Un siglo después del repliegue definitivo de España al perder Cuba, se vuelve a un continente que de ninguna manera a nadie nos es ajeno: Iberoamérica. Ahora con otras ideas, perspectivas e ilusiones que nos confieren las nuevas armas: las empresas españolas, que se han expandido con los nuevos vientos de la globalización.
Cierto, una realidad recorre el mundo: la globalización. España no es ajena a esta tendencia, sino todo lo contrario, se ha incorporado en tiempo y espíritu, logrando de esta manera no perder el tren de la historia y sintonizar con las coordenadas de la economía global: el tamaño y la dimensión internacional.
Seriamente decididas a ser parte activa y protagonistas de primer nivel, en esta economía que definitivamente se dirige hacia la configuración de un único espacio para competir: el mundo; y dentro de este mundo, nuestras empresas han elegido aquel que le resulta más próximo en lo cultural, en lo psicológico, en lo afectivo: Iberoamérica. Estos referentes, sin dudas, los considero vectores determinantes de esta expansión iberoamericana, pero adviértase que la extraordinaria posición alcanzada en este continente, ha sido posible gracias a nuestro extraordinario aliado: el idioma, causa y efecto de nuestra afinidad cultural, psicológica y afectiva. Aquí, precisamente, reside nuestra permanente ventaja competitiva, que nos otorga un valor diferencial respecto a nuestros competidores, y es que, esta perenne proximidad cultural, producto de más de cinco siglos de historia compartida, no se improvisa, ni mucho menos, se adquiere como la tecnología punta en los mercados internacionales.
Reconocido lo favorable del terreno, listos los medios humanos, financieros y tecnológicos, la estrategia se pone en marcha, destacando algo tan fundamental como es que este accionar se haya planeado para el largo plazo, no para recoger los dividendos de coyunturas sociales y económicas cortoplacistas, esto es, hacer negocios rápidos con el máximo de beneficio y, como los capitales golondrinas, emigrar con las primeras dificultades. La apuesta es tan seria como importante, dadas las cuantiosas cantidades comprometidas en los diferentes países y sectores, lo cual significa expresar la confianza en todo el continente. Piénsese, además, que estas altas cantidades invertidas se realizan desde unas empresas que operan en un país de economía media alta, y de reciente internacionalización, lo cual asocia un doble significado: riesgo y valor, que conlleva, tal como expresaba The Washington Post (febrero de 2000): un gran arrojo y seguridad en la partida que están protagonizando las empresas españolas.
La lanzadera empresarial está en marcha, su rigor en el planteamiento, su acierto en las inversiones y su destreza en competir internacionalmente, elevan a nuestras empresas a la cúspide de la economía iberoamericana y, por extensión, en el amplio contexto internacional. Otras geografías reclamarán su atención, el mundo es cada vez más un solo mercado e Iberoamérica es una gran región en la economía mundial, no sólo por su extensión y por su población, sino muy principalmente por el papel económico que desempeña, particularmente relevante en los últimos tiempos. Nadie en España puede sentirse indiferente ante este continente, no sólo físico sino también cultural. Ni nuestra aproximación a los asuntos de los países que conforman esta vasta área puede ser tampoco neutra.
Ilustres iberoamericanos han hablado de que su continente es un crisol de razas. Trasladando la imagen, también podría decirse que Iberoamérica es el crisol de la economía mundial. Fue la pieza esencial y necesaria del origen de las formas modernas de la economía en Europa y ha seguido siendo un elemento básico para el desarrollo de la economía internacional. En este sentido, España puede desempeñar un papel tan relevante como dinámico en aproximar a Iberoamérica al contexto económico y financiero mundial. Pero indudablemente, no podemos ni debemos sobreestimar la capacidad de la economía española ni de España como país.
