La idea de un libro nace en el alma del escritor. Y desde los petroglifos y los jeroglíficos precursores hasta la computadora moderna impulsora del universo cibernético, pasando por los copistas monásticos del medievo y la revolución desatada por Gutenberg con su imprenta de tipos móviles, todos han contribuido a expandir la comunicación del fruto de esas semillas del pensamiento.
La intangibilidad y la rapidez —virtualmente la instantaneidad— en la transmisión de las ideas plasmadas en los libros electrónicos abren una nueva visión, un nuevo espacio, para ponerlos al alcance de todos y de cualquiera, sin distinción de distancias o fronteras.
Quienes llevamos vivido más de medio siglo presenciamos esa transformación en la confección mecánica del libro. La asimilamos cotidianamente casi sin percibir su enorme magnitud o la profundidad del cambio. Nuevas costumbres suceden a las anteriores; el gusto por el papel es sustituido por la tableta electrónica; el placer táctil de una cubierta de cuero cede lugar a la tersura del plástico.
En esta ocasión —agregando una visión a las ponencias detalladas y eruditas de la mesa redonda precedente sobre la industria del libro, dirigida con la bonhomía que caracteriza a don Belisario Betancur—, quiero poner énfasis en ese cambio, que tiene un impacto tremendo en la industria del libro y está alterando las costumbres de los lectores. Los textos de los libros llegan a las manos del lector a través de una tableta electrónica o de la pantalla de una computadora, que le permite escoger el tamaño de la letra, e incluso la posición vertical u horizontal de la tableta para mayor comodidad de quien la usa. Un salto tecnológico que ya hace posible incluir en los libros sonidos y vídeo. Para el autor, esto significa que puede ser su propio editor, acudiendo a alguna de las diversas modalidades que permiten «colgar» su libro en el universo cibernético… y recibir un pago monetario por su talento y por sus esfuerzos.
Hay ahora compañías y programas de computadora para escribir, diagramar y comercializar libros digitales, los e-books. Han proliferado las compañías editoriales electrónicas, por así llamarlas, que facilitan la confección de estos libros sin papel usando programas como Microsoft Reader, Adobe Acrobat, E-Book Generator, solo por mencionar unos pocos. Los programas editores permiten además incorporar imágenes y procesar el texto.
Una vez escrito, revisado, corregido y formateado el texto y agregadas las ilustraciones si se desea, es decir, terminado el contenido, hay compañías como Amazon, Kobo, Nook Press, iBooks y otras que ayudan a comercializarlo, ocupándose de la promoción y de la cobranza. Los autores más emprendedores e individualistas pueden optar por ser su propia editorial, publicándolo y promocionándolo por medio de su propio sitio web. Y en este caso, el acceso puede ser gratuito o pagado.
Mi primera experiencia directa con la publicación de un libro web la tuve cuando un colega periodista, Mo García, escribió en el año 2000 sus memorias «The South America Years»,1 relatando sus experiencias como corresponsal de la revista Time en América Latina a mediados del siglo pasado. Revoluciones, golpes militares, intrigas políticas, conspiraciones, la muerte del «Ché» Guevara, guerrilla, subversión. Mo no llegó a concertar su publicación con una editorial y doce años después, tras acceder al texto, me pareció que se podía aprovechar el fenómeno de las nuevas tecnologías en Internet para publicarlo virtualmente. Pensé que era interesante ofrecer a los nuevos periodistas, así como a los interesados en la historia de la región, ese vistazo honesto, acompañado con frecuencia de un seco sentido del humor, sobre el ingenio y las proezas logísticas de los corresponsales extranjeros para cubrir los acontecimientos de ese par de décadas convulsas. De manera que, con la asistencia experta de mi esposa Celia, lo «colgamos» en la Red y allí está, gratuitamente, para quienes tengan curiosidad e inclinación por leerlo.
«The South America Years» ha encontrado albergue también en In Octavo,2 el sitio web del periodista Santiago González, un emprendimiento sin fines de lucro que combina las tareas de casa editorial y de biblioteca pública para ofrecer gratuitamente «obras digitalizadas de autores argentinos hace tiempo olvidadas y de autores extranjeros en sus idiomas originales o en traducciones».
