La nueva vida del español en la tradición oral de los pueblos de América, con particular referencia al área rioplatenseOlga Fernández Latour de Botas
Miembro de número de la Academia Argentina de Letras

En otras ocasiones, tratando de expresar de manera sintética la historia cultural de nuestro continente, he intentado propugnar la idea de que «América es una criatura de la humanidad animada por el aliento español».1 Efectivamente, el nacimiento de la autoconciencia americana es posterior a la llegada de Colón, si bien no lo es la aparición de los conceptos polares de «nosotros» y de «los otros». Éstos, por el contrario, estaban bien arraigados entre los grupos aborígenes precolombinos que no sólo adoptaban aspectos físicos diferenciales para fortalecer su reconocimiento como parte de determinada comunidad (etnia) y aun dentro de cada una de éstas según su jerarquía, sino que mantenían profundas fracturas culturales con los grupos «otros», por manifiesta alteridad en cuanto a sus lenguas, sus creencias, sus hábitos y costumbres, su instalación en el medio natural.

La irrupción sistematizada de Europa en América a través de España y de las políticas fijadas, en primer lugar, por los Reyes Católicos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, introdujo, naturalmente, cambios compulsivos en todos los órdenes de la vida americana y también los produjo en Europa y el resto del mundo, sobre todo por la divulgación de los productos autóctonos con que las tierras de América contribuyeron a paliar el hambre de la humanidad y que, con sus nombres originales adaptados generalmente por quienes los adquirían, son entre otros, dicho hoy en nuestra lengua rioplatense, el maíz, la papa, el tomate, el ají, el chocolate, el maní. No obstante, si en el orden material las transculturaciones operadas en ambos patrimonios fueron sensibles, sobre todo en América, el valor de la palabra resulta más trascendente cuando pensamos en los aspectos espirituales que el mandato inicial llevaba consigo: la evangelización por parte de religiosos y también de laicos practicantes del catolicismo.

Me ha sido preciso encarar de este modo la introducción al tema «La nueva vida del español en la tradición oral de los pueblos de América, con particular referencia al área rioplatense» porque, asumido el compromiso de referirme a los aspectos lingüísticos del folklore2 argentino y de sus proyecciones literarias, con foco puesto en el área de la cuenca del Plata, de la cual procedo, debo señalar que hay un sustento fundamental que, por pertenencia o por contraste, no deja de aparecer en todos los fenómenos de estas manifestaciones de la cultura oral tradicional: el catolicismo. Es más, no hay tampoco elementos denotativos de familiaridad con otros credos propios de América o del resto del mundo, en expresiones no folklóricas de la literatura rioplatense como la poesía y la prosa gauchescas,3 que, no obstante estar constituidas por obras escritas e impresas por autores ilustrados, de cultura urbana, han recogido la voz de un arquetipo social eminentemente rural, el gaucho, jinete ganadero de la pampa y de las cuchillas. Y debo extender este aserto al universo cultural urbano, ajeno a los territorios aldeanos del folklore, cuya expresión propia y universalmente conocida es el tango. También aquí el catolicismo, con toda su genuina tradición judeo-cristiana, es la única religión a la cual los distintos autores de sus versos, con frecuencia teñidos de la jerga del bajo fondo social llamada lunfardo, han hecho referencias.

Por otra parte, la inclusión de este panel en un congreso cuyo tema general es «América y el futuro del español. Cultura y educación. Tecnología y emprendimiento» nos obliga a relacionar lo específico con lo general y por ello intentaremos aportar, con carácter de recomendaciones o al menos de modestas sugerencias, breves referencias a programas en que hemos trabajado a partir de tecnologías informáticas, a veces con soportes cibernéticos, como lo son los repositorios digitales y bancos de datos culturales (Tesauros, lexicones o diccionarios temáticos) y los Atlas culturales,4 cuya aplicación en programas educativos nos ha dado no pocas satisfacciones.

