El conocimiento médico, particularmente en terapéutica, se renueva totalmente cada cinco años. La generación de información es tan abundante que numéricamente no tiene precedente en la historia de la cultura, algunos datos nos permiten delinear su magnitud; el Institute for Scientific Information, que define y ordena las publicaciones médicas, tiene indexadas más de 1240 revistas periódicas en biomedicina que producen mensualmente varias decenas de miles de artículos originales enunciando nuevos conocimientos que modifican el conocimiento previo y que ocasionalmente crean un nuevo paradigma que transforma radicalmente la concepción de un problema médico. Esta abundancia de información rebasa, con mucho, la capacidad individual de analizar y actualizar conceptos en grandes áreas de la medicina, llevando como una de sus consecuencias la supraespecialización, en donde el médico domina con razonable profundidad una pequeña área del conocimiento en una determinada especialidad. El dominio cada vez es menos vasto pero más profundo, creando constantemente nuevas áreas de experiencia fraccionada. Esta circunstancia tiene riesgos y beneficios; por un lado, dificulta la visión integral del enfermo, una de las metas cruciales de la medicina; por otro lado torna, en incontables circunstancias, más eficaz la intervención médica.
El ejercicio actual de la medicina por muchas razones se encuentra en franco contraste con el de tiempos pasados en donde el mismo médico conocía y participaba en todas las dolencias de sus enfermos, pero casi siempre con muy limitadas posibilidades de intervención efectiva. La marcha impetuosa de la medicina científica, que tuvo su época de oro en el siglo xx, permitió que el médico, por primera vez en los cuarenta mil años de historia social humana se tornase altamente eficiente en el arte de curar enfermedades. Sólo hay que recordar que antes del siglo xx de pocas enfermedades conocíamos sus causas y aún en más pocas poseíamos remedios efectivos. La medicina científica fue tan exitosa que en menos de 100 años se duplicó la expectativa promedio de vida al nacer del ser humano, de poco más de 30 años a principio del siglo xx a más de 70 años al finalizarlo. Aunque las causas de este espléndido resultado son muchas, entre ellas el desarrollo urbano, la mejoría económica de amplios grupos sociales, medidas efectivas de sanidad e incremento promedio del nivel educativo, la investigación biomédica y el reduccionismo científico encontraron formas eficientes de tratamiento y prevención en todas las principales causas ancestrales de muerte y enfermedad. Tan es así, que ahora, al inicio del siglo xxi, las enfermedades neoplásicas y degenerativas, y no las infecciosas como fue tradicionalmente, ocupan los primeros lugares de mortalidad. La característica fundamental de la investigación biomédica moderna es que genera piezas de información minúscula y efímera para ser insertadas a la mayor brevedad en el enorme rompecabezas del conocimiento actual; la mayoría de estas piezas sustituyen a otras cuya vigencia termina y así se expande el conocimiento, que a su vez inaugura otras múltiples interrogantes generando nuevos horizontes llenos nuevamente de una gran incertidumbre. Este hecho contrasta con la idea popular de que la ciencia posee verdades y una gran certeza. El avance veloz de la informática científica produce una creciente expectativa para resolver las múltiples interrogantes recientemente creadas y por conocer y descubrir fragmentos de conocimiento en áreas aún resistentes al escrutinio científico. Un ejemplo de esto último es el estudio multidisciplinario de la mente humana con el que, reforzados por multitud de conocimientos fragmentados y una impresionante tecnología, tenemos la sustentada ambición de pronto llegar a comprender el proceso biológico del pensamiento.
El auge que ha tenido la investigación científica en los tiempos modernos propició el señalamiento, en las postrimerías del pasado siglo, de que el noventa por ciento de los científicos que alguna vez existieron estuvieran todavía vivos. Como una clara explicación de los nuevos ritmos y magnitud de la investigación actual. La expansión logarítmica de instituciones dedicadas a la investigación científica ha propiciado la profesionalización de cientos de miles de investigadores dedicados de tiempo completo a generar nueva información en áreas puntuales de la biomedicina. Como consecuencia natural, el conocimiento en medicina se ha expandido también en forma logarítmica, más aún, todo parece indicar que en el futuro inmediato esta tendencia continuará exponencialmente.
