A mediados de los años 80, cuando la llamada Sociedad de la Información era poco más que un barrunto, un distinguido experto inglés en temas de comunicación, Anthony Smith, publicó un libro de título un tanto llamativo: Goodbye Gutenberg (Smith, 1984). Estábamos todavía en un rudimentario teletex o videotex y ya Smith vaticinaba —bien que un tanto retóricamente— la muerte del libro tradicional y por extensión de la cultura impresa, lo que equivale a decir de los sistemas de producción e intercambio de contenido simbólico unilineal o secuencial, que han nutrido hasta hoy nuestro acervo intelectual.
Era un exponente más de esa especie de concepción rupturista de las culturas que tiene ya numerosos antecedentes literarios, desde el célebre «ceci tuera cela» que pronuncia el famoso personaje de Víctor Hugo, Frollo, en El jorobado de Notre Dame, comparando un libro con su catedral, hasta, como nos recuerda Eco, la apreciación mucho más reciente que en el mismo sentido hiciera el desenfadado M. McLuhan oponiendo una moderna discoteca de Nueva York con la vieja Galaxia Gutenberg. Y muchos otros.
Pero hoy tenemos ya razones fundadas para saber que las culturas, los sistemas educativos, los modelos de creación y transmisión del conocimiento, no se cortan: sus objetos, sus ideas, sus productos, sus procesos, se transforman y se superponen; rara vez se anulan.
Pero, una vez prevenidos contra esa especie de ideología emergente y de doble cara (la de los apocalípticos e integrados, por seguir con Eco) que nace de la creencia en el determinismo tecnológico, hay que admitir, por obvio, que la incorporación, un tanto vertiginosa, de las llamadas nuevas tecnologías de la información y de la comunicación está induciendo cambios significativos —seguramente profundos en algunos casos— en todos los planos y en todos los terrenos de la comunicación, la educación y la cultura.
Como señala Bettetini (Bettetini, G y Colombo, F, 1980) el universo de la comunicación —y ello es también aplicable al mundo educativo— no sólo ha resultado afectado en sus modalidades operativas —que lo ha sido mucho—, sino también en los valores y en los aspectos culturales «puestos en juego».
Con esa proclividad realmente tesonera que suelen mostrar algunos cultivadores de las ciencias sociales para inventar y reinventar paradigmas, ya ha empezado a hablarse, en este caso parece que con cierta propiedad, de uno nuevo y con amplia capacidad de irradiación: el paradigma digital. Ser digital, Mundo digital (Negroponte, 1995), Sociedad digital (Terciero, 1996), son tan sólo unos cuantos títulos de los centenares de libros que en los últimos años abonan un mismo discurso, más bien radical sobre este nuevo paradigma.
Cualquiera que sea el alcance de este nuevo modelo —totalizador como pretenden algunos o incierto y fragmentario como proponen otros— lo cierto es que afecta esencialmente al universo comunicativo, pero también, y en la misma medida, a los procesos educativos y culturales, se sustenta sobre tres bases fundamentales, de distinto rango y en distinto estadio de desarrollo:
Por muy cauteloso que uno sea a la hora de evaluar la influencia de este modelo que hemos descrito, basado en contenidos digitales y en redes de comunicación multimedia, debe admitir que los sistemas educativos en general y particularmente los modos —si no modelos— de impartir docencia y realizar investigación en la universidad se van a ver —se están viendo ya— fuertemente concernidos.
En un reciente trabajo, Arcadio Rojo (Rojo, 2001) contrasta lo que considera el paradigma clásico universitario con lo que, a su juicio, serían las claves de un nuevo paradigma docente-profesional-telemático. El primero, es decir, el pasado-presente, se basa en elementos tales como el conocimiento estructurado en forma unilineal; la lección magistral como forma de transmisión del conocimiento; la clase como espacio físico común y en tiempo real, y la finalidad teórica del conocimiento: comprender y memorizar conceptos, mientras se relega la transmisión de habilidades profesionales.