Sí es indudable que existen intereses comunes, unos derivados de la común civilización, y otros derivados de la común experiencia: pues se da la paradoja de que España, que antaño fue metrópoli y centro de ese continente, en su particular historia reciente, ha pasado por problemas en gran parte cercanos a los que sufre hoy Iberoamérica y estas experiencias las aproximan. También España —como todos los países, incluso los desarrollados— tiene una interdependencia económica que, aunque no es comparable con la de Iberoamérica por condiciones históricas, económicas y geográficas diferentes, facilita también la mutua comprensión. Todo ello permite que —dando fin a la retórica del pasado— se establezcan las bases de una cooperación, y relaciones económicas y comerciales que fortalezcan nuestros históricos lazos cuya semilla está aún por dar sus mejores frutos.
Como he manifestado en otros trabajos, los profundos cambios por los que han atravesado las economías latinoamericanas (apertura, liberalización y desregularización) han renovado el ámbito de los negocios en Iberoamérica, facilitando el acceso a los inversionistas extranjeros. En la pasada década, los flujos de inversión extranjera directa (IED) hacia América Latina y el Caribe han registrado un crecimiento sin precedentes, pasando de 9200 millones a cerca de 90 000 millones de dólares entre 1990 y 1999. Esto ha significado que más del 65 % del actual acervo de IED se haya acumulado durante esa década.
En efecto, durante la década de los noventa la inversión extranjera directa (IED) ha manifestado un impresionante dinamismo, tanto a nivel internacional como en Iberoamérica. Tan sólo en México —el primer receptor de IED en importancia durante 1990-1995 y que fue desplazado desde entonces por Brasil— la IED aumentó de niveles inferiores al 1 % del PIB durante la década de los ochenta, hasta situarse en el 3 % del PIB durante la década de los noventa. Su impacto no sólo ha sido considerable desde una perspectiva macroeconómica, sino que también ha permitido la generación de una nueva estructura productiva y de organización industrial, paralela a un significativo proceso de modernización de un segmento de la economía. El caso de México, además, es particularmente interesante y relevante debido a que el destino de la inversión extranjera hasta 1993 se había concentrado en la compra de activos estatales durante su proceso de privatización. Posteriormente, y con elevados montos, la IED ha cobrado una nueva modalidad y se ha orientado crecientemente a la adquisición y fusión de empresas, así como a la creación de nuevos activos y participación en las privatizaciones recientes de bancos (2000), como ha sido la adjudicación de Bancomer y Serfin a los bancos españoles BBVA y BSCH, segundo y tercer banco mexicano respectivamente, y Banespa, tercer banco brasileño, al BSCH.
En la práctica, las inversiones extranjeras directas presentes en la región se han renovado casi totalmente. Este fenómeno ha estado dominado por cambios trascendentales en el origen, destino y estrategias de los inversionistas extranjeros, destacando los siguientes puntos:
La compra de activos existentes ha sido la modalidad más utilizada por los inversionistas extranjeros para entrar o expandir su presencia en la zona. Primero, a través de los masivos programas de privatizaciones y, posteriormente, mediante la adquisición de firmas privadas locales.
En este nuevo panorama, las empresas españolas se han convertido en actores principales (Gráfico 1). De una presencia casi inexistente a principios de la pasada década, España se ha convertido en el segundo inversionista en la región (sólo superado por Estados Unidos) y el primero de origen europeo, constituyendo más del 60 % del total de nuestra inversión extranjera. España, durante 1999, se convirtió en el primer inversor mundial, alcanzando la cifra de 25 000 millones de dólares y superó, por primera vez, a Estados Unidos.
La inversión directa española en el exterior ha pasado de representar el 0,7 % del PIB en 1995 al 6,3 % del PIB en 1999. Desde 1997, la inversión directa española supera a las que realizan otras naciones en España, de manera que nuestro país se ha convertido en exportador neto de capitales por este concepto frente al resto del mundo.
Este cambio resulta un claro exponente de la renovación en su conjunto de la economía española: instituciones, empresas, tecnología, infraestructuras, educación, financiación y una liberalización sectorial, posibilitan iniciar este ascendente impulso de buscar nuevas oportunidades ante el influjo de la globalización económica, la cual, como hemos indicado, requiere tamaño y dimensión internacional para competir con éxito.
