El fenómeno de la concentración en la industria editorial en el mundo, es un fenómeno que obviamente ha llegado por extensión a nuestra América Latina, pero alentado además por varios informes internacionales que hablan de un nuevo Dorado para el libro en nuestras tierras, planteando inverosímiles perspectivas de crecimiento de nuestros mercados frente a las muy bajas o casi nulas perspectivas de crecimiento en Europa, como lo confirma un reciente informe de Pricewaterhouse, que proyecta para los próximos 5 años un crecimiento anual del 9 % para América y uno del 3 % para Europa.
Apoyados en nuestros bajos índices de lectura per cápita frente a los mucho mayores índices de Europa, la conclusión sobre el crecimiento futuro de los mercados del libro en nuestra América hispano hablante es algo aparentemente inevitable para los futurólogos y se convierte en algo vigorosamente atractivo para todos los jugadores globales de la industria editorial.
Surgen así nuevas y diversas tensiones para todos los que participan en la industria del libro en América Latina. Los editores ven pasar el tiempo pensando en cuándo y cómo van a ser absorbidos por un grupo editorial multinacional y anticipando su frustración de no poder conservar la independencia empresarial. Nuestros libreros independientes viven con angustia el desplazamiento progresivo del best-seller hacia las grandes superficies, sujetas éstas también al inevitable efecto de la concentración, mientras ellos tienen que defenderse con el libro de fondo, que no les asegura las ventas necesarias, y además compitiendo con los descuentos permanentes mientras añoran la protección de una ley de precio fijo. También nuestros autores, que muchas veces, halagados por extravagantes ofertas de anticipos, ignoran el creciente cementerio donde van a parar la mayor parte de los libros y los autores, producto del botín de las frecuentes y muy anunciadas adquisiciones editoriales.
La concentración progresiva, sumada a las tensiones que originan las muy contradictorias predicciones acerca del impacto de las nuevas tecnologías basadas en la Internet, originan un cambio drástico en la visión del editor latinoamericano. Su realidad debe acondicionarse a un nuevo modelo de negocios incierto, cargado con la tensión que plantea el ser adquirido o morir, la desaparición progresiva de su amigo el librero independiente, la aparición de las nuevas tecnologías, la búsqueda afanosa de capitales frescos que les permitan mantener su aventura, y la globalidad que los amenaza sin atenuantes. Muchos lo han visto como el momento de la rendición, unos pocos como el momento de nuevas y magníficas oportunidades.
En medio de esta incertidumbre que rodea al editor latinoamericano, se oyen los augurios de los expertos futurólogos que presagian cambios inminentes para el mundo de la edición basados en la Internet. Augurios que hablan de la desaparición del libro, la desaparición de las librerías e incluso la desaparición de los editores.
Algunos de estos augurios, basados en los anuncios simplistas sobre las bondades sin límite de la internet tales como las economías de espacio físico, sus bajos costos de operación y la facilidad de operar sin los torturantes inventarios, dieron pie en nuestros países al surgimiento desbocado de las librerías virtuales como si fueran tiendas de barrio. La maravilla de la librería virtual que arrasaría con la librería tradicional no deja de ser un tema superado, cuando en abril de este año el principal artífice de la venta de libros por Internet, el famoso Joseph Bezos, creador y propietario de Amazom.com, reconoció públicamente en una entrevista, que aunque nada es tan perfecto para vender por Internet como un libro, las ventas de libros por Internet en Norteamérica llegarán a ser en el futuro tan sólo un 15 % del total de ventas de libros.
Augurios que hablan de la desaparición de los editores, porque a través de la red omnipresente los autores se pueden poner en contacto directo con sus lectores y transar la compra o venta de su texto en la red, planteamiento que supone de entrada que todos los autores ya son ampliamente conocidos, completamente maduros en su oficio de escribir y que pueden simultáneamente tener la destreza y el tiempo requeridos por su nuevo oficio de ser al mismo tiempo, escritor, editor y librero. La realidad ha demostrado por el contrario que sólo en la medida en que los editores tradicionales se embarquen en la aventura del libro electrónico, podrá este llegar a tener algún futuro, lo que confirma la vigencia de la función del editor.
Predicciones fantásticas acerca de los e-books que iban a inundar el mercado de libros, cuando hoy en día las expectativas por las bajísimas ventas en el mercado de EE. UU., han llevado a los principales actores en este mercado a reducir sus apuestas y hablar de horizontes de 10 años. En un reciente artículo del mes de agosto en el Herald Tribune, la presidenta de la Asociación Americana de Editores reconoce que todos los grandes grupos editoriales han pulsado el botón de pausa por el momento en lo referente al tema de los e-books.
El anunciado fenómeno de la masificación para el libro gracias a las bondades de la Internet, basado en sus bajos costos de distribución, desconocía de nuevo otra realidad aún más dramática en nuestros países, donde el mercado tradicional no ha madurado en el desarrollo de los canales tradicionales del libro, con muchos compradores potenciales que no habían siquiera ingresado a él, como es el caso de las grandes masas de población que viven fuera de nuestras capitales o nuestras grandes ciudades, y que continuarán ausentes del mercado del libro.
