Mientras nuestra vida diaria cambia al ritmo que incorporamos cada tecnología, la escuela resiste y se aferra a la época de la imprenta.
Daniel Cassany (En_línea. Leer y escribir en la red)
Frente al modo tradicional de producir, difundir y enseñar literatura, los docentes deberíamos preocuparnos por algunos aspectos relativos a las nuevas tecnologías. Entre ellos, llama la atención el destino de la literatura definida como evento de arte, frente a la presencia y potencia de la red de redes. Internet (y todo lo que implica), Twitter y la telefonía celular han venido contribuyendo con la producción y difusión de otra literatura y, al parecer, poco ha hecho la escuela para integrarse a este proceso. A juzgar por los contenidos de algunos libros de texto para secundaria, seguimos «enseñando», invitando a la lectura y proponiendo «análisis» o enfoques, como si nada estuviera ocurriendo dentro del universo mismo de lo literario. Muchos escritores siguen escribiendo y publicando como si el mundo de la palabra escrita fuera el mismo que se gestó en la antigua Grecia, sin tomar en cuenta que, como ha dicho Marc Prensky (2010: 13), «Necesitamos enseñar a los chicos a respetar el pasado pero a vivir en el futuro». Continuamos juzgando la valía literaria de un texto propuesto como tal, de acuerdo con viejos patrones.
Dentro de ese marco de referencia, me pregunto en esta comunicación cómo será nuestra historia literaria futura en ese universo ya ineludible que es la realidad virtual, cómo abordaremos en la escuela la llamada literatura electrónica. Me referiré exclusivamente a obras escritas expresamente para circular y ser «consumidas» en entornos digitales, a veces incluso con la posibilidad de que el lector las manipule e intervenga. La estética literaria profesada por los jóvenes lectores de hoy es muy otra frente a la nuestra; los modos de escribir y leer son diferentes, las concepciones canónicas que hemos creído cerradas e inamovibles se están alterando por mucho que deseemos ignorarlo.
Dentro de ese marco de referencia, me pregunto en esta comunicación cómo será nuestra historia literaria futura en ese universo ya ineludible que es la realidad virtual, cómo abordaremos en la escuela la llamada literatura electrónica. Me referiré exclusivamente a obras escritas expresamente para circular y ser «consumidas» en entornos digitales, a veces incluso con la posibilidad de que el lector las manipule e intervenga. La estética literaria profesada por los jóvenes lectores de hoy es muy otra frente a la nuestra; los modos de escribir y leer son diferentes, las concepciones canónicas que hemos creído cerradas e inamovibles se están alterando por mucho que deseemos ignorarlo.
Comencemos nada más por el hecho según el cual, en el campo de la literatura centrada en el diseño del hipertexto, hoy se cuestiona la autoría individual y vuelve a imponerse la noción de texto colectivo como en los tiempos de Homero. Frente a la pantalla, al hacer clic sobre alguna obra incorporada a la Red, el lector decide su propia forma de aproximación y se convierte en un verdadero coautor; se rompe la clásica noción de linealidad temporal, sustituida ahora por la dispersión espacial; la facilidad de intervención del texto por el lector pone en duda, o al menos modifica, las concepciones de autor y lector modelos (como ortodoxamente los concibió, por ejemplo, Umberto Eco, 1981); las obras dejan de ser productos «cerrados», únicos, definitivos; la imposición de los autores por parte de instituciones sociales como la escuela, las editoriales, las academias, la crítica, los concursos, se debilita y, en consecuencia, se modificará lo que tiene que ver con la valoración estética del texto literario.
Estamos atravesando por un proceso de debilitamiento del canon que ha regido la concepción estética de la literatura desde antes de la invención de la imprenta, reforzado después de la masificación del libro impreso, convertido en fetiche de la cultura escrita. Se ha iniciado una ruta marcada por la necesidad de un nuevo condicionamiento para la distribución de la literatura y su posibilidad de consumo (Barrera Linares, 2009). Este hecho modificará no solo la literatura del futuro sino también la presente (Lanham, 1989).
