Quiero que mis primeras palabras sean de gratitud a la Real Academia Española y al Instituto Cervantes por darme la oportunidad de dirigirme a todos ustedes. Me corresponde hablar de la enseñanza del español a extranjeros en las universidades de nuestro país. Y la realidad muestra que casi todas las universidades poseen uno o varios centros dedicados parcial o íntegramente a este tipo de enseñanza, aunque se difiera en el método, la duración de los cursos, el perfil de los estudiantes, su procedencia, etc.
Por este motivo, quizá, en diversos y numerosos círculos sociales se escucha con insistencia que nuestra lengua está de moda. Y así es.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, moda es «uso, modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo, o en determinado país, con especialidad en los trajes, telas y adornos. Entiéndese principalmente de los recién introducidos». Y estar de moda significa «usarse o estilarse una prenda de vestir, tela, color, etc., o practicarse generalmente una cosa».
Cuando afirmamos, pues, que el español está de moda, lo que estamos diciendo es que ahora nuestra lengua, lengua oficial de veintiún países, es el centro de atención de gran parte del mundo. Pero así como una moda es siempre pasajera, tenemos el riesgo de que esta atención de la que ahora disfrutamos, pueda desaparecer en un futuro cercano o lejano. Las modas en cuestiones lingüísticas, no obstante, conllevan un conocimiento que difícilmente puede desaparecer totalmente. Conocer una lengua, hablarla y escribir en ella, comunicarnos a través de ella, significa también conocer la cultura de ese lugar, saber cómo pensamos los hablantes de esa lengua, en definitiva, comprender cómo es la sociedad que la utiliza. Y conocer otras costumbres y otras formas de ser y de pensar implica mucho más que el simple conocimiento cultural, supone perder el miedo a lo desconocido y ser mucho más tolerantes con nuestros vecinos.
El aprendizaje del español se impone no sólo porque está de moda, sino porque el número de hablantes de esta lengua aumenta. No en vano somos la segunda lengua del mundo, dentro de las 6000 lenguas vivas existentes, en cuanto a número de hablantes. Según cifras que figuran en el Anuario del Instituto Cervantes, la primera lengua es el chino mandarín que cuenta con 885 000 000 de hablantes, como lengua materna. Le sigue el español con 332 000 000 de hablantes, y luego está el inglés con 322 000 000. Esas cifras varían sensiblemente en el momento en que barajamos el concepto de lengua extranjera. El inglés es automáticamente la primera lengua con un billón quinientos mil hablantes y el chino mandarín pasa a un billón cien mil hablantes. El español queda muy por debajo de esas cifras.
Resulta obvio decir que entre el chino mandarín y el inglés o el español hay una diferencia cualitativa, que a nadie se le oculta, y es que tanto el inglés como el español pueden ser —y de hecho lo son—lenguas de comunicación en todo el mundo, mientras que el chino no. Pero el objetivo que debemos perseguir conjuntamente las autoridades del Gobierno español y los profesores de español no es tanto intentar ocupar el lugar del inglés en el mundo, sino fomentar el conocimiento de nuestra lengua y de nuestra cultura, esto es, convertir el español en lengua de comunicación. En cualquier caso, hay que decir que el español empieza a ser ya lengua común y de comunicación en lugares donde hasta ahora casi ni se nos conocía.
Imbricado a esta situación, se encuentra el hecho de que, en la actualidad, el español comienza a ser considerado como una «más que posible» fuente de riqueza para España (o para cualquier otro país que tenga esta lengua como lengua materna). El español como recurso económico es un concepto que se ha desarrollado recientemente y que, sin embargo, tiene un auge enorme.
La idea […] que subyace bajo el concepto de Español Recurso Económico es la de buscar puntos de encuentro entre los diferentes sectores de ese conglomerado de actividades, ofrecerles servicios comunes, establecer planes conjuntos de promoción y comercialización, buscar estrategias unificadoras y, en definitiva, fomentar la madurez de esas empresas y la creación de un tejido empresarial sólido.
(Óscar Berdugo, «Anatomía de un nuevo sector», en Cuadernos Cervantes, n.º 30 / año VI / 2000 / p. 37).
Unido a este concepto está la idea de calidad del producto ofrecido, puesto que junto a la amplitud de ofertas no siempre es evidente esa calidad. En este sentido la Universidad de Alcalá ha sido pionera porque desde un principio estableció —a petición del sector privado— el CEELE (Certificado de Calidad de la Enseñanza del Español como Lengua Extranjera), que suponía una garantía en la calidad de la enseñanza, pero también porque durante dos años consecutivos fue la anfitriona de las I y II Jornadas de Lengua y Turismo, organizadas por la Dirección General de Cooperación y Comunicación Cultural —siendo director D. Rafael Rodríguez Ponga—, donde por primera vez en España se reunía el sector privado y el sector público dedicado a la enseñanza del español a los extranjeros. Las conclusiones a las que se llegó en ambas ocasiones han dado origen a un documento de trabajo con el que se pretende desarrollar un turismo cultural para nuestro país.
