El mexicano (reflexión sobre algunas de sus fuentes, efectos de ciertas mediaciones y una propuesta de remediación)Gastón Tadeo Melo Medina
Director ejecutivo del Instituto de la Mexicanidad (IMex)

A modo de introducción

Agradezco la oportunidad ofrecida por el VIII CILE y particularmente a la Academia Mexicana de la Lengua por su motivación para compartir algunas ideas puntuales sobre aspectos particulares de nuestra lengua común: el español.

Represento aquí al Instituto de la Mexicanidad, reservorio de pensamiento y acción, que concebimos un grupo plural de intelectuales, empresarios e ingenieros sociales hace poco más de dos años y que animamos con vocación de servicio y compromiso de sustanciación significante. Abogamos por los valores de la mexicanidad —o de la «equisidad» para sustraer el término de toda intensión nacionalista—: inclusión, mestizaje, libre tránsito de personas, igualdad de posiciones previa a la igualdad de oportunidades, reconocimiento positivo de la etnicidad; valores que son, entre otros, vectores que inspiran nuestro trabajo.

Es lugar común el señalar la condición viva y vital de las lenguas, siempre en construcción, las hablas se mantienen abiertas a la innovación. La prueba, quizá más clara de esa vitalidad, es que hay lenguas muertas y no es precisamente que hayan pasado a mejor vida, sino que han cumplido su ciclo.

En esta intervención queremos compartir una reflexión, tristemente algo general, acerca del modo en que las lenguas se nutren y preñan, pero también sobre cómo se generalizan, vacían de sentido y anquilosan.

Existe, como lo sugiere Mallarmé, una condición himenea de las lenguas que viven para proteger, para hacer comunidad y para ser penetradas, intervenidas, influenciadas y, en ocasiones, dominadas al punto de la desaparición también.

Quienes hemos emprendido la casi imposible tarea de aprender una lengua distinta a la materna —en mi caso lo he intentado incluso por la vía de la apropiación de la cultura y el reconocimiento de formas de pensamiento distintas en dos idiomas; 20 años en Francia y en suma más de cinco en los Estados Unidos y Canadá—, nos hacen rendir ante la evidencia de la irremediable incapacidad de integración de estructuras recónditas, maternas, oscuras a veces, que constantemente, y aún queriendo asirlas, se hacen inaprehensibles y cual jabonosos peces se nos escapan.

La lengua en cambio, que mal hablaron mis abuelos, esa que adoptaron por necesidad de dominación unos, de sobrevivencia otros, con intención lúdica por momentos ambos: la lengua maya es la que, resultándome ciertamente más difícil de comprender, resulta al tiempo más esclarecedora para reconocer la forma en que mal he aprendido las otras.

Permítanme explicarme. Es claro, y este congreso lo epitomiza bien, que son las estructuras mentales que acompañan las expresiones de un idioma las que dan sentido a la especificidad de las hablas.

Decir el habla mexicana es hacer una enorme generalización. No hay una estructura mental clara para el mexicano. Alfonso Reyes, el recio y regiomontano académico de la lengua, señalaba ya en su análisis del español el andalucismo americano, la fuga de consonantes del antillano o caribeño y la fuga de vocales en la meseta alta, donde «se vive una mar de eses», como le decía al maestro cierto dominicano —por las letras— amigo suyo.

Reyes sugiere, de manera bastante generalizadora, cinco regiones para el español americano, pero anota también las cuatro zonas lingüísticas mexicanas: el norte, la altiplanicie, las tierras calientes y la península de Yucatán.

Instrumentos de análisis

Motivados por la tesis de don Alfonso, tomaremos en este ensayo un microscopio lingüístico, por un lado, para penetrar en una de las especificidades del habla mexicana, el mexicano de Yucatán, y un macroscopio, por otra parte, que nos permitirá observar como ante una lente de gran angular el quehacer de los medios de comunicación masivos, electrónicos y las redes sociales. Intentaremos reconocer algunos de los efectos diferenciales de estas dos posiciones en el uso de la lengua.

