Los libros de las Crónicas de Indias, precursores de las obras científicas en ColombiaSantiago Díaz Piedrahita

Acogiendo una amable insinuación de don José Manuel Sánchez Ron, moderador del panel titulado: «Educación y divulgación científica», y teniendo en cuenta que el tema central de este VI Congreso Internacional de la Lengua Española es el del libro, he cambiado el contenido de la ponencia que había preparado previamente para comentar en esta mesa algunos libros de cronistas de la Nueva Granada, en los que, aparte de tratar otros temas, dedicaron varios capítulos para comentar en detalle aspectos pertinentes al medio ambiente y para describir con alguna meticulosidad unos cuantos de los animales y de las plantas que fueron observando durante sus recorridos. Resulta claro que estos viajeros no dejaban de sorprenderse a cada paso; para ellos los nuevos territorios estaban habitados por organismos maravillosos dotados de virtudes extraordinarias. Sabemos que la naturaleza propia del trópico americano resultó deslumbrante para la óptica de los europeos y aun para la de algunos criollos. Ya, fray Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias insinúa que Cristóbal Colón creyó haber llegado a las puertas del paraíso cuando observó el enorme caudal del río Orinoco en su desembocadura.1 Y es que para esos primeros visitantes, América, si no era un paraíso, sí era una tierra extraordinaria, llena de novedades, muchas de las cuales escapaban a la realidad y rondaban el terreno de lo maravilloso.

Correspondió a estos cronistas describir un nuevo mundo pleno de sorpresas; en sus relatos debieron valerse de comparaciones con lo ya conocido. Resultaba forzoso como referencia, cotejar lo novedoso con lo tradicional y valerse de los nombres previamente conocidos para denominar las novedades, o asumir los nombres utilizados por los naturales de cada región e incorporarlos en sus relatos. De allí surgen epítetos como sardinata para denominar un pez similar a una sardina pero más pequeño, leoncillo para un animal con pelaje parecido al del león pero inferior en su talla, granadilla para un fruto lejanamente parecido a una granada, naranjilla para otro que en su aspecto y color recordaba una naranja, almendrón para algo más grande que el almendro y con frutos y semillas de mayor tamaño, higuerón para un árbol similar a las higueras pero de consistencia mayor, azuceno para otro árbol cuyas flores recordaban en su forma las de la azucena, perro de monte para un animal silvestre, a primera vista semejante a un perro pero con un comportamiento diferente al de los caninos, puerco de monte a otro que recordaba en su forma a los cerdos, etc. En otros casos se emplearon apelativos para distinguir las especies nativas; surgieron entonces nombres como mora de la tierra en comparación con mora de Castilla o curuba india en contraste con curuba de Castilla, donde la referencia al reino de Castilla implicaba mayor tamaño y mejores cualidades en el aroma, el gusto y el aspecto. Algo similar ocurría con algunos elementos de uso diario a los que se aplican nombres como jabón de la tierra y jabón de Castilla. En otros casos se apeló a incluir en el nombre vernáculo el uso dado a las especies, como ocurre con epítetos como palma de cera, bálsamo, trementino y lacre. También se incluyeron en algunos nombres adjetivos que destacan alguna cualidad como es el caso de árbol loco convertido en arboloco, para referirse a especies con el tallo hueco, cascarilla roja en alusión el color de la corteza de la planta, bejuco de agua, por contener en su interior buena cantidad de agua fresca, mono cotudo para destacar una protuberancia en el cuello del animal, o mono colorado en alusión al color del pelaje; igualmente se usaron los nombres de las localidades de referencia como mecanismo para diferenciar especies similares, como pasa con cascarilla de Loja o canelo de Andaquíes.

Hay casos en los que el nombre alude el aspecto general como el caso de floripondio para un arbusto que produce numerosos ramilletes de flores que adornan sus ramas. Caso similar es el de nombres como oso hormiguero, perezoso o mono maicero, en los que se tiene en cuenta el comportamiento, o nombres que implican comparaciones con utensilios como cerbatana, para designar especies de tallo fistuloso que en su aspecto recuerdan el arma usada por los indígenas para la cacería. Finalmente se asumieron muchos nombres autóctonos que enriquecieron el vocabulario como ocurre con aguacate, achote, mamey, tomate, macana, coyol, maguey, ipecacuana, guayusa, caraña o currucay.

