Señoras y señores:
Permítanme ante todo expresar mi más profundo agradecimiento por ofrecerme la oportunidad de dirigirme a tan distinguido auditorio sobre un tema tan importante y complejo como es el del potencial económico del español, es decir el futuro de nuestra lengua como recurso económico.
Quisiera comenzar refiriéndome a la perspectiva desde la cual habré de abordarlo, ya que no soy, ni aspiro a convertirme a esta altura, en un especialista de nuestra lengua, ni aun de la dimensión económica de la misma. Las mías no pueden ser sino palabras de un economista de formación humanista que quiere y defiende nuestro idioma y se preocupa y hasta angustia por su futuro. Mi única aspiración es compartir con ustedes algunas de esas preocupaciones generales, consciente de que me dirijo a un auditorio mucho más calificado en estos temas que este servidor internacional del desarrollo económico y social.
Para el economista que les habla el español es ante todo un bien en varios sentidos: es un bien en tanto que modo de expresión y de comunicación, y es un bien precioso en la medida que forma parte de nuestro ser más profundo, de nuestra radical identidad. El mundo, la vida, nuestros semejantes se nos aparecen —o mejor dicho, los moldeamos— de una determinada manera por ese bien, por el cual aprendemos y aprehendemos. Creo que reconocer desde el inicio esa dimensión afectiva en nada afecta la seriedad de esta tarea, sino que más bien la coloca en su justo marco: a nadie puede exigírsele que aborde desde la neutralidad afectiva su relación con su país, su familia o su ciudad. Algo similar ocurre con el idioma.
Una percepción generalizada pero errónea, que se presenta con apariencias de ser una verdad, como suele ocurrir con ese tipo de ideas, pretende que el inglés es el idioma que mejor da cuenta de las realidades del mundo de la economía. Según ese argumento, sólo en inglés y desde el inglés pueden captarse y transmitirse los cada vez más complejos mecanismos de la economía moderna. Sin negar la parte de validez que esa enunciación conlleva, permítanme aquí expresar mi emocionado reconocimiento a los maestros de lengua española que desde la cátedra en la Universidad de la República, en Uruguay, o a los maestros españoles que a través de sus libros me iniciaron en la ciencia económica. La contribución del español a los estudios económicos ha sido mucho mayor de lo que suele reconocerse. Nuestro idioma ha resultado cuando menos tan idóneo como otros a la hora de describir, analizar y ordenar las distintas facetas de la actividad económica. No cabe en este terreno, como en ningún otro, albergar complejos frente a otras lenguas y otras culturas.
No menos reconocido estoy a la pléyade de maravillosos traductores que volcaron al español las obras del pensamiento económico creadas en otras lenguas. Gracias a sus esfuerzos, generaciones de estudiantes hispanohablantes pudimos familiarizarnos con la obra de los padres fundadores de la ciencia económica y ampliar así nuestros horizontes y nuestras perspectivas. Mención especial, en este contexto, merece la labor de aquellos hijos de la España peregrina que desde México y Argentina tanto hicieron por incorporar el acervo científico originado en otras lenguas. Asimismo, quisiera consignar aquí mi agradecimiento a quienes desde la función internacional defendieron y promovieron al español en las instituciones multilaterales, comenzando por mi querido maestro argentino, don Raúl Prebisch, quien en todos los cargos que ocupó en el sistema de Naciones Unidas se preocupó por la calidad del español que se empleaba en el trabajo de las organizaciones, y a figuras como José Medina Echeverría y don Francisco Giner de los Ríos, cuyo paso por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) no sólo enriqueció nuestros conocimientos, sino que embellecieron y contribuyeron a propagar nuestro idioma.
Creo que estas referencias personales a maestros, pensadores, traductores, grandes comunicadores todos, resumen mi experiencia, mi personal peripecia, en este tema, que quisiera compartir con ustedes en esta ocasión. Siempre he visto en nuestro idioma un pilar sobre el cual nos asentamos, algo así como un modo de pararse y de estar en el mundo, pero también como una manera de ir hacia los otros y un vehículo mediante el cual gente de otros horizontes, otras culturas y otros idiomas pueden conocernos mejor y enriquecerse con nuestros aportes. Se trata de un bien que debe ser preservado, defendido y promovido, no a expensas de nuestra apertura al mundo, sino como modo de volcarnos a él, enriqueciéndolo y enriqueciéndonos. Recurriendo al concepto del regionalismo abierto, en boga en los últimos anos en América Latina para dar cuenta de nuevas realidades hemisféricas, de lo que se trata es de practicar una defensa abierta y generosa del español, que nos proyecte y ayude a afirmarnos e insertarnos en el mundo, en lugar de aislarnos o meternos en estériles combates de retaguardia.
