Es sorprendente que más de un estudiante, desde primaria a la universidad, te diga fresco y tranquilo que no le gusta leer.
Los niños y los jóvenes, generalmente, ven la lectura como una nueva orden que deben acatar de sus padres. Y todos sabemos que a los adultos nos encanta dar órdenes y también sabemos que los chicos adoran torcer las reglas del juego cuando un adulto les dice qué hacer. Bajo esa realidad, es casi nula la posibilidad de que asocien el leer con un descubrimiento placentero. Uno se queda de piedra cuando los muchachos asocian los libros con algo parecido a una muerte lenta, y el asunto se pone de paro cardíaco cuando agregan que en su tiempo libre solo quieren estar con el DS o el Wii u otro juguete.
No es que vayamos ahora a esconderles o quemarles los juegos de Chima, Max Steel, Transformers, ni a las chicas los de Monsters High, sino que debemos mirarnos al espejo y ser sinceros. Los adultos siempre andamos con esa eterna queja: los chicos deben leer, pero, ¿nosotros los padres, abuelos, tíos y hermanos leemos con frecuencia? ¿Lo hacen todos los maestros y profesores, los presidentes de nuestros países y los gerentes de las empresas de todos los tamaños? ¿Qué hacemos para lograr esa misión de leer, y de paso, que no les dé urticaria tener un libro entre las manos?
Les compartiré cómo lo hago yo como periodista cultural en el diario La Prensa. Ojo, no crean que tengo la pócima mágica, ni sé si lo logro del todo, pero lo intento desde hace 23 años. Los que nos dedicamos a escribir en un periódico, una revista o un blog, tenemos la responsabilidad de ofrecerles a nuestros lectores textos que les sean interesantes; tener claro quiénes son los destinatarios de nuestras historias, y al tenerlo claro, compartir notas para que los demás se dejen seducir por la lectura.
Tenemos que acostumbrar a los lectores a que nuestros textos son uno de los tantos vehículos para aprender algo novedoso. Que nos hagamos cómplices de nuestros lectores, eso es una ganancia notable.
¿Cómo se consigue semejante maravilla? Es nuestra colaboración individual a esta sociedad global construir una comunidad lectora, que consuma textos, no importa si es a través de un medio impreso o desde un iPad o e-book.
Si hacemos lo nuestro, ¿quién quita, que ese ejercicio incentive a más de uno a escribir también su propia visión de este mundo o bien que lo convierta en una persona que invite a otros a leer?
Mi oficio de periodista, como cualquier otra forma de ganarse el pan nuestro de cada día, exige de formación y actualización constante. Igual deben hacer los padres y maestros, los directores de escuelas y todos los vinculados a la educación. Compartir información es otra manera de incentivar a la lectura, es otra forma de que la gente entre en contacto con las palabras y con las ideas.
Aparte de un ejercicio profesional serio, implica recordar que formamos parte de un instrumento comunicacional que debe velar por el bien de los demás, y una manera de hacerlo es informar de lo que le interesa a la gente, pero también de lo que debería captar su atención.
Vivimos en una sociedad abocada a la frivolidad y al morbo, ese es un negocio que da mucho dinero y te permite el acceso a muchos potenciales lectores, pero, ¿es la mejor forma de aprovechar el poder de comunicar? No. ¿Ofrecer chismes o crear controversias sin fundamento es una gran muestra de cómo se ejerce un servicio público digno? No, tampoco.
El uso correcto de los medios de comunicación social se logra cuando redactas textos claros, cuando sabes explicar los fenómenos que impactan, cuando invitas a pensar a tu lector, cuando le das importancia y valor a los hechos en su justa medida. Además, al escribir uno debe echar mano del ingenio y el sentido del humor; evitar ser aburrido, pesado, odioso y prepotente. Tenemos que amar el idioma, respetarlo, quererlo, cuidarlo, protegerlo y conocerlo. Debemos enamorarnos de los sustantivos y dejarnos conquistar por los verbos, y no querer tanto a los adjetivos, que son bellos, pero muchas veces son engañosos.
