Supongamos que el libro —de lo que voy a hablar— es una mercancía. Por supuesto, los libros son mucho más que eso, y no voy a hacer retórica al respecto. Pero son, además de otras cosas, una mercancía y, como tales, sometidos a las mismas dinámicas que las demás mercancías: a las leyes de la oferta y la demanda. Pues bien, visto desde esta perspectiva, podemos visualizar el futuro del libro en español en la sociedad de la información como una simple ecuación, pues depende:
Esto nos dará la demanda agregada de libros, demanda que a su vez se desagrega en función de otras dos preferencias adicionales:
Si resolviéramos la ecuación obtendríamos la demanda total de libros en español en sus diversos tipos y soportes. Es decir, podríamos elaborar un cuadro de triple entrada en la que tendríamos la demanda total de lectura en español desagregada en función de: si leen libros o no, del tipo de libros que leen, y de sus soportes, analógico o digital. Y jugando con las variables a lo largo del tiempo, podríamos saber si la tendencia es positiva o negativa.
Pero todo ello nos da solo la demanda de lectura, que tiene que encontrar su oferta. Y la oferta, a su vez dependerá de al menos otras tres variables:
Intentemos avanzar en todas estas cuestiones.
Como sabemos, el mundo es hoy un inmenso mercado de lenguas, nada menos que unas 6900 según los expertos, en clara y dura competencia unas contra otras, lo que ha acelerado el ritmo de desaparición de la mayoría. ¿Cuáles desaparecen? ¿Cuáles las sustituyen? Depende en primer lugar de la demografía de los hablantes nativos, es decir, de aquellos que tienen el español como lengua materna y de la demanda que pueda haber del español como segunda o tercera lengua. Unos y otros definen el universo de lo que hemos llamado los «usuarios» de la lengua española, que es el universo de potenciales demandantes de libro en español. Por supuesto, algunos demandantes no son personas, sino instituciones, en particular las bibliotecas, pero estas solicitarán libros en español en función de la demanda de lectores de español, lo que nos conduce al mismo resultado.
Se trata de una cuestión que suele ser respondida de modo positivo: el presente de la lengua española es muy esperanzador. Y se suman los datos optimistas: segunda lengua como nativa más hablada tras el chino mandarín; segunda lengua internacional tras el inglés; potente presencia en Internet; fuerte demanda como segunda lengua en América y Asia y crecimiento en Europa. Al español, al parecer, le sienta bien la globalización y, a diferencia de otras lenguas (en concreto el francés), no parece necesitar de excepción cultural alguna.
Pero si el presente es esperanzador, ¿qué podemos decir del futuro? Probablemente que es más oscuro o al menos no tan esperanzador.
El futuro del español como lengua nativa dependerá de dos factores: en primer lugar del crecimiento demográfico del actual stock de hispanohablantes; y en segundo lugar de la capacidad del español de sustituir a otras lenguas. Pues bien, en ninguno de estos dos escenarios parece haber mucho desarrollo.
Para comenzar, porque allí donde el español es ya lengua oficial (América Latina y España), no es previsible ningún crecimiento demográfico importante en los próximos cincuenta años, de modo que el número absoluto de hablantes se mantendrá más o menos estable, aunque su porcentaje sobre el total se reducirá. Lo que, como veremos, no ocurre con otras lenguas competidoras del español (como el portugués o el francés).
En segundo lugar, podría darse el caso de que, allí donde es lengua oficial, coexistiera con otras lenguas minoritarias y/o no oficiales, de modo que estas acabarían despareciendo arrasadas por la mayor utilidad del español. Pero tampoco es el caso, pues donde es lengua oficial, es hablada ya por más del 90 % de la población, de modo que tiene también poco recorrido como sustituto de otras lenguas, lo que, de nuevo, no ocurre con otras lenguas competidoras del español como son el francés o el portugués.
El único lugar donde la demografía pura y dura puede ser positiva para el español es Estados Unidos, pues la demografía de los hispanos o latinos sí parece tener algún recorrido importante en las próximas décadas. Cierto, en EE. UU. podría crecer. Pero también podría derrumbarse, y conviene no ser demasiado optimista. ¿Por qué?
