Marcas de oralidad y cultura en la narrativa escrita por mujeres Patricia Córdova Abundis
Universidad de Guadalajara

Cuándo, cómo y en qué medida se han incorporado los recursos de oralidad en la literatura es un tema que tiene muchas razones para atraer nuestra atención. Sobre el tiempo en que no existían magnetófonos, la literatura cumple el papel de registro histórico de la oralidad de nuestra lengua. Pero desde el siglo xx, las diversas formas de incorporación de la oralidad en la literatura se han convertido en mucho más que la recreación del cómo hablan grupos representativos de una comunidad lingüística. La oralidad incorporada en la literatura recoge nuestras tradiciones verbales, convenciones o transgresiones estilísticas de la época y uno de los mejores ensayos para comprender cómo sucede y fluye el pensamiento.

Cuando analizamos el habla en la literatura estamos lejos de solo observar un buen, o mal reflejo de nuestras hablas. El escritor, o la escritora, es, en muchos sentidos, un detector idiomático y cognitivo de su entorno.

Las estrategias para incorporar la oralidad en la narrativa son variadas. Las más evidentes se refieren a la presencia de vocabulario folclórico, o al uso de signos ortográficos tradicionales como los tres puntos para la elipsis. Algunas variantes sintácticas, la inclusión de tradiciones discursivas características de la oralidad cotidiana y el particular ritmo narrativo fluido —que aparenta ser escuchado cuando es leído—, corresponden a estrategias más elaboradas que conforman lo que podemos llamar una escritura periscópica. Periscópica porque da vuelta al entorno que aborda dejando fluir oralidades diversas y proporciona visiones verosímiles. Esta escritura imita el hablar-pensar. No sólo el pensar como sucede, esencialmente, con el flujo de conciencia o con el monólogo interior. Con la escritura periscópica el lector tiene la sensación no de leer, sino de escuchar hablar muy espontáneamente.

Si imaginamos una línea del tiempo en la narrativa de escritoras mexicanas y tomamos algunos casos representativos podemos observar cómo la asimilación de estas estrategias ha cambiado hasta llegar a este tipo de escritura.

La línea del tiempo que ahora recorro se inicia con Balún Canán de Rosario Castellanos, en 1957. Le sigue «La culpa es de los tlaxcaltecas» de Elena Garro, publicada en 1964; Apariciones de Margo Glantz, que vio la luz por primera vez en 1996; Bestiaria vida de Cecilia Eudave, con publicación original en 2008, El cuerpo en que nací de Guadalupe Nettel del 2011 y Temporada de huracanes de Fernanda Melchor publicada en 2017,1 en donde encontramos una asimilación prodigiosa de la oralidad.

En Balún Canán, Rosario Castellanos narra su infancia en Comitá, Chiapas. La voz narrativa es de una niña de siete años que empatiza con su nana, una indígena que muestra el mundo espiritual de los tzeltales, pero también enseña la fricción entre la cultura de los criollos y los indígenas que, en los años treinta y en el contexto del proyecto educativo nacional de Lázaro Cárdenas, obtuvieron el derecho a recibir una educación laica e implementada por los señores para quienes trabajaban. Castellanos visualiza los prejuicios sociales y lingüísticos de la época. En Comitán, años treinta, un indio no debe hablar español porque requiere permiso para hacerlo y, contradictoriamente, si lo habla es considerado una afrenta: «El español es privilegio nuestro. Y lo usamos hablando de usted a los superiores; de tú a los iguales; de vos a los indios» (p. 39).

Elena Garro despliega el mismo conflicto entre dos formas de existencia: la del indígena y la del hombre moderno. La protagonista, la señora Laura, está casada con el señor Pablo, quien habla a saltitos y a quien no se le cae de la boca el nombre del presidente.2 La ridiculización de un esposo que intenta someterla es contrastante con el primo marido, un indígena con el que habita en el tiempo de la Conquista y con quien experimenta raptos de ternura que superarían muchos idilios. Elena Garro subsume la reconciliación de las dos vetas de nuestro mestizaje: Laura, una mujer citadina y privilegiada que experimenta la plenitud sensual y espiritual con su primo marido, un indígena que combate ante los conquistadores.

Ambas escritoras dialogan con el entorno indígena y lo exponen constantemente como un espacio de esperanza vital. Para hacerlo incorporan la oralidad con formas tradicionales. Sobresalen las falsas coordinaciones, como en «Sube el humo en el viento y se deshace» (Balún Canán, p. 9), y el habla egocéntrica típica del habla coloquial que se representa por el uso marcado del pronombre de primera persona:3 «Me guardó contra su corazón. Yo lo oí sonar como rueda el trueno sobre las montañas» («La culpa es de los tlaxcaltecas, p. 21). Dicha variante también es una tendencia atribuida a la narrativa escrita por mujeres. Redondo Goicoechea (2009)4 anota la tendencia al uso del yo, la prevalencia del uso del tiempo psicológico sobre el tiempo cronológico y la narración desde el interior como características de la narrativa femenina actual.

