La variación fonética suele ser analizada a partir de la producción, es decir, teniendo en cuenta la función del hablante o del emisor. Menor interés se ha concedido al análisis de la contraparte de ese proceso: la percepción, centrada en la función de oyente o receptor. Al parecer los conceptos de norma y variación —que en verdad pertenecen a distintas tradiciones reflexivas y se entrecruzan en sus contenidos— destacan aspectos opuestos del objeto, en el sentido de que el primero —si reducimos la polisemia conceptual— se centra en el comportamiento unificado de acuerdo con ciertos patrones comunes compartidos (que pueden ser implícitos o explícitos), y el segundo destaca más bien el comportamiento heterogéneo no siempre concordante con los patrones generales vigentes. Esta relación concordante / no concordante entre la producción objetiva del hablante y los moldes referenciales está directamente conectada con el proceso de percepción, es decir, con la función del receptor más que del emisor. La percepción involucra también —como es obvio— la actividad del oyente calificado que es el lingüista. Además de su experiencia de hablante, éste cuenta con pautas descriptivas o modelos referenciales preestablecidos que guían sus observaciones.
Por otro lado, si aceptamos que el medio básico de expansión de una lengua se realiza a través de la adquisición y del aprendizaje, la actividad perceptiva del hablante desempeña también un papel fundamental en la transmisión de los aspectos constantes y variables de su lengua. Pero obviamente la percepción es selectiva y arbitraria, y se concentra sólo en ciertos rasgos de una lengua. Una cuestión central que debería orientar la investigación futura es: ¿cómo incide la percepción en la continuación de los patrones invariables y variables de una lengua, o en la proyección de estos últimos en el cambio?1 ¿Qué rasgos propios de estos patrones son objeto de percepción colectiva, y cuáles no? Parece natural imaginar que los fenómenos no percibidos por los hablantes seguirán un curso independiente, en una inercia mecánica de los procesos ya iniciados. En cambio, si el hablante logra percibir determinados fenómenos, y además les asigna una evaluación respecto de sus ideales lingüísticos, podrá controlar la producción y orientar la dirección del cambio estimulándolo o frenándolo. Estamos muy lejos todavía de poder responder a estas cuestiones, dados los vacíos hasta ahora existentes en el conocimiento objetivo de los fenómenos de la producción en ambos lados del Atlántico. Y esto, porque toda reflexión sobre la percepción debe apoyarse en un análisis detallado de la producción, de modo que puedan plantearse y razonarse cuestiones como las siguientes: ¿cuáles son los aspectos de la variación percibidos —evaluados o no— por los hablantes del español de las diferentes zonas de América frente a las del español peninsular?2 ¿Existe convergencia o divergencia de lo reconocido como correcto o como positivo en la lengua en cuestión? ¿Cuáles son los fenómenos que al ser evaluados son susceptibles de control consciente de parte de los hablantes y cuáles se desarrollan de modo incontrolado y constituyen el germen del cambio lingüístico como transmisión y expansión colectivas de nuevas estructuras? ¿Qué aspectos característicos de las nuevas sociedades pueden influir en el conocimiento de los fenómenos? ¿Cómo interviene, por ejemplo, en la dirección perceptiva del hablante, el cambio social motivado por los fenómenos migratorios que ocasionan la reestructuración demográfica del espacio social del español? A fin de cuenta, ¿son factores internos, sociales o cognitivos los determinantes en la dirección de la variación fonética de la lengua?
