Poesía y vida Viviana Ayilef
Poeta y crítica literatia

Escribimos poesía así como otros sueñan. Como nuestros lonkos reciben en la mansa noche todavía avisos de peligro y trueno. Estoy utilizando metáforas viejas y por dolor conocidas, pero todavía vigentes. Algo de los sueños del gran Moctezuma ha sido recurrente. Escribimos poesía como a nuestros machis les tiembla la piel y les aparece el saber que nos tiene a salvo, tan vivos. Escribimos poesía como cuando la sombra de un árbol se dobla sobre un espacio sagrado al que abraza. Escribimos poesía como cuando nace un niño. Existe, todavía, ese orden. O con mayor rigor: sobre-existe. Y cada vez que se altera ahí vamos cada uno a restituir desde su lenguaje ese mundo. Pero a nuestros lonkos los procesan. A nuestras machis las reprimen. Al territorio lo cercan y lo condenan a ser de ese modo un espacio sangrado. Con el espacio sagrado sangrado nos desangramos todos. Incluso esos niños que nacen. Sobre esto trata, también, la poesía.

Nos han querido regresar a todos los estereotipos. De todos ellos nos escapamos. Resistimos la imagen del doliente prosternado elegíaco indio casi niño que pide cobijo —una imagen que supo ser, sin embargo, poética—, y la del sedicioso tirador de flechas piedras o de bombas —una imagen activa, de clara raigambre política—. Pero no lloramos: hablamos. Y no atacamos: decimos. Estamos, con nuestros cuerpos enfermos, intoxicados, regados salvajemente por el veneno agrotóxico, o privados del agua por las represas hidroeléctricas o los emprendimientos megamineros; con nuestros espíritus alterados por la construcción oscura y malintencionada que articula el poder desde sus redes virales acerca de lo que es ser hoy mapuche. Queremos compartir un relato desde la poesía sobre lo que triza nuestro corazón, lo que lo mantiene altivo, porque la poesía abreva también en el agua. La poesía permite hablar sobre eso porque nada escapa a su inmenso potencial de acción y de sanación, de decidido amor, si es preciso.

Y si todo eso toca a la poesía es porque lo que parece un asunto económico es para nosotros la trayectoria de un orden sagrado y no se reduce a la matemática. Lo que puede parecer una discusión académica es el ejercicio de la desobediencia epistémica y no cabría en un abstract. Lo que se niega a figurar bajo el rótulo de folclore es la vida, una experiencia que late y que si se detiene es como un detenerse el mundo porque está desgarrado. Si algo de lo que leemos parece un asunto demasiado social es la percepción primaria en la historia del asco, como si tanto dolor pudiera resumirse en alguna palabra. Lo que parece poesía es, como siempre lo entendieron los pueblos originarios de Abya Yala, aquí Latinoamérica, una concepción del lenguaje como una acción bien precisa, subsidiaria de un orden que va a sostenerse más allá de la bala, el garrote, el estigma, la celda, los autos de fe. La poesía como un sencillo acto de fe. Escribimos poesía porque nos ha tocado esta forma concreta de amar y de defendernos.

Poemas leídos luego de la exposición

Vuelve el río a su cauce.
En ese su fondo está el remolino
la serpiente de agua que mira
las piedras que saben
algún pez que no pudo la vida.
Una planta nace,
reflejo de sombras por cielo invertido.

Cuando arriba llueve
el rostro visible del río se tiembla
carne hace de su carne esa nueva piel,
da la bienvenida.

Cuando se desborda
pierde lo que no le sirve;
a veces
en la tempestad despierta la calma
se sacia la sed
brasa hace de su centro, cuna para el tiempo.

Ahí está la nieve, no para
el hilo invisible que me une a mis hijos
se estira
suave pero decidido como si un tendón tensara
para el instrumento.

En el servicio meteorológico no saben medir este frío.
En los manuales de Historia no apareció todavía el registro concreto
para decir
cómo habrá dolido más que piel la piel adentro
en lo pequeño del cuerpo
carnecita de tu carne que camina sin saber
para qué ese rumbo, Valcheta.

Esta nieve cae como la sabiduría
cae de costado
despacito cae.

Podés mirar a otro lado, igual moja.

Nunca te hace daño, la nieve
deja quietecito lo que estaba quieto y no se definía
sacia lo que tiene sed
sella las heridas.

Y si mañana la nieve está alta y me deja sembrada al oeste
mis vacilaciones, con estos viejos recuerdos
que van siendo míos también
estos pensamientos que teje una imagen bordada,
con este cuerpo aterido diciendo sus nombres como de montaña
de mar
de mirada y de miel
de madera y mimbre
en mis labios.

Si queda mi cuerpo a este lado y parece tristeza
podré pensar que para que firme sea se tensan los cueros todo lo probable
y en el retumbo hacia el aire sin ruido mi corazón
laterá su brasa.

En la cerrazón se siente lo que más se quiere.
Cuando abrace de nuevo a mis niños voy a besar la memoria de esos otros niños
campos de concentración.

En los brevísimos gestos del amor que hoy podemos
se sana también nuestro árbol hachado.

Que de su madera sea nuestro fuego
y restañe su sabia la más bruta herida.

No estoy hablando de olvido.
Hay demasiado newen dando vueltas.

Estoy narrando un relato que a mí me trajo la nieve.
Estoy hablando de brotes.
Estoy hablando también entre las hojas que caen.

Que cada uno de ustedes se tome este tiempo para entender cuál mensaje le trae su nieve o el frío en la lluvia este viento el otoño las estaciones que vengan. No es fácil.
A cada uno le tensa un costado distinto del árbol según sus memorias.
Florezcan.
Amen el verde que se despide.
Pero pidan, también, por que vuelva.

Solo el equilibrio nos puede traer el descanso en la sombra.

Nací mujer
amarrada a la sangre derramada
tuve otros cuerpos en mi cuerpo
latieron todos
hacia la vida unos
hacia la muerte otros.
Hacia el amor y la furia.

Nací en el sur
mapa de tanto imaginario
pero de cuerpos apilados. Sombras.

Nací en un mundo
que inscribe nombres y apellidos, números para todo
peso y medidas, sellos, tiempo estimado de cautiverio.

Nací en la lengua que me desangra
abro la boca y cada vez agonizo.
Tengo en un diccionario ilustrado
las acepciones de lo que se nombra
porque puede enjaularse.

De vez en cuando miro hacia el cielo
como miro la hora la bandeja de entrada el home banking sus ojos: no hay nada.
Miro también hacia el este
como miro la lluvia que apenitas comienza
como miro la ola que se acerca despacio
como miro los brotes en flor como miro sus manos.

Y también miro al suelo
por tantísimas cosas.