El acceso a la información de las instituciones europeas es cada vez más sencillo. Desde cualquier ordenador conectado a Internet puede consultarse un enorme volumen de documentación multilingüe. Teniendo en cuenta que muchos de estos recursos se actualizan periódicamente y que tanto su estructura como su ubicación pueden sufrir cambios, no creo necesario hacer aquí un listado descriptivo de los contenidos y posibilidades de bases de datos, archivos electrónicos y catálogos de información disponibles. Me limitaré a hablar de aspectos concretos, algunos puede que polémicos, de nuestros principales productos lingüísticos y, en particular, de aquéllos que más pueden interesar a los traductores. Este texto está concebido para ser leído en soporte electrónico y facilitar, a quien desee espigar en las fuentes, el acceso a los enlaces (texto en azul y subrayado) desde un ordenador conectado a Internet. Las direcciones de los enlaces están actualizadas a primeros de septiembre de 2001.
Las principales bases de datos documentales de las instituciones europeas son multilingües, por esta razón tienen una cierta utilidad como recurso terminológico. Además, debido a la importancia de la traducción, todas las instituciones, y en particular la Comisión Europea, tienen recursos específicamente terminológicos que en los últimos años son accesibles gratuitamente desde el exterior de las instituciones.
Aprovechando la ocasión única de tener como interlocutores en este panel a destacados especialistas y profesionales de la traducción, me gustaría contribuir a cruzar la frontera de la traducción con las siguientes reflexiones sobre la manera en que se crean y difunden los recursos lingüísticos en una institución internacional como es la Comisión Europea y apuntar algunas ideas sobre lo que sería, a mi modo de ver, deseable en el futuro inmediato.
El primer Reglamento del Consejo de la Unión Europea, aprobado el 15 de abril de 1958, referido al régimen lingüístico de las instituciones, considera lenguas oficiales y de trabajo las lenguas oficiales de los Estados miembros y establece que los reglamentos y demás textos de alcance general se redactarán en las once lenguas oficiales. En rigor sólo cabría aplicar el verbo redactar a las llamadas lenguas de procedimiento: inglés, francés y, en menor medida, alemán. El siguiente gráfico recoge la situación del año pasado.
De este gráfico corresponden al inglés 690 224 páginas, al francés 406 398, al alemán 51 245 y al español 18 868. En lo que va de este año (enero a septiembre de 2001), el número de páginas originales traducidas en nuestro servicio de traducción se refleja en la tabla 1.
EN | 530 465 | IT | 19 246 | EL | 10 400 | DA | 5607 |
FR | 280 732 | ES | 15 514 | SV | 7541 | FI | 5412 |
DE | 42 338 | NL | 14 174 | PT | 6212 | Otras | 1856 |
Vemos que, en ocho de las once lenguas oficiales, es muy poco lo que se redacta y mucho lo que se traduce. La traducción, al garantizar un cierto equilibrio entre lenguas oficiales, es el principal soporte del multilingüismo, imperativo político enunciado en el mencionado Reglamento n.º 1 y ratificado en el artículo 21 del Tratado de Ámsterdam.
El gráfico 2 muestra que se tradujeron casi las mismas páginas al español que al danés, griego, neerlandés y portugués. Si tenemos en cuenta el número de páginas traducidas en lo que va de este año, el español avanza un puesto y queda en el cuarto lugar, tras las lenguas de procedimiento y por delante del italiano. Veamos ahora algunas cifras sobre la terminología en la Comisión.
La lectura del gráfico no puede ser más clara: las principales lenguas originales de nuestros textos (inglés, francés y alemán) casi doblan en número de términos a las lenguas de traducción. En el caso del español podría aducirse que es una cuestión de tiempo, al ser el nuestro un idioma comunitario relativamente reciente. Cabe preguntarse, no obstante, si estas distancias podrían acortarse aprovechando el principal factor de equilibrio lingüístico en la Comisión: la traducción. El español tiene, además, una ventaja comparativa con respecto a las demás lenguas traducidas: su carácter de lengua internacional, no sólo por el número de países en donde se habla, sino por su presencia como lengua oficial y de trabajo en organismos e instituciones internacionales. Una apertura hacia ese mundo de la traducción institucional al español y criterios abiertos y pragmáticos, como los que citaremos en el punto 2.2. es fundamental para lograr también el equilibrio terminológico.
