La proyección del libro español hacia el exterior, y en particular la de sus editores, ha respondido, desde antiguo, a una suerte de vocación que se ha manifestado de manera diversa, según las distintas épocas.
Ya desde el encuentro con el continente americano, el libro español comenzó su viaje a las, para España, nuevas tierras. Con la lengua española llegaron los primeros libros al Nuevo Mundo. En el siglo xvi, mayoritariamente importados de España y sujetos a un estricto control de sus contenidos, que tanto la Inquisición como la Corona se dedicaban a ejercer. La lengua española extendía sus territorios al tiempo que se extendían los del Imperio español.
A mediados de ese siglo la imprenta llegó a América (en 1535 a México, en 1584 a Perú). Al principio se dedicó a la edición casi exclusiva de obras evangelizadoras, el mismo tipo de obras que continuaría en los dos siglos siguientes constituyendo una parte importante de las publicadas, acompañadas de vocabularios y artes de lenguas indígenas e incluso algunas obras propiamente literarias, históricas y filosóficas.
Ha de ser a partir del siglo xix cuando ocurrirán cambios significativos con el surgir de los movimientos independentistas en la América Hispana, cambios que las publicaciones reflejaron. Así, en los libros, folletos y periódicos del primer tercio del siglo xix quedarían plasmadas las múltiples cavilaciones de los ideólogos de la época para encontrar el camino de la independencia, para proponer qué hacer desde ella, sobre los impactos que causaría el alumbramiento de las nuevas naciones y otras reflexiones.
El desarrollo de la industria editorial de la América Hispana había empezado ya su camino hacia la modernidad. Surgían naciones independientes de la metrópoli, con la que compartían la lengua. Ya no era el español la lengua de un imperio; se había convertido en una lengua internacional.
La edición en la América hispanohablante fue tomando más y más importancia. Tras la guerra civil española, recibió la aportación de los exiliados que contribuyeron a que, especialmente México y Argentina, alcanzaran la posición de ser los paradigmas de la modernidad en la edición en español de la década de los 40 y los 50.
La edición en España, con ciertas limitaciones de censura en cuanto a los contenidos más sensibles, pero activa en cuanto a la comercialización de sus productos, reemprendió el camino de la exportación que, con medidas oficiales de apoyo, iniciaría una trayectoria ascendente. Los receptores de dicha exportación, en su mayor volumen, fueron los países hispanohablantes, como era de suponer, con escasa presencia en los de otras áreas idiomáticas.
El aumento de las exportaciones españolas se vio acompañado, a partir de los años 60 y cuando el país comenzó su etapa de desarrollo económico, por el establecimiento de filiales o sucursales de las empresas editoriales españolas en Latinoamérica, proceso que, con éxitos de unas y fracasos de otras, ha llegado en la actualidad a adquirir una notable dimensión.
Los datos del comercio exterior del libro español, que vienen publicándose cada año, reflejan el crecimiento, sobre todo en la última década, de las exportaciones de libro español a los países de otras áreas idiomáticas. Los datos facilitados por la Federación Española de Cámaras del Libro sobre la comparación de cifras de exportación del sector del libro, para el período mayo de 2000 a mayo de 2001, revelan que las del área idiomática hispana supusieron el 57,31 % del total de las exportaciones durante esos doce meses, mientras que las dirigidas a países de otra área idiomática supusieron el 42,69 %.
Si bien estas cifras ponen de manifiesto la importancia que han adquirido, en su conjunto, los países de habla no hispana para las exportaciones del sector del libro, cabe señalar que las mismas recogen no sólo las exportaciones de libros en español, sino también de libros en otras lenguas producidos en España, con un notable peso de los lanzamientos de coleccionables, así como las de producto gráfico, cuyo principal cliente es la Unión Europea.
Las exportaciones de los editores siguen teniendo como principal destinatario el conjunto de países hispanohablantes. En el caso concreto del Grupo Anaya, para el que trabajo, las ventas a América Latina en el año 2000 supusieron algo más del 80 % de la exportación, coleccionables (fascículos) excluidos, aunque es de señalar que el crecimiento de las dirigidas al resto de países ha venido experimentando un notable aumento en los últimos tres años. La intencionada exclusión de los coleccionables tiene su razón en que, de esta línea de publicaciones, el 97 % de la exportación va dirigida a países de habla no hispana y la lengua en que están impresas no es el español, sino la del país importador, por lo que a los efectos de la difusión de la lengua española no aportan datos significativos.