Bajo el concepto de «Español como Recurso Económico» se encuentran diversas actividades económicas que tienen en común el uso de la lengua. Según Óscar Berdugo, éstas pueden sintetizarse de la siguiente forma:
Pero para nosotros, profesores de español, inmersos en la lucha diaria con nuestros alumnos, en la creación de actividades que resulten amenas y didácticas para enseñar tal o cual punto complejo de gramática, o dedicados a inventar ejercicios con los que nuestros alumnos aprendan léxico casi sin darse cuenta, todo esto nos resulta sorprendente, y hasta casi espectacular. Nosotros, que nos hemos movido siempre por razones pedagógicas o educativas, nos encontramos ante cuestiones que casi parecen de ciencia-ficción. Y sin embargo, ahí está el futuro del español y de la cultura española, y está en nuestras manos. Y ahí está también el futuro de nuestros recién licenciados en filología, ya que la demanda de profesores de español tanto en nuestro país como en el extranjero es grande.
En el año 1995, según cifras de Óscar Berdugo, la facturación total del sector fue de 24 658 millones de pesetas. Después sólo se han dado cifras parciales que permiten establecer la hipótesis de que el sector se ha ido ampliando en un 15 % cada año aproximadamente. Esto implicaría, pues, que el pasado año 2000 habría habido una facturación de unos 50 000 millones de pesetas (unos 190 millones de euros). Sin embargo, en los medios de comunicación de este mismo verano se ha facilitado la cifra de 42 000 millones de pesetas de facturación para el año 2000.
Todo ello supone, no obstante, un aumento considerable. No es de extrañar entonces que desde el Gobierno se pretenda fomentar aún más el desarrollo de nuestra lengua y de nuestra cultura, para alcanzar la meta de que la enseñanza del español pueda resultar una de las primeras fuentes de ingresos del país, como sucede en el Reino Unido con la enseñanza del inglés.
Según cifras barajadas en televisión en este mes de agosto hay unos 150 000 estudiantes en España cada año, que suelen gastar unas 320 000 pesetas por persona y mes. Las edades comprendidas son de 22 a 35 años. Y todo ello ha supuesto, como ya he dicho, 42 000 millones de pesetas al año.
Pero veamos de qué forma se desarrolla todo esto. Las personas que deciden venir a España a estudiar español son, principalmente, de dos tipos: estudiantes que vienen para realizar un curso intensivo más o menos corto (de 1 a 4 meses), y los alumnos que pasan todo un curso académico aquí (bien desde septiembre hasta junio, o bien desde abril a diciembre). No podemos olvidar, por supuesto, a un tercer grupo que no encaja plenamente en la descripción que se está realizando y que está compuesto por los extranjeros que ya viven en España y que, por razones de trabajo o de cualquier otro tipo, han de aprender —o perfeccionar— con bastante urgencia el español. Por un lado están los emigrantes que se integran en la enseñanza pública (si tienen la edad para ello), y por otro lado los que reciben la enseñanza del español desde organizaciones no gubernamentales o desde la iglesia, con el fin de que puedan incorporarse a la sociedad.
Los estudiantes que vienen a España suelen recurrir a las universidades, cada vez más versátiles en sus ofertas de cursos, o a escuelas privadas, que mediante cursos intensivos les ofrecen los rudimentos para una comunicación fluida y básica en su entorno. Luego, el proceso de inmersión en el que se encuentran favorece el aprendizaje.
El perfil de los estudiantes que llegan a nuestro país para estudiar español en las universidades es el siguiente:
Los cursos que se imparten a estos alumnos responden a las necesidades que tienen. En principio, la mayor parte de las universidades ofrece cursos amplios, que permitan un conocimiento general de la lengua, pero poco a poco y ante la demanda existente, se han ido concretando cursos más específicos de tiempo y de contenidos. Los cursos varían desde el mes de duración hasta el curso académico. Esto quiere decir que hay cursos de 4 semanas (100 horas), cursos de 10 semanas (200 horas) o cursos de 30 semanas (600 horas). Los primeros son intensivos, los segundos trimestrales y los últimos anuales.
Ahora bien, el estudiante puede hacer una petición concreta y para ello solicita un curso de 5 horas, 20 horas o 40 horas. En cualquier caso, el centro le ofrece la posibilidad de adaptarse a sus necesidades. Ese estudiante será, entonces, contabilizado de la misma forma que uno que ha pasado varios meses en el centro. Esta versatilidad hace que no siempre sea posible contabilizar exactamente cuántos alumnos han asistido a un centro, o mejor dicho, qué definimos como alumno en el mundo del español como lengua extranjera. Me explico. El alumno puede ser esa persona física que está en nuestras aulas durante 3 o 4 meses, pero también el alumno suele contabilizarse como persona que ha pagado 1, 2 o 3 matrículas. En ese caso se inscribe en las estadísticas como 3 alumnos. Ahora bien, ¿y si nuestros cursos figuran como de 40 horas y los alumnos van superando pruebas y obteniendo certificados de diversos niveles? En un curso de 200 horas habremos tenido 5 alumnos. Aunque físicamente sólo haya sido uno.
