Rodrigo Rey Rosa

La palabra «kaibil»Rodrigo Rey Rosa

Si una palabra nueva es como una semilla fresca que se arroja al terreno de la discusión —como escribió Wittgenstein— hoy quisiera arrojar a ese terreno una palabra que, pese a figurar en el habla de los guatemaltecos de todos los estratos de la proverbial pirámide, no figura en ninguno de los diccionarios que he podido consultar en casa: el VOX de 1987, el de la Real Academia Española (versión en línea) y el de María Moliner del 2007.

La palabra kaibil puede leerse casi a diario en la prensa guatemalteca y con bastante frecuencia en la de otros países vecinos; se ha usado tanto en relatos y novelas como en poemas, ensayos y películas documentales y de ficción; tiene una extensa entrada en Wikipedia y, además, existen monografías dedicadas a este concepto, como, precisamente, Los kaibiles (Guatemala, 2003). Aparece en el Diccionario de americanismos —esa especie de gueto o arrabal del idioma español— donde, curiosamente, está escrita con c: caibil. En ninguno de los casos encontrados en la prensa guatemalteca reciente he visto esta grafía. Por otra parte, en la insignia kaibil, en los escudos, en los carteles a la entrada del llamado «Infierno kaibil» la palabra está escrita con k, y así está escrita en los manuales de instrucción militar que he consultado y en otras publicaciones castrenses.

No es mi propósito ahora mismo cuestionar la confección del Diccionario de Americanismos. El esfuerzo de recoger 28.000 voces «con su respectiva marca diatópica» y el contenido de unos 150 diccionarios de americanismos publicados entre 1975 y el 2010 es encomiable, sin duda —aunque pueda verse empañado por cierta tendencia imperialista—. Leemos en la «Tábula gratulatoria» que sigue a la introducción, el agradecimiento, en primer lugar, a la empresa Repsol «mecenas principal, siempre generosa […] y especialmente interesada en enaltecer los valores propios de España al otro lado del Atlántico». Los resultados del esfuerzo pueden ser cómicos (por ejemplo, el «semema pupusa», del que derivan diez «semantemas» distintos.

Si creemos a quienes, hace unos cuarenta años, pusieron en circulación la palabra kaibil, en lengua maya-mam originalmente esta significó: «aquel que tiene la fuerza y la astucia de dos jaguares». Kaibil Balam fue un reyezuelo maya del grupo Mam, cuyos dominios estaban cerca de lo que hoy es la frontera entre México y Guatemala, no muy lejos de la costa del Pacífico, famoso por aguerrido y astuto, que peleó contra las tropas de Pedro de Alvarado y nunca fue vencido en batalla ni hecho prisionero.

En un extraño y revelador libro escrito por un oficial kaibil —José Antonio Gaytán (1957): «historiador y docente universitario, graduado de un curso de Altos Estudios Estratégicos del CESEDEN, Madrid, miembro correspondiente de las Academias de Geografía e Historia de Nicaragua y El Salvador y un largo etcétera—, Los kaibiles,1 publicado hace diez años, se explica cómo, en septiembre de 1974, un mayor de infantería presentó su propuesta para la creación de una escuela de comandos especiales, que fue aprobada de inmediato.

Cuenta el autor que durante una cena en la que se discutía la fundación de la escuela, «en la sobremesa, la esposa del Mayor que propuso fundar la escuela les mostró un artículo que recién había leído de una revista de Huehuetenango, en la cual se mencionaba a un guerrero de etnia mame llamado Kaibil Balam…».

En diciembre de ese mismo año, este centro de formación (o deformación) se bautizó como «Escuela de Adiestramiento y Operaciones Especiales Kaibil» (el actual presidente de la república de Guatemala, que fue oficial instructor de la escuela, aparece en este libro, vestido con «el primer uniforme de jungla camuflado del Ejército de Guatemala» (Gaytán, 2003:102).

