Todo lo que Ud. quiera, sí, señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas (…) Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos (…) se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… se llevaron el oro y nos dejaron el oro… se lo llevaron todo y nos dejaron todo… nos dejaron las palabras.
Esta cita de Pablo Neruda ha sido utilizada muchas veces, pero no he dudado en comenzar con ella porque me parece que refleja de manera muy hermosa lo que es nuestra condición mestiza y nuestra marca colonial.
Es también un canto a nuestra lengua común, maravillosa herramienta de comunicación.
Pienso que nuestra condición mestiza, que no terminamos de comprender y asumir, y la marca colonial de la que no logramos desprendernos, definen todavía, en medida importante, nuestros haceres y quehaceres. Como igualmente nuestra pertenencia al hemisferio sur; aunque Venezuela, gran parte de Colombia, toda Centroamérica, y más aún México, estén al norte del ecuador, compartimos el signo de las naciones menos favorecidas económicamente, a pesar de que el PNUD nos clasifique entre «alta y medianamente desarrolladas». Este conjunto heterogéneo de países que llamamos Latinoamérica es muy rico en niños y pobre en libros nativos: en 1999 doce países de la región publicaron en total 2028 libros para una población menor de 15 años de 133 millones. España, en cambio, publicó 6188 títulos para una población menor de 15 años de 6 300 000. Sin embargo, porque nos une la lengua, y porque España es uno de los grandes productores de libros del mundo, no hemos carecido de libros. El camino de los libros ha ido del continente europeo al americano, pero de muy menguada manera en el otro sentido.
De modo que, cuando hablamos del mercado de libros para niños en América Latina, nos referimos a un campo ya habitado por las editoriales españolas y los grandes consorcios de la edición. Junto a ellos, están los editores latinoamericanos dedicados a este campo, entre los que encontramos diversos tipos de empresas: estatales, privadas, asociaciones civiles, fundaciones; grandes, medianas y pequeñas editoriales, editoriales que han sido absorbidas por los grandes conglomerados y otras que mantienen su condición independiente.
Fue en la década de los 70 del siglo xx, cuando comenzaron a desarrollarse varios proyectos de producción de libros para niños vinculados a políticas estatales y a la conciencia social de la importancia de la lectura en muchos países latinoamericanos. Las particulares condiciones políticas y sociales que marcaban nuestro continente por aquel entonces, llenaron estos proyectos de significados y causas que sobrepasaban la producción misma de materiales de lectura para los niños. Los libros, al igual que buena parte de las personas que los producían, estaban tocados por las búsquedas ideológicas que iban más allá de una alfabetización simple: liberación, voces de protesta ante gobiernos dictatoriales, conciencia del rol de la mujer y otros motivos que sería largo enumerar. Muchas de estas editoriales buscaban, además, una toma de conciencia de las raíces mestizas y de la autoafirmación de nuestras culturas.
Algunas de estas editoriales o proyectos editoriales desaparecieron del todo o han acabado por enrumbar sus líneas hacia otros senderos. Algunos han logrado sobrevivir y darse a conocer más allá de las fronteras nacionales. En todo caso, tuvieron éxito en crear conciencia de la necesidad de desarrollar una literatura infantil propia, tanto así, que los grandes consorcios de la edición buscan hoy en día, con afán, autores de cada país para hacer contrapeso a los autores internacionales. Una paradoja que se da en este mundo globalizado donde las fronteras nacionales parecen desaparecer, pero al mismo tiempo se veneran las culturas locales.
Justamente las editoriales latinoamericanas que surgieron en los 70 y 80 y que han permanecido en el tiempo, hacen esta misma combinación de talentos locales e internacionales (Ediciones Ekaré, la línea infantil del Fondo de Cultura Económica, algunas colecciones de Norma). Las excepciones son Brasil, un gran mercado, que se nutrió exclusivamente de autores locales durante largo tiempo y que sólo recientemente se ha abierto a la literatura infantil de otras lenguas. Y Cuba que es un fenómeno especial.
En los últimos años, han surgido pequeñísimas editoriales con planteamientos originales e interesantes: Tecolote, Sámara y Petra en México, Anamá en Nicaragua o Camelia en Venezuela.