Para lograr esas metas contamos con activos muy importantes: más de 300 millones de personas hablan el español en todo el mundo, una población obviamente dispersa por varios continentes, pero seguramente más homogénea en sus aspectos sociales y culturales que ninguna otra gran comunidad lingüística. Esos millones de personas, hermanadas por nuestra lengua, comparten un sistema de valores y de modos de vida y constituyen también un vasto mercado de productores y de consumidores que está llamado a convertirse en uno de los mayores del mundo en los próximos años.
En ese sentido, puede afirmarse que el español es un factor estratégico de nuestra inserción en el mundo y debe ser tratado como tal. Un mercado es un área cultural, una comunidad de lenguas en donde el español no puede ni debe estar ausente. La difusión de nuestro idioma es también una ampliación de nuestras opciones en materia de producción e intercambio. Dicha propagación está íntimamente ligada a la difusión de nuestros productos y, por ende, a nuestra presencia en el mundo, a la imagen que irradiamos y a la visión que nos forjamos del mundo.
Postular para la lengua ese regionalismo abierto y no excluyente que mencioné anteriormente no significa en absoluto negar los desafíos y las amenazas que se ciernen sobre el español y que nos convocan a adoptar una defensa inteligente y flexible de nuestro bien común: hacerla presente y viva en cada ocasión que se presente, mantener en los hogares la práctica de la lectura y conservar en las escuelas la disciplina de la redacción (hábitos que están cayendo en peligroso desuso), velar por la promoción de los más claros exponentes de nuestro patrimonio cultural, evitar las mezclas que empobrecen; en síntesis, querer, difundir, prestigiar nuestro idioma ante los fuertes avances de otras lenguas.
Esos avances están vinculados en buena medida, pero no exclusivamente, a la irrupción de nuevas tecnologías y de formas modernas de comunicación que requieren de nuestra parte la mayor atención, no para replegarnos, sino para aprovechar las oportunidades que nos brindan. En la medida en que lo logremos, nuestro bien común será también y cada vez más un bien económico de la mayor importancia.
Conviene no olvidar que nuestra lengua es la tercera en el mundo por el número de personas que la hablan —después del mandarín y el inglés, y antes que el hindi, el alemán o el francés—, y que figura entre las de más dinámico crecimiento, que la revolución tecnológica en curso no hará mas que acentuar ya que la integración de los hispanoparlantes a las redes de comunicación global está todavía en sus comienzos. Es decir, que el español ya figura entre los idiomas líderes del mundo y que están dadas todas las condiciones para que esa posición preeminente se consolide y amplíe en el futuro.
Tampoco debemos perder de vista que nuestro idioma es hijo de una historia más que milenaria en el curso de la cual ha evolucionado, ha cambiado y se ha enriquecido con los más variados aportes; los desafíos que enfrenta hoy no son nuevos, aunque nuevas puedan ser las formas que revisten. La llegada a América de los primeros españoles, el contacto con realidades geográficas, sociales, culturales y lingüísticas totalmente desconocidas colocó a nuestra lengua ante un escenario totalmente inédito que al que respondió con creatividad, flexibilidad e imaginación. América aportó al español una dimensión mestiza al ensanchar su horizonte con la incorporación de vastos contingentes indígenas y africanos que ampliaron su masa demográfica, su extensión geográfica, su vocabulario y la gama de sus acentos.
El laboratorio historico-social que fue la América española primero y la América independiente después generó nuevas demandas que se reflejaron en nuestro idioma, en particular las derivadas de los procesos acelerados de urbanización y de inmigración de corrientes migratorias que llegaron a nuestras tierras con otros idiomas y otras realidades. La sociedad hispanoamericana semi-pastorial o tenuemente urbanizada dio paso a otra altamente concentrada, industrializada y urbanizada, que generó modos de expresión peculiares, reflejados en el español de las calles latinoamericanas, pero también en la música, el periodismo, la literatura, todo lo cual ha confluido en lo que es hoy nuestro español.
