Carlos Illescas

El guión en la televisiónCarlos Illescas
Poeta (Guatemala)

Primero, quiero reivindicar el carácter científico del periodismo, uniéndolo, lógicamente, al conjunto de lo que este congreso intenta.

También, cómo no, a la capacidad que entiendo ha tener ese nuevo planteamiento científico para desarrollar los temas más acuciantes que tenemos en este momento planteados respecto a la lengua.

Ese carácter científico lo uniremos a continuación con el fenómeno de la especialización, al que me referiré muy epidérmicamente; simplemente darles unas «pinceladas» de lo que ha supuesto el fenómeno de la especialización respecto al periodismo.

Para concluir con una propuesta de la unión entre el mundo de la especialización y el mundo del periodismo, que se ha ido de alguna manera decantando en torno a las investigaciones de la cátedra de información especializada y de algunas actividades complementarias, académicas o investigadoras.

Este es el esquema:

En la mesa redonda —espléndida mesa redonda— sobre las academias y los medios de comunicación, tanto los académicos, cuando se referían a lo que estaban pidiéndole a los medios, como los medios, cuando se referían a lo que les estaban pidiendo a los académicos, están manteniendo unas posiciones bastante continuas, semejantes y, a veces, poco innovadoras. Se podría resumir en dos grandes apartados:

  1. Los medios piden a las academias más flexibilidad y más agilidad, y
  2. Las academias piden a los medios más rigor y más capacidad de ser pacientes, o más paciencia. En definitiva, cuando las academias están en relación con los medios, sienten eso que salió ayer, que me parece elocuentísimo, que es el tiempo como factor determinante de lo que es el periodismo, aspecto éste que nunca aparece en ninguna reflexión académica y que, sin embargo, está condicionando absolutamente todo el fenómeno del periodismo; y, desde luego, el fenómeno científico del periodismo, o cuenta con ese factor tiempo o nunca será una ciencia, digamos, específica, relacionada con ese fenómeno.

Estas dos cuestiones, flexibilidad y agilidad, es lo que piden los medios a todos los expertos, no sólo a las academias, sino a todas las fuentes informativas institucionales, empresariales, etc.; y todos los expertos, o todo mundo del conocimiento especializado, siempre pide a los medios exactamente lo mismo: más paciencia y más rigor. Es decir, estamos, en definitiva, en una dialéctica eterna entre lo que significa la presencia del fenómeno periodístico en nuestro siglo y la presencia del fenómeno científico, del fenómeno académico en nuestro siglo.

El problema es cuando estos dos fenómenos entroncan y aparece lo que podríamos llamar la definición de una nueva ciencia relacionada con el mundo de la información y con un planteamiento científico del periodismo. Esto, para muchos, es una contradicción in terminis de los planteamientos rigurosos de una ciencia relacionada con el periodismo; para muchas personas no tiene sentido.

Voy a intentar demostrar ahora que esa es la única salida que tenemos si queremos llegar a alguna solución viable.

Cuando se plantea este Primer Congreso Internacional de la Lengua Española, los organizadores llegan a la conclusión de que lo mejor es unir el mundo de la lengua al de los medios de comunicación, y lo subtitulan, como que puede ser efectivamente el que nos acoge a todos en Zacatecas, La Lengua y los Medios de Comunicación. Esa copulativa no deja de ser algo en cierto modo incómodo, como planteando una barrera entre el mundo de la lengua y el mundo de los medios de comunicación, pero es la misma barrera que yo percibí en un curso, hace unos años, en cuyo título, La Lengua y su uso, se daba una situación poco afortunada.

Un curso sobre la lengua y su uso, desde mi punto de vista, era absolutamente redundante, es decir, ¿qué es la lengua si no se usa de esa lengua? En definitiva, ¿qué es la lengua fuera del contexto de su utilización?, ¿qué es la lengua sin el hombre?, ¿qué es, por tanto, la elocuencia de los discursos sin la elocuencia de los silencios? Esa definición espléndida que nos dio Octavio Paz en la inauguración, la hija del silencio, la lengua como hija del silencio. Muy elocuente y, sobre todo, que pone al hombre como centro fundamental del ámbito lingüístico. La lengua no tiene sentido si no existieran los seres humanos que se comunican con ella, y lo hacen fundamentalmente a través de medios de comunicación; además de eso, a través de «fenómenos periodísticos».