De manera que el mapa de la edición de libros para niños en América Latina se distribuye entre las sucursales de las grandes editoriales como SM, Alfaguara, Anaya y Norma, que realizan producción local y controlan el grueso del mercado, y editoriales medianas y pequeñas que comparten apretadamente el resto. Un panorama que no difiere del de otras latitudes donde también se hace sentir el peso de las grandes editoriales frente a la voz de las editoriales medianas y pequeñas. Pero con la diferencia de que en América Latina son muy pocas las editoriales independientes, su producción es escasa, tienen serios problemas de distribución y se mueven en un entorno con graves deficiencias y desigualdades económicas y sociales.
El panorama no es alentador. Como dijo Peter Weidhaas en Nicaragua hace ya doce años, «el abismo existente entre las editoriales y el comercio del libro de los países industriales desarrollados y el de los países latinoamericanos, crece con una velocidad vertiginosa y se desarrolla en forma proporcional a la dependencia de los países latinoamericanos respecto a los países industrializados (…) La tendencia de dominar mercados de idiomas (…) hará que a corto o largo plazo, los consorcios internacionales de medios lleguen a ser los factores determinantes en el mercado del libro latinoamericano».
Ahora, ¿cómo es, en general, el libro para niños que circula en América Latina? Una parte muy importante está ocupada por el producto destinado al mercado escolar, esos libros de pequeño formato tipo bolsillo, de papel barato con poco espacio para las ilustraciones, divididos en franjas y acompañados de guías para los maestros, que se han transformado en el gran éxito comercial de los últimos 20 años. Iniciado por Alfaguara y refinado por SM, fue asimilado prontamente por las otras editoriales, incluso las latinoamericanas, a fin de poder anclar en terreno seguro a los pocos y elusivos compradores.
Otra parte importante del mercado está ocupada por libros de carácter muy tradicional y comercial: son los libros clásicos que solicita la escuela, muchos de los cuales están en dominio público —que van desde los universales cuentos de hadas hasta los clásicos locales que varían de país en país—, o aquellos de factura usualmente barata que acompañan productos de cine o televisión como cualquier otro merchandising.
Pero algunas editoriales latinoamericanas han buscado otros caminos: han desarrollado el libro ilustrado, para un rango de edad menor, y se han preocupado de los aspectos gráficos y de diseño de manera preferencial. Pienso que es más bien esta preocupación por lo estético la característica que las une.
Entre estas últimas está Ediciones Ekaré y les hablaré de esta experiencia porque es la que conozco muy de cerca. Ediciones Ekaré es una asociación civil sin fines de lucro, dedicada a la publicación de libros recreativos de alta calidad para niños y jóvenes. Es una empresa editorial mediana que desde sus inicios tuvo como misión demostrar que era posible hacer buenos libros para niños en Venezuela y que se podía competir, tanto en calidad literaria y gráfica, como en precios, con la mejor producción de otros países. Es decir, nació con una visión.
Y su riqueza surge de esta visión y de su asociación con el Banco del Libro, una institución dedicada a la promoción de la lectura. Milagrosamente, porque siempre nuestras exigencias de calidad han estado por encima de los objetivos económicos, hemos logrado crecer y sobrevivir 22 años.
Ediciones Ekaré se creó bajo la premisa de que la lectura es un instrumento para la vida y los buenos libros ayudan a hacer buenos lectores. Se creó también bajo la premisa de que, como han demostrado investigaciones varias, el goce por la lectura, el placer de leer es la mejor manera de formar lectores, sobre todo en los primeros años. Y es, a su vez, una afirmación temprana de la lengua.
La otra premisa fundamental de Ediciones Ekaré fue la de hacer libros latinoamericanos que reflejaran nuestro entorno y a la vez proveer traducciones de los mejores libros de otras culturas, puesto que leer al otro es comprender al otro y la nacionalidad no tiene por qué restringir o negar nuestro acceso a la universalidad.
Surgió de la experiencia del Banco del Libro, institución de promoción de lectura, que creó los primeros sistemas de bibliotecas públicas y escolares de Venezuela. La necesidad de tener buenos y variados materiales de lectura en las bibliotecas fue el motivo para abrir en el Banco del Libro un espacio a la edición de libros para niños. La creación de Ediciones Ekaré estuvo enmarcada en la convicción de que la lectura y las bibliotecas son fundamentales en el desarrollo de las personas y la afirmación de la democracia.
El vínculo con las bibliotecas fue señalando su línea editorial: libros para los más pequeños, porque había carencia de ellos; libros que reflejaran el entorno y el lenguaje local, porque no los había; libros que se alimentaran de la tradición oral, porque somos sociedades —al menos la venezolana— donde la palabra dicha tiene todavía credibilidad y magia.