En resumen, es claro, por una parte, que la exportación de libros españoles a los países de otra área idiomática aumenta; por otra, que los del área hispana siguen siendo los receptores del mayor volumen de la exportación del libro en español. No ha de olvidarse, además, que junto a la exportación convencional, en la que viaja el libro físico pasando por las aduanas, también se exporta el contenido del libro para ser publicado y vendido en otro país, bien por una filial, bien por un tercer editor. No hay cifras a este respecto, pero es evidente que los libros en español, publicados fuera de España y procedentes de editores españoles, constituyen también otro tipo de difusión del libro español en el exterior, cuya magnitud puede ser notable.
En la última década del siglo xx, la creación del Instituto Cervantes, en 1991, puede considerarse como el hito simbólico que señaló que la lengua y la cultura españolas pasaron formalmente a ser parte de la política de Estado. Las actividades emprendidas durante los últimos años por los Ministerios de Asuntos Exteriores y de Educación, Cultura y Deportes, el Instituto Cervantes, la Real Academia Española y otras entidades han experimentado un aumento en cantidad y calidad, de suerte que el siglo xxi, en sus comienzos, ofrece un panorama optimista, con mucho por hacer en cuanto a la difusión y promoción de la lengua y la cultura españolas, y con ganas de hacerlo.
Es cierto que la edición en español, originada por editoriales españolas, ha alcanzado un elevado nivel. Pero no es menos cierto que la edición en español, en su conjunto, la realizada por los países de habla hispana, y también por los de habla no hispana —Estados Unidos, sin duda, a la cabeza— se halla también en una situación de franco crecimiento.
La difusión de la lengua lleva la difusión del libro, así como la del libro comporta la de la lengua. Puede afirmarse ya que el potencial de la lengua española es considerable, tanto desde el punto de vista cultural como económico.
El desarrollo del español en los países de otra área idiomática tiene en la actualidad dos protagonistas principales, Estados Unidos y Brasil. Ambos tienen en común ser grandes países con elevada población. Estados Unidos con 281,4 millones de habitantes (2000) y Brasil con 171,8 millones (1999), si bien la trayectoria del español ha sido muy distinta en uno y en otro. Pero no son los únicos que manifiestan un aumento del interés por la lengua española; una noticia reciente hacía referencia al aumento del interés por el español en el Reino Unido entre los escolares y los adultos, aunque todavía su posición se encuentra detrás del francés o el alemán. El periódico The Observer atribuía este fenómeno tanto a la popularidad de las estrellas latinas del cine y de la canción, como a la menor dificultad de aprendizaje de la lengua en sus primeros niveles y al turismo internacional. Por otra parte, como editor, sí puedo dar constancia del aumento de la demanda de métodos de aprendizaje de español para jóvenes y adultos en los países de habla no hispana, así como de las ediciones críticas literarias.
Pero los protagonistas, como se ha dicho, son dos, y de tanta magnitud que merecen recibir un mayor detenimiento.
En Estados Unidos, la llegada del español a los territorios que hoy constituyen ese país fue de la mano de los conquistadores, con el arribo de Ponce de León a la península de Florida en 1512. El virreinato de la Nueva España se extendió por Texas, Nuevo México, Arizona y, finalmente, California, llevando la lengua española.
Con la independencia mexicana, iniciada en 1810, continuó la lengua española siendo la mayoritaria, aunque ya con más contacto y penetración de la lengua inglesa. Tras la derrota de Santa Anna, y la cesión de territorios de México a la Unión en virtud del tratado de Guadalupe Hidalgo (1848), se fueron incorporando paulatinamente tales territorios como nuevos estados, en los que el uso del inglés se vio favorecido tanto por su gobierno como por su sociedad, lo que hizo que llegara a ser la lengua dominante. También fue ese tratado el que, según el Dr. Stavans, marcó el nacimiento del espanglish, jerga que no ha parado de extenderse, especialmente en la expresión coloquial.
Los movimientos de emigración de la América Latina hacia los Estados Unidos comenzaron a tomar importancia. La revolución mexicana (1910) tuvo como consecuencia el primer movimiento migratorio importante de México a Estados Unidos; a partir de entonces, la emigración de latinoamericanos, especialmente la de los hispanohablantes, continuó sin cesar, tanto por motivos económicos como políticos, hasta la actualidad.
