Nuestro siglo se distingue de todos los pasados en diferenciarse de ellos más que cualquier otro siglo anterior se diferenció de sus pasados. Se diferencia por la increíble rapidez con que se suceden los más trascendentales inventos que transforman la ciencia y que transforman las modalidades de la vida humana dependientes de esos inventos; el tecnicismo científico y el vocabulario vulgar, que con la aplicación de ese tecnicismo se relaciona, evolucionan de continuo. […] Pero este siglo, en el que cada día nos sorprenden radicales y vastas novedades, nos da a la vez, entre esas extraordinarias invenciones, aquellas que aumentan increíblemente la rapidez y la intimidad de la comunicación, tanto ideal como material, entre los hombres […]. En las comunicaciones sensoriales se ha llegado a suprimir el tiempo: la palabra hablada y la visión ilustrativa se transmiten instantáneamente a toda la redondez del globo, y esto aumenta, con posibilidades inconcebibles, el poder de corregir y unificar el lenguaje en las más lejanas regiones en que es hablado.
Estas palabras forman parte del discurso que pronunció don Ramón Menéndez Pidal1 en la clausura de la Asamblea de Filología del I Congreso de Instituciones Hispánicas, celebrado en Madrid en junio de 1963. Don Ramón falleció cinco años después, en 1968, y se quedó sin conocer el fax, la Internet, el correo electrónico y los teléfonos celulares, inventos que le habrían dado más ideas sobre su posible aprovechamiento para «corregir y unificar el lenguaje en las más lejanas regiones en que es hablado».
—Yo no la llamaría antigua.
—Bueno, ¿pero qué es lo que es antiguo? Esa máquina tendrá unos 25 años más o menos.
—Y es del siglo pasado.
—También lo somos nosotros dos…
En julio del 2001, cuando comencé a redactar este artículo-ponencia, me di cuenta de que a escasos tres metros de mi mesa de trabajo había una máquina de escribir idéntica a la que usé durante bastantes años, y me levanté, y le puse una hoja, y escribí las cinco vocales en mayúscula y con tilde. Sucedió lo que esperaba, aunque hacía tanto tiempo que no lo veía que me causó cierta sorpresa: las tildes se pegan a la parte superior de las mayúsculas, las muerden.
Me levanté y anduve hasta el despacho contiguo para comentar lo sucedido con mi vecino de trabajo, y ahí fue donde se produjo el diálogo que he reproducido, y discutimos un rato sobre el concepto de antiguo, sobre lo que es antiguo y lo que es viejo, con la triste conclusión de que si esa máquina de escribir, que tiene unos 25 años, es antigua o vieja, también lo somos nosotros. El acuerdo final fue que no se trata de una máquina antigua o vieja, sino de una herramienta de trabajo anticuada, sobrepasada por otros inventos, como la máquina eléctrica, las computadoras y las impresoras, las cuales también se quedan anticuadas, aunque tengan pocos años, a medida que aparecen nuevos modelos más potentes y perfeccionados.
Usé una máquina como esa desde la creación del Departamento de Español Urgente de la Agencia EFE, en 1980,2 hasta finales de 1989 o principios de 1990, cuando nos obligaron a abandonarla, nos matricularon en un curso de WordPerfect y nos instalaron sendos ordenadores a los miembros del equipo de filólogos del departamento. Es decir, saltamos directamente de lo mecánico a lo cibernético, sin pasar por el estadio intermedio de las máquinas electrónicas, que fueron unos instrumentos privativos de las secretarias y de los departamentos relacionados con la administración de la agencia.
Hay quien afirma que la falsa creencia de que en español no se acentúan las mayúsculas, o que no es obligatorio hacerlo, proviene de todos esos años, muchos años, en los que la única forma de escribir, además del manuscrito, eran las máquinas mecánicas. También hay quien añade —lo cuenta en alguna de sus clases José Martínez de Sousa— que esa creencia pudo originarse en las dificultades que se les planteaban a los cajistas de las imprentas al componer los textos, pues sólo podían añadir un acento postizo (se llamaba así) en casos excepcionales, cuando se componía un título o texto semejante con tipos muy grandes, dificultades que desaparecieron con la llegada, a principios del siglo xx, del sistema de impresión ófset. En su Manual de diseño editorial,3 Jorge de Buen lo explica con detalle:
Las versales o mayúsculas están sujetas a las mismas reglas [de acentuación] que las minúsculas, absolutamente en todos los casos, y no hay pretexto que valga. La falta de tildes se admitió durante los tiempos de la tipografía en metal. Entonces era común que el taller no contara con un juego de versales acentuadas, así que el tipógrafo tenía tres formas de resolver la dificultad: primero, colocar una virgulilla sobre la vocal, lo cual resultaba sumamente arduo en los cuerpos más reducidos; segundo, sustituir la versal por una versalita acentuada; tercero, claudicar, ignorando las tildes. La segunda solución tampoco era sencilla, ya que una póliza4 completa, con versalitas y todo, resultaba muy costosa. Además, se corría el riesgo de empastelar la composición al mezclar versalitas con versales. Ante estas dificultades, la Academia resolvió tolerar la falta de tildes, advirtiendo que deberían ponerse cuando fuera posible. Prevaleció, como era de suponerse, la ley del menor esfuerzo, y las tildes de las versales empezaron a desaparecer aun de los buenos talleres. Luego se creyó que ya no hacían falta; finalmente se llegó a la estupidez, y hay quienes hoy afirman cándidamente que poner tildes en las mayúsculas es una falta de ortografía.
