El lenguaje, nos dicen los filósofos, es el espejo del espíritu. Aristóteles vio en él el elemento distintivo del ser humano. Descartes lo consideró la llave para acceder a la inteligencia humana y, por ende, a la existencia de Dios.
Los filósofos analíticos del siglo xx consideran que la palabra es el único campo legítimo de estudio para la filosofía, porque sólo a través de él se puede conocer al ser humano y a su realidad.
Ante estas apreciaciones, no sorprende ver a personas perfectamente razonables, enemigas de la violencia y usualmente tolerantes con los demás, recurrir a las armas más poderosas a su alcance cuando se trata de defender su visión del lenguaje.
Muchas acusaciones de todo tipo se han hecho en las últimas décadas a los medios de comunicación. Se les ha responsabilizado de la rebeldía de los jóvenes, de la violencia en las calles y del deterioro de la moral tradicional. Pero además se les ha culpado por lo que se percibe como un notable deterioro en la capacidad de la gente para expresarse a través del lenguaje.
¿Son ciertas todas estas acusaciones? ¿Debemos empezar a ver a los medios como enemigos fundamentales de la sociedad? ¿Tendremos que prohibirlos o censurarlos? ¿O quizá retomar los instrumentos de tortura de la Inquisición para hacer pagar a los comunicadores por los pecados que han acumulado a lo largo de muchos años?
A veces no me faltan ganas a mí mismo, pese a ganarme la vida en los medios de comunicación de iniciar la cruzada en contra de quienes violan las reglas más elementales de la lengua a la vista y a la escucha de mlllones de personas. Irritan las expresiones incorrectas, las faltas de ortografía, los solecismos y los barbarismos. Molesta la pobreza de vocaburario.
Pero si el lenguaje es el espejo del espíritu, lo que más inquieta es el estado espíritual de tantos presentadores y comentaristas que torturan la sintaxis y se pelean constantemente con la lógica.
Los comunicadores siempre tendremos la tentación de querer arreglar los males de nuestro país a través de los medios en que trabajamos. Y hay, por supuesto, ejemplos brillantes en la historia de la comunicación de cómo los medios han servido para preservar la unidad nacional de un país a través de la difusión de un lenguaje nacional.
La BBC británica es quizá el ejemplo más brillante. En un tiempo en que el Reino Unido era una desunida congregación de comunidades que hablaban dialectos mutuamente incomprensibles, la BBC logró forjar un sentido de unidad al difundir un inglés convencional que era comprendido por los británicos de todo el país. La BBC tuvo tanto éxito en esta empresa que su inglés se convirtió en lengua franca no sólo en el Reino Unido sino en buena parte del mundo.
Sin embargo, cuando se habla del triunfo de la BBC para crear su inglés convencional, el inglés de la BBC, y se pretende repetir la experiencia en otros lugares del mundo, se olvidan algunos factores importantes. Uno de ellos es que la población británica, a pesar de sus diferentes lingüísticas, tenía un nivel educativo alto. La gran mayoría de los británicos, independientemente de sus dialectos, habían recibido en la escuela la suficiente instrucción lingüística como para comprender el inglés de la BBC. El medio de comunicación estaba trabajando sobre un campo ya preparado, sembrado y abonado por el sistema educativo.
Otro elemento que con frecuencia se olvida es que, a pesar del éxito obtenido, el inglés de la BBC sigue siendo utilizado de manera cotidiana por un número relativamente pequeño de británicos. A pesar de los supuestos poderes mágicos de los medios de comunicación para cambiar las costumbres de una población, los británicos han continuado utilizando sus dialectos regionales, los cuales se mantienen en constante transformación y simplemente preservan el inglés convencional como una lengua franca que les permite comunicarse entre sí cuando tienen esa necesidad.
En México, quiérase o no, ha surgido también un dialecto convencional del español, que es el que se utiliza usualmente en los medios de comunicación. El hecho de que los medios nacionales estén concentrados en buena medida en la ciudad de México, le ha dado a este español convencional mexicano algunos de los tonos e inflexiones característicos de la capital.
Es verdad que en buena medida el uso del lenguaje en estos medios es muy pobre. Pero no más pobre de lo que usualmente encontramos en las calles de nuestras ciudades. Es difícil argumentar que los medios están deteriorando los usos lingüísticos de nuestro país. Más bien puede argumentarse que es el bajo nivel educativo de nuestra sociedad el que se manifiesta en los medios de comunicación.
Estoy ccnvencido de que los medios de comunicación tienen la obligación de mejorar su uso de la lengua, no por mantener purismos académicos que poco sentido tienen en nuestros días, sino por la importancia de lograr una comunicación más eficaz. Así como los productores de televisión o de radio buscan todos los días instrumentos técnicos para mejorar sus transmisiones y sus programas, así los comunicadores deben estar en constante búsqueda de instrumentos lingüísticos que les permitan comunicar mejor. El criterio, sin embargo, debe ser la claridad de expresión que se traduce finalmente en una mayor claridad de pensamiento.
Es un vano sueño pensar que los medios de comunicación puedan transformar por sí solos los usos lingüisticos de un país como el nuestro. Más iluso es considerar que esta transformación puede imponer a la mayoría usos académicos que, a pesar de ser obsesión de los puristas del lenguaje, son ajenos a la enorme mayoría de la población.
Muchas de las exigencias que se hacen a los medios en materia del uso de la lengua son más producto de intentos por conservar purismos académicos que de la necesidad de imponer una nueva claridad en el lenguaje. Esto nos señala que el esfuerzo está mal encaminado.
Si es verdad que el lenguaje es un espejo de nuestro espíritu, de nuestra inteligencia, mal haremos en insistir en encadenarlo a los dictámenes de una Academia establecida en otro continente y para servir a otro pueblo. En cambio, debemos usar todo nuestro esfuerzo por lograr que esas laberínticas frases sin principio ni fin aparente, que denotan falta de claridad en el pensamiento, sean desterradas definitivamente de los medios. Hoy más que nunca los mexicanos necesitamos que en nuestros medios de comunicación y en nuestra vida cotidiana reencontremos las virtudes de la claridad en la expresión.