De los fenómenos de variación funcional, el más conocido y caracterizador del español hispanoamericano es —como bien se sabe— la indistinción fonológica de /s/ y /q/, que se manifiesta también en parte de la Península, frente a la distinción existente en otra parte de ella. Un fenómeno consabido como éste puede reinterpretarse —cosa que no se suele hacer— acudiendo al plano perceptivo para entender mejor la variación normativa de este punto del sistema fonológico. En primer lugar, no se trata de un hecho absolutamente fijo que comporte unidad normativa. Es más, ni siquiera en todos los lugares están definidos cada uno de los patrones. Y prueba de ello es que la modalidad meridional peninsular registra actualmente una amplia variabilidad donde no se presenta de modo exclusivo el seseo, como ocurre en América, sino que se combina con la realización del patrón distintivo. La causa de esta diferencia de comportamiento en lo que respecta a este fenómeno es explicable si se acude a la dimensión perceptiva y se tiene en cuenta que en cada una de las modalidades rigen diferentes patrones referenciales.3 En América el seseo en la actualidad —hasta donde se me alcanza— no constituye materia de percepción, en la medida en que no es término de contraste con el patrón distintivo, pues es considerado como característica de una variedad diatópica distinta: se trata de un mero marcador espacial. No sucede así, como es natural, en Andalucía, donde tal patrón está omnipresente como punto de referencia a través de distintos tipos de información recibida (educativa, cultural, política, televisiva). No se trata en definitiva de un solo seseo en el mundo hispánico, aunque así lo sea desde el punto de vista estructural, sino de dos fenómenos cualitativamente distintos, si se integra el aspecto perceptivo en la configuración del sistema.
Por otro lado, la simplificación distintiva en el llamado seseo se suele conectar con la aspiración y la elisión de la unidad resultante, fenómenos muy extendidos pero más intensos en unas zonas que en otras. No parece caber duda de que los índices más altos de debilitamiento y caída de la sibilante están localizados —aparte del Mediodía español— en las zonas del Caribe, continentales o isleñas, aunque no de modo exclusivo, pues se encuentran con considerable intensidad en otros puntos alejados de estas zonas, como en Chile, Argentina, Ecuador. Hasta donde sabemos no se dan fenómenos de la misma intensidad en la zona distinguidora peninsular (si bien contamos con datos de aspiración y debilitamiento en Castilla la Nueva),4 de modo que habría que indagar si existe alguna conexión entre mantenimiento de la distinción frente a conservación de la /s/ implosiva por un lado, y simplificación seseante frente a pérdida del único fonema resultante en la misma posición, por otro.
La aspiración de /s/ ha sido, como se sabe, interpretada a la luz de los procesos diacrónicos y sincrónicos del español como una fase en el proceso de debilitamiento en la distensión silábica, proceso que afecta a un conjunto de segmentos del español, una de cuyas expresiones es la velarización (p. ej., la velarización de las nasales, de las vibrantes, de las obstruyentes sonoras, rasgos no siempre concurrentes en cada lugar), cuyo punto final en el caso de la sibilante sería la eliminación del segmento. De aquí se tiende a establecer una gradación de debilitamiento no tanto teniendo en cuenta la existencia del fenómeno, que está muy extendido, cuanto su peso cuantitativo respecto de su distribución interna o secuencial y de determinados parámetros sociales y estilísticos. Respecto de la distribución interna, los estudios de variación han permitido mostrar una jerarquía cuantitativa en la intervención del contexto posterior a la /s/ (consonantes y vocales, si se trata de segmentos, y pausas si se trata de no segmentos). Si a esto se añade la presencia relativa de la elisión que afecta sobre todo el fin de la palabra, como expresión de una tendencia más acusada de debilitamiento, es posible identificar las zonas donde el proceso se encuentra más avanzado que en otras. En los lugares investigados, parece descontado que un mayor grado de debilitamiento se expresa en el contexto prevocálico, dado que el preconsonántico constituye el grado neutro más tolerado y extendido del debilitamiento de /s/. Así, tenemos que los índices de aspiración ante vocal —siendo en general relativamente inferiores a los que se presentan ante consonante— son largamente superiores en las zonas debilitadoras, como el Caribe, que en las más conservadoras como Lima. Aquí el contexto prevocálico constituye un factor restrictor de la aparición de la variante aspirada, la cual, no obstante, se presenta con notable frecuencia ante consonante.5 Concomitantemente, la percepción valorativa no parece actuar en las zonas debilitadoras, de modo que el proceso afecta de modo generalizado a todos los contextos del interior de palabra. En cambio, en los espacios conservadores tal percepción se dirige a identificar de modo puntual y selectivo sólo la aspiración prevocálica, y no la preconsonántica.6