Andando los años, otros colegas se aventuraron en diversos senderos de la publicación virtual. Uno de ellos, el periodista español Juan Andrés Muñoz, de ingenio travieso, inició en 2009 un experimento literario con el relatweet en su blog Allendegui,3 usando los 140 caracteres de Twitter. Cada contribuyente iba agregando un tuit al mensaje original, construyendo una narrativa que llegó a tener cinco capítulos. Fue desarrollada por 39 tuiteros de siete países (Argentina, Chile, Ecuador, España, México, Perú y Venezuela) que aportaron 214 tuits en el curso de cinco días. El profesor José Luis Orihuela, de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra —quien participó en la aventura—, comentó en el prólogo que «el resultado ha sido un relato, seguramente surrealista, pero que nos da pistas acerca de las posibilidades y las limitaciones de la llamada inteligencia colectiva aplicada a la creación de ficción».
La miniobra concluye con un desafío de continuidad: «Todo se hundió engullido por el mar. Se hizo la calma. Se escuchó el graznido de una gaviota. Y de la superficie emergió la pantalla del ordenador [o computadora], todavía encendida, y un tweet escrito: “terminálo vos”».
Otro colega, Boris Trucco, a la manera folletinesca de la novela por entregas de Victor Hugo con Los miserables, va publicando en la Web relatos destinados a ser el embrión de una novela romántica. La promociona mediante mensajes de Twitter y Facebook a una vasta red de amigos, conocidos y público en general. La meta es culminar «Los cuentos de Marcello»4 incorporando los prodigios que ofrece la tecnología. Es decir, adornando algunos de sus pasajes más significativos con enlaces a vídeos y segmentos de audio para enriquecer la experiencia sensorial del lector. Lo que podríamos llamar un libro multidimensional.
Esta tecnología de incorporar vídeos, sonidos y otros elementos, anunciada hace apenas poco más de un año5 (enero de 2012) está comenzando y podría ganar adeptos entre los autores nuevos de obras literarias.
Vemos así que hoy en día el fenómeno de los libros electrónicos ha explotado y son cada vez más quienes leen sus libros en tabletas y no en papel. Y como se mencionó, está creciendo también la cantidad de quienes publican y además comercializan sus propios libros electrónicos.6
Pero el germen sigue siendo esa chispa intelectual que dio vida a la idea, que la intuyó, la sintió, la investigó, la impulsó, la desarrolló, la enriqueció y finalmente la alumbró para compartirla con el mundo en un libro.
La novelista Virginia Woolf decía que «cada secreto del alma de un escritor, cada experiencia de su vida, cada atributo de su mente, se hallan ampliamente escritos en sus obras». El poeta y ecologista estadounidense Henry David Thoreau describió los libros como «la riqueza atesorada del mundo y la herencia que nos deja en forma de generaciones y naciones». Y antes que ellos, Cicerón ya observaba que «un recinto sin libros es como un cuerpo sin alma».
Toda esa riqueza atesorada, todos esos secretos de las almas, forman un semillero intelectual que se alimenta en el entrecruce cultural, promovido e impulsado por las migraciones humanas tradicionales. Y ahora cada vez más por las migraciones del pensamiento en este universo cibernético que estalla como una supernova.
Así, los usos, costumbres, idiomas y palabras pasan de un continente a otro, de una comarca a otra, de una región a otra, llevados en gran parte por el libro, ya sea impreso en papel o electrónico. Un vasto tejido de géneros, crónicas o ficciones, narraciones, estilos…
Los libros son el instrumento vital en el transvase cultural de los países de habla hispana a otros, tanto en Europa como en Estados Unidos; centinelas del buen hablar cuando la confluencia de idiomas mella las lenguas maternas.