Los Estados Unidos han sido siempre un cementerio de lenguas donde oleada tras oleada de emigrantes se incorporaba con sus lenguas maternas, que iban despareciendo lentamente para no dejar rastro alguno en la tercera o, como mucho, cuarta generación de emigrantes. Es cierto que tal no ha sido el caso (hasta ahora) de la comunidad hispanohablante y, aunque el español no es oficial en EE. UU., sí tiene una fuerte penetración, no solo social sino institucional, hasta el punto de que podemos decir que es un país bilingüe de facto si no de jure.
Ello ha sido consecuencia de tres fenómenos relacionados, que han hecho crecer el stock, el volumen total de hispanohablantes. Por una parte, un flujo de entrada considerable en ese stock, consecuencia de una poderosa emigración latina hacia los Estados Unidos, sobre todo de mexicanos. Emigración que, al crear una voluminosa comunidad hispanohablante con numerosos enclaves urbanos donde son mayoría o casi, ha permitido a los hispanos de tercera o ulteriores generaciones el conservar su lengua de origen al tiempo que adquirían suficiencia en el inglés, de modo que el bilingüismo ha sido una adaptación frecuente entre los hispanos. Por supuesto no todos, y no menos de un 50 % de ellos acaban perdiendo el español. Pero el flujo de salida del stock de hispanohablantes ha sido siempre muy inferior al flujo de entrada debido a la emigración, de modo que el stock no ha dejado de crecer. Y esa extensa comunidad hispana ha generalizado el aprendizaje del español como principal segunda lengua entre los jóvenes norteamericanos angloparlantes, pues ello facilita encontrar trabajo en numerosas actividades (ya sea públicas o privadas) que tienen a los hispanos como clientes. Anglos que hablan en español, lo que a su vez facilita su conservación por los emigrantes. En resumen, un círculo retroalimentado positivo que le otorga al español un valor instrumental, un valor de uso importante y que depende, al menos inicialmente, del volumen del stock. Hoy el español se escucha en radios y televisiones, se lee en periódicos y revistas pero también en edificios oficiales y juzgados, y se escucha en todas partes, balbuceado por todos los políticos que cortejan a los hispanos, e incluso se ha podido escuchar de labios de un senador, que defendía en español la ley de emigración nada menos que en el Senado de los Estados Unidos. De modo que de nuevo podemos decir que el presente del español en EE. UU. es esplendoroso.
¿Lo será el futuro?
Pues bien, el problema es que el reciente crecimiento económico de América Latina ha cancelado prácticamente la emigración hacia los Estados Unidos, de modo que el flujo de entrada en el stock de hispanohablantes se ha cerrado. Las últimas estadísticas muestran más flujo de asiáticos que de latinos, e incluso la interrupción de este último. Pero no el flujo de salida, no al menos de momento, y las terceras y cuartas generaciones de hispanos siguen perdiendo la lengua nativa. Y si este doble proceso continuara, aunque fuera lentamente, el futuro del español en los Estados Unidos estaría escrito, y una vez más ese país sería un cementerio de lenguas.
Cierto que, a estas alturas, la comunidad hispanohablante tiene una posición ya consolidada en la sociedad americana, tanto en términos económicos como políticos. Pero una cosa son los hispanos y otra cosa es el español, y el futuro de los primeros no tiene por qué ir vinculado estrechamente al del segundo.
Por lo demás, este futuro no está escrito y dependerá de lo que los hispanohablantes podamos hacer (o no) para promover el uso y el aprecio del español en los Estados Unidos, a través de los Institutos Cervantes o similares.
La segunda variable que puede afectar al futuro de la lengua española es la competencia de otras lenguas habladas en países donde, bien son lenguas oficiales, pero minoritarias, bien son lingua franca, y cuyo crecimiento puede asentarse, no en la demografía (o no solo en ella) sino también a costa de otras lenguas nativas. Y hablo específicamente de África.