2.1. Bases de datos: Como consecuencia de su difusión por Internet, se ha impuesto la tendencia a la integración de los diferentes recursos. El portal legislativo de las instituciones europeas, EUR-Lex, contiene:
2.2. Archivos electrónicos de documentos con funciones de búsqueda textual:
3.1. La interfaz Euramis integra varias herramientas,2 entre las que cabe destacar Systran (sistema de traducción automática usado en la Comisión Europea) y los alineadores de textos para las memorias de traducción. Es de acceso reservado al personal del SdT.
3.2. Otros recursos: Libro de estilo interinstitucional, editado por la Oficina de Publicaciones. Muy útil para la armonización de aspectos estilísticos y formales entre las instituciones europeas. PUNTOYCOMA: Boletín de debate sobre cuestiones prácticas de traducción y terminología.
3.3. Recursos terminológicos
3.3.1.3 no es el único, pero sí el principal producto terminológico de la Comisión Europea. Nos centraremos en él no sólo por su importancia cuantitativa, sino por hallarse en la fase final de migración a nuevas plataformas de gestión y difusión de datos, que el equipo de terminólogos, dirigido por Agustín Jiménez,4 está aprovechando para realizar una reflexión metodológica y una revisión de los criterios básicos. A continuación menciono algunos de los que me parecen más importantes para nuestra lengua:
3.3.1.1. La concepción de la terminología como bien público, por la obviedad, pocas veces reconocida, de que su materia prima, la lengua, soporta mal su compartimentación en reductos institucionales. La recopilación y difusión de términos y pseudotecnicismos deberían contribuir a aclarar la opacidad del discurso institucional y a detectar el uso de jerga innecesaria.
3.3.1.2. La vocación principal de la base no ha de ser normativa, sino esencialmente informativa o divulgativa, lo que puede hacer muchas veces necesaria la inclusión de datos relativos al uso o la distribución de los términos. En la práctica, se trata de armonizar la terminología convenciendo y no imponiendo. Piénsese que en una institución como la Comisión se maneja abundante terminología administrativa, comercial, jurídica, industrial o política, cuyo tratamiento y difusión, desde una perspectiva multilingüe, son más complejo que los que pueden darse a los términos técnicos y científicos, en los cuales que la equivalencia interlingüística es más frecuente. Los usuarios de Eurodicautom tendrán que familiarizarse en el futuro con una serie de códigos que, en el campo note, sirven para especificar el tipo de comentario. En la siguiente ficha de Eurodicautom pueden verse algunos de estos delimitadores que completan la información de los términos ingleses: {NTE} nota general o explicación, {REG} área geográfica, {USG} registros e indicaciones de uso, {GRM} información gramatical.
Quien tenga costumbre de consultar bases terminológicas habrá observado que casi todas ellas incluyen una función (llamada feedback, comments o similar) para que los usuarios puedan enviar comentarios. En Eurodicautom, los campos de referencia del formulario de feedback aparecen automáticamente rellenados para facilitar la respuesta del usuario. Esto es una pequeña muestra de la tendencia insoslayable a una mayor interactividad con el usuario.
3.3.1.3. La búsqueda y captación de la terminología en español elaborada por instituciones y organismos públicos (ministerios, centros de investigación, universidades, etc.), pero generalmente no difundida extramuros. Se han dado pasos previos en este sentido con los inventarios, hoy ya anticuados, de recursos terminológicos en España, elaborados por el 5 o el 6 por iniciativa de la 7 que funcione como grupo de presión ante la administración para cambiar esta situación.