Caracterización de cinco áreas de cultura folklórica en el territorio argentino

Varios son los autores5 que han propuesto, entre nosotros, distintos criterios para la caracterización de segmentos territoriales que, con atención puesta en los patrimonios culturales que les son propios, permitan reconocer ya sea regiones, ya sea ámbitos, ya sea áreas de cultura folklórica, es decir, tradicional, funcionalmente colectiva, anónima, socialmente vigente, geográficamente localizada, de transmisión oral y empírica, según la magistral caracterización de Augusto R. Cortazar. Hemos trabajado antes de ahora sobre este punto en nuestro programa Atlas de la Cultura Tradicional Argentina (ACTA) y en sus subprogramas y distinguido cinco áreas fundamentales en el actual territorio argentino: del Noroeste, del Nordeste, de Cuyo, de la Pampa y de la Patagonia. Presentes en la toponimia de todas ellas, las lenguas aborígenes han prestado muchos vocablos al habla lugareña y a la literatura de inspiración regional. En todos los casos se vuelcan en cartas geográficas, o en grillas previas, palabras documentadas para designar fenómenos culturales de carácter espiritual, social o material y esas palabras se encuentran incorporadas, como regionalismos, como arcaísmos, como barbarismos, al habla localizada y, por extensión, a la literatura autoral en que ella se proyecte. Lo mismo ocurre con los nombres aplicados por los hablantes nativos a etnias originarias de cada zona, a especies animales o vegetales, al cosmos, a La Tierra, al agua, al aire. En general al hombre y a la naturaleza. No nos han resultado apropiadas, para el cumplimiento de nuestros propósito, las categorías difundidas por la UNESCO,6 patrimonio material o inmaterial y sus derivados, patrimonio tangible o intangible de la humanidad. Basta tomar un solo ejemplo de bien patrimonial, el pan casero, para comprender que, si indudablemente es un bien material, que puede tocarse, manipularse, ingerirse (un bien material tangible), la profundidad de su simbolismo religioso y laico, las creencias, supersticiones y rituales asociados con su elaboración, los nombres que recibe y su diversa etimología, hacen de él un fenómeno claramente comprendido en lo que ha dado en llamarse patrimonio inmaterial o intangible. Por lo tanto, las categorías propuestas por el alto organismo internacional y ampliadas después no resultan apropiadas para calificarlo. Los ejemplos que pueden avalar esta posición nuestra son tan numerosos como los elementos integrantes del ingente conjunto que puede denominarse «patrimonio cultural».

El español, lengua heredera de culturas.

No corresponde plantear aquí como discusión sino como acumulación de opiniones eminentes, el hecho de que en los orígenes del español, dentro del inmenso panorama del protoindoeuropeo, están las lenguas de los vascuences y de los iberos, de los suevos, de los asturianos, de los catalanes y valencianos, con los aportes del latín modificado (mal llamado «corrupto») por portadores visigodos y vándalos que fueron dando origen a las formas romances como «romance castellano», «romance leonés», «romance aragonés». Por cierto, el hebreo se hizo allí presente, con su antigua carga sagrada, aún tras el edicto de julio de 1492 por el cual los sefardíes fueron expulsados de España u obligados a convertirse al catolicismo. Y, en fin, los nueve siglos de ocupación de los moros (islámicos africanos) en territorio peninsular marcaron profundamente al lenguaje, y el eminente don Rafael Lapesa,7 al hablarnos de 'jarchas', 'muhachajas' y 'zéjeles' del cancionero hispano-árabe, nos decía que «más de 4000 palabras del léxico español, incluyendo topónimos, provienen del árabe». Un mundo maravilloso de culturas de las cuales el español actual es, sin duda, heredero.

El español, lengua generadora de culturas

El español, en territorios ibéricos peninsulares o insulares, se constituyó como sustento de múltiples variantes culturales que se reconocen en sus rasgos de identidad y se diversifican en aquellos que muestran la alteridad de cada segmento, ya sean ellos caracterizables hoy por divisiones netamente lingüísticas, territoriales o políticas.

Pues bien, fuera de España, en América especialmente, el idioma español ha sido capaz de generar nuevas formaciones culturales surgidas de los encuentros de sus portadores europeos y de los hablantes de las lenguas que aquí encontraron en vigencia. Lo logrado, cuando el proceso se cumplió en su totalidad, no corresponde a la calificación de «mestizo» (calificativo no usual en el Río de la Plata) ya que se concretó no sólo en mezclas sino también en verdaderas combinaciones de elementos constitutivos de culturas que llamamos en el habla rioplatense «criollas» y que son las características de nuestra identidad.