Por lo tanto, no es un añadido, no es un adjetivo más a la lengua, no es algo que tengamos que ver con una perspectiva diferente o nueva, es intrínsecamente el ser o no ser de la lengua en los próximos años y, por tanto, entiendo que si le damos ese carácter absolutamente identificador al fenómeno del periodismo con el fenómeno de la lengua, estaremos, sin duda ninguna, abriendo un cauce nuevo de investigación. Pero quiero, como he advertido antes, reivindicar el carácter científico del periodismo; y esto, sinceramente, si no lo asumimos en un congreso como éste, nunca podremos asumirlo.

Hay una tradición científica que yo creo que es universal: todos los que se sienten cómodos en un determinado conocimiento, en un determinado ámbito científico, automáticamente ven con cierta extrañeza a todos los que se suben a ese «nuevo carro» del cientifismo. Imagino que a ustedes les resultará familiar el símil con aquellos departamentos de los trenes: uno se ubicaba con cierta comodidad, entraba con su familia y, una vez que estaba ya ubicado, aunque hubiese algunos asientos libres, no se veía con agrado que se descorriese la puerta del compartimento y entrasen nuevas personas a sentarse; había una cierta incomodidad inicial. Después resulta que esas personas enriquecían el viaje y probablemente era mucho mejor el viaje después de haberles admitido en el vagón. Pues en el conocimiento científico pasa un poco lo mismo. Los científicos tradicionales ven con recelo todas las nuevas manifestaciones que se quieren acercar a ese campo rotundo, riguroso, de la ciencia; y, desde luego, al periodismo le ha ocurrido en sus comienzos y, en este momento, le sigue ocurriendo.

Si efectivamente entendemos que eso es así, entenderemos muy bien cómo, cuando se habla del periodismo, se hace de una forma un tanto despreciativa. Yo estoy frecuentando ámbitos académicos hace muchos años y tengo necesariamente que levantar la mano siempre que estoy en una junta de gobierno y algún catedrático de alguna otra facultad o algún otro ámbito del conocimiento pone el adjetivo periodístico para referirse a algo de rango intelectual menor, de carácter... (eso es una paloma, son palomas vivas, yo creía que eran mecánicas, pero, en fin, son palomas que efectivamente «comen» y «descomen»). Esta referencia al periodismo o a lo periodístico, como adjetivo, como algo intelectualmente menor, como algo en definitiva que tiene una característica diferente a lo que las ciencias tradicionales aportan, a mí me parece extraordinariamente injusto. Y como, desde mi punto de vista, es necesaria la reivindicación científica de ese nuevo campo académico, entiendo que precisamente aquí es donde tenemos que intentar darle un sentido más profundo a las investigaciones relacionadas con la lengua, o con el uso de la lengua, en los medios de comunicación de masas. Vamos a aprovechar, entonces, todo lo que el periodismo haya aportado o esté aportando en este momento en el camino de su establecimiento científico, para poderlo utilizar en esa vía.

Yo entiendo que ese camino es irreversible; se podrá discutir todo lo que ustedes quieran, se podrá hablar de la oportunidad de determinados pasos, pero lo que yo entiendo es que no podemos mirar hacia atrás, tenemos que mirar necesariamente hacia adelante.

Eso desmonta algunos aspectos que se han ido ya desgranando en el debate. Éste me pareció interesantísimo, la pregunta inicial después de la espléndida ponencia de mi compañero y amigo, debo decir, como se dice en España: «de mi compañero y, a pesar de todo, amigo», Manuel Martín Serrano, que se rompió con esa pregunta sobre la unión entre la teoría y la práctica.

Daba la impresión de que había un cierto reproche implícito en la pregunta, diciendo: «Bueno, todo eso está bién, estamos hablando de un desarrollo intelectual, absolutamente interesante, pero ¿qué es lo que está ocurriendo conmigo, con mi periódico, con mi actividad cotidiana?, ¿qué pasa con esos periodistas que todos los días tienen que cerrar una edición, porque si no cierran la edición... La diferencia está entre «el ser y no ser» de un contenido, y eso, evidentemente, plantea unas dificultades añadidas a las discusiones académicas que muchas veces las hacemos con una cierta comodidad y así tenemos que reconocerlo.

Mi propósito es decirles: además de las reflexiones tranquilas, intelectuales, académicas, queremos que esas reflexiones impregnen, iluminen, sirvan a un desarrollo profesional que es, al final, el que tiene que cambiar el modo de hacer las cosas en los medios de comunicación. Y entiendo, por otra parte, que no es bueno aceptar las cosas tal y como en este momento están. Los medios de comunicación piden más agilidad o más flexibilidad a las fuentes de los expertos y los expertos piden más tranquilidad, más paciencia y más rigor, sobre todo en las expresiones.