Ahora bien, la elisión supone un paso más decidido hacia la reestructuración funcional: porque implica la pérdida de un segmento que en posición final de palabra tiene doble estatuto morfológico como parte de la flexión nominal y verbal. Y aquí los resultados de la variación espacial son riquísimos y no siempre coincidentes. Por un lado tenemos los casos en que la elisión se produce a expensas de la función, respondiendo a factores mecánicos como el paralelismo de la concordancia interna de la secuencia, según el cual una elisión lleva a elisiones sucesivas en los demás constituyentes del enunciado. Un proceso semejante motiva la concentración cuantitativa de elisiones, como las encontradas por Poplack en el español de puertorriqueños en Filadelfia. Por otro lado, están los casos en que la elisión parece frenada por mecanismos funcionales sólo cuando no se presentan elementos desambiguadores que marquen pluralidad en la secuencia.7 Como esta posibilidad es ciertamente remota dada la redundante información contextual de la noción de pluralidad, la elisión se mantiene estable en las zonas debilitadoras, si bien con más vigor en unas que en otras. Se puede trazar una gradación en la dialectología interna del Caribe, y —de acuerdo con las investigaciones— hablar de zonas relativamente conservadoras como Caracas, San Juan, Cuba, frente a zonas fuertemente debilitadoras como Panamá y, en primer lugar, Santo Domingo.8
Por sus consecuencias en el cambio morfológico-sintáctico y su conexión con el problema del significado, la elisión de la sibilante ha servido a Labov para ejemplificar la intervención de factores cognitivos en el manejo de la variación como el «emparejamiento de la probabilidad» (probability matching), que permite la reproducción por parte de los niños de los patrones estables de la modalidad dialectal de los padres durante el proceso adquisitivo.9 Si los modelos del niño presentan una frecuencia altísima de eliminación de /s/ final morfológica, éste no podrá reconstruir el paradigma dual singular/plural, pues los ceros fonéticos naturales en el singular aparecen de modo casi absoluto también en el plural, y —por lo tanto— la tasa de elisión se incrementará en las nuevas generaciones. En cambio, en los dialectos que no registran proporciones tan altas de elisión (v. g. Puerto Rico, Caracas o Cuba), los ceros fonéticos del plural, en casos en que la información contextual recupera por otros medios esa noción, se combinan con la presencia de /s/ cuando tal información no existe, de modo que los hablantes pueden virtualmente reconstruir a partir de los enunciados percibidos tal patrón dual (permitiéndoles diferenciar entre ceros fonéticos del singular y del plural). En tales condiciones, el proceso no llegará a su fin y se podrá reinvertir a través de la restitución de la sibilante10. Interesante en esta reinterpretación de los datos a la luz de una teoría del cambio es la revaloración de los procesos mecánicos e imitativos de la adquisición lingüística, lo cual no hace —a mi juicio— sino destacar la importancia del factor perceptivo, pues incluso la repetición mecánica implica en alguna medida un tipo de percepción, si bien los objetos de esa percepción no siempre coinciden con las discontinuidades funcionales o del significado representativo. Pero es necesario además tener en cuenta no sólo la mera extensión irreflexiva de los modelos de parte de los aprendices sino la virtual ruptura de éstos, mediante su reinterpretación en relación con modelos sociales más amplios, lo cual puede llevar al retroceso de un proceso de cambio.11 Todo lo dicho implica la intervención de la percepción social en la evaluación de los hechos y en la conformación de normas no necesariamente coincidentes con la académica. Posteriormente, Labov se referirá a mecanismos sociales más complejos y sutiles que los de la estratificación de clases que pueden intervenir en el cambio, como los de conformismo frente a no conformismo ante las normas establecidas, mecanismos que se exploran a través de un análisis del perfil psico-social de los protagonistas del cambio.12 Habría que explorar estas hipótesis en el estudio de los fenómenos prototípicos de cambio en el español, como es el caso de la elisión de la sibilante o de la fluctuación y reinterpretación de los patrones distintivo/no distintivo en Andalucía, y observar si tales dimensiones analíticas son aplicables a las sociedades hispánicas.13
