Libros y el océano Atlántico, una contradicción en sus términos ya que libros y agua no se corresponden. Libros flotando en el agua, imagen surreal que atiende a un descontento: el diluvio que se nos acerca, apocalipsis de agua, en donde todo libro tenderá a desintegrarse. Las letras abandonan entonces a la mente, que solo desearía establecerse en una longitudinal posición para leer como cuando éramos chicos, a la manera de Proust, en una tarde de verano, por supuesto, siempre y cuando sepamos leer y podamos gozar de esa inquietud que es el calor a la hora de la siesta y una mano lánguida sosteniendo un libro, como en esa película donde Camila O’Gormann, fascinada por los libros prohibidos, se abochorna en una cama de sábanas blancas para leer autores románticos en traducción, mientras las esclavas idealizadas sudan bajo sus pañuelos de colores. Imaginación, revolución, sensualidad, el libro va de mano en mano como una presencia furtiva, tenés que leer esto, esto te abre la cabeza, te abre la imaginación a aquello que empezó con lo prensil. Se dice hoy en día que la capacidad del lenguaje se originó en el lado izquierdo del cerebro cuando la mano descubrió la posibilidad de componer objetos a partir de la atracción del índice y el pulgar. Lo prensil, lo instrumental —lo que determina la locomoción fina— lentamente evoluciona en el lenguaje, en la manipulación de las letras. Lo entiendo, no lo entiendo, lo puedo aprehender con mis manos, con mi mente, pero el libro se agarra con la mano, la mano sigue las letras cuando aprendemos a leer. El índice indica una línea imaginaria que es recta donde el ojo encuentra significados contundentes o hiperbólicos, donde la transformación de la materia insignificante de un dibujo deviene significante. Lo aprendemos, aprendemos el pasaje de memoria, se nos queda grabado en algún lugar de la materia gris, pero es la mano, lo táctil, lo que nos hizo acostumbrarnos a delinear en la arena esos dibujos, los grafittis en las paredes, la memoria de la piedra esculpida con las manos que manipulan teclados para defender unas ideas o solazarse en los sonidos indelebles. El libro avanza por la historia dejando de ser el círculo cerrado de los dioses, y pasa al reinado de los cuentos que se pierden en las variaciones de lo oral. Ahora lo oral, oral, oral, se instala lentamente en la pantalla y dioses como Google ganan el tremendo lenguaje sensitivo que es la historia. El libro se adecúa a esa gran manipulación que es la vigilancia, el libro se hace parte de un sistema complejo de arbitrariedades que intentan prohibir lo que la mente instaura en sensaciones de libertad o agua podrida. El profesor maduro en la universidad leía un párrafo en voz alta, las alumnas, especialmente yo, esperábamos el momento en que el profesor de barba levantara la mirada del libro, se sacara los anteojos e impartiera el conocimiento a quienes como devotas sensitivas arderíamos en deseos de poseer ese conocimiento, de agarrar al profesor y comerlo porque todo lo sabe, devorarlo, a él o sus ideas, esa barba tan significativa, ese pelo grisáceo, el libro en sus manos no exento de la sensualidad de sus olores, los olores de las ideas que se afirman en letras que llevan a la cárcel o liberan. La quema de libros fue siempre un anticipo de lo que se vendría sobre los cuerpos. Era el agua pero ahora es el fuego lo que hace arder ese último fragmento que si mal no recuerdo mostraba a la Mona Lisa, una vez que el soma se instaló en las mentes de los cuerpos diseñados para el trabajo, la conducción o la represión. Libros no quedaban, los libros van perdiendo su esencia demoledora, se cierran librerías en New York, ya no queda St. Mark’s Bookstore en el Village, sinónimo de una intelectualidad alterna, lo que es ser cool. Cool es entrar en esa librería y sentir que allí se encuentra lo que es culto, pero a la vez la rebeldía o la asonancia que lleva a la poesía que el chico aquel de una librería en Buenos Aires robaba del depósito para que yo pudiera leer la colección de poesía de Fausto en traducción. Y la traducción lleva a la escritura y a los primeros poemas en prosa en el siglo xix, que son a su vez una traducción. Gaspar de la nuit, primer poema en prosa que leemos cuando intentamos conocer las ventajas de la transposición.