Los relatos de estos cronistas, aunque presentan imprecisiones, adolecen de exageraciones e incluyen no pocas fantasías, sirvieron de base para conocer las primeras visiones de la naturaleza americana, y con propiedad deben ser considerados como precursores de los libros científicos, especialmente en los campos de la botánica y la zoología. Gracias a obras como la Summa geográfica de Martín Fernández de Enciso, Compendio y descripción de las Indias Occidentales de Antonio Vásquez de Espinosa, Historia de las Indias de fray Bartolomé de las Casas, Historia general y natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, Elegía de varones ilustres de Indias de Juan de Castellanos, Ensayo de historia americana de Felipe Salvador Gilij, Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada de las Indias Occidentales del mar Océano, mejor conocida como El Carnero, de Juan Rodríguez Freile, Historia general de las conquistas del Nuevo Reino de Granada de Lucas Fernández de Piedrahíta y El Orinoco ilustrado de José Gumilla sabemos de la existencia y cualidades de numerosas especies, muchas de ellas apreciadas por sus virtudes terapéuticas, por su utilidad en la construcción y en la elaboración de artefactos o por otras propiedades que llamaron la atención de los relatores. Entre los cronistas que se ocuparon de la Nueva Granada hay tres que prestan especial atención a la naturaleza y dedican copiosos párrafos a la fauna y a la flora. Se trata de los frailes Alonso de Zamora O. P. y Juan de Santa Gertrudis O. F. M. y del padre Antonio Julián S. J.

Fray Alonso de Zamora O. P. nació en Bogotá en 1635; muy joven se hizo fraile dominico y desarrolló una brillante carrera en su comunidad. Mientras se desempeñaba como párroco del convento de Las Aguas en Santafé, escribió la Historia de la provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada, interesante y ameno relato en el que dedica varios acápites a la descripción de plantas y animales donde consigna valiosos y novedosos datos.

En el capítulo IX, titulado: «De los montes, llanos, selvas y frutos que hay en el Nuevo Reino», hace una detallada descripción que se inicia con estas palabras que denotan su admiración a la naturaleza:

Maravilloso es Dios en sus obras, y tan digno de alabanza, que no excluyendo David a las incapaces de razón, porque ninguna la tuviera, si no se empleara en las de su divina omnipotencia. Las tiene con admiración en los montes, las selvas, en los collados y en los valles que todo este reino se ven continua y vistosamente.2

Fray Alonso en su detallado relato describe la geografía del paisaje y menciona las principales especies animales y vegetales que lo pueblan. Allí, en interesantes párrafos cita las distintas clases de palmas, los almendrones, los árboles maderables, las plantas productoras de fibras, tintes, aceites, ceras, incienso, bálsamos, trementina, medicamentos y demás especies útiles, dándole espacio a los principales frutos.

A manera de ejemplo transcribo los párrafos relativos al lulo, el caucho, el vihao y la vainilla, textos que ponen de presente el esmero y detalle con que están hechas sus descripciones.

Lulos. Llevan las tierras cálidas unos árboles de la estatura de los limones, llamados lulos. Estos dan una fruta, como naranjas pequeñas y de su color, hollejo muy delgado y de muy agradable fragancia, su agrio es moderado, los granos muchos entre una médula blanda y deshecha. Según el doctor Lugo, doctísimo médico que hubo en este reino, es cada uno cordial saludable para los enfermos de tabardillo y de otras enfermedades de calenturas. Las salsas que hacen de ellos son las más sazonadas que ha descubierto la gula.

Sobra decir que, para la época, es una excelente descripción del lulo o naranjillo, conocido en el mundo de la botánica como Solanum quitoense.