Comparto, entonces, las siguientes reflexiones sobre el habla mexicana en la península del sureste mexicano y propongo específicamente acercarnos a la estructura maya de pensamiento y su influencia sobre el español hablado en Yucatán. Allí estaría nuestra modesta aportación, haciendo claro algo que el maestro Reyes, norteño al fin, pasó por alto en su observación del habla española de Yucatán.

Con el macroscopio reconoceremos la neutralidad anquilosante del habla en los medios y la ambivalente influencia del mexicano en el subcontinente latinoamericano. De este diálogo de posiciones tejemos la idea de una remediación en el uso del lenguaje.

Intuición acerca de la vitalidad de las lenguas: nahuales/tonales, zorras /lobas del lenguaje

La riqueza y exquisitez de nuestra lengua pasaporte, el castellano, o el español, como le denominamos en América, pasa sin duda, para quienes abrevamos gozando en sus generosas fuentes, por el culteranismo de Góngora, la universalidad de Cervantes, las figuras del lenguaje en Borges, los juegos deconstructivos en Cortázar, la fuerza de las voces en las hablas de Rulfo y García-Márquez, la poesía de Mistral, de Rosario Castellanos, de Huidobro, de Paz o las sentencias lacónicas y perfectas de Nezahualcóyotl.

Nuestra lengua, la de una América sin fronteras, se engrandece por la variedad de voces recogidas en el recorrido, la mayoría de las veces azaroso, a lo largo de nuestras vidas por territorios, calles, tiempos y rincones del amplio espacio abierto en perspectiva a nuestra percepción.
Crece nuestra lengua con la sorpresa provocada por voces que nos asaltan y las reflexiones que emergen para interpretar un sentido, las hipótesis infinitas sobre lo que se quiso decir y el gozo, consecuencia lógica, expresado en sonrisas y a veces también en desconciertos seductores.

La vida se baña en el lenguaje. Ese natural devenir suele mostrarse diáfano al observador ingenuo pero formado, como sugiere Merton en The naive observation of the sofisticated observer y hace aparecer así, en su natural devenir, la evolución en nuestro propio y cortísimo tiempo, usos, abusos y desusos. El camino de la existencia propia es siempre muestra de las complejas rutas del lenguaje.

Para algunos usufructuarios de la lengua, lingüistas, políticos, escritores, psicólogos e ingenieros sociales, la palabra es un instrumento y suele emplearse como las élites que estudia Pareto, a veces como zorra y a veces como loba.

La palabra zorra aguarda su momento, se refugia en la consciencia del usuario, está allí para sorprender, para arrebatar o renovar un sentido, se emplea bien y a propósito, es impredecible pero pertinente y heurística (algo hay hoy de zorra en el habla mexicana de la llamada Cuarta Transformación):

  • Fifí.
  • Me canso ganso.
  • Mafia del poder.
  • Perdón histórico, todas palabras «zorras», sorprendentes.

La palabra loba en cambio está sobreexpuesta, agrede por su repetición, se abusa, es ómnibus, retórica, cansa, está allí siempre presente y esa omnipresencia le hace al mismo tiempo vaciarse de sentido y marcar su territorio, llega hasta donde llega la subcultura de su empleo.

Siguiendo con la referencia a la Cuarta Transformación, la palabra loba es la que repite, pero sin consciencia de sentido, con menos efecto, lo dicho por quien aplica voces improbables. El «fifí» de los corifeos no es el «fifí» dicho con acento tabasqueño por el presidente de la República Mexicana.

Más popular aún en las hablas cotidianas, cuando un latinoamericano joven y familiar a los modos mediados del mexicano quiere imitar a sus pares en aquel país juega con la voz «guey», que es una palabra loba bien popularizada.

El «wey», «uey», «guey» o «buey» de cierto mexicano anquilosado, por usos y mediaciones diversas es un buen ejemplo:

—No uey, porque fíjate uey, que estaba allí uey, cuando de pronto… uta uey, que llega uey…

En México, influidos por la cultura tolteca, llamamos nahual al espíritu de las cosas que se manifiestan insospechadamente. Es el referente del mundo que poco nos atrevemos a ver pero que sabemos existe en nosotros.