La emergencia de la ciberliteratura podría llegar a imponer un nuevo canon que regirá para todo lo que hasta ahora se consideró un texto literario. Y para efectos de la enseñanza se trata de un hecho que los docentes no debemos pasar por alto.
Deberán reformularse conceptos como erudición, intertextualidad, plagio y derechos autorales, entre otros. Objetivamente podemos decir, por ejemplo, que el plagio es una conducta autoral censurada principalmente dentro de la cultura letrada, mas no dentro de la oralidad en general y mucho menos en lo que se ha denominado literatura oral. Si tienes buena memoria, puedes repetir literalmente una historia escuchada o leída y a nadie se le ocurriría acusarte de plagiario. ¿Quién nos acusa, por ejmplo, de plagiar o intertextualizar los cuentos populares cuando los repetimos y los recreamos, incluso si hacemos esto en la escuela como docentes?¿Quién se preocupa porque asociemos múltiples piezas de canciones populares con los cantantes que las han popularizado y no con sus verdaderos autores? Esto ocurre porque la noción oficial y escolar de canon solamente recae para la escuela en la palabra literaria escrita.
Dentro de este contexto, todavía ignorado por gobiernos, ministerios y otras instituciones, ya no bastará con «enamorar a lectores» e imponerles oficialmente lecturas obligatorias. Habrá también que dejarse enamorar por ellos y acercarse a sus nuevas concepciones, a los esquemas cognoscitivos a que los está llevando la ciberdiscursividad. Sería ingenuo creer que la literatura y los modos como la enseñamos permanecerán intactos ante los cambios lingüísticos emergentes relacionados con las llamadas redes sociales. La nueva cultura impresa virtual nos obliga a redefinir esta actitud en una apertura hacia el llamado sujeto lector multimedia o hipersensor. El que no solo lee e interpreta palabras sino también sonidos e imágenes (a veces animadas) y, sean literarios o no, además puede afrontar varios documentos simultáneamente. Nuevas modalidades de lectura traerán nuevos modos de concebir, percibir y procesar eso que hasta el presente hemos denominado «textos literarios». Y dicha situación obligará al docente a pensar en estrategias pedagógicas que consideren esa nueva actitud. Por lo menos se verá obligado en algún momento a confrontar dos cánones diferentes.
Hay quienes ya hablan de un gran único género en el que parecen caber todos los anteriores: la hiperficción, ficción hipertextual o ficción interactiva (Scolari, 2000, en línea; Scolari, 2004, en línea; Carricaburo, 2007; Rodríguez, 2009a, en línea).
Si descartamos aquellos textos inmodificables que mediante técnicas diversas (digitalización, escaneado, fotografía, reproducción en formato PDF u otros) han sido incorporados a Internet, podría referirme muy resumidamente a algunos tipos de textos narrativos que permitan ejemplificar esta nueva situación:
1. Obras de transición entre el formato impreso en papel y el formato virtual. Sea el caso de la webnovela intitulada Don Juan en la frontera del espíritu (559 pp.). Su autor es Juan José Díez y fue incorporada a Internet en 2006 (http://www.prodigia.com/clientes/webnovela/nueva/principal.htm). Puede ser considerada como el típico caso de literatura interactiva de transición entre el modelo clásico impreso en papel y la ciberliteratura. Relata la actividad del escritor español, diplomático y miembro de la Real Academia Española Juan Valera (1824-1905) como embajador en Washington.1 Se trata de un texto digital similar a un libro impreso, debidamente «paginado», que ofrece la posibilidad de ir pasando con el cursor las hojas una a una, pero con el ingrediente hipervinculante añadido. Incorpora también efectos sonoros e introduce al lector con un fondo musical más una presentación de nombres y fotografías de los personajes, aparte del prólogo (contentivo de unas breves instrucciones sobre los modos en que puede ser leída), un foro y los créditos.
