La edición filológica en la empresa privada. Pasado y futuro. Una experiencia: La editorial Gredos Alejandro Escolar Franco
Director de la Editorial Gredos (España)

La editorial Gredos nació en la década de los cuarenta con la clara vocación humanística de facilitar el conocimiento de la Antigüedad Clásica, atendiendo fundamentalmente a sus dos lenguas principales, el latín y el griego. Sus fundadores, licenciados en Filosofía y Letras y grandes conocedores del mundo clásico, habían padecido la carencia de textos en el mercado español; su adquisición resultaba difícil a causa de la segunda guerra mundial, y las editoriales españolas, empobrecidas todas por nuestra guerra civil, no se ocupaban de estas ediciones. Cuando Gredos comenzó la publicación de sus «Clásicos Anotados y Bilingües», surgieron poco a poco pequeñas colecciones similares para atender a un mercado nuevo descubierto por Gredos: el de los textos escolares latinos y griegos.

Eran libros de pocas páginas y a un precio módico, que se vendieron con facilidad; algunos de ellos todavía se siguen reimprimiendo. Esos textos proporcionaron a la editorial un pequeño capital con el que pudo emprender aventuras editoriales de mayor enjundia, siempre dentro del campo de las humanidades y de las letras. Sus fundadores conocían bien estos contenidos, pero carecían de una formación comercial y económica, que tuvieron que improvisar con más de un tropiezo. Fue una aventura osada, fruto de la inexperiencia de la juventud.

Paulatinamente fueron apareciendo las diversas colecciones: Biblioteca Hispánica de Filosofía, de Psicología y Psicoterapia, de Ciencias Económicas, etc., que han ido constituyendo nuestro fondo editorial. La primera y más importante es la Biblioteca Románica Hispánica, fundada y dirigida por Dámaso Alonso, que ha conferido a Gredos su característica personalidad y le ha permitido ocupar un puesto destacado en el cultivo de la filología hispánica, de la crítica literaria y de la lingüística, tanto por el número de títulos publicados como por la autoridad científica de sus autores. El prestigio de la colección hizo que autores extranjeros como Werner Beinhauer o Eugenio Coseriu escribieran en español obras para ella, que posteriormente se publicaron en la lengua original de sus propios autores, siendo traducidas luego a otras lenguas.

Fue decisiva la aportación de la Románica Hispánica en los más diversos campos culturales. No hay escuela o tendencia lingüística que no se halle debidamente representada: la gramática histórica y el positivismo; Saussure y las escuelas de Ginebra, Copenhague y Praga; las distintas corrientes estructuralistas y la lingüística generativa de Noam Chomsky, y prácticamente toda la producción de lingüistas de la importancia de Luis Hjelmslev, André Martinet y Eugenio Coseriu. De la edición filológica, con tan amplia representación en la sección de «Textos», valga, sólo como botón de muestra, la edición crítica del Libro de buen amor, realizada por Juan Corominas. Para la creación literaria, la «Antología Hispánica» contó con Páginas escogidas de muchos y grandes escritores: Ramón Menéndez Pidal, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Juan Ramón Jiménez, Ramón J. Sender, Max Aub y muchos más; figuran asimismo variadas y buenas antologías, como la Poesía de los goliardos, recopilada por Ricardo Arias.

Los grandes especialistas publicaban con agrado sus trabajos en la Biblioteca Románica Hispánica por su prestigio en el campo filológico: Amado Alonso, Vicente García de Diego, Carlos Bousoño, Alonso Zamora Vicente, José Antonio Maravall, Emilio Lorenzo, Rafael Lapesa, Emilio Alarcos, Manuel Alvar, Fernando Lázaro Carreter, José Manuel Blecua, Samuel Gili Gaya, Diego Catalán, etc. Este prestigio hizo que su catálogo inspirase el de otras editoriales extranjeras que se abrieron a este mercado.

El auge de la Biblioteca Románica Hispánica se debió fundamentalmente a que Dámaso Alonso mantenía relaciones cordiales con los cultivadores de los estudios filológicos y estaba al corriente de sus trabajos. Junto a las publicaciones de los grandes especialistas españoles, los lectores del mundo hispánico pudieron contar con la traducción de las más importantes obras de la filología europea: Walter von Wartburg, Leo Spitzer, René Wellek, Austin Warren, Heinrich Lausberg, Iorgu Iordan, Walter Porzig, Wolfgang Kayser, Helmut Hatzfeld, etc. En el páramo intelectual de la comunidad hispánica las obras que Gredos iba publicando eran el maná caído del Cielo, pues abrían nuevas perspectivas en el terreno de la filología.

