Identidad, lenguajes y revolución tecnológicaCarmen Gómez Mont
Directora del departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana (México)

Mientras que la lengua encontró hace cinco siglos su soporte ideal para madurar —la imprenta—, no se puede decir lo mismo de las imágenes en movimiento.

Querer establecer un estudio paralelo entre el avance de lo escrito y el recién creado mundo audiovisual es, desde esta perspectiva, desventajoso para el segundo punto.

Con el advenimiento de las tecnologías de información y comunicación, la lengua como tal se ha visto relegada a un segundo plano. Este factor queda en estrecha relación con la proliferación de canales de comunicación en la televisión y lo que es más, con el paso de una televisión nacional a una televisión internacional.

Son varios los desafíos que encuentra la lengua en el marco de la globalización: la fascinación que ante la imagen digital experimentan los usuarios de los nuevos medios y, por otro lado, el dominio del inglés en gran parte de los sistemas de televisión por cable, televisión por satélite, videocasetes y videojuegos. Como señala Mariano Cebrián: «El idioma acompaña al imperio y a la técnica; al resto de las lenguas sólo les queda la acción de adaptación a sus características morfológicas y fonéticas».1

De esta idea puede derivar un doble impacto sobre las diferentes lenguas ante el desarrollo tecnológico: el predominio del inglés o bien la rápida adaptación del vocablo al español, dejándose en un plano secundario la aprobación para su uso por la Real Academia Española.

El uso y calidad del español a partir de la década de los ochenta queda en cuestión. No sólo la proliferación de canales y la internacionalización de la televisión forman el eje de la problemática. Un semianalfabetismo, siempre galopante en nuestras culturas, cobra un relieve digno de hacerse notar.

Si bien es cierto que el índice de lectura por habitante en países avanzados ha disminuido paulatinamente año con año, el dato que proporciona la Cámara Nacional de la Industria Editorial en México es de consideración, el índice de lectura de libro anual en México es de cinco por habitante al año.

Según el Conteo de Población del INEGI realizado en 1995, la población mayor de 15 años en la Ciudad de México (D. F. y los cinco municipios del Estado de México) es de 9.139.033 personas. De ellos más del 40 por ciento no leen.

Se calcula —según encuesta realizada por el diario Reforma— que en la Ciudad de México quienes leen destinan media hora a la lectura contra dos horas y medio de consumo televisivo y otro tanto destinado al audio.2

De esta aseveración derivan las siguientes conclusiones elaboradas por Gabriel Zaid. La mayoría de los encuestados tiene menos de 50 libros en casa y dice haber leído un máximo de diez libros en un año, donde dominan las novelas (21 por ciento), la historia (18 por ciento) y las de superación personal (11 por ciento). De los encuestados sólo el 8 por ciento pudo recordar el nombre de su autor favorito: Cuahutémoc Sánchez. La mayoría lee 3,7 días a la semana el periódico, ocupando la sección de deportes (25 por ciento), la nacional (22 por ciento) y de los espectáculos (21 por ciento) los índices más elevados.

La conclusión es, que la mayoría de los habitantes de la Ciudad de México pasan menos horas en la calle, se repliegan temprano a casa por las mismas condiciones de vida que ofrece a la ciudad, pero la mayoría de ellos destina muy poco espacio a leer. Se observa también por las cifras y la encuesta, que realmente muy pocos dedican tiempo de lectura a obras literarias de calidad (sólo un 1 por ciento lee a Octavio Paz y un 7 por ciento a Gabriel García Márquez).

Estas cifras resultan elocuentes cuando se contextualizan ante el consumo televisivo. La televisión nace y evoluciona como un medio de masas y como tal carece hasta el presente de los medios idóneos para crear una cultura semejante a la que pudo crear la cultura impresa. Por otro lado, la televisión como medio de información y comunicación posee características técnicas que la hacen bien diferente a la cultura política y artística que derivó de la creación del libro.

La naturaleza de la imagen televisiva y de la palabra

Para hablar de televisión hace falta distinguir dos épocas, la paleotelevisión y la neotelevisión. Mientras a la primera corresponden los primeros cuarenta años del medio donde era posible identificar canales, programas y personajes (en esos años no había más de tres o cuatro canales por televisión), actualmente la neotelevisión remite a un universo inabarcable en cuanto al número de personajes, canales, caras y hechos que recordar.