Si el censo de población estadounidense de 1960 mostraba que, de la nacida en el extranjero, el 75 % procedía de Europa, el 9,8 % de Asia y el 9,4 % de Latinoamérica, el de 1990 reflejaba que la de origen latinoamericano era ya del 44,3 %, poniendo de manifiesto un notable crecimiento, que en el censo de 2000 alcanzaba el 51 %. Más de la mitad de la población de Estados Unidos nacida fuera del país procede de Latinoamérica, y su inmensa mayoría tiene el español como lengua materna.
En cuanto a la población total, independientemente de dónde haya nacido, el citado censo de 2000 revela que la población de origen hispano alcanza los 35,3 millones de personas, con un incremento del 57,9 % sobre la del censo de 1990, y que ya representa el 12,5 % de la total del país.
El español es la lengua que, después del inglés, más se habla en los hogares de Estados Unidos. Están por ser publicados los datos del censo de 2000 sobre las personas de 5 años o más que hablan español en casa; pero si en 1990 representaban el 8 % de la población mayor de 5 años, todo hace suponer que tal porcentaje habrá aumentado.
La comunidad de habla hispana en Estados Unidos, por otra parte, ha alcanzado un poder adquisitivo considerable, por lo que además de ser importante por el número de votos que representa, también lo es como consumidora. El número de periódicos, emisoras de radio y canales de televisión en español parecen ratificar que la lengua española posee un potencial económico que, aun siendo difícil de cuantificar, puede calificarse de elevado.
Los aspectos económicos y políticos, una frontera de 3326 kilómetros de longitud con México que discurre por cuatro estados, el aumento del turismo de los estadounidenses a la América de habla hispana y, por qué no decirlo, la sencillez de aprendizaje de los primeros pasos en español, han sido, en mayor o menor medida, los causantes de que cada vez sea mayor el número de angloparlantes que estudian español como segunda lengua en los Estados Unidos. Hoy día, el español es la lengua extranjera que mayor número de estudiantes atrae, entre los que también se cuentan los de origen hispano que pretenden no perder el dominio de su lengua materna.
La Educational Excellence for All Children Act de 1999 establece como un objetivo el que los alumnos dominen más de una lengua. La realidad muestra hoy que el principal incremento en el número de estudiantes corresponde al español, que las lenguas muy minoritarias también están teniendo aumento, mientras que las tradicionalmente estudiadas, el francés y el alemán, están experimentando una reducción en el número de alumnos que las cursan.
En suma, el español en la enseñanza escolar tiene como estudiantes en Estados Unidos a los hispanohablantes que reciben parte de su enseñanza escolar en español, a los angloparlantes, que desean aprender español desde los primeros años escolares, entre los que una buena parte se encuentra en los estados de fuerte presencia hispana, y a los que optan a esta lengua como la primera opción de lengua extranjera en los estudios de Secundaria y posteriores.
Esta situación, para un editor con vocación educativa, resulta sumamente atractiva. Estar presente en la enseñanza de la lengua española en Estados Unidos, pese a las indudables dificultades que ello comporta, supone un reto, reto que Grupo Anaya ha asumido, en la forma que se verá más adelante.
Brasil es el otro país con lengua oficial distinta del español coprotagonista del desarrollo de la lengua española fuera de su área.
La trayectoria de la lengua española en Brasil parte de la delimitación creada en 1494 por el Tratado de Tordesillas, según la cual los territorios descubiertos al este del meridiano 46º 35', pertenecerían al reino de Portugal y los del oeste al de España. Cuando en 1500 Pedro Álvares Cabral llega a las costas de lo que hoy es Brasil, ya estaba fijado el destino del nuevo país de tener como vecinos a territorios de habla española, en la actualidad Uruguay, Argentina, Paraguay, Bolivia, Perú, Colombia y Venezuela.
La relación más intensa de Brasil con sus países fronterizos de habla hispana fue con los del sur, Uruguay, Argentina, y Paraguay, a lo que mucho debió de contribuir el que no estaba la inmensa Amazonia de por medio.