Gredos respondió al reto editorial que significaba el trabajo intelectual de Dámaso Alonso y organizó, con éxito, una red comercial adaptada a su producción. Procuró que ninguna ciudad universitaria española careciera de la colección completa en las librerías más importantes, y mantuvo relaciones directas con las principales librerías y bibliotecas de Hispanoamérica, Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Inglaterra e Italia.

Los títulos de la Biblioteca Románica Hispánica, por su nivel, tenían como destinatarios principalmente a profesores y a bibliotecas universitarias. La red comercial se propuso que los libros estuvieran próximos a los destinatarios, por lo que reunió ficheros con relaciones de profesores de español de todo el mundo, a los que enviaba periódicamente los boletines de novedades. La editorial puso especial empeño en mantener el contacto con los profesores de lengua y literatura española de las universidades donde existiera un departamento de español.

Se vivía entonces, al comienzo de la segunda mitad del siglo xx, un auge del hispanismo en América, motivado sobre todo por el trabajo de toda una generación de profesores españoles, que fue a parar a las universidades americanas, tanto por motivos políticos, como por la carencia de perspectivas en la universidad española del momento, cuya escasez de recursos contrastaba con la abundancia en las dotaciones de sus homólogas del Nuevo Continente. Si bien la lista de esos eminentes profesores sería interminable, recordemos sólo algunos a modo de ejemplo: Ricardo Gullón, Eugenio G. de Nora, Francisco Esteve Barba, Diego Catalán, Gonzalo Sobejano, Juan Luis Alborg, Ciriaco Morón Arroyo, y tantos otros, todos con aportaciones significativas a nuestra cultura y una importante colaboración con editorial Gredos.

La presencia continuada de la Biblioteca Románica Hispánica a lo largo de más de medio siglo en las bibliotecas universitarias de numerosos países, su éxito en definitiva, se debe a la acertada elección de la materia, la filología hispánica, la disciplina científica que contaba en España con especialistas de fama mundial formados por D. Ramón Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos. Fue una idea feliz que la producción se centrara en un tema hispánico y la firme determinación de los fundadores de la editorial de valorar más la calidad científica y la oportunidad de las obras que su posible rentabilidad a corto plazo. De esta línea de actuación surgieron la simpatía y el prestigio despertados, que le valió el título cariñoso de benemérita.

Por otro lado, ya se advertía el creciente interés en el mundo por la lengua española, que mostraba un espléndido porvenir, y cuyas cátedras iban en continuo aumento. Circunstancia propiciada por el decidido empeño del Gobierno Federal de los Estados Unidos por recuperar el liderazgo científico, tras la llamada de atención que supuso el primer satélite ruso. Las universidades fueron generosamente dotadas de abundantes fondos para la enseñanza de las ciencias y de las lenguas extranjeras, y entre éstas principalmente la española.

En 1955 se publica en coedición con A. Francke AG. Verlag de Berna, Suiza, el Diccionario crítico etimológico de Joan Corominas, referencia obligada en todo el mundo hispánico y también en el románico. Su versión reducida, que data de 1961, es libro de cabecera de muchos estudiosos, escritores y personas cultas, interesadas por el origen de las palabras de nuestra lengua. En 1980 Gredos presenta, ya como único editor, la segunda edición, que modifica su título y su contenido: Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, muy ampliada y actualizada, que contó con la inestimable colaboración de José Antonio Pascual. En ella se incluye el referente a lo hispánico, haciéndolo más valioso para las otras lenguas y dialectos peninsulares.

La Biblioteca Románica Hispánica completa sus pilares en 1966 con la aparición del Diccionario de uso del español. Su autora, María Moliner, revolucionó la lexicografía española con una nueva concepción de diccionario, en la que integraba en la estructura tradicional decodificadora elementos codificadores característicos de los diccionarios filológicos. Se consigue así una obra peculiar caracterizada por su valor como herramienta para interpretar las palabras, por sus catálogos de sinónimos y palabras afines, por sus indicaciones de construcción y de uso, por el tipo de definiciones y por la claridad y abundancia de sus ejemplos. Empleó por primera vez el orden alfabético universal, anticipándose así en casi treinta años a la Real Academia Española. En pocos años consiguió el respeto de la crítica especializada y el cariño de escritores, periodistas, traductores y profesores, que lo rebautizaron coloquialmente como el María Moliner.