El último medio siglo, y en particular las últimas dos décadas, han promovido una fuerte diferenciación interna en las sociedades latinoamericanas. Se redujeron las ocupaciones agrícolas, aumentaron y luego se estabilizaron las ocupaciones industriales, se incrementaron las ocupaciones en el sector comercio y administración, se crearon —a una tasa de crecimiento muy elevada— ocupaciones de cuadros medios y superiores y también de profesionales.
Este proceso de diferenciación en la cúspide tuvo como soporte el desarrollo de las universidades. Hacia 1950 la matrícula de todas las universidades de la región era de apenas 250 000 estudiantes. Hoy ella se ubica en el entorno de 15 millones. Paralelamente el cuerpo de docentes de la región —de todos los niveles— está por encima de los ocho millones de personas, y como se prevé un incremento de la matrícula secundaria, en los próximos diez años, de no menos de cinco millones de personas, se agregará al conjunto de docentes más de un millón de nuevos profesores y maestros.
Este fenómeno de la expansión del volumen de personas educadas y de instituciones que se dedican a formarlos está cambiando no sólo la cultura, sino la estructura social de la región. Argentina tiene casi tantos docentes como personas ocupadas en el sector primario agrícola. México en 1997 tenía alrededor de 1 200 000 docentes, lo que superaba la población de más de un Estado de la Federación; y Brasil en sus 2,1 millones permite reflexionar que si estuvieran todos asentados en un mismo lugar constituirían la quinta o la sexta ciudad de ese país.
Esta población altamente educada utiliza el lenguaje de una manera bastante más compleja que el mundo latinoamericano previo, que fue predominante rural hasta 1950. Es este sector el que en mayor medida utiliza Internet (18,3 millones), es el sector que lee diarios, que escribe y que interactúa con la palabra, pero también el sector que utiliza otras lenguas, y entre ellas preferentemente inglés.
Pero en estos años de globalización se incrementaron exportaciones e importaciones, se incrementaron los viajeros y en particular estudiantes hacia las universidades de los Estados Unidos y Europa. En el año 2000 Estados Unidos emitió visas a 280 000 estudiantes, de las cuales un sector muy apreciable provino de América Latina. Autorizadas voces de universidades públicas hacen notar que los ingresos a las universidades por matrículas de extranjeros llegan a constituir hasta el 25 % de los recursos financieros.
Las élites latinoamericanas se están socializando en el inglés como segunda lengua, y en la condición americana como segunda cultura. El proceso no es nuevo, así ocurrió con el idioma y la cultura francesa entre comienzos de siglo y los años 1950. La diferencia es en cuanto al orden de magnitud y en cuanto a la presencia constante del idioma inglés a través de la música, los filmes, los circuitos de televisión y de Internet.
Los usuarios son diferentes. Internet y circuitos cable son consumidos por personas de niveles educativos elevados y de edades muy diferentes, porque junto a los jóvenes participan los empresarios, los profesionales o los consumidores de tercera edad. En todos éstos, la situación es de un grupo social que utiliza simultáneamente dos estándares lingüísticos, sin que se produzca la contaminación del uno por el otro. Son quienes tienen un más sofisticado uso de la lengua española los que reciben y comunican en inglés.
Quizá, el estrato social que ha experimentado los mayores cambios y sea una de las fuentes más dinámicas de la creatividad del lenguaje tanto por su creciente participación relativa en la población total como en el punto de confluencia de influencias marcadas de todos los orígenes de la cultura y de las modernas comunicaciones lo constituye hoy la juventud latinoamericana.
La juventud tiene un papel de importancia creciente en la formación cultural de la región. En primer término, porque los habitantes de entre 15 y 29 años constituyen un 25 % o más del total de población, lo que es una participación muy elevada si se la compara con la de Europa, Estados Unidos o Japón. En segundo término, como el cambio educativo ha sido muy acelerado los jóvenes tienen años de educación aprobados que están muy por encima de los de generaciones precedentes. En tercer término, porque los jóvenes aportaron un enorme peso a la formación de la población urbana; durante las décadas del 70 y del 80 su volumen crecía en el orden del 5 % anual, por lo que las ciudades latinoamericanas eran ciudades de jóvenes.