En cuanto al caucho señala:

El árbol que llaman caucho es común en las tierras cálidas y también se halla en las frías. Es algo blanquizco en sus hojas y admirable en sus raíces, porque llevando algunas a lo profundo, extiende otras en la superficie, y si encuentra alguna piedra, por grande que sea, la ciñen toda, como si estuviera dentro de una red, formada de los vejucos que arroja de las raíces. En picándolo, destila con abundancia un humor blanco, como leche, que se va cuajando y poniéndose correoso en forma de nervios delgados. Puestos al fuego se derriten, como trementina. Úsanla para cubrir botas, zapatos y capones que llaman encauchados, gran defensa para las aguas que no los pasan, aunque llueva mucho tiempo sobre ellos. El agua de las hojas cocida al fuego, bebida es remedio para la hidropesía; las frutillas que lleva son coloradas en forma de avellanas y la medula se convierte en mosquitos que llaman jejenes, tan pequeños que se pierden de vista. Son unos átomos picantes y tan ardientes, que dan muy grande molestia a los que viven en las tierras cálidas, si en sus contornos se hallan cauchos.3

Resulta claro que fray Alonso alude a árboles y arbustos del género Ficus de las moráceas y no al caucho amazónico perteneciente al género Hevea, de la familia de las euforbiáceas y entonces desconocido. Su descripción es bastante clara, aunque deja de lado la utilidad del látex de algunas de las especies, empleado hasta hace unos cuantos años como antihelmíntico bajo el nombre Leche de Higueronia. La objetiva descripción se aparta de la realidad cuando atribuye a la médula la propiedad de transmutarse en jejenes, quizás por haber observado un nido de estos desagradables y pequeños mosquitos en la oquedad de algún tronco, circunstancia de la que surgen el error y la leyenda.

En cuanto al vihao indica:

Son unas matas muy altas, cuyas hojas son tan grandes como las del plátano en tierras cálidas, y en ellas sirven para cubrir las casas, las toldas de las canoas, y de guarecer los fardos en que vienen las mercancías, siendo defensa de las aguas. En las tierras frías son más pequeñas muy verdes, aseadas y lustrosas, socorro ordinario para diferentes ministerios. En los mástiles que arrojas de lo más interior, tienen flores coloradas, y sus frutos son unos granos negros, tan duros, que sirven de cuentas para los rosarios.4

Fray Alonso no contaba con una formación botánica que le permitiera distinguir especies con aspecto similar por lo que confunde las plantas propias de las zonas cálidas y que corresponden a Calathea lutea, el verdadero vihao y de la familia de las marantáceas, con la especie de las tierras frías que es sin duda Canna coccinea, más conocida como chisgua o achira y de la familia de las canáceas. Esta confusión no resta méritos al detallado trabajo del buen cronista, quien en la descripción de la vainilla nos dice:

Las vainillas celebradas por el olor que dan al chocolate, moderando con su calor excesivo la frialdad del cacao. Se dan en unos bejucos, que trepando por los árboles los llenan de fragancia con sus vainillas. Las mejores que se dan en esta América, son las de los llanos de San Juan en este reino. También las hay en otras partes de las tierras cálidas. Su trato es de grande utilidad y estimación y son muchos miles de libras, los que salen para España en las armadas. Su olor, por ser vehementísimo, solo sirve para el chocolate.5

Escaparon a fray Alonso los múltiples usos ganados por esta planta en el terreno de la repostería, pero debe abonársele la objetividad de sus observaciones sobre plantas y animales. Más fantasiosas y un tanto novelescas son las descripciones de fray Juan de Santa Gertrudis.

Fray Juan era mallorquí y viajó hacia el Nuevo Reino de Granada en 1756 en una expedición misionera; trabajó en el Colegio de Popayán, fue misionero en el Putumayo y recorrió ampliamente el territorio colombiano. Luego de cumplir su misión siguió hacia Lima y finalmente regresó a España donde escribió su fabulosa crónica titulada Maravillas de la Naturaleza.

En esta amena obra dedica excelentes páginas al suelo colombiano y aporta una divertida descripción del medio ambiente, con unas cuantas exageraciones y algunas imprecisiones en las que, en justicia, es más lo positivo que lo negativo. Su libro es una obra literaria excepcional; para fray Juan todo es maravilloso, extraordinario y posible. Por estas características de su relato puede ser considerado como el verdadero precursor del llamado realismo mágico. Para la muestra unos cuantos ejemplos.

