Por muy sabido, no sobra repetirlo: leer es una herramienta cultural de enorme importancia y la base principal para el dominio adecuado de las demás técnicas culturales. Asimismo hay coincidencia en que la lectura es el fundamento para el aprendizaje y el uso apropiado de la lengua. Quien no sabe leer, no sabe escribir, no se comunica con facilidad, tiene una percepción limitada del mundo y no puede desarrollar toda su capacidad imaginativa. Leer es un requisito importante para la formación de la personalidad, el desarrollo de las capacidades profesionales y la plena inserción del individuo en la sociedad moderna.
Si la palabra hablada —el lenguaje— es el principal elemento de comunicación directa e inmediata entre los seres humanos, la palabra escrita es la pieza clave para la transmisión de conocimientos entre personas separadas en el espacio y generaciones distantes en el tiempo. El edificio de nuestra cultura descansa fundamentalmente sobre la palabra escrita y nuestra capacidad de leerla, asimilarla e interpretarla. Históricamente, el libro es el soporte clásico de la letra impresa y su medio principal de transmisión, si bien su posición dominante tradicional está siendo erosionada por la irrupción de otros medios. Durante siglos el registro, el almacenaje y la transmisión de la información sólo fueron posibles mediante la anotación de signos sobre papel o soportes materiales equivalentes. Hoy en cambio nos movemos en una galaxia mediática mucho más diversa.
La llegada del fonógrafo, la fotografía y el cine, la ascensión de la radio y la televisión, y finalmente la ofensiva arrolladora de los medios electrónicos y digitales han provocado a lo largo de los últimos cien años un debilitamiento del monopolio de la galaxia Gutenberg. Pero sólo un debilitamiento, y no su tan cacareado fin. Porque, aunque el dominio absoluto esté siendo reemplazado por una especie de oligopolio de los medios, ello no significa de manera alguna la muerte del libro ni de la letra impresa.
La llegada del fonógrafo, la fotografía y el cine, la ascensión de la radio y la televisión, y finalmente la ofensiva arrolladora de los medios electrónicos y digitales han provocado a lo largo de los últimos cien años un debilitamiento del monopolio de la galaxia Gutenberg. Pero sólo un debilitamiento, y no su tan cacareado fin. Porque, aunque el dominio absoluto esté siendo reemplazado por una especie de oligopolio de los medios, ello no significa de manera alguna la muerte del libro ni de la letra impresa.
El ascenso a formas complejas de cultura está íntimamente ligado a la capacidad de lectura de los pueblos. Por ello en el libro Rise and fall of the great powers de Paul Kennedy (1987) se establece una relación directa entre la capacidad de lectura de una nación y su prosperidad económica. De esta capacidad lectora dependen igualmente la prosperidad cultural de la nación y su aptitud para defender o conquistar un lugar adecuado en el concierto mundial. Así, la escasez de lectores y el mayor o menor grado de alfabetización de una sociedad se revelan como un auténtico nudo gordiano que se interpone en el camino hacia su pleno desarrollo. Para deshacerlo, es necesario aceptar una incómoda realidad que puede parecer simple y trivial, pero que cualquier política educativa, cultural e incluso económica o social debe considerar a la hora de plantear sus acciones y estrategias: el reconocimiento del hecho que lectores no nacen, se hacen.
Asumir este hecho puede preservar también a editores y libreros de expectativas falsas sobre una rápida expansión de la lectura y un desarrollo continuado de sus mercados. Basta recordar que en España, a pesar de la envidiable solidez de nuestro sector del libro y de su buena posición en el ranking europeo —somos el cuarto productor— la población lectora apenas supera la mitad de la población total. Producimos más libros que nunca, pero nos topamos con un número insuficiente de lectores para absorber tanta producción.
Producimos más libros que nunca, pero nos topamos con un número insuficiente de lectores para absorber tanta producción.
Aprender a leer —como aprender a escribir— y mantener el hábito a lo largo de la vida requiere un gran esfuerzo. Si la práctica se abandona antes de alcanzar niveles de soltura, la persona en cuestión no llegará a descubrir el inmenso beneficio de estas técnicas culturales y tenderá a rehusarlas como un sacrificio excesivo. Hoy día, la propensión de amplios sectores de población a considerar la lectura una operación ardua y poco gratificante puede aumentar por la simple comparación con las facilidades de uso y consumo de los medios audiovisuales. Porque, mientras el acceso a la radio, la televisión, el vídeo o incluso Internet requiere nada o poco más que pulsar el botón ON/OFF del aparato, el acto de abrir un libro o la prensa no basta en absoluto para descifrar los textos y entender el significado de la palabra impresa. La navegación por la galaxia Gutenberg exige de sus navegantes, los lectores, un alto grado de alfabetización, y la investigación y la experiencia nos enseñan que la conversión del ser humano a la lectura ocurre o bien en la niñez o probablemente nunca. En consecuencia, el aprendizaje de la lectura en edad temprana y su fomento sostenido en el tiempo son la madre de todas las batallas. Y esta batalla se libra en el escenario delimitado por la familia, la escuela, las bibliotecas, los medios electrónicos y, en general, los espacios destinados al ocio.