Hicimos libros recreativos y de información para niños e intentamos hacer libros para jóvenes, pero nuestra especialidad se ha afianzado en los libros de imágenes, los llamados picture books o álbumes ilustrados. Esta combinación especial del lenguaje de la palabra y el lenguaje de las imágenes nos ha cautivado a nosotros, los editores, y a nuestro público.
Hemos privilegiado el trabajo en equipo y hemos otorgado gran importancia al rol del editor, como coordinador del proceso global, y al del director de arte, como director de los aspectos gráficos y vínculo con el ilustrador. Una concepción que implica también un trabajo minucioso, muchas veces lento y exasperante, pero siempre gratificante, para llegar al libro terminado.
El contacto cotidiano con el Banco del Libro, no ha dejado de ser fundamental para nuestro trabajo. El hecho de tener acceso al Centro de Documentación de esta institución y poder contar con su nutrida colección de libros para niños y jóvenes, así como a los diversos materiales críticos de que dispone sobre lectura y literatura infantil y juvenil, ha sido invalorable. Así mismo, poder contar con el apoyo de su grupo de evaluadores, investigadores y críticos, y tener la posibilidad de participar en las múltiples actividades de estudio que organizan (comités de lectura, seminarios, charlas, etc.) ha contribuido a que nos mantengamos actualizados no sólo con respecto a la producción de libros en español, sino también en otros idiomas. Contacto por lo demás que el Banco del Libro ofrece a todas las editoriales, personas o instituciones interesadas. Y, por último, aunque no menos importante, conocer e inclusive participar en algunos de los proyectos comunitarios ha enriquecido nuestro trabajo y nos ha ayudado a no alejarnos de aquella visión que nos dio origen. Es decir, tener la fortuna de tomar las decisiones siempre sobre la base de criterios editoriales y no comerciales.
Hemos intentado hacer siempre libros valiosos y perdurables y aunque nos encantaría que alguno de ellos se transformara en un best-seller (algunos venden muy bien, pero ninguno es propiamente un best-seller) nos ha parecido más importante que se mantengan en el tiempo y que varias generaciones los disfruten. No siempre lo hemos logrado, pero ha sido nuestra intención tener un back list sólido. Hacemos sólo 12 novedades al año, pero reimprimimos entre 30 y 70 títulos anualmente. Hemos tenido la suerte de poder evitar la urgencia que rige a muchos editores obligados a producir más y más novedades al año, condición que va minando su oficio de editores. Creemos que cuando impera la visión de los comerciales, el resultado es una extensa oferta, pero una literatura más pobre y más insulsa. Se canjea calidad por cantidad; imitación por originalidad.
Una editorial es en sí misma un agente de promoción de lectura. Pero no basta con hacer los libros y distribuirlos a través de librerías y bibliotecas y ponerlos en las escuelas. Especialmente en sociedades como las nuestras y en el mundo tecnologizado de hoy es necesario crear conciencia de la importancia del libro y la lectura.
Como ya señalé anteriormente, nuestra asociación con el Banco del Libro nos permite compartir acciones de promoción de la lectura de todo tipo que ha realizado esta institución a lo largo de los años.
La promoción de la lectura ha recibido muchas críticas recientemente: «¿es animación o agitación?», como alguna vez señaló Felicidad Orquín. ¿Es juego, teatro o diversión? Sólo quiero decir que el Banco del Libro ha transitado por muchas formas de hacer promoción, pero la entendemos ahora simplemente como formas de señalar, de indicar un camino hacia la lectura.
Entre los varios programas que llevamos a cabo en este tiempo, voy a indicar tres: uno que reúne los talentos de los abuelos (muy frecuente hoy en todo el mundo cuando se busca rescatar el rol del anciano), uno que tiene que ver con las comunicaciones y otro que relaciona la lectura y la sanación.
Los abuelos tradicionalmente son los depositarios de las historias familiares, una fuente de ricas anécdotas y unos narradores natos. Con una capacitación en el uso de libros para niños, se han creado varios equipos trashumantes de abuelos que van a los hospitales, plazas, alcaldías y centros de reclusión de menores en situación de riesgo a leer libros y contar cuentos. Los resultados en los hospitales y los centros de reclusión han sido especialmente gratificantes por la combinación de la presencia terapéutica de los libros con la presencia terapéutica de los abuelos. Los médicos que participaron en estos programas informan sorprendidos de los efectos beneficiosos de los cuentos en los niños antes y después de operaciones o tratamientos difíciles y dolorosos. Los beneficios no han sido sólo para los niños, muchos abuelos han recuperado energías y encontrado un nuevo sentido en sus vidas.
