La literatura cubana en las redes transoceánicasRogelio Rodríguez Coronel

Abundan los estudios literarios que escrutan los diálogos sostenidos en tierras cubanas entre la cultura española y la africana, generalmente amparados en los procesos de transculturación descritos por el sabio Fernando Ortiz. Sin embargo, muy pocos son los que se han detenido en la urdimbre que se crea cuando tercia en estos diálogos la cultura china, presente en la textura cubana desde la segunda mitad del siglo xix, cuando, primero, a partir de 1847, comenzaron a llegar los llamados «culíes», para sustituir, en condiciones semiesclavas, el trabajo de los negros en las plantaciones azucareras, y luego la inmigración de los chinos «californianos», así llamados por el antropólogo Pérez de la Riva1 a los que arribaron a partir de 1860 y conformaron una clase socioeconómica diferente por el capital que trajo consigo desde la Norteamérica de la «fiebre del oro». La influencia de estos últimos se puso de relieve inmediatamente por el desarrollo de sociedades clánicas, deportivas y culturales, que conformaron el Barrio Chino habanero, espacio donde inicialmente se promovió la reproducción en la isla de los elementos esenciales de la cultura china. En La Habana, los chinos conformaron la más antigua y estable comunidad asiática en el Nuevo Mundo durante el siglo xix.

En la literatura insular, la huella china en la obra de autores como Ramón Meza, Alfonso Hernández Catá, Regino Pedroso, José Lezama Lima o Severo Sarduy, entre otros, amplía las riquezas analíticas y ratifica el valor del libro como expresión y memoria del tejido multicultural. De Carmela (1887), de Meza, a De donde son los cantantes (1967), de Sarduy, durante ochenta años, se ha producido un proceso de asimilación que transita por la mera constatación referencial hasta las más fértiles hibridaciones.

El sistema cultural cubano —al igual que el latinoamericano y caribeño en menor o mayor grado— se reconoce a sí mismo como estructura inclusiva, dialogante, ajena a toda xenofobia, pero reacio a cualquier elemento que, a la larga, resulte desintegrador. Esta generosidad y a la vez resistencia se debe, a mi juicio, a los complejos procesos interculturales que han tenido lugar en Cuba. Para dar fe de ello, sobre todo del diálogo con la cultura china, hay que tener en cuenta la urdimbre contradictoria de los entrecruzamientos de razas, etnias y clases sociales, de modelos y maneras a través de los mares. Este tejido, en la literatura, adquiere la fijeza de la escritura en una lengua, el español, que modela en su código los signos trasvasados.

Me detendré en dos muestras significativas atendiendo a discursos distintos e intenciones y logros: El ciruelo de Yuan Pei Fu, enigmático poemario de Regino Pedroso, y De donde son los cantantes, la novela de Severo Sarduy con destellos hacia el porvenir.

Tanto Pedroso como Sarduy son representativos de un fenotipo particular cubano: el mulato chino, convergencia de sangre española, africana y china. Ambos, de maneras distintas, exploran la huella asiática en su creación literaria.

El ciruelo de Yuan Pei Fu. Poemas chinos (1955), del poeta Regino Pedroso, por los asuntos que aborda, por el tono del sujeto lírico, la tropología que lo sustenta, la estructuración de los textos, se erige como un caso único de la poesía cubana; es un tributo del autor a sus ancestros, pero también una mirada oblicua a su tiempo.

A la manera cervantina, Pedroso se declara traductor de un manojo de papeles amarillos pertenecientes a un desconocido antecesor chino. La empresa ha resultado particularmente penosa, nos dice, porque ha tenido que acoplar y refundir «dos hemisferios tan disímiles en sentimiento y saber como son el mundo del Oriente y el mundo occidental».2 En efecto, la labor de transustanciación debió ser ardua, sobre todo por tratarse de un discurso poético, cuyos signos constitutivos en español y en chino muestran diferencias estructurales desde sus fundamentos.

En su forma clásica, la poesía china intenta apresar el camino, el Tao, la vía unitiva en que se manifiesta la búsqueda del equilibrio entre el yin y el yang, y, sobre todo, pretende ser la manifestación y plasmación de la Gran Tríada Cielo-Tierra-Hombre (Tien-ti-jen).3

Este espíritu sustenta El ciruelo… El conjunto de sesenta textos constituye un poemario por su unidad expresiva —por el tono, la posición del sujeto lírico, su tropología, así como por remedar el aura de la poesía china antigua—, y también por su temática, afiliado a una zona de vocación filosófica, laotziana y confuciana, característica de una tendencia del quehacer poético asiático, en convivencia con principios del cristianismo: «Por mis mejillas ruedan las lágrimas devotas. / Pienso en la cruz sangrante de un cruel martirologio…», dice el sujeto lírico en «Los caballitos de Tai Ping»; y en «Retorno de los mandarines» se encuentran los siguientes versos: «Somos mortales débiles, por frágiles pecamos, / pero el cielo perdona si hay arrepentimiento», calzado por una nota que reconoce: «Aunque espíritu taoísta-confuciano, tales razonamientos de Yuan Pei Fu son signos evidentes de que su mente no era extraña a las seráficas esencias del más puro cristianismo».

El desafío estético que asumió Pedroso para esta transcodificación se plasma a través de un recurso estructural que diseña todo el libro. Yuan Pei Fu, que, según dice el prólogo, vivió bajo la dinastía de los Ching (Qing, 1644-1912) —período cultural en el que concluye el acatamiento de los cánones de la poesía clásica antigua—, ha dejado un poemario conformado por diálogos escritos entre el maestro y su discípulo que podemos encontrar en los Cuatro Libros de Confucio y, siguiendo la tradición, en algunos textos de la dinastía Tang.