El español, lengua difusora de culturas

«Siempre la lengua fue compañera del imperio», expresa Nebrija en su Gramática8 y la idea de que por ella sería posible unificar los extensos territorios gobernados por los Reyes Católicos es coincidente con las que antes sustentaron el humanista florentino Cristóforo Landino y luego su discípulo «el Magnífico», Lorenzo de Médici, respecto de que el toscano habría de servir a la unificación de Italia, como en verdad ocurrió.

En el caso de América, la indescriptible diversidad de lenguas, civilizaciones y culturas con que los conquistadores europeos se encontraron después del 12 de octubre de 1492 hizo del español un factor natural y espontáneamente fundamental para establecer comunicación verbal con los nativos. Y no fue solamente el hecho de hablarlo, sino también la voluntad de traerlo como lengua portadora de la religión, especialmente en el caso de misioneros, que tenían muchas veces conocimientos generales sobre estructuras discursivas, vocabularios y cuestiones fonéticas que les permitieron penetrar con apreciable claridad en los misterios de esos patrimonios tan disímiles.9 En el actual territorio argentino los colonizadores hallaron un buen número de lenguas diferenciadas, algunas de las cuales tienen aún floreciente vitalidad. De las varias que se encontraron con el español de la conquista, sólo citaré el extendido quechua, lengua unificadora del Imperio inca con centro en el Perú, que extendió su influencia hasta los 32 grados de latitud sur y que, en la provincia argentina de Santiago del Estero, ha mantenido un ámbito de plena vigencia actual bajo la denominación local de quichua; el aimara, cooficial con el español en Bolivia y Perú; el desaparecido cacán de la cultura diaguita (ya influido por el quechua en tiempos de la conquista), el siempre vigoroso guaraní, ubicado en el área del nordeste argentino, con epicentro en los territorios actuales de Paraguay y Brasil y extensivo a los del Uruguay y Bolivia; los grupos het y chon de los pampas y los patagones originarios. Faltaba entonces, en lo que actualmente es territorio argentino, el mapudungun o mapuche de los nativos de Arauco (Chile) y de los tehuelches o patagones luego araucanizados.

El español fue lazo de comunicación entre todas esas lenguas y así se generaron procesos de transculturación muy complejos que hoy se evidencian en el habla regional, en los variados léxicos de las distintas áreas culturales argentinas, en las localizadas «tonadas» o entonaciones del habla y en muchos usos y costumbres de carácter ergológico, social y espiritual que caracterizan a nuestro folklore.

El español, lengua receptora de culturas

La condición materna del español, que implica tanto entrega generosa como gozosa aceptación de las nuevas propuestas de sus hijos, ha facilitado la incorporación a su tesoro de innumerables vocablos americanos. Además, como lengua moderna, ha sido permeable a la recepción de voces y expresiones llegadas por medios orales, como los fomentados por la inmigración, por las manifestaciones escritas de la literatura universal, por los medios digitales globalizados hoy en auge, y siempre por la apropiación de lexemas procedentes de la terminología científica o tecnológica, cuyo uso generalizado consagra, en definitiva, la aceptación y la pertenencia. Diversas ramas de la ciencia han sido generadoras de vocablos incorporados a la lengua escrita y al habla de nuestra América. El ancho territorio de los gentilicios así como los de la zoonimia, la fitonimia, la etnonimia, la toponimia y arqueotoponimia —excúsensenos los neologismos necesarios— han merecido particular atención por parte de lexicólogos y siguen aportando nuevas voces vigentes.

Justificar la aparición de las palabras «loba» y dos veces «lobo», en el Martín Fierro de José Hernández,10 máxima expresión de la «poesía gauchesca» rioplatense, requiere internarse en un laberinto de referentes literarios y zoológicos, etimológicos y etiológicos que descubren, una vez más, la apertura y la fecundidad del español de América. Todo lo que es posible agregar a estas líneas queda en suspenso, como homenaje y a la vez como envite para los distinguidos colegas asistentes a nuestro Congreso.