Esto es inevitable, siempre va a ser inevitable, pero en ese camino yo creo que hay cosas que tenemos que conquistar, que tenemos que hacer y, en cualquier caso, en relación con la forma de hablar en los medios de comunicación del mundo de los especialistas, de los expertos, creo que se han hecho cosas que son, de alguna manera, las que van a ocupar los próximos minutos.

De esa visión un tanto pesimista, un tanto pedestre,  del viejo periodista caricaturizado en miles de episodios literarios o en miles de episodios cinematográficos, de ese periodista de Billy Wilder, o ese periodista al que Balzac define como la «subespecie del hombre de letras», con una manera especialmente perversa de definir. Ese periodista que, en definitiva, quiere ser literato, se quiere dedicar a la literatura pero no tiene más posibilidades que escribir en un periódico. O esa visión del periodismo de que es la única manera de que ciertos literatos, de talento y de prestigio, se ganen la vida de una manera honrada sin necesidad de estar pendientes de qué pasa con su libro; siendo efectivamente excelso como literatura o como obra poética, no lo es desde el punto de vista de la venta o de la penetración de ese producto en el ámbito social.

Ahí entramos entonces en una primera contradicción, desde mi punto de vista interesantísima, y es ver que lo masivo, lo amplio, lo que afecta a muchas personas, necesariamente tiene que perder calidad o tiene que ser algo intelectualmente menor. Esto es lo que, de alguna manera, quiero romper. Y cuando se habla de periodismo, tenemos que pensar que el fenómeno periodístico exige para que sea excelente —la excelencia en el periodismo— no sólo rigor y profundidad en el contenido, sino penetrabilidad y accesibilidad de ese contenido y, por lo tanto, difusión de ese contenido. En el periodismo no se puede hablar de excelencia si no estamos hablando de difusión del mensaje.

Si es así, tenemos que considerar como un elemento científico el tema de la accesibilidad y el tema de la expansión de ese mensaje. Si no, efectivamente, no estaríamos adecuando una nueva ciencia que consiste en comunicar todos los saberes de los que se dispone en este momento, o de los que dispone en este momento la humanidad. Ahí les recuerdo a ustedes esa vieja polémica, cuando la sociedad de masas plantea eso que tan acertadamente Eco define como apocalípticos integrados, es decir, los que efectivamente ven el mayor mal de todos los males en la sociedad de masas, y por tanto en la cultura de masas, y los que efectivamente ven —los integrados— la solución a todos los males a través de la cultura de masas.

Yo he hecho una reflexión sobre este tema y tengo una aportación escrita, en algún texto, en el que de alguna forma quiero distinguir entre la cultura de masas desde el punto de vista de la producción y desde el punto de vista del consumo. Entiendo que es absolutamente criticable la cultura de masas desde el punto de vista de la producción. No todos podemos producir elementos notables, de cultura sublime, pero sí todos podemos consumir esos elementos notables de cultura sublime; el problema es cómo hacerlo, y cómo hacerlo más eficazmente.

Por lo tanto, en el propio desarrollo científico del periodismo, existe el compromiso, la obligación, de ser eficaces en la transmisión de los mensajes; esto puede que exija, en algún momento, la necesidad de ver en el otro un ser humano, alguien con el que hay que contar, alguien a quien le interesan determinadas cosas y otras no, pero que si se le explica de una forma concreta aquello que le tiene que interesar, muy probablemente termine interesándole todo lo que tiene que interesarle.

En definitiva, quiero expresarles, y la verdad es que de modo muy apresurado, que para ser buen periodista vamos a tener que aportar conocimientos científicos a esos productos periodísticos nuevos; y que para esos productos periodísticos nuevos vamos a tener, necesariamente, que asimilar conceptos que nos resultan hoy, para la cultura tradicional, muy difícilmente asimilables; es, en definitiva, ver en el fenómeno de la difusión masiva un fenómeno de excelencia y con repercusiones científicas innovadoras o nuevas.

Sí, efectivamente tenemos que intentar hacernos comprender. A lo mejor tenemos que hacer un esfuerzo mayor, probablemente yo, en esta mañana, y tendría que intentar llevarles a su espíritu un discurso que a ustedes les interesase. Es decir, no quiero hacer una ponencia en contra de su voluntad, y es que muchas veces nos empeñamos en llevar a los demás a aquello que nos parece absolutamente imprescindible que sepan o que conozcan, en contra de su propia voluntad, de su propio deseo. Queremos convencerles de cosas de las que estamos absolutamente convencidos, sin contar con ellos.

