En esta ponencia, cuando nos referimos a circulación del libro lo hacemos pensando que los lectores iberoamericanos, en cualquier país de la región, puedan tener un mayor acceso a todas las publicaciones que se originen en su propio país y en el resto del mundo, favoreciendo así la oferta de libros y por tanto abriendo la posibilidad a su lectura.
La industria editorial, como ninguna otra, puede dar fe de la riqueza y la diversidad cultural que habita en América Latina. Según un estudio de la Unión Internacional de Editores, la industria editorial es la más importante en el ámbito del entretenimiento, con un valor estimado de 151.000 millones de dólares, seguida por el cine, con un valor estimado de 133.000 millones de dólares.
Se calcula que la región consume anualmente un promedio de menos de dos libros por habitante. En Argentina se compra un promedio de un libro y medio por habitante al año, lo que comparado con diez libros por habitante en el mismo período en Estados Unidos nos deja en un nivel muy bajo. Estos bajos índices de consumo están relacionados, obviamente, con algunas variables críticas para el desarrollo de la industria del libro y de la lectura, como el ingreso disponible de la población, los niveles educativos y algunos factores asociados con la enorme diversidad cultural de la región.
El tamaño relativo actual de nuestra industria y de nuestra población lectora, nuestra principal debilidad, es, a la vez, nuestra principal oportunidad hacia el futuro. La proyección de la región es tal que se vislumbra un gran crecimiento de la población, por lo que deberíamos proponernos desde hoy, y trabajar al efecto, que esos nuevos habitantes sean población lectora.
La industria enfrenta dos retos fundamentales: desarrollar un mercado de lectura, de manera sostenida, para lo que se requiere el concurso de muchos (gobiernos, empresarios, sistema educativo, docentes, bibliotecas, padres de familia, entre otros). Se requiere también desarrollar una oferta adecuada para ese mercado, con más libros, de mejor calidad y a precios competitivos. Además, hay que trabajar en el desarrollo de cadenas productivas fuertes alrededor del libro: productores de papel, diseñadores, talleres de preimpresión, impresores, encuadernadores, autores, editores, distribuidores y libreros. En estos dos últimos estamentos está parte de la clave.
Quiero destacar, y no con esto se justifica la copia ilegal aunque permite comprender su origen, las dificultades que presenta la distribución de libros en la región. Estos no llegan en forma oportuna y eficiente al lector. Esos problemas se reflejan en todos los ámbitos, desde el comercio internacional, pasando por el de dentro de las grandes ciudades, hasta el comercio en las regiones o provincias de nuestros países.
Frente al problema de la distribución hay que plantearse temas tan importantes como: la capacidad de atender los mercados, la excesiva concentración en las grandes zonas urbanas y el relativo abandono de las provincias y los alrededores de las grandes ciudades; la introducción de sistemas modernos de gestión administrativa, comercial y de mercadeo; la irrupción del comercio electrónico, de los libros digitalizados y de nuevas formas de distribución del contenido editorial, así como de nuevas tecnologías de impresión por demanda, y la velocidad de circulación de los libros en el mercado. Un mercado imperfecto de distribución frena las posibilidades de crecimiento del conjunto de la industria y creemos que es un tema en el que las cámaras del libro y el Grupo Iberoamericano de Editores deben hacer hincapié y buscar una solución.
También, los gobiernos deben tener una política pública de fomento de la circulación de los libros por medio de una legislación adecuada o suscribiendo tratados internacionales. Como un modo de facilitar la libre circulación de los libros, la Unión Internacional de Escritores (UIE) promueve el Acuerdo de Florencia (1950) y su protocolo de Nairobi (1976). Ambos fueron adoptados por la UNESCO para facilitar la circulación de las ideas promoviendo la libre circulación de materiales científicos, educativos y culturales. No se han adherido la mayoría de los países iberoamericanos y muchos de los que lo han suscripto no lo cumplen.
En la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado de Caracas de 1998, Argentina propuso la firma por parte de todos los países iberoamericanos del Acuerdo de Florencia, pero no lo firmó. Además, hoy deberían actualizarse sus artículos para incorporar las nuevas tecnologías. Si bien el tratado de Florencia y su protocolo de Nairobi pueden ser de gran ayuda para solucionar el tema de la circulación de libros, los problemas relacionados con la circulación del libro en español no derivan únicamente de la falta aceptación o de cumplimiento de dichos acuerdos internacionales, ni por parte de los países de nuestro idioma ni de aquellos que no son de habla hispana, pero pueden ser receptores de los libros editados en español.
Algunos gobiernos latinoamericanos impulsaron las llamadas leyes de fomento al libro, con mayor o menor impacto en los países, según haya sido su orientación y permanencia. Estas leyes, en su mayoría, han girado en torno a favorecer la función editorial con tratamientos fiscales preferentes, el fortalecimiento de las bibliotecas públicas y los beneficios impositivos para los autores. Muchas de estas leyes no han tenido la permanencia y la complementación de otras medidas para poder asegurar los resultados esperados. A tal punto que, algunas, no han sido reglamentadas.
Las crisis económicas de los últimos años y en especial a partir del 2008 se han hecho sentir en la industria editorial. Su situación en muchos países se ha convertido en un grave problema. Países como Argentina han sufrido un alto incremento de sus precios, lo que dificulta la exportación de libros por su alto costo. Otros países han aumentado su producción local, lo que les hace menos ávidos de libros importados. Estas situaciones, que vivimos como un impedimento a la circulación del libro, no responden a medidas legales ni impositivas, sino a realidades culturales y económicas de difícil solución desde el sector privado. Otra forma de impedir la libre circulación del libro han sido las diversas restricciones administrativas que dificultan el ingreso a la Argentina de libros impresos o editados en el extranjero.