Las palabras nahuales (zorras) revelan lo inconsciente; las palabras tonales, en cambio, son las que acumulamos en el cotidiano de nuestra existencia, aquellas que nos hacen maquilar el idioma (lobas).

El nahual es la parte recóndita, aquella que hace, forma, da origen a la palabra que llamamos materna, es la que escuchamos, quizá, en nuestra concepción, esa que usamos de manera primaria, la que sentimos en nuestra gestación y la que reaparece a lo largo de nuestra vida para referirnos a esa condición primaria del ser, la intuición, la espontaneidad, la sapiencia sin el filtro de la razón.

La palabra nahual nos da individualidad, diferenciación y también sentido de comunidad. Las palabras tonales en cambio son casi vacías, no agregan valor, son redundantes.

Los medios hablan para hacerse entender inmediatamente, no tienen recursos para decantar el lenguaje de modo que aporte información y acepte ciertas redundancias, están allí para transmitir ipso facto un sentido de las cosas.

Los medios de comunicación hacen justamente eso, median, separan lo que está unido. Alejan lo cercano y acercan lo lejano. Lo hacen en aras de una compartición de información y terminan vacunando el lenguaje contra toda significación. La mediación persigue el objetivo numérico, sacrifica sentido, está allí para ejercer su función generalizadora.

Armados de estos referentes, emprendemos nuestra observación de la lengua maya y sus relaciones con la lengua dominante.

Dos microincursiones en la lengua maya y su influencia en el mexicano-yucateco

El aprendizaje de la lengua maya permite asomarse al nahual del español, al habla esencial de la península. En el yucateco encontramos un castellano singularizado, una morfogénesis, una innovación que sorprende significativamente a los foráneos a quienes se venden divertidos diccionarios de yucatequismos que recogen voces populares haciendo con ello buenos negocios.

El mexicano-yucateco se inspira de una fuerte dosis de voces mayas y estructuras de pensamiento que influyen usos específicos del español hablado en la región. Se habla en Yucatán un castellano pensado en maya.

Primera incursión: las glotalizaciones frecuentes en el mexicano-yucateco provienen de la forma maya de cortar de golpe los sonidos en diez de las 25 vocales (5 glotales y 5 rearticuladas) y en cinco de las consonantes, ch’, k’, p’, t’ y ts’.

Así, en las 45 letras completas que incluyen las 25 vocales, en el alfabeto maya, hay 15 glotalizaciones. Esto hace que su aparición se perciba diferencial y efectivamente por cualquier observador. Una de cada tres letras es una glotalización, una retención observable en el flujo verbal.

A quien escucha esto suele divertirle el hecho de reconocer estos «atorones» como una incapacidad de fluir en las palabras y así, con mal acento, sin tener cuenta del ritmo de estas apariciones de frecuencia 1/3, se suele imitar sin gracia por los no hablantes del yucateco el acento de esta habla.

Segunda incursión: el cuerpo, en el lenguaje maya, sólo nos pertenece en la consciencia de éste, pero en él, cada elemento, cada miembro que lo compone parece tener una existencia propia, distinta y distinguida, atribuyendo vida a elementos cuya desarticulación sorprende a quien los escucha.

Observemos:

El dolor por ejemplo (yaj) no es mío apropiándose de mi cuerpo.

yaj u yaal in k’ab (hay dolor en su hijo de mi mano o duele allá el hijo de su mano).

No, no ME duele el dedo; es el dedo el que tiene su propio dolor, siendo yo el vehículo de la expresión: la conciencia comunicativa de ese dolor.

Estos elementos influencian de tal modo al español de todos los hablantes del yucateco al punto que es frecuente escuchar, en un no-hablante de la lengua maya, expresiones como:

—es su cabeza que duele

—su dedo de su pie se magulló (su hijo de su pie se magulló).

El habla maya se siente cómoda en el mexicano de la península, empoderada por los usos que la evidencian.

—Maare, no, no es que estés feo, sólo estás complicado de ver.

—Máare- no’ no e’s qu’est’és fe’o, so’lo est’ás có’omplica’(d)o de (v)be’r.