Precisamente el fenómeno del estudio científico del periodismo supone que ese ingrediente tiene que estar presente en todos los trabajos, en todas las investigaciones que de alguna manera quieran asumir esa función del periodismo, que es una función —desde mi punto de vista— básica: la presentación masiva de los mensajes.

Dicho eso así, fíjense, resulta especialmente duro encontrarnos con el fenómeno de la especialización, del que se habla muchísimo; en fin, no me voy a detener en él. Simplemente acudan ustedes a algunos términos, yo creo que extraordinariamente bien tratados, como, por ejemplo, la barbarie del especialismo de D’Ors, es decir, una forma extraordinariamente interesante de ver cómo el especialismo hace que la sociedad pierda visión global, pierda visión integradora y que, por lo tanto, tengas pocas posibilidades de tener su propio conocimiento y de tener su propia conciencia.

Efectivamente, la especialización, que ha sido una de las armas más importantes de la humanidad para avanzar, para profundizar en el conocimiento, aparece, en estos momentos, como la mayor amenaza, como lo que tan bellamente expresaba Elliott en sus versos, cuando ponía en relación la sabiduría, el conocimiento y la información. La información nos impide tener mayor conocimiento y el conocimiento a veces nos impide ser más sabios, tener mayor sabiduría en la vida.

Ese punto de vista, efectivamente, hace que el periodismo aparezca como un arma, como un instrumento, precisamente para luchar contra esa especialización del conocimiento y para dar esa visión global, esa visión sintetizadora en el ámbito de la sociedad y romper, definitivamente, el viejo dilema éste de las dos culturas de ***(A-245) Snow, es decir, la cultura de las ciencias y la cultura de las letras. Esto es muy curioso: los periodistas todavía se siguen sintiendo más hombres de letras que de ciencias.

Me parece que esto no tiene sentido, pues un periodista debe ser, sobre todo, alguien a quien le interesa la sociedad, el ser humano, pero las sociedades humanas no son de ciencias ni de derecho; ahí hay una visión mucho más integradora de la que en este momento se está barajando. Es, probablemente, ese dramatismo que todos hemos sentido cuando nos hemos tenido que decidir por una determinada actividad intelectual o una determinada idea profesional. Cuando yo era pequeño, tenía uno que decidir a los 14 años si tomaba el camino de las letras o el de las ciencias, una situación a veces un poco esquizofrénica que hace que las personas que tengan interés por ambos campos, sufran una cierta pérdida de identidad en algún momento de su vida.

Eso ya —como saben ustedes— se plantea en la Edad Media, cuando se rompe la unidad del saber y aparecen los planteamientos del trivium y el cuadrivium como planteamientos complementarios pero separados. De este planteamiento estamos viviendo ahora mismo las dos culturas, yo creo que de una forma bastante desgarradora. Eso en el periodismo se está notando, y entonces el periodismo científico es un añadido a lo que es el periodismo en general, que son otras cosas de interés mucho más infundioso.

Me parece que ese planteamiento es extraordinariamente negativo. Pero, como consecuencia de ese fenómeno, ha aparecido el fenómeno de las jergas, de las utilizaciones de los idiomas o los lenguajes especializados que norman y tienen muy tratados —en distintos textos— sobre las subculturas que originan determinados códigos que identifican a determinados profesionales o a determinadas actividades científicas o intelectuales.

Ese planteamiento es el que hace, en definitiva, que el mundo del periodismo se sienta perplejo ante esa parcialización del conocimiento, del saber, y necesite establecer unos mecanismos para poder identificar esas jergas en los productos periodísticos que tienen que ser de gran consumo o de alto consumo; ahí hay una contradicción clarísima que efectivamente hace que nos encontremos ante una situación de necesidad de buscar soluciones.

Es curioso que, en una de las ponencias —a la que tuve la oportunidad de asistir y donde estaba el profesor Martín Municio—, se hablaba de nuevas tecnologías, de crear terminologías nuevas, trabajos para nuevas terminologías, establecer estrategias para nuevas terminologías en castellano, vamos a ver cómo podemos en el castellano. Para eso se ha desarrollado una página Web, es decir, la terminología Web es la que está, de alguna manera, recogiendo el espíritu de identificar nuevas terminologías castellanas en el ámbito científico, lo cual no deja de ser una contradicción en sí misma.