Su peso en el consumo se ha incrementado considerablemente porque las familias les asignan más ingresos, dada la reducción de la natalidad, y porque el consumo de masas se establece en el momento en que los jóvenes llegan al mercado consumidor. Por lo tanto sus patrones de consumo han tenido una gran incidencia en los patrones de consumo de las sociedades latinoamericanas.
Un alto porcentaje de los jóvenes asiste a un centro educativo, aunque no lo hagan siempre en la forma regular que caracteriza a la matrícula de los países desarrollados. Sin duda alguna Estados Unidos tiene un papel fuera de serie, con una matrícula terciaria que comparada con la población de 18 a 22 años da un registro del 80 % hacia el año 1995, pero Argentina tiene casi el 40 %, Perú casi el 30 %, tasa que es similar en Chile, Costa Rica, Panamá, y Uruguay, mientras que los restantes países se ubican en torno al 20 %.
Estos jóvenes no sólo asisten a un centro de educación superior, sino que interactúan entre ellos, por lo que tienen un peso muy considerable en las pautas culturales y en la formación de la opinión. Estos estudiantes, que están en las universidades o en establecimientos educativos afines, son grandes consumidores de productos musicales y constituyen el mercado de referencia de la creación musical. (Cuando ellos se desinteresaron por las canciones revolucionarias éstas prácticamente desaparecieron de la producción discográfica). También son los estudiantes quienes constituyen el grupo innovador en materia de lenguaje; es posible que el aporte venga del hablar popular o de las lenguas extranjeras, pero si no recibe la aceptación de esta categoría social no logra difundirse con facilidad hacia los restantes segmentos del mercado de la música.
Hablar de estos jóvenes es hablar de las clases medias latinoamericanas, que en mayor o en menor grado participan del consumo y constituyen el sector con mayor disponibilidad hacia la cultura en lengua inglesa. Los jóvenes son los consumidores de las variedades de música americana —rock, pop, hip-hop—, mientras que los sectores populares se expresan cada vez más en ritmos tropicales latinoamericanos, espacio que ocupan tanto la música brasileña como la caribeña.
Pero, de la misma manera que en los Estados Unidos la música country tiene mucho más volumen de ventas que la música rock, en América Latina la llamada música tropical bailable tiene una difusión muy superior a la música de origen norteamericano, y habría que saber si no se está constituyendo un nuevo tipo de sensibilidad musical —y de actitud hedonista— en la cultura juvenil latinoamericana. Los danzones, los merengues, las cumbias y otras expresiones musicales caribeñas tienen en común una exaltación del amor, del deseo y una proclamación de la alegría y el humor como dimensiones esenciales de la existencia humana. Las grabaciones de música y canciones tropicales tienen una recepción en América Latina —que se puede comprobar por los pagos de derechos de difusión— que supera, ampliamente, la difusión de la música de origen americano. La mayoría de los jóvenes latinos no está fascinada por la cultura musical norteamericana, sino por la cultura tropical regional.
Aparte de sus profundas implicaciones culturales y sociales, hoy la creatividad de las industrias culturales de la región tiene un impacto nada despreciable como contribución al producto nacional de nuestros países. En esas industrias la lengua, sin duda, es un factor clave.
Estos cambios de la segunda mitad del siglo pasado en las estructuras sociales de Hispanoamérica y en la creciente comunicación con Estados Unidos y Europa, especialmente en sus clases dirigentes e intelectuales, generan una fuente de profundas transformaciones creativas en una lengua cada vez más dinámica e internacionalizada.
Pero quizá las corrientes humanas hacia los Estados Unidos constituyen uno de los fenómenos más importantes, tanto en el plano político como en el económico y social de los Estados Unidos. A este fenómeno quisiera dedicar algunas consideraciones.
Esa historia de demandas, mutaciones, desafíos y respuestas creativas se prolonga hasta nuestros días. Pocos desarrollos ilustran mejor el futuro que aguarda al español que el de la presencia de la comunidad de lengua española de Estados Unidos.
El censo de población de dicho país en el año 2000 aportó la información de que la población que se autoidentificaba como hispana —con independencia del lugar donde hubiera nacido— alcanzaba a 35 millones de personas, lo que implica que alrededor de uno de cada ocho habitantes de Estados Unidos es de origen hispano o latino.
