Si el campo de la cultura ya ha sido escasamente tenido en cuenta en los grandes proyectos de Sociedad de la Información o de integración económica, la mantenida y habitual ausencia de menciones a la publicidad cuando se trata sobre la cultura y su futuro no deja de ser llamativa. Probablemente, más allá de prejuicios ideológicos claramente relegados en las últimas décadas, influya en ello el ambiguo estatuto de la publicidad en el seno de las industrias culturales y mediáticas: por una parte, resulta ser sin duda el mayor productor y difusor masivo de valores simbólicos, pero sus creaciones aparecen integradas y camufladas como mensajes propios de cada medio de comunicación, adaptadas a sus lenguajes específicos diferenciados aunque guarden su distinción como género; por otro lado, la publicidad es todavía la fuente de financiación más importante para la mayoría de los medios de comunicación y, aun en las más optimistas previsiones sobre el pago del usuario, continuará siendo vital para el mantenimiento de los grandes medios de masas que pervivirán mucho tiempo, pero también para los medios crecientemente interactivos y personalizados que apuntan en los últimos años.
En una y otra perspectiva, resulta trascendental hablar de la publicidad y de su destino en el seno de la evolución del papel de las industrias culturales y comunicativas en la época de la globalización y en el prólogo de la Era Digital en que vivimos. Más aún cuando intentamos articular ese futuro con el papel de las lenguas, como se trata de hacer con el español en este congreso. Pero las interrelaciones entre publicidad y cultura son muy diversas y van desde su peso en la financiación de los medios de comunicación masivos hasta su papel multiforme en la promoción de los propios productos culturales y comunicativos. Puesto que participan en esta mesa acreditados expertos publicitarios, que desarrollarán con seguridad brillantemente el papel directo de la publicidad en español, hemos optado por apuntar aquí sobre todo una reflexión sobre la articulación entre publicidad y promoción de las restantes industrias culturales. En todo caso, aunque de forma sintética por fuerza del espacio, intentaremos marcar un camino de reflexión que nos llevará de una a otra función.
En el contexto marcado anteriormente, la publicidad en español no puede ser ignorada en su papel de primer orden. Aunque sólo sea porque, aun con las dificultades de cuantificación consiguientes, puede ser estimada —sumando sólo los seis países mayores de América Latina a España y Portugal—, en una inversión de más de 37 000 millones de dólares en el año 20001 (Villafañe, 2001), lo que significaría un notable cuarto puesto a nivel mundial que resaltaría más aún si añadimos la inversión correspondiente a los restantes países del área, así como al mercado hispano de los Estados Unidos. Aunque esa masa de dinero es fundamental para generar una compenetración comercial más estrecha y aunque su monto sea vital para el mantenimiento de los medios masivos en todos los países, tampoco puede llevarnos a la euforia, porque sabemos que buena parte de ese mercado está gestionado y controlado por agencias y centrales multinacionales que piensan en otros idiomas aunque hablen en español y portugués. Sin derrotismos tampoco, porque ése es un destino compartido con otros muchos mercados, de la industria cultural inclusive, en el mundo global que nos ha tocado vivir.
En todo caso, la publicidad sólo constituye parte de unas industrias culturales que han disparado en las últimas décadas su peso en el ámbito de la economía y el empleo, y que, aunque todavía lejos de sectores como las telecomunicaciones, se sitúan ya entre los sectores punta de más rápido crecimiento y más acendradas esperanzas para el futuro. Aunque las estadísticas sobre este campo son todavía lamentablemente deficientes en Iberoamérica, puede estimarse de acuerdo a los datos disponibles que el comercio cultural y comunicativo movía en el área ya en 1997 unos 58 000 millones de dólares (España y Portugal inclusive),2 que se acrecentarían notablemente si incluyéramos las cifras del mercado hispano de los EE. UU. Sólo en los medios audiovisuales (cine-vídeo y televisión) se ha evaluado su facturación en 17 210 MD en 1997.3
La importancia económica, pero también cultural y social en general de estos sectores ha comenzado a ser destacada incluso por organismos financieros de la región. Así, la oficina europea del BID (Banco Interamericano de Desarrollo) destacaba en un reciente informe que «la diversidad cultural no sólo forma parte del patrimonio de la región que es preciso preservar, sino que también constituye un factor fundamental de desarrollo económico y social. Su consolidación es la base de los intercambios pacíficos en el interior de los países y puede llegar a convertirse en uno de los pilares del afianzamiento de las democracias de la región». (BID, 2000). En la misma línea un reciente informe español reconocía que «la cultura es un importante recurso con el que cuentan las comunidades hispanohablantes (…)», pero señalaba asimismo que la demanda es «desfavorable en entretenimiento y educación» (Fundación Retevisión, 2001).