«Extraño libro» porque la mezcolanza de estilos, la ausencia aparente de una noción de «registro» en la escritura, las incesantes salidas de tono, todo causa una incómoda sensación de extrañeza. Si el autor tiene un «estilo» de pensamiento, parece casi inhumano de tan áspero y cambiante. Precedido por un prólogo firmado por el kaibil número ciento nueve, y una introducción firmada por el número doscientos cincuenta y dos, el primer capítulo se titula «Génesis», y lo encabeza otra cita: «¡Me encontraba a 9000 pies sobre el nivel del mar, dentro del vientre metálico de un avión C-47 en dirección al Infierno!…». Escrito en primera persona, habla acerca de la fundación de la primera Escuela de Kaibiles, situada en la selva del Petén, adonde los llevan en ese C-47. «En fracción de segundos estábamos bañados por el sudor y alertas como animales perseguidos», —cuenta— «Seguimos al instructor-venado, quien nos condujo por una ruta desconocida y tortuosa que nos llevó a las puertas de aquel infierno inimaginado y a la realidad de lo desconocido. Apareció entonces un letrero que nos intimidó hasta los huesos y nos forzó a retener la respiración… “PERSÍGNENSE ANTES DE ENTRAR”. ¡Cuánto misticismo! ¿Cuántos esfuerzos fueron necesarios para consolidar la Escuela de los Kaibiles? ¿De dónde se originaron las ideas para formarla?…».

Sigue una explicación sumaria de la historia guatemalteca de los años cincuenta y sesenta, que quiere explicar la necesidad de la creación de una escuela contrainsurgente —con los auspicios de la Escuela de Las Américas de Los Estados Unidos—.

«El Infierno» lleva el epígrafe: «La metamorfosis es dolora [sic] y violenta para el alma, cuerpo y mente del soldado regular, que se sustrae de los placeres terrenales y se interna en el Monasterio de los Kaibiles». Este capítulo contiene copias de documentos, listas de nombres, descripción de entrenamientos físicos (correr, nadar, hacer sapillos hasta extenuarse)…; técnicos: defensa personal, cruce de obstáculos, demoliciones…; tácticos: operaciones aeromóviles, navegación terrestre, emboscadas…; y entrenamientos especiales: lectura de mapas, obtención de información (espionaje); inteligencia…

El tercer capítulo, «Kaibil Balam», es una incursión en la historia remota, el año de la conquista. No contiene citas de documentos históricos acerca del rey mam Kaibil Balam ni de sus enemigos españoles, mexicas o mayas. Termina así: «Al final Kaibil Balam encontró en las altas montañas su reino y su hogar, nunca regresó a Zaculeu (la capital de los mames). La historia relata que su espíritu jamás fue conquistado ni derrotado y que sigue viviendo en las altas cumbres, siendo un ejemplo de lucha por la libertad».

El cuarto capítulo se titula «Heráldica Kaibil», y es eso, pero también es un poco más. Contiene un análisis numerológico de la palabra que nos ocupa. Dice: «Cada letra tiene un significado y un valor, cuya suma reducida a un dígito dará el número que represente lo Kaibil».

«La k es la décima [sic] segunda letra del alfabeto español y la décima primera del hebreo […] Es el símbolo de la naturaleza y expresa el movimiento de analogía, que es el método de control de la verdad, tan eficaz como la inducción y deducción —nos asegura el kaibil 232—. Se le da un valor numérico de veinte [no se explica por qué]…

«A es la primera letra de casi todos los alfabetos lingüísticos, el símbolo cabalístico del género humano y el principio abstracto de toda cosa […] Su valor numérico es uno…». Y así sucesivamente, para llegar a la conclusión de que el valor numérico de la palabra kaibil es UNO… Y nos explica: «Todo cuanto existe es uno y a la vez vario, como sujeto a la Suprema Ley de la unidad en la variedad…».