Así canta una broma yucateca bastante divulgada, que hace gracia por los cortes glotalizados de la expresión y la repetición de las voces negativas. Má, (no) no, no

 Allí donde hay glotalizaciones, allí se evidencia la lengua maya en el español mexicano del Yucatán.

Prueben ustedes, viajeros frecuentes, en las blancas playas del Caribe mexicano, su capacidad para descubrir a los hablantes de la lengua maya y encuéntrenlos con facilidad al observar la enorme capacidad glotalizadora de los hablantes de esa lengua, que parecen expresarse en cortas sílabas. El microscopio revela que esas sílabas no son tales, sino glotalizaciones existentes en medio de las palabras.

El habla mexicana vive así, emancipada de la norma oficial a través de sus formas de enriquecimiento, liberada de gramáticas astringentes crea comunidades lingüísticas inimitables. Se da lugar a una suerte de umma del lenguaje, la nación por la lengua.

Hoy, muchos mensajes en la península yucateca circulan para los miembros de la umma, de manera discreta; Yazmín Novelo, la xkumal, la comadre (una joven cantautora muy popular en la región) tiene en sus manos a una población que comparte con ella ideología, lenguaje, música y sentido de la vida.

Los conciertos de Yazmín (por cierto doctora en Ciencias Antropológicas) son un verdadero qawwali (esos cantos paquistanís o indios, donde hay una embriaguez colectiva a través de la música como si fuese un ejercicio de derviches giróvagos sufís), vértigo por la palabra, elevación por el amor y la veneración. De forma discreta se crea comunidad por el lenguaje y hace distintos, hermana a quienes entienden y se sienten convocados.

Mediación

«No hay comunicación que no pase primero por lo interpersonal». Así lo sentencia el axioma fundamental de la ciencia comunicacional. La mediación consiste en la amplificación de fenómenos del orden social, de lo interpersonal.

Pero ¿cuál es el sentido y cuáles son las consecuencias de esta amplificación? En los años sesenta, el filósofo canadiense, Marshall McLuhan, señalaba que los medios de comunicación son extensiones del hombre y que de alguna manera es más importante la existencia del medio que el contenido de los mensajes que se transmiten a través de ellos: The medium is the message, la idea que llevara a McLuhan años mas tarde al punto de construir la metáfora the medium is the massage.

Así las cosas, una condición relativamente nueva, sui generis, de la comunicación se revela: quienes están al frente de las comunicaciones no son los verdaderos emisores de los mensajes. Estos se refugian, a veces, esconden y representan los intereses de otros, de poderes, el statu quo, el régimen político, los intereses de los propietarios o directivos de los medios, de los clientes de los medios y rara vez de los públicos. Los cancerberos de los medios mantienen una presencia vicaria que resulta generalmente en un anquilosamiento de los contenidos.

El lenguaje está en este entre-juego de realidades, expuesto a esos intereses angulares, pasa por el tamiz de decisores no necesariamente habilitados para la intención creativa. Ocurre que los vigilantes, guarda-puertas, buscan legitimar su existencia mediadora para vincularse a un mayor número de personas en sus auditorios. No permiten, entonces, que por la incomprensión de algo se pierda audiencia. Así, solo cabe en el lenguaje aquello que o es norma o que norme.

Hace cuarenta años, en el Congreso de la Lengua de Salamanca de 1980, el periodista mexicano Jacobo Zabludovsky, una de las voces mas influyentes del español en México durante más de 30 años, entre 1970 y 2000, preguntó, al entonces presidente de la RAE, lo que debían hacer los periodistas al frente de las emisiones de los medios cuando la propia RAE no acordaba si debía decirse «mísil» o «misil».

Don Dámaso Alonso le respondió pausado a don Jacobo que no se preocupara por tal querella interna y que librara su propia batalla, que su influencia tal vez terminaría haciendo la norma.

Los medios mexicanos, como lo ha señalado reiteradamente el investigador Raúl Ávila del Colegio de México en su proyecto DIES (Difusión Internacional del Español), son un vector de influencia en el desarrollo de la lengua.