A modo de recomendación me permito destacar, aunque parezca obvio, la necesidad de que el DRAE ponga énfasis en la importancia de indicar la etimología de vocablos que aparecen en la literatura y en el habla de América, aventura maravillosa que, muchas veces, puede depararnos verdaderas sorpresas.

Notas

  • 1. Olga Fernández Latour de Botas. «América y las metáforas del folklore». En Actas del III Congreso Argentino de Hispanistas «España en América y América en España»: Buenos Aires, Argentina, 19 al 23 de mayo de 1992 / coord. Luis Martínez Cuitiño y Elida Lois/, Vol. 1, 1993, pp. 491-500. Volver
  • 2. La autora sigue la norma adoptada, en la Argentina, por los máximos estudiosos del «Folklore» como disciplina antropológica y recogida como opción válida por el DRAE. (Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. Edición del Tricentenario. 23.ª ed. Madrid: Real Academia Española, 2014, p. 1042). Así, escribe el vocablo «Folklore» y sus derivados con la «k» original, atento a que esta letra, mantenida también por DRAE en vocablos procedentes de otras lenguas —como «kárate», «kéfir» o «kivi»—, pertenece al alfabeto español y ayuda a revelar la etimología de la palabra que nos ocupa: del inglés Folk-Lore: saber del pueblo (William J.Thoms, The Athenaeum, Londres, 22 de agosto de 1846). Volver
  • 3. La poesía gauchesca, que Jorge Luis Borges consideró «uno de los acontecimientos más singulares que la historia de la literatura registra» (El ’Martín Fierro’, Buenos Aires, Columba, 1953) no es, por cierto, el folklore literario —oral y anónimo— del gaucho que ha sido recopilado por especialistas. La percepción crítica de lo «otro» en los escritores porteños, especialmente, aparece en actitudes contrastivas como la de Manuel José de Labardén en su famosa Sátira (1786) escrita en ocasión del revuelo que ocasionaron unos versos del padre Juan Baltasar Maciel, donde critica la producción poética de otro poeta sudamericano (sugiere que «perulero») a quien atribuye una «mestiza dicción poco sonora» y el uso de al menos un «cholinismo». Pero ocurrió también que, en ambas bandas del Río de la Plata, hacia fines del siglo xviii y principios del xix, se manifestó, junto con las ideas independentistas, la voluntad gozosa de poetas que querían hacer oír sus verdades con el acento inconfundible del paisano lugareño, del jinete ganadero de las pampas y de las cuchillas, del gaucho «argentino», occidental y oriental. Entre esos poetas destacamos a uno, el montevideano Bartolomé Hidalgo, fino escritor neoclásico, autor de melólogos, unipersonales, marchas, odas y octavas, quien, apropiándose de la forma estrófica de la más popular contradanza rioplatense, compuso, en 1816, al menos un cielito patriótico en lengua de norma culta (Cielito de la Independencia) y otro, satírico, con palabras de isofonía portuguesa (Cielito Oriental). Más allá de esta producción, sin embargo, prevaleció en Hidalgo la vocación por continuar la experiencia lingüística de Juan Baltasar Maciel («Canta un guaso en estilo campestre los triunfos del Excmo. Señor Don Pedro de Ceballos», 1778) y del anónimo autor del sainete «El amor de la estanciera», al componer letras de cielitos en estilo rústico destinados a que los cantaran los patriotas sitiadores ante las murallas de la Montevideo realista (1812-1814). Pero fue en 1818, cuando se estableció en Buenos Aires, que Hidalgo dio vida a sus dos personajes inolvidables: los porteños Ramón Contreras, gaucho de la Guardia del Monte, y Jacinto Chano, capataz de una estancia en las Islas del Tordillo, convirtiéndose, como lo dijo el polígrafo Bartolomé Mitre, en el «Homero» de la poesía gauchesca (carta a José Hernández, 14 de abril de 1879, agradeciéndole el envío de su poema «La Vuelta de Martín Fierro»). En efecto, el «Cielito patriótico que compuso un gaucho para cantar la acción de Maipú», dedicado al triunfo de las armas americanas comandadas por el general José de San Martín