Pero el asunto de las tildes no sólo planteaba problemas al escribir con aquellas magníficas máquinas Olympia International de sobremesa (modelo SG-3, fabricado desde 1974), pues en el programa informático utilizado en la redacción y transmisión de las noticias de la Agencia EFE tampoco se podía poner tilde en las mayúsculas, entre otras cosas porque muchas veces no había mayúsculas —los textos de los teletipos podían ser con todas las letras en minúscula o con todas las letras en mayúscula, dependiendo de la máquina—; pero tampoco había posibilidad de tildar las minúsculas, ya que no había tildes, ni virgulillas para la eñe, ni diéresis para la u. Según los albaranes de importación del Departamento de Aprovisionamientos de la Agencia EFE se trataba de «máquinas automáticas para tratamiento de la información compuestas por un ordenador numérico-digital marca Newmaster modelo 401 IMOS completamente duplicado y cada sistema con 144 canales de entradas/salidas y memoria de 67 megabyte [sic]»; los monitores eran videoterminales marca Delta Data modelo 7303 con una memoria interna de 21 000 caracteres. Eran, cómo no, máquinas norteamericanas diseñadas sin tener en cuenta las características de la escritura de los diferentes países donde iban a ser vendidas. Además, de lo que se trataba era de enviar y recibir la información lo más rápido posible y para ello era necesario que el sistema fuese sencillo, que no tuviese signos que pudiesen entorpecer la transmisión, ya que los aparatos no tenían la potencia ni la memoria suficientes.
El recientemente fallecido profesor de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Navarra, Luka Brajnovic, explicaba en 1974 en su libro Tecnología de la información5 que el problema más importante consistía en transmitir la mayor cantidad de información en el menor tiempo posible y decía que para lograrlo había dos posibles vías: aumentar el número de canales de transmisión y perfeccionar los existentes o crear unos códigos especiales que permitiesen abreviar la duración del mensaje. Y sobre este segundo punto añadía:
Los expertos en telecomunicación proponían emplear la suspensión de la redundancia suprimiendo las vocales iguales de una palabra, o suprimiéndolas por completo, cuando ninguna otra palabra llevara el mismo orden de consonantes o, si lo llevara, tuviera un sentido distinto comprensible por el sentido mismo del mensaje. La palabra finalidad, por ejemplo tiene este orden de consonantes; f, n, l, d, d. Por lo tanto esta palabra se podría transmitir como fnldd, con lo cual se ahorraría un 44 % del tiempo necesario para la palabra entera. Pero cualquier error en la transmisión de estas consonantes deformaría por completo la información. […]
Una vez rechazada esta idea de la suspensión de la redundancia de las vocales, se buscó otra solución, consistente en la transmisión simultánea por un solo canal.
.Y esa solución, basada en los impulsos analógicos —vibraciones sonoras que producen las vibraciones eléctricas— fue la que se utilizó durante bastantes años, los años de las cintas perforadas de teletipo y las teleimpresoras, los años del sistema de impulsos Baudot, que tenía 32 caracteres, en el que todas las letras estaban en mayúscula (o en minúscula) y no había tildes ni ningún otro signo diacrítico.
La novedad, para los que éramos unos recién llegados a la agencia, hizo que nos dedicásemos a coleccionar algunos anos —años sin virgulilla— de los que recuerdo, entre otros, un «ano santo compostelano», un «nino de cinco anos», el «ano negro del duque de Cádiz» y «los quinientos anos del cuerpo de bomberos». También nos llamaban la atención las «campanas —campañas— electorales», los problemas que tenían los nicaraguenses y que el nuestro fuese un servicio de «vigilancia linguistica».
Esa situación duró bastantes anos, y llegamos a acostumbrarnos a que, durante las horas que pasábamos en la oficina, nuestro país se llamase espana o ESPANA —recordemos que se podía escribir sólo de dos formas: todo con minúsculas o todo con mayúsculas— y nuestra lengua escrita prescindiese de la acentuación gráfica… A todo se acostumbra uno. De todas formas, en el Departamento de Español Urgente no usábamos ese sistema, sino las máquinas de escribir, y en ellas sí podíamos usar la eñe, los acentos y las letras mayúsculas, aunque ponerles tilde a estas últimas resultase algo antiestético.
El primer paso adelante fue la creación de un nuevo programa de redacción y transmisión de noticias en el que ya se podían escribir las tildes, las virgulillas y las letras mayúsculas, pero (siempre tiene que haber un pero) no era posible tildar estas últimas, quizás porque el programador que diseñó el sistema era de los que aún estaban convencidos de que en español no es necesario poner acentos sobre las letras mayúsculas.