Durante al menos las dos últimas décadas, la economía española viene registrando un proceso de crecimiento, transformación productiva y tecnológica, basado en la incorporación deliberada y sistémica del progreso técnico. Esta transformación se ha visto apoyada por una gestión y organización empresarial que se ha modernizado año tras año, incorporando entre sus nuevos paradigmas la internacionalización como señal inequívoca de nuestras empresas, que al acrecentar su competitividad, logran una verdadera inserción en la economía internacional.
Esta inserción dinámica en el mercado mundial actúa como catalizador de su expansión, adquiriendo estos aspectos, como he indicado, una especial relevancia en Iberoamérica, donde se han conseguido cotas de inversión verdaderamente significativas, con presencia en prácticamente todos los sectores: desde la industria, la energía, las finanzas, las telecomunicaciones, las infraestructuras, los servicios y, más importante aún, la capacidad competitiva está resultando ser de primer nivel, por lo cual es de prever, que estas inversiones no sólo permanecerán, sino que además, se incrementarán.
Las grandes inversiones españolas en Iberoamérica se iniciaron a principio de los noventa con la presencia de Telefónica e Iberia en los procesos regionales de privatización; posteriormente se potenciaron con el ingreso de Endesa España y Repsol a mediados de la década de los años noventa, y adoptaron dimensiones realmente significativas con la estrategia de adquisiciones iniciada por las entidades bancarias a partir de 1996. En términos agregados, el sector bancario ha sido el principal inversionista directo español en el exterior, sólo superado por las grandes inversiones de las empresas de telecomunicaciones y energía. En efecto, la participación de Telefónica de España en la privatización del Sistema Telebras a mediados de 1998 (Brasil) y la toma de control y gestión de Repsol y Endesa España en las mayores empresas energéticas privadas de Argentina y Chile, Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y Enersis a principios de 1999, han sido las más importantes operaciones no financieras realizadas hasta el momento (Tabla 1).
Iberoamérica es, en la actualidad, el principal destino de la inversión directa española. En 1999, dicha inversión representó casi un 5 % del PIB, frente al 1 % del PIB que supuso la inversión directa hacia nuestra vecina Europa. Ello pone de manifiesto la madurez y el desarrollo del mercado español, así como el impulso de la iniciativa empresarial en nuestro país, que se ha lanzado a la búsqueda de nuevas oportunidades de negocio y a la diversificación del riesgo.
España, de tener una presencia casi inexistente a principios de la pasada década, se convirtió en el segundo inversionista en Iberoamérica y el primero de origen europeo liderando por primera vez durante el año 1999 las IED, por delante de EE. UU., con un volumen de 25 000 millones de dólares (Gráfico 2). En el período reciente, las mayores empresas españolas concentraron su estrategia de expansión en el área de los servicios a través de la adquisición de activos existentes, como estrategia de enfrentar y revisar los desafíos y oportunidades que representaron respectivamente, la creación del mercado único y una moneda común en Europa (euro).
En cuanto a los bancos, han invertido más de 10 000 millones de dólares en su proceso de expansión iberoamericano durante el período 1991-1999 (Gráfico 2). Así, el Banco Santander y el Banco Central Hispano (actualmente BSCH) y BBVA, han visto en la región una oportunidad única para alcanzar una dimensión que les permita competir más eficientemente en los exigentes mercados financieros internacionales, y de este modo mantener su identidad, diversificar riesgos y defenderse de una posible adquisición hostil de un competidor.
Durante el año 2000, al igual que en 1999, nuestro país ocupa el primer lugar inversor, por delante de Estados Unidos. España es actualmente el origen de más de una cuarta parte de la inversión directa recibida por países como Argentina, Brasil (Recuadro 1), Chile, Perú y México, destacando las realizadas en el sector financiero, donde los bancos españoles son líderes regionales.