Al acercarse a Popayán encuentra el río de La Plata, en cuyas márgenes crecen abundantes guayabos. Al respecto, señala cómo el guayabo da una flor blanca con cuatro pétalos, los cuales, veinticuatro horas después de desprenderse y caer al suelo, se transforman en mariposas. Es más, afirma que él ha tenido un pétalo en la mano, el cual ya caminaba como mariposa y en el término de una hora desplegó sus cuatro alas para volar perfectamente.

Esta hermosa visión recreada por Gabriel García Márquez en Cien años de soledad tiene su origen en el hecho de que muchos árboles, especialmente algunos de la familia de las bignoniáceas, desprenden sus hojas para posteriormente llenarse de flores; los pétalos, luego de la fecundación de la flor, se desprenden y caen abundantemente al borde de los caminos y en las riberas de los ríos y quebradas, donde es frecuente ver mariposas lamiendo el cieno. Al acercarse alguien, las mariposas, camufladas entre los pétalos, se asustan y emprenden el vuelo. Fray Juan durante su prolongado viaje desde Cartagena hasta Popayán debió de observar esto muchas veces y lo atribuyó al guayabo, más que a las especies de Tabebuia y en especial T. chrysantha, árbol en el que es más notable esta circunstancia. Es ese el origen del relato de las mariposas amarillas que tanto se popularizó y tanto se asocia con la obra del nobel colombiano.

Era tan extraordinario ese nuevo mundo en el que abundaban las maravillas, que resultaba obvio creer lo que narraban los naturales. Al respecto cabe recordar que fray Juan probó la guayusa, bebida a la que se atribuían muchas virtudes y se convenció de las cualidades, pregonadas por los naturales, al punto de creer en una propiedad que escapa a la realidad. Por ello señala que el padre presidente le dijo que esta planta: «fecundaba a las mujeres tomando con miel; y si es la de una abeja que allá llaman apaté, infaliblemente, si es casada, al instante quedará preñada».6

El mismo fray Juan después de atravesar el río Pasto se apeó de su caballo para descansar un momento y ató su mula a un árbol; con sorpresa nos cuenta cómo el pobre animal comenzó a dar respingos, ante lo cual comentó un arriero que les acompañaba que a la sombra de un pinello nadie debía permanecer, pues tal especie producía una leche venenosa y su sombra causaba la muerte en menos de una hora. En este caso el buen fraile refundió varias especies en una, pues algunas euforbiáceas y anacardiáceas producen látex irritante a la piel, y otros árboles producen polen altamente irritante y alergénico, especialmente en personas sensibles. Algunos árboles con esta cualidad llevan el nombre vulgar de Pedro Hernández o Pedro Fernández y, de acuerdo con la creencia popular, al pasar frente a ellos hay que saludarlos cortésmente descubriéndose la cabeza, pues si no se le saluda, en venganza causan el mal. La moraleja de fray Juan es que la naturaleza enseñó a la mula a conocer el peligro y que por esto respingaba.

Como observador de la naturaleza, fray Juan veía sapos del tamaño de una silla o de un taburete y capaces de comer una serpiente. En realidad, estos enormes sapos eran ejemplares del género Bufo, que a veces adquieren una talla apreciable pero nunca comparable con la de un taburete, aparte de que su régimen alimenticio es básicamente saprófito y son incapaces de ingerir una serpiente. Hoy en día, estos sapos han disminuido de talla, pero aún es posible observar ejemplares de buen tamaño. Fray Juan todo lo veía mayor; tal el caso del «culebrón», serpiente cuya talla comparó con la de un novillo de cuatro años y que indudablemente era una boa, a la que atribuye la fortaleza de arrancar un árbol de raíz y poseer un aliento de basilisco capaz de embriagar a quien lo olía. En relación con otras serpientes señala que la llamada cascabel es la peor de todas, porque:

[…] en el rabo cada año le nace un cascabel, y de ellos va formando un ramo, y cuando anda se sienten sus cascabeles. Es de veneno tan activo, que a quien pica, en una hora ya murió. Y en teniendo gana de picar y no halla a quién, pica un árbol, y a las 24 horas se secó.7