Y fue pasando el tiempo, y llegó el momento, triste, de decir adiós a nuestras viejas compañeras, las máquinas de escribir Olympia International SG-3, y enfrentarnos con las computadoras, con los teclados en los que no había que golpear con la fuerza con la que estábamos acostumbrados a hacerlo, y con una especie de pantalla de televisión a medio metro de nuestros ojos. Era el año 1988 y nos matricularon en un curso de WordPerfect, el programa procesador de textos más usado en aquel momento, y en pocos días tuvimos en nuestras manos algo con lo que ni siquiera nos habíamos atrevido a soñar: la posibilidad de componer los textos hasta su presentación final. Podíamos decidir el tamaño de la letra, su familia, los espacios entre caracteres y entre las líneas; podíamos usar letras en negrita y en cursiva, teníamos versalitas…; en fin, casi todo lo necesario para prescindir de la imprenta, con la ayuda de otra máquina, la impresora láser, que hacía las cosas tan pulcramente que pareciera cosa de brujería.
Pasaron ocho años, y, en 1996, cuando ya casi habíamos logrado manejarnos bien con ese programa, es decir, cuando ya casi habíamos memorizado para qué servía cada tecla y cada combinación de teclas, nos dijeron que había que abandonarlo y comenzar a trabajar con otro sistema mucho más completo y moderno: el sistema Windows y el programa de proceso de textos Word, al que se añadían otro llamado Power Point, que servía para mejorar las presentaciones de los documentos, y uno llamado Excel, para hacer cálculos aritméticos. Nos pusieron un profesor y en pocos días ya estábamos con la mano derecha sobre el ratón moviendo, mejor dicho, tratando de controlar el movimiento de una flechita que se desplazaba por la pantalla del computador.
Tanta era la perfección de ese nuevo sistema de escritura en ordenador que casi sin darnos cuenta tuvimos que ir asimilando montones de cosas relacionadas con la presentación final de los textos, cosas que hasta entonces eran propias de un oficio, el de tipógrafo, y de un lugar, las imprentas. Pero los completos procesadores de textos y las modernas impresoras láser pusieron en nuestras manos una serie de recursos que no sabíamos manejar, y nadie se preocupó de enseñarnos ni tan siquiera los rudimentos de ese oficio, el de los tipógrafos, nadie, nunca, al mostrarnos el manejo de los nuevos programas introdujo una lecciones básicas de ortotipografía, tan necesarias para todos a partir de aquel momento.
Entre esos dos momentos, el del programa WordPerfect y el del sistema Windows y el programa Word, ocurrió algo que al final, afortunadamente, fue sólo un susto, algo que se transformó en una mera anécdota de hemeroteca, pero la alarma no fue pequeña: el 9 de mayo de 1991 amanecimos con la noticia de que la Comunidad Económica Europea quería quitar la eñe de nuestros ordenadores. La noticia que reproduzco a continuación, del banco de datos de la Agencia EFE,6 explica lo sucedido:
Madrid, 9 may. 1991 (EFE).- La Comunidad Europea pretende que se suprima la obligatoriedad de incluir letra «ñ» en los teclados de los ordenadores que se comercialicen en España, según informa hoy el diario El País. La CE, que no acepta la imposición de barreras a peculiaridades idiomáticas, exige a España que anule tres reales decretos introducidos en 1985 por el entonces ministro de Industria, Joan Majó, que obligan a que esta letra figure en las pantallas, teclados e impresoras que se vendan en España, como medida para la defensa de la lengua.
La comunidad considera esta imposición de la «ñ» española como «un obstáculo a la libre circulación de mercancías», y las negociaciones de los representantes del gobierno español con la CE concluyeron el pasado febrero, según El País, con el compromiso de acabar «lo antes posible» con esos obstáculos. Escritores y personalidades de la Cultura han reaccionado contra la iniciativa comunitaria y el ministerio de Cultura ha pedido un dictamen oficial a la Real Academia Española , para elevarlo a la CE.
Esa exigencia de la Comunidad Europea armó un gran revuelo en España y también en todos los países hispanohablantes; hubo respuestas de la Real Academia Española, de las Academias de la Lengua hispanoamericanas, de escritores, de profesores de la Facultad de Informática, del Centro de Tecnología de la Lengua de IBM y ese mismo día —9 de mayo de 1991— apareció otra noticia en la que se decía que la Comunidad Europea no podía obligar a ningún estado miembro a suprimir de los teclados de sus ordenadores cualquiera de sus signos ortográficos. De lo que se trataba, según un portavoz comunitario, era de obligar al Gobierno español a que suspendiese la obligatoriedad de incluir la eñe en todos los ordenadores que se vendiesen en España, pues ello era contrario al artículo 30 del tratado, en el que se dice que están prohibidas las restricciones cuantitativas a la importación, así como las medidas de efecto equivalente.