El libro resuena en nuestras mentes mientras miles de chicos digitan con sus dedos los botones que nos llevarán a la hecatombe, claro que hecatombe es el fuego que dedicamos a los dioses. Hoy en día los drones digitados desde una mesa cualquiera de una casa de familia deslatan una perversión, que la muerte de muchos no muestre el inciso de la sangre que manchó el uniforme del nazi aquel, disgustado por el asco. Pero esa es otra historia. Volvamos a los libros y al Atlántico Sur, al mar que se comió los manuscritos de la novela De sobremesa de José Asunción Silva, la cual reescribió gracias a un esfuerzo de memoria. Literatura transatlántica que lleva a un ir y venir de las ideas en frágiles barcos que son velas, sinécdoque de la mente que vuela en la corrientes del océano y se apelmaza en un poema de Baudelaire. Los jóvenes leen estos poemas y se aventuran a la nada que es la escritura de la poesía, que está fuera del mercado inconcebible que es ahora la literatura. Se escribe para uno o para pocos, pero la competencia sigue siendo feroz. Es la garra entonces lo que delimita la concepción, la divina concepción que dejó de ser divina y se actualiza hoy en intentos transhumanos de generación. La fertilización in vitro es una realidad que a todos nos compete, y en esa manipulación microscópica también está la semilla transgénica y la jungla que se raspa para que nosotros podamos leer. Cada libro es esa masa de papel que aprendimos a tocar con nuestras mentes. Abrimos los ojos y tocamos con nuestras pupilas todo lo que se revierte en soledad. La soledad del libro es comunitaria, dicen, así como la profesión de fe de la escritura. Política que entra en los vericuetos del cerebro, vos o yo, o vos y yo estableciendo lazos que se harán cada vez más pantalla para titular tus porvenires. Hablemos entonces del devenir virtual de nuestros textos. Es virtual hasta que deja de ser una virtud para transformase en una necesidad. No sé qué es libro hoy. Solo sé que cerrar los ojos y dejarme escribir en el teclado es la única forma que tengo de ser una escritora. Mejor no ver, no mirar, dejar que la mente establezca su recorrido virtual, su impaciente devenir, el establecimiento de una corriente alterna que va de ojo cerrado a ojo cerrado. Cerrar los ojos para escuchar esto, lo oral, lo oral que se lee en voz alta, que se estipula en registros inconcebibles, que ojos más que humanos vigilan hoy desde el espacio sideral.
Suena la garganta de voces. La garganta pide, acelera, instruye, esto es, esto no es. Los chicos viajan miles de kilómetros cuadrados o lineales para que se les imparta la sabiduría de las letras en otro continente. Global es el conocimiento, global es el libro ahora que se pierde en librerías de usado. Arde Egipto o en Siria mueren centenares. Lo más particular es la palabra y el idioma, la nomenclatura de un yo emitiendo sonidos que llevan a otra boca a dilucidar su posición. De boca a boca se transmiten las ideas, más bien de oreja a oreja, tweet, tweet se dice en inglés el llamado de los pájaros, pero en español es otra cosa, pío pío dicen los pajaritos en nuestro idioma, una cuestión de traducción. Se está cerrando, pero más bien quisiera que se abriera esta concatenación acompañada por la lluvia torrencial de esta mañana. Pío pío no hay, los pájaros se esconden cuando llega el diluvio, pero cantan cuando vuelve a salir el sol. La primavera de Twitter, otra forma de escritura reducida a la máxima, al aforismo que intenta ser ingenioso, al comentario inmediato, o a la transmisión de un mensaje en clave de revolución. Andan las ideas circulando por una realidad que se ha llamado líquida porque solo se puede navegar como las aguas del océano insondable donde se esconden ciudades sumergidas cercanas a la Atlántida que Platón figuró en esta masa que crece día a día. Atlántida sumergida sin libros, solo piedras y columnas de mármol que se descubren a veces en el fondo del mar. ¿Serán las piedras la única forma de elocuencia, la Piedra Rosetta que determina la comprensión de los idiomas? Rosetta Stone es el método más útil para aprender una lengua, el tacto ingente que fustiga los ojos y los hace comprender. Tocamos en los monumentos de memoria el nombre de los que cayeron a causa de la violencia. El nombre es un epitafio, dijo Derrida, el nombre del autor multiplicado en voces que lo alteran y desmembran.
Libros y el Atlántico en este navegar sin conducción. Libros y el Atlántico en una ciudad que determina la sinapsis de un océano a otro. La circulación de las ideas es abierta y el libro se propone como objeto contundente de penetración intelectual. La imaginación se borra en estos límites precisos pero alcanza su madurez cuando el lenguaje prefigura sus contornos. El contorno del lenguaje es la letra escrita, por ahora, las palabras que se borran cada vez que las emitimos, a menos que se graben en un mp3. YouTube te da la posibilidad de escuchar a tus autores preferidos y es la condición de esa voz lo que determina un tipo de percepción. Pero… ¡ah, la voz que imaginamos en las letras! Eso es otra cosa. Eso es otra cosa.