Al ocuparse de los tigres, fray Juan los describe como gatos muy atrevidos en su comportamiento, del tamaño de un burro, capaces de capturar un novillo y subir con él a un árbol. Añade que de noche le relumbran los ojos como dos ascuas de candela que causan tal terror que al instante se espeluzna de miedo el cuerpo, empieza a temblar y se mea de miedo una criatura. Nuestro relator ratifica más adelante que a la vista de un tigre se le espeluznó el cuerpo y: «de miedo me mié, sin atreverme a tirarle, teniendo cargada la escopeta de munición y bala, porque el traía los ojos del tamaño de un puño, al parecer airados, que parecían dos ascuas de candela».8

Un último ejemplo tomado de las Maravillas de la Naturaleza es la descripción del perezoso o perico ligero, animal que fray Juan presenta como:

[…] una fiera un poco más grande que un mono. Todo su cuerpo es de mono, solo que tiene un rabo de cabra, y en las manos y pies no tiene dedos, sino 3 uñas corvas de color amarillo, corvas que parecen de boxo, del largo de un dedo. Luego que yo vi las uñas y creo que fue lo primero que le vi, me dio grande susto. Me quedé yerto sin saber qué hacerme, temeroso que no me embistiese, porque las uñas conocí que no eran de mono. […] Es el animal más torpe de cuantos crió Dios. Para levantar una mano y adelantar un paso, rezando muy despacio Pater Noster, Ave Maria y Credo, aún no lo ha dado.9

Fray Juan, luego del susto inicial, confiesa que es un animal que no hace daño a nadie y que se alimenta de cogollitos del monte y canta de noche con el sonido «gue, gue gue», formando las notas sol, mi y ut.

Finalmente comento la obra del padre Antonio Julián, quien era natural de Camprodón e ingresó a la Compañía de Jesús en 1739. Diez años más tarde vino al Nuevo Reino de Granada con destino a las misiones de Santa Marta. Fue profesor de la Universidad Javeriana en Santafé y tras la expulsión de los jesuitas murió en Roma en 1790. En su libro La perla de América, provincia de Santa Marta, reconocida, observada y expuesta en discursos históricos, publicada en 1787, hace interesantísimos relatos. En aras del tiempo solo voy a comentar uno.

El padre Julián hace énfasis en las ventajas que tendría para la comarca y para la metrópoli la explotación de sus recursos naturales; en la obra abunda información de interés arqueológico, etnográfico y geográfico, aparte de varios discursos dedicados a la planta de coca, importante especie, hoy rechazada por haberse cambiado su forma tradicional de uso por nuevas prácticas culturales que revisten peligros de diversa índole. El discurso titulado De la celebrada planta llamada Hayo, por otro nombre Coca, pasto común de la nación Guajira se inicia con estas elocuentes palabras

Entro con singular gusto a discurrir de esta planta, no tanto para dar de ella noticia a los curiosos, cuanto para promover su cultivo y uso en Europa, con ventajas de la Monarquía de España, y mayor bien y salud de los pueblos y naciones aun extranjeras.10

Continúa señalando cómo otras naciones han popularizado el uso del té y del café, promoviendo sus virtudes y generalizando su consumo con indecibles ventajas económicas, en tanto que España ha dejado en manos de los indígenas una valiosa planta susceptible de convertirse en un ramo de comercio muy ventajoso, capaz de proporcionar salud, dar remedio a muchos males y actuar como un tónico eficaz para reparar las fuerzas perdidas y para prolongar la vida.

El cronista describe detalladamente la planta, señala la forma de cosecharla y almacenarla antes de canjearla o de venderla a los comerciantes de perlas. Termina este discurso indicando cómo en la antigüedad parte de su comercio estaba destinado a los jeques quienes en su carácter de sacerdotes debían ser muy templados, castos, retirados y abstinentes, razones por las cuales pasaban la noche mascando hayo para no perder las fuerzas y conservar la fama de hombres recatados y santos.