Un fenómeno análogo al comentado desde el punto de vista de su funcionalidad, si bien no de su extensión ni de su generalidad, es la pervivencia discontinua entre palatales laterales y no laterales. Por mucho tiempo la norma del español estándar ha sido, por lo menos en la Península, el mantenimiento de la distinción, si bien también habría que explorar si el proceso hacia el yeísmo, incluso en Castilla la Vieja y en Madrid, ha ocasionado algún cambio de actitud respecto de la norma tradicional. Pero en todo caso en América no parece regir ese patrón prestigioso.14 Así ocurre, por ejemplo, en el Perú, donde el mantenimiento que se da entre las zonas andinas se percibe como negativo de parte de los hablantes que siguen los modelos prestigiosos de la capital.15 Al lado de esto, los hablantes distinguidores de algunas ciudades andinas muy prestigiosas (como Cuzco y Arequipa) tienen una percepción irreal del fenómeno, reflejada en una falsa autopercepción, porque tienden a valorarlo positivamente de modo consciente cuando se refieren a él, pero no se dan cuenta de que en su propia habla han dejado de producirlo y lo mezclan con las realizaciones yeístas. El fenómeno es por cierto el mismo desde un plano objetivo, pero la percepción y evaluación de él no son uniformes entre los hablantes de distintos espacios, incluso dentro de un mismo estado nacional. Una forma distinta de mantenimiento de la oposición se encuentra en la zona amazónica peruana, análoga a la registrada mucho tiempo antes también en la sierra ecuatoriana y en Santiago del Estero en Argentina. En vez de la lateral ocurre una africada tensa y a veces rehilada, combinada con el mantenimiento de la no lateral. Sin embargo, por lo menos para la zona amazónica se dan entrecruzamientos análogos al del español andino, con una dirección hacia el yeísmo, más nítida entre hablantes escolarizados que además mantienen contactos con la capital y, por consiguiente, con el patrón no distintivo expresado en la articulación fricativa muy relajada de la no lateral.16 Conviene destacar que esta zona se caracteriza por un patrón articulatorio de reforzamiento (en contraste con el normal del español) manifestado en la glotalización de las obstruyentes sordas, la oclusivización de las sonoras intervocálicas y la no aspiración de la sibilante. El mantenimiento de una oposición binaria como las palatales sonoras, uno de cuyos miembros se articula de modo tenso y rehilado, expresa esta misma tendencia. De allí que la eliminación de la palatal tensa a favor de la fricativa relajada —en contra de la tendencia reforzadora— supone la percepción de la modalidad costeña debilitadora como referencial.
Vayamos a otros aspectos significativos, en este caso de variación no funcional. Respecto de la vibrante, múltiple o simple, como se sabe, la articulación referencial estándar es la vibración, mientras que la suspensión de ésta en la forma de asibilación o velarización, que se da en distintas áreas del español sobre todo, pero no de modo exclusivo en el ámbito hispanoamericano, no se corresponde con el perfil normativo de ese segmento. Hablemos primero de la asibilación. Puede adscribirse a la distribución de la vibrante múltiple en posiciones de inicio silábico interno o absoluto, y a la de la vibrante simple en las posiciones de final de sílaba, interna o final de palabra, esto es, implosivas. La variación distributiva no tiene el mismo estatuto en todos los puntos en que se da, y no es tampoco objeto de percepción ni de evaluación uniformes. La asibilación generalizada distribucionalmente (en contextos de la múltiple o de la simple) ocurre con mucha intensidad en el español andino en las zonas correspondientes a Argentina, Bolivia, Ecuador, Perú. En este último marca un claro límite diatópico y social: la zona andina de la costeña, y constituye incluso un rasgo saliente percibido por los costeños como sintomático del español andino, el