Así como la lengua, la lengua española, es un condominio que compartimos varios cientos de millones de ciudadanos de una diversidad de países, los libros en español son igualmente un hecho cultural común, más allá de sus diferencias y especifidades. Lo son porque sus creadores, los autores, aspiran a llegar al máximo número de lectores de esa vasta comunidad; y porque éstos, a su vez, desean tener acceso y capacidad de elegir, tanto más interesados cuanto más amplia y variada sea la oferta cultural a su alcance.
Basados en esos dos polos, que constituyen la razón de ser de nuestro trabajo, los editores nos esforzamos por acercar los libros a los lectores, resolviendo los requisitos y dificultades que la distribución plantea, en tanto que el libro es también un bien económico.
Así pues, esa trilogía, creación / autores – edición / libros – lectura / lectores, alimenta una importantísima circulación, económica y cultural, que llega en mayor o menor medida a todo el ámbito geográfico de nuestra lengua. Mejorar esa circulación para que la savia cultural que corre por los libros llegue más y mejor a cada vez más conciudadanos es, lógicamente, un objetivo que compartimos las gentes del libro con los gobernantes y las diversas instituciones que se ocupan del desarrollo. Como lo debe ser la consolidación de ese espacio iberoamericano del libro, en el que este bien cultural y económico circule sin barreras comerciales, políticas, ni de ninguna otra naturaleza.
Este principio general, esta causa largamente abonada por el trabajo de tantos escritores y editores —que ya fue recogida en el anterior Congreso de Zacatecas— a veces queda olvidada por urgencias economicistas que ignoran el impacto que encierra el libro como factor de desarrollo de personas y sociedades. Y esa ignorancia lleva en algunos casos a levantar barreras en forma de aranceles o impuestos que alejan al libro de los lectores, cuando no a adoptar medidas que debilitan primero, y destruyen después, la industria editorial o la red de librerías, verdaderos pilares para la viabilidad de este ecosistema cultural. Los poderes públicos, los gobiernos, tienen la responsabilidad de crear las condiciones favorables para que este ecosistema se desarrolle.
A los editores nos corresponde tender puentes, llevar y promover nuestras obras por este espacio. Por supuesto que no todas circulan en el conjunto. Una alta proporción sólo alcanza una difusión local, a veces un círculo restringido, bien sea por las características intrínsecas de la obra —especializada, minoritaria— o por la inversión que el editor le puede dedicar. Porque ésta es una industria con muchos pequeños editores, frecuentemente microempresarios emprendedores, comprometidos con un proyecto cultural, en el que arriesgan su capital pequeño y su generoso esfuerzo. Pero también hay editoriales con más dimensión, que tienen una presencia activa en el área —presencia propia o mediante acuerdos con otros editores o distribuidores— que tratan de distribuir y promover en más lugares de ese ámbito, posibilitando así que los lectores del área compartan la cultura viva y diversa: la que se crea en su país, la que llega de otros países del área, y lo más relevante de la producción en otras lenguas.
Hay medidas y acciones que pueden favorecer la circulación y el acceso al libro, naturalmente. Unas nos corresponde promoverlas a los profesionales del libro y a nuestras organizaciones, como es por ejemplo la difusión de los repertorios bibliográficos, cada vez más completos, actualizados y de fácil consulta, añadiendo información práctica de dónde y cómo comprar los libros. Otras son de competencia y responsabilidad de los poderes públicos, como la eliminación de trabas administrativas, aranceles y reducción o eliminación de impuestos, como algún IVA desmesurado. Y, desde luego, el mantenimiento de bibliotecas con una mínima actualización para que sean polos de atracción de la cultura viva, que es la mejor forma de mantener la cultura permanente.
El rasgo que define al espacio iberoamericano del libro, a ese hábitat cultural y embrión de mercado común, es su diversidad, su extraordinaria diversidad: de títulos, de especialidades, de fórmulas editoriales. Y por supuesto, de desarrollo y receptividad, de posibilidad de acceso de los lectores a la oferta.
En el panel vamos a ofrecerles una panorámica de esa diversidad, a través de las cifras, los conceptos y las diversas fórmulas y especialidades.