A partir de datos anteriores al censo de 2000 el US Census Bureau proyectó la población para el año 2050, estimando un volumen total de 403 millones de habitantes, de los cuales 98 millones de personas se autodeclararían como hispanos o latinos y 53 millones como negros no hispanos. Si uno tiene en cuenta una posible omisión censal de los hispanos, por razones de residencia ilegal, llegaría a la conclusión de que ya ahora constituyen la primera minoría de los Estados Unidos.
La población latina es joven —la mitad de ella está por debajo de los 26 años de edad— por el alto peso de los inmigrantes jóvenes y por la tasa de procreación, muy superior al de la población americana blanca no latina. En la década pasada, dos de cada cinco puestos de trabajo creados fueron desempeñados por latinos, lo que informa sobre la necesidad de mano de obra que experimentó la economía norteamericana y cómo hubiera sido imposible de satisfacer sin la inmigración internacional.
Indagada la población sobre qué lengua se habla en el hogar, resultó que 26 771 000 personas se comunican regularmente en español en sus hogares. Exactamente el 10,5 % de la población residente en los Estados Unidos mayor de cinco años es de habla española.
Si se ordenan los países de habla española por el volumen de sus respectivas poblaciones, se parte de México y se continúa con España, Colombia, y Argentina. El tema es que los Estados Unidos tienen una población hispana de 35 millones que es casi igual a la de Argentina en el mismo año 2000 (37 millones) por lo que hay que concluir que Estados Unidos es hoy el quinto país, en cuanto a volumen de población hispana, y que seguramente será el cuarto en breves años. Si se contabilizaran los inmigrantes indocumentados esa población seguramente superaría a la de Argentina.
La población hispana ha venido incrementando el promedio de ingresos individuales de su población económica activa. El porcentaje de activos en relación a la población total es entre los hispanos más alto que la relación activos-población total en la población americana, porque la población hispana es comparativamente más joven y la condición de estudiante finaliza a edades más tempranas.
De acuerdo al Current Population Survey, en el año 2000 los hombres activos eran 10 249 000 hombres y sus ingresos medios alcanzaban a 19 833 dólares anuales, lo que deparó un ingreso masculino total anual del orden de 203 268 millones de dólares. Por su parte las mujeres tenían una muy considerable tasa de actividad y fueron registradas como perceptoras de ingresos por trabajo, 9 079 000, con un ingreso individual de 12 255 dólares, que es sensiblemente inferior al de los hombres hispanos por el predominio de inserciones laborales en actividades domésticas remuneradas y otras similares de bajas remuneraciones. Con estas limitaciones ellas lograban percibir un ingreso anual total de 111 263 millones de dólares, por lo que en conjunto los hispanos en Estados Unidos perciben un ingreso total de 314 531 millones de dólares.
En el año 1999, de acuerdo a la CEPAL, Brasil registró un producto interno bruto, a precios corrientes de mercado, de 529 398 millones de dólares; México, 479 453 millones de dólares; y Argentina, de 283 402 millones de dólares. Es obvio que no es estrictamente comparable la suma de los ingresos individuales de un conjunto de individuos con el producto interno bruto total de una sociedad nacional, pero las cifras llevan a afirmar que, por importancia económica, luego de Brasil y México, la población hispana de los Estados Unidos constituye la tercera entidad económica del mundo latino de las Américas en su nivel de ingresos, acercándose rápidamente a las dos primeras.
En esa nueva realidad social y política de la hispanidad en Estados Unidos, el español tiene una importante y creciente impronta en la cultura, las comunicaciones y en el volumen del consumo de los Estados Unidos. Cada vez son más las empresas que realizan publicidad en español para los consumidores latinos, y cada vez son más importantes las radios y las cadenas de televisión que transmiten en español. También en ciertos estados —como California, Florida y Texas— y para ciertas ocupaciones son preferidas las personas bilingües en español e inglés.
Así pues, este polo hispánico de contornos cambiantes y todavía imprecisos, disperso en diversos puntos de Estados Unidos, ilustra el complejo vínculo entre lengua y actividad económica. Factores socio-económicos —demanda de mano de obra en los Estados Unidos, miseria, catástrofes naturales, falta de oportunidades— y a veces conflictos políticos y situaciones de violencia impulsaron a un número impresionante de personas de lengua española radicarse en este país (2 millones en 1940, 10 millones en 1976, cerca de 20 en 1990 y unos 35 millones en la actualidad), impregnando todos los aspectos de su vida y convirtiéndose en una suerte de realidad ineludible con múltiples consecuencias en los más diversos planos, a nivel de la producción, pero también de la demanda, y generando una red de servicios específicamente dirigidos a esta creciente comunidad.