En otras palabras, el reconocimiento de la trascendencia de lo que se ha llamado en ocasiones industrias de la lengua, en realidad todas las basadas en la creación y comunicación de valores simbólicos (especialmente, aunque no sólo, las industrias culturales), supone destacar a la lengua como «ventaja competitiva» y fuerza de mercado pero además implica reconocer en ella su enorme valor diferenciador, como «hilo de oro» que genera lazos de solidaridad, obstáculos importantes «a la peligrosa utopía de un universo totalmente unificado por los flujos financieros y la tecnología de la comunicación» (Cassen, 2001). Lo cual no niega la constatación de que la efectividad de este factor en el caso del español y del portugués ha sido muy reducida hasta hoy por la propia dinámica del mercado.
Efectivamente, la situación de las industrias culturales en Iberoamérica ha de ser matizada en diversos elementos positivos y negativos. Por un lado, es evidente que su desarrollo es todavía intermedio, como no podía dejar de serlo en su articulación al desarrollo general. Por otra parte, en positivo, está el claro resurgir del repertorio nacional en la última década que, en América Latina como en España y Portugal, ha permitido un ascenso continuo del éxito de las composiciones y canciones musicales, de la ficción televisiva e incluso del cine nacional. Pero ello no quita su aprovechamiento mayoritario por parte de las grandes multinacionales que mantienen un férreo control de la mayor parte de los mercados: el 85,8 por 100 del mercado latinoamericano, por ejemplo, por parte del cine de EE. UU. según el antes citado informe del BID, con un déficit audiovisual estimado en 1997 en 1 340 millones de dólares (Buquet, 1998), que podría trasplantarse también desde el mundo cinematográfico y televisivo al discográfico y, en menor proporción, al editorial. En la región iberoamericana han surgido ciertamente grupos culturales importantes (desde Televisa, O´Globo o Cisneros hasta Telefónica Media), pero las exportaciones inter-iberoamericanas se mantienen en cuotas marginales y pocos productos culturales muestran vocación de viajar por la región.
En otras palabras, el diagnóstico repetido en cada uno de estos sectores sobre los males de cada país y de la región en su conjunto apunta por todos los caminos a dos grandes causas: la ausencia de redes de distribución propias, nacionales y regionales, y la falta de mecanismos de promoción y publicitación de los productos, especialmente en lo que atañe a las pequeñas y medianas empresas. En este último factor entra en juego de nuevo el papel de la publicidad y sus reglas de funcionamiento dominantes.
En el primer terreno, la situación es muy similar en la región iberoamericana: los grandes grupos multinacionales han asentado cada vez más su poder sobre el control de las redes de distribución, elevando así poderosas barreras de entrada que impiden la competencia equilibrada de las empresas y de los productos autóctonos que no se plieguen a sus reglas. Y este poder está afianzado por el uso de un marketing intensivo y de unas técnicas publicitarias masivas que han tendido en las últimas décadas a deteriorar el papel tradicional de los espacios críticos independientes y de la propia ecología cultural de cada sector, primando cada vez más el fast-seller y asfixiando a los productos minoritarios.