Un poco más adelante hay una serie de «lemas kaibiles», citados en latín y traducidos así:

  • SIC ITYR AD ASTRA – ASÍ SE INMORTALIZA;
  • PERCUTIAM ET SANOBO – HERIRÉ Y SANARÉ;
  • DONEC ERUNT IGNES – MIENTRAS DURE EL FUEGO;
  • MIHI MORI LUCRUM – LA MUERTE ES UN LUCRO PARA MÍ.
  • Y su lema oficial, SI AVANZO SÍGUEME, SI ME DETENGO APRÉMIAME, SI RETROCEDO MÁTAME (acuñado por Henri de la Rochejaquelein, general realista y luego guerrillero).

 Y termina este capítulo:

«[Ahora] posees el SECRETUM SECRETORUM de lo Kaibil, que es la disolución, bajo el enigmático axioma SOLVE ET COAGVIA —disuelve y coagula, disuelve el cuerpo y coagula el espíritu—».

Los kaibiles, además de extraño, es revelador.

Otro capítulo lleva este epígrafe: «¡Procede como Lucifer que nunca reza… », y comienza de manera poética: «… La tarde se fue desdibujando lentamente y el calor constante del Infierno fue cediendo a un chiclosa humedad… El sonido de los dípteros aturde y ensordece a todos por igual en la profundidad de la selva petenera. El clímax del crepúsculo náutico vespertino hace oropel del follaje y la convergencia de sonidos produce una sinfonía natural, ¡un grito estentóreo de la vida!…».

«Me voy al infierno», otro capítulo, es una larga cita de un periodista que ha sido invitado a pasar unos días en el campo de entrenamiento en el Petén y que en su columna semanal (en el diario Prensa Libre) contaba, en 1987, que lo que más le ha impresionado durante su visita es la historia de una mascota.

—A ver, usted. Tráigame ese perro —dijo un oficial kaibil al soldado que tenía a su perrito de un lazo. Era la mascota que se entrega a cada pareja de soldados al inicio del entrenamiento de kaibiles, que dura ocho semanas y transcurre en medio de la selva.

—¡Kaibil! —respondió el soldado, y contra la voluntad del animal lo llevó frente a su profesor.

—Cuélguenlo en ese tronco y procedan a matarlo —ordenó el oficial.

El otro agarró al perro por las patas de atrás, mientras su «cuas» [su compañero de entrenamiento] le apretaba el hocico para que no lo mordiera. El canino orinaba de miedo, los gemidos daban lástima. Ya amarrado de patas y trompa, el kaibil con su machete le cortó el cuello. Destazaron al chucho y el instructor ordenó que lo pusieran junto con los demás animales que habían sido «procesados»… Habían agregado limón y cebolla al recipiente para que el sabor de aquel mejunje fuera similar al de un ceviche. Lo del sabor lo sé porque para poder describir mejor todo aquello le di un probadita y, créanme, no sabía mal.

—¡Kaibil! —exclamé después de la degustación. Y mi cicerón contestó: «¡Kaibil!».

Una vez admitida en nuestro léxico —como creemos que merece serlo, al igual que palabras como «dragón, que aparte del animal fantástico y el reptil y la planta quiere decir ‘soldado que combatía a pie y se transportaba a caballo’»—, parece deseable que muy pronto se convierta en arcaísmo; que las prácticas que llevan a la conversión de un muchacho de escasos recursos, indígena o no, en una máquina para matar dejaran de ser legales. Mi amigo, cuentista y poeta, Jeremías de León —ayer bohemio irredento, hoy sargento kaibil— me escribía hace unos meses:

Querido amigo: Mañana me voy a la montaña —algo fantástico y trágico a la vez—. Disparar un fusil es emocionante. ¡Lo poco que vale la vida a veces! Deséeme suerte para que vuelva de kaibil sano y salvo. La paga no es buena, lo sé, pero quiero olvidar muchas cosas que me han sucedido. Como en la guerra en el arte se debe ser astuto, fuerte y tantas cosas… Jeremías.

