«Ese libro», o «este o aquel libro». De esta manera nos referimos al libro como vehículo, o como «continente» (‘el que contiene’) de una obra escrita, de una creación del hombre… Y cuando hablamos de «el libro», hablamos de una creación espiritual superior: La santa Biblia… El libro como «continente» es, esencialmente, artesanía… Pero puede llegar a ser arte…
El libro, como vehículo de una obra escrita, está terminado, finalizado, cerrado, cercado… Todo escrito de cierta extensión, presentado como libro, no está terminado, no ha finalizado… El buen libro, es decir, la obra escrita contenida en el libro (en el libro como continente), sobre todo si esa obra es creación excelente, está abierta a infinitas lecturas y relecturas, en el espacio y en el tiempo. Y será obra de sabiduría para los siglos y la vida, y las vidas…
Recordemos que antes de Gutenberg hubo libros… Sí, hubo libros, siglos y edades antes de la invención de la imprenta… Recordemos Los rollos del Mar Muerto, las Epístolas de San Pablo… Y por lo tanto, porque hubo libros, hubo lectura. Y primero hubo siglos y edades de cultura oral antes de que existiera una cultura del libro… Primero Jesús (y san Juan) desde el habla. Y luego san Pablo desde Epístolas… Y hubo tiempos de censura de libros y de lecturas… y quema de libros… Y otras hogueras. Y todo sigue, dura. Y siguen las culturas y las vidas… Y la vida sigue, sigue… Y todo es como un inmenso río de vidas… De lenguas y lecturas… La vida humana ha de estar llena (siempre) de cultura. Y la cultura ha de estar, siempre, llena de vida y de vidas… Creo posible pensar que somos niños como escribientes, y somos ancianos muy antiguos como hablantes.
Recordemos, hoy, la biblioteca de Montaigne. En su castillo, la torre-biblioteca de una alta, y muy honda lectura, reflexión y meditación. Allí los libros hablan en silencio, en el silencio. Igual en las bibliotecas de Montesquieu, y de Jefferson, bibliotecas que sirvieron para la búsqueda interminable de la verdad y la fe, en las verdades eternas del espíritu… En el libro, en la lectura, en la escritura, el lenguaje, el entendimiento y la educación.
Hoy llego a pensar que los templos del saber (kindergarten, escuelas y colegios) son libros escritos, o sin escribir (pero escritos en la mente, en el alma y el corazón), con ilustraciones o imágenes hondas, para la formación del ser integral del hombre. Y las universidades (universitas) siguen siendo templos del saber y son también el «Gran Libro». El Gran Libro para la vida superior del espíritu, en el espíritu; para la formación del hombre universal. Universalidad del ser, del ser hombre… Ser hombre integral e íntegro… alma, cuerpo, espíritu… Unidad y unicidad del ser-hombre.
La universidad debe ser luz en y del espíritu, para que el hombre encuentre la luz del alma del mundo y de él, y la de su propio mundo, ante sí mismo y entre y ante sus semejantes. Ante su prójimo, sea animado o inanimado… La naturaleza.
Las universidades tienen una herencia de siglos de sabiduría y de libro. Basta recordar la Academia de Sócrates y la Biblioteca de Alejandría.
«Y escucho con los ojos a los muertos», nos dijo Quevedo, eternamente. Y Plinio el joven dijo: «Hablo con los libros».
Lectura es escritura, es imagen y es lenguaje, pensamiento y entendimiento. Es inteligencia. Habla y lengua… Hombre y humanidad. Dominios del espíritu y del corazón. Las aguas del Siloé: frescor iluminante del alba y del alma, del corazón y del ser espiritual del hombre, y de la humanidad… La intuición, la intuición. El tiempo y la duración del tiempo… En la escritura… El recuerdo, la memoria. El hombre es el ser que memora y rememora. El «memorante». Recuerdo y olvido… «Sé lo que es recuerdo: Es un comienzo, y es volver a nacer donde hemos muerto» (de mi libro Ceremonial del recuerdo).
Y todo se vuelve un único y complejo fenómeno vital, extensa y profundamente humano… Porque hay lenguaje y vida… habla. Entendimiento.
Lo esencial, lo primordial de la educación durante los primeros cinco o seis años de la vida del hombre, debe ser el despertar de la personalidad del niño, en medio del amor, el bien y la libertad. Educación y autoeducación, hasta el fin… Y seguirá… Desde la autoeducación por la educación llena de sabiduría.
«Leer, escribir, contar» es hoy, originariamente, el fundamento de los contenidos de la educación primaria, desde el primer grado. Pero muchas veces, hoy, se lleva este postulado al parvulario, al kindergarten… Y este «Leer, escribir, contar», llevado a ese nivel, con olvido de la esencialidad de lo que debe ser la educación del niño durante los primeros cinco o seis años (en especial durante los primeros tres años) de la vida humana no es bueno… El hombre, se dice, es lo que fue durante los primeros cinco o seis años de su vida. Pero antes de los cuatro años de la vida del hombre, el libro no es lo esencial. Más que «enseñanza», ha de ser «aprendizaje», desde el propio niño… Búsqueda insaciable de más conocimiento para alcanzar más conocimiento… Más que instrucción, educación.
Alcanzar la capacidad de lectura y escritura en el preescolar no parece ser fundamental, ni primordial, ni esencial… Lo esencial es el despertar y el desarrollo de la personalidad del niño; el despertar del espíritu. Aprender (entre sus semejantes y con sus semejantes) a ver el mundo y a penetrar en su propio mundo y en el mundo, y a saber verlo bien y a saberlo bien, desde y con todos sus sentidos. Con los cinco sentidos, y con los otros sentidos. Y todo esto ha de realizarse (ha de tener lugar) en medio de la libertad, y desde el amor. Y muy cerca de la naturaleza…
Hay lectura porque hay escritura; y hay escritura porque hay lenguaje. Y hay percepción, pensamiento, imagen, entendimiento, idea, razonamiento. Y habrá (debe haber), entonces, educación, enseñanza y aprendizaje, para la libertad y la verdad, desde la libertad y la verdad, desde el bien y la justicia.
Y he aquí que, sin quererlo, sin desearlo a propósito, he hablado, a un tiempo, de lectura, escritura, lenguaje, educación. No he podido hablar, aquí, solo de lectura… Y así es. Todo es uno, todo es una sola cosa… Unidad del ser del hombre, del mundo. Cuerpo. Alma. Espíritu. Humano ser… Porque ahora no habrá mezcla. Y solo habrá solución, substancia pura (sin mezcla). Unidad en la diversidad. Inextricable unidad.
La educación (del latín ducere: ‘conducir, guiar’) tiene como significado actual ‘instruir’, ‘doctrinar’. Pero el significado original sigue siendo ‘extraer’ (educere, tal vez), y no es, esencialmente, ‘introducir’, es ‘sacar, extraer’.
En el niño (de uno a cuatro años de vida) lo esencial no es solo la educación, sino la autoeducación. Recordemos a Paulo Freire y su crítica a la educación bancaria: aprendizaje más que enseñanza… Recordemos a Cossío…
El gran educador Lombardo Radice nos dejó dicho lo siguiente: «El hombre es el ser que debe hacerse hombre. Y se hace hombre, esencialmente, educándose». Haciéndose… Y este «educándose» significa que se ha de cumplir tanto desde la «educación», como desde la «autoeducación»; desde la infancia hasta la edad adulta. Hasta el final… Tal vez por esta verdad inmensa el filósofo llamó al hombre el Homo viator; es decir, ‘el ser siempre en camino’… Ser hombre significa educarse. Y significa, por lo tanto, hacernos hombres fundamentalmente desde nosotros mismos, en el entorno maternal, familiar, escolar, colegial, universitario, social… Universal. Solo así se hará persona, desde y en medio, esencialmente, de la libertad, la verdad y el bien, para la verdad, la justicia, la libertad y el bien, la misericordia, la solidaridad… Y más…
El niño ha de hacerse humano socializándose con humanos amorosamente humanos, desde el seno familiar… Recordemos los niños-lobo de la India. Se socializaron con lobos.
Que Internet, la tecnología, la cibernética, las redes sociales, los teléfonos personales descontrolados (la mezcla) no interfiera con la evolución (natural) del hombre, de la humanidad. Que no deben desaparecer ni el libro ni las culturas del libro, de la buena escritura y de la buena lectura y de la lengua y el habla, de las soluciones y las substancias puras, sin mezcla… De la inmensidad de las esencias y grandeza de la existencia del ser humano, del hombre, del ser, del ser siempre en camino desde sí mismo… Hacia el entorno-mundo, hacia sus semejantes (sociedad) y hacia sí mismo. Enseñanzas del niño, del joven, del adulto y de la edad. El buen maestro ha de iluminar, colaborar, ayudar al ser a ser cada vez más ser, al ser espiritual. Y este buen maestro ha de ser y estar eternamente en la sociedad, en el mundo. Como ha dicho Gaston Bachelard: «La escuela no está hecha para la sociedad; es la sociedad la que está hecha para la escuela».
Reitero: es el deseo infinito (es la voluntad natural del hombre, lo reiteramos), de saber, de conocer cada vez más… más allá de toda opresión… o discriminación.
Y recordemos a doña María Montessori, la primera mujer graduada como médico en Italia, que fue una insuperable pedagoga en Italia (para el mundo). El valor esencial de la experiencia, vivida desde uno mismo… Y recordar para siempre (al gran discípulo del inmenso pedagogo don Giner de los Ríos), a don Manuel Cossío, iluminante educador español…
Educadores de siempre, para siempre. Sócrates, Platón, Aristóteles, Quintiliano, san Agustín, Rousseau, Pestalozzi y Froebel, Itard, Seguin, Decroly, Freinet, Dewey, y tantos, tantos inmensos educadores del niño, del hombre.
Y recordar siempre otra gran verdad, venida de las edades y los siglos: la voluntad infinita del hombre de saber, de conocer, de entender el mundo, la vida… Todo. De conocerse y entenderse desde su propia condición (dignidad humana).
Recordemos siempre lo que sabiamente nos dijo Dewey: «Decir que enseñó, cuando nadie aprendió, es igual que decir vendí, cuando nadie compró».
Bien se ha dicho que la misión (la superior tarea del maestro) es esencialmente espiritual: es el buen despertar del buen maestro que alienta en la interioridad del niño, y que lo ilumina y lo guiará hacia el despertar de la sabiduría, que es (puede y debe llegar a ser) TOTALIDAD.
La sola inteligencia alumbra, ilumina; pero no conduce, no guía. El maestro eterno que cada niño lleva dentro de sí (al ser despertado) —recordemos a San Agustín— ilumina, guía, dirige y conduce al niño (al hombre), y expande su conciencia, su sabiduría, la totalidad del ser… Razón. Intuición, y más… infinitamente… Todo. Uno. Y todo se hace historia. Historia del lenguaje, del hombre, de la humanidad.
Todo es lenguaje. El lenguaje es el hombre. El hombre es lenguaje.
El lenguaje, en el universo humano, es como la esfera de Pascal: «Tiene su centro en todas partes y la periferia en ninguna».