Para fomentar con éxito la lectura hay que convertirla en un placer y en una experiencia estimulante. Mejor que imponer y educar autoritariamente es seducir para la lectura. Para conseguirlo, es absolutamente necesario crear en el entorno social un clima favorable, una atmósfera adecuada: en la familia, en la escuela, entre amigos, en la sociedad entera. Se trata sencillamente de convertir el libro en un preciado objeto del deseo y la lectura en una necesidad vital, tan imprescindible para vivir como el respirar, el comer, el beber y el amar. Para incitar a la lectura, muchas son las medidas posibles y no pocos los caminos que conducen a Roma.
Uno de estos caminos es el que Círculo de Lectores ha ofrecido desde sus orígenes en 1962 a la sociedad española. La vía de acceso a la lectura que el club abrió entonces a la población dispuesta a la experiencia ha ido ensanchándose en el curso de cuatro décadas hasta el punto de convertirse en una caudalosa arteria cultural, por la que innumerables ciudadanos españoles han encaminado sus pasos, movidos por el sencillo afán, íntimo y personal, de enriquecer su vida con libros.
Círculo constituye en España y el mundo hispánico un caso atípico, no representativo del mundo editorial. Desde 1997 la cifra de socios inscritos en este club de carácter familiar oscila en torno a 1 500 000, número equivalente a casi el 4 % de la población española y al 15 % de los hogares. Este colectivo constituye probablemente la comunidad lectora más grande del mundo hispánico y una de las más activas, dado que adquiere anualmente más de 8 millones de libros. Los socios residen en alrededor de 8 000 poblaciones, pero el 90 % de ellos se concentra en unos 1300 municipios y es atendido a domicilio o en su lugar de trabajo por casi 5000 agentes de servicio personal. También su inscripción en el club se produce generalmente por la visita personal de un promotor o por la recomendación de otro socio. Desde la creación de Círculo de Lectores en 1962, unos 10 millones de ciudadanos y su núcleo familiar han formado parte del club y han solicitado más de 200 millones de libros. Contrariamente al pesimismo cultural de los inicios y a la opinión de que en España no se lee, manifestada por las instituciones oficiales de la época, Círculo se ha convertido en una entidad cultural de notable arraigo popular, en una institución familiar para muchos españoles.
Las claves de su aceptación deben buscarse en las fórmulas aplicadas, cuyas características esenciales son las siguientes:
Todos estos elementos han contribuido a convertir el libro en un amable intruso en los hogares españoles, en un poderoso imán que ha movilizado, atraído y vinculado el club a varias generaciones de lectores. Éstos por su parte han seguido al club en su apuesta por la calidad, la exigencia e incluso los proyectos no exentos de ambición intelectual y riesgo económico. Así, además de los libros de éxito multitudinario, han encontrado cabida en el club libros y colecciones menos populares, textos cuya publicación se imponía no por las grandes expectativas de venta, sino por su valor intrínseco y por su significado cultural. A esta categoría pertenecen las Obras Completas de Octavio Paz o Gómez de la Serna, la naciente edición crítica de la obra entera de Borges, los ensayos de Julio Caro Baroja y Pedro Laín Entralgo, los Informes al Club de Roma, la serie universitaria Alma Mater, la Biblioteca Universal Opera Mundi con sus 336 volúmenes repartidos en 18 colecciones de Filosofía, Clásicos Griegos y Latinos, Ciencia, Ensayo moderno, Teatro universal, Literatura clásica y moderna de las diversas lenguas, incluyendo las orientales, etc.
El dinamismo y el vigor que los socios imprimen a Círculo de Lectores han impulsado a éste a la creación de nuevas iniciativas de propia entidad. Éstas han ampliado el radio de acción y han dado mayor calado a la actividad tradicional del club. La nueva configuración vista en su conjunto es una entidad cultural novedosa en el mundo de los clubes de lectura y también en el mundo editorial. Un organismo cultural más complejo e interdependiente, compuesto por el propio club y tres actividades de nuevo cuño, nacidas de su seno para complementarse con él: la editorial Galaxia Gutenberg —un sello de calidad con presencia creciente también en el mundo de la librería—, el Círculo del Arte —club de arte y bibliofilia nacido de la colaboración con Saura, Arroyo y los artistas ilustradores de las grandes obras— y la Fundación Círculo de Lectores, que promueve y acoge los actos culturales e institucionales.
Con la promesa tentadora de ofrecer a sus lectores las mejores páginas de su vida —anunciada en su lema corporativo— y recurriendo al variado arsenal de estrategias editoriales y de animación cultural aquí esbozado, trata Círculo de Lectores desde hace cuatro décadas de contribuir a la creación de lectores y al desarrollo de la lectura en España.
Leyendo libros, las personas se proveen de palabras y toman conciencia de ellas, reflexionan sobre su significado y mejoran su comprensión; descubren la belleza del lenguaje, amplían su vocabulario, afinan su sensibilidad lingüística; y desarrollan su capacidad de expresión, la facilidad para comunicarse y el deseo de dialogar. Algunos libros —como lo muestra el espectacular ejemplo de El dardo en la palabra— pueden incluso desencadenar un multitudinario despertar del interés por la lengua y sus avatares.
Mis experiencias, reforzadas por estas evidencias, me permiten afirmar que los lectores son los mejores depositarios, guardianes y defensores de la palabra y que por ello son también figuras clave para la preservación y el desarrollo del activo del español.