En 1994 la editorial Gredos firmó un acuerdo con Word Perfect para producir, en los laboratorios de tecnología lingüística de Novell, en Amberes, la primera edición electrónica del DUE, que vio la luz en 1996. Con esta obra, la editorial fue una de las pioneras, en nuestro país, en el campo de la edición electrónica.

Pero el hecho más relevante, desde el punto de vista filológico, que ha tenido lugar en la editorial en los últimos años, es la creación en 1992, de un Seminario Lexicográfico, con el objetivo inicial de trabajar sobre las fichas que doña María Moliner había dejado preparadas para la segunda edición de su diccionario. Con este Seminario la editorial Gredos se ponía al día, y adecuaba los medios para mantener viva una de las obras más importantes del siglo xx. Atrás quedaba la lexicografía individual, el trabajo manual en fichas, llevado a cabo sin la ayuda de los ordenadores —sólo con la de una pequeña máquina de escribir portátil—, la concepción unipersonal de los diccionarios y los lexicógrafos solitarios que durante décadas de su vida trabajaban para que al cabo de muchos, muchísimos, años sus obras vieran la luz de una edición impresa.

En noviembre de 1998 apareció, basada en el trabajo que María Moliner dejó ya hecho, actualizado y revisado por el Seminario Lexicográfico de Gredos, la nueva edición del Diccionario de uso del español de María Moliner, que siendo fiel a la especial entidad de tan monumental obra, la ha preparado para que siga ocupando su destacado lugar entre los diccionarios de lengua española los años venideros.

Por último, en el verano del año 2000 se ha publicado la edición abreviada por la editorial Gredos del Diccionario de uso del español de María Moliner en la que se han seguido las líneas marcadas por la autora, que ya tenía la idea de un diccionario asequible a un público amplio que no necesitara la exhaustividad del gran DUE. Por ello esta edición abreviada tal como ella la concibió, ocupa un segmento intermedio entre los diccionarios escolares y los de alto nivel.

Este amplio panorama lexicográfico se completa con la publicación de otros diccionarios de autor: Diccionario de galicismos prosódicos y morfológicos, de Valentín García Yebra; el Diccionario de árabe culto moderno, de Julio Cortés; el Diccionario de expresiones y frases latinas, uno de los diccionarios más usados y menos citados; Diccionario de arabismos y voces afines en iberromance, de Federico Corrientes, que completa de forma excepcional la vertiente diacrónica de nuestra lexicografía, ahondando en las raíces árabes de nuestro léxico. El Nuevo diccionario de anglicismos, de Félix Rodríguez González y Antonio Lillo, y el Diccionario de falsos amigos: inglés-español, de Marcial Prado, nos acercan a una aportación más próxima e invasora: la del anglicismo en los medios de comunicación actuales y su peso en nuestra lengua.

En la actualidad la editorial Gredos está embarcada en otro gran proyecto lexicográfico: la nueva serie de Diccionarios contrastivos del español de América, hechos por el Departamento de Lingüística Aplicada de la Universidad de Ausburgo, bajo la dirección de los profesores Günter Haensch y Reinhold Werner. Renovados en su enfoque y en su presencia interior y exterior, retoman los iniciados en su día por el Instituto Caro y Cuervo. Están presentes ahora, a través de nuestra distribución habitual y de nuestra página web, en todas las bibliotecas y seminarios interesados por el español de América. Ya han aparecido el dedicado al español de Cuba y al español de Argentina y en breve seguirá el del español de Uruguay.