Sin embargo, entre Estados Unidos y España existen diferencias asimétricas y estratégicas clave. La inversión estadounidense se centra en el sector de los bienes comercializables como automóviles o industria electrónica, mientras que la inversión española se orienta mucho más hacia los servicios: banca, telecomunicaciones, y energía. En general, las empresas norteamericanas que se establecen en la zona optan por la marca global y no cuentan con socios locales. Todo lo contrario del caso español, donde se combinan la marca global y la local, entrando en estos mercados de la mano de las empresas nacionales. Este enfoque diferencial responde a la disparidad de objetivos que persiguen ambos países. En Estados Unidos, se pretende mejorar la productividad nacional. Para ello se trata de localizar la producción en aquellos países donde los recursos productivos son más baratos, con el objetivo final de exportarlos. Mientras, las empresas españolas que se establecen en Iberoamérica, pretenden hacer del continente una extensión del mercado nacional, vendiendo en estos países los mismos productos que se comercializan en España. Ser global y local a un tiempo es el reto de las empresas españolas que se establecen en la región.
En cuanto a la firme decisión de inversión por parte de la empresa española, podemos argumentar como dato importante para explicar este fenómeno, el elevado potencial de estos mercados. El aumento estimado de la población en la región durante las próximas cinco décadas se sitúa en torno al 0,8 % anual, mientras que en Europa la población está disminuyendo, lo que limita el desarrollo de los mercados del viejo continente.
El crecimiento económico potencial en Iberoamérica se sitúa en torno al 4,5 %, mientras que las economías más maduras de la Unión Europea crecen en torno al 2,5 % cuando emplean la totalidad de sus recursos. Algunos ejemplos pueden ilustrar con más claridad el potencial de desarrollo de la región: mientras que en Alemania o Francia existen en torno a 57 líneas telefónicas por cada 100 habitantes, en países como México o Brasil no llegan a 15; en tanto que en Francia el consumo de energía eléctrica per cápita se eleva a 6000 kilowatios hora, en México y Brasil dicha cifra no superó los 2000. En tanto que en España, el grado de bancarización está en el 98 %, la media en Iberoamérica se sitúa en el 30 %.
Entre los factores determinantes que animan y hacen posible a las empresas españolas invertir en la zona, está la posibilidad de diversificación cíclica que ofrece. Los ciclos económicos en Iberoamérica y España han estado negativamente correlacionados en los últimos 15 años, mientras que la correlación cíclica de la economía española con la de los países de la Unión Europea ha sido positiva y creciente en el tiempo.
Además, las valoraciones bursátiles suelen ser inferiores en las compañías iberoamericanas que en las europeas, lo que permite conseguir una cuota de mercado relevante a un menor coste y en un período de tiempo inferior.
Otro factor es que los gestores de las empresas españolas están, en gran medida, acostumbrados a operar y hacer negocios en entornos volátiles. Hace diez años, los fundamentos de la economía española no eran tan diferentes de los actualmente existentes en Iberoamérica. La inflación media en España en el período 1980-1995 fue de casi el 8 %, con una depreciación promedio de la peseta del 5 % y un crecimiento económico medio del 2,5 %. En los últimos tres años, la inflación media en Iberoamérica ha sido del 10 %, con una depreciación cambiaría promedio del 8 % y un crecimiento económico del 2,5 %. La actual situación macroeconómica en España es un ejemplo de que, con las políticas económicas adecuadas, es posible reducir de manera drástica el riesgo país, lo que, posiblemente, sucederá en los próximos años en aquella región, beneficiando a las empresas que hayan sabido anticiparse tomando posiciones en el momento adecuado.
Por último, pero no menos importante en esta larga lista de razones que llevan a las empresas españolas hacia estos mercados, no puedo dejar de insistir, los lazos culturales y de idioma que confieren una proximidad socio-cultural1 determinante para el buen entendimiento humano y empresarial.
Para las grandes empresas establecidas en la región, compartir la misma lengua permite grandes ganancias de eficiencia al poder utilizar las mismas estrategias de marketing, la transferencia del conocimiento de una manera más sencilla dentro de la organización, o la instalación de plataformas tecnológicas comunes, aspecto este último muy destacado en el sector bancario.
Estos argumentos hacen que Iberoamérica sea un buen destino para el establecimiento de cualquier empresa del mundo desarrollado. Sin embargo, las empresas españolas tienen importantes ventajas comparativas que las hacen estar particularmente bien posicionadas para establecerse con éxito en estos países.