De la obra del taoísta Chuang Tsé (Chuang Tsu, Zhuangzi, 369 a. C.-290 a. C.) creo que Pedroso toma la perspectiva, filosófica y dialogante, que estructura El ciruelo de Yuan Pei Fu. La concepción de un sujeto poemático que ostenta el punto de vista del discípulo que inquiere al Maestro, a la manera de «Conversación de Yen Huei con Confucio», de Chuang Tsé, es el resorte fundamental para la conformación del poemario.

Otro modelo posible, desde el punto de vista de la crítica social, es la obra de Tu Fu (Du Fu, 712-770 d. C.), quien fuera uno de los más grandes poetas de la antigüedad clásica. Mientras que su amigo Li Po siguió una tendencia de aliento romántico, Tu Fu fue representante de una corriente realista en la poesía china, nutrida por una experiencia vital llena de zozobras, de ascensos y caídas, pobreza y miseria. Su poesía de crítica social introdujo una novedad en la creación literaria de su época, pues encontró asuntos en la cotidianidad social y humana más prosaica. Sus temas predilectos, sobre todo en la etapa de madurez, fueron las angustias de su pueblo por las guerras, la explotación sufrida por los mandarines corruptos, la vida miserable de los sectores poblacionales menos favorecidos, y también la exaltación de la naturaleza y el anhelo de una vida sencilla, tranquila, en armonía con el universo. La poesía de Tu Fu posee un sello melancólico, tristeza que proviene de profundas laceraciones morales causadas por la observación social, resonancia que encuentro en el libro de Pedroso. Como Tu Fu en su época, Pedroso, de manera indirecta en la suya, con una sonrisa escéptica, ilustra la feria de la vida («La feria de Tien Sing») a la que acude el hombre con sus múltiples máscaras. Por esta vía, El ciruelo de Yuan Pei Fu resulta una magnífica alegoría del contexto social frustrante y del arribismo entronizado después de la lucha en contra de la dictadura de Gerardo Machado en los años treinta; como muestra, léanse los poemas que conforman Cinco amigos.

Otra es la propuesta de Sarduy en De donde son los cantantes, novela de aliento taoísta, basada en la superposición de planos culturales que integran la identidad de la cultura cubana: el hispánico, el africano y el chino. Esta concepción del escritor, distante del proceso de transculturación entre lo hispánico y lo africano descrita por Fernando Ortiz, está en la base de su exitosa teoría de lo neobarroco, en la cual desempeña un papel determinante la observación del rastro chino en la cultura cubana.

En su libro ensayístico Escritos sobre un cuerpo(1969), explicita la poética de su novela: un cuerpo verbal como espacio de representación de estratos que se superponen.4

La peculiaridad del discurso narrativo de Sarduy estriba en la estructuración de un universo donde el rito de la metamorfosis —multiplicidad gozosa de máscaras superpuestas—, o de la anamorfosis —imagen deforme y confusa, o uniforme y nítida, según el punto de focalización— borra los límites «logocéntricos» del entendimiento para situar al lector en un nuevo estadio de comprensión.

La construcción fragmentaria del texto, discontinua, proyectada en distintos planos espaciales, con diversos grados de opacidad y transparencia, encuentra su unidad en el carácter «sincrético» de la imagen teatral. «Sincrético» no como mezcla o fusión que conduce a un paradigma de mestizaje —tal como ocurriría en un proceso de transculturación—, sino como interrelación continua de lo diverso, de ahí las máscaras sucesivas, las metamorfosis, los travestismos. Este carácter sincrético le otorga a la novela su sentido de ritualización de una experiencia que, en principio, es histórica, pero que realiza su transfiguración artística en un reordenamiento de los signos. La desconstrucción de la linealidad de la fábula y la reintegración que fija la escritura, se subraya por la constante reflexión del discurso literario acerca de sí mismo, por la exhibición de su «literaturidad» en cuanto materia verbal sacralizadora. Es el signo explayándose en su consagración.

Teatro, ceremonia, travestismos, máscaras, metamorfosis o mutaciones son marcas visibles de las huellas de la cultura china —más extensivo: oriental—, africana y española en la creación literaria de Sarduy, como signos dialogantes.

He aquí un nuevo campo para los estudios transoceánicos. Los libros son su más hermoso fruto.

Bibliografía

  • Pedroso, R. (1955), El ciruelo de Yuan Pei Fu. Poemas chinos. La Habana: P. Fernández y Cía.
  • Pérez de la Riva, J. (1997), Demografía de los culíes chinos 1853-1874. La Habana: Editorial Pablo de la Torriente Brau.
  • Sarduy, S. (1969), Escrito sobre un cuerpo. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

Notas

  • 1. J. Pérez de la Riva (1997), Demografía de los culíes chinos 1853-1874. La Habana: Editorial Pablo de la Torriente Brau. Volver
  • 2. R. Pedroso (1955), El ciruelo de Yuan Pei Fu. Poemas chinos. La Habana: Imp. P. Fernández y Cía., p. 16. Todas las referencias se harán a esta edición. Volver
  • 3. Ibíd., «III. Hombre-Tierra-Cielo: las imágenes». Volver
  • 4. S. Sarduy (1969), Escrito sobre un cuerpo. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, p. 69. Volver