La frontera es lugar de intercambio, de flujo de personas y de mercancías, y también de un hablar influido por las lenguas de ambos lados. No es de extrañar que, por la necesidad de entenderse, surgiera el portuñol, jerga bastante más anárquica que el espanglish por cuanto que las afinidades entre portugués y español son muchísimo mayores que entre éste y el inglés.
Realmente, salvo en la zona fronteriza, no hubo en Brasil un movimiento destacado que favoreciera el uso de la lengua española hasta finales del siglo xx. La emigración procedente de España, que alcanzó cierta importancia a partir de mediados del siglo xix, se dirigió principalmente a los estados del sur, aquéllos precisamente en los que, por su situación geográfica, el español era una lengua con la que existía mayor familiaridad.
A partir de la creación del Mercado Común del Sur, en 1991, comenzó el aumento del interés por la lengua española, una de las dos oficiales de este mercado común. Tal crecimiento es debido, sin duda, a varios factores, no solamente a los lazos comerciales con los países del bloque del Mercosur; también se han fortalecido las relaciones comerciales con España, algunas de cuyas empresas se instalaron en el país, en algunos casos acudiendo a las privatizaciones emprendidas por el gobierno brasileño. De hecho, España es, en la actualidad, el segundo país inversor en Brasil, sólo rebasado por Estados Unidos, que ocupa el primer lugar.
Tampoco pueden olvidarse las afinidades que tienen la cultura en lengua española y la cultura en lengua portuguesa, las cuales facilitan el mutuo entendimiento. (Recuérdese que en el siglo xvi notables escritores como Gil Vicente utilizaron ambas). No es éste un elemento que pueda cuantificarse, pero su influencia es indudable.
La enseñanza de la lengua española en Brasil, tras años de posición muy modesta, está viviendo momentos de desarrollo. El Proyecto de Ley aprobado por el Senado en 1998, según el cual debía implantarse la lengua española obligatoriamente en los currículos de enseñanza Secundaria de toda la República y la enseñanza del español tenía que ser opcional en los últimos años de la enseñanza Primaria, no ha recibido aún su aprobación por la Cámara de Diputados. Todo parece indicar que el texto, de ser aprobado, no llegará a establecer la obligatoriedad de la enseñanza del español, sino la de que la escuela deba ofrecer la lengua española como una de las lenguas extranjeras modernas de su currículo.
Dado que la actual ley en vigor (Ley n.º 9394 Diretrizes e Bases da Educação Nacional del 20 de diciembre de 1996) establece la obligatoriedad de al menos una lengua extranjera moderna escogida por la comunidad escolar a partir del 5º año (5ª série) de la Educación Básica, y la oferta de otra lengua, de carácter optativo, en los tres últimos años (Enseñanza Media), se ha llegado, en la práctica, a que sea el inglés la lengua obligatoria más estudiada, mientras que el español se halla colocado en el primer lugar de las lenguas optativas, con tendencia a un imparable crecimiento del número de sus estudiantes.
Ante estos dos países colosales, Estados Unidos y Brasil, el editor de habla hispana que desee tener presencia significada en ellos ha de ser muy cuidadoso para plantear su estrategia de actuación. Seguro que varios colegas, españoles y de otros países, podrían relatar sus experiencias. En mi caso, sólo debo hablar de la propia, de la de Grupo Anaya, que comenzó su andadura en Salamanca en 1959 como Ediciones Anaya, editorial familiar dedicada a la educación y que, tras una historia de continuado crecimiento, desde finales de 1998 se encuentra incorporado en la rama editorial del Grupo Vivendi, hoy Vivendi Universal, para el que la educación es actividad prioritaria, dentro de Vivendi Universal Publishing.
Desde los comienzos de la integración en Vivendi, quedó claramente establecido que el proyecto educativo de Anaya tenía que ser desarrollado por Anaya, sin influencias exteriores en contenidos y metodología, sin por ello desaprovechar las oportunidades sinérgicas que lógicamente todo gran grupo pretende obtener y, al mismo tiempo, el que Anaya pasaría a desempeñar un papel de protagonismo en los desarrollos de Vivendi Universal Publishing en lengua española.
Brasil, cuyo número de alumnos matriculados en el sistema escolar el año 2000 llegó a 49 millones, para los que el español, como se ha dicho, es una lengua en auge, significaba un país merecedor de una acción prioritaria. No tenía mucho sentido un intento de comenzar la andadura desde cero, sino más bien partir de una buena base ya existente y dedicar los esfuerzos a potenciarla.