El problema fue solucionándose fácilmente, por las leyes del mercado, que no están escritas, y que lograron desplazar a los ordenadores sin eñe; pero entre tanto volvió a plantearse el incómodo asunto de los años sin eñe, los anos, hasta el punto de que el Ministerio de Asuntos Exteriores distribuyó la siguiente circular7 entre sus funcionarios:
La supresión de la letra situada entre la N y la O en los ordenadores, máquinas de escribir, etc. y, por ende, en cualquier documento oficial, ha comenzado a producir en nuestras comunicaciones con las autoridades de los países de nuestra estirpe una serie de embarazosas situaciones que, aun resultando aparentemente jocosas, pueden revestir a veces una gravedad que no escapará a V. E.
Conviene, en consecuencia, en aras de preservar la corrección en el lenguaje y el tacto exquisito que siempre han caracterizado a nuestra acción exterior, instruya V. E. a todos sus subordinados para que en sus escritos, correspondencia particular e incluso conversaciones con ciudadanos del país ante el que están acreditados, procedan con el tino y prudencia recomendados en la Circular 33 de 1942 de este Ministerio sobre la utilización de los vocablos «concha», «coger», «porras» y otros en los países iberoamericanos.
En consecuencia, y mientras la Dirección General de Asuntos Culturales recibe instrucciones de la Real Academia sobre la forma de sustituir o escribir fonemas que, al cambiar la letra proscrita por la «n» alteran totalmente su significado (sonar, cono, pena, etc.) ruego encarecidamente a V. E. se abstenga de mencionar en sus escritos por su nombre el periodo de tiempo transcurrido entre el 1 de Enero y el 31 de Diciembre.
Por lo tanto, y a partir de la recepción de la presente circular, esa Representación y todo el personal a sus órdenes, se abstendrán absolutamente de utilizar el vocablo «ano» en:
- El fechado y expresiones afines evitando términos como «ano de gracia», «ano judicial», «ano académico», «feliz Ano Nuevo», etc.
- Expresiones coloquiales como: «estar de buen ano», «entrado en anos», «en los anos que corren», etc.
- Refranes como: «no hay quince anos feos», «ano nuevo, vida nueva», «ano de nieves, ano de bienes»…
Debe V. E. poner en conocimiento de ese personal que el uso del mencionado vocablo será objeto de apercibimiento y eventualmente de sanciones más graves: en mi telegrama secreto 221 di cuenta a V. E. de que un bienintencionado y respetuoso escrito de uno de nuestros Embajadores en el que indicaba cortésmente a un Ministerio de Relaciones Exteriores que «la Condecoración sería impuesta en el día, en la forma y en el ano que escogiese el Presidente de la República» ha provocado un gravísimo incidente diplomático y colocado a nuestro país al borde de la ruptura de relaciones con un país hermano.
Lo que comunico a V. E. […].
A finales de ese mismo año, 1991, la letra eñe volvió a ser noticia, esta vez porque el recién creado Instituto Cervantes8 convocó un concurso restringido entre varias empresas de diseño gráfico para la elaboración de un logotipo y de la correspondiente imagen corporativa, y el concurso lo ganó Enric Satué, con un diseño basado en la letra eñe, letra que de pronto se puso de moda y comenzó a aparecer como imagen principal en las portadas de algunos libros relacionados con el uso del español, entre ellos el Manual de español urgente9 de la agencia EFE, y en los carteles anunciadores de congresos dedicados al estudio del español.
El caso de la situación precaria de la eñe se cerró en abril de 1993, con un decreto del Gobierno español que obligaba a incluirla en los teclados de ordenadores y máquinas de escribir, al igual que el resto de los caracteres específicos del idioma castellano, como los signos de apertura de interrogación y exclamación.
Esta sucesión de saltos técnicos en la escritura que comenzó en la máquina de escribir, siguió en las computadoras con los procesadores de textos en sistema MS-DOS —para nosotros el programa WordPerfect—, continuó con la llegada del sistema Windows y el programa Word, nos llevó hace unos seis años —me refiero siempre a los filólogos del equipo10 del Departamento de Español Urgente— al correo electrónico, a través de la Internet. Instalaron ese nuevo servicio en nuestros ordenadores y nos pusieron una dirección11 a la que a partir de entonces comenzaron a llegar las consultas que antes eran telefónicas, por la línea del teletipo o por correo postal. Un nuevo sistema de comunicación, más rápido y más barato que los anteriores, otra poderosa herramienta en nuestras manos, y sin embargo la mayoría de los usuarios de todos esos sistemas seguíamos sin tener claras las ideas en cuanto a la presentación final de los textos, seguíamos sin conocer la ortotipografía.
Y con el correo electrónico llegaron las listas de distribución de correo, los foros de debate y las conversaciones —o charlas— en tiempo real, y el Departamento de Español Urgente creó una lista para intercambiar conocimientos y opiniones sobre la lengua española y su uso, la bautizamos Apuntes y comenzó a funcionar en agosto de 1996. En la actualidad, tras cinco años de funcionamiento, somos unos 260 suscriptores y se generan entre 50 y 60 mensajes12 diarios, lo que da una media por encima de los 1700 mensajes cada mes. Los participantes son profesores de español, gramáticos, ortógrafos, traductores y personas de otros oficios no relacionados directamente con el español, pero aficionados a su estudio.