En 1977 se presentó el ambicioso proyecto de la Biblioteca Clásica Gredos. Se pretendía reproducir, en lengua castellana, todo el legado escrito del mundo clásico grecolatino. La innovación fundamental de esta colección radica en su carácter exhaustivo, pues junto a los grandes autores bien conocidos, incorpora autores menores, obras de carácter más científico que literario, textos extraídos de fuentes marginales, como papiros o inscripciones murales, e incluso fragmentos. En la edición de estas obras se sigue un proceso especialmente complejo y riguroso. Los asesores: Carlos García Gual, para la parte griega, y José Javier Iso y José Luis Moralejo (Sebastián Mariner hasta su fallecimiento) para la latina, seleccionan cuidadosamente los textos e indican a la editorial los especialistas más adecuados para hacer la traducción o la introducción. El traductor realiza la traducción y las notas, siguiendo siempre las meticulosas normas de la colección. El revisor supervisa la traducción y emite un informe a partir del cual el asesor determina si algo debe retocarse. La introducción al autor la redacta un especialista en la materia que no siempre coincide con el traductor. La editorial cuenta con correctores, licenciados en Filología Clásica, que realizan una cuidadosa lectura inicial de los originales. La corrección de pruebas la efectúan traductor, revisor, asesor y corrector de la propia editorial.

En su momento la editorial, fiel a sus orígenes, hizo con la Biblioteca Clásica Gredos una apuesta arriesgada por la pervivencia del mundo clásico, y paradójicamente proyectó su futuro en la recuperación y difusión del pasado. En España corrían por entonces malos tiempos para el porvenir del humanismo fundado en el conocimiento del mundo antiguo; sin embargo, se asistía a una floración de especialistas y cultivadores de las lenguas griegas y latinas, nunca dada hasta entonces y difícilmente repetible. En el día de hoy, los volúmenes azules publicados son ya casi trescientos y ya se puede vislumbrar su final; en unos siete u ocho años alcanzará más de cuatrocientos veinte títulos que contendrán la totalidad de la obra, conocida, de nuestros clásicos grecolatinos.

El crecimiento de esta colección ha sido posible gracias a los suscriptores que desde un principio creyeron en ella, y que con su inquebrantable fidelidad han permitido sobrepasar, desde el principio, el mínimo de tirada que ha hecho posible su continuidad. Podemos afirmar con satisfacción que esta Biblioteca ha vendido ya más de un millón de ejemplares, y que ha servido de guía para que otras editoriales se hayan preocupado por la traducción de los clásicos. La fiabilidad y calidad de esta colección ha propiciado la solicitud de cesiones parciales de derechos para otras colecciones y se han llegado a producir lanzamientos en otros canales, que han sido una sorpresa por la fidelidad de la demanda. No deja de ser curioso que cuando menos se estudian los clásicos en nuestros centros de enseñanza media y universitarios es cuando más interés demuestra el mercado por ellos, quizá, porque aunque la gente no se encuentra con fuerzas para estudiar el latín y el griego, tiene gran interés por el pensamiento de la Antigüedad.

La lengua es el reflejo de una cultura y su riqueza no sólo viene dada por el contenido y la calidad de su oferta literaria —en la más amplia acepción del término— sino también por la capacidad que tiene de absorber mediante traducciones las obras más importantes de otras culturas, naturalmente producidas en otras lenguas. El español se ha visto así enriquecido por la amplia labor traductora que supone una colección de estas características. La Biblioteca Clásica Gredos representa para el español lo que la Oxford es para al inglés, la Budé para el francés, la Teubner para el alemán, o la Bernat Metge, que patrocinó Cambó, para el catalán. Existen otras muchas colecciones de clásicos grecolatinos en el mundo, pero ninguna de ellas es simultáneamente completa, sistemática, homogénea, fiel y rigurosa con las fuentes.

En 1992 Gredos inicia una nueva colección: Clásicos Medievales, dirigida por Carlos Alvar, que tiene como propósito poner al alcance de un público amplio a través de las mejores traducciones, realizadas por los medievalistas más prestigiosos, las obras de la Edad Media que se pueden considerar esenciales para la Historia de la Literatura, hoy muchas de ellas prácticamente desconocidas, aunque tuvieron una gran difusión en su momento.

No se reduce esta colección a agrupar las obras en romance: el latín medieval y el hebreo, los textos bizantinos y los árabes, los germánicos y los eslavos, y sus diversos descendientes tienen también acogida en esta colección de Clásicos Medievales, que pretende dar una imagen lo más completa posible de una faceta de un milenio de la literatura.