Así, en 1999, y con el grupo de comunicación brasileño Abril, fueron adquiridas en joint-venture las editoriales educativas Ática y Scipione, líderes en el mercado escolar de Brasil y que, es oportuno mencionarlo, ya contaban con series curriculares de español como lengua moderna extranjera en posición de liderazgo. Su proyecto educativo es un proyecto concebido desde y para Brasil, como el de Anaya lo es en España; pero la contribución que Anaya puede aportar, y de hecho así hace, para el desarrollo de los proyectos de enseñanza de la lengua española, puede favorecer la obtención de mejores productos, más útiles y más eficaces, gracias al intercambio vivo de ideas y de experiencias.
Estados Unidos, la primera potencia económica, con el mayor volumen de gasto público en educación del mundo y 57 millones de alumnos matriculados en los niveles educativos no universitarios, es asimismo el mayor mercado educativo mundial. Los principales actores mundiales de la edición escolar están instalados en Estados Unidos, sean cuales fueren sus países de origen. Para un grupo editor con vocación de constituirse en uno de los protagonistas mundiales en educación, resulta imprescindible contar con una presencia notable en este país.
Así, Vivendi Universal Publishing, cuya decisión ha sido desempeñar un papel importante en el ámbito educativo mundial, adquirió en junio de 2001, mediante una OPA amistosa, la editorial Houghton Mifflin, una de las mayores editoriales estadounidenses, desde antiguo dedicada a la educación. Con ello, hoy día, Vivendi Universal Publishing es el segundo grupo editor mundial en educación.
El papel de Anaya en Estados Unidos, y en el ámbito de la lengua española y su enseñanza, está siendo llevado a cabo en colaboración con Houghton Mifflin. Ya se encuentran en marcha distintos proyectos, emprendidos sobre las bases de la colaboración, el intercambio y el mutuo respeto, que empiezan a manifestar, aun en sus primeras etapas, las posibilidades de mutuo enriquecimiento que ofrece el trabajo en común. Para Anaya, tener actualmente la oportunidad de aportar la experiencia de muchos años de editor en la enseñanza de la lengua española, para que se puedan beneficiar de ella los profesores y alumnos de Estados Unidos, supone una gran satisfacción, así como un reto que esperamos culminar con éxito.
De todas estas experiencias habidas en el ámbito internacional, y en particular en lo referente a la lengua española y su enseñanza, hemos podido extraer algunas conclusiones, de las que estamos firmemente convencidos.
Así, una muy clara es la del valor de la libertad de creación y la independencia de la misma. En una actividad, como la editorial, que tiene su fundamento en la creación de contenidos, la capacidad de innovación resulta clave para aportar valor a lo ya existente y, por qué no decirlo, para alcanzar los éxitos económicos que han de proveer los recursos necesarios para continuar innovando. Y mal se lleva la creatividad con límites impuestos o con la obligación de seguir los caminos ya trillados.
La otra es el valor del diálogo, de la aportación de ideas, del compartir conocimientos y experiencias. La pluralidad es enriquecedora, y cuando ésta procura la excelencia, sin tener que estar sometida al criterio del más fuerte, los resultados del intercambio son siempre buenos. Viene a cuento mencionar aquí, fuera del ámbito de la empresa editorial, y visto con ojos de ciudadano común, un ejemplo admirable de trabajo de cooperación, el de la Asociación de Academias, reconocido con el Premio Príncipe de Asturias.
Y para concluir, una opinión personal sobre la lengua española en el siglo xxi: no me cabe duda de que el inglés es y seguirá siendo la lingua franca del siglo, como lo fue en la mayor parte del siglo pasado. El español no tiene por qué competir para arrebatarle esa posición ni, a mi juicio, podría. Sin embargo, sí me parece evidente que la difusión de la lengua española, además del crecimiento demográfico de sus hablantes, sobre el que poco está en nuestra mano hacer, tiene como clave la cultura, a la que sí podemos contribuir, en la medida de nuestras capacidades. El acervo histórico-cultural de los países de habla hispana ya está dado: sólo hay que conservarlo y promoverlo, que no es poco, pero las nuevas propuestas artísticas, literarias, culturales en suma, serán las que, con su calidad, más contribuyan a la difusión de la lengua y la cultura de habla hispana.