Apenas un mes después de comenzar a funcionar la lista Apuntes llegó el siguiente mensaje:13
Problemas leyendo los mensajes de APUNTES
- Luis de Constantinopla (L_LOPEZ@uscac1.usc.clu.edu)
- Fri, 20 Sep 1996 13:20:35 -0400 (EDT)
Estimados amigos de Apuntes:
Como se sabe, hay una gran variedad de lectores de correo-e (lectores=programas creados especialmente para leer correo-e), al igual que diferentes sistemas y configuraciones para acceder a Internet. Con el mio no es posible leer acentos, enyes u otros signos ortograficos que no sean los anglosajones basicos (porque asi se configuro el Internet). Por tanto, la gran mayoria de los mensajes de APUNTES me llegan de modo casi ininteligible, o tan salpicados de «basurilla» que es un dolor de cabeza leerlos.
Los que llevamos muchos anyos en Internet no hemos tenido mas remedio que adoptar la abominable costumbre de escribir espanyol sin acentos ni enye, aunque levantamos la protesta cada vez que es posible. Personalmente he participado en movimientos que han enviado cartas hasta a los presidentes de Espanya, Mexico, Francia, etc., exigiendo que intervengan para que se estandaricen los cambios tecnologicos que permitan el uso universal de grafia no anglosajona.
Sin embargo, mientras el hacha (literalmente) va y viene, no nos ha quedado mas remedio que aceptar el hecho de que los acentos no se transmiten en la mayoria de los casos. Con el fin de permitir una comunicacion mas eficaz y comoda entre nosotros mismos, hemos tenido que aceptar esta realidad.
Soy nuevo en esta excelente lista: Apuntes. El 95 % de los mensajes me llegan cargados de «basurilla» (abajo incluyo ejemplos de como me llegan los mensajes). Se que este es el caso de muchos otros lectores, supongo que especialmente fuera de Espanya. Me pregunto si este asunto se ha discutido en esta lista y si hay una decision al respecto? Tambien me pregunto si se podra hacer algo para corregir el problema. »Cordialmente, Luis
«Luis de Constantinopla».
Fragmentos:
Me permito hacer notar que el t=E9rmino «scanning» tambi=E9n se aplica en casos diferentes a la «lectura =F3ptica». Un ejemplo se tiene en el barrido o exploraci=F3n de ondas electromagn=E9ticas (radio, televisi=F3n, etc.). Felipe Peraf=E1n G
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Departamento Espa=F1ol Urgente
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que, los mismos pueden ser llamados =93ortodoxos=94 o que est=E1n en po= sesi=F3n > de la verdad; =93integristas=94 o partidarios de la integridad de las > doctrinas pol=EDticas, teol=F3gicas y econ=F3micas, y =93celotes=94 voz= griega, que > vendr=EDa hoy a significar =93celador=94, =93guardi=E1n=94 (era el nomb= re que > recib=EDan en griego [z=E9lot=E9s], en el s. Y d. C. a los jud=EDos que= velaban > por la pureza de la religi=F3n, de las costumbres y de la naci=F3n jud=ED=
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SUSCEPTIBILIDAD. Condici=F3n de un genotipo referida a su incapacidad de=20 oponerse a la infecci=F3n por un genocuerpo pat=F3geno, por un genocuerpo= de=20 una plaga, o de resistir a la acci=F3n nociva de un ambiente adverso.
Saludos de Pedro Garc=EDa Dom=EDnguez: Departamento de Espa=F1ol Urgente
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> Me gustar=EDa saber cu=E1l es la traducci=F3n correcta para «scanning». > =BFEs correcto decir «escanear» y «escaneo»? >=20
> Normalmente uso «lectura ‘optica’»
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=?iso-8859-1?Q?=BFEscanear=3F?= ».
Ante ese mensaje se creó lo que en nuestra jerga, la de los que intercambiamos información en las listas de correo, llamamos un hilo, y en ese hilo sobre los problemas de lectura participaron varias personas que tenían el mismo problema y que nos explicaban los aspectos técnicos de la cuestión y proponían soluciones: algunos optaban por lo fácil y lo cómodo, que era pedirnos a todos los miembros de la lista que nos abstuviésemos de usar acentos y eñes en los mensajes públicos —dirigidos a todos los suscriptores— y los usásemos sólo en los privados dirigidos a personas con programas compatibles en sus ordenadores, y otros nos indicaban que la cosa tenía solución técnica, a base de macros conversores y de instalación de sistemas de correo electrónico más avanzados.
Mar Cruz Piñol, profesora de la Universidad de Barcelona y miembro de la lista Apuntes, en una ponencia presentada en 1997 y titulada «El español en la Internet»14 decía sobre ese problema:
El universo de la Internet fue creado en inglés, de modo que no se contó, en un principio, con la presencia de los caracteres inexistentes en esa lengua […]. Actualmente ya hay programas gestores de correo que admiten y reconocen las tildes y las eñes, aunque no todos los usuarios los utilizan y no todos los programas son compatibles: por lo tanto, y sobre todo si la correspondencia no va dirigida a una persona que trabaje en España, todavía es conveniente evitar las tildes y la eñe […].
