Nuestra modesta colaboración en esta mesa redonda consiste en repasar la situación lingüística en la Comunidad Valenciana, una zona de contacto entre el español y el catalán en su variedad valenciano, atendiendo al marco sociocultural y político, así como algunas consecuencias sociales (bilingüismo, diglosia, conflictos lingüísticos) y lingüísticas (transferencias, préstamos, cambios de código) derivadas de tal situación.
La valenciana es una comunidad en la que conviven dos lenguas, el castellano y el valenciano, según la denominación oficial y más común entre la población. Desde el punto de vista lingüístico existe una situación de bilingüismo social, aunque no total, pues existen zonas de uso exclusivo del castellano, el habla churra, de marcada influencia aragonesa, y el habla murciano-manchega.
Según los datos oficiales de la Conserjería de Cultura, Educación y Ciencia (1990) y los datos que nos proporcionan las encuestas sobre el uso del valenciano (1992 y 1995), la situación lingüística es de predominio del castellano en la comunicación entre grupos. Los datos nos informan también de que el valenciano se utiliza especialmente en el grupo familiar y con las amistades, frente al mayor uso del castellano en el trabajo y en otras situaciones comunicativas. Si se comparan los datos de estas encuestas, se observa que ha aumentado el conocimiento y uso del valenciano en el nivel oral y escrito, en comprensión y expresión, pero no en el ámbito social. El castellano es la lengua de la calle (1992: 58 %; 1995: 53 %), además de tener la primacía en lo escrito. El 52,8 dice no saber escribir en valenciano; el 25 % un poco; bastante bien el 16,4 %; perfectamente sólo un 5,8 %. Por regiones, el nivel más alto de uso tanto oral como escrito del valenciano se da en la región de Castellón (castellano y valenciano estarían al 50 %), si bien sólo un 7,5 % dice saber escribirlo. El castellano supera en uso al valenciano en Alicante y Valencia, salvo en las zonas de Alcoi y Gandía (La Marina Alta, el Comtat, l’Alcoià, la Vall d’Albaida, la Safor, donde ocurre lo contrario). Los conocimientos más bajos del valenciano se dan en Alicante. En esta región y en la de Valencia y área metropolitana es donde menos se habla y se lee.
En general, en las comarcas catalano-hablantes se habla el valenciano más en casa y el tanto por cien va decreciendo por este orden en la interacción con los amigos, en la calle, en las tiendas tradicionales y en las grandes superficies. En las comarcas castellano-hablantes (zonas de Orihuela, Requena-Utiel, etc.) el 80 % dice entender algo o bastante el valenciano. Sólo dicen hablarlo el 8 %, sólo dicen leerlo el 3 % y únicamente el 0,5 % dice escribirlo.
Esta diferente funcionalidad y desequilibrio en el uso entre ambas lenguas es consecuencia, especialmente, de la situación de diglosia fuerte vivida durante los siglos xviii, xix y hasta el último tercio del xx (el Renacimiento de la lengua y cultura catalanas, impulsado por los movimientos nacionalistas en Cataluña a finales del siglo xix, no tuvo reflejo en la región vecina, que siguió su proceso de castellanización). La variedad de prestigio, de mayor valor instrumental y de ascenso social, la utilizada habitualmente en textos escritos y en usos orales más formales, era el castellano; el valenciano era considerada la variedad baja, de uso más propio y casi exclusivo de la interacción familiar o de contextos comunicativos marcados por la inmediatez comunicativa.
En 1983, tras promulgarse la Llei d’Ús i Ensenyament del Valencià, se inicia el proceso de normalización y uso del valenciano tanto en el ámbito social como educativo. Este, unido a la revalencianización cultural o recatalanización, según los términos de J. R. Gómez Molina (1998), promovida en ámbitos intelectuales y por algunos grupos sociopolíticos, choca con la situación diglósica y abre un conflicto lingüístico, social y político [ver, entre otros, Pitarch (1983), Gómez Molina (1986), Ferrando y otros (1989), Mollà y otros (1989)], circunscrito sobre todo a ciertos ámbitos y sectores, a los núcleos urbanos, así como a las zonas castellanas de la comunidad, que entienden dicha revalencianización como un mecanismo de imposición de una lengua que les es ajena. A la tensión lingüística entre castellano/valenciano ayuda el otro y más grave conflicto derivado de la consideración del valenciano como lengua o dialecto del catalán.
Una reflexión al hilo de lo anterior. Estoy convencido de la necesidad y del beneficio que para la lengua tiene hacer una buena política lingüística que afecte a la normalización, al mejor conocimiento y empleo de la misma, al respeto hacia esta, pero siempre y cuando no se confunda el hacer política lingüística con el hacer lingüística política. Cuando en la Comunidad Valenciana comienza el proceso de normalización lingüística del valenciano —quizá la afirmación que sigue puede aplicarse a otras zonas bilingües— la torpe acción de algunos políticos ajenos a la lingüística y de ciertos organismos públicos, así como también, lo que es más grave, de algunos filólogos o pseudofilólogos, aumentó el conflicto lingüístico y social entre ciertos grupos.
Una lingüística política acaba por adscribir una lengua o variedad, o, más en concreto, ciertas actuaciones o actitudes lingüísticas a una determinada ideología política. Así, el proceso de normalización del valenciano se ha vinculado a las izquierdas; la indiferencia o intolerancia, a las derechas. A estas se une el valencianismo; a aquellas, el catalanismo. Sociopolíticamente, el castellano se vincula más al centralismo, del mismo modo que el valenciano, al autonomismo, claro que con una diferencia entre el valenciano estándar, más progresista y catalanista, y el valenciano no estándar, más conservador y valencianista.
Insisto en que tales asociaciones, aunque parecen inevitables, ayudan a mantener, revitalizar u originar un conflicto lingüístico y social como el existente entre valenciano-catalán y, en ningún caso, ayudan a erradicar una situación diglósica como la apuntada en relación al uso valenciano-castellano, quizá todo lo contrario. De hecho, incluso hablantes de lengua valenciana, algunos con mínima competencia en castellano, de estratos medios o medio-bajos, en aquellos momentos no dudaban en afirmar rotundamente el mayor prestigio del castellano.
Una política lingüística que desee acabar con una diglosia fuerte, en mi opinión, no ha de vencer, sino convencer, esto es, intentar modificar las actitudes hostiles, las valoraciones negativas sobre una lengua, si bien nunca en perjuicio de la otra, más aún cuando tal valoración se encuentra entre los propios hablantes de esa lengua.
Del contacto de dos lenguas en el mismo territorio no deriva necesariamente un conflicto lingüístico entendido como choque; tampoco es automática la sustitución de una por otra, pese a que exista una fuerte diglosia marcada por el prestigio de una de ellas. Las lenguas solo corren verdadero peligro de sustitución cuando —y es de perogrullo— los hablantes deciden dejar de hablarlas, y las razones son múltiples y complejas. La política lingüística puede ayudar a cambiar actitudes e incluso conductas, la lingüística política extrema las conductas y actitudes y alimenta las reacciones contrarias.
Por fortuna, actualmente, las creencias han cambiado y así también las actitudes. La tolerancia lingüística, el bilingüismo aditivo, de convivencia y coexistencia del valenciano y del castellano, antes que sustractivo, es la actitud predominante tanto de los usuarios bilingües como de los monolingües en la Comunidad Valenciana, según los recientes estudios sobre actitudes (Gómez Molina, 1998: esp. 98-99).
La situación de diglosia favorable al castellano, si existe hoy (Blas Arroyo, 1994:153), solo es parcial, pues queda reducida a grupos o a usuarios con unas características sociales muy definidas (mayor de 55 años, nivel sociocultural bajo, de zona rural, bilingüe con predominio del valenciano), en los que están más enraizadas las anteriores creencias.
De acuerdo con tales estudios sobre actitudes, en la comunidad objeto de estudio no existe rechazo por ninguna de las dos lenguas y, en general, no existe presión por parte de los hablantes para que se utilice una u otra. Hay una actitud positiva hacia el proceso de normalización del valenciano, pero el uso predominante del castellano es un hecho e, independientemente de las razones, se trata de una elección legitima que ha de ser respetada, como lo es igualmente la evolución positiva del empleo cada vez mayor del valenciano sin menoscabo o perjuicio de aquella. Y otro dato importante en relación con las actitudes: la lengua no es para el pueblo valenciano su única seña de identidad social y cultural (por ejemplo, en Valencia y área metropolitana, sólo el 29,1 % de los informantes encuestados cree necesario hablar valenciano para sentirse valenciano, sea por lealtad, por utilidad, orgullo, para evitar su pérdida, para la integración en el grupo, etc.). Es una seña más bien de identificación de grupo (endogrupo) político o social (Gómez Molina, 1998:95-96).
En cuanto al peso de las variables sobre estas actitudes, los mismos estudios señalan que, al margen de la lengua habitual —por supuesto, la más determinante—, son las mujeres, el nivel medio y bajo y los mayores de 55 años los que valoran más positivamente el castellano. El estrato joven es heterogéneo, pues muestra divergencias en cuanto a creencias y actitudes sobre ambas lenguas; determinados sectores manifiestan la inexistencia de identidad-lengua, e incluso consideran el castellano como símbolo de valencianismo, frente a otro sector que siente orgullo por hablar valenciano y cree en su vitalidad futura. Los hablantes de la ciudad valoran más el castellano.
El proceso llamado de normalización lingüística ha de apuntar y respetar, por tanto, dicha tendencia. La normalización no puede significar únicamente la regularización sistemática de una de las dos lenguas, sino el uso normal, con total normalidad, de una y otra en cualquier situación, y el respeto mutuo hacia ambas; ha de buscar el equilibrio y no favorecer un nuevo predominio, más aún si la sociedad así lo demanda. Pues bien, es preciso indicar que hoy en la Comunidad Valenciana no existen trabas políticas, ni ideológicas, ni tampoco, por supuesto, legales que impidan el uso de cualquiera de las lenguas oficiales, castellano o valenciano. El avance hoy en la normalización del valenciano no es en perjuicio del castellano, y ello se observa tanto en la actuación gubernamental como en general en las actitudes hacia esta lengua. Tal proceso de normalización, entendido para la mayoría como normalidad, se extiende incluso a zonas castellanas de la Comunidad, donde el grado de tolerancia al oír hablar valenciano, incluso al hablarles, es cada vez mayor; la influencia de los medios de comunicación, en especial de la radio y la televisión valencianas, ha sido determinante en ese sentido.
El conflicto, más sociopolítico que lingüístico, ya no está tanto entre el castellano y el valenciano, sino entre el valenciano y el catalán. De ahí la reciente creación de la Academia valenciana de la lengua, la cual, como su nombre deja de indicar, se ocupa de la otra lengua de los valencianos que no es el castellano. Pero las tensiones o problemas actitudinales en ambos frentes solo se perciben actualmente en una minoría de la población, entre algunos sectores, y, afortunadamente, en sentido decreciente (Gómez Molina, 1998). Quizá, unos de las razones de esta distensión sea la sustitución de la lingüística política por una política lingüística desde distintos ámbitos, y sobre todo por el sentido común de la mayoría de la sociedad.
Cuando el avance de la normalización o normalidad de uso de una lengua entre los miembros de la comunidad hablante termina con la situación de diglosia y disminuyen o desaparecen los conflictos, así como las creencias y actitudes negativas sobre alguna de ellas, la actuación lingüística en una u otra se convierte a veces en variedad situacional. En mi opinión, es lo que ocurre en la Comunidad Valenciana. Dada la situación de convivencia entre castellano y valenciano, de las actitudes positivas del bilingüe y del monolingüe hacia dicho bilingüismo activo o pasivo, de la tendencia general a considerar seña de identidad el empleo de ambas, puede afirmarse que el anterior uso diglósico se ha convertido en uso diafásico, es decir, el empleo de una u otra lengua queda regulado por principios de relevancia en un contexto y, subsidiariamente, por variables sociales. Dicho de otro modo, actualmente, el castellano o el valenciano, en sus distintas modalidades, constituyen variedades diafásicas y, en ocasiones, diastráticas. En general, según los datos oficiales y las investigaciones sobre el tema aquí tratado, el valenciano sigue utilizándose más en familia o en ámbitos de cotidianidad, especialmente en la comunicación de grupo, y su valoración más positiva corresponde al componente afectivo; el castellano se utiliza más en ámbitos profesionales, en la comunicación entre grupos (componente conativo), y tiene además un alto valor instrumental. Si atendemos ahora a las modalidades lingüísticas de ambas lenguas, se constata que el castellano no estándar y el valenciano no estándar (por ejemplo, el apitxat o más castellanizado) se usan en situaciones de informalidad (bar, casa, tienda…), frente al valenciano y castellano estándar que se emplean en situaciones de mayor formalidad (escuela, radio, TV…).
El uso diafásico sólo se ve alterado por ese ya viejo conflicto valenciano-catalán, el cual no sólo no ha ayudado al proceso de normalización, sino que antes bien lo ha perjudicado hasta el punto de convertir la lengua española en bando neutral y en refugio de los indecisos o inseguros, de los indiferentes y de aquellos bilingües de lengua materna valenciana que sienten heridas sus señas de identidad grupal (regional).
Aunque la coexistencia prolongada entre castellano y valenciano ha propiciado intercambios y transferencias en ambas direcciones (préstamos culturales, básicamente léxicos, y préstamos íntimos, en cualquier nivel), la influencia y acción de la primera, como lengua de prestigio, ha sido mucho mayor. De hecho, la situación de diglosia propició el estancamiento lingüístico del valenciano, así como la escasa o lenta evolución de las formas lingüísticas propiamente valencianas, al tiempo que favoreció un proceso de sustitución de muchas de estas por formas castellanas [según E. Casanova (1997:130), el siglo xviii es un momento clave para entender el conservadurismo léxico del valenciano frente al catalán central]. Tal conservadurismo choca en un momento dado con la evolución propia de la variedad estándar catalana, lo que constituye otro de los motivos del conflicto social ya aludido entre grupos pro-valencianistas y grupos pro-normativistas.
Evidentemente, las influencias entre lenguas en contacto se ven favorecidas, además de por las tendencias y evoluciones internas de cada una de ellas, por la comunión de sus sistemas lingüísticos. Una lengua se resiste a evoluciones extrañas, que no le sean propias o añadan cierto equilibrio a dicho sistema. Si sucede, hay que pensar que a la función estrictamente lingüística se añade con fuerza otro tipo de función más de carácter social o pragmático.
La tendencia del castellano en la comunidad, en cuanto a estas influencias del valenciano, es de convergencia; es decir, los valencianismos coinciden en cierto modo con procesos y tendencias (aunque no siempre normativas) propios o semejantes del castellano general.
Si dejamos a un lado la influencia aragonesa, manchega y murciana en ciertas hablas de la comunidad (comp. el habla del Alto Mijares, el habla de Requena-Utiel, el habla de Villena, etc.), el español levantino constituye una modalidad marcada por el contacto con el catalán en su variedad valenciano, ciertamente multiforme dadas las diferencias diatópicas observadas en las distintas áreas (Castellón, Alicante y Valencia).
De dicho contacto de lenguas derivan algunas características distintivas del español valenciano, que paso a enumerar.
En el nivel fónico, uno de los rasgos más evidentes del citado contacto lo constituye la prosodia, en concreto, la entonación (especialmente marcada en algunas zonas de la provincia de Castellón), o los cambios acentuales (por ejemplo, en la composición con clíticos aparece un segundo acento sobre el pronombre átono de primera persona: [kámbiaméla]). Destacan algunos fenómenos fonéticos como el de la pronunciación labiodental de la grafía v, el ensordecimiento de la consonante sonora /d/ en posición final [madrít]; el seseo, ya no sólo en algunos bilingües con predominio del valenciano y con escasa competencia en castellano, sino en algunas zonas de habla castellana, como en la comarca de Buñol-Chiva, contigua a Valencia; las aberturas vocálicas, etc. De especial interés es la menor relajación articulatoria o pronunciación ultracorrecta de algunos sonidos, por ejemplo, de la /d/ intervocálica de los participios en -ado, de la grafía x [eksákto] [A esta pronunciación ultracorrecta de algunos sonidos castellanos en hablantes de lengua materna catalana en Lérida alude Monserrat Casanovas (2000. Tesis, p. 71 y ss)].