Elena Garro va un poco más allá: introduce marcadores conversacionales y preguntas fáticas cuando suceden los diálogos entre Laura y la señora que la asiste en casa: «¿Sabes, Nachita?», «¿No estás de acuerdo, Nacha?», «Fijate, Nacha (…)». No obstante el uso de estas estrategias de oralidad, Castellanos y Garro dan forma a una voz narrativa femenina esculpida desde fuera. Pero su valor literario es irrefutable: narran la cultura indígena y la cultura femenina con la ventaja que Miguel León Portilla5 atribuye a los vencidos: pueden ver desde abajo y también pueden ver desde arriba.

Fue necesario que la voz narrativa femenina se regodeara en sí misma para soltar las amarras. La técnica única para ello es la metaficción. Por ello me referiré a Apariciones de Margo Glantz. Sobresalen dos estrategias orales utilizadas: los imperativos en el ámbito erótico, en el ámbito religioso y en la referida metaficción; y la narración en segunda persona que simula una conversación íntima de tono intruso. «Desnúdate», «Échate en el suelo», «muévete», dice el amante. «Ayúdame, sálvame», reza la protagonista. «Digo, me digo, a mí misma: —¡Escribe!». Margo Glantz narra apariciones eróticas, imágenes de sor Lugarda de la Encarnación, dominica del siglo xix, sobre quien titubea qué nombre otorgar. La escritora es su personaje y su personaje es la escritora. En Apariciones, la narración es un medio de autoconocimiento femenino que apela a la transgresión erótica y creativa. La mujer es observada ya desde adentro y la imitación de un habla dirigida hacia sí misma es uno de los recursos orales utilizados.

Podemos apreciar la novela Apariciones como un punto de quiebre. En 2008 Cecilia Eudave con Bestiaria vida y, en 2011, Guadalupe Nettel con El cuerpo en que nací asumen la matrofobia como tópico literario y visualizan muy kafkianamente a las mujeres como insectos. Eudave llama la Baci a una madre fiera que fulmina como los basiliscos y la Sucu6 a su hermana porque es un súcubo que nace con un cuernito en la frente y que es tan encantadora como malvada. La autora abre el tópico —diría yo— de la sorofobia, que sería también un posicionamiento incorrecto con respecto al discurso de género contemporáneo que defiende la sororidad entre otros puntos. La protagonista de Guadalupe Nettel es visualizada y llamada por su madre: «cucarachita» porque tiende a encorvarse. Sin embargo, el rigor despiadado con que la madre la intenta corregir es superado por la abuela, quien «utilizaba métodos de tortura mucho más sutiles y desconcertantes» como la «ley del hielo», que consistía en hacer de la adolescente un ser transparente (El cuerpo en que nací, p. 59).

La oralidad en estas dos novelas afecta planos más elaborados. Encontramos duplicaciones pronominales y usos preposicionales marcados, como en: «A mí se me entrenaba a ver…» (El cuerpo en que nací, p. 15). La fluidez narrativa cobra vigor con la acumulación de recursos orales. Obsérvese la expresión fosilizada de inicio «para colmo», la interjección, la iteración, la variante léxica campamocha que significa ‘mantis’; todas ellas son variantes coloquiales características del habla mexicana: «Para colmo estaba la madre, ¡qué cosa!, digna de una investigación científica; muy mayor, muy mañosa. Parecía una enorme campamocha con los brazos siempre desplegados, amenazante, hostil» (Bestiaria vida, p. 77).

Cierro la línea del tiempo con Fernanda Melchor y su Temporada de huracanes, novela publicada en 2017 y con cinco reimpresiones. Esta joven narradora ha logrado una prosa vertiginosa, lacerante y ha roto con los cánones de la narrativa femenina y de la narrativa feminista.

Virginia Wolf, siguiendo a Coleridge, apela al valor andrógino de la inteligencia. Rosa Beltrán reafirma y afirma: se escribe sin género. Lo que me interesa resaltar ahora es cómo Fernanda Melchor ha llegado a esa escritura desafiante cuyos rastros de género, si existen, son muy sutiles.

La trama de Temporada es el asesinato de una bruja en La Matosa, ranchería en Alvarado, Veracruz. Está basada en una nota periodística real.