Teníamos, en el Departamento de Español Urgente, que tomar una decisión, y al ser un consultorio dedicado a resolver dudas sobre el buen uso del español, y al tener una lista de correo dedicada al intercambiar información sobre ese mismo asunto, y al estar la Agencia EFE, con su Departamento de Español Urgente, comprometida en la defensa del buen uso del español, insistimos en que nosotros no debíamos ni podíamos prescindir de los acentos y la eñe, y, aun a riesgo de que nuestros mensaje llegasen de forma ininteligible optamos por seguir escribiendo con todos los signos y las tildes propios del español.
Pero por muy bien que uno quiera hacerlo, siempre está expuesto a las trampas, a las emboscadas que la cibernética nos tiende de vez en cuando, y una de las más peligrosas es la que se agazapa tras el nombre de corrector ortográfico, esos subprogramas —dentro de los programas— que, en principio, sirven para avisarnos de nuestras erratas y errores al escribir y que, en algunos programas de correo electrónico, nos ofrecen la posibilidad de cambiar lo que a su entender hemos escrito mal por alguna de las palabras que aparecen en un recuadro. Y puede ocurrir lo que me pasó a mí, al enviar un mensaje a la lista Apuntes en el que reproducía una nota redactada por el Departamento de Español Urgente sobre el asunto de los cambios en la toponimia oficial en España. La nota se titulaba «Lleida y London» y, gracias a la ayuda del corrector automático y a un ligero despiste mío, ese titulo se convirtió en «Luida y condón»… Sobre ese y otros peligros nos advierte Leonardo Gómez Torrego en su libro de ortografía,15 en el capítulo titulado «Uso adecuado del corrector ortográfico».
Siguieron pasando los años y los nuevos programas de correo electrónico eran cada vez mejores; los problemas se solucionaron poco a poco, pero nunca del todo, de tal forma que aún hoy, en el 2001, quienes escriben sobre el español en la Internet dedican siempre algún párrafo o algún capítulo al asunto de los caracteres. El mismo día en que comencé a redactar este escrito tuve la suerte de que llegara a mis manos el libro recién publicado por un buen amigo mío, José Antonio Millán, titulado Internet y el español.16 Y en ese libro encontré un capítulo sobre el complicado, para los que somos profanos, mundo de los caracteres usados en los ordenadores. El capítulo se titula «Cuestión de caracteres» y en el parágrafo subtitulado «La batalla de las codificaciones», el autor hace un repaso histórico del asunto que nos ocupa:
[…] la primitiva codificación de 7 bits que poseían los ordenadores se resolvía en un conjunto de 128 caracteres. Era el ASCII (American Standard Code for Information Interchange, «código estándar americano para el intercambio de información»), y obsérvese lo de americano porque ahí está la clave: el «ASCII puro» de 128 caracteres tenía las letras del inglés, mayúsculas y minúsculas, los diez dígitos, paréntesis, cierre de interrogación y de admiración, espacio en blanco, algunos signos especiales como el porcentaje y el dólar…, y uno que estaba destinado —cosas de la vida— a tener un éxito sin precedentes: @. Aparte había otros, llamados «de control» que tenían funciones especiales en los textos, como el tabulador, el fin de línea y el salto de página… El ASCII no incluía variaciones de formato (negritas o cursivas), porque lo que pretendía era dar un servicio básico de codificación de texto… en inglés.
En ASCII, pues, no había ni eñes ni vocales acentuadas, ni aperturas de interrogación y admiración (todo ello imprescindible en español) […]. La casualidad, o algún tipo de designio terrible del destino, hizo que los científicos y los técnicos que crearon la primera máquina universal, el ordenador, tuvieran la lengua que se escribía con el juego de caracteres más restringido de todos.
Tras esta introducción, José Antonio Millán da cuenta de cómo ese juego original se amplió a otro de 256 caracteres, el ASCII extendido; pero con un nuevo problema: el de que cada fabricante de computadoras o de impresoras crease su propio juego de caracteres.
Álvaro Ibáñez, en un artículo publicado en la revista virtual i World titulado «Soluciones a los problemas de la transferencia de caracteres internacionales»,17 dice que ante la frustración de no recibir correctamente el correo (o enviarlo y que no se reciba bien), mucha gente opta por escribir sin acentos y pedir a otras personas que así lo hagan, y califica esta actitud como un «grave error», pues no sólo va contra todas las reglas de la ortografía española, sino que supone una pérdida de tiempo, comodidad y calidad en la comunicación, ya que para la mayoría es incómodo escribir sin acentos (y terrible leer del mismo modo).