Gracias a las ciencias de la computación y la informática como productos notables de la ciencia y la tecnología hemos logrado tener acceso rápido y eficiente a los millones de datos que genera la investigación biomédica. Con esta tecnología podemos individualmente mantenernos actualizados en áreas selectas de la medicina, pero este proceso de actualización constante requiere, además de un permanente esfuerzo personal, el mantener métodos de acceso a la información que sean a la vez oportunos y confiables. Sobre estos dos adjetivos, oportuno y confiable, pretendo elaborar argumentos para tratar de ubicar la presencia del idioma español en la investigación biomédica, firme sustento de la medicina moderna.
De manera cotidiana, no pasa como en otras épocas, la información médica se genera en miles de laboratorios e instituciones de todo el mundo, en muchos idiomas y por personajes discímbolos cuya única identidad grupal es la cohesión a través de las revistas científicas donde publican sus hallazgos. Debido a la premura para incorporar el nuevo conocimiento hay un acuerdo general, logrado después de muchos años de discusión y vigente prácticamente en todas las publicaciones científicas indexadas internacionalmente; el producto de la investigación científica se publica en un solo idioma, el inglés, independientemente del idioma del país o región donde se efectuó la investigación original. Este acuerdo ha permitido la comunicación efectiva entre actores, sin barreras idiomáticas. En este aspecto hay una desventaja tácita para los científicos no anglohablantes, la necesidad de publicar y expresarse en congresos y reuniones científicas exclusivamente en inglés. De esta forma, los idiomas más importantes, español, francés, ruso, alemán, japonés, chino, árabe, hebreo, etc. han tenido que ceder sus naturales conveniencias regionales de lenguaje en aras del pragmatismo y la rapidez de comunicación en un solo idioma, que por convención, en nuestros tiempos es el inglés. Sin embargo, en distintas épocas de la historia, de acuerdo a factores de preponderancia militar, técnica, académica o económica ha habido convenciones similares hacia el latín, el español, el francés y el alemán. En esta época el acuerdo aceptado, aún a regañadientes, es que la comunicación científica fluye en inglés.
Hasta hace pocas décadas muchos textos científicos se editaban en diversos idiomas; así eran comunes las revistas y libros científicos con información original escritos en alguna lengua escandinava, o en francés, alemán, etc. y también era común la traducción de estos textos a muchos otros idiomas; esta circunstancia va desapareciendo con una gran celeridad. Los costos de traducción y reimpresión se vuelven prohibitivos y complicados, y se aúnan a la natural dificultad de traducir diáfanamente textos científicos. Aún más importantes que los costos y dificultades técnicas son los tiempos: necesariamente el arduo proceso de traducción requiere tiempo, tiempo que es invaluable en la tarea de actualización. En el mejor de los casos, una vez que una información aparece en un idioma su traducción requiere de muchos meses para que aparezca en un nuevo texto. Este retardo es inaceptable en la marcha vertiginosa del conocimiento médico, el depender de traducciones lleva implícito el riesgo de mantenerse en una permanente desactualización aun cuando hubiese gran voluntad y perseverancia. Otro obstáculo que conlleva la adquisición de información mediante traducciones es que la mayoría de los textos y las revistas más influyentes nunca son traducidos, privando así al médico de múltiples datos a los que no tendrá acceso.
Parece ser que por razones de tiempo, costos, pertinencia y facilidad el médico moderno, en cualquier parte del mundo está destinado a leer la información científica relevante en un solo idioma, el inglés. Este hecho por lo menos tiene la ventaja de que con el manejo razonable de este idioma tendrá acceso total a cualquier información, en lugar de tener que leerla en el idioma original de los investigadores que generaron este conocimiento, que bien pudiera ser ruso, sueco o japonés. El carácter universal de la ciencia médica, en donde las enfermedades son las mismas independientemente de regiones, es importante uniformizar y facilitar la comunicación que permita ofrecer al enfermo lo último y mejor que el talento científico ha elaborado. Sin parroquialismos, independientemente del país o países que hayan participado en su descubrimiento. Una ventaja adicional de la comunicación monoidiomática es la posibilidad de intercambio hablado del conocimiento y de que un médico, en cualquier parte del mundo sólo necesita hablar un idioma adicional al suyo para tener acceso irrestricto a la información actualizada. Desde luego, si el médico es anglohablante tendrá la ventaja del menor esfuerzo, pero su horizonte cultural será necesariamente más estrecho. Como neurólogo de oficio e investigador del sistema nervioso me atrevo a afirmar que el dominio de varias lenguas sirve de espléndido ejercicio al funcionamiento cerebral.
Toda la disgregación anterior atañe a la circunstancia específica de comunicar internacionalmente información puntual generada por los protocolos de pesquisa académica.
El idioma español, con su enorme riqueza debe mantener su vigencia en todas las formas de comunicación; la medicina una de las más importantes. Obviamente, el idioma español en medicina, al igual que lo hacen los médicos, debe actualizarse permanentemente y continuar su influencia y vigencia en todo el mundo de habla hispana. Un grave problema que enfrenta nuestro idioma, en buena parte consecuencia de lo descrito en los párrafos anteriores, es la incorporación desmedida e innecesaria de anglicismos en el lenguaje cotidiano de la práctica médica. Por ser un oficio dependiente de la generación de nuevos conocimientos, en medicina, como en otras áreas del conocimiento, se generan neologismos para definir conceptos novedosos o hallazgos sin precedente nominal; de esta forma se tienen que acuñar constantemente términos nuevos que claramente definan un nuevo procedimiento, una sustancia, un padecimiento, un agente infeccioso o un síntoma de reciente descripción. Los neologismos que aclaran estos conceptos habitualmente son prerrogativa del investigador que realizó el hallazgo o el desarrollo tecnológico.
Consecuentemente, la mayoría son articulados inicialmente en inglés. La gran versatilidad y recursos del idioma español aseguran que casi todos los neologismos tengan una traducción adecuada que nos permita incorporar nuevos vocablos que enriquecen el idioma y mantienen nuestra identidad cultural sin menoscabo de nuestra vigencia científica. Mi propuesta concreta sería crear una Comisión Hispanoamericana de revisión y consulta permanente, que mantenga actualizada la terminología médica en español y que promueva la edición renovada en nuestro idioma no de textos traducidos, sino de textos creados y sintetizados originalmente en español. Que sirvan de referencia básica para estudiosos de la medicina. La trascendencia de estos textos sería, al menos doble; primero permitirá adaptar toda la terminología científica novedosa a nuestro idioma, y segundo, serviría como marco referencial de incorporación de la informática médica actualizada a nuestras peculiaridades regionales. Esta revisión de los grandes temas médicos sería usada a través de las fronteras en los muchos países de habla hispana como un elemento de enseñanza médica que permanentemente articule con la mayor frescura la permanencia del español en la cotidianeidad médica.
En torno a la adopción regional de las novedades médicas mucho se discute en la actualidad la imperiosa necesidad de una rutina crítica que permita no la adopción indiscriminada de novedades científicas ni el cambio insensible de tradiciones y técnicas en un afán permanente de renovación y actualización sin una evaluación ponderada de los aspectos sociales, culturales y económicos que están indisolublemente unidos a la cotidianeidad médica.