3.3.1.4. El fortalecimiento de la colaboración terminológica con los servicios de traducción (y de interpretación) al español de las instituciones europeas, organismos internacionales y con otros centros productores de terminología. El objetivo es, en un contexto de acceso universal a los recursos terminológicos, evitar solapamientos entre las diferentes bases para sacar mayor partido de la especialización temática. Esta colaboración podría plasmarse de dos maneras:
a) Compartiendo la terminología ya elaborada, lo que ya se hace en cierta medida en grupos como JIAMCATT 8, iniciativa de los servicios de traducción y terminología del sistema de las Naciones Unidas en la que participa, entre otras instituciones el Servicio de Traducción de la Comisión Europea. Un ejemplo puede ilustrar este punto:
El término white-headed duck, «malvasía cabeciblanca», aparece en la base de datos CITES (búsqueda por nombre común), sobre especies de fauna y flora amenazadas de extinción. Esta organización especializada de las Naciones Unidas se encarga de mantener al día datos en trece lenguas con información muy útil para los traductores. Aunque Eurodicautom recoge también en una colección la relación de especies del convenio CITES en su versión del año 77, la hipertextualidad en la red hace hoy posible que las consultas a nuestra base sobre este tema (especies amenazadas de extinción) apunten automáticamente a la base CITES, donde se podrá obtener información más actualizada y completa. Esta práctica sería igualmente útil con aquellas bases multilingües que gestionan taxonomías muy especializadas como FishBase, excelente nomenclatura de especies piscícolas.
b) Trabajando colectivamente con cierta anticipación, de manera proactiva, si se me permite el anglicismo, latino al fin y al cabo. Esta opción es más compleja que la anterior, pero más rentable a medio y largo plazo. El trabajo del terminólogo, ya sea para una gran institución, para pequeñas entidades o por cuenta propia, implica una tendencia natural a la creación de redes cooperativas, más o menos institucionalizadas. La progresiva fluidez y el gran alcance de las comunicaciones electrónicas favorecen, a partir de corpus textuales cada vez más grandes, la detección de carencias y problemas terminológicos en áreas novedosas (por ejemplo, investigación biotecnológica), en las que es previsible que se produzca un volumen considerable de textos y de traducciones. Esta detección implica estar al acecho de la novedad, lo que los quebequenses empezaron a llamar veille terminologique. Desde esta perspectiva podría plantearse una cierta división y planificación de trabajos pendientes y necesarios atendiendo a los recursos y especialización disponible en cada centro de terminología.
En definitiva, se trataría de aplicar lo que podríamos llamar el principio de subsidiariedad terminológica, que hace innecesarias nuevas estructuras, para trabajar en un área temática determinada, cuando existen otras que funcionan adecuadamente. Como hemos dicho ya, la colaboración es una tendencia natural, pero el problema es cómo se plasma, y esto es más una cuestión de actitudes, de personas más que de medios. El entorno tecnológico actual facilita este nuevo enfoque, pero hay que reconocer que aún no hay muchas experiencias prácticas bien definidas en este sentido. Así, por no salir del ámbito de la UE, el 9 con sede en Luxemburgo, pretende con el proyecto IATE (Inter-Agency Terminology Exchange) la fusión en una gran base interinstitucional de las diferentes bases terminológicas de las instituciones:10. La interfaz de consulta de esta base interinstitucional no es aún accesible al público. Un esfuerzo unificador de este tipo sólo tendría sentido si se consigue mantener e incluso ampliar el número de usuarios de las bases y poner en común prácticas y métodos diferentes. En definitiva, un proyecto de esta complejidad parece concebido para lo que debería ser un servicio interinstitucional de terminología de la UE hoy inexistente
Una visión patrimonialista del trabajo terminológico acabará disgregando y deshaciendo todos los pasos dados en el buen sentido. Pero está claro que no se puede volver atrás en la colaboración terminológica, como lo demuestran las recientes reuniones sobre este tema, convocadas por la AET (Asociación Europea de Terminología), celebradas en París en 1999 y 2000 y la convocatoria de una cumbre sobre cooperación terminológica para junio del año próximo en Bruselas.
Hay que tener en cuenta que ciertos recursos terminológicos especializados son de acceso reservado a los suscriptores. Por ejemplo, la base RailLexic, de la Unión Internacional de Ferrocarriles, estará pronto disponible en la Red, pero su elevado precio hace que no pueda considerarse una base pública. Para no excluir este tipo de recursos de un planteamiento de terminología cooperativa, habría que fijar modalidades de cesión o intercambio de los datos o recurrir a niveles de visualización restringida.
A falta de esta integración de recursos, los traductores del SdT de la Comisión tenemos acceso a una interfaz de consulta centralizada de múltiples recursos terminológicos (One-stop Terminology Search), pero los criterios de consulta son muy toscos y los niveles de ruido en las respuestas pueden llegar a ser muy elevados.