En estos días aparecerá una nueva colección de clásicos universales: Biblioteca Universal Gredos, dirigida por Carlos García Gual, que se propone publicar, de forma continuada y periódica, traducciones de las obras más importantes de la literatura universal, que por diversos motivos han tenido especial influencia en la formación de las distintas culturas. El concepto de obra clásica que esta colección plantea tiene que ser necesariamente un concepto abierto: la BUG no va a ceñirse a ninguna época concreta, ni a determinados géneros o a algunas lenguas en especial; ni siquiera pretende hacerlo a lo que se conoce como el canon occidental; más bien se propone publicar obras de cualquier momento, de todas las modalidades y lenguas, de culturas muy cercanas y de culturas lejanas, o menos conocidas.

Las traducciones y las introducciones están hechas por especialistas que conocen perfectamente no sólo la lengua del original, sino también la civilización y la época en que se genera esa obra y la influencia que va a tener en las diversas culturas.

La editorial Gredos ofrece así, en tres colecciones diferentes, una amplia visión de la literatura universal, para brindársela al público culto y a los lectores en general.

En este más de medio siglo largo de vida, que la han hecho acreedora al Premio Nacional a la «Mejor labor editorial cultural», que otorga el Ministerio de Educación y Cultura de España, la editorial ha mantenido su actividad en un contexto de estabilidad tecnológica. Desde sus comienzos, allá por el año 44, muchas cosas han cambiado: los viejos aviones de hélice que atravesaban el océano Atlántico por los modernos reactores, atiborrados de pasajeros, las costosas y deficientes comunicaciones por modernos sistemas de telefonía de mucha mayor calidad y mucho menor precio, y hasta las artes gráficas se han transformado en industrias gráficas. Pero el libro y su comercio se han mantenido invariables hasta hace pocos años. Ha sido en la última década del siglo pasado cuando la revolución tecnológica se ha desatado con toda su violencia, y como en toda revolución, se han tambaleado los pilares sobre los que se asentaban las antiguas tradiciones.

No hay un encuentro, un curso, un certamen o un simposio de editores en el que no se debata el tema de las nuevas tecnologías, su impacto y nuestra capacidad de adaptación a ellas. Hablar hoy en día de nuevas tecnologías, refiriéndose a las inventadas en el último cuarto del siglo pasado no deja de tener su aspecto irónico. Estamos facilitando la sonrisa de las generaciones venideras lo mismo que nosotros sonreímos cuando vemos una tintorería moderna de principios del siglo xx. Sería más correcto hablar ya de tecnología digital, o de tecnología del silicio o de las últimas tecnologías, y dejar el adjetivo nuevo para lo que realmente lo sea. Internet, las webs, el hipertexto, los CD-ROM, el correo electrónico, los sistemas operativos como Windows, los navegadores como Netscape o Explorer, los editores como el Adobe Acrobat, llevan ya más de diez años con nosotros, Internet más de cuarenta. Lo que nos preocupa son los nuevos hábitos de comunicación. Éstos sí que son nuevos, en algunos casos novísimos. Hace unos años era raro el escritor que utilizara la informática para su trabajo literario; sólo unos pocos, amantes de lo novedoso, presumían de estar a la última y entregaban sus originales en disquetes, a veces para desesperación de los editores. Hoy en día sucede lo contrario, lo raro es encontrar un autor que, ahora también, para desesperación del editor, presente su trabajo escrito a máquina o manuscrito. En muy poco tiempo todos los originales llegarán al editor a través del correo electrónico, como ya está empezando a suceder. A nadie le sorprende una pantalla ni un teclado de ordenador, y hasta el más reticente se ha tenido que enfrentar más de una vez a Windows, aunque haya sido tan sólo para hacer un solitario o jugar a las minas. Podemos afirmar que la tecnología digital está instalada en nuestra civilización, pero de ahí a considerarla como un eje central de toda actividad, desplazando costumbres y hábitos arraigados desde hace años, media todavía un amplio camino por recorrer. Como ya ha sucedido otras veces en nuestra historia, pero en esta ocasión de una manera más radical, la tecnología adelanta a la capacidad de prever el cambio de costumbres. Esta vez los profetas del cambio auguraban una inminente revolución en nuestros hábitos, la desaparición del comercio tradicional en un brevísimo plazo de tiempo, la práctica desaparición del libro en su estado actual, el desplazamiento de la cultura escrita por la cultura cibernética audiovisual. El espectacular crecimiento de las cotizaciones en bolsa de todas las empresas relacionadas con las comunicaciones y las tecnologías digitales, la burbuja tecnológica, ha contrastado con su desplome vertiginoso en cuestión de meses y refleja, con anticipación, como lo hacen siempre los mercados financieros, el estado de las expectativas. Este año en España se han publicado más de 68 000 títulos, cifra récord de nuestra historia, y lejos de disminuir las ventas de libros en papel se mantienen más vivas que nunca.