Me permitiré exponer algunas circunstancias que ejemplifican lo anterior. La epidemiología de las enfermedades es notablemente diferente de acuerdo a características regionales; un dato que puede ser válido en un país puede no serlo en otro. En el campo de mi experiencia, la neurología, la causa más común de inicio de epilepsia en la edad adulta, según dicen los textos modernos, son tumores y alteraciones vasculares del cerebro, esto es cierto en países de Europa y de Norteamérica donde se generó esta información, sin embargo no es cierto en Latinoamérica ni Asia ni África, en donde, con mucho, la causa más común de epilepsia en adultos son las enfermedades infecciosas y parasitarias del sistema nervioso. Si nosotros, por ejemplo en Latinoamérica, sólo nutrimos nuestros conocimientos indiscriminadamente con información generada en otras latitudes sin hacer nuestra propia participación científica hay grandes probabilidades de que aun con una gran erudición actualizada, nuestro ejercicio pragmático del conocimiento sea errático. Otra enfermedad, la esclerosis múltiple, es uno de los padecimientos neurológicos más frecuentes en Europa y Norteamérica y causa principal de incapacidad, mientras que en otras regiones de América esta enfermedad es excepcional. Así podríamos mencionar múltiples ejemplos de variaciones geográficas. En el aspecto económico, la investigación moderna produce muchos medicamentos novedosos que son sólo discretamente más eficaces, en términos porcentuales, que otros fármacos tradicionales consagrados por muchos años de uso; sin embargo, muchos de estos nuevos medicamentos son diez y veinte veces más costosos que los tradicionales. El análisis ponderado de costo-beneficio de acuerdo a las características regionales es ahora un compromiso ineludible del médico, sujeto a la invasión incontenible de propaganda e información científica mezclados con fines primordialmente comerciales de parte de la industria farmacéutica, que propicia muchos médicos adopten indiscriminadamente los fármacos de última moda, de alto costo y dudosa superioridad, que encarecen a la medicina y afectan a millones de pacientes no asegurados y con escasos recursos que, o no podrán acceder al tratamiento o lo abandonarán por razones financieras antes de obtener su beneficio máximo. Estos, y muchos otros argumentos similares apuntan a la necesidad imperiosa de una visión integral, humanista y matizada culturalmente del ejercicio de la medicina en donde el idioma español, vínculo de todos los oficios en nuestra sociedad sirve de enlace para enriquecer el ejercicio cotidiano de la medicina.
La combinación de los valores ancestrales humanísticos y sociales de la medicina tienen que acomodar ahora una creciente tecnología y un impresionante acerbo de información científica innovadora. El lenguaje, como la expresión característica de la inteligencia, será la herramienta para forjar la nueva medicina que tanto demanda la sociedad. Una medicina que sea a la vez eficiente, considerada, amable y a la medida de cada paciente y su circunstancia. En el mundo de habla hispana tenemos que elaborar nuestros oficios en torno a una nueva realidad; debemos insertarnos con gran prestancia en la marcha fascinante de la investigación científica moderna y a la vez promover y preservar nuestros valores culturales que tanto han aportado a la humanidad. Debemos, para lograr este fin, promover la investigación científica y así las contribuciones al conocimiento universal del talento hispanoamericano; debemos también generar un ambiente académico que pondere y adopte los cambios científicos y tecnológicos de acuerdo con nuestras realidades regionales. Para esto debemos entender y hablar inglés, el idioma actual de expresión de la ciencia y debemos enriquecer, defender y cultivar el español, nuestra herramienta básica de expresión e identidad.
Las revistas médicas parroquiales, órgano de expresión de sociedades médicas, tienen un gran valor en la formación de recursos humanos y en la comunicación entre pares. En muchas regiones hay discusión sobre su pertinencia ante las revistas indexadas internacionales. En mi opinión las revistas institucionales y locales en idioma español tienen un lugar irremplazable en el campo educativo y son elemento de cohesión e identificación institucional, en ellas se debe reforzar la calidad editorial, la buena escritura, la sintaxis y muy especialmente su ortodoxia científica; creo que estas revistas deben ser el monitor de la incorporación de los datos científicos al ambiente cultural e histórico de la región sobre todo con artículos de revisión, y aquéllos de interés primordialmente grupal. En resumen, creo que el gran valor de las revistas médicas en español es la incorporación de la medicina al contexto de la cultura hispanohablante y a través de ésta a la cultura universal, suma indisoluble de ciencia y humanismo. Por otro lado, los descubrimientos puntuales sobre el fenómeno médico y los productos originales de la investigación científica creo que deben ser publicados en revistas de circulación internacional en inglés, el idioma en que éstas se expresan y así insertar esta aportación al conocimiento universal que beneficia al ser humano independientemente de su raza, lengua y ubicación geográfica.
Debemos, sobre todo y como en los mejores tiempos, incorporar con una gran fuerza la creatividad científica y las aportaciones de nuestros investigadores al conocimiento universal. Una actitud pasiva y receptiva del conocimiento generado exclusivamente en otras latitudes y por otras culturas son el camino más rápido a la colonización intelectual.