Esta situación dificulta mucho poder establecer cuántos estudiantes hay realmente en España. Podemos pensar que la mayor parte ha venido a nuestro país desde el extranjero, por lo cual sólo tenemos que contabilizar el número de visados que se expiden bajo esta característica. Pero de nuevo los datos vuelven a no ser fiables, pues a veces bajo la figura de estudiante de español se encubren fraudes o engaños en los visados para venir a España.
La edad de los estudiantes está comprendida entre los 16 años y los 70 (aunque ha habido algún caso esporádico de alumnos que superan los setenta, y casos específicos de grupos de alumnos inferiores a los 16 años). Podemos afirmar que en los cursos más amplios (anuales o semestrales) la media en las edades está entre los 20 y los 24 años. Esta media varía en los meses de verano. Para los intensivos de julio y agosto la media está entre los 24 y 30 años.
También se reciben alumnos menores de 16 años, pero estos grupos tienen ya unas características muy cerradas. Se trata de grupos organizados, que vienen acompañados de sus profesores por un tiempo reducido (generalmente 20-25 o 40-50 horas).
La siguiente cuestión que debe plantearse es la de qué servicios usan estos alumnos. Podemos reducirlos a tres grandes bloques, que son el curso, el transporte y la comunicación, y el ocio.
El curso qué implica
Según las universidades, unas veces se paga una cantidad general por el curso y en ella se engloban todos los gastos, y en otros casos son opcionales las diferentes partidas. Para un mayor detalle a continuación se desglosan. La media de la matrícula por semana es de unas 19 000; de los materiales didácticos es de 800; de los derechos de examen es 250; del seguro médico es de 1125; del alojamiento en familias 17 000 (habitación doble con comida incluida) o 19 600 (habitación individual con comida incluida); del alojamiento en residencia universitaria es de 20 500 (habitación doble con comida incluida) o 22 500 (habitación individual con comida).
El transporte y la comunicación dependen de la ciudad en la que se encuentren y del país del que se proceda.
Resulta muy difícil establecer la media en estos valores porque son múltiples los factores que intervienen, pero puede afirmarse que la media en el gasto de transporte es de unas 1120 pesetas a la semana; del uso de correo y del teléfono no hay constancia en nuestros centros. Además, varía según el lugar de procedencia. Los europeos llaman con bastante asiduidad desde sus teléfonos móviles, pero también los demás alumnos se mantienen en contacto frecuente con sus familias. Por lo que respecta a Internet, hay que señalar que en muchas universidades el uso de los ordenadores es gratuito. La matrícula en nuestros centros les da derecho al uso de las distintas salas de informática que tienen las facultades. Para las universidades ese gasto por alumno puede suponer unas 3000 pesetas.
Finalmente, en el último apartado que corresponde al ocio, hay que distinguir entre las actividades que organiza la universidad para sus estudiantes y la propia iniciativa de éstos para asistir a eventos culturales o deportivos (que ya no constan en nuestros archivos):
En cuanto al primer apartado, la media de gastos es de unas 1000 pesetas con la comida incluida (suelen realizarse 2 excursiones al mes); de las visitas turísticas es de unas 300 pesetas (suele realizarse una al mes); de las visitas a los museos es de 100 pesetas; de los teatros y cines es unas 400 pesetas; de las fiestas la media es de unas 1000 pesetas; y por último con respecto a los deportes hay que indicar que, por lo general, hacen uso de los servicios deportivos de la universidad, que son gratuitos.
Existen otros gastos que no constan en nuestras secretarías, como son la ropa y el calzado que un alumno anual puede adquirir, el uso de la peluquería o de los cosméticos, la adquisición de libros, discos, objetos de decoración o regalo, los gastos bancarios de una cuenta anual, los gastos de agencias de viajes o agencias intermediarias, que los han traído a nuestro país.
En cualquier caso, todos nuestros alumnos vienen a España para realizar el curso en el que están matriculados. Son pocos los que después (o antes) del curso hacen un recorrido por nuestro país. En ese sentido, los alumnos orientales aprovechan para darse un paseo por las principales capitales europeas. Generalmente, los alumnos que están en España durante un curso académico emplean los puentes o la semana entre trimestre y trimestre para viajar a otras zonas de España. Suelen hacer 2 o 3 viajes en el curso, lo que supone una media de 18 000 a 20 000 pesetas con todo incluido (2 o 3 días).