En los próximos decenios la humanidad crecerá en unos 2000 millones de personas más hasta alcanzar los 9000 millones, de las que la mayoría corresponden a África y Asia, y en muy escasa medida a Europa y las dos Américas. Pues bien, en bastantes países africanos conviven frecuentemente multitud de lenguas nativas con la lengua del colonizador que, sea o no oficial, actúa como lingua franca. Poco a poco, y a medida que esos países se articulan y consolidan socialmente, estas lenguas occidentales (el francés, el portugués y el inglés, sobre todo), se imponen como segunda lengua primero y, finalmente como lengua materna, sustituyendo a las lenguas nativas.
Pondré algún ejemplo. En Mozambique el 50 % de la población habla portugués pero es lengua materna para solo el 13 %; el resto habla más de una docena de lenguas que podrían desaparecer, siendo sustituidas por el portugués. Algo similar ocurre en Angola, donde la lengua oficial es el portugués pero se reconocen otras seis habladas por varios millones de personas. Situación que se complica en Uganda, donde se hablan más de 40 lenguas, el inglés era oficial hasta hace poco, pero el swahili es muy usado y es oficial también. ¿Cuál triunfará? ¿Cuál triunfará en el puzle cultural de la India, con cientos de lenguas pero un inglés ya casi mayoritario?
En todo caso, en la medida en que lenguas competitivas como el portugués (con presencia importante en América y alguna en Asia) o el francés (con presencia importante en el África norte y subsahariana) adquieren hablantes nativos, la relevancia comparada del español se deteriora y con ello su interés, su valor de uso y su preferencia como segunda lengua. Puede darse el caso paradójico de que el futuro del español se juegue en África, no en América o en Europa.
En todo caso nuestro punto fuerte es y seguirá siendo el bloque americano, compacto, de más de veinte países.
Pero al hablar del español como segunda lengua sí podemos ser optimistas, pues la demanda del español sí parece ser relevante. Sin duda, en América del Norte, donde se ha consolidado como primera segunda lengua. En Europa, donde se está consolidando como segunda lengua tras el inglés, desbancando al francés y al alemán (que regresa, sin embargo). Y también en Asia, en Japón o China, por el peso de América Latina.
Pero, sobre todo en Asia, y crecientemente en todas partes, vamos a competir con el chino mandarín, cuya demanda como segunda lengua crece espectacularmente.
Y es importante destacar la presencia potente del español en Internet: tercera lengua; en Twitter: segunda lengua, lo que potencia su atractivo.
Por el contrario, en el deber del español como segunda lengua está su escaso prestigio científico e incluso intelectual. Es una lengua útil que se estudia por su valor de uso para comunicar y hacer negocios, pero no por su peso científico o intelectual. Es más, en este terreno (no nos engañemos), el español está por detrás, no ya del inglés o del francés, sino detrás del alemán e incluso del italiano (al menos en la percepción de muchos países).
Y no debemos olvidar que a medida que los hispanohablantes adquieran ellos también segundas lenguas pueden desarrollar preferencias por leer en esas lenguas, como ocurre actualmente con los hispanos en EE. UU. que estudian y leen frecuentemente en inglés, a pesar de conservar el español como lengua doméstica y familiar.
Por resumir, creo que hay una ventana de oportunidad para la lengua española en estos momentos que debemos aprovechar los hispanohablantes para multiplicar los centros de enseñanza del español en todo el mundo. Cuanto más avancemos ahora que las condiciones nos son positivas, mejor podremos resistir los embates del futuro próximo. Debemos, pues, potenciar la labor del Instituto Cervantes así como las alianzas con otros países hispanohablantes, singularmente el mayor de todos ello (y el único que conserva una demografía potencial), México.
Los trabajos del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC) al respecto muestran una gran diversidad del hábito de lectura en la región: desde México (un 73 % no lee libros) a Chile (solo un 20 %) o Argentina (un 30 %), aproximadamente la mitad de la población iberoamericana es «no lectora». El número de libros leídos sigue siendo relativamente bajo y parece existir una evidente correlación entre el nivel educativo y el nivel de ingresos, y la lectura de libros.