Otro caso interesante en español es el del argentino Alejandro López y su novela Keres cojer = guan tu fak (2005), ampliamente reseñada y analizada por Norma Carricaburo en su ponencia leída durante el IV Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Cartagena (2007). Aparte de la trama policial que ha motivado la historia, esta curiosa novela toca el tema de la Red tanto en su contenido argumental como en su formato: los personajes chatean, se escriben mensajes de correo electrónico, visitan páginas virtuales existentes, no ficcionales. Y no hay prejuicios sobre la ortotipografía con que se escriben, incluyendo formas propias de la ciberlingua electrónica informal: abreviaturas, recortes de palabras, escatologías, defectos ortográficos, fonetización española de palabras y frases en inglés, etc., (Fraca, 2006). Y, aunque publicada en formato de libro impreso en papel, la novela tiene la particularidad de recomendar en su contenido referencias o enlaces que remiten a la página virtual de la editorial, donde han sido colgadas algunas producciones fílmicas del mismo autor que pueden servir para complementar la lectura, aunque es obvio que el libro pueda leerse también sin esos recursos adicionales. Se trata de una categoría que pone a interactuar dos soportes diferentes; fusiona dos formas de difundir literatura: desde el libro impreso en papel hacia la realidad virtual (Carricaburo, 2007, para un análisis de esta).2
2. Literatura elaborada mediante el sistema del blog interactivo en cuyo desarrollo pueden participar los lectores. Un ejemplo es el de la blognovela intitulada Más respeto que soy tu madre, del también argentino Hernán Casciari, publicada primero en la Red, en forma de blog, desde septiembre de 2003 hasta julio de 2004 (inicialmente intitulada Diario de una mujer gorda), y luego llevada al formato de libro impreso en papel por Plaza & Janés (2005), premiada, traducida al italiano y al portugués y, además, posteriormente adaptada y representada en formato teatral por el actor argentino Antonio Gasalla.
3. En tercer lugar tendríamos los textos literarios que desde su montaje inicial, por un autor concreto o por un equipo, pueden ser leídos, intervenidos y alterados por la voluntad del lector, lo que hace que se conviertan en obras colectivas (textos narrativos «hipermedia» los denomina Rodríguez (2009a). En consecuencia, su forma inicial no será más que una motivación, un estimulo para quienes quieran participar en su reelaboración, que, obviamente, puede resultar interminable.
Podría citar el caso de la novela La viuda y el fantasma (2011), de Nuria Solano, que ya aparece con el propósito de ser comercializada únicamente a través de la Red. Una vez adquirida, el sitio kindlespain.es ofrecía al lector la posibilidad de remitirle una nueva versión mensual, reelaborada de acuerdo con las sugerencias de los lectores, con lo cual la novela nunca será la misma, y con el añadido de que solo puede ser leída en un dispositivo electrónico Kindle.
Dentro de esta categoría, pero en formato de página web, puede mencionarse también el experimento totalmente hipermedia denominado Narratopedia, ideado y coordinado desde la Universidad Javeriana por el escritor colombiano Jaime Alejandro Rodríguez (desde marzo de 2008). Más que una obra hipermedia particular, Narratopedia constituye una amplia plataforma de creación colectiva o «espacio multidimensional de representaciones dinámicas interactivas». Disponible para la participación de múltiples internautas, ofrece recursos variados para ser utilizados mediante un conjunto de blogs, de acuerdo con diferentes temáticas. Rodríguez es además autor de dos novelas hipermedia: Gabriella infinita y Golpe de gracia, esta última ganadora incluso de un premio patrocinado por Microsoft y la Universidad Complutense de Madrid (2007). Ambas hacen uso de todos los recursos multimedia disponibles (escritura, sonido, imágenes, hipervínculos, etc.) a fin de implicar al internauta e incitarlo a participar, sea como simple lector, sea como coescritor.3
También leímos alguna vez que la editorial Penguin y la de Montfort University (Leicester, Reino Unido) colocaron en el ciberespacio la posibilidad de una narración a múltiples manos en cuya escritura podían intervenir tantos lectores como lo desearan, de cualquier parte del mundo, solo que en idioma inglés (http://www.amillionpenguins.com/)
Por otra parte, en Japón es posible desde hace varios años leer novelas a través de los teléfonos móviles celulares. Se cree que por los móviles japoneses circulaban en el año 2005 más de 150 obras ofrecidas por la empresa de comunicaciones Bandai Networks. Se las llama novelas keitai, traducible como ‘novelas móviles’ o quizás ‘narraciones celulares’.