Ciertamente que también los flujos de emigrantes no sólo se han dirigido hacia los Estados Unidos. También Europa, y en especial España, son hoy destinos procurados por las corrientes migratorias, pero allí se insertan en un medio culturalmente afín y donde comparten la misma lengua. Por eso la especial significación de la hispanidad norteamericana en Estados Unidos y Canadá.
Dos factores económicos adicionales han tenido en la lengua española un vehículo de grandes significaciones económicas: Me refiero a los avances de la integración regional con más de 50 años de experiencias variadas y ambiciosos esquemas de cooperación económica dentro de la América Latina, y en segundo lugar el redescubrimiento de esa América Latina por parte de la empresa española. En ambos fenómenos la lengua española hubo de desemeñar un papel movilizador y motivador de gran significación.
A pesar de los 500 años de historia común, a pesar de la dependencia política del Imperio español hasta aproximadamente el año 1810, y a pesar de la continuidad portuguesa, a través del Imperio brasileño iniciado por don Pedro I y con vigencia hasta 1898, a pesar de los discursos latinoamericanistas y de las prédicas anti-norteamericanas de un José Enrique Rodó o de un Rubén Darío, las nociones de lo latino y de lo hispano se han ido constituyendo tardíamente y en forma paralela a los procesos de integración regional.
El comercio entre los países latinoamericanos se incrementa en forma regular desde hace 30 años. Los productos industriales producidos principalmente en los grandes países de la región, se consumen normalmente en los otros países. Los grandes acuerdos, como el Mercado Común Centroamericano, el Pacto Andino y el Mercosur, fueron nutriendo una comunicación económica que desde los años cincuenta del pasado siglo preconizó la CEPAL, como voz pionera de la integración regional.
La integración económica se ha acompañado por el movimiento poblacional entre los países de la región. Millones de centroamericanos, obligados por la guerra o en búsqueda de mejoramiento económico, se han desplazado entre los países del istmo o hacia México; millones de colombianos buscaron las oportunidades del rápido crecimiento venezolano en los años de expansión económica petrolera; cientos de miles de bolivianos, chilenos, paraguayos y uruguayos se instalaron en Argentina, que constituyó durante décadas un polo de atracción inmigratoria, donde la lengua desempeñó un papel determinante.
Por su parte, las comunicaciones físicas han facilitado el enorme ciclo de movimientos turísticos, económicos y culturales entre los países de la región.
Los procesos de integración lograron romper las visiones de las sociedades nacionales como entidades separadas entre sí o como historias nacionales dependientes y sólo explicables por las repercusiones de los procesos históricos universales.
Ahora la propia integración económica en curso impulsó un sistema de información que cubre las actividades, la evolución económica y la política de los otros países de la región. Paralelamente, América Latina adquirió estatus de tema de los programas de enseñanza. Así, los jóvenes de la educación secundaria de Uruguay —por ejemplo— estudian la historia contemporánea latinoamericana y se forman, en particular, en el análisis socio-económico de los grandes países vecinos.
La integración regional sería inexplicable sin afinidad cultural, histórica y de valores entre los pueblos de la región, que, reiteramos, se ha labrado con intensidad en las últimas tres décadas. Muchos de los valores de los pueblos de América Latina son de claro origen hispano, como es el papel de la familia, la valorización de los hijos como expresión de la felicidad, la atención de los adultos mayores de la familia y la integración de la población en comunidades. Teóricamente estos valores son comunes a muchas culturas, pero tal vez en América Latina se viven y se practican con más intensidad. Es interesante anotar que esos valores están siendo realzados por las telenovelas latinoamericanas, que presentan un mundo de afectos como central en el desarrollo humano —en lugar del poder económico y político o de los logros profesionales— en el que figuran el amor filial o el de pareja y por tanto los desgarramientos por la pérdida de seres queridos como grandes pilares de la realización humana.
Uno de los fenómenos más notables que han experimentado las históricas relaciones de España con Iberoamérica lo constituye la especial prioridad de la inversión privada española hacia nuestra región durante la última década.
En los 90, ningún país europeo registró un crecimiento similar al español en las inversiones privadas directas hacia Iberoamérica.