El Gobierno estableció un creciente control del comercio exterior para equilibrar la balanza comercial y esto vino de la mano de la presión de un importante grupo de industriales gráficos que, desde el año 2010, estaban realizando gestiones para limitar la importación de libros impresos fuera del país. Ambas razones comparten causas comunes, particularmente la creciente pérdida de competitividad de una economía que padece altos índices de inflación con un tipo de cambio relativamente estancado. Pero, además de la exigencia que impone el gobierno de equilibrar los saldos del comercio exterior a cada importador para autorizar la importación, el lobby de los industriales gráficos consiguió que se sancionara una reglamentación específica, cuya finalidad explícita es el control de la proporción del plomo en la tinta de los libros que se importan pero que, de hecho, funciona como una barrera paraarancelaria destinada a dificultar o restringir el ingreso de libros al país. La combinación de ambas exigencias, los trámites necesarios para cumplirlas y la incertidumbre acerca de la decisión final que adoptará el funcionario a cargo han provocado que buena parte de quienes importaban libros dejen de hacerlo o reduzcan la variedad y cantidad de lo que importan a las necesidades mínimas. El efecto inmediato es el empobrecimiento de la oferta editorial en el país.
Como bien resalta el editor argentino Alejandro Katz, «Argentina produce aproximadamente el 12,5 % de los títulos que se editan en idioma español, lo cual significa que cualquier restricción impuesta al ingreso de libros impedirá al lector argentino el acceso al 87,5 % de los títulos que cada año se publican en nuestro idioma —por no mencionar lo editado en otras lenguas—».
Hace muchos años que los editores de habla hispana miramos con cariño al mercado del libro en Estados Unidos. Muchos sostienen que hay trabas a la circulación del libro en español y por esa razón no pueden vender allí. En el acto inaugural de este congreso, se mencionó el tema del mercado estadounidense. Es cierto que 52 millones de habitantes constituyen un mercado apreciable. Ocurre que una gran parte de esos millones de habitantes no tienen ni los medios económicos ni la preparación cultural que los lleve a adquirir libros en español. Los hispanohablantes nacidos en Estados Unidos o criados desde pequeños allí leen en inglés y solo leen en español excepcionalmente. Por eso las librerías tienen una sección pequeña de libros en este idioma, aunque en los últimos años los metros lineales de las estanterías de las librerías y las obras subidas a las librerías digitales han aumentado debido a que los editores locales han publicado libros en español. Pero la variedad todavía es pequeña, sobre todo en papel, y las ventas digitales no son muy importantes.
Los autores latinomericanos han tenido que modificar el circuito de venta de sus libros. Antes se sentían consagrados cuando conseguían ser publicados en España. Eso les daba una presencia mayor en las librerías y una vitrina más internacional. Hoy la situación económica en España hace que el mercado editorial este pasando por un momento difícil. Como consecuencia el circuito de edición para los autores latinoamericanos ha cambiado. Para ser editados tienen que mirar a los editores locales.
La edición digital ha creado una nueva situación para los autores noveles o aquellos que hacen edición del autor. La autoedición en papel tiene poca llegada. Es difícil para una editorial mediana o chica tener espacio en las librerías, cuánto más para los libros de edición del autor. Pero la edición digital ha dado una mayor difusión a esos autores, a tal punto que muchos han pasado a vender sus derechos a editoriales importantes que los han editado en papel y muchos otros no desean vender sus derechos, pues se quedarían con el importe de su derecho de autor y el del editor.
Hablando de libros en soporte digital, creo que es una de las formas de facilitar la circulación del libro. Librerías con estanterías sin fin. Abiertas siete días durante 24 horas. No hay distancias que recorrer, ni hay que buscar estacionamiento. Los libros deberían poder comprarse desde cualquier lugar de la tierra (no me refiero al típico ejemplo de poder comprar desde la playa, que también es cierto, me refiero a comprar desde Japón un libro panameño). Todo es posible, en tanto en cuanto no encontremos trabas.
Por ejemplo el impuesto al valor agregado o impuesto sobre ventas (IVA - ISV - VAT) no se aplica al libro en Argentina, pero sí en otros países. España tiene un IVA diferenciado, 4 % para el libro en soporte papel y 21 % para el libro electrónico. Como consecuencia no puedo comprar libros digitales de librerías españolas fuera de España. El libro digital no viaja al exterior desde las librerías españolas. Puedo comprar libros en español en Estados Unidos o en Argentina, cuando alguna librería digital los venda, pero la oferta es limitada. Lo mismo ocurre con el Reino Unido, Italia y muchos otros.
Los editores no podemos negar la importancia que tiene para nosotros la libre circulación. Podríamos hacer tiradas mayores, los libros tendrían precios más bajos y tendríamos muchas más posibilidades de exportación, pero sobre todo estaríamos difundiendo mejor a nuestros autores. Al tener mayor presencia y precios más bajos desalentaríamos la piratería.
Abogamos por una libre circulación del libro en cualquier soporte pues creemos que, además, facilita el acceso a los contenidos, favorece la educación y la diversidad cultural y porque creemos que el libro llegará a más lectores y que con la lectura contribuimos a la formación de ciudadanos libres.