Puede parecer incómodo para un lector «sexalescente» acostumbrado a las dos tapas que protegen las páginas de un libro, pero imagínese usted el deleite futuro de quienes esperan largas horas para que un médico los atienda: mientras aguardan, todos estarán pegados al móvil, a fin de saber si la pareja protagonista se casa o no se casa o si el experimento del malvado de la trama tendrá éxito en el propósito de volver sabandijas a los humanos. Es otra curiosidad, buena parte de la narrativa literatrónica parece familia de la maltratada telenovela, cuando no de la ciencia ficción. Dos modalidades que tienen sus miradas puestas en sendos grupos de lectores muy precisos (los adolescentes y los «sexalescentes» o adultos mayores). Pueden ser descargadas de la Web a precios que jamás competirán con los de un libro impreso en papel. Sin dejar de lado que, una vez posicionadas a través del mercado digital, algunas de esas obras podrían pasar de los píxeles al papel como libros impresos convencionales.
Otra estrategia editorial utilizada para esto es la partición de los textos en breves fragmentos semiautónomos que puedan ser leídos, por decir algo, entre dos estaciones de metro o autobús. Esto implica una vuelta a las novelas por entregas. Lees un capítulo, te apeas. Subes, lees otro capítulo y te bajas de nuevo, hasta que llegas a tu destino. Lo que para nada implica que no puedas leerlas en otros espacios. Y lo más sorprendente: la mayoría de los autores de esta modalidad de libros desechables son jóvenes, lo que también ha consagrado el ingreso de los estilos Twitter y SMS a la literatura. Como mero ejemplo, menciono apenas el primer capítulo de una novela celular venezolana: «Cap. 1: El olor a sesos podridos no es algo que se olvida, pensó el inspector Gutiérrez cuando entró en la habitación. La sangre, seca y oscura, delineaba los símbolos que no había visto en cinco años».4
Imagine usted el comienzo de una novela con las siguientes palabras: «Vngo a contart km se kyó la ksa d mi prro. La ky staba yna de gnt…».
En fin, que debemos prepararnos para otras maneras de apreciar y leer la literatura. Ha nacido lo que podría denominarse la telegrafía literaria, que además viene reforzada por Twitter y sus peculiaridades o «menudencias». Mientras la escuela tradicional sigue enclavada en los antiquísimos recursos de la literatura clásica, en este tiempo, los chicos disfrutan participando en esos concursos que te conminan a escribir una «novela» con capítulos fragmentados en 140 caracteres. Se llama «tuiteratura». Y más aún, para regocijo de los estudiantes de secundaria acostumbrados a leerse los resúmenes de las obras (y no las obras en su totalidad), la misma editorial Penguin publicó en el 2009 un libro intitulado Los grandes libros del mundo resumidos mediante Twitter (Twitterature: The World’s Greatest Books Retold through Twitter). Un total de ochenta y seis obras literarias ofrecidas a los lectores mediante veinte tuits cada una (todas presuntamente «universales», según los criterios británicos, que —igual que los de los franceses— no siempre son de confiar; entre otras, incluyen, por ejemplo, la Divina comedia, El paraíso perdido,… pero también El código Da Vinci, que a mi parecer al menos todavía no es un clásico).