Adquirir tu tono y estilo propio. Que el lector diga: «Esto lo escribió fulano». También hay que saber qué contar y de qué manera hacerlo. Es cuestión de recopilar datos, analizarlos, planificarlos, y luego de cumplir ese proceso: redactar. Y de ser posible, dejar los textos en reposo, aunque sea unos segundos, el tiempo que puedo darle a mis historias porque la hora de cierre de mi sección del periódico me persigue sin piedad.
Hay que salir huyendo de lo que está de moda en cuanto a forma de hablar y evitar reproducirlo en las historias. Tampoco es irse al otro extremo y redactar como si estuviéramos en el siglo xix. Es lo de siempre: equilibrio, no despreciar el presente, pero tampoco endiosar el pasado. Estar cerca de la mesura y alejarse de lo superfluo.
Yo tengo un blog en la versión electrónica del diario La Prensa desde hace poco más de dos años. Cuando comencé con él recibí más de un consejo para lograr muchas visitas, y yo, que me especializo en ser un cabeza dura, me empeñé en hacer exactamente lo contrario cuando escuché los consejos.
Me dijeron que redactara textos cortísimos, que me hiciera eco de los chismes de los famosos, que explotara el morbo hasta sus últimas consecuencias, que incentivara la polémica. Me fui por el costado y decidí compartir con las personas lo que ellos necesitan saber de los temas que trata mi blog, es decir: cine, televisión, literatura y música.
Una de las máximas empresariales modernas dice: propaga la frivolidad y triunfarás. Yo he hecho lo contrario desde hace 23 años como periodista en un medio impreso y ahora también como bloguero: le salgo huyendo a lo tendencioso, soy contundente solo cuando un libro, una película o un álbum realmente se lo merecen y aplaudo sin reparo cuando un creador nos regala una producción inolvidable, un disco extraordinario o un texto maravilloso.
Otra recomendación que me dieron: tú escribe llano y ya está. No. Ni se debe redactar notas mirando por encima del hombro al lector, ni debes aspirar a que tus historias solo capturen la atención de los intelectuales o de aquellos que tienen las riendas del poder.
Se trata de expresarte con soltura, pero con aspiraciones que estén cerca de la calidad. Se trata de escribir notas aspirando a que sean piezas literarias, aunque no lo logres, pero intentarlo ya es bastante.
Además, ejercer tu trabajo desde un criterio independiente, que el lector sepa que mis historias no las hago para caerle lindo al distribuidor de películas, ni al jefe de una editorial, ni para ganarme viajes con gastos pagados para la cobertura de un acto o para que me paguen por debajo de la mesa un dinero extra.
Que el lector sepa que estará de acuerdo o no conmigo, pero que yo lo respeto, que expongo un punto de vista sin creerme lo máximo diciéndole mi verdad con honestidad.
Y cuando me equivoco, que me lo digan, para aprender, para que la humildad no se me escape, para que no me crea lo que no soy.
En mi blog, que se llama Cine y más, son los lectores más fieles los que me defienden cuando una persona me ataca porque pienso que Crepúsculo es una ofensa para la historia del arte audiovisual industrial.
Entre todos debemos reducir la brecha, no solo entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco, sino también la brecha de los que leen y los que no lo hacen, entre los que saben leer, pero no terminan de conocer los mecanismos para analizar e interpretar lo que han leído.
Se habla de la guerra contra el terrorismo y contra el hambre. En nuestro caso, sería convocar una gesta contra los libros cerrados, contra las bibliotecas que no reciben visitas, contra la ignorancia, contra el «poco importa» y contra la apatía hacia la lectura. Al final se trata de ayudar a comprender la vida y sus vericuetos a través de la palabra.
Vamos a decirles a los muchachos, pero también a sus familias, que leemos para vivir, para recordar, para visitar lugares fantásticos, para conocernos y conocer a los otros.
Vamos a leer para descubrir, para cambiar de opinión, para ver el mundo con otros colores, para encontrar respuestas y, en especial, para preguntarnos.
Al leer cautivamos y engañamos al tiempo. Renovamos la posibilidad de creer, de perdonar, de cuestionar. Leer es otra forma de ser felices y ¡vaya si necesitamos razones para estar contentos en medio de tanto caos vehicular, crisis financieras, corrupción política y otras calamidades que son harina de otro costal! A leer.