El segundo, el modelo presente-futuro, se caracterizará por la estructuración del conocimiento en forma multilineal, mediante el hipertexto; el uso de los cinco (¿sólo cinco?) lenguajes multimedia: texto, sonido, gráfico, imagen sintética, vídeo…; la creación y trasmisión multilocacional y en tiempo no real del conocimiento, y una finalidad especialmente orientada a la preparación de profesionales competentes.
Aunque la aproximación de este autor sea notoriamente reduccionista —más aún si se considera su voluntariosa propuesta de ese nuevo paradigma que describe y al que nos presenta, con clara denominación de origen, como Hiper Media Decisión Net— de su descripción se pueden abstraer, sin embargo, una serie de elementos que están ya en la base de los cambios que se están produciendo en el sistema docente e investigador de nivel superior, bien que sobre todo en ámbitos anglosajones, y que comienzan a poco más que a vislumbrarse en el entorno castellanohablante.
Además de la posibilidad de enseñanza no presencial, multilocacional y en tiempo no real, del carácter multimedia de los contenidos, y la organización multilineal de la información y el conocimiento, así como de la indudable tendencia a una mayor especialización profesional, yo añadiría algunos otros aspectos, que considero más relevantes en la medida en que obedecen a características o potencialidades específicas de las redes digitales avanzadas que van a configurar el entramado de la nueva estructura comunicativa:
Por lo demás, es en el propio mundo universitario e investigador donde se desarrolla en buena medida el fenómeno de Internet como plataforma reticular para la transmisión e intercambio de información y conocimiento. Aunque la red de redes, como bien se sabe, fuera creada por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, hace ya más de 30 años, durante cerca de dos décadas se expandió sobre todo dentro del ámbito académico y científico con servicios básicamente de correo electrónico y transferencia de ficheros, antes de convertirse en el espectacular fenómeno cada vez más popular y comercial que fundamentalmente es hoy. En los últimos años se ha abierto una nueva línea de trabajo —en el seno de la más prístina aristocracia de Internet— encaminada a volver a hacer de la red de redes —mejor dicho, de una parte de estas redes— un espacio esencialmente dedicado al intercambio de conocimiento, al trabajo académico y científico, con mucha más velocidad en las transmisiones y mayor ancho de banda. Todo parece indicar que ha de ser una red más o menos alternativa, aunque sin duda no le será posible —ni sería deseable— mantenerse al margen del esquema global de Internet.
En España, el despegue, desde finales de los años 80, de la red Iris —trasunto prematuro de la Internet académico-científica desarrollada en Estados Unidos— ha permitido más aún que una comunicación operativa con la comunidad científica, el acercamiento de docentes e investigadores, y en alguna medida también de los alumnos, a las posibilidades que ofrecen las nuevas redes. Ya a mediados de los 90 han comenzado a surgir iniciativas más avanzadas, tanto en lo que se refiere a enseñanza y formación a distancia, con algunas universidades más o menos virtuales, como a la utilización de los nuevos recursos como apoyo de la enseñanza presencial, con un creciente número de campus virtuales o globales, es decir, redes privadas o corporativas, mediante las cuales algunas universidades han comenzado a desarrollar servicios, fundamentalmente de comunicación y administración antes que de enseñanza e investigación dentro de los campus. De forma más generalizada han proliferado también las web creadas y mantenidas por los centros universitarios, que en los últimos años han pasado de las páginas informativas estáticas a portales que, con muy desigual grado de sofisticación, ofrecen servicios en red, todavía muy elementales en general, fundamentalmente correo electrónico, junto con otros de carácter administrativo. Apenas se ha iniciado, sin embargo, la utilización de las redes —privadas o públicas— para facilitar la labor genuinamente académica, a falta de herramientas adecuadas tanto para la gestión de contenidos como para la creación de grupos o comunidades virtuales, probablemente a causa del insuficiente desarrollo o infrautilización de los recursos de comunicación, pese a las considerables potencialidades que ofrecen en cuanto a control y velocidad de transmisión las modernas estructuras tecnológicas de carácter corporativo o local de las que se están dotando, a través de Telefónica, un buen número de universidades.