Los jóvenes leen más que los mayores, están más educados y más próximos al libro y la lectura. En este sentido el desarrollo de los sistemas educativos en América Latina, sobre todo, y la ampliación de las tasas de escolarización a todos los niveles, potenciará la demanda de lectura. Además, las políticas de fomento de la lectura en Iberoamérica han sido muy importantes para garantizar tanto el desarrollo económico del sector editorial como los beneficios socioculturales del hábito de la lectura.
Por lo que respecta a España, el hábito de la lectura parece extenderse. El 90 % de los españoles mayores de catorce años lee en su tiempo libre con una frecuencia trimestral y el 88 % con una frecuencia semanal según datos del 2012.
La lectura aumenta con la educación y, por lo tanto, desciende con la edad. Así, el 84 % de los niños entre diez y trece años lee libros en su tiempo libre y de ellos el 77 % lo hace diaria o semanalmente.
El perfil del lector en España sigue siendo el de una mujer con estudios universitarios, joven y urbana, que prefiere la novela, lee en castellano y lo hace por entretenimiento.
Pero el 47 % de los lectores leen en dos o más lenguas. Se incrementa el número de lectores que leen en las lenguas autonómicas en sus respectivas regiones. Y un 24 % de los españoles lee en inglés.
En todo caso el mercado del libro español sigue siendo un mercado pequeño comparativamente. Según los datos de NielsenBookscan para 2012, entre los 100 libros más vendidos del pasado año no hay ninguno que no esté escrito en inglés. De hecho, los datos de UNComtrade muestran que los dos mayores exportadores mundiales de libros son el Reino Unido (16 % del total) y Estados Unidos (15 %), con casi el doble de facturación que Alemania o China (cuyo crecimiento es llamativo en los últimos cinco años).
En ese sentido, Iberoamérica resulta ser un mercado bibliográfico que produce y consume casi todo su contenido: solo el 20 % de los libros producidos en Iberoamérica es exportado a terceros países (13 % a Estados Unidos, 7 % al resto). La mitad de las exportaciones del libro iberoamericano salen de España (54 %).
Respecto a sus preferencias, los jóvenes leen más que los mayores de media pero menos que los mayores lectores y no son lectores de libros, aunque sí, inevitablemente cabría decir, consumidores de libros de texto.
Cuando leen, leen grandes best sellers. La saga Millenium de S. Larson, aparece encabezando el ranking de libros más leídos, mientras que la saga Cincuenta Sombras, de E. L. James lo hace en la lista de más compradas. En literatura infantil y juvenil, la saga Crespúsculo, de Stephenie Meyer, aparece entre los más leídos. Gerónimo Stilton y Harry Potter, los libros más leídos entre los niños de diez y trece años.
A escala mundial, se ha consolidado el fenómeno de la literatura comercial (trade) de alcance global gracias a la presencia de editoriales con sede en los principales países y la potencia de sus herramientas de marketing. En la última década, ha ocurrido así con la trilogía erótica Shades of Grey (con nada menos que 12,5 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo en 2012); la literatura fantástica de George R. R. Martin en Song of Ice and Fire, los Hunger Games de Suzanne Collins, la saga Twilight de Stephanie Meyer o la prolífica J. K. Rowling y Harry Potter; la explosión de la novela negra escandinava con la serie Millenium de Stieg Larsson o las novelas de intriga con trasfondo religioso de Dan Brown, en particular el Da Vinci Code. En todos los casos se trata de ficción, comercializada de manera serial en varios volúmenes que no se suelen publicar simultáneamente, y su fugacidad en las listas de ventas es, con alguna excepción, muy llamativa.
El número de lectores de ebooks ya alcanza el 11 % de los españoles mayores de catorce años y el 13 % de los menores entre diez y trece años. Parece, pues, disminuir con la edad.
Pero la lectura digital se centra en periódicos y páginas web y desciende mucho en la lectura de revistas y, sobre todo, de libros. La lectura de textos largos es preferida siempre en papel, aunque el ebook o el soporte digital se prefiera como almacenaje y sin duda como sistema de distribución.