en Chile, el 5 de abril de 1818, fue impreso en Buenos Aires en mayo de ese mismo año y es la pieza inaugural de la poesía gauchesca por aparecer allí, explícitamente y por primera vez, un «gaucho» como voz del cantor y como protagonista. Después de Hidalgo muchos autores cultivaron esta modalidad «gauchesca» tanto en la Argentina como en el Uruguay y entre ellos debemos citar especialmente a Hidalgo Ascasubi (Paulino Lucero, 1839-1851; Aniceto el Gallo, 1853; Santos Vega o Los mellizos de La Flor, 1872), Estanislao del Campo (Fausto, Impresiones del gaucho Anastasio el Pollo en la representación de esta Ópera, 1866), Antonio Lussich (Los tres gauchos orientales, 1872) y José Hernández (El gaucho Martín Fierro, 1872; La vuelta de Martin Fierro, 1879) . Volver
  • 4. Olga Fernández Latour de Botas. «La cartografía cultural en la República Argentina. Generalidades. Análisis de una experiencia concreta» (trabajo presentado el Simposio sobre Cartografía Cultural, Quito, (2008) en: www.ferlabo.com.ar. Volver
  • 5. Inspirado en el método «Sachen und Wörter» (conocido en español como «de palabras y cosas») nuestro Programa ACTA (Atlas de la Cultura Tradicional Argentina) ha producido hasta ahora las siguientes obras:
    • Fernández Latour de Botas, Olga E; Quereilhac de Kussrow, Alicia C. con la colaboración de Teresa B. Barreto, Graciela Campins, Rita Castro, Pablo Maestrojuan y Matilde Quereilhac. Atlas histórico de la cultura tradicional argentina; prospecto. Presentación por Patricio H. Randle. Buenos Aires: OIKOS. Asociación para la promoción de los estudios territoriales y ambientales, 1984. 131 p.
    • Fernández Latour de Botas, Olga (dir.) y Alicia Quereilhac de Kussrow (jefa de investigadores), con la colaboración de Marta S. C. Ruiz, Susana Coluccio y Luis Paniagua. Atlas de la Cultura Tradicional Argentina para la Escuela, Buenos Aires, 1.ª ed. 1986; 2.ª ed. 1988; 3.ª ed. 1994.
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  • 6. La Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, la UNESCO, en su 32.ª reunión, celebrada en París del 29 de septiembre al 17 de octubre de 2003, estableció un texto para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial. El calificativo «inmaterial» se ha identificado posteriormente con el de «intangible», cuya más precisa definición hallamos en propuestas de la Fundación ILAM de San José de Costa Rica: «El Patrimonio Cultural Intangible puede ser definido como el conjunto de elementos sin sustancia física, o formas de conducta que procede de una cultura tradicional, popular o indígena; y el cual se transmite oralmente o mediante gestos y se modifica con el transcurso del tiempo a través de un proceso de recreación colectiva». En líneas generales el campo de estudios así propuesto se superpone claramente, aunque sin aportes teóricos, con el que, desde mediados del siglo xix, ha definido científicamente la disciplina antropológica denominada folklore. La ambigüedad así generada no contribuye a perfeccionar el conocimiento por lo que no se recomienda su aplicación. Volver
  • 7. Cursos dictados por el Dr. Rafael Lapesa Melgar en las Universidades de Buenos Aires y de La Plata (1962). Volver
  • 8. No como contribución, ciertamente, sino como homenaje, reiteramos aquí lo archisabido: que el 18 de agosto de 1492 se publicó en Salamanca la Gramática castellana de Elio Antonio Martínez de Cala y Xarava (Antonio de Nebrija), el primer estudio de nuestra lengua y de sus reglas.Volver
  • 9. Sobre los valiosos manuscritos de misioneros jesuitas («Artes» y «Vocabularios» de lenguas indígenas americanas, siglo xviii) hallados por quien esto escribe en Módena (Italia), cuyos microfilmes hemos donado a la Academia Nacional de la Historia, puede verse: Olga Elena Fernández Latour de Botas, Desde América. Miradas sobre el otro. «Por la comprensión, para la paz», Pról. Monseñor Mariano Fazio, Buenos Aires, DUNKEN, 2018. Volver