La empresa argentina Ohmnet, proveedora de servicios de Internet, incluye en su página en la Red18 una sección titulada «Todo lo necesario sobre el correo electrónico», y tras las explicaciones de cómo configurar e instalar el correo, aclara, entre otras cosas, lo que puede ocurrirnos al abrir un documento que nos hayan enviado adjunto a un mensaje electrónico:
Al intentar abrir un archivo adjunto puede que aparezca como una sopa de letras y símbolos no inteligibles. Esto sucede porque el código para enviar el attachment, no coincide con el de recepción. Lo más adecuado en estos caso es actualizar nuestra versión de correo electrónico. Otro tema es con los llamados WEB-Mails, que parecen más baratos porque son gratis, pero en realidad, además de consumir mayor cantidad de pulsos telefónicos, en algunos casos no reconocen los códigos más usados para attachments y mensajes con formato. Es muy común cuando nos envían mensajes, que no se utilicen «eñes» ni acentos. Esta situación genera un daño importante al idioma, y en algunos círculos académicos no es tolerado. Pero en la actualidad no deberían existir motivos para abandonar los signos propios del idioma, ya que los caracteres extendidos usados en la actualidad los soportan y están bastante generalizados. Volvemos sobre el tema, si alguien se queja porque en lugar de una letra «ó» acentuada le aparece un «F3», lo que podemos decirle es que actualice su programa de correo a uno que soporte MIME y español. Pero, hay un caso en que NO debemos escribir con tildes ni caracteres propios y es en la cabecera de los mensajes, ya que algunos programas de correo no lo soportan.
Los artículos, mensajes y comentarios sobre esa situación son numerosos y sería difícil hablar de todos ellos; termino, pues, los ejemplos con un mensaje que circuló por algunas listas de correo, entre ellas Apuntes, firmado por Fernando Juan Pisani, profesor de la Escuela de Enseñanza Técnica de Rosario, Argentina (fechado el 19 de mayo de 1997) y titulado «Proyecto «recuperar los acentos y las enies» (propuesta para mejorar el correo electronico)».19 El autor propone como manifiesto del proyecto un texto de María Elena Walsh20 que dice:
¡Señoras, señores, compañeros, amados niños! ¡No nos dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogación y admiración. Ya nos redujeron hasta el apócope. Ya nos han traducido el pochoclo. Y como éramos pocos, la abuelita informática ha parido un monstruoso # en lugar de la eñe con su gracioso peluquín, el ~.
¿Quieren decirme qué haremos con nuestros sueños? ¿Entre la fauna en peligro de extinción figuran los ñandúes y los ñacurutuces? ¿En los pagos de Añatuya como cantarán Añoranzas? ¿A qué pobre barrigón fajaremos al ñudo? ¿Qué será del Año Nuevo, el tiempo de ñaupa, aquel tapado de armiño y la ñata contra el vidrio? Y ¿cómo graficaremos la más dulce consonante de la lengua guaraní?».
Pero los problemas de escritura en el correo electrónico no se limitaban, ni se limitan, al problema de las tildes, las eñes y los signos de apertura de interrogación y exclamación. Una vez acostumbrados a tener en nuestras manos todos los recursos necesarios —excepto los conocimientos de ortotipografía— para la presentación final de un texto: negritas, cursivas, versalitas, tamaños y familias de letras, espacios entre caracteres, blancos entre líneas, etc., tuvimos que prescindir de ellos, pues en los programas de correo no nos daban todas esas herramientas, y siguen sin darnos muchas de ellas.
Siguen, además, ciertas incompatibilidades; por ejemplo: cuando yo busco una noticia en el banco de datos de la Agencia EFE y, con el mecanismo de marcar, copiar y pegar, quiero ponerla dentro del cuerpo del texto de un mensaje de correo electrónico, hay días que tengo suerte y la cosa sale bien, y otros días en los que no tengo suerte y el texto de la noticia se llena de símbolos y espacios molestos allí donde había tildes, eñes y otros signos no ingleses. Y los días de suerte, cuando el texto aparece limpio y envío el mensaje a la lista Apuntes, siempre hay algún suscriptor que me escribe para quejarse de que le ha llegado deformado y me habla del HTML, del texto plano, del ASCII extendido, del SMTP, del MIME y de otras cosas, más propias de los técnicos que de los meros usuarios del correo electrónico.
El ya mencionado desconocimiento de la ortotipografía produjo y sigue produciendo los efectos propios de todo desconocimiento de unas reglas: que cada uno haga las cosas como cree que están bien, y que por lo tanto haya multitud de criterios erróneos sobre cómo presentar los textos. Esa fue una de las razones de que el periodista Álex Grijelmo y yo presentásemos en Zacatecas, en el I Congreso Internacional de la Lengua Española: «La lengua española y los medios de comunicación», un proyecto para establecer acuerdos grafemáticos entre todos los medios de comunicación —en ese caso la prensa escrita—, aunque esa era sólo una parte de un proyecto más amplio dirigido a elaborar un libro de estilo común para todos los medios de comunicación hispanohablantes, proyecto que dio sus primeros pasos en 1998, luego estuvo en suspenso durante dos años y ahora, en 2001, ha vuelto a renacer y ya está en vías de ser una realidad. En el acto de presentación del proyecto —patrocinado por el Instituto Cervantes y titulado Proyecto Zacatecas—21 nos apadrinaron José Moreno de Alba, de la Academia Mexicana, y Humberto López Morales, de la Academia Puertorriqueña y secretario general de la Asociación de Academias; este último dijo:
[…] Al margen de estas diferencias lingüísticas, que son una muestra viva de nuestra riqueza idiomática, existen otras, quizás «menores» —las de tipo editorial. Repárese en que digo «menores» porque no afectan al sistema lingüístico propiamente dicho, pero en verdad sobresalientes en cuanto a la enorme difusión que han tenido siempre, y más hoy, en los medios de comunicación pública, en este caso particular, la prensa escrita. El uso de mayúsculas, de signos de puntuación, el manejo de los tipos de letras (cursivas, negritas, etc.), que en primera instancia pudiera parecer algo superficial […].