No podríamos traducir ya, en un congreso como éste, la palabra Web, pues no, probablemente se ha hablado de este tema muchísimas veces, en Fundesco hemos tenido largas discusiones sobre la posibilidad de encontrar términos que sustituyan a alguno de los que ya se han utilizado más frecuentemente en este congreso y, efectivamente, esa dificultad existe.

Partiendo de esa dificultad es, de alguna manera, de la que surge la inquietud en los mensajes periodísticos y la necesidad de establecer un mínimo orden, un mínimo rigor, en la estratificación de ese lenguaje, con una, digamos, especial orientación según la propia respuesta que el periodismo debe dar al fenómeno de la especialización.

El periodismo se especializa para luchar contra la especialización del conocimiento, de manera que al parecer una nueva sociología del conocimiento, que es la que los medios de comunicación de masas expresan, hay que intentar dar un nuevo planteamiento a la vieja idea de la divulgación; y la vieja idea de la divulgación yo creo que tiene que salir de ese contexto empequeñecedor, privativo quizá, de aspectos más frívolos o más superficiales de la vulgarización y entrar en fenómenos mucho más relacionados con el interés de los destinatarios, con la contextualización de los mensajes en el ámbito de lo que en un momento determinado se llamaba «Los mundos presentes de los destinatarios», lo que a mí me interesa.

Eso es lo que tiene que tener un periodista especializado antes de nada: una preocupación por los contenidos, una preocupación por el qué de la información, y no una disciplinada actitud de respeto a las fuentes informativas. Las fuentes informativas deben ser unas referencias a las que acudir, pero nunca a las que plegarse. En este momento es terrible, pero todas las investigaciones que estamos haciendo en contenidos especializados de los medios nos llevan más o menos a unas cifras entre un 75 y un 80 por ciento de contenidos especializados inducidos por fuentes informativas, y la mayor parte de los contenidos científicos, médicos, culturales están orientados por ámbitos de fuentes, intereses, previos por tanto al desarrollo periodístico de ese mensaje, o de ese contenido.

Pero aparte de esa capacidad de definir los contenidos, de gestionar la función que efectivamente decide lo que entra y lo que no entra, el periodista especializado se tiene que preocupar también por ser eficaz en los planteamientos comunicativos y, por tanto, tiene que estar fundamentalmente orientado a un «cómo» de ese «qué», es decir, a una estructuración eficaz y óptima de ese mensaje.

La estructura formal, entonces, aparece como la gran basta del periodista, la presentación y el código, la forma de dirigirse a los demás. Y es ahí donde nos encontramos, efectivamente, con la necesidad de buscar un instrumento que nos dé alguna luz sobre cómo identificar los textos especializados, si son más o menos especializados, si tienen mayor o menor accesibilidad en función del lenguaje o de la jerga que se utiliza en ese contenido.

Ya llevábamos unos cuantos años investigando determinados parámetros específicos para medir los grados de especialización de los textos, cuando en un ministerio, en el que estuve de director de Servicios informativos, como director de Comunicación del Ministerio de Sanidad y Seguridad Social, en una temporada, nos encontramos un problema, que fue el dar o no dar el llamado soporte válido a una publicación especializada en medicina.

Saben ustedes que para que una publicación pueda hacer publicidad —al menos en España es así— tiene que tener un sello, un permiso al que se le llama soporte válido, pues tiene que ser considerado un soporte válido para poder emitir mensajes relacionados con publicidad de medicamentos, etc. El soporte válido se daba por una Comisión que estaba creada específicamente para eso en el Ministerio y que definía, o decidía, si esa publicación era o no era especializada. Se le daba el soporte válido si la publicación era especializada, y no se le daba si no era especializada.

Vino un periodista con una publicación de temas médicos a pedir el soporte válido y se le denegó. Yo me interesé por esa denegación y, efectivamente, cuando interrogué al presidente de esa comisión, por supuesto en esa comisión no había nadie que supiera nada de comunicación; eran personas relacionadas con el mundo de la medicina, abogados, administrativos, y me dijeron lo siguiente: «Pues sí, se le ha denegado el permiso porque es que la publicación que traía no era especializada». «Ah, y ¿cómo han decidido ustedes que no era especializada?». Y dicen: «Bueno, es que la hemos entendido todos», se entendía absolutamente. En vista de que se entendía la publicación, pues se le niega..., esto es un poco lo que ocurre muchas veces, «oscurézcamelo usted un poquito, ¿eh?, porque es que se está entendiendo demasiado». Bueno, este hombre tuvo, efectivamente, que «oscurecerlo» y  poner entonces una serie de terminologías más o menos de jergas médicas, para que le dieran el soporte válido.