3.3.1.5. El aprovechamiento de la llamada, en nuestra jerga, terminología local (la elaborada por los traductores con soluciones o propuestas para problemas concretos de terminología). El trasvase de estos datos no es todavía significativo, y puede que, si se utilizan criterios muy estrictos, nunca lo sea desde el punto de vista cuantitativo. Sin embargo, estas fichas pueden ser cualitativamente muy apreciadas por los traductores que consultan Eurodicautom (según las estadísticas, los principales usuarios de la base, dentro y fuera de las instituciones) por contener soluciones, debidamente validadas, a problemas de traducción que pueden ser recurrentes.
Este tránsito del nivel local al central permite ir añadiendo lenguas a fichas que inicialmente suelen ser bilingües. En el ejemplo de la figura 5, al inglés y español (lengua fuente y lengua meta respectivamente) se han añadido dos lenguas más.
3.3.1.6. La conveniencia de una actualización periódica de grandes bloques del contenido, necesaria por el envejecimiento posible de ciertos términos y por la caducidad de otros, que constituyen lo que podríamos llamar terminología fungible o perecedera. Por su utilidad para los estudios diacrónicos, estos términos podrían figurar en la base, pero desactivados, es decir con algún código visible que indicara que ya no están vigentes. Esta actualización también puede hacerse en colaboración con organismos especializados, productores de información técnica y científica, pero sin capacidad de gestión terminológica propia. En estos casos, habría que alcanzar acuerdos concretos sobre los derechos de reproducción para evitar problemas posteriores de copyright. Un ejemplo de esta colaboración es la actualización del Lexique de la vigne et du vin (cuya primera edición de 1963 ya fue cargada en Eurodicautom), en la que nuestra unidad de terminología está colaborando con especialistas de la OIV (Oficina Internacional de la Viña y del Vino).
3.3.1.7. Reflexión sobre un método de trabajo realmente multilingüe que tenga en cuenta la complejidad de una base que contiene doce lenguas (las once oficiales más el latín) y que permita trabajar en un futuro próximo con algunas más. Cabe señalar al respecto que los terminólogos de la Comisión no disponemos aún de una herramienta para la extracción automática o semiautomática de términos, lo que no ha facilitado hasta la fecha un aprovechamiento sistemático de los textos producidos (y traducidos) en la Comisión Europea, aunque esta terminología endógena tenga, como veremos, sus riesgos. De manera general, habría que definir qué tipo de textos propios de la institución o externos se prestarían a la constitución de un gran corpus que permitiera una alimentación masiva de la base centrada en, al menos, cuatro niveles:
Cada uno de estos puntos puede requerir un tratamiento ligeramente diferente. En el primero, por ejemplo, será más fácil encontrar sinónimos por el uso de un doble registro, científico y periodístico. El punto b) plantea muchos problemas a la hora de encontrar equivalencias interlingüísticas, excepto para las nomenclaturas ya elaboradas con una perspectiva multilingüe (como TARIC) y las disciplinas muy técnicas en las que es posible un mínimo de armonización internacional. Para los puntos c) y d) es imprescindible la colaboración de los especialistas en la validación de la información recogida. El desarrollo de esta orientación para la cobertura de la base requiere el uso de herramientas informatizadas para constituir los corpus y para trabajar con ellos.
En las instituciones europeas disponemos de un gran volumen de textos en formato electrónico y de herramientas informatizadas para consultarlos en paralelo,11 con posibilidad de visualización bilingüe sincronizada y búsqueda de palabras o sintagmas en el texto de partida (que no es necesariamente el original). De esta manera podemos acceder a los términos vivos en su contexto. Hay quien ha planteado la futilidad de trabajo terminológico orientado a la elaboración de productos o publicaciones, bases de datos, glosarios, etc. porque, con las nuevas posibilidades de recuperación de información, aducen que la clásica ficha de terminología (o las presentaciones derivadas o simplificadas de ella) constituyen una empobrecedora fosilización del término, aislado de su entorno. Sin duda, la evolución de la informática y las comunicaciones han afectado a la manera de entender la terminología, pero no para hacerla superflua, al menos en lo que se refiere a su aplicación a la traducción, sino todo lo contrario, más necesaria. Un gran número de respuestas, a menudo divergentes, en la lengua de llegada puede aumentar la confusión y provocar, por lo tanto, una mayor necesidad de información. Con estos argumentos (autenticidad de los términos en los textos frente a su fosilización en los glosarios o colecciones de terminología), se podría tachar también de innecesario cualquier diccionarios de uso, so pretexto de que cada vez es más fácil acceder a textos, incluso a corpus ya elaborados con fines lexicográficos. Sin embargo, los diccionarios tienen hoy —al menos en España y basándonos en las cifras de ventas— un éxito sin precedentes.