Y estas páginas, fragmentos de una novela epistolar, cartas a una novia, me las envió poco después de ingresar en el ejército:

Hay un centenar de mozos que quieren ser soldados. Vienen de todas partes del país. Todos tienen un aspecto rudo; ¿también yo? Pues no creo. La primera noche y la primera mañana han sido placenteras. He dormido en el piso pero no me quejo […] Toda la mañana nos la pasamos corriendo, haciendo saltos en culiche, y poniéndonos firmes y cuerpo a tierra. Esto me ha dado gran hambre. He sudado como nunca; creo que he sacado el puro que me fumé hace un año. Uno que otro aspirante a soldado ha sentido la muerte.

—Quiero mi baja —han dicho tres.

—Ya va queriendo esta mierda —dijo el cabo Quixal […]

—Miren muchá —decía el cabo Valux—. Tóquense en medio de las piernas. ¿Se les hunde la mano? Si quieren ser soldados agárrense los huevos. Este uniforme no cualquiera lo puede llevar puesto.

Cuando hubimos escuchado estas palabras nos mandaron a bañarnos. Hay que bañarse corriendo, linda, porque solo disponemos de un par de minutos para hacerlo. Por la noche nos han enseñado a marchar: algo difícil para mí.

—¡Mira! Es fácil… pie derecho, brazo izquierdo; pie izquierdo, brazo derecho… A ver. Atención. Firmes. De frente, marcando el paso, ¡marrrrchén! —dijo el cabo Quixal.

Todos ya pueden marchar, menos ya tú sabes quién. No aguanto las piernas, estoy muy cansado, y a pesar de esto me puse a marchar.

—Pie derecho mano izquierda, pie izquierdo…

—¡Por la vida de las putas, De León! Esa mierda no se hace así.

—Para vos es fácil porque ya podés —le dije.

—¿Cómo, recluta? Poné las manos detrás de la espalda.

Me dio un cabezazo en el pecho que me saco el aire de los pulmones.

—Mirá al techo. ¿Qué ves?

Hice lo que me ordenó. Qué pregunta más sabia, y deliciosa como tus besos, querida. Oh… tus besos, cuánta falta me hacen.

—Veo rectángulos —dije.

Me sentía dichoso por comprender por qué Platón decía que estamos formados por figuras geométricas… La ontología comenzaba a mostrarme sus maravillas. El cabo Quixal miró al techo.

—¿Qué ves en las paredes? —me dijo luego.

—Dos rectángulos con varios cuadrados en el interior.

El cabo Quixal miró las paredes y se echó a reír por unos segundos.

—Aquí no curamos maniáticos, pero vas a aprender a marchar. ¿Vos venís de la Unión Soviética? Traé para acá la cabeza —me dio un coscorrón—, hay que examinar de dónde se le cayó una tuerca. Dale vueltas a la cuadra, a ver si así te empezás a curar —dijo.

Salí corriendo, feliz por entender la región ontológica de los objetos ideales. Di dos, tres, cuatro, cinco, seis vueltas más. La respuesta que di fue siempre la misma: Nunca negaré lo que pienso. ¡Nunca! Aunque tenga que morir por esto.

Es poco probable que las prácticas kaibiles desaparezcan pronto. Hace unos meses, durante el juicio por genocidio a Ríos Montt, un testigo exkaibil acusó al actual presidente de Guatemala, que fue oficial instructor de la primera promoción de kaibiles, en el Infierno, precisamente, de haber ordenado las matanzas de civiles en el llamado Triángulo Ixil. La defensa del Presidente fue: «Ese debe de ser un falso kaibil. Un kaibil no traiciona nunca a otro kaibil».

Bibliografía

  • Gaytán Ortega, J. (2003), Los kaibiles. Guatemala: CEDHIM.

Notas

  • 1. J. Gaytán Ortega (2003), Los kaibiles. Guatemala: CEDHIM. Volver