Las cifras no cuentan toda la historia. Pero sirven para medir. De los 290 millones de habitantes de Estados Unidos mayores de cinco años, 37 millones y medio hablaban español en el hogar en 2011, comparado con solo 11 millones tres décadas antes.7
Ese aumento se ve también en el auge de la venta de libros digitalizados. Hace un año y medio Amazon lanzó un portal para la venta de libros electrónicos en español con 30.000 títulos.8 Y ahora son más de 75.000 comparados con 120.000 de tapa dura y más de 800.000 en tapa blanda o rústica.9
Sin embargo, ese entusiasmo no tiene paralelo en los anaqueles de las librerías que visité en el área de Atlanta, donde la cantidad de ejemplares de libros en español es exigua. Es de esperar que ese no sea el caso en grandes concentraciones urbanas con fuerte presencia de hispanohablantes, como Los Ángeles, Miami o Nueva York.
Vayamos a otro aspecto del impacto de los libros. Bien se ha dicho que la historia la escriben los vencedores, aunque ahora la proliferación del acceso a las redes sociales ha abierto un campo enorme para la difusión de perspectivas y testimonios discordantes, algunos fidedignos, muchos no. Así como este fenómeno facilita a algunos su intención de reescribir la historia conforme a su propia visión, también abre la puerta para la refutación. Y esto igualmente se ve en los libros. Además del campo histórico, la tendencia es perceptible en los ámbitos cultural y social.
Un par de casos recientes sobre el uso polémico de libros escolares, los textos dirigidos a nutrir las mentes de las generaciones nuevas: los libros que los jóvenes lectores no eligen libremente sino que son usados por sus maestros para enseñarles, a diferencia de los libros que cualquiera puede escoger a su antojo en cualquier parte.
En Argentina, el Ministerio de Educación del Gobierno Nacional envió a las escuelas secundarias de las provincias unos libros de texto de alto contenido erótico para instruir a los adolescentes. La prensa describió ese contenido como «sexo explícito, escenas de lesbianismo, zoofilia, drogas, violaciones a mujeres y lenguaje vulgar».10 Uno de los libros se basa en una historieta cuyo tema es descrito por un lector como el de «un policía corrupto y venal que tiene prostitutas como novias y consume cocaína y otro policía que lo mata a balazos por la espalda».
Las protestas fueron airadas en las provincias de Mendoza,11 Córdoba12 y Misiones,13 donde los padres y las autoridades locales actuaron para exigir que se retirasen de las aulas. La respuesta de la editorial que los produjo, cargada de fuerte contenido político e ideológico, calificó a los maestros y funcionarios provinciales de «censores» por detener su distribución.14
En Estados Unidos, la polémica tiene que ver con un libro de texto sobre religión. Ha sido causada por el uso en las escuelas del condado de Brevard, Florida, en los últimos tres años, de un libro de historia universal que promueve al islam a expensas del cristianismo y del judaísmo.
El legislador estatal Ritch Workman dice que el libro de la editorial Prentice Hall reescribe la historia islámica y presenta una versión tendenciosa de la fe musulmana. Pone como ejemplo la afirmación de que, tras la conquista de Medina por Mahoma y sus ejércitos, «su pueblo aceptó al islam con felicidad como su forma de vida» […] «sin citar que decenas de miles de judíos y no creyentes fueron masacrados por las tropas de Mahoma». La educadora Amy Kneessy señala que los combates ganados por los cristianos son descritos como «masacres» en tanto que los ganados por los musulmanes son simplemente «tomas». «En las mentes jóvenes, [la palabra] masacre pinta un cuadro visual muy diferente a una toma u ocupación, cuando en realidad ambas batallas fueron muy sangrientas».15
La editorial Prentice Hall defendió el texto diciendo que se trata de un volumen de una serie sobre historia mundial que abarca también tomos específicos sobre las otras religiones y sostuvo que el curso fue creado conforme a «las más altas normas editoriales».16 Podría decirse que la escuela se torna en campo de batalla ideológico y religioso donde las armas son los libros.
Así es como volvemos al comienzo, tras este fugaz vistazo a lo que el ingenio del hombre puede hacer, para bien o para mal. Aún maravillados por la magnitud del cambio desde los tiempos antiguos y la pasmosa velocidad de las trasformaciones que ocurren hoy en día ante nuestros ojos, apenas podemos vislumbrar el prodigio de lo que vendrá. Vemos, sí, cómo el libro, instrumento de la transmisión del pensamiento, acompaña al hombre en su evolución, desde los petroglifos en las cuevas hasta las estrellas.