Esta crítica a la terminología confunde lo documental con lo terminológico. Nadie discute que las herramientas documentales y los programas de traducción asistida (TWB de Trados en nuestro SdT) son auxiliares valiosísimos del terminólogo, pero no parece que de momento puedan sustituirlo, porque, en su función de mediador entre el traductor y la información, el terminólogo puede dedicar más tiempo a la digestión de la información y basarse, más allá de los criterios estadísticos, en consideraciones comunicativas (registro, tipo de destinatario) que le harán ponderar la información obtenida de diversas fuentes (documentos, publicaciones, consulta a especialistas) a la hora de etiquetarla en la ficha para que pueda ser reutilizada adecuadamente.
Afirmar que el entorno natural del término es el contexto es una obviedad, pero tras ella se esconde una abstracción. En rigor, se debería hablar de contextos, en plural, por tratarse de entornos cambiantes y no necesariamente categorizables con criterios objetivos. Una búsqueda textual (duda sobre la traducción de un término o expresión) en un archivo como SdTVista arrojará un número determinado de ocurrencias del término en la lengua de partida (tp), en un número, no necesariamente el mismo, de contextos diferentes (ya que éstos pueden repetirse exactamente cuando se cita literalmente otros textos). A estos resultados en la lengua de partida corresponderán, idealmente, tll respuestas del término en los diferentes contextos de la lengua de llegada. Decimos idealmente, porque no siempre se produce la univocidad, tan deseable para el traductor, entre términos de ambas lenguas y lo que solemos encontrar es: tp=> tll +x.
Donde x es el número potencial de divergencias en relación con la equivalencia unívoca idónea tp<=>tll. La coherencia terminológica suele disminuir, además, cuando en estas búsquedas terminológicas se toma como lengua de partida una lengua traducida y no el original (afortunadamente en nuestra base se indica la lengua original de los documentos y éste es un elemento que el traductor suele tener en cuenta en su ponderación de los resultados obtenidos). La combinación de búsqueda más frecuente es: lengua original, como lengua de partida, y traducción, como lengua de llegada. La divergencia tiende a consolidarse cuanto más variantes existen en la lengua de llegada o traducción, con el consiguiente factor de ruido en los contextos traducidos. Para complicar más la cosa, puede haber variantes que procedan de la traducción de un mismo concepto a partir de lenguas originales diferentes, algo relativamente frecuente en nuestra institución.
En el siguiente ejemplo reproducimos grosso modo los pasos que, a comienzos de 1999, tuvimos que dar para determinar cuál era la traducción más fiable del término stranded costs al español: 12
Como puede apreciarse en este ejemplo, toda búsqueda documental, sobre todo si se trata de términos o de acepciones neológicas, requiere cierto filtrado y ponderación de los resultados. En este caso, no sólo hemos conseguido una traducción fiable, sino información útil para traducir términos relacionados. Por lo que hemos visto, stranded costs es, en este ámbito concreto, un neologismo genérico que ha desplazado a sunk costs.
La correspondencia entre stranded costs y costes de transición a la competencia (CTC) reflejada en una ficha de terminología nos permitirá no caer en ciertas trampas. Supongamos que tenemos que traducir al español el siguiente texto sobre tarifas eléctricas en EE. UU.:
Stranded costs [‘Costes de transición a la competencia’] are payments for sunk costs [‘costes irrecuperables’, mejor que costes hundidos, que se considera sinónimo de CTC] and past obligations above the market value of generation. Transition costs [‘costes a cargo del consumidor final’] are the portion of stranded costs that are to be paid by consumers.
Vemos que, en la terminología empleada en EE.UU, los transition costs aluden únicamente a la parte de la tarifa eléctrica que corresponde pagar a cada consumidor final (en el «recibo de la luz»). Son, por lo tanto, sólo una parte de nuestros «costes de transición a la competencia», que incluyen además de los costes a cargo del consumidor final, otras compensaciones (para algunos subvenciones encubiertas) que el Estado habrá de desembolsar directamente a las eléctricas.