Las estrategias en Iberoamérica de las grandes firmas españolas garantizan que nuestro país mantendrá su hegemonía como primer inversor extranjero en la región al menos durante los próximos tres años (2003).
Si el año 1999 consolidó a España como el primer inversor mundial en este continente y el 2000 lo reafirma (Recuadro 2), superando a EE. UU., las estrategias diseñadas por las cuatro grandes empresas multinacionales españolas (Telefónica, Repsol, Endesa e Iberdrola) garantizan que nuestro país mantendrá su hegemonía como principal origen de las inversiones extranjeras en la región (ver su distribución en el gráfico 3), al menos durante los próximos tres años (2003). Empresas como Telefónica, que planea invertir cerca de 6000 millones de dólares (más de 1,1 billones de pesetas) en Brasil durante el período 1999-2001, unidas a las sucesivas compras en otros países y nuevos proyectos, suponen rebasar esta cifra.
El lanzamiento simultáneo de su operador de Internet, Terra Networks, en la mayoría de los países de la región durante 1999, y completada en 2000, demuestra la competitividad lograda con sus operaciones regionales combinadas. Terra se convirtió rápidamente en el líder de los proveedores de Internet en Iberoamérica y los planes de expansión de Telefónica en los dos próximos años incluyen inversiones sustanciales en telefonía fija y móvil, así como en televisión por cable e Internet.
La eléctrica Endesa, entre sus proyectos en la zona, destinará 2000 millones de dólares en Argentina durante los próximos diez años, que servirán para la construcción de parques eólicos, los cuales permitirán suministrar energía eléctrica. Iberdrola, que tiene un plan de inversiones directas en la zona que alcanza los 1800 millones de dólares (unos 320 000 millones de pesetas) durante los próximos cuatro años, va a dedicar 560 millones de dólares a México, convirtiéndose en el destino más destacado. Unión Fenosa, con una creciente participación en países como Colombia, República Dominicana, México y Uruguay, realizará desembolsos próximos a los 1000 millones de dólares (180 000 millones de pesetas).
También Repsol ha anunciado su intención de ampliar sus inversiones en la región en otros sectores como el de la electricidad, con el fin de constituir uno de los grupos energéticos más importantes en la región, para lo que prevé destinar cerca de 7000 millones de dólares (1,2 billones de pesetas) antes del año 2002.
Igualmente se deben tener muy presentes las interesantes perspectivas que abre el Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y México, que ha comenzado a potenciar aún más el interés de las compañías españolas por este país y constata cómo la banca española «participa cada vez más activamente en el proceso de fortalecimiento y capitalización del sector bancario mexicano». Este punto recuerda las operaciones respectivas del BBVA que aprobó un paquete de inversiones por 3100 millones de dólares para expandir su presencia en México, al adquirir el 40 % de Bancomer (segundo banco mexicano); y del BSCH, que adquirió el 100 % del tercer banco de este país, Banco Serfin, por 1560 millones de dólares.
En el año 2000, las compras realizadas por BSCH en México (Banco Serfin, 1560 millones de dólares) y en Brasil (Banco Banespa, por 3990 millones) han totalizado 5550 millones de dólares. BBVA, por su parte, invirtió en México por la compra de Bancomer 2470 millones de dólares. Con estas tres operaciones, cuyo importe se eleva a 8020 millones de dólares, se superarán las inversiones bancarias del año 1999. Y en el ámbito no bancario, si consideramos la operación más importante realizada por Telefónica, al adquirir sus filiales en Argentina, Brasil, Chile y Perú por 20 000 millones de dólares, más el desembolso de Terra al comprar la compañía de Internet Lycos por 12 500 millones de dólares, se conseguirá que las inversiones totales de 2000 puedan marcar un hito histórico.
En cuanto a la operación de alto valor estratégico y económico realizada por BSCH en Brasil, al comprar el tercer banco público Banespa, le permite pasar a ser el tercer mayor banco privado y el quinto de Brasil. Se trata del último movimiento (por el momento) de los bancos españoles para reforzar su presencia en Iberoamérica, donde BSCH se convierte en el primer banco, en el líder regional con casi el 11 % del mercado, por delante del BBVA, que cuenta con el 10,2 %.