Hay pues un trade off, una tensión entre la comodidad del soporte digital (que facilita la distribución, el almacenaje y el transporte), frente al soporte papel, que se prefiere para la lectura misma.
Esto parece ofrecerle una oportunidad al libro clásico, pero solo lo parece pues el mix, la mezcla más potente y el uso más eficiente de ambos soportes es el del soporte digital para la distribución y el almacenaje, texto que se imprime posteriormente para proceder a la lectura. El papel aparece pues al final y no al comienzo del proceso, y ello solo si es necesario o conveniente.
Esto debería tener un potente impacto sobre la oferta y sobre el sistema actual de edición y distribución. Hay tres cuestiones a dilucidar:
1. Sobre la edición, pues esta pasará a ser electrónica y puede fácilmente derivar hacia la autoedición, algo muy sencillo en la era digital. Las editoriales deberán ofrecer un potente servicio adicional al clásico de seleccionar, imprimir, encuadernar y distribuir, pues todo eso lo puede hacer el propio autor, como el prestigio del sello, por supuesto, pero también el editing y la publicidad. De otro modo la autoedición compensa con creces el coste de la edición.
2. Por supuesto, la oferta se ajustará a los dos soportes existentes con flexibilidad y en función de las demandas.
La industria anglosajona asume en sus informes (por ejemplo, el famoso BookStats que publican la Association of American Publishers y el Book Industry Study Group) que la transición digital se está produciendo de una forma fluida y natural en la industria.
Los países en los que la transición hacia el ebook está resultando más rápida son anglosajones: Australia, India, el Reino Unido y los Estados Unidos. Según la AAP, los libros electrónicos constituyen ya el 20 % del mercado de libros comerciales, pero queda por ver cómo se producirá la implantación del soporte digital en el sector del libro educativo.
En Iberoamérica, los datos que proporciona el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC) empiezan a mostrar una tendencia a la edición digital, en particular en Brasil (donde el 26 % de la literatura editada en 2011 lo fue en digital), Chile (21 %) o México (17 %). La media de la región muestra un 14 % de novedades en formato electrónico, frente a un 86 % en formato impreso para el año 2011.
El crecimiento, en todo caso, es constante: el libro electrónico suponía el 4 % de la edición iberoamericana en 2005 y hoy llega al 14 %.
Pero todo hace sospechar que la oferta clásica en papel tenderá a ser minoritaria sustituida por la oferta electrónica. Y la clave será, por supuesto, el precio. Todo lo que no tiene derechos de autor vivos cuesta cero si lo bajo en digital, pero tiene precio en papel; no hay, pues, competencia posible. Y quienes deseamos y llevamos años clamando por la democratización de la cultura debemos darle la bienvenida a lo digital, una verdadera revolución en la transmisión del conocimiento. Pensar que cualquier joven de cualquier lugar del mundo con una simple y ya barata conexión a Internet tiene a su disposición bibliotecas inmensas a coste cero es algo que celebrar como un éxito inmenso. Y sorprende escuchar aquí y allá lamentos tremendos por parte de quienes hasta hace bien poco defendían el libre acceso a la cultura, que hoy sospechamos era solo un truco para poder cobrar precio de entrada.
El dilema papel versus digital oculta que, como siempre ha ocurrido, el medio crea su propio mensaje, es decir, el medio digital puede crear productos nuevos distintos al libro. Y, por supuesto, lo está haciendo con el multimedia, un mix de audio, video y texto, mucho más potente que el texto clásico, y que puede acabar, quizás sustituyendo y, en todo caso, complementando al libro. Por supuesto como instrumento educativo, en la docencia, pero también en el entretenimiento. Un producto para el que las generaciones jóvenes están especialmente preparadas.