Estoy segura de que los editores de Melchor pensaron lo mismo que Élmer Mendoza cuenta que le dijeron cuando les presentó Un asesino solitario. Ellos estaban convencidos de que había escrito una novela de la violencia. Élmer pensaba que había escrito una novela sobre el lenguaje. En el caso de Temporada de huracanes, la escritora afirma que no somete la trama al lenguaje. Pero refiere que lee en voz alta muchas veces lo que escribe y que lo que iba ser un conjunto de monólogos cambió. Este dato reafirma la correspondencia prosódica de su narración con la oralidad.

Melchor despliega la riqueza idiomática del español de México. Lo hace hablando de hechos violentos. La riqueza léxica se hilvana con clichés, disfemismos, iteraciones, sin tabúes, dejando frases suspendidas. Logra una cascada de flujo narrativo que no cesa y que lleva al lector a escuchar sus líneas de una manera periscópica. Los mexicanismos fluyen a borbotones y son de todo tipo: generales, regionales y supranacionales, según nos explica claramente Concepción Company Company en el Diccionario de mexicanismos coordinado por ella. Prieta, ‘oscura’; cusca y furcia, ‘prostituta’; falsos, con el sentido de ‘mentiras’ y gañotes, ambos por la pluralización; andar buscando; matanga, ‘arrebatar’; centenario, moneda de oro conmemorativa de la independencia de México; echar pestes, por ‘maldecir’; pajarear por ‘vagar sin objetivo determinado’; írsele la onda, por ‘perder el sentido de algo’; cábula por ‘bromista’ o en referencia a alguien que engaña; entre muchos otros, son algunos mexicanismos que forman parte de la tradición verbal popular. No por ser parte de un habla que sólo utilizan los estratos desfavorecidos. Lo popular lo interpreto, siguiendo a Luis Fernando Lara,7 como aquello que se comparte a lo largo de una nación y proporciona identidad.

La vorágine de Melchor también introduce palabras no usuales en el habla de todos los días como caldero, argucia, simonía, cuita, suripanta y ayuntarse, con el sentido de ‘copular’. Voces de origen taíno como bohío, o caribeño como guasa. Las expresiones coloquiales salpican estratégicamente: quién sabe cómo, agarrar pa la sierra, se los llevó pifas, ni falta que les hacía, entre otras.

El ímpetu de la oralidad incrustada en Temporada de huracanes está tan logrado que puede incluso perturbarnos. Pero su valor idiomático valida su lectura.

Las marcas de oralidad incorporadas en la narrativa escrita por mujeres son un acto de libertad consolidado generacionalmente. Lo son porque se asume el hablar propio y el hablar de los coterráneos. Su presencia no está relacionada con la complejidad o profundidad de los temas tratados; mucho menos con la calidad literaria. Sin embargo, su incorporación plena sí indica una libertad estilística que impacta en la apreciación creativa e idiomática de la narrativa escrita por mujeres.

Notas

  • 1. Las ediciones consultadas son las siguientes: Castellanos, R. (1961). Balún Canún. México: Fondo de Cultura Económica; Garro, E. (1989) «La culpa es de los tlaxcaltecas» en La semana de colores. México: Grijalbo. pp. 11-30; Glantz, M. (2008). Apariciones en Obras reunidas. Narrativa, tomo II. México: Fondo de Cutura Económica, pp. 433-508; Nettel, G. (2011) El cuerpo en que nací. México: Anagrama; Eudave, C. (2018). Bestiaria vida. España: Eolas. Volver
  • 2. Se refiere al presidente de México Adolfo López Mateos, quien gobernó de 1958-1964. Volver
  • 3. Una de las características que Antonio Briz atribuye al habla coloquial es esta. Véase Briz, A. (1996). El español coloquial: situación y uso. Madrid: Arco Libros. Volver
  • 4. Redondo Goicoechea, A. (2009). Mujeres y narrativa. Otra historia de la literatura. Madrid: Siglo xxi.Volver
  • 5. León Portilla, M. (2001). Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de La conquista. México: UNAM.Volver
  • 6. Los acortamientos léxicos, como en este caso «baci» y «sucu» son atribuidos al sexolecto femenino por López García, A. y Morant, R. (2005). Gramática femenina. Madrid: Cátedra. Volver
  • 7. Lara, L. F. (2014) «La noción de tradición verbal y su valor para la lingüística histórica» en NRFH, Tomo 62, pp. 505-524. Véase también Lara, L. F. (2015). Temas del español contemporáneo. Cuatro conferencias en El Colegio Nacional. México: El Colegio de México-El Colegio Nacional.Volver