Carezco de datos precisos para evaluar la situación en el resto de la comunidad iberoamericana, pero todo indica que sólo en una estrecha y minoritaria banda de centros y países se acerca a la situación que se ha descrito para España. Salvo, huelga decirlo, el ámbito castellanoparlante inserto en Estados Unidos.
Si en la situación que hemos esbozado el grado de utilización de las tecnologías de la comunicación y específicamente de Internet en los campus, al menos en lo que se refiere al plano académico científico, es todavía muy balbuciente, lo que podríamos llamar la comunicación y el intercambio intercampus, entre la comunidad académica de distintos países y universidades, es prácticamente, digamos inédita, salvo casos contados de carácter generalmente bilateral o aquellos que animosamente propician grupos aislados de profesores o investigadores.
En un informe todavía reciente (aunque parezca antiguo a la luz del tempo extremadamente rápido con el que se están irrumpiendo los avances tecnológicos) sobre la lengua española en las autopistas de la información y en el entorno multimedia, dirigido por el profesor Francisco Marcos Marín (Fundesco, 1996) se prescribía ya la urgencia de disponer de estrategias nacionales y regionales para el desarrollo del las infraestructuras de información en el ámbito latinoamericano, fundamentalmente vertebradas por la materia prima de la lengua castellana. Se proponían algunas pautas, como la conveniencia de un desarrollo coordinado de los sistemas de información; la convergencia en políticas industriales para el desarrollo de productos multimedia en castellano y la articulación de una política de información cultural global a través de las redes; en el plano más propiamente universitario, la coordinación de las políticas educativas teniendo en cuenta las redes y el multimedia. En este informe se encomendaba la iniciativa al gobierno español.
Es indudable que algunos pasos se han dado en este sentido. En el terreno principal, el desarrollo de las redes y servicios, la presencia de Telefónica en muchos de estos países está favoreciendo un pronto despegue y extensión de modernas infraestructuras de telecomunicaciones.
En el ámbito propiamente universitario, esta coordinación de esfuerzos debería traducirse, como se ha dicho, en la creación de espacios intercampus en Internet, que fomenten no sólo la comunicación, sino también la actividad académica entre universidades y ciudadanos del mismo o distintos países o ámbitos geográficos iberoamericanos.
En el actual estadio de desarrollo de las redes —en el que la banda ancha, sobre todo ADSL, comienza a desplegarse con fuerza, pero todavía no está, ni mucho menos, generalizada— el planteamiento inicial de este espacio intercampus debe sujetarse a las coordenadas que ofrece hoy Internet, aunque orientando los esfuerzos en las líneas marcadas por los postulados de la llamada Internet 2.
Pero ¿es hoy posible desarrollar un portal universitario generalista, que permita la configuración de un espacio intercampus y, con él, la creación e intercambio de conocimientos entre la comunidad académico-científica iberoamericana en Internet?
La Fundación Telefónica ha apostado, desde luego, por la viabilidad de un proyecto de ese tipo, con todas las limitaciones que, como se ha dicho, impone el actual estado de las estructuras de comunicación y las tecnologías de producción y gestión de contenidos multimedia de carácter académico.
Una iniciativa de este calado es obvio que debe asentarse sobre fundamentos tecnológicos y educativos sólidos, y aun así no cabe esperar resultados espectaculares a muy corto plazo. Resulta también evidente que se trata de un proyecto necesariamente evolutivo, ya que deberá ir acompasando tanto las infraestructuras técnicas como los contenidos al incesante avance de las tecnologías y dispositivos multimedia, pero también y muy especialmente a la extensión de su práctica entre los colectivos universitarios.