cual recibe además una valoración claramente negativa. Lo curioso es que entre los mismos hablantes costeños se ha registrado en épocas pasadas una tendencia hacia la asibilación en posición final prepausal, incluso entre grupos de clase alta.17 Es probable que el abrupto movimiento demográfico de los últimos años de los andinos hacia la capital haya llevado a una hiperpercepción del fenómeno de parte de los capitalinos y a su retracción entre las nuevas generaciones. No ocurre lo mismo en otras zonas no andinas donde se da también la asibilación. Así, es interesante contrastar en la percepción científica los distintos estatutos valorativos de este fenómeno según su distribución contextual. En Chile no se consigna una valoración negativa para la asibilación en los grupos tr y dr y en contextos de la vibrante simple implosiva final, mientras que en Costa Rica ese mismo fenómeno en las mismas posiciones está estigmatizado.18 Paralelamente, en Chile la asibilación en los contextos de la múltiple es considerada propia del habla no culta, mientras que no parece tener el mismo estatuto en Costa Rica.19 Una curiosa inversión de valores ha sido identificada en el español de Corrientes (Argentina), donde al parecer es la variante asibilada de la vibrante múltiple, y no la canónica, la que concentraría la evaluación positiva.20 Por otro lado tenemos la presencia de la asibilación implosiva, sobre todo en posición final prepausal, en la ciudad de México, asociada en la percepción científica a grupos urbanos, mujeres, y de clases superiores.21 Añado que no es presumible, aunque falten estudios pormenorizados al respecto, que el fenómeno esté estigmatizado, dado que incluso a través de los medios televisivos, se suele oír esa modalidad de pronunciación.
En cambio, la velarización o uvularización de la vibrante múltiple en posición inicial en Puerto Rico recibe una valoración negativa y se da en grupos de origen rural, debilitándose entre los jóvenes cuando éstos se integran en la sociedad urbana.22
Otro fenómeno digno de comentario es la diferente orientación de las preferencias de producción a ambos lados del Atlántico en los casos de neutralización de las implosivas /p/,/t/, k/, realizadas en la perspectiva fonológica normativa como /B/ /D/ /G/ respectivamente, y consideradas como archifonemas. Las tendencias entre grupos medios en algunas zonas hispanoamericanas (Caracas, Lima) se concretan en la materialización velar, concordante con el proceso de velarización de la sibilante en la misma posición implosiva.23 En la Península, en cambio, sobre todo en el área castellana central, reducto de la distinción, se da una dirección articulatoria inversa hacia el adelantamiento: la interdentalización en los mismos contextos.24 No deja de ser sintomático que la expresión de tal preferencia recaiga precisamente en el miembro de la distinción fonológica más representativa de la modalidad castellana.
Al lado de lo que acabo de subrayar, existen fenómenos que no parecen ser objeto de percepción en ningún espacio, como la velarización del conjunto de nasales en posiciones implosivas, aunque corresponden a las tendencias de debilitamiento que involucran un conjunto amplio del paradigma fonológico en el área hispanoamericana debilitadora.25
Pero no son sólo los fenómenos de debilitamiento los más significativos en cuanto a la caracterización y percepción de modalidades. El yeísmo rehilado de la zona rioplatense, que puede considerarse como reforzamiento articulatorio, es un marcador dialectal preciso de procedencia del hablante. Al parecer tiene un significado positivo para los propios rioplatenses aunque no corresponda al perfil normativo de la palatal en la forma estándar. De hecho funciona como modelo de imitación para Montevideo.26 Diversos estudios muestran una tendencia mayor hacia el reforzamiento, manifestada en el ensordecimiento por parte de mujeres de las generaciones más jóvenes en todos los grupos socioculturales, incluso en el nivel superior.27 Aunque no disponemos de estudios que respalden lo dicho, la distribución social del fenómeno puede justificar la conjetura de que los propios hablantes rioplatenses lo evalúan positivamente. Como parece descontado, ninguna relevancia tienen en este caso las caracterizaciones normativas generales de la palatal canónica, cuyo perfil óptimo sería fricativo, débil. Este rasgo, en concurrencia con el voseo, forma parte de un modelo particular, distinto del general, con sus propios puntos de referencia.
