Tres son los factores que más influyen actualmente en la evolución de la edición en lengua española:
El primero es el desarrollo del idioma español como lengua internacional, algo que no creo necesario exponer ante este auditorio. Este fenómeno nos obliga a ser conscientes de que cada vez editamos para más gente y alcanzamos más países. Es un hecho indiscutible la expansión de nuestra lengua por todo el mundo y se calcula que hoy en día la hablan del orden de 355 millones de personas.
Al mismo tiempo, hemos de tener presente también que nuestro idioma ha sufrido un problema de regionalización. Los medios de difusión masivos —especialmente la televisión— han usado y abusado del modismo y del lenguaje coloquial para acercarse más al público. Ello llevó a un idioma que había mantenido un alto grado de unidad a iniciar una tendencia clara hacia la regionalización. Debemos considerar, pues, muy positivo el esfuerzo de coordinación que han realizado las academias de la lengua de nuestros países en los últimos años.
El segundo factor es el desarrollo de las nuevas tecnologías y soportes para la edición. Ahora bien, en el mundo de la publicación este hecho se ha producido de manera diferente y actúa distintamente según el tipo de libro del que hablemos.
En un extremo estaría la edición literaria, para la que el libro electrónico, por ejemplo, no ha aparecido más que de manera simbólica, y en el otro la edición profesional, donde ya hay sectores especializados —compilaciones legales y jurisprudencia, por citar algunos— que han superado el soporte en papel. Entre ambos extremos quedan las grandes obras de referencia, las enciclopedias, que, aunque mantienen invariable el soporte en papel, necesitan con más frecuencia de elementos complementarios; estos elementos pueden ser de carácter audiovisual (vídeos), electrónico (CD-ROM o DVD) e incluso on-line (actualizaciones por Internet).
Cuál será la evolución real de los nuevos soportes electrónicos, es algo que todavía está por ver, pero es evidente que más pronto o más tarde —otro de los interrogantes es el momento en que ello suceda— será significativa en mayor o menor grado.
El tercero de los factores es el de la famosa globalización, que en nuestro caso no consiste sólo en la internacionalización de los mercados —pues hoy en día todos los grandes grupos internacionales tienen ambiciosos proyectos en lengua española—, sino también en la globalización del mundo de los contenidos.
Hasta ahora los subsectores del mundo de los contenidos eran mundos estancos y cada uno de ellos —editores, productores musicales y audiovisuales, operadores de televisión, creadores de software, etc.— competía dentro de su propio subsector. Hoy en día existen creadores de software que hacen lo mismo que los editores; por ejemplo, Microsoft con su enciclopedia Encarta. Crean obras en CD-ROM para las que necesitan, además de los materiales editoriales de base propios de toda enciclopedia, elementos audiovisuales que pueden ser la base de programas o canales temáticos de televisión; elementos de audio, como fondos musicales y reproducción de voces; imagen fija, como las fotografías; imagen real, de reportajes o de ficción, como puede ser el cine; e, incluso, dibujos animados.
Como se comprenderá, cada uno de estos tres nuevos factores que están influyendo en el mundo de la edición nos lleva a buscar objetivos diferenciados por caminos propios. Sin embargo, los tres producen un efecto común, pues el enorme incremento de la competencia que han provocado obliga a la creación de empresas con entidad suficiente como para competir o especializarse de manera clara.
Es evidente que, al ampliarse el mercado en lengua española, deberemos dar cumplida respuesta a sus necesidades, y para ello necesitaremos tener catálogos más amplios (por el incremento de la diversidad de clientes en muchos más países), con mayor número de ediciones locales, a fin de hacer frente a la regionalización de la lengua. Necesitaremos producir series más grandes para conseguir economías de escala y, sobre todo, será necesario establecer redes comerciales potentes en todos y cada uno de los países donde queramos introducir nuestras obras.
También parece claro que si las obras de referencia y profesionales, que son una parte importante de la edición en lengua española, precisan progresivamente de más elementos audiovisuales complementarios, las inversiones irán aumentando a su vez.
Creo que para todos es manifiesto que el costo de textos y fotografías —únicos elementos que componían hasta ahora este tipo de obras— no bajará en absoluto y, además, se verá incrementado notablemente por los elementos audiovisuales que se agregarán (rodajes en imagen real, dibujos animados, música, voz en audio, etc.).
Ni que decir tiene que la consolidación de la competencia de los grandes grupos editoriales internacionales, unida a la que proviene de otros subsectores del mundo de los contenidos, obligará a las empresas a potenciar su actividad si pretenden hacer frente a dicha competencia.
Vaya por delante, para que nadie se alarme, que no creo que las mal llamadas editoriales independientes vayan a desaparecer, y digo mal llamadas porque a fin de cuentas todas, o casi todas, lo son. Creo que son independientes Anagrama o Tusquets, pero también Santillana o Planeta, aunque editen bajo muy diversas marcas. Por ejemplo, yo puedo garantizar, por experiencia propia, la independencia de Seix Barral o de Destino, pues al frente de ellas siempre ha habido directores generales y editores con total libertad en su trabajo. Sin embargo, no pienso crear una polémica con esto, ya que al final todo se reduce a una discusión nominalista.
Resumiendo, en mi opinión la diferencia que importa es la que hay entre editoriales generales y editoriales especializadas. Las generales son aquellas que tienen como objetivo la edición de todo tipo de libros (literatura, ensayo, referencia, grandes publicaciones, profesional, etc.), y su comercialización a través de todo tipo de canales (librerías, marketing directo, vendedores, kioscos, fascículos, on-line, etc.). Estas editoriales, por la propia mecánica de mercado, han creado marcas editoriales y empresas de comercialización hasta convertirse en verdaderos grupos de empresas.
La variedad de sus productos no les ha permitido desarrollarse en un mismo centro de edición, ya que muchas veces no es aconsejable la utilización de la misma marca, y dado que los equipos profesionales de edición poseen especializaciones totalmente diferentes.
Las grandes diferencias entre los sistemas de comercialización de las distintas obras tampoco les han permitido trabajar con una única red comercial, por lo que han seguido evolucionando hacia lo que se conoce como grandes grupos editoriales. Éstos, junto a la empresa matriz, están constituidos por gran cantidad de empresas filiales o sellos editoriales que, en base a equipos profesionales especializados, producen libros de muy distinto tipo. Además, en estos grupos se integran empresas comerciales tan distintas como distribuidoras al retail, o de venta directa, clubes del libro, marketing directo…
Dentro de estos grupos hay una serie de actividades editoriales, tales como la edición de grandes enciclopedias, o comerciales, como la venta a crédito o clubes del libro, que requieren una fuerte inversión. Esta inversión es imposible para las editoriales especializadas (las que otros llaman independientes), que, lógicamente, cuentan con menos medios, al menos a corto plazo. Estas actividades, por lo tanto, han quedado como actividades exclusivas para las grandes. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que, en el seno de estos grandes grupos, existen también editoriales especializadas que compiten directamente con las llamadas independientes.
En el caso de los grandes grupos los tres factores expuestos al principio obligan —y lo harán más en el futuro— a realizar grandes inversiones en contenidos multimedia, sistemas informáticos para acceso y atención al cliente, redes comerciales, etc., que, inevitablemente, conducen a un proceso de concentración, no sólo en los campos de los mercados nacionales y las áreas idiomáticas, sino también a escala internacional. Este proceso, sin embargo, no se ha acabado, sino que no ha hecho más que iniciarse, y en el futuro será cada vez más acelerado.
Nuestras grandes empresas editoriales o grandes grupos, como se les quiera llamar, deberán crecer para poder hacer frente a las inversiones necesarias, pero hemos de tener en cuenta que en cada mercado, en nuestro caso área idiomática, sólo podrán subsistir como máximo, siendo optimistas, cuatro o cinco actores. Si contamos los dos o tres grandes grupos españoles, los grupos internacionales que están operando a través de empresas de origen español, más otros grandes grupos internacionales que ya están aquí, aunque en menor medida y lo que quede por venir, parece obvio que hay más candidatos que plazas, por lo que la competencia será dura; la lucha será feroz para ocupar esos escasos espacios.
Para vencer en esa competencia será necesario desarrollar grupos con más recursos económicos, lo cual se conseguirá mediante reinversiones, ampliaciones de capital, fusiones, etc.; resumiendo, habrá de recurrirse al mercado de capitales para adquirir los recursos necesarios, aún a costa de perder, en muchos casos, el carácter de empresa familiar que las haya caracterizado anteriormente, como ya ha sucedido en los últimos años. Tales grupos deberán contar con apoyos en medios de comunicación que aseguren su respaldo mediático; tener capacidad de innovación y desarrollo, fundamental en el futuro del mundo de los contenidos; y ser mucho más internacionales, a fin de amortizar sus productos en más mercados.
Decía que, en mi opinión, el proceso de concentración y desarrollo de los grandes grupos editoriales no ha hecho más que empezar e irá en aumento en el futuro. Para llevar a cabo este desarrollo se necesitará potenciar en grado sumo los equipos humanos; se precisarán más gestores de nivel elevado, equipos de I+D muy poderosos y un número mucho mayor de intelectuales especializados en la edición. Por todo ello, un reto que tenemos pendiente es la formación de todos estos profesionales, que serán la clave del futuro.
Teniendo en cuenta lo anterior, ¿por qué he dicho antes que nadie se alarme, que las llamadas editoriales independientes no van a desaparecer? Pues lo he dicho porque lo creo firmemente. El propio Ministerio de Cultura lo ha confirmado, pues recientemente, según sus datos, el pasado año el número de pequeñas editoriales aumentó un 8,7 %, y su producción lo hizo en un 12 %, lo que no hace más que reafirmarme en mi opinión.
Lo que no podrá subsistir es una editorial generalista que aborde varios tipos de edición y varios canales sin una dimensión mínima. Por el contrario, tendrán futuro aquellas editoriales que, con unos objetivos claros, se centren únicamente en un área idiomática y, a veces, incluso, en un solo país; pero sobre todo han de elegir un tipo de producto y de comercialización, y centrarse en él.
Podría poner muchos ejemplos, tanto de tipo de libros como de comercialización, que han hecho que una editorial especializada tenga un futuro brillante. Podría hablar, por ejemplo, de una editorial dedicada a libros de ajedrez que vende sus productos por un canal de venta directa con una base de datos especializada. Sin embargo, voy a hablarles del ejemplo más evidente de lo que se ha dado en llamar editoriales independientes: las editoriales literarias.
En nuestro país tenemos casos de editoriales literarias con una dilatada y brillante historia. Emprendieron un camino serio y profesional que, de seguir así, les permitirá tener un claro futuro. Prestigiando una marca se han especializado en una línea editorial basada en un tipo de literatura muy claramente definida. Son muy exigentes en su cumplimiento y la han comercializado en los puntos de venta y a través de los sistemas adecuados con una política editorial y comercial consecuente. Esto tiene futuro.
Editoriales literarias de vanguardia y exigentes existirán siempre, aunque sean independientes. Es evidente que están en desventaja para competir con otras similares enclavadas en grandes grupos, pues estas últimas gozan de mayores redes de comercialización, mayor presión en el punto de venta, mayores estructuras de servicios, más recursos económicos; pero también las pequeñas editoriales literarias gozarán de claras ventajas: mayor coherencia editorial al estar más personalizadas las decisiones, menores gastos de superestructura, una mejor imagen ante sus clientes, etc.
La relación personal autor-editor en la edición literaria ha sido y será siempre un elemento sustancial de la misma; por lo tanto, la existencia de la figura editor-propietario en la editorial literaria será siempre una ventaja frente a las filiales de los grandes grupos, que por razones obvias carecen de esa figura.
Habitualmente, los grandes grupos ponen al frente de sus editoriales a profesionales de primer nivel que poseen atribuciones suficientes como para poder representar la figura de editor-propietario. Pero, lógicamente, el autor cree que no es así y no tiene seguridad en la permanencia de aquel profesional al frente de la empresa. Le preocupa especialmente que no tenga poder suficiente para tomar la última decisión y, sobre todo, que debido a directrices del grupo en que está integrada la empresa puedan cambiarle el interlocutor en cualquier momento.
Hemos oído hablar muchas veces de las dificultades que tienen estas empresas ante el tiburoneo de los competidores pertenecientes a grandes grupos. Creo que esta acusación es injusta, aunque no voy a negar que en ocasiones han perdido autores al no poder hacer frente a las ofertas económicas de los grandes. Esto es así, pero es la inevitable competencia que funciona en ambos sentidos. También ha habido grandes grupos que han perdido autores significativos al no poder darles lo que les ofrecían los independientes; por ejemplo, una atención personalizada por parte del editor, entendido como la cúpula de la empresa y no como un profesional integrado en una macro-organización.
No nos equivoquemos. No recuerdo ningún gran grupo que haya llevado a cabo una política de agresión contra una editorial independiente en países de lengua española, aunque sí ha sucedido en otros ámbitos. En 30 años de actividad en este negocio he podido presenciar en otros países, en otras zonas lingüísticas, grupos editoriales, líderes en su mercado, que han desarrollado una política de enfrentamiento permanente con los pequeños editores literarios independientes que existieran anteriormente o que pudieran surgir, hasta hacerlos desaparecer o bien integrarlos en su organización.
En otros mercados, la política ha sido la de consentir la existencia de los editores literarios siempre que se mantengan dentro de unas reglas de juego muy estrictas que les permiten editar nuevos autores únicamente en ediciones de tapa dura y con tirajes limitados, para ceder luego los derechos de las ediciones populares a los grandes grupos.
Por el contrario, en nuestro país nunca he visto a ninguno de los líderes sucesivos de nuestro sector dedicado a la persecución sistemática de los editores literarios. Nunca he visto a ninguno que haya destinado una partida importante de su presupuesto anual a perseguir a los autores de los editores independientes para evitar su consolidación. Tampoco nadie ha pretendido nunca fijar unas reglas de juego que les impidan llegar al mercado masivo a través de las ediciones populares.
Si un gran grupo persiguiera como objetivo la desaparición de los independientes, destinaría cantidades significativas a hacer ofertas irresistibles a todos sus autores hasta hacer desaparecer a la pequeña editorial literaria. Los grandes grupos pueden permitirse el lujo de perder ese dinero durante dos o tres años, ya que pueden compensarlo con beneficios obtenidos en otras áreas. Pueden haberse hecho ofertas por algún libro o autor, en algunos casos desmesuradas, por un error de quien las ha hecho o quizás de quien ha sido el perjudicado —de todo habrá—, pero nunca un ataque sistemático.
Esto es cierto, y todos conocemos casos de editores que han realizado ofertas que aparentemente no tenían sentido por la nueva obra de algún autor. Pero también es cierto que la mayoría de estos autores publicaban anteriormente en editoriales de los grandes grupos, lo que demuestra la existencia de un probable error de valoración de un original —del que nadie estamos exentos— dentro de las leyes de la libre competencia, y no de la voluntad de perjudicar a los editores independientes.
Sin embargo, también puedo asegurar que ha habido muchos casos en los que los grandes grupos no han presentado ofertas por un libro a fin de no perjudicar en exceso a una editorial en situación complicada, y sobre todo para evitar inflacionar inútilmente el valor de una obra, cuando se tenía la convicción de que presentar la oferta sólo llevaría al editor anterior a elevar la suya, aproximándola, pero manteniendo al autor en su sello.
Los grandes grupos no han hecho eso porque sean chicos buenos, sino porque no era bueno para nadie. A ellos les conviene la existencia de editores independientes sólidos porque crean mercados de nuevos lectores, descubren nuevos valores literarios, crean nuevas tendencias; en fin, ensanchan, y mucho, el mercado.
El equilibrio medioambiental del mundo de la edición requiere —necesita— que el autor tenga una amplia gama de editores a quien ofrecer su obra; que pueda elegir entre las poderosas máquinas —criticadas por despersonalizadas— de los grandes grupos y la atención personalizada —criticada por falta de medios de promoción y distribución— de los editores independientes. La existencia de estos últimos es imprescindible para que haya los suficientes autores en el mundo de la edición, para que todos los jóvenes valores tengan un cauce para darse a conocer.
Mientras los grandes grupos sólo sigan haciendo ofertas a autores de editores independientes por interés propio y nunca por perjudicar a otro; mientras sigan defendiendo políticas colectivas —por ejemplo, la del precio fijo—, que a lo mejor no son las más convenientes para ellos, pero sí para el conjunto del sector y de la cultura; y si los editores independientes no exageran sus críticas a la existencia y actuación de los grandes más allá de lo lógico, como hasta ahora, existe espacio para todos.
En el futuro necesitamos pocos pero grandes grupos editoriales con gran capacidad de inversión, de I+D y de internacionalización, junto a editores especializados o independientes muy rigurosos con sus catálogos, más concentrados en sus sistemas de venta y más fuertes en lo que podríamos llamar, sin ningún tono despectivo, sus nichos.
Si todos hacemos bien nuestros deberes, los tendremos.