia y Aragón y característica del portugués», aportando ejemplos de su uso actual en Argentina, Uruguay, Paraguay, Colombia, Venezuela, Panamá, Costa Rica, Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo y México.
3.7. En el empleo de las preposiciones hay fluctuación en los textos. Es común la construcción temporal de en ante gerundio (en llegando, AGI-1592a; en diendo, AMC-1747b; en biniendo, AMC-1764b) que para Bosque/Demonte (1999:3 470), «hoy posee un carácter arcaico y popular». Falta esta preposición en el giro «<en> casa de», aunque en la actualidad es normal su uso, como en América y en Andalucía (Frago Gracia, 1999:77-78):
3.7.1. En el español actual, «la aparición de la preposición a con el complemento directo puede ser opcional, obligatoria, o estar simplemente proscrita» (Bosque/Demonte, 1999:1 781). En algunas regiones de Hispanoamérica, según la opinión de Kany (1969:19-20), la ausencia de la partícula en el complemento preposicional «parece gozar de una aceptación social más elevada y ha derivado hacia la literatura realista con mayor libertad que en España». Aunque faltan análisis concretos que, en diacronía, permitan conocer cuáles son los factores y los contextos que favorecen la pérdida, podemos observar que su ausencia es común en los textos, tanto canarios como americanos:
3.8. Son varios los aspectos que unen al español americano y al canario en cuanto a la disposición de los elementos en el sintagma. Hemos hablado de las construcciones adverbiales como más nada, pero también el orden se ve alterado con respecto al uso común del español en la anteposición del posesivo en las frases vocativas y en la posición ante el sustantivo de ciertos adjetivos para dar al sintagma un valor ponderativo, como cacho (al igual que en Puerto Rico, según Álvarez Nazario 1972:250), chico (usual en México) o fuerte (documentado por ahora en textos canarios exclusivamente: «¡Fuerte cosa es volver la espalda al riesgo!», en un documento del Archipiélago de 1733).
3.8.1. El adverbio ya suele aparecer pospuesto al pronombre personal sujeto («yo ya me voy»), pero tanto en América como en las hablas canarias se sigue el orden clásico que Kany (1969:315) autoriza con una cita del Quijote: «ya yo os conozco, fementida canalla». Gutiérrez Araus (1991:69) ofrece varios ejemplos del empleo de esta inversión en textos canarios del siglo xx, tal como aparecen en las cartas de los indianos:
A través de estas páginas no hemos querido sino demostrar que las relaciones canario-americanas forman un apartado muy importante de la historia del español atlántico, también en el terreno de la gramática. Otros rasgos morfosintácticos característicos de estas modalidad meridional no han aparecido en el corpus investigado, pero seguramente se irán documentando a medida que se vayan localizando nuevas cartas en los archivos. Queden aquí estos ejemplos de este capítulo de la diacronía de la lengua como una muestra más de cinco siglos de historia compartida.