Y al hablar del congreso de Zacatecas conviene aclarar que si miramos las actas podemos comprobar que en ningún momento, en ninguna de las secciones, se discutió sobre ortografía, aunque las hemerotecas se empeñen en demostrarnos lo contrario, debido a que en uno de los discursos inaugurales el escritor colombiano Gabriel García Márquez propuso ciertos cambios en la escritura del español. Sólo se habló algo de la eñe en los debates de la sección dedicada al estudio del uso del español en las nuevas tecnologías y esos debates no están recogidos en las actas.
Dos años después, en diciembre de 1999, se celebró en Málaga el «Primer foro hispánico de ortotipografía y entorno de la escritura» con el objetivo de analizar, discutir y resolver problemas generales de ortotipografía de interés para los profesionales de la escritura (traductores, periodistas, filólogos, escritores, investigadores, profesores, técnicos editoriales, etc.) que usan programas de tratamiento de textos, edición y autoedición. Entre los especialistas invitados estuvieron los profesores José Polo y José Martínez de Sousa, autores de casi toda la bibliografía que tenemos en español sobre esa materia.
En el anuncio del foro se decía que el núcleo de esas jornadas de intenso trabajo estaría constituido por la resolución de los verdaderos problemas ortográficos (en materia de puntuación, de acentuación, etc.), tipográficos (familias y clases de letras y sus aplicaciones: usos y abusos; los blancos y sus medidas; etc.) y, en especial, ortotipográficos, vale decir, de contacto entre lo propiamente ortográfico y lo tipográfico: puntuación o no en los epígrafes, etc./etcétera, sangrado, líneas de blanco, clases de párrafos, de comillas y otros muchos asuntos de los que aparecen en el quehacer diario de los profesionales que desarrollan su trabajo con herramientas informáticas.
El profesor Martínez de Sousa, en su recientemente aparecido Diccionario de edición, tipografía y artes gráficas22 nos descubre, al hablar de la letra versalita, que los problemas de falta de perfección no sólo se dan en los programas de correo electrónico, sino también en los mejores procesadores de textos:
Teóricamente, la letra versalita debe tener el mismo grosor que el asta de la versal correspondiente, y su altura debe ser igual o ligeramente mayor que la de la x minúscula (en torno al 82 % del cuerpo respectivo). En los programas de autoedición que la consiguen por definición informática, tal regla no se cumple: en ellos suele equivaler al 70 o 75 % de la altura de la mayúscula […].
Respecto al nombre de esa letra en el programa de proceso de textos Word, el traductor técnico Xosé Castro Roig nos avisa de un grave error de traducción: en dicho programa hay letras ‘mayúsculas’, ‘versales’ y ‘minúsculas’, es decir, llaman ‘versales’ a las ‘versalitas’, sin tener en cuenta que en español los nombres ‘mayúscula’ y ‘versal’ son sinónimos. Y en 1999 publicó en su página de Internet un artículo titulado «Rayas, signos y otros palitos»23 en cuya presentación nos explica que la informática ha puesto a disposición del profano los utensilios que antaño sólo poseían los tipógrafos, por lo que es conveniente que los traductores, periodistas, redactores y lingüistas mejoren sus conocimientos en ortotipografía.
Ya en 2000, el Instituto Cervantes añadió una sección en su Centro Virtual (su página en la Internet) titulada «El atril del traductor»24 en la que, entre otras cosas, incorpora orientación en la presentación general y en la ortotipografía de trabajos escritos.
Y resulta que ahora, más de veinte años después de aquellas minúsculas de los teletipos de la Agencia EFE, además de no usar tildes (muchas veces por pura ignorancia) y de desconocer la ortotipografía, es muy habitual entre los usuarios del correo electrónico no usar las letras mayúsculas (si se usan es para significar que se está gritando); es decir, es normal escribirlo todo con minúsculas —y casi siempre sin acentos—, pues resulta más cómodo. Y así, tras veintiún años, se cierra el círculo, o, como decimos en España, la pescadilla se muerde la cola.
Nota final: en 2001 los teletipos de la Agencia EFE aún no tienen tildes en las mayúsculas; el programa de proceso de textos y transmisión de noticias especialmente diseñado para una agencia comprometida con el buen uso del español no lo permite…