Pero no se trata solo de imponer nuevas metodologías de lectura a través de mecanismos interactivos. Más que eso, se están generando cambios inherentes a la organización del texto literario y a los estilos y recursos lingüísticos. Puede parecer literario o no, discutible, pero muchos chicos de hoy están produciendo su propia literatura. Algunos jóvenes estudiantes a quienes se les acusa, censura y recrimina de aburrirse con cierta literatura clásica (ajustada al viejo canon) se divierten a veces produciendo en Internet su propia literatura, a partir de múltiples recursos audiovisuales. Un ejemplo es la llamada literatura fanfic (Cassany, 2012) o las múltiples páginas web y blogs en los que se arriesgan incluso a publicar textos de diversos géneros en los que, haciendo uso de cierta retórica tipificadora del canon convencional, transforman lo viejo en nuevas formas, con recursos provenientes de la ciberlingua.
Más allá de los nuevos rasgos gráficos y paratextuales que son obvios en la ciberliteratura —tipografía, recursos audiovisuales, hipervínculos, brevedad—, hay nuevos elementos estilísticos y formales que están contribuyendo en la conformación de un nuevo canon literario, o al menos en las severas modificaciones que está sufriendo el canon tradicional. Con el riesgo que esto implica, mencionaré apenas algunos. Motivos de espacio me obligan a mencionarlos superficialmente. Aparecen más explícitos y ampliados en Barrera Linares y Fraca de Barrera (2012): equilibrio entre literalidad y metáfora, imágenes concretas en lugar de amplias descripciones (sean de lugares, de procesos o de personajes), concepción más espacial que temporal, reducción del número de personajes (en el caso de la narrativa) y ruptura intencional de la lógica aristotélica, inclusión simultánea de hiperenlaces que impiden repeticiones y digresiones, al tiempo que facilitan la concreción, la diversificación de formas y tipologías discursivas y una textualidad más directa (muy importante esto en los géneros narrativos extensos como la novela). Podría además referirse la fijación temática en lo cotidiano y rutinario y la evasión de acontecimientos y profundidades filosóficas. Tan relevantes han sido estos rasgos que han comenzado a permear incluso la literatura que se sigue publicando impresa en papel, aquella que supuestamente sigue aferrada al canon convencional (Barrera y Fraca, 2012).
Para concluir, seguirán existiendo la literatura y la necesidad de que la llevemos a la escuela, porque como ha expresado Michel Melot (2008): «El mal del libro es incurable, pero nunca lo mata». No obstante, dentro de poco ni una cosa ni la otra serán lo mismo. Ya no tendremos que repetir las mismas lecciones acerca de los mismos autores en nuestras clases, porque cada vez habrán de ser distintas. Pocas veces será fácil responder a preguntas cerradas acerca de géneros literarios clásicos. Con otras consecuencias inevitables como la extinción o disminución de las «egotecas» autorales, la dictadura de los lectores-autores y los cambios formales inherentes a lo que está en proceso de constante movimiento. La escritura literaria dejará de ser definitivamente un privilegio de élites, ¿«eliteratura»?, para convertirse en una posibilidad colectiva, como fue en sus comienzos (literatura-e). El poder literario dejará de estar en manos de unos pocos autores consagrados, la consagración literaria del escritor habrá de medirse por otros parámetros o podría desaparecer como fenómeno cultural de acumulación de poder; el estado, las academias y la escuela se verán en problemas a la hora de imponer autores, y los editores tendrán que inventar nuevas estrategias de mercadeo. Porque más que solo palabras, la literatura podría devenir en un arte integral, un espectáculo, como dijera Christian Vandendorpe (2003). Espectáculo cuyos receptores han de actuar como improvisados semiólogos multimedia espontáneos («nativos digitales», Prensky, 2001, 2010; Piscitelli, 2006; «residentes digitales», Kruse, 2010), hipersensores: sujetos lectores equipados de modo natural tanto con el conocimiento tecnológico sobre el funcionamiento del soporte y el abordaje de los hipertextos como con unos principios estéticos distintos de los que hasta hace poco creímos definitivos. El canon que ha imperado hasta hace poco es cerrado, inamovible, rígido. El canon emergente lo será por poco tiempo debido a su carácter abierto, en constante modificación. En pocas palabras, o el profesor de literatura del siglo xxi se «enreda» o terminará «enrollado» y arrollado por el canon emergente.