El libro fue capaz de crear una obra única, concebida desde un solo autor (en la mayoría de los casos) y destinado a millones de personas. Pasó la prueba de un corrector de estilo y la posibilidad de ser traducido en una o múltiples lenguas. La televisión opera bajo una lógica totalmente diferente, si se habla de un proceso que comprende desde la creación hasta el consumo del producto audiovisual.

Un programa de televisión es realizado por multitud de profesionales y uno de sus rasgos, la fluidez de las imágenes, impiden contar con la precisión y tiempos de que requiere la letra escrita. Se trata de dos universos en esencia diferentes, más no incompatibles. Román Gubern señala a este respecto: «La imagen tiene una función ostentiva y la palabra una función conceptualizadora; la imagen es sensitiva, favoreciendo la representación concreta del mundo visible en su instantaneidad, y la palabra es abstracta. Por esta razón, —concluye Gubern— las imágenes se resisten tan tercamente a su gramaticalización y a su verbalización».3

La imagen de la televisión es una imagen pobre, desde el punto de vista artístico. El cine ha podido dar pasos enormes en cuanto a la creación de un lenguaje propiamente cinematográfico debido a la incursión de artistas en este universo; la televisión, en cambio, fue poco apreciada por artistas quedándose en un plano de evolución muy limitado. De ahí la pobreza de su lenguaje icónico y, también, la pobreza con que se expresa la lengua en la televisión. La lengua viene a ser, entonces, una especie de acompañamiento a las imágenes. A diferencia de la literatura, no se les describe porque ahí están, visibles por ellas mismas. La lengua de la televisión es, ante todo, coloquial.

El trabajo inteligente de la televisión se está haciendo fuera de ella. Por esta razón resulta difícil encontrar una coincidencia ideal entre imágenes y palabras, donde cada uno de estos ámbitos respete y enriquezca el ámbito del otro sin llegar a ensombrecerlo.

Cuando en la década de los sesenta algunos artistas —Nam June Paik y Wolf Vostell— deciden aproximarse a la televisión —a través del vídeo— piensan en la revolución de las imágenes que deben partir de la experimentación sonora. Este principio, que obedece más a la física que al lenguaje, había de impactar el ritmo y evolución de las imágenes televisivas en varios ámbitos, videoclip y publicidad en un primer plano. Más tarde el cine resentiría la influencia de este nuevo campo de experimentación icónica y sonora. El vídeo se torna así un espacio de experimentación para la televisión y un soporte donde confluyen prácticamente todas las manifestaciones artísticas de nuestro siglo.

La televisión deja de ser la síntesis imagen-palabra para convertirse en un espacio de confluencias de ruidos, sonidos, imágenes y palabras. Un principio más cercano a la poesía surrealista que a la narrativa del siglo xix. John Cage, uno de los grandes transformadores de esta realidad, compone en 1956 una obra musical mediante sonidos y ruidos cuyas fuentes son diferentes emisoras de radio. ¿Dónde queda entonces el orden de la palabra ante un mundo de imágenes revolucionadas?

La escritura permite fijar la lengua, se tiene una y otra vez, mientras que los medios audiovisuales ofrecen solo un modelo oral del idioma. Sin embargo debe hacerse notar que con la introducción del ordenador cada vez hay mayor número de textos en la pantalla de televisión. La lengua que se reproduce en pantalla opera bajo la misma lógica que la escritura hipertextual navegación (que no puede compararse a una narrativa) y por otro lado la lógica del espacio-tiempo: transmitir el mayor número de informaciones en el menor tiempo posible.

En esencia las imágenes de la televisión son efímeras, espectaculares, sensacionalistas; lo que provoca las reacciones más inmediatas, cercanas al acontecimiento y a la emotividad.1 Más que el análisis en profundidad, se favorece la trivialización. No hay tiempo suficiente ni espacio para analizar gran parte de los acontecimientos que pasan en televisión. De ahí la pobreza del lenguaje y de las ideas que se manejan en ella.

Según Denise Bombardier, «La televisión no intenta llevamos a comprender un hecho, nos lleva a introducirnos dentro de éste para provocar en nosotros sensