En el uso ordinario de la lengua, el término estándar alude a la idea de modelo, de tipo, pero también hace referencia a lo que se considera normal, a lo que está generalizado.1 Para muchos lingüistas, especialmente sociolingüistas, la designación lengua estándar tiene el sentido, coherente con el primero de la lengua común, de variante de prestigio usada por una comunidad de habla, que trasciende las diferencias geográficas y provee una modalidad unificada que puede ser usada por los medios de comunicación y por la escuela.2 Dentro de esta concepción, una variante sin prestigio, como la que generalmente se utiliza en las zonas rurales y en los sectores socialmente bajos de las ciudades, es llamada no estándar, e incluso, sub-estándar, con una evidente connotación peyorativa.
La lengua estándar parece estar representada, por tanto, por un dialecto particular, que por lo general es el sociolecto alto de una zona geográfica determinada, en un estilo específico, el de mayor formalidad. Este sociolecto ha sido privilegiado, seleccionado entre otros posibles, de una forma natural y espontánea en unos casos, o deliberadamente en otros, y cuenta con la aceptación de la comunidad en general, que lo reconoce como su mejor tarjeta de presentación en situaciones formales. En otras ocasiones, la noción de lengua estándar se asocia e incluso llega a identificarse con el patrón establecido por las formas correctas, tal como son prescritas por la ortografía para el uso escrito.3
Es oportuno advertir que, en rigor, tanto en un caso como en el otro, se trata de entidades abstractas que carecen de hablantes reales. Si se entiende como modalidad prestigiosa de un lugar determinado, hay que tener en cuenta que así como nadie puede hablar la lengua española, tampoco nadie habla el español de España, ni el sociolecto madrileño alto, ni el español estándar, simplemente porque son unos sistemas complejos que, por lo demás, se caracterizan por un rasgo esencial, intrínseco, que es su variabilidad. Lo que se considera, por ejemplo, la modalidad de un madrileño culto en situaciones formales, a menudo admite varias posibilidades fonéticas, morfológicas, sintácticas y léxicas. De esa forma, cuando una persona habla, necesariamente tiene que seleccionar una alternativa en lugar de otra: elegir implica renunciar. En ese sentido, los actos de habla no realizan, no agotan, el sistema como tal, sino sólo una de las posibilidades que este ofrece. En consecuencia, se debe aceptar como un axioma que los dialectos, los modos de hablar, constituyen sistemas virtuales, irrealizables en su totalidad.4
Cuando la lengua estándar se identifica con el modelo ortográfico, entonces hay que reconocer que el factor de la variabilidad se reduce en gran medida, pero precisamente por eso se convierte en un arquetipo artificial que no es practicado concretamente, en el ámbito verbal, por ningún hablante. La falta de diversidad de la lengua estándar así entendida permite incluso describirla como una forma patológica de la lengua. Irónicamente, desde este ángulo se trataría de un tipo anormal de expresión lingüística. Y así parece corroborarlo la comunidad cuando se resiente y sanciona socialmente a sus miembros que se extralimitan y hablan, o pretenden hablar, como un libro, con un grado de corrección excesivo para el uso oral.
En el caso del español, que es la lengua nacional de una veintena de países, proponer como estándar general la modalidad de prestigio propia de una región particular, implica una valoración inaceptable que conduce a una selección imposible de realizar sobre una base válida desde el punto de vista lingüístico. Junto a su independencia política, cada nación tiene, o se supone que tiene, autonomía cultural, lo que justifica aceptar la idea de que, en ciertos aspectos, la lengua estándar de un país puede, y debe, ser diferente a la de los otros. Hay que entender que la lengua española es patrimonio de todos y dentro de su unidad fundamental alberga una extensa variedad, porque debe tener la amplitud suficiente y la capacidad necesaria para permitirles a sus usuarios manifestarse exactamente como son, con su particular personalidad cultural y con la nacionalidad que les corresponde.
No resulta difícil percibir el carácter un tanto impreciso de la noción de español estándar que, al menos parcialmente, debe entenderse como un sistema amplio, constituido por un conjunto de posibilidades que admite diferentes realizaciones. Como consecuencia, una de sus principales características es necesariamente su relativa flexibilidad o elasticidad. Su estructura se sustenta en un componente básico unitario, general, panhispánico o internacional, que constituye una norma, un sistema de realizaciones obligadas. Sin embargo, en lo que respecta a una serie de elementos de carácter fonético, sintáctico y léxico, se diversifica, es tolerante, y podría decirse que deja de ser internacional y se hace nacional.5 Y esto tiene que ser así porque no todas las variantes de una variable lingüística tienen la capacidad de trascender las fronteras geográficas. Una variante utilizada por la mayoría de los hablantes de un país, puede ser completamente desconocida en otro. Basta pensar, por ejemplo, en el pronombre vosotros y sus correspondientes formas posesivas (vuestro, vuestra) y la objetiva inacentuada (os), normales en el español de Castilla, pero extraños y ajenos al habla hispanoamericana. También puede darse la circunstancia de que un hecho tenga una valoración social positiva en un lugar y negativa en otro, como podría ser el caso del voseo, pujante y prestigioso en la zona rioplatense, pero no tan estimado en Chile o en la costa ecuatoriana. Ocurre de modo similar con el fenómeno de la elisión de la /d/ intervocálica postónica (pasao por pasado), que en España cuenta con cierta tolerancia social y se produce con mayor frecuencia que en los países de Hispanoamérica.
Es indudable que la base unitaria sobre la que se sustenta el español estándar es abrumadoramente mayoritaria en comparación con el componente diferenciador, tanto desde el punto de vista social como del geográfico. En tal sentido, es realmente impresionante la unidad lingüística hispánica que sirve de soporte a una comunidad cultural de más de 400 millones de personas. Sin embargo, resulta claro que en los tres niveles de análisis lingüístico existen factores que marcan una diferenciación legítimamente tolerable y admisible dentro del marco flexible de la lengua española estándar.
De acuerdo con una propuesta hecha por Ávila y basada en la ausencia o presencia de los fonemas /t/ y /s/, existen tres normas hispánicas, o lo que es igual, tres modelos de lengua española estándar.6 En una no se pronuncia el fonema interdental, fricativo y sordo /t/, pero el alveolar /s/ se mantiene en todos sus contextos. Capitales hispanas que ilustran esa norma son, por ejemplo, Bogotá y México. En la segunda, tampoco se pronuncia la /t/, y la /s/ implosiva se aspira y se elide. Entre los lugares donde rige esta modalidad pueden citarse Caracas, Santiago de Chile, Santo Domingo. En la tercera, que se circunscribe al territorio peninsular en ciudades como Madrid y Valladolid, se pronuncian tanto la /t/ como la /s/ en cualquier posición.
Naturalmente, semejantes clasificaciones son posibles también utilizando como criterio la pronunciación de otros segmentos, como pueden ser la /n/ final de sílaba y de palabra, la velar fricativa /x/, la palatal fricativa /j,^/. ¿Y qué decir de la entonación? Sencillamente no es posible plantear la existencia de un esquema de entonación que pueda considerarse estándar, general.
Aquí se abundará sobre el caso de la /s/ implosiva por su pertinencia en la identidad del dialecto dominicano. Igual que en México y en Colombia, la realización sibilante [s] en posición final de sílaba y de palabra, lógicamente, tiene prestigio en la República Dominicana. Sin embargo, conviene subrayar que su frecuencia en el habla dominicana debe mantenerse dentro de ciertos límites. Sobrepasar esos límites, pronunciando la /s/ con regularidad, puede resultar inaceptable aun dentro de la norma culta del país.
Esta situación se manifiesta con claridad, en el plano objetivo, cuando se analizan de manera cuantitativa textos orales de hablantes cultos dominicanos y del español utilizado en los medios de comunicación.
En conversaciones libres realizadas por hablantes del grupo social alto de Santiago, el mantenimiento de la sibilante representa apenas un 12 % del total de /s/ colocadas al final de la sílaba. La variante mayoritaria para este grupo es, sin duda, la aspirada, que alcanza casi la mitad de las posibilidades, lo que constituye un indicio bastante seguro del carácter prestigioso de esta variante en el español dominicano.7
En las noticias de televisión, por su parte, la retención de la variante sibilante [s] asciende al 63,25 %, la aspirada aparece en el 26,40 % de las ocasiones posibles y la desaparición total ocurre en el 10,35 %.8
La elocuencia de las cifras anteriores es irrebatible. Si en esta versión de lengua de los noticieros de la televisión, que representa un grado de formalidad mucho mayor que la que corresponde a las conversaciones libres de hablantes cultos, la pronunciación de la /s/ no alcanza el margen del 65 %, parece lógico suponer que el español estándar de los dominicanos no acepta, o no juzga apropiada y natural, la retención sistemática de la /s/. La conservación constante de este segmento en todos los contextos resulta, a todas luces, anormal y se considera tan afectada como la pronunciación, por parte de un dominicano, de la /t/ o de la /l/.
Con el objetivo de verificar esta situación desde una perspectiva subjetiva, se realizó un sondeo preliminar con una muestra compuesta por 139 estudiantes universitarios dominicanos, de ambos sexos, de las dos principales ciudades dominicanas: Santo Domingo y Santiago.9
Los encuestados debían expresar su grado de acuerdo o su desacuerdo con una serie de enunciados evaluativos. Una de las afirmaciones presentadas fue la siguiente: «Me suena raro y rebuscado un compañero que al hablar pronuncia todas las /s/ finales de sílaba».
El 72 % de los encuestados (casi 3 de cada 4) opina que está de acuerdo con lo expresado en el enunciado, y sólo el 28 % lo desaprueba. Pero eso no es todo. Aproximadamente la mitad de la muestra afirma estar no solamente de acuerdo, sino «muy de acuerdo». Estos resultados parecen confirmar la idea de que, en efecto, el mantenimiento constante de la /s/ implosiva no es un ideal deseable del español de los dominicanos, sino que al contrario, representa un fenómeno sobre el que gravita una pesada carga de rechazo social.
Algunos sujetos masculinos de la muestra manifestaron, incluso, que el hecho de pronunciar todas las /s/ es visto en su ambiente como una señal que puede poner en entredicho su imagen de virilidad. Esta apreciación, que puede parecer caprichosa, cuenta con apoyo objetivo.
En la investigación sobre variación fonética en Santiago, a la que ya se hizo referencia en la.10
En la morfosintaxis también se encuentran algunos fenómenos que ilustran el carácter relativamente abierto de la norma estándar, que en ocasiones deja de ser general para hacerse regional. Pueden citarse casos como los diversos alomorfos de diminutivo (ín-illo-ito-ico), la posición del sujeto en la interrogación (¿Cómo estás (tú)?/¿Cómo tú estás?), el leísmo (Le vi en el cine/Lo vi en el cine), el voseo (vos hablás/tú hablas).
En el español del Caribe se ha consignado en reiteradas ocasiones el abundante uso de sujetos pronominales que acompañan al verbo, en oposición a lo habitual en otras zonas donde el pronombre sujeto se omite, por redundante, ya que la información de persona se encuentra en la forma verbal. En la República Dominicana, este uso está muy generalizado y se acepta como parte del habla culta. Una mayoría aplastante del 83 % de la muestra investigada aprueba el fenómeno como un rasgo normal del habla culta.
De hecho, muchos hablantes no están siquiera conscientes de que existe otra forma, que es precisamente la estándar en la mayor parte del mundo hispánico: «Si quieres, te llamo…». En otras palabras, parece que muchos no eligen entre dos alternativas, sino que la única opción que tienen disponible a la hora de hablar es la que incluye el pronombre: «Si tú quieres, yo te llamo».
La apertura del español estándar se manifiesta de manera aún más clara a través de ciertas unidades léxicas, cuyas distinciones se suelen aceptar con menor resistencia que las diferencias fonéticas y morfosintácticas. Así, no parece molestar a muchos el hecho de que en un lugar se llame patata, zumo y piso, lo que en otros es papa, jugo y apartamento, respectivamente.
También aquí es necesario enfatizar que dentro del conjunto general del léxico hispánico, las diferencias son realmente mínimas en comparación con el vocabulario compartido, lo que permite la fácil comunicación entre los hablantes de las diversas naciones del mundo hispánico.
Resulta interesante examinar las primeras 20 palabras disponibles en el campo léxico del transporte, que se presentan en el cuadro 1, en distintos lugares del mundo hispánico.11 Esta pequeña muestra sirve para destacar, dentro de la gran masa de léxico común (avión, barco, tren, bicicleta, caballo, helicóptero, bote, taxi), algunas diferencias que indiscutiblemente permiten caracterizar la lengua estándar de cada país, como pueden ser: Chile: auto; Madrid: coche; Méx., P. R. y R. D.: carro; Chile: bus-micro; Madrid: autobús; Méx.: camión; P. R. y R. D.: guagua.
Chile | Madrid | México | Puerto Rico | Rep. Dominicana |
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1. auto 2. avión 3. bicicleta 4. bus 5. micro 6. barco 7. tren 8. camión 9. moto 10. camioneta 11. metro 12. taxi 13. caballo 14. colectivo 15. helicóptero 16. bote 17. lancha 18. carreta 19. triciclo 20. patín |
coche avión autobús barco tren bicicleta motora motocicleta carro camión caballo patín tractor metro a pie helicóptero taxi carreta lancha triciclo |
camión avión barco carro bicicleta coche metro taxi tren lancha trolebús helicóptero patineta patines autobús combi caballo avioneta moto burro |
carro avión bicicleta guagua barco tren motora caballo helicóptero patines lancha camión carreta autobús bote triciclo a pie taxi automóvil patineta |
carro bicicleta motor avión barco guagua camión caballo camioneta tren burro helicóptero pasola yola avioneta coche autobús carreta patín triciclo |
Para terminar, quisiera repetir las palabras de mi maestro Alvar: «Las cosas están claras: no hay un español mejor, sino un español de cada sitio para las exigencias de cada sitio. Al margen queda lo que la comunidad considera correcto y eso lo es en cada sitio de manera diferente. El español mejor es el que hablan las gentes instruidas de cada país: espontáneo sin afectación, correcto sin pedantería, asequible por todos los oyentes».12 A este mismo respecto, Lapesa señala que «la versión culta peninsular de la lengua española no es la única legítima: tan legítimas como ella son las versiones cultas de cada país hispanoamericano».13 Es también muy acertada la reflexión de Coseriu cuando afirma: «Madrid es la capital de España, pero no es la capital del español», después de señalar que «las formas reconocidas como típicamente madrileñas (si no las dice un español) resultan —en América— afectadas en la mayoría de los casos y de las situaciones».14 Dentro de esta línea de pensamiento, Ávila sugiere que «en vez de pensar en una norma unitaria, habría que promover la unidad esencial dentro de la diversidad. Los modelos del bien hablar están dentro de cada país o cada región. Esos modelos son el sustento de la norma general, los que la nutren y fertilizan».15
En definitiva, la estructura de la lengua española estándar se sustenta en un componente básico general, panhispánico o internacional, que constituye una norma común. Sin embargo, en lo que respecta a una serie de elementos fonéticos, sintácticos y léxicos, se diversifica y puede decirse que deja de ser internacional para hacerse nacional; se convierte, simplemente, de panhispánica en hispánica.
Está claro que la imposición de la norma de un lugar sobre la de otro supone un craso desconocimiento de la esencia social de la lengua, que adquiere en cada país su color peculiar. Tal suplantación genera una terrible alienación, semejante a la que resultaría de implantar en un sitio las tradiciones o las comidas típicas de otro.
Si se admite la noción de español estándar, éste debe entenderse como un sistema elástico, como un amplio conjunto de posibilidades que admite diferentes realizaciones. Uno de sus rasgos esenciales es su relativa flexibilidad. Aceptar esa elasticidad constituye precisamente un signo de que se entiende la naturaleza de la lengua, que manifiesta su riqueza a través de la variabilidad. Esa variabilidad inherente de la lengua es lo que le permite a cada hablante expresarse como es, de manera que todos, tanto los castellanos como los rioplatenses, los salvadoreños como los mejicanos, los chilenos como los dominicanos puedan sentirse cómodos y a gusto hablando la misma lengua, pero manteniendo su propia identidad.