La amplia presencia de las empresas españolas que lideran generalmente sus respectivos sectores (telecomunicaciones, energía, electricidad) y la banca, cuya posición de liderazgo es notoria, ha captado la atención de instituciones regionales y multilaterales, de organismos públicos y privados, es decir, del amplio marco de la opinión pública iberoamericana. Asimismo, ha revelado las limitaciones de los marcos regulatorios nacionales ante la creciente globalización de los mercados internacionales. En consecuencia, decisiones adoptadas en Europa o España afectan a usuarios en el continente iberoamericano, provocando reacciones a múltiples niveles, cuyos resultados sólo se verán en el futuro.
Ante el contexto que impone la globalización, las empresas y la banca española tienen como fortalezas las muy favorables posiciones alcanzadas a lo largo y ancho del continente. No obstante, merece la pena destacar lo apuntado por la Cepal en su informe sobre inversiones extranjeras en Iberoamérica de 1999: «Al comenzar el nuevo siglo, es muy probable que las empresas españolas estén llegando a la fase más compleja de su estrategia de expansión en América Latina: lograr su plena aceptación y asimilación por parte de los mercados, las autoridades, y los clientes de la región».
Ante esta situación, empresarios y banqueros, con el aprendizaje obtenido durante estos años en el manejo de las inversiones internacionales, emprenderán este reto, no sólo desde la mera percepción económica, sino integrando las sensibilidades del amplio entorno cultural y social.
En este sentido, a continuación, basándome en el informe de la Cepal La inversión extranjera en América Latina y el Caribe en 1999, expondré para visualizar lo que desde Iberoamérica se piensa y escribe sobre el proceso inversor extranjero y, especialmente, sobre la situación y perspectivas de las inversiones españolas:
Las inversiones españolas en la región han alcanzado magnitudes que han sorprendido a la mayoría de los analistas. Este no ha sido un fenómeno concertado —a pesar de contar con el apoyo del Gobierno de España—, ni hay tras él una estrategia común; más bien las empresas españolas, al ir encontrando oportunidades de inversión, han materializado una «apuesta estratégica» por América Latina. Como resultado de este proceso, limitado a unas pocas empresas, España se ha convertido en un exportador neto de capital.
A pesar de pertenecer a distintos sectores económicos y desarrollar estrategias diferentes, las empresas españolas que están invirtiendo en América Latina poseen y enfrentan varios elementos comunes, entre los que destacan los siguientes:
… una creciente competencia entre España y la UE, en la estrategia de expansión internacional en Iberoamérica; la opción por las estrategias de expansión internacional,como un elemento común en los esfuerzos por incrementar su valor bursátil; las empresas españolas más activas en América latina son el resultado de recientes y amplios programas de privatización en su país de origen; las estrategias de expansión internacional se han basado en la compra de activos existentes, en su mayor parte por la vía de los esquemas de privatización implementados por las autoridades latinoamericanas; las empresas españolas iniciaron su estrategia de expansión regional en el cono Sur de América Latina (Argentina y Chile), para luego extenderse a otros países de habla hispana (Perú, Colombia, Venezuela y México). La mayoría ha apuntado a Brasil como destino más importante y, a partir de 1998, han invertido allí grandes cantidades de recursos; para expandirse a escala regional, las empresas españolas han aprovechado vacíos en la reglamentación de los países, hecho que en la actualidad les está generando múltiples inconvenientes.
De este modo, algunas de las principales empresas españolas han sido actores clave, en particular en las ramas de servicios recientemente liberalizadas. Aprovechando el renovado entorno económico latinoamericano, estas entidades —mediante una estrategia de adquisiciones— buscaron alcanzar el tamaño necesario para competir en un mercado europeo y mundial crecientemente globalizado. Así, unas pocas empresas españolas se han convertido en líderes en tres sectores clave del nuevo panorama económico latinoamericano, como lo son las telecomunicaciones, la energía y la banca, contribuyendo de manera positiva a la competitividad sistémica de las economías receptoras.