Son casos de transferencias cómodas el empleo de algunas formas conjugadas del verbo caler, petrificadas en ciertas construcciones: no cal que vengas; la presencia de tal fenómeno en zonas castellano-manchegas de la Comunidad apoyaría el supuesto origen aragonés de la fórmula en castellano.
Fenómenos de reestructuración o de interferencia documentados en el corpus Valesco (ver Briz, 1985 y Briz y grupo Valesco, e. p..), así como en estudios específicos ya sobre dicho corpus, Gómez Molina (2000), o sobre otros, Gómez Molina (1986), Blas Arroyo (1993) y (1998), son:
En relación con otro de los fenómenos lingüísticos, el cambio de código, cabe afirmar que los bilingües con predominio del catalán cambian a menudo de lengua en presencia de un castellanohablante, aun cuando sepan que tiene competencia pasiva, ya sea, como señalábamos, por norma de conducta social, solidaridad o neutralidad, ya, de manera muy localizada actualmente (pueblos, mayores, nivel bajo), como demostración de conocimiento de la lengua de prestigio ante el interlocutor castellano o ante otro u otros interlocutores valencianohablantes (en algunas familias de valencianohablantes, los padres se dirigen a sus hijos en castellano, y los mismo sucede con los abuelos y nietos). Sólo cuando existe un motivo informativo especial mantienen su lengua materna. En ámbitos concretos, por ejemplo universitarios, la interacción puede transcurrir en las dos lenguas.
En los semibilingües y monolingües en castellano la alternancia de código es a menudo una estrategia social de aproximación o solidaridad con el interlocutor valencianohablante; entra también a veces el componente lúdico y así mismo pueden reconocerse valores estilísticos y pragmáticos. Se trata especialmente de formas rituales de saludo y despedida, expresiones pertenecientes al lenguaje repetido, conectores pragmáticos, etc. Así, como recurso de aproximación social, en algunos juegos de cartas: no vaig; como recurso lúdico: me estoy pisando; en expresiones exclamativas, como refuerzo de lo dicho, de la actitud o punto de vista, modo de dar relieve singular: ¡la mare que va!, ¡nos ha fotut!, ¡collons el tío! (a veces con valor eufemístico); en fí; bon día.
En el corpus manejado los cambios de código aparecen con bastante frecuencia en los relatos dramatizados o secuencias de historia en estilo directo, ya reproduciendo la cita en el caso de los bilingües, ya alguna palabra o expresión en el caso de semibilingües o monolingües [ver Gómez Molina (2000) y Blas Arroyo (1998: 79 y ss.)]. Por supuesto, tanto en los bilingües como en los monolingües se producen alternancias no voluntarias; se dice y a veces también se escribe, por ejemplo, consellería (se toma el termino prestado, alternando la grafía catalana l.l con la presencia de acento, propia del castellano, pero no del catalán).
La situación de diglosia fuerte en la Comunidad Valenciana entre catalán y español, en favor de esta última lengua, así como el conflicto social entre ciertos grupos y sectores al que había evolucionado se ha superado, se ha impulsado la convivencia de las dos lenguas oficiales. Y si bien se ha revalorizado el uso del valenciano, se ha extendido su funcionalidad más allá del ámbito familiar, especialmente en ámbitos educativos, y ha aumentado en los últimos años su prestigio social, no ha sido en perjuicio del castellano. Hoy hay convivencia pacífica entre monolingües castellanos (bastantes de estos ya semibilingües) y bilingües. Sólo algunos hablantes de tercera generación (mayores de 55 años), sobre todo pertenecientes a estratos socioculturales medios-bajos o bajos, y especialmente de zonas rurales, mantienen esa herencia diglósica.
El uso del castellano o del valenciano se vincula hoy a la situación. Es más un empleo diafásico que diglósico. Los parámetros comunicativos o de situación son los que marcan con más frecuencia el empleo de una u otra lengua. El predominio del castellano en lo oral (más aún en lo escrito) y su mejor valoración en el componente cognoscitivo no es tanto una cuestión de prestigio social como del mayor poder y valor funcional e instrumental de esta lengua. El valenciano queda como modalidad más valorada afectivamente y de uso más frecuente dentro de un grupo, si bien con un ligero aumento en su empleo en ámbitos formales. De lo anterior puede extraerse una conclusión más general: las lenguas en contacto, cuando no están en conflicto, acaban por convertirse para los usuarios en modalidades lingüísticas usadas en virtud de la situación, de las características sociolingüísticas de los usuarios y del tipo de interacción.
El castellano es la lengua neutral. En una situación de conflicto real o supuesto entre ambas lenguas o entre las variedades propias del valenciano, el español es la lengua elegida. Además, el hablante bilingüe tiende siempre al uso del castellano al hablar con un extraño.
Aunque ninguna lengua en contacto con otra puede sustraerse a la acción e influencia de esta, la historia lingüística, social, cultural y política determina en cada caso el grado mayor o menor de transferencias o de intercambios, así como la dirección predominante de los mismos. El castellano, por ser la lengua de prestigio, ha sido también la que ha ejercido una mayor influencia sobre la otra lengua en contacto, el catalán en su variedad valenciano. No por ello dejan de reconocerse ciertos rasgos, recogidos en este trabajo, que individualizan el castellano de esta comunidad. Por supuesto, las características lingüísticas y los rasgos socioculturales de la población valenciana tienen consecuencias claras en relación con los fenómenos de contacto ejemplificados, con su grado de aparición, con la proporción e intensidad y con su materialización, más aún si los comparamos, por ejemplo, con los que aparecen en otras zonas de contacto del español con el catalán. Sea el caso de la pronunciación ultracorrecta, de ciertas construcciones sintácticas, etc.
Las transferencias del valenciano al español son, sobre todo, de convergencia. Uno de los motivos principales del predominio de tal tendencia convergente es el conservadurismo gramatical y léxico del valenciano, su castellanización, o, si se prefiere, su evolución siempre dependiente del castellano. De hecho, algunos de los fenómenos lingüísticos apuntados pueden documentarse en castellano medieval, o en modalidades vulgares, si bien su frecuencia, las restricciones estructurales de empleo y el ámbito al que se adscriben son distintos. Así pues, gracias al contacto con el valenciano, hechos lingüísticos del pasado y ciertas modalidades sociolectales del castellano se convierten en rasgos propios de la variedad diatópica objeto de estudio.
El uso del castellano por parte de los bilingües tiene un carácter específico (un bilingüe no es la suma de dos monolingües). Dicha especificidad viene en parte marcada por la fusión o intersección, que no suma, de lenguas en la interacción. Las interferencias y los cambios de código expuestos más arriba, ya por comodidad, ya por necesidad funcional, son manifestaciones superficiales de esa especificidad, de la que curiosamente no son conscientes los propios hablantes. Tampoco el castellano de los monolingües en zonas de contacto de lenguas puede identificarse con el del hablante castellano en general. En el caso de aquellos el contacto con la otra lengua, aunque tenga carácter adyacente, favorece la presencia de fenómenos lingüísticos de transferencia y cambio de código, muchos de los cuales, como señalábamos, buscan la comunión fática, tienen carácter lúdico o presentan una función pragmática. Quizá, falten estudios (por ejemplo, como el de Romaine, 1989) que insistan en esos papeles pragmáticos en el habla de unos y de otros hablantes, especialmente, en la interacción coloquial, pues ahí es donde más frecuentemente se producen y más auténticamente se manifiestan los hechos lingüísticos derivados del contacto.