A pesar de que algunos de nosotros seguimos aferrados a la tecnología del libro y nos da escalofríos creer que éste pueda alguna vez desaparecer, en el Banco del Libro estamos convencidos de que la lectura trasciende los formatos. Y como creemos que el libro será inevitablemente acompañado por las nuevas tecnologías, de la misma manera que lo ha sido por el cine, la radio y la televisión, nos hemos preocupado por observar cómo los medios electrónicos están cambiando nuestras formas de leer e interpretar el mundo.
Por esta razón el Banco del Libro creó hace dos años un Programa de evaluación de formatos digitales que no sólo recomienda CD-ROM y páginas web, sino que desarrolla talleres donde el ordenador es utilizado como una herramienta para acercar a niños y jóvenes al mundo de la lectura. Dado que estos talleres han conseguido estupendos resultados, el Banco del Libro ha comenzado a transferir la experiencia a las escuelas de Fe y Alegría (una enorme red de escuelas públicas dirigidas por la Compañía de Jesús y el Ministerio de Educación). El proyecto Le@mos consiste no sólo en alfabetizar electrónicamente a los maestros, sino también en enseñarles a utilizar los formatos digitales como otra vía para convertir a sus escuelas en entornos lectores. Cada escuela recibirá una colección de CD-ROM recomendados por el Banco del Libro, así como una capacitación a los maestros en cómo hacer búsquedas en Internet y cómo usar los CD-ROM para crear proyectos pedagógicos de aula que insistan en la lectura y la investigación. Los maestros que participarán en este proyecto serán, a su vez, parte de una red donde podrán compartir sus nuevas experiencias docentes a través de chats en la página web del Banco del Libro.
El programa más impactante de promoción de los últimos años es, sin duda, el programa de biblioterapia que surgió a raíz de las inundaciones y deslaves en diciembre de 1999, cuando Venezuela se declaró en estado de emergencia. Este programa, que no tuvo nombre cuando lo iniciamos, se llamó a las pocas semanas, muy apropiadamente, Leer para vivir, en honor a una frase de Gustave Flaubert.
Surgió de la impotencia que sentimos al contemplar en nuestros televisores la geografía irreconocible de los estados Vargas y Miranda. Frente a las preguntas ¿cómo poder ayudar?, ¿cómo ir más allá de la recolección de comida, ropa y medicinas para asistir en una labor de reconstrucción que tendría secuelas por muchos años venideros?, la respuesta era obvia: haciendo lo que sabíamos hacer, contando cuentos y leyendo libros.
Hicimos una primera selección de títulos y partimos con nuestros bolsos a los refugios donde se aglomeraban hombres, mujeres y muchos niños. Trabajamos con todos ellos, pero utilizamos sólo libros infantiles y juveniles. El criterio para escoger los libros fue que destacaran por su calidad textual, gráfica y editorial. Incluimos varias clases de libros: cuentos de hadas, aventuras, novelas, fantasía, poesía. Buena parte estaba conformada por álbumes ilustrados (en su mayoría llenos de humor) buscando con ellos una sanación no sólo a través de la palabra, sino también a través de la imagen. Supimos que andábamos por buen camino cuando un niño nos dijo que, desde el desastre, por primera vez había dormido tranquilo gracias al cuento que le habíamos leído el día anterior.
Concebimos la biblioterapia no en su acepción clínica, sino más bien como la posibilidad de establecer una relación humana y sensible con los libros para lograr algunos cambios en las vidas de las personas afectadas; la posibilidad de sanar a través de los libros, una posibilidad que sirve para toda la vida, en circunstancias diferentes. Es decir, el programa Leer para vivir no se limitó a ayudar a una comunidad en momentos de angustia y desesperanza, sino que echó raíces y se ha expandido en toda una región, porque a causa de una desgracia, muchas personas descubrieron la magia de los libros y de la lectura.