En la situación actual, creemos que un espacio intercampus iberoamericano para que pueda cumplir la función presupone al menos las siguientes bases o requisitos principales:
Éstas son las bases que han orientado el portal universitario CampusRed, puesto en marcha, con carácter social (es decir, no comercial) por la Fundación Telefónica hace ya año y medio, al que se han sumado ya distintas universidades, además de otras instituciones educativas. Se trata de un portal generalista y global que está dirigido al conjunto de la comunidad universitaria iberoamericana, con la razonable aspiración de convertirse en un espacio virtual de referencia para compartir información y conocimientos. Presenta notorias diferencias tanto con los portales de las universidades como con otro tipo de iniciativas universitarias en la Red que han surgido después. Ofrece una amplia cobertura de información (tanto académica como de actualidad) y facilita los servicios más avanzados existentes en la Red; pero, sobre todo, se distingue por su enfoque netamente intercampus, en el sentido descrito, y, dentro de la misma lógica, por el permanente esfuerzo de crear e implantar las herramientas más avanzadas para la elaboración y gestión de contenidos. Voy a describir brevemente algunos de los elementos que componen este modelo, la mayor parte de los cuales están ya operativos en el portal.
Intercampus cuenta con una potente plataforma tecnológica integrada, que gestiona la Fundación Telefónica, y cuenta con el apoyo del grupo de empresas de Telefónica. Soporta los servicios más novedosos que en estos momentos existen en la Red y está a disposición de docentes, investigadores y alumnos. Gracias a esta plataforma tecnológica y de una forma rápida y sencilla, se pueden crear espacios de trabajo virtuales que cuentan con todas las herramientas necesarias para llevar a cabo tareas de docencia e investigación a través de Internet.
Intercampus aprovecha las posibilidades que ofrece la Red para organizar grupos de trabajo virtuales y facilitar una comunicación sin limitaciones geográficas y sin horarios. Intercampus posibilita:
Intercampus permite formar grupos de trabajo entre personas de la comunidad universitaria (profesores, alumnos, investigadores…), para que realicen sus actividades utilizando los recursos que proporciona Internet y que se han integrado en la plataforma de Intercampus.
Una vez creado y aprobado el grupo, cada espacio de trabajo virtual contiene una serie de recursos que permiten a los profesores universitarios convertirse en administradores de la actividad académica, así como preparar contenidos, documentos, ejercicios, etc., para lo cual disponen de herramientas sencillas o avanzadas según sus habilidades.
Pero quizá el aspecto más interesante de Intercampus lo constituye el sistema de comunicación inserto en la plataforma que comprende un conjunto de servicios propios y privativos de cada grupo para facilitar la integración virtual de sus componentes:
El administrador tiene acceso a estadísticas de uso de los distintos recursos por parte de todos los miembros del grupo de trabajo.
La plataforma dispone además de:
Herramienta de trabajo en línea, con recursos para crear contenidos pedagógicos en formato web: editores de creación de páginas web y HTML, editores avanzados, accesorios HTML, editores de imagen, etc.
La mediateca, un espacio abierto a los grupos de trabajo que forman parte de Intercampus para que puedan alojar archivos con documentación y materiales académicos multimedia de distintas materias y en todos los formatos. También contiene el material multimedia que desarrolla o adquiere el portal.
El aula abierta, desde la que se pueden seguir retransmisiones de eventos en directo: jornadas, congresos, conferencias magistrales… (Gráfico 2)
CampusRed colabora de forma permanente con grupos de expertos que realizan estudios técnicos y desarrollan nuevas herramientas en español, o adaptadas a nuestro idioma, para facilitar la labor de docentes e investigadores. Aunque por razones comprensibles de discreción profesional no pueden detallarse estos proyectos, cabe decir que se están llevando a cabo en tres campos:
Es evidente que la integración del trabajo virtual en las actividades reales de profesores e investigadores requiere no sólo disponer de herramientas y plataformas adecuadas, sino también —y quizá especialmente— del convencimiento por parte de la comunidad académica de la utilidad y accesibilidad de los nuevos recursos. Y esta convicción supone el requisito previo de formación o adiestramiento adecuado. Desde este punto de vista, CampusRed ha creado una Escuela de las Nuevas Tecnologías integrada en el portal y fundamentalmente orientada a:
Dentro de los convenios de colaboración que se están haciendo con distintas universidades se prevén también jornadas y sesiones presenciales de adiestramiento de grupos de profesores e investigadores.