En tanto industrias culturales, los medios de comunicación, televisión, cine, música, han procurado la provisión de un español neutro y restringido en los contenidos de alto consumo: series, telenovelas, canciones o películas.

Su afán de generalización hace que se simplifiquen al punto de vacunar contra todo sentido desviado del estándar por ellos mismos establecido. Son cuidadosos de que la innovación no afecte al rating, aman la redundancia y detestan la creatividad. (los doblajes son un buen ejemplo, o el lenguaje con acento autómata que ya se generaliza: Alexa, Google, Wase…).

Las redes sociales y los nuevos medios tienen sus propios juegos reduccionistas, como ha sido ampliamente señalado aquí y en muchos otros congresos. Los individualismos en las redes crean fidelizaciones y el fenómeno de los medios masivos se reitera en esta escala donde hay voces tendencia, influyentes y que al mismo tiempo no aparecen todo el tiempo ni se exponen siempre de manera directa (caso de los bots).

Los viejos y nuevos medios de comunicación masiva han transgredido el clímax de su poder y aunque han encontrado su nicho, en tanto proveedores de paisaje mediático, ruido de fondo, tweetosfera, comunicosfera… no son ya el criterio universal de plausibilidad que lograron ser hasta los años ochenta del siglo pasado.

Hoy, la tendencia hace que las apariencias sean más importantes que la verdad. La posverdad es eso, la prevalencia de lo simbólico sobre el dato objetivo. El lenguaje se hace como en los tiempos estalinistas, un vehículo de sentido impuesto.

Remediaciones

Hemos hasta aquí reflexionado respecto del lenguaje, que se enriquece incorporando usos y codificaciones específicas, que crea, por su intimación, un espacio de comunicación privilegiado, una reserva de comunicación, una comunidad en la comunidad, una suma de hablantes que se constituye por su alta identidad en un conglomerado que sabe y frecuenta la primera del plural, «nosotros», esa voz comunitaria que se expresa con confianza asertiva. Hemos apuntado también el lenguaje pauperizado de la mediación y subrayado las consecuencias de su anquilosamiento.

Independientemente del valor de ciertas hablas específicas como constitutivas de comunidades lingüísticas, la ingeniería social reconoce los elementos que dan origen a esta solidaridad y sugiere su empleo (remediación) para otros fines, ya sean políticos, educativos o lúdicos.

No hay ciencia sino de lo general. Esta condición permite extrapolar a otros ámbitos el producto de la observación disciplinada, i. e. la construcción de modelos educativos, paradigmáticos y comprometidos en la comunidad, que, basados en el reconocimiento de los saberes de ésta, puede hacerles trabajar para la construcción de crecimientos y desarrollos exponenciales y factibles. Este potencial es algo que podemos ver emerger y capitalizar para bien en la desigual y dividida región latinoamericana.

 Para concluir

La comunidad es un detonador de conductas comprometidas. El antídoto de la mediación productora de esclerosis es la compasión, esa que expresa bien la umma, y a la que Louis Massignon dedica 30 años de análisis. Esa que implica —no la empatía— sino aprender a mirarse en la mirada del otro, sentirse desde allí y construir en comunicación para servir y hacer crecer a la comunidad.

Estas riquezas comunitarias existen sin duda en Bolivia, Chile, Perú, Paraguay, aquí mismo, en la Argentina, en los guetos latinos en Nueva York, Los Ángeles, Miami o Chicago, en la Amazonia desde luego, y contribuyen todas a la vitalidad del lenguaje, su impregnación fértil y el desenvolvimiento efectivo, sensible y sostenible de las comunidades.

De esta forma, en suave movimiento de hamaca, de movimiento amortiguado por el tiempo que decanta, la lengua vive en péndulo entre voces antiguas, íntimas, primarias y voces nuevas que asaltan, que revelan y que alimentan al hablante.

Así, el usuario de la lengua, en colusión comunitaria puede reconocer un «nosotros» utilitario y emancipador. Este «nosotros» puede convertirse en una plataforma y trampolín para transformaciones sustantivas cuya positividad está en el acuerdo, en la congruencia, en el trabajo y la voluntad que, bien orientados, remedian el lenguaje y remedian la comunidad.