  • 10. Todas las menciones de los vocablos «loba» y «lobo» que destacamos en el Martín Fierro de José Hernández se hallan en su primera parte, El gaucho Martín Fierro (Buenos Aires, 1872):
    • Canto VII.- Loba: «En esto la negra vino / con los ojos como ají, / y empezó la pobre allí / a bramar como una loba /…/».
    • Canto IX.- Lobo: «y el Cruz era como lobo / que defiende su guarida».
    • Canto XII.- Lobo. «Y cuando sin trapo alguno / nos haiga el tiempo dejao / yo le pediré emprestao / el cuero a cualquiera lobo / y hago un poncho, si lo sobo, / mejor que poncho engomao».
    La problemática del español en América encuentra en estas voces, empleadas sin aclaración alguna por José Hernández y comentadas por muy pocos de sus críticos, una cabal muestra de la capacidad de nuestra lengua madre como receptora y reelaboradora de elementos culturales muy diversos.
    Veamos primero un planteo ultrasintético de esta problemática:
    • a.- ¿Qué referentes del «lobo» podía tener un gaucho como Martín Fierro, nacido y criado en un medio natural donde el lobo del hemisferio Norte no existe en su fauna autóctona? La palabra «lobo» había llegado, a estas tierras sin lobos, como nombre de una especie de mamífero placentario del orden de los carnívoros. Se lo considera miembro de la misma especie que el perro doméstico (según distintos indicios, la secuencia del ADN y otros estudios genéticos) por lo que su nombre científico es Canis lupus. No obstante ello, se han planteado eruditas discusiones respecto del origen de la voz «lobo» en español ya que, a quienes la derivan del latín lupus se oponen quienes lo hacen del celtíbero y prerromano lubos. (https://es.wiktionary.org/wiki/Discusión:lobo).
      El folklore de todas las áreas culturales argentinas incluye la mención del lobo identificable con el canis lupus europeo como referente, en refranes, cuentos y juegos infantiles. Ese lobo feroz aparece asimismo en el mito europeo trasplantado del «lobisón», llamado «luisón» en el área del Nordeste y también «perro negro» en el Noroeste y otras áreas, lo cual lo devuelve a la etimología científica canis originaria. No debe extrañarnos pues que José Hernández ponga las voces «loba» y «lobo» en situaciones dramáticas, con componentes de agresividad defensiva, en su Martín Fierro.
      No obstante en la toponimia y en los gentilicios de la Argentina aparecen derivados de esta voz que no remiten a dicha especie. Esto ocurre, por ejemplo, con el partido bonaerense de Lobos, la ciudad cabecera homónima y la laguna que les ha dado un nombre que remite al acta labrada por el Cabildo de Buenos Aires el 17 de marzo de 1752. Este es el documento más antiguo conocido en el que se denomina «de Los Lobos» a la laguna cuyo nombre dio origen al del Fortín de San Pedro de Los Lobos, construido a sus orillas en 1779, en la segunda avanzada contra el indio organizada por el Virrey Vértiz. El nombre fue refrendado por los escritos del padre jesuita Thomás Falkner, quien exploró la zona en 1740, y se origina en que el espejo de agua estaba poblado por nutrias americanas (Lontra longicaudis) que eran conocidas con la denominación de «lobos de agua o de río», por lo que se deduce que la laguna pudo haber tomado su nombre de esta referencia incluida en los escritos de Falkner editados en 1772. El gentilicio correspondiente a la zona de Lobos es «lobense».
      Por otra parte, existe también en la provincia de Buenos Aires el partido de Lobería, cuyos orígenes se remontan a la época de las campañas al desierto, pues ya en 1839 por orden del Gobierno de la provincia de Buenos Aires, el coronel Narciso del Valle creó el extenso partido de la Lobería Grande. Su ciudad homónima se encuentra entre las primeras en establecerse en este sector de la provincia, pues data del 9 de septiembre de 1867. En cuanto a su nombre, la historia local mantiene que se debe a la carta que el español Juan de Garay envió al rey de España en 1582, transmitiéndole su asombro por la existencia de grandes manadas de lobos marinos en la región del actual cabo Corrientes (hoy ciudad de Mar del Plata). Allí se determinó crear la zona de la Lobería cuyo gentilicio es «loberense».