Comenzaremos por la situación de la edición en España y en América Latina, cada vez más interrelacionadas editorialmente, pero con diferencias en su desarrollo y sus rasgos. Conoceremos las políticas culturales de promoción del libro y la lectura que un organismo público regional, el Centro Regional del Libro para América Latina y el Caribe, (CERLALC) trata de impulsar con los gobiernos. Veremos un aspecto estratégico en esas políticas y en la gestión de los editores, como es el manejo y defensa de la propiedad intelectual, los derechos de autores y editores.
Se abordará un fenómeno de progresiva implantación e importancia: los grupos editoriales. Ponentes españoles y americanos darán sus diversas perspectivas: evolución, creación de grupos multimedia, internacionalización, lo global y lo local en obras, catálogos y gestión, presencia del sector público. Y, por supuesto, se examinará el estado de las principales especialidades editoriales: edición literaria, de pensamiento o no ficción, de lingüística, para la enseñanza, con especial referencia a los métodos y materiales para la enseñanza del español —interesante dada la naturaleza del congreso—, la edición de clásicos, de libros científicos y técnicos, infantiles y juveniles, el fenómeno de los clubes y otras iniciativas para ganar lectores.
Por lo que se refiere a España, la realidad de su edición se puede expresar bien a través de los datos de hábitos de lectura, de la oferta editorial y de las cifras de su industria. Vamos a tratar de sistematizar ese recorrido.
Es aconsejable partir de lo que hacen los lectores. Ahí está el indicador probablemente clave, tanto en términos de desarrollo cultural como de potencialidad económica en términos de mercado. El pasado año 2000 se sistematizó una metodología de recogida de datos con buena consistencia científica. El estudio, que continúa en la actualidad, puso de manifiesto unos datos y una realidad, no por intuida menos interesante. Los datos básicos son que el 58 % de los españoles leen libros, el 36 % frecuentemente —al menos una vez a la semana—, y el 22 % ocasionalmente. Hay, por tanto, un 42 % de personas que no leen. La realidad ya intuida es que la lectura de libros guarda correlación con el desarrollo: es mayor entre ciudadanos entre 16 y 44 años, que viven en ciudades superiores a 100 000 habitantes, con mayor incidencia en las zonas urbanas de Madrid, Barcelona y una franja del norte de España, con estudios medios y nivel universitario. Con dos notas más, una interesante —leen mucho los parados— y otra igualmente intuida y reveladora, que es una cierta mayor frecuencia de la lectura entre las mujeres, 59 % frente a 56 % de los varones. El estudio recoge una abundante información sobre el tipo de libros que leen, los que compran y dónde, cuyos detalles no podemos abordar aquí. Pero sí subrayar que este índice —el de lectores de libros, como el de diarios y de revistas— es un indicador relevante del grado de desarrollo cultural de un país, y apunta claramente a su capacidad para desenvolverse bien en los nuevos tiempos, que se van a caracterizar por la progresiva necesidad de usar más información. Recordemos que la Sociedad de la Información no es algo que sucede ante nosotros —la elaboración, la disposición de mucha más información—, sino algo que nos afecta a nosotros, en tanto que nos demanda usar más información para desenvolvernos eficazmente. Por ello, además de las razones personales para acercarnos a la lectura, hay una necesidad de extender su práctica, su uso, como algo habitual en toda sociedad que no quiera quedar atrasada.
¿En qué consiste la oferta editorial española? Hay que caracterizarla ante todo por su extraordinaria variedad. En 1999 se publicaron 70 000 títulos, entre reediciones y reimpresiones (29 000) y novedades (41 000). De éstas, se dirigen al mercado, a los circuitos comerciales del libro, 29 000 títulos. Los restantes eran publicaciones de las universidades y otras instituciones que tienen una circulación especializada. ¿Es demasiado? Aunque lógicamente esta diversidad plantea retos y dificultades, creo que habría que valorarla como un hecho culturalmente positivo. Sin necesidad de acudir a los análisis de Gabriel Zaid, en su conocida obra Los demasiados libros, el hecho es que resulta ventajoso disponer de una oferta que abarca infinidad de asuntos, enfoques, presentaciones, precios… Y que se expresa en varias lenguas, pues además del español o castellano, en los 70 000 títulos que les he citado se encuentran las ediciones en catalán (12 %), gallego (2 %) y euskera (2 %).
Por otra parte, es igualmente un indicador culturalmente valioso la receptividad de un país, de una lengua o cultura, a la producción intelectual del resto del mundo. Las traducciones no debieran ser, por tanto, un tema menor. En nuestro caso, de estos 70 000 títulos, 16 000 corresponden a traducciones, de los que la mitad vienen del inglés, y un 17 % lo son entre las lenguas españolas.
Esta diversidad tiene más causas y efectos, más explicaciones y puntos de reflexión. Un efecto negativo es sobre las tiradas. La tirada media es baja, 4481 ejemplares el pasado año 2000. Sin embargo, nuestra industria editorial, muy competida, ha conseguido mantener esa diversidad, con volúmenes medios y bajos, a unos precios muy ajustados. El precio medio en el año 2000, la media ponderada, fue de 2000 pesetas. Conseguido a partir de dos variables que son claves para entender la capacidad de nuestra industria: su tecnificación, la incorporación de las nuevas tecnologías en sus procesos de edición convencional en papel —con independencia de la edición electrónica— y la exportación, a la que se destina casi una cuarta parte de los ejemplares que se producen (261 millones en el año 2000).
Por otra parte, el mantenimiento del precio medio ha sido posible por la mayor presencia, la progresiva implantación entre nuestros lectores, de colecciones de menor precio, como las ediciones de bolsillo, que el año pasado significaron un 12 % de los ejemplares producidos y más de un 5 % de la cifra de facturación editorial.
Igualmente interesante es que otro 5 % de la facturación se la lleva la edición multimedia. Y que casi un 30 % de las editoriales españolas ha incorporado ya a sus catálogos ediciones en soporte distinto al papel.
Para cerrar este apartado sobre la oferta, cifremos el dato de los títulos vivos. Son 251 435; es decir, el equivalente a cinco años de producción, o quizá más exactamente, a más de ocho años de las novedades que se dirigen al circuito profesional. También es una buena noticia, porque la mayoría de los libros se escriben —y se editan— para durar. Y uno de nuestros desafíos es lograr que la conexión entre la librería, que sólo puede tener una cantidad de libros reducida, y el almacén del editor, sea una realidad y funcione. La informática y las nuevas tecnologías nos deben aportar respuestas, desde luego.
Esta oferta, cultural y comercial, la está llevando a cabo un sector industrial del que les voy a dar los rasgos esenciales. Es, en primer término, privado, pues más del 93 % de la facturación viene de empresas privadas. Coexisten en él empresas grandes o grupos editoriales, con un gran número de editoriales pequeñas (en la Federación de Gremios de Editores tenemos agremiadas unas 800). Las veinticinco empresas de mayor volumen representan un 65 % de la facturación, todavía a distancia del grado de concentración que se da en los países anglosajones o incluso en otros lugares de Europa.
La facturación el año 2000, en España, en lo que llamamos el mercado interior, fue de 420 000 millones de pesetas. Mientras que la cifra de exportación alcanzó los 88 000 millones de pesetas (68 000 millones en libros y 20 000 en producción encargada por editores de fuera). Habría que desglosar esta cifra de exportación, señalando que al conjunto de los países iberoamericanos fueron 39 745 millones de pesetas, frente a una cifra equivalente, entre libros y servicios gráficos, que fue a la Unión Europea.
Pero no sólo viajan los libros. El sector editorial español tiene una acusada presencia en el exterior, a la vez que están implantadas o son propiedad de grupos de fuera del área lingüística algunas importantes editoriales. En concreto, hay 27 empresas que tienen 153 casas filiales, aproximadamente un centenar en América Latina. Esa internacionalización, como tendremos ocasión de escuchar en algunas intervenciones del panel, opera de una manera distinta y muy preferente en nuestra área lingüística, en el espacio iberoamericano, del que ha sido y será factor de consolidación.