En el discurso titulado: «Demuéstranse las virtudes del hayo, mas apreciables que las del te, café, y mate del Paraguay», se admira de que en Europa no se haga uso del hayo, fenómeno al que atribuye entre, otras cosas, a la ignorancia en cuanto a sus excelentes virtudes y a la falta de alguien que las descubra, y a la falta de ambición de España de introducir últimas modas en otros países, como paciencia tiene en admitir las ajenas y el no haber llegado aún el tiempo de poner de moda el tomar hayo. Finaliza con estas proféticas palabras que hoy le habrían causado más de una crítica y acaso la denominada «descertificación» de una potencia extranjera:

Más puede ser que al hayo, como a las demás cosas, llegue su tiempo, y que con las noticias que voy a dar de sus admirables virtudes y efectos, se introduzca la moda no vana, no inútil, no perniciosa a las casas y personas, como otras que vienen de allende, sino moda sana, utilísima, provechosísima a la salud, al vigor y fuerza del cuerpo, y larga próspera conservación del individuo.11

Como un último ejemplo que refuerza la hipótesis de que las descripciones de plantas y animales hechas por los cronistas fueron precursoras de los trabajos científicos quiero transcribir dos descripciones de un mono, identificable como Alouatta seniculus, la primera hecha en 1701 por fray Alonso de Zamora, la otra realizada por fray Diego García en Chumba, localidad en el alto valle del río Magdalena el viernes 11 de noviembre de 1785.

La primera descripción corresponde al típico relato de los cronistas; en el texto se menciona varias especies y se incluyen algunos datos pertinentes al mono que aludimos; la segunda, bastante meticulosa y recargada de medidas, es ya una descripción acorde con una metodología científica y refleja los progresos alcanzados merced a la Ilustración. Fue hecha por el fraile naturalista como una de sus tareas de adjunto y comisionado de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada. La de fray Alonso de Zamora señala:

Los monos son feroces, y los que llaman de Tolú son mayores que los que se hayan en todas las Indias. De su misma figura, aunque pequeños, son los micos, de mayor instinto, advertencia y malicia que otros animales, solo les falta hablar. Algunos indios creyeron en su Gentilidad, que fueron hombres y que en castigo de sus maldades se convirtieron en Micos. Es muy gustosa la traza con que llegan a cogerlos. Ponen granos de maíz dentro de un calabazo, que tenga la boca tan pequeña, que el mico pueda entrar la mano extendida. Dejan el calabazo, o calabazos en parte a que puedan bajar de los árboles en que tienen su asistencia. Bajan algunos, y llegan a registrar aquella novedad, huelen el maíz, y entran la mano, cogen los granos, y cierran el puño. Salen los que están en espía, y por no soltar los granos, se dejan prender y vienen a la prisión de una cadena, que podían redimir con sólo con abrir la mano, y soltar los que habían cogido.12

La descripción de fray Diego García, primer zoólogo colombiano, dice:

El mono colorado tiene la cabeza grande redonda cubierta de pelos de color acanelado, pero muy oscura. Las orejas semejantes a las de una persona humana, desnudas y de color negro. La cara negra, la frente muy angosta, la nariz muy aplanada y sus orificios grandes. Los ojos pequeños, desnudos lo mismo que las cejas. La huba de color pardo, y la pupila pequeña de negro. La boca grande y sus labios muy delgados y desnudos. La calavera o quijada superior consta de doce molares, seis de cada lado, dos colmillos, uno de cada costado y cuatro dientes, la inferior de diez molares, cinco de cada lado, dos colmillos, uno de cada costado y cuatro dientes. La lengua gruesa, roma y colorada algo obscura, la barba vestida de pelos algún tanto largos a la capuchina, del color de la cabeza, pero por la parte más interior más oscuros que tiran a negruzcos.

El pescuezo y cuello tan cortos que parecen tener unida la cabeza con los hombros. Los brazos largos, vestidos de pelos de color de canela algún tanto oscuro. Las manos por la parte interior o palmas de un callo negro, cinco dedos vestidos por encima del mismo pelo y en la extremidad de cada dedo su uña negra, roma y algo acanalada o encañutada. El cuerpo largo, algún tanto comprimido y todo vestido de pelo de color de canela clarísimo.

Las piernas fornidas y vestidas de pelo de color de canela oscuro, las plantas de los pies de un callo desnudo y negro y de cinco dedos vestidos por encima del mismo pelo, y en cada extremo de dedo su uña negra como las de las manos.

Los compañones colgando entre las piernas, la bolsa de ellos blanca y el miembro adelante a proporción semejante del asno. El orificio del ano debajo del rabo, y este muy largo, grueso, vestido de pelos de color canela oscuro, y en la punta por la parte de abajo o interior de un callo robusto negro desnudo que le sirve para el fin de enroscarse el rabo cuando anda por los árboles.