      Y es aquí donde aparece el lobo (por cierto, de mucho mayor tamaño que los canis lupus y que los lontra longicaudis) a cuyo cuero piensa recurrir Cruz, en el poema de Hernández, para hacer, tras sobarlo, un buen poncho impermeable, «mejor que poncho engomao». Según la Wikipedia, fuente no primaria pero seria y ratificada por otras que hemos consultado, «el lobo marino sudamericano, también llamado otario de la Patagonia, lobo marino chusco, lobo marino de un pelo, león marino del sur, león marino sudamericano o simplemente lobo marino, es una especie de mamífero pinnípedo de la familia Otariida». Su nombre científico es Otaria flavescens, en estado adulto posee una masa corporal 190 kg y una longitud de 2,1 m. A la misma familia de los otáridos propia de Sudamérica pertenece el Arctocephalus australis, o lobo marino de dos pelos, también llamado: lobo de dos pelos, lobo fino, y oso marino, que en el adulto posee una masa corporal media de 68 kg y un largo de 1,6 m. Se diferencian de los fócidos (focas) por tener orejas visibles y de allí la etimología de su nombre de familia «Otariida», que la relaciona con una raíz indoeuropea *ous- (oreja), presente en el griego ὠτός (otos = ‘oreja’), griego οὖς, ὠτός, ‘oído’. Existen otáridos en muchos lugares del mundo y a algunos se les llama leones marinos, debido a la traducción del nombre común en inglés, sea lion.
      La actividad de procesar cueros, especialmente de lobo marino de dos pelos fue registrada desde el siglo xvi en crónicas y relatos de viajeros que se refirieron a su extracción, tensado, limpieza, secado, raspado, sobado y corte. En la actualidad existe una importante bibliografía sobre la interacción del hombre con los lobos marinos, considerados en muchos casos depredadores de la fauna ictícola que el hombre aprovecha como alimento. No obstante es evidente que, en el imaginario popular, contrasta la ferocidad característica del canis lupus con la aparente pasividad de los otáridos que, en el plano simbólico, han adquirido importancia emblemática y valor afectivo, como que en las playas más céntricas de la ciudad de Mar del Plata, dos grandes estatuas conocidas como «Los leones marinos», los representan. Las esculturas ideadas por el artista argentino José Fioravanti en la década de 1940, se convirtieron desde su inauguración en el icono fotográfico predilecto de los turistas. Posar frente a estas enormes estatuas era el testimonio de un veraneo en la Ciudad Feliz, como se bautizó a Mar del Plata. Se ha mencionado al escultor esloveno Janez Anton Gruden como el autor material de estas obras realizadas en piedra del lugar, cuya creación artística se atribuye a Fioravanti.
      Respecto de las cacerías de lobos marinos existe una información extraordinariamente valiosa que proporciona el mismo José Hernández en su obra titulada Instrucción del estanciero: tratado completo para la planteación y manejo de un establecimiento de campo destinado a la cría de hacienda vacuna, lanar y caballar (Buenos Aires, Carlos Casavalle, Librería de Mayo, 1884). Dice el autor con referencia a lo que hoy conocemos como Cabo Corrientes, Mar del Plata: «En este punto empiezan recién las barrancas de la costa Sud. El mar hace allí una pequeña ensenada, en forma de herradura, de aguas muy serenas, á donde en cierta estación del año, acuden los lobos gordos en innumerables cantidades /…/. Los gauchos, que en todas partes son parecidos en eso de acometer empresas audaces, hacen escaleras de lazos y se descuelgan de las barrancas, a matarlos». Más adelante, cuando se refiere al mismo tipo de caza que se realizaba en las costas de la otra banda del Plata, en la llamada isla de los Lobos, Hernández agrega: «El modo de matarlos es muy sencillo. Los ultiman a palos. // Los lobos tienen la propiedad de no volver al mar, sinó por el mismo punto por donde han salido, les atajan esa puerta, y empieza en la isla la matanza a garrote». Ya veremos cómo impresionó a la sociedad rioplatense esa ingenuidad o pasividad de los lobos marinos que luego refleja el léxico lunfardo.