Año y medio después, el programa ha creado una red de lectura sorprendente que abarca 62 escuelas y 4 comunidades. Los promotores son los maestros y los mismos padres, algunos de los cuales volvieron a clases de alfabetización para poder compartir libros con sus hijos y vecinos. Otros, impacientes porque no llegaban pronto nuevos libros y ya se habían leído todos los recibidos esa semana, bajaron cuentos de Internet. (Internet y analfabetismo, lado a lado en una misma comunidad: la más sofisticada tecnología, vecina de la pobreza y el hambre, pero ésta es materia para otra historia). Y otros, por supuesto, decidieron escribir sus propios cuentos.
Leer para vivir no ha sido una terapia sólo para los habitantes de Vargas. Lo ha sido para los monitores también. Fuimos los primeros días llenos de impotencia y angustia, volvimos reconfortados y llenos de esperanza. Cito lo que escribió Brenda Bellorín, una de las voluntarias: «Los libros en contacto con los niños, los padres y los maestros nos han salvado de sucumbir ante una peste de olvido como la que sacudió a Macondo. Juntos, con la Hora del cuento y nuestras conversaciones, le hemos ido poniendo papelitos amarillos a las cosas para nombrarlas y no olvidarlas».
Resultados como éstos son los que dan razón y vida al trabajo editorial de Ediciones Ekaré.
Hemos aprendido mucho haciendo nuestros libros. Con la mirada de los autores y de los ilustradores comprendemos mejor y aprovechamos la riqueza de nuestra condición mestiza. Mestizaje que es, por lo demás, condición de todos los pueblos.
Abrimos una puerta hacia un campo no transitado en la edición de libros para niños en América Latina: el libro ilustrado. Tuvimos la suerte de coincidir con la puesta en marcha de una red de bibliotecas públicas en el país y varias generaciones de venezolanos han crecido con nuestros libros. Varios editores en Venezuela han seguido el camino del libro ilustrado y pienso que hemos sido también una referencia en América Latina para proyectos editoriales de otros países.
En los inicios, vendimos los libros solamente en Venezuela. Poco tiempo después, gracias a la maravilla de nuestra lengua común, exportamos a otros países latinoamericanos y a Estados Unidos para las comunidades hispanohablantes. Muy modestamente, hemos empezado a distribuir también en España. Los libros para niños también pueden venir de América, hacer el camino inverso.
Nuestra independencia ha sido indispensable para mantener la calidad de nuestros libros. Las grandes corporaciones estandarizan sus libros para hacerlos accesibles a todo tipo de públicos, quitándoles sabor, homogeneizando personajes en lugar de caracterizarlos: las familias pueden ser cualquier familia, las ciudades pueden ser cualquier ciudad. Pero esta misma homogeneización, los hace insípidos e inverosímiles.
El mundo del libro es todavía heterogéneo y sorprendente. Para preservar estas cualidades los editores independientes comienzan a organizarse para sobrevivir a las presiones de un mercado dominado por las grandes corporaciones.
Esta independencia y búsqueda de calidad y originalidad no significa que debamos volvernos parroquiales. Hay que aprovechar la globalización de las comunicaciones para combinar talentos que pueden encontrarse geográficamente distantes, como hicimos con nuestro libro La composición: un texto de Antonio Skármeta, chileno, ilustrado por Alfonso Ruano, español, editado por Ediciones Ekaré, venezolana. El resultado fue un impactante libro que ha recibido numerosos reconocimientos: en España, en Canadá, en Estados Unidos, en Venezuela…
Estos pequeños éxitos hacen significativo nuestro trabajo, nos liberan de la perspectiva colonial que hace sentir que «la vida está en otra parte». Pero no nos oscurecen la visión. Sabemos que la pobreza, la precariedad de nuestras economías, la inmediatez de resultados que anhela el hombre de hoy, hace que las políticas del libro, las acciones por la lectura queden relegadas a segundo término.
Aun así, tal vez porque los venezolanos somos optimistas, creo en el poder del libro y en la trascendencia de la lectura. Creo en el poder de las palabras «luminosas y resplandecientes» y en el de los libros, sanadores y subversivos. Por eso, cuando con motivo de haber cumplido Ediciones Ekaré 20 años de vida tuvimos que resumir nuestra filosofía, dijimos:
«Los libros abren ventanas hacia otros mundos, y también abren ventanas hacia adentro, hacia nuestro propio mundo.
»Creemos que los libros nos ayudan a comprender esos diferentes mundos y nos conducen hacia la tolerancia.
»Hacemos libros porque queremos contribuir a formar lectores que puedan defender la libertad y la diversidad.
»Hacemos libros para jugar el juego mágico de las brujas y los poetas: el de mezclar, conectar y encantar».