No obstante, en este proceso no han estado ausentes las dificultades. De hecho, en los últimos meses (1999) se ha intensificado una actitud crítica ante la masiva y rápida inserción de las empresas españolas en los principales mercados latinoamericanos, en muchos de ellos en calidad de operadores monopólicos con amplios márgenes de ganancia. Con algunos componentes de nacionalismo, pero sobre todo con una preocupación legítima respecto del futuro funcionamiento de los mercados, la opinión pública —tanto en América Latina como en España— está manifestando su inquietud por esta ya llamada «reconquista española».
Por la parte latinoamericana, la agresiva estrategia de adquisiciones de las empresas y bancos españoles ha revelado graves deficiencias en los marcos regulatorios de los mercados en que estas entidades operan o proyectan hacerlo. De hecho, en varios países de la región las autoridades económicas están evaluando la posición dominante en que se han situado algunas de estas empresas españolas. Si por considerar que la concentración de estas empresas afecta a la libre competencia o perjudica a los usuarios, la resolución fuera negativa, podría exigírseles que se deshicieran de algunos activos.
Por la parte española, también se han planteado algunas preocupaciones. En primer lugar, la fuerte apuesta de los bancos y empresas de ese origen en América Latina ha sido castigada por los mercados bursátiles internacionales. Desde mediados de 1998, y con la agudización de las dificultades en Brasil, la clasificación de riesgo y el valor de las acciones de las principales empresas españolas sufrieron retrocesos, en algunos casos significativos. Esto obligó a las autoridades españolas a solicitar a sus empresas que evaluaran con extrema prudencia sus futuras inversiones en la región. Por otra parte, la creciente concentración que algunas firmas españolas están mostrando en mercados latinoamericanos contravendría las regulaciones vigentes para el mercado español. Esta situación es muy clara en el caso de la energía eléctrica, ya que la legislación española establece expresamente la separación de las actividades de generación, transmisión y distribución. A pesar de no existir una disposición que las obligue a respetar estas normas en sus operaciones en el exterior, es posible que se dicte en el futuro si surgieran dificultades en mercados latinoamericanos muy concentrados.
Asimismo, la concentración de las inversiones españolas en los sectores de servicios, además de sus posibles efectos sobre la competitividad sistémica, podría ejercer un fuerte impacto en la balanza de pagos de algunas economías latinoamericanas. El hecho de que estas inversiones se orienten al abastecimiento de mercados internos —y de no mediar mejoras de la capacidad exportadora y de atracción de capitales— podría producir tensiones entre las autoridades locales y las empresas desde la perspectiva de la balanza de pagos.
A las puertas de un nuevo siglo, es muy probable que las empresas españolas estén llegando a la fase más compleja de su estrategia de expansión en América Latina: lograr la plena aceptación y asimilación por parte de los mercados, las autoridades y los clientes de la región.
Finalmente, quisiera agregar algo tan reconocido por parte de nuestras empresas y bancos: «Iberoamérica es un área de expansión natural para las entidades y empresas españolas, porque las raíces culturales y el idioma común facilitan el acceso a los mercados y la clientela». Por lo cual, es tan importante como urgente integrar aspectos muy «propios»arraigados al terreno, factores tan decisivos como evidentes sobre los cuales hemos venido insistiendo a lo largo de este trabajo: «aspectos culturales, sociales y comunicativos». Y como colofón nuestra gran arma, el «idioma», fuente permanente de nuestra real ventaja competitiva, nuestro supremo valedor en estos países, con los que compartimos una historia de más de cinco siglos, la cual verdaderamente, ni se improvisa, ni se compra en los mercados internacionales. Todo este riquísimo acervo que determina nuestra presencia económica, nos recuerda a su vez nuestra proximidad psico-cultural, nuestro perenne compromiso histórico.
Aunar, integrar y potenciar todos estos factores, junto a nuestra capacidad imaginativa,2 será la gran baza que debemos obligatoriamente administrar con la imaginación, humildad y mesura propia de las grandes cruzadas históricas.