Ancho de la frente desde la ceja hasta la raíz del pelo 2 líneas. Largo del ojo 7 líneas, largo de la nariz desde en medio de los ojos 1 pulgada 3 líneas, de sus orificios 4 líneas. Largo de la palma de la mano 2 pulgadas 2 líneas. Largo del dedo pulgar o interior 1 pulgada 4 líneas, del dedo segundo o dedo índice 2 pulgadas 4 líneas, del tercero o intermedio 2 pulgadas 8 líneas, del cuarto 2 pulgadas 8 líneas y del quinto 2 pulgadas 2 líneas.

Largo del cuerpo desde la nuca hasta la raíz del rabo 2 pies 5 pulgadas. Largo del rabo desde la raíz hasta la punta 4 pies 1 pulgada y dos líneas. Largo de la canilla desde la coyuntura del hombro hasta la sangradera 5 pulgadas y desde la sangradera hasta la muñeca 4 pulgadas 5 líneas. Largo de la canilla del muslo desde la rabadilla hasta la rodilla 5 pulgadas 3 líneas y desde la rodilla hasta el tobillo del pie 4 pulgadas 8 líneas. Largo de la planta de pie 3 pulgadas 7 líneas. Largo del dedo grueso o interior del pie 2 pulgadas 2 líneas, del tercero 3 pulgadas 2 líneas, del cuarto 2 pulgadas 4 líneas y del quinto 2 pulgadas. Largo de la boca de extremo a extremo 1 pulgada 4 líneas.13

A manera de conclusión debo decir que estos y otros cronistas son verdaderos precursores de los textos científicos posteriores. A ellos les siguieron investigadores que hicieron parte de las expediciones científicas y viajeros con formación científica como es el caso de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, José Celestino Mutis y fray Diego García, quienes ya hicieron descripciones detalladas y precisas de las especies y estudiaron con más detenimiento sus usos y aplicaciones. También fueron precursores de los textos científicos quienes redactaron o copiaron tratados terapéuticos, con los que dejaron un testimonio del estado de desarrollo de la medicina y que, dados sus contenidos, son por demás interesantes. Esos autores fueron quienes abrieron el camino de la investigación científica y por ello merecen ser recordados en esta mesa.

Bibliografía

  • De las Casas, F. B. (1994), Historia de las Indias, Medina, M. Á., Barreda, J. Á. y Pérez Fernández, I. (eds.). Madrid: Alianza Editorial.
  • Gertrudis, F. J. (1970), Maravillas de la naturaleza. Bogotá: Banco Popular 10.
  • Julián, A. (1980), La perla de América. Bogotá: Academia Colombiana de Historia, Biblioteca de Historia Nacional.
  • Mantilla, L. C. y Díaz-Piedrahíta, S. (1992), Fray Diego, su vida y su obra en la Expedición Botánica. Bogotá: Academia Colombiana de las Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
  • Zamora, F. A. (1943), Historia de la Provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada. Bogotá: Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Ministerio de Educación.

Notas

  • 1. F. B. De las Casas, Historia de las Indias, Lib., I. Cap. 160.Volver
  • 2. F. A. Zamora (1943), Historia de la Provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada, tomo I: 135. Volver
  • 3. Op. cit. p. 144.Volver
  • 4. Op. cit. pp. 151-152. Volver
  • 5. Op. cit. p. 150.Volver
  • 6. Op. cit. p. 215. Volver
  • 7. F. J. Gertrudis (1970), Maravillas de la Naturaleza, p. 145.Volver
  • 8. Op. cit. T. I, p. 199. Volver
  • 9. Op. cit., T. I, p. 94. Volver
  • 10. A. Julián (1980), La Perla de América, 141: 24. Volver
  • 11. Op. cit., p. 67. Volver
  • 12. F. A. Zamora, op. cit., p. 173. Volver
  • 13. L. C. Mantilla, y S. Díaz-Piedrahíta (1992), Fray Diego, su vida y su obra en la Expedición Botánica. Colección Enrique Pérez Arbeláez, 7, pp. 150-152. Volver