Augurios que hablan de la globalidad en la edición y la amenaza consiguiente para los editores independientes de tener que esperar inermes para saber desde qué lugar del mundo llegará ahora la nueva moda universal, de cuya creación muy probablemente no serían partícipes. Esa globalidad entendida como si de repente se hubiera entronizado un gusto literario común a todos los lectores de lengua española, colocando los editores todas sus apuestas en el best-seller industrial, con su fórmula simple de que no importa la calidad de lo que se publique, no importa el valor que pueda tener para el público lector, ni siquiera si puede hacer daño, mientras se puedan hacer enormes tiradas y se alcancen los nuevos paradigmas de rentabilidad.
Esta globalidad, mal entendida por cierto, desconoce el hecho irrefutable que hoy en día la mayor parte de las ventas que hacen los editores en los países hispanohablantes, corresponden a los libros de autores locales que venden poco o casi nada fuera de sus países de origen, lo que es sin duda un reflejo del retroceso generalizado en la difusión de los libros, del cual debemos culparnos nosotros los editores, porque hoy la literatura circula mucho menos que antes entre nuestras fronteras geográficas, aunque se hable la misma lengua y aunque se disponga de mayores facilidades a través de la Internet.
Ahora bien, aparte de todos estos presagios infundados, sí es cierto que existen nuevas y múltiples oportunidades para el editor con la llegada de las nuevas tecnologías, y es cierto también que existen mecanismos de defensa para las editoriales y los libreros independientes frente al hecho inevitable de la concentración. En primera instancia, creo que los editores y libreros independientes deben enfocarse en la búsqueda de alianzas prácticas y sostenibles entre ellos mismos, desarrollando unidos una nueva visión iberoamericana de la edición que defienda ante todo la independencia y la tradición de cada cultura con el propósito de no repetir, y no dejar prevalecer, las prácticas devastadoras que vemos frecuentemente hoy en el mundo de la edición y la comercialización del libro.
Se debe entender el tema de la globalización como una oportunidad de reconocer y divulgar las muy ricas diferencias culturales de cada uno de nuestros países, y por tanto no tiene por qué haber un país que opere como eje central de la cultura; de esta manera reafirmamos nuestra propia identidad frente a la globalidad, y de otro lado debemos buscar las nuevas fórmulas competitivas en este entorno mundial, las que seguramente encontraremos en las alianzas internacionales con aquellos editores dispuestos a respetar nuestra identidad y nuestra propia gobernabilidad.
Muchas veces lo local aparece como opuesto a lo global, lo que no es para nada cierto, porque de muchas maneras lo global se construye a partir de la fusión y modificación de lo local sin que éste pierda su esencia, y ha sido así a través de la historia, donde las expresiones locales se enriquecieron a sí mismas a través de la convivencia inevitable con las expresiones foráneas sin perder sus propias características. Lo bueno de la globalidad es ante todo la mundialización de lo local, la transformación enriquecida de lo local, la exaltación de las diferencias propias de nuestra creación artística nacional y el mayor conocimiento que de ellas puedan tener todos los públicos de Hispanoamérica.
Dos géneros de expresión cultural local que han tenido una exitosa divulgación a escala mundial son las telenovelas y la música popular, esta última por ejemplo, sin renunciar a su esencia local se ha abierto a la fusión de ritmos, enriqueciéndose así con sonidos nuevos y diversos y con una innegable aceptación internacional. Éstos son fenómenos dignos de estudiarse, que además comprueban que en lo referente al texto literario seguimos aún demasiado aislados entre nosotros mismos.
Debemos entender también que Internet sí representa una oportunidad para la masificación de las expresiones culturales como lo ha sido la televisión. No se trata en ningún caso de la creación de un contenido único para públicos homogéneos, sino de la divulgación de contenidos específicos para públicos con intereses diversos. Todo su potencial de masificación está necesariamente ligado a la expansión del uso de la computadora, tema en el que lamentablemente nuestros países latinoamericanos no han podido aún desarrollar una política eficaz de irrigación de equipos en todas las capas de población a través de la escuela y las universidades, porque son necesariamente inversiones de origen estatal que son presa fácil de la filosa navaja del recorte del gasto público, solución recurrente pero equivocada para nuestros permanentes desequilibrios macroeconómicos.
Este poder de masificación implícito en la Internet, gracias a su enorme capacidad de distribución sensiblemente más económica que las formas tradicionales de difusión del libro, nos llevará inevitablemente a pensar en nuevos formatos para la edición, menos afines quizás a nuestro quehacer actual, bien sea porque se popularice la edición en pantalla o porque tome auge la impresión instantánea, pero en todo caso no debe importarnos para nada si finalmente desaparece o no el libro como lo conocemos hoy en día, porque de lo que sí podemos estar seguros es de que la lectura no va a desaparecer.
Creo que es pertinente concluir con estas palabras de Peter Drucker: «En unos años, cuando la historia de nuestros tiempos se haya escrito desde una perspectiva a largo plazo, creo que probablemente el evento más importante que aquellos historiadores verán, no será nuestra tecnología, ni siquiera el Internet, ni el comercio electrónico. Será el cambio sin precedentes en la condición humana. Por primera vez, grandes y crecientes números de personas tienen opciones. Por primera vez, deberán manejar estas opciones ellos mismos, y aún no estamos preparados».