Me parece atroz, pero como consecuencia de eso yo planteé en el Ministerio todas las investigaciones que se habían hecho ya en la cátedra para decidir si un texto era más o menos especializado. Y es un poco lo que quería terminar contándoles, es decir, que efectivamente hay un instrumento al que hemos intentado darle un sentido muy utilitarista, nada alambicado ni sofisticado en sus planteamientos, pero yo creo que útil para lo que en principio esperamos de él: el grado de especialización de los textos, parámetro al que me voy a referir en los próximos dos o tres minutos.

Primero, ¿ahí se pueden poner unas transparencias? Bien, pues partimos de una idea absolutamente sencilla, que es la que, en un momento determinado, los físicos utilizaron para definir las escalas de temperatura.

Aquí tienen ustedes una representación muy sencilla de lo que es la definición de una escala centígrada, la escala, que mide la temperatura. La temperatura es una función de una determinada magnitud que puede variar con el calor a la que llamamos «variable», y efectivamente todos sentimos que en un momento determinado hace más calor o menos calor, pero es fantástico que alguien decida cuánto más calor y objetivamente decidir que eso es así.

Yo me imaginaba, antes de que existiera la temperatura, que podía tratarse de un laboratorio con un tipo experimentado que estaba ahí sencillamente para ir tocando las cosas, metiendo el dedo en las soluciones y diciendo qué estaba más caliente o más frío. Sin embargo, la idea fantástica, sencilla, de que eso se pueda medir y se puedan hacer unas escalas para decidir qué ocurre con la temperatura es una revolución impresionante, que es la que va a dar, sin duda, el mayor impulso a la revolución científica, esto es, la primera revolución científica.

Ven ustedes aquí cómo se define la temperatura. La temperatura es función de una magnitud que varía con el calor; magnitud que, por supuesto, puede ser una escala de un líquido que con el calor tiene una determinada tendencia a situarse en un lugar o en otro, de líquidos distintos que, según la dilatación pueden tener más o menos espectro de dilatación, un alambre que se puede modificar con esa misma dilatación, por ejemplo, la variación de un gas a presión, es decir, variando la presión a volumen constante o variando el volumen a presión constante. Estas cosas son las que definen variables que se pueden después considerar para medir la variación de la temperatura.

Por tanto, entendemos que siempre habrá una temperatura para cualquier valor de X, o magnitud que varía con el calor. Bueno, así se definen las escalas centígradas: decidiendo, en el caso del agua, el punto de fusión y el punto de ebullición como los puntos de temperaturas 0 º y 100 º.

Siguiendo un poco este esquema sencillo de cómo se define una escala en cuanto a la temperatura, decidimos establecer una relación funcional entre el grado de especialización de los textos y los «términos especializados» de ese mismo texto, términos especializados a los que, de alguna forma, rotulamos con el nombre de términos monocémicos, cuando el término sólo expresaba esa idea y era una cosa muy vinculada a la especialización que se estaba planteando; términos políticos cuando tenía relación con la especialidad, pero también podrían ser utilizados en otras especializaciones, pues no eran exclusivos de esa especialización. También los nombres propios especializados de los textos, de personas, de ciudades, de acontecimientos, de teorías, que tuvieran que ver con esa especialidad. En definitiva, como monocémicos, como nombres propios, son términos especializados y decidimos darles su grado de especialización en función de esos términos especializados.

¿Cómo medíamos, o como hemos medido, el grado de especialización? Por supuesto definimos los grados..., monocémicos, policémicos, nombres propios y el genérico, que es el grado de especialización que une a los policémicos, monocémicos y nombres propios, con la propia definición o parámetro de medida.

A partir de aquí ya fue muy sencillo —por un procedimiento porcentual— definir los distintos grados de especialización, y cómo el grado de especialización de monocémicos, el número de monocémicos que tiene el texto, tantas veces como aparezca, aunque se repita el monocémico, se identifica tantas veces como aparece en el texto, multiplicado por cien y dividido por el número total de palabras que tiene ese texto.