Nos enfrentamos a dos modos de procesar la información: uno lineal y en dos dimensiones, representado por el libro, y otro reticular y con múltiples dimensiones, facilitado por Internet. En el primero el lector solo se puede mover hacia adelante y hacia atrás, del comienzo al fin, de modo que impulsa procesos cognitivos analíticos, de profundización, y al basarse en la letra impresa, la palabra y el concepto, tiende al pensamiento abstracto. En él hay una voz que dice lo que «Es», con mayúsculas. Por el contrario el multimedia es multidimensional y puedes moverte adelante y atrás, arriba y abajo, a un lado o al otro. Combina múltiples modos de representación de la realidad (audio, vídeo y letra), y solo le falta el tacto (que está por llegar) y el olfato. Es, por lo tanto, espontáneamente sintético, es abierto, infinito, invita a viajar en múltiples direcciones, mientras el libro invita a llegar. Y es empático, emocional, mucho más concreto. No dice lo que «Es», con mayúscula, sino que se presenta como un viaje entre otros muchos, un recorrido, una mirada sobre el mundo al lado de muchas otras posibles.
El tiempo dirá si la abstracción analítica que puede perderse con el libro se ve o no compensada por la humildad sintética que proporciona el multimedia. En todo caso debemos pensar más allá del libro clásico, en su sustituto futuro: el multimedia. Y cuidarnos ante las resistencias al cambio que derivan de hábitos de pensamiento caducos que dificultan su comprensión en las que, una vez más, aflora el viejo debate entre los «apocalípticos» y los «integrados», entre quienes solo ven amenazas y quienes quieren ver también oportunidades.
3. Pero no solo el libro digital se distribuye y comercializa por Internet, también, por supuesto, lo hace el libro papel. De modo que incluso la distribución del libro en papel se hará a través de canales digitales, como Amazon. El éxito de Amazon.com ha forzado una transición de casi todos los canales de venta física a la venta en línea, tanto de libros impresos como electrónicos. Tanto las cadenas de librerías como las tiendas más pequeñas ofrecen sus servicios de venta de ejemplares a través de Internet.
Ello afecta muy negativamente a las librerías, que sufren una presión considerable, como vemos estos días en Francia. El auge del comercio electrónico del libro ha puesto en crisis a las pequeñas librerías, cuya desaparición supondrá una pérdida para muchas ciudades y pueblos en los que las librerías han actuado durante décadas como verdaderos centros de actividad cultural e intelectual. Pero tampoco pensemos que la librería como lugar para pasear y ojear novedades vaya a desaparecer, pero sí previsiblemente va a ser sustituida por la librería digital, una página web que seleccionará novedades con criterios propios, y cuyo valor añadido es, no tanto almacenar libros sino seleccionar, a medio camino pues entre las clásicas revistas de libros y las clásicas librerías.
Pero el comercio físico de libros sigue siendo el eje vertebral de las ventas. En mercados como el estadounidense, las cadenas de librerías venden aproximadamente la mitad de todos los libros impresos, seguidos por las librerías especializadas (siempre según Bookstats).
Finalmente, no debemos descartar, todo lo contrario, que el mercado del libro pueda evolucionar como lo ha hecho el de la música. Primero se vendían soportes físicos que contenían canciones, ya fueran discos de vinilo, casetes o CD. Luego Apple revolucionó el mercado al vender la música en unidades de muy poco coste que se bajan de Internet a un almacén, un soporte propio, un disco duro. Y ahora, con Spotify, se da otro salto, y ya no compras música sino que te haces socio de un almacén al que puedes acceder cuanto quieras pagando una suscripción mensual. Así tengo acceso a toda la música existente, pero no compro nada sino el derecho de acceder. El equivalente en el libro sería (será) un gigantesco depósito digital de libros, tanto de los que no tienen ya derechos de autor como de los que están vivos, al que podemos acceder en todo momento para leer lo que queramos. Ya no vale la pena comprar un libro: es más sencillo comprar el derecho de acceso a cualquier libro. Google Books ha presentado un proyecto de digitalización de fondos bibliográficos preexistentes destinado a ofrecer libremente aquellos cuyos derechos de autor hubieran caducado y a servir de enlace a canales de venta para los que pudieran conseguirse aún impresos. Siguiendo a Google, Microsoft también creó su proyecto Live Search Books, que cerró en 2008 y cedió parte de sus fondos al Internet Archive.