La modificación de la tecnología ha favorecido a editoriales, como la nuestra, científicas, de un tamaño medio e independientes. Ha permitido acortar las tiradas a cifras realistas, impensables hace tan sólo unos años. El mayor beneficio de la era digital lo encontramos en la facilidad de conocer los mercados, en poder comunicarnos con ellos, en disponer nuestra información de un modo claro, preciso e inmediato allí donde es solicitada, a un coste fijo independiente del número de usuarios contactados. Internet nos ha facilitado la rebaja de los costes de publicidad y de promoción al mismo tiempo que los hemos hecho más eficaces. Hemos disminuido la tirada de nuestro catálogo anual y de los boletines de novedades, y hemos logrado ampliar y actualizar la información que antes ofrecíamos sobre nuestro fondo, tanto en nuestra relación con los medios de comunicación como con los canales habituales de distribución o con los consumidores finales. Estamos sorprendidos por las visitas a nuestra web, no sólo por su número, sino por la variedad de los países de los que proceden las consultas, que cubren prácticamente todo el planeta. Además de reducir el gasto se consigue una información mucho más clara, actualizada y completa, tanto de la editorial hacia el cliente como de éste hacia aquélla.

La editorial Gredos, como empresa altamente especializada, ha reconducido parte de la demanda de información existente hacia la red, mediante la inclusión de referencias a nuestra página web en todos los documentos corporativos, tanto en los de carácter publicitario como en los que persiguen objetivos más generales. Mantenemos la comunicación con nuestro mercado tradicional. Utilizamos los canales actuales de información para difundir nuestra web. Todos los documentos impresos que se generan contienen referencias expresas a nuestra dirección http. Así estamos consiguiendo que nuestros clientes habituales —bibliotecas, departamentos universitarios, seminarios, profesores, estudiosos, libreros y distribuidores especializados que habitualmente reciben nuestra información tradicional— comiencen poco a poco a hacer uso de este nuevo canal complementario, no alternativo. El mercado del libro especializado está muy segmentado y por ello es relativamente fácil llegar a contactar con el usuario interesado en nuestro fondo. Una vez logrado este objetivo, el reto es mantener, actualizar y ampliar la información para que su consulta se convierta en práctica habitual, o, dicho en la terminología actual, que incluya nuestra página web entre sus bookmarks o páginas favoritas.

Estamos gratamente sorprendidos por el resultado de las ventas a través de Internet. Diariamente, como un lento goteo, desde todos los rincones del mundo estamos recibiendo pedidos a los que hemos asignado máxima prioridad. Estas ventas directas de alta liquidez nos dan gran información sobre el comprador, a quien posteriormente, con su consentimiento, mantenemos al día de las novedades y de las ofertas que puedan interesarle.

Una editorial especializada como Gredos se enfrenta a un gran reto en este cambio tecnológico: la digitalización y el etiquetado de todo el fondo vivo, e incluso la recuperación de libros descatalogados que a pesar de sus bajas ventas mantengan un interés científico. En los libros publicados en los últimos años conservamos los textos digitalizados en formato Quark o similar. En estos casos, el pase a digital activo está prácticamente hecho. Sólo es necesario documentar los textos, etiquetarlos y procesar los índices. El coste es bajo y su incorporación a la base de datos textual de la editorial mejorará la información que podremos facilitar a los lectores y ayudará a la difusión de los libros. La cosa se complica cuando los textos que pretendemos digitalizar están ya sólo en soporte papel. En estos casos, es necesario recurrir a escanear los textos para obtener unos ficheros imagen, pasar por un OCR estas imágenes digitalizadas y corregir exhaustivamente el resultado, si queremos obtener unos datos fiables, que tengan calidad y que sean susceptibles de posterior utilización. Los programas de reconocimiento de caracteres permiten convertir a formato digital textos con un margen de error de menos del 0,5 %. Para nosotros ese pequeño margen es inaceptable. No podemos dejar una errata en una cita en griego, en un signo fonético o en una nota a pie de página.