Transition costs es un término específico en relación con stranded costs, pero a su vez es genérico con respecto a Competitive Transition Charge (que para más complicación también se abrevia CTC), nombre que se da a la cantidad concreta en que se materializan estos transition costs en las tarifas de las compañías de países anglohablantes:
«Competitive Transition Charge
(Effective 1-1-00 through 12-31-00)
0.124 cts. per watt of connected load»
Fuente: Cuadro de tarifas mensuales de PPL Electric Utilities Corporation
Se podría traducir por «canon» o «recargo de transición [a la competencia]» y, si el contexto no fuera suficientemente claro o tuviéramos que dar una definición, añadiríamos: «… que grava al consumidor final».
En este caso, como en tantos otros de la traducción comunitaria, se trata de poner en pie de igualdad sistemas reglamentarios a veces difícilmente comparables, en los que las correspondencias terminológicas, raramente biunívocas, suelen ser meramente aproximativas. En el contexto de los CTC, la terminología está sin duda viciada en su origen por razones políticas: el escabroso debate en torno a la conveniencia o a la desmesurada cuantía de estos costes / subvenciones no ha facilitado la transparencia informativa al respecto. Tampoco parece casual ni inocente la elección por parte del gobierno español de unas siglas relativamente opacas y con resonancias de tecnicismo inevitable.
Todo traductor que consulte bases documentales multilingües puede pasar rápidamente del entusiasmo al desánimo, tanto mayores ambos cuantos más resultados encuentre. Con recursos documentales exclusivamente, el traductor puede verse ante la necesidad urgente de elegir entre múltiples opciones sin información suficiente, ni tiempo para procurársela, y decidir sobre la relevancia de cada una de ellas. Si una traducción implicara una validación terminológica de problemas detectados en traducciones precedentes, ésta quedaría exclusivamente en el archivo, donde coexistiría con los demás documentos sin marca de preeminencia o fiabilidad específicas porque el traductor no puede, generalmente, modificar los textos ya archivados en las bases documentales, aunque detecte errores o incoherencias. El valor añadido de una validación terminológica sólo puede recuperarse:
Creemos que una ficha de terminología debe contener toda la información posible para evitar la confusión. Una base como Eurodicautom puede cumplir también una función didáctica, al eliminar la ambigüedad. En el caso de los CTC nuestra ficha debería:
Las múltiples traducciones, a veces divergentes o contradictorias, de un solo término nos recuerdan que el español es básicamente una lengua traducida y nos obligan a ser cautos a la hora de sopesar las opciones que se nos ofrecen. Los problemas no resueltos nos hacen entrar en un círculo vicioso: la falta de un trabajo de debate y armonización en el momento oportuno (el momento neológico: cuando surge un nuevo término o se detectan vacíos terminológicos en una lengua) produce dudas y, en consecuencia, inevitables divergencias en las soluciones. Una vez asentadas, las divergencias imposibilitan o complican mucho más (por el ruido que puede crear la traducción) la búsqueda de soluciones comunes.
Con el material a granel que obtenemos de los recursos documentales, sobre todo de los multilingües, los terminólogos pueden contribuir a la elaboración y difusión de terminología estable y consolidada que garantice la coherencia terminológica dentro de la institución y pueda ser de utilidad general. Hasta ahora la cooperación entre todos los implicados en la comunicación multilingüe (redactores de los originales, traductores, terminólogos, revisores, intérpretes, destinatarios finales de los textos, etc.) se basa en iniciativas individuales y está, por lo tanto, demasiado personalizada. Creemos que harían falta canales estables para el intercambio de información, destinada tanto a resolver problemas inmediatos, como a plantear soluciones a problemas que podemos encontrar a medio plazo. Habría que ser conscientes, en definitiva, de trabajar en el terreno de lo perfectible, con una perspectiva amplia y comunicativa que pueda dar cuenta de la variedad.
Hay que tener en cuenta que el traductor tiene, en general, una noción de término muy amplia y utilitarista, que escandalizaría a los defensores de la ortodoxia terminológica. Hace dos años, en un documento de reflexión que recogía la opinión de los traductores del SdT, se llegaba a la siguiente conclusión:
Qu'est-ce qu'un terme: Tout ce que les traducteurs jugent utile de voir figurer dans une base terminologique. [Activité terminologique et nouvel environnement informatique du SdT, documento interno].