    • b.- Pero, antes de llegar a ello, cómo no interesarnos también cuando hallamos que el DRAE recoge la voz «lobo» derivada del griego λοβος, que mantenemos como «porción redondeada y saliente de un órgano», v. g. lóbulos de las orejas. Y aún más al recordar las referencias a lobo que permanecen en el pelaje «lobuno» de un caballo de lomo grisáceo y el llamar «lobo de mar» al viejo marino experimentado en su profesión que fue elegido por Rubén Darío para su Sinfonía en gris mayor. La inexcusable Wikipedia, por fin, brinda en su trabajo de desambiguación sobre el vocablo «lobo» un panorama de gran riqueza que une el pasado con el presente y que ha de proyectarse en el futuro gracias a la aptitud receptiva y creadora del idioma español. De nuestro español americano que, como receptor y reelaborador de sentido a partir de ascendientes griegos, latinos, indígenas ibéricos, manifiesta en muy diversos campos semánticos, su aplicación funcional a significantes totalmente diversos de los sugeridos por la etimología. Un ejemplo de ello en el lunfardo o jerga del hampa rioplatense es la palabra otario, que el DRAE incluye así: «otario, ria, adj. Arg., Par. y Ur. Tonto, necio, fácil de embaucar».
    • c.- El tema, hasta ahora no profundizado en la crítica del Martín Fierro de Hernández, ha sido captado por especialistas de la Academia Porteña del Lunfardo y de la Academia Nacional del Tango, como Eduardo Rubén Bernal, quien ha realizado una muy erudita contribución en este sentido. (https://www.nuevociclo.com.ar/hoy-otario-lunfardo/)
    Tomado de Internet: Todotango. Todo sobre tango argentino. (http://www.todotango.com/comunidad/lunfardo/termino.aspx?p=otario) . «Otario: según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, es el término que designa genéricamente a los mamíferos acuáticos del tipo de la foca y el león marino. Añade, que en el ámbito rioplatense se utiliza para nominar al individuo fácil de embaucar, propenso al timo, crédulo, resumiendo, el que va siempre de punto. Hoy en desuso, tuvo su cuarto de hora en nuestra música ciudadana. Hay dos tangos titulados “El Otario”, uno que pertenece a Gerardo Metallo y otro a Agustin C. Minotti. “Biaba al Otario”, de Arnaldo Barsanti; “Otario”, tango de Luis Moresco, grabado por Juan Maglio; “Otario que andas penando”, de Delfino y Vacarezza; dos tangos anónimos: “Se acabaron los Otarios” y “Todavía hay Otarios”. También las hay femeninas: “Mina Otaria”, interpretado por Roberto Diaz».
    Un largo camino fue el recorrido por la voz lobo (de origen aún discutido en Europa) que, pasando de la ferocidad a la indefensión, es aplicada a la especie zoológica sudamericana que, por poseer orejas (y muy pequeñas por cierto) ha sido clasificada por los taxonomistas como Otaria flavescens. Después, los hablantes locales del español criollo urbano se apropiaron del primero de esos términos científicos para calificar el carácter de personas humanas y así, en sus años de esplendor, la fama del tango llevó al nuevo término por el mundo junto con letras compuestas por notables poetas del suburbio y recogidas en rudimentarias y perturbadoras grabaciones discográficas donde campea, por ejemplo, la voz inigualable de Carlos Gardel. Hoy las nuevas generaciones de hablantes rioplatenses es probable que no hayan oído nunca la inclusión de tal vocablo en el léxico corriente de sus compatriotas. Hay que continuar observando los nuevos comportamientos.
    Por lo pronto nos complace observar que un solo idioma, una sola lengua materna, nuestro español, fue capaz de brindar su cálido regazo para que estos procesos se produjeran.  Volver