Un aspecto interesante en el enfrentamiento de la variación normativa del español como rasgo subjetivo, que depende de un tipo de percepción social y cultural, es la consideración de la fluctuación estilística de distintas modalidades en el habla de un mismo hablante. Para Labov, el continuo formal/informal constituye la oposición que primero se percibe en el proceso adquisitivo de una lengua, mucho antes que la estratificación social.28 Diversos estudios demuestran que el niño logra aprender muy rápidamente (entre los 4 y 5 años aproximadamente) las diferencias estilísticas entre variantes, ligadas a los contextos didácticos de imposición en el aula frente a los relajados de las situaciones comunicativas con sus compañeros de juego. Con el propósito de investigar el espectro variacional del adulto, Labov analizó las variaciones en el habla de una mujer durante 24 horas, y observó que la regulación interna del discurso a lo largo del continuo de formalidad (situaciones familiares, amicales, laborales) coincidía con el espectro de la variación de clases sociales. Aquí me interesa enfatizar más bien cómo ese reajuste interno que tiene lugar cuando se pasa de una situación informal de habla descuidada a una formal, en donde se ejerce autocontrol sobre el discurso y la actividad perceptiva se intensifica, permite reconstruir la propia normativa referencial del hablante, que verdaderamente guía su percepción. Y esto porque tal reajuste revela una intención —lograda o no— de acercarse de modo consciente a un ideal perceptivo real o imaginario que forma parte de su modelo de lengua. Si el hablante que elide en altísimos porcentajes la /s/ no puede en situación de autocontrol (como puede ser el habla ante cámaras o incluso, en algunos casos, la lectura y la escritura) reincorporarla en la producción, esto implica que ésta no forma ya parte de su conocimiento de la lengua ni siquiera en un sentido ideal, y por lo tanto no es capaz de autopercibirla y de restituirla al lugar que le corresponde.29
El diferente tratamiento de la -d- intervocálica sobre todo en los participios verbales y adjetivos (-ado) a ambos lados del Atlántico ilustra una diferencia de reajuste estilístico más general marcada diatópicamente. Es conocida la tendencia acusada hacia la elisión entre los hablantes castellanos, incluso en situaciones formales. Parece existir una mayor tolerancia de la ausencia fonética en este contexto, que no se da en algunas zonas de América. En el habla de Lima, por ejemplo, donde el relajamiento y la eliminación de la -d- intervocálica no participial, junto con la -b- y -g- aparecen en proporciones notables en contextos informales e incluso formales, la -d- intervocálica en la secuencia participial (-ado) tiende curiosamente a mantenerse, aunque pueda debilitarse, acompañada de un alargamiento de la vocal anterior que pone en segundo plano la percepción del relajamiento acusado. Si en situaciones de máximo control el hablante no restituye el segmento dental, podemos afirmar que éste no forma parte de su ideal lingüístico, y por lo tanto no logra autopercibirlo, como ocurre en la modalidad peninsular. En cambio, en el caso de Lima, aunque el debilitamiento de la dental esté muy extendido, el hecho de que se recupere el segmento fricativo en situaciones formales implica que éste forma parte del modelo de referencia y por ello el hablante puede no sólo autopercibirlo sino concretarlo en su propia producción, además de advertir de modo nítido las elisiones de las modalidades peninsulares en situaciones formales. Las diferencias en el reajuste estilístico revelan, pues, diferencias en el plano cognoscitivo y, por lo tanto normativo, de una lengua, donde una vez más la percepción desempeña una función central.
A veces, la formalidad de una situación revela constructos ideales del hablante respecto de ciertas articulaciones que no corresponden a las categorizaciones de la lengua estándar. Ocurre de modo notable respecto de la pronunciación de la -b- en todas las posiciones cuando corresponde a la grafía -v-, como labiodental fricativa sonora. Aunque esta forma no se logre materializar de modo consistente, el hablante tiende a diferenciarla de la b ortográfica en situaciones de control. Es evidente que los hablantes han asignado —cualquiera haya sido su motivación, si bien se trata de un hecho colectivo y no individual o aislado— a tal sonido un valor simbólico y de valoración positiva. La regulación estilística permite, pues, calibrar la dirección de la percepción social en la sincronía de una lengua y la canalización de la intención de acercamiento a un modelo determinado que —como hemos comentado— puede no ser compatible con el modelo considerado estándar o institucionalizado a través de la percepción científico-normativa.