Así formulada, esta definición es circular (habría que aclarar qué entienden los traductores por base terminológica), pero menos banal de lo que parece a primera vista, porque subraya la finalidad instrumental y comunicativa de los términos en un contexto de traducción y, en ese sentido, es perfectamente compatible con definiciones más complejas y recientes, como la que propone Teresa Cabré en el arranque de su Teoría Comunicativa de la Terminología:
Los términos son unidades léxicas, activadas singularmente por sus condiciones pragmáticas de adecuación a un tipo de comunicación. Se componen de forma o denominación y significado o contenido. La forma es constante; pero el contenido se singulariza en forma de selección de rasgos adecuados a cada tipo de situación y determinados por el ámbito, el tema, la perspectiva de abordaje del tema, el tipo de texto, el emisor, el destinatario y la situación14.
Los fundamentalistas de la terminología15 piensan que la finalidad primordial de la ciencia terminológica es la normalización, basándose en el supuesto axioma: «la normalización es necesaria y además es deseada por los especialistas», que algunos de estos especialistas han discutido. Álvaro García Meseguer,16 por ejemplo, que durante años participó en la normalización internacional de las estructuras de hormigón, opina que la normalización puede tener como resultado una pérdida de creatividad paralizante y sirve a menudo de pretexto para imponer unos usos sobre otros, con el agravante de que los usos proscritos pueden estar más extendidos que los prescritos. Habría que añadir que en las lenguas internacionales, como el inglés, francés o español, la normalización suele hacerse todavía con una perspectiva excesivamente nacional.
Por sus posibles implicaciones legales, la normalización no sólo es un asunto terminológico, sino también un terreno de luchas empresariales e intereses económicos, que perturban a menudo la neutralidad y objetividad de la comunicación técnica y científica. Afortunadamente las normas sólo tienen un carácter orientativo, a menos que se incluyan en una ley o reglamento técnico. Dejemos pues que nos orienten, pero no que nos sojuzguen. La terminología aplicada a la traducción rara vez puede pretender normalizar, deberíamos centrarnos en aprender a vivir con la variedad, gestionándola adecuadamente.
En el mundo de la traducción institucional, la tecnología informática está facilitando el tránsito de un modelo vertical a otro menos jerarquizado, de tipo reticular. La ubicuidad de Internet permite que la información circule, en todos los sentidos, con mucha mayor eficacia y rapidez y sin limitarse a los recursos a mano, los que ofrece la propia institución o los que cada traductor atesora en sus estanterías. Hoy, el acceso a la información no depende tanto de la posición (administrativa o jerárquica) del traductor, como de su disposición, en el sentido de aptitud para buscar y encontrar la información que precisa. Tampoco el lugar, por remoto que sea, es ya un factor que determine el acceso a la información. Las comunidades virtuales (Translist, Termxchange, Eureka, Termilat, MedTrad, por sólo citar algunas de las más importantes) han roto las ataduras del traductor a su entorno inmediato, beneficiando particularmente a los traductores independientes.
La Red no sólo sirve para obtener información sino también para difundirla, tarea que corresponde particularmente a instituciones públicas como las nuestras. Por su amplísima difusión, Internet es el soporte ideal para recursos terminológicos porque, al permitir la interacción de los usuarios, puede captar abundante información procedente del exterior de la institución, que los gestores de bases terminológicas deberán gestionar y aprovechar. Es perfectamente lógico que la Comisión, y las instituciones europeas en general, consoliden su papel como instituciones proveedoras de terminología en Internet porque la defensa del multilingüismo, en la que las instituciones europeas están empeñadas (y con la que están políticamente comprometidas desde sus inicios), implica la comunicación con los ciudadanos en su propia lengua. Más allá del multilingüismo para consumo interno de las instituciones (limitado más o menos al discurso institucional, cuando no a una jerga para iniciados), hay que defender un multilingüismo de puertas afuera, entendido como servicio o retorno a los ciudadanos de algo que es propiedad de todos. Así es como mejor justificaremos la utilidad pública de nuestros recursos lingüísticos.