El más claro síntoma de estos procesos reside justamente en el creciente protagonismo cobrado por la inversión publicitaria de los anunciantes del sector cultura-comunicación, iniciado primero por la televisión como gran medio autorreferencial —la importancia de los promos en la competencia televisiva—, pero pronto contaminado a las industrias culturales editoriales como el cine, el libro o el disco. Así, en España misma, el rubro cultura, enseñanza y medios de comunicación se ha convertido en los últimos años en uno de los primeros sectores por inversión en los soportes mediáticos y, especialmente, en los medios de mayor audiencia, escritos y audiovisuales.4 Pero esta inversión está más concentrada que en ningún otro sector en muy pocos grandes anunciantes, las multinacionales y unos pocos grandes grupos nacionales, que acumulan la mayor parte de las campañas.5 En cambio, promoción y publicidad resultan los grandes ausentes de los productos y las pymes culturales en los países iberoamericanos.
Así, en el sector discográfico español se ha destacado que el gran problema de los artistas españoles y de las discográficas independientes reside en el círculo vicioso que genera la falta de espacios de promoción (revistas, circuitos radiofónicos…) y su escasez de ventas consiguiente (Buquet, 1998). Y en el cine se ha puesto de manifiesto en España que la profesionalización del marketing y la promoción es la asignatura pendiente del cine español (Álvarez, 2001), mientras que a escala iberoamericana, se insistía en que continuaba faltando el binomio fundamental del éxito: desarrollo ( I+D integrado en el marketing) más promoción (Buquet, Mota, 1999).
Sobre este marco general viene ahora a incidir la expansión de las redes digitales de todo tipo, de Internet pero también de las nuevas formas de radio y televisión digital.
Si hay un terreno directamente afectado por la Era Digital, éste es ciertamente el de las industrias culturales y comunicativas, productoras y difusoras finalmente de bits, de productos intangibles perfectamente adaptables a las características de las redes digitales. No es extraño, por ello, que en términos de comercio electrónico, (on line y off line) sectores como el de la información, la edición discográfica y de libros, mañana probablemente del audiovisual, ocupen ya los primeros puestos del ranking en la mayor parte de los países desarrollados por facturación y crecimiento.6 Pero la orientación de esos nuevos mercados es paradójica de nuevo: la expansión creciente a nivel transnacional amplía las posibilidades para los productos y servicios minoritarios; la creciente segmentación de los mercados por franjas estrechas de gustos e intereses hace más difícil amortizar las creaciones y sobrevivir. La cooperación en áreas geoculturales amplias pasa así de ser una oportunidad a convertirse en una necesidad imperiosa. La diversidad no puede ser, pues, una nube de humo para seguir ocultando el proteccionismo nacional que albergó habitualmente la excepción cultural, sino la única vía auténtica de futuro.
En términos generales, podemos, pues, estar de acuerdo con las afirmaciones positivas que se han hecho ya abundantemente: «Las nuevas tecnologías de la información constituyen un apoyo fundamental del idioma en los sentidos históricos: hacia el pasado y hacia el futuro» (Marcos Marín, 1996). O más sintéticamente, como afirmaba el diputado francés Patrick le Bloche, «Las Nuevas Tecnologías: una suerte para la francofonía» (y para la hispanofonía, o para la lusofonía…, añadía).7 En términos más complejos podemos coincidir con un especialista en la televisión en español cuando afirmaba recientemente que, en el marco de la re-espacialización facilitada por la globalización y la convergencia, las barreras de lengua y cultura parecen más resistentes que nunca, incluso como «market forces» (Sinclair, 1999). Sin embargo, este optimismo debe ser cuidadosamente matizado en el terreno efectivo de las industrias culturales:
Las conclusiones de este análisis panorámico pueden enunciarse, pues, en los siguientes puntos:
En suma y por vez primera, la Era Digital permitiría conciliar el papel de la publicidad con el respeto y reforzamiento de los banqueros simbólicos de cada sector en beneficio de las minorías de consumidores, del estímulo de la creatividad cultural y la diversidad en lugar de la homogeneización. Podría así aunarse la promoción en español con el apoyo a los procesos identitarios que hoy constituyen un recurso vital para nuestra economía y nuestras sociedades.