Nos da un valor relacionado, en este caso, simplemente con los monocémicos que aparecen en el texto. Gracias a los distintos valores y a los distintos textos, hemos ido haciendo escalas, es decir, de máximas especializaciones y mínimas especializaciones. El grado de especialización de policémicos de nombres propios y el grado de especialización genérico que se define con esta sencilla fórmula de porcentaje, es especializado respecto al número de palabras total que tiene el texto.

Bien, este parámetro o grado de especialización genérico, y sobre todo el grado de especialización de monocémicos, es el que más posibilidades de desarrollo nos ha dado en las investigaciones que hemos hecho de los códigos especializados, o de los códigos de jergas o de lenguajes especializados, y gracias a esa experiencia, a la acumulación de bastantes datos empíricos, hemos desarrollado estos niveles de especialización en los textos periodísticos.

El primer nivel de especialización equivale a medios de comunicación masivos, aquellos que tienen una penetración mayor y, por tanto, una audiencia más amplia. Los periódicos de difusión diaria, de difusión general, los informativos de radio, los informativos de televisión, todo aquello que tiene una cadencia cotidiana y que tiene una extraordinaria presencia de la actualidad informativa.

Para estos contenidos en el ámbito de la especialización, que serían en definitiva las secciones o los bloques informativos de radio y de televisión que tuvieran que ver con la cultura, con la ciencia, han de tener unos grados de especialización muy bajos. Hemos definido —después de todos los análisis empíricos que hemos hecho— el óptimo para ese nivel de especialización, fijando el grado de especialización de policémicos por debajo de uno —igual o menor que uno— y el de monocémicos igual o menor que cero. Esto, en definitiva, se reproduce escasamente, y si se está dando, les puedo decir que jamás, en ninguno de los análisis que hemos hecho, se ha conseguido llegar a este planteamiento óptimo, al que tal vez lleguemos por la investigación de la cátedra.

En cualquier caso, se han definido unos segundos y unos terceros niveles que tienen que ver con esos productos de los suplementos especializados en temas monográficos, suplementos científicos, suplementos económicos, etc.; esto es, ese segundo nivel o segundo escalón de especialización, muy útil para unir audiencias masivas muy poco especializadas con audiencias ya más especializadas o con ámbitos más especializados.

El grado de especialización genérico, en el segundo nivel debe estar entre 1 y 5, planteamos esos niveles como óptimos, y en el tercer nivel de especialización ya planteamos la necesidad de que se hable con términos mucho más especializados. Si en definitiva tienen que superar el 10, tiene que ser igual o mayor que 10 en el tercer nivel de especialización, el genérico, y el de monocémicos mayor o igual que 1, para que los lectores que acuden a ese medio de comunicación específico y especializado, y que acuden queriendo que se les hable con una jerga que ellos entiendan, puedan comprender la información, hasta que ya se sientan de alguna manera identificados con esa jerga.

Éstas son las definiciones de niveles que nos permiten, en definitiva, establecer criterios de optimización en el código y criterios que tienen que ver no solamente con la accesibilidad de los mensajes, sino con la eficacia, para que esos mensajes realmente cumplan el cometido periodístico que se les reclama.

Concluiría diciendo dos cosas:

1. Hay seis características, o seis conclusiones que se podrían definir como producto de la aplicación de este parámetro en los textos periodísticos:

  • Primero, generalmente los grados de especialización planteados como óptimos se superan de una forma absolutamente habitual.
  • Segundo, no se respeta la estratificación por niveles y a veces lo que resulta más peligroso es que se invierten los niveles, de manera que en los primeros niveles nos encontramos con jergas o con ámbitos periodísticos que asumen, de una forma mucho más directa, la jerga especializada y, en los terceros niveles nos encontramos con unos esfuerzos de divulgación absolutamente inapropiados para ese tipo de lector, de manera que hay una subversión de los niveles absolutamente injustificada.
  • Tercero, el grado de especialización de los textos es proporcional al grado de especialización que tiene el periodista. Si los periodistas más especializados utilizan unos textos con grados de especialización más bajos. ¿Por qué es esto? Muy sencillo, el periodista especializado es capaz de substituir un término especializado por uno que no sea tan especializado, porque domina la jerga. Es un poco lo que pretendemos que hagan los periodistas científicos en el futuro. Mientras que el periodista que no es especializado, se escuda ante el término «especializado», porque no es capaz de traducirlo. Por lo tanto, digamos, esa conclusión es bastante clara y, desde luego, se ha mantenido como una conclusión absolutamente constante.
  • Cuarto, las fuentes siguen tendiendo a aumentar el grado de especialización de los textos periodísticos, consciente o inconscientemente. Es decir, hay veces, esto que decía yo antes, «oscurézcamelo usted un poquito para que no se entienda tanto» es una cosa que ejercen con bastante profesionalidad las fuentes informativas. Es decir, en contra de los deseos y, desde luego, de los fines de los periodistas especializados.
  • Una última conclusión: al aumentar el grado de especialización también se ha detectado, en los análisis empíricos, que disminuye el espacio dedicado a los temas relacionados con estas terminologías o con estos contenidos especializados, de manera que cuanto más reducido es el espacio o el tiempo que se le dedica a los contenidos especializados, más alto resulta el grado de especialización, como consecuencia también de la falta de profesionalidad periodística en la traducción de estos contenidos especializados en los medios de comunicación de masas.