Entre los años 90 y 97, la inversión española promedió 733 millones de dólares por año. Entre 1995 y 1997 alcanzó a los 9500 millones de dólares anuales. América, en resumen, se ha convertido en una meta especial de la inversión española con flujos que en 1999 absorbieron las tres cuartas partes de los flujos globales de inversión privada española en el exterior.
En el corto plazo por lo menos, España retendrá su posición de principal inversor europeo en la región y aún puede ubicarse en el primer inversor mundial en alguno de los países del Cono Sur.
Son muchos los determinantes de los flujos internacionales de la inversión privada que no vamos a analizar aquí, y donde ciertamente las perspectivas del beneficio desempeñar un papel central.
Pero no me cabe duda que en este redescubrimiento de la región americana por parte de los intereses económicos tienen entre sus factores determinantes las afinidades culturales y el factor estimulante de una lengua compartida.
Pienso asimismo que la próxima frontera de la comunicación de los intereses económicos habrá de convertirse en las pequeñas y medianas empresas.
En esos sectores la comunidad de culturas y de lengua desempeñan un papel aún más determinante. Todas las influencias que un idioma compartido puede tener sobre el fenómeno de la globalización económica del mundo de habla hispana.
En los modernos análisis económicos el llamado capital social de una sociedad constituida por su cultura, sus valores, sus tradiciones, están unidos por el orden umbilical de una lengua común.
Ese capital social no puede ser ignorado cuando se apela a los factores que determinan la capacidad de progreso de una sociedad determinada.
Podríamos afirmar que la comunidad hispana, en un sentido amplio, comparte un capital social común que puede servir para apoyar las bases de un crecimiento dinámico y compartido.
Decía al comienzo, y quisiera reiterarlo ahora: el español es un bien y es, entre otras cosas, un bien económico. Pero es también mucho más que eso, es nuestro universo. Como afirmaba Octavio Paz: «la palabra es nuestra morada: en ella nacimos y en ella moriremos. Ella nos reúne y nos da conciencia de lo que somos y de nuestra historia. Acorta las distancias que nos separan y atenúa las diferencias que nos oponen. Nos junta pero no nos aísla; sus muros son transparentes y a través de esas paredes diáfanas vemos al mundo y conocemos a los hombres que hablan en otras lenguas. La lengua es un signo, el signo mayor, de nuestra condición humana».
En última instancia, nosotros forjamos nuestra lengua y ella a su vez nos ha forjado como somos, es nuestro más claro revelador en la medida descubre las capas más profundas de nuestro ser. Por eso promover nuestro idioma sea quizá la forma más eficaz de proyectarnos al mundo como comunidad de naciones e individuos unidos por una visión compartida de la vida, sus complejidades y matices. Y en el mundo globalizado como el nuestro quizá no haya ancla o referente más importante que la lengua, eje más determinante en torno al cual ordenarnos como individuos y como sociedades que el de la lengua compartida.
Al respecto, permítaseme una digresión de carácter personal: mis largos años de trabajo en la función pública internacional me expusieron al uso frecuente de otras lenguas. Tuve la fortuna de haberme educado en un país donde la enseñanza de las lenguas era parte del currículum básico y cuya cultura se caracterizó siempre por una altísima apertura al mundo exterior, principalmente al mundo latino, tendencia que encarnó como pocos nuestro escritor y pensador José Enrique Rodó. En ningún momento sentí que la adopción de otra lengua que el español significara una negación de mí mismo o de mi comunidad; al contrario, siempre he vuelto a nuestra lengua con renovadas ansias, enriquecido y a la vez reconfortado por esas a veces prolongadas incursiones en y por otros idiomas.
El español no es sólo importante por su contribución al progreso económico y social de quienes lo hablamos. Lo es también y ante todo porque es portador de valores distintivos que conforman una visión del mundo y de la vida que tiene la singularidad de ser inconfundiblemente nuestra. La construcción de las frases, la sonoridad de las palabras, la diversidad de acentos nos representan en nuestra riqueza y en nuestra complejidad, configuran nuestro tronco básico y nuestro más preciado común denominador.
En esa matriz fundacional nos reconocemos todos los que hablamos, pensamos, sentimos y trabajamos en español; ese patrimonio nuestro es de todos y de nadie en particular. Es nuestro más profundo pasado y nuestro indispensable pasaporte al futuro, y como tal debemos cuidarlo y defenderlo.