Este procedimiento es lento y costoso, pero inevitable, si no se quiere perder la oportunidad de apuntarse a las ventajas que las tecnologías digitales van a aportar a la edición, en su más amplio sentido. El disponer, en Internet, de un gran fondo especializado digitalizado, estructurado y documentado, supone aumentar exponencialmente el interés bibliográfico de la página web corporativa de la editorial. Los investigadores y estudiosos podrán disponer no sólo de un catálogo con títulos, características técnicas y breves resúmenes, sino que tendrán a su disposición los índices de autores y de materias e incluso podrán hacer consultas sobre los contenidos de todo nuestro fondo y hojear los capítulos que necesiten.

Se nos abren así las puertas a la edición digital en sus dos vertientes actuales: la edición bajo demanda y la descarga electrónica desde la red

La edición bajo demanda, la impresión de libros, de uno en uno, en pocos minutos, hecha mediante procedimientos digitales sin planchas, es una realidad que está siendo ofrecida ya por una gran variedad de empresas. Permite reducir las tiradas, disminuir el riesgo editorial y reducir los costes de distribución, al producirse el libro en un lugar próximo al comprador. Van a variar los criterios editoriales de selección de originales al desaparecer las tiradas mínimas que hacían viable una edición. Podemos empezar a pensar en ediciones altamente especializadas de doscientos o trescientos ejemplares y en reediciones continuas de ejemplar en ejemplar, lo que permitirá mantener vivos muchos más libros. En los últimos meses ha aumentado notablemente la calidad de las encuadernaciones; ya se ofrecen los libros cosidos, pero todavía los proveedores utilizan imágenes digitalizadas en lugar de textos etiquetados con posibilidad de imprimir a la carta los libros ajustados en sus contenidos a las necesidades de información de los lectores. Aunque esta labor corresponde, como antes ya he expuesto, al editor, que es quien debe generar las bases de datos y fijar los criterios de clasificación y extracción de los textos o informes.

La descarga electrónica directamente desde Internet, con un e-book o con dispositivos de tintas electrónicas, es también una aplicación a las bases de datos textuales editoriales técnicamente resuelta, pero que todavía no se ha asentado en nuestros hábitos. No cabe duda de que su uso facilitará una difusión de la cultura impensable hasta ahora; pero para ver su generalización deberemos esperar todavía muchos años. Podemos pensar en esta utilización de la tecnología digital, en un fondo universitario especializado como el nuestro, para la información que se necesite de una manera puntual: una determinada consulta para un trabajo de investigación, un cotejo en un diccionario o una consulta de una novedad indispensable que se precise con urgencia, o cuando por imposibilidad física no sea factible obtener un libro impreso. En los demás casos, en catálogos como el nuestro, compuesto mayoritariamente por libros de fondo, cuyo contenido soporta bien el paso del tiempo, creemos que tener un libro con un diseño de cubierta, con una correcta encuadernación hecha para durar y preservar su contenido, con un papel adecuado de pH neutro para que no se deteriore con los años, con unos márgenes aceptables y con una cuidada impresión, es preferible a una lectura en pantalla o en folios sin encuadernar, que han salido de una impresora láser casera y que una vez usados probablemente terminen en una papelera o extraviados en cualquier archivador.

El futuro de la edición no nos preocupa. Una buena parte de los libros de nuestro fondo, más de un 30 %, han sido escritos hace más de un milenio. Muchos años antes de que Gutenberg revolucionara la transmisión del pensamiento, al principio de la era moderna, y, sin embargo, se han transmitido y han llegado hasta nuestros días vivos, a través de muy diversos soportes, desde la tradición oral, los rollos de piel o de papiro como los que utilizó, entre otros primeros editores, Tito Pompeyo Ático, para editar las obras de su amigo Cicerón, los códices de pergamino medievales o los bellos incunables de Aldo Manucio. Es curioso constatar que nunca hasta ahora habían despertado tanto interés y que en ninguna época anterior habían sido tan leídos. Por ello, creo que debemos ser optimistas. Podemos pensar que los próximos años viviremos un auge de la comunicación y que de esta circunstancia el libro y nuestra cultura saldrán ampliamente beneficiados.