2. En definitiva, hemos detectado cinco lenguajes o jergas a las que hemos calificado como antiperiodísticas, y que serían:

  • La científico/técnica.
  • La culturalista. Piensen ustedes en una sección de cine, cuando un crítico hace una crítica de una película, o cuando un crítico de arte hace la crítica de un cuadro. Es decir, nos estamos encontrando ahí con periodistas que, de alguna manera, no están ejerciendo el periodismo, están ejerciendo la crítica en los medios de comunicación, y suelen ser, además, profesionales no directamente vinculados con el periodismo, sino con otros ámbitos profesionales.
  • El técnico-científico, el culturalista, y el oficialista político; si es político es extraordinariamente interesante: «en base a», «la coyuntura», «la infraestructura», todas estas jergas curiosas que se han ido, además, identificando con determinados ámbitos oficialistas; cosas que, además, no tienen nada que ver con el lenguaje cotidiano. Yo fui a un programa de radio y me hablaban de la seguridad vial. No sé si ustedes hablan de la seguridad vial aquí, pero a mí en casa no se me ocurre hablar de la seguridad vial: ¿cómo está la seguridad vial hoy?, ¿sabéis cómo ha ido la seguridad vial ayer?, en fin, no es un término que se pueda considerar familiar. Sin embargo eso está muy metido pese a ser una forma muy poco periodística. Yo creo que hay que hacer también un examen de conciencia de lo que los periodistas estamos haciendo, para darnos cuenta de lo poco eficaces que podemos ser a veces.
  • Luego está el lenguaje administrativista, un lenguaje que se ha metido hasta la médula en el ámbito sindical; por ejemplo, tienen que citar siempre perfectamente las órdenes, es decir, el lenguaje barra 85, pues si no citas el boletín donde se publique tal, no tiene validez periodística; es un absurdo.
  • Y luego está el poético literario que, en fin, es algo que el periodismo tiene que empezar también a plantearse de una manera eficaz, fuera de esas exigencias que a veces nos hemos impuesto todos, creyendo que somos subespecie de hombre de letras. Yo recuerdo el primer artículo que escribí en un periódico. Estaba haciendo mis primeros balbuceos periodísticos, y para hacer una crónica de un suceso científico comenzaba la crónica diciendo: «Amanecía». Bueno, a mí me pareció aquello muy literario, pero cuando el redactor jefe me tachó todo el artículo, me explicó que era porque un artículo periodístico no se puede comenzar diciendo: «Amanecía» (punto).

Lo que quiero es llevar a su reflexión y, desde luego, a a su benevolencia, estas cuestiones, quizá apresuradas. Yo tengo una especial propensión al optimismo, me parece que hemos puesto primeras piedras importantísimas en el desarrollo de unas ciencias, me parece a mí, absolutamente protagonistas del desarrollo de ese tercer milenio que está a punto de comenzar, y un congreso como éste es fundamental que se preocupe de estos cambios, que se preocupe de qué hacer para que el periodismo sea un ámbito auténticamente eficaz donde la lengua pueda ser utilizada, pueda ser útil, pueda ser, incluso, un instrumento de futuro.

Pese a todo, sigue habiendo intransigencias, sigue habiendo resistencias, sigue habiendo gotas de conocimiento científico, quizá especialmente inexpugnables. Yo, siempre que tengo oportunidad, y como si estuviera en una especie de cruzada, hago referencia a un verso que es especialmente querido para mí, de las Elegías Ilquianas, en el que de alguna forma se viene a reconocer que el cambio es costoso y que todavía es difícil de liderear, pero que el cambio es irreversible, y concluyo haciendo referencia a este verso de Terrilque: «Todavía, en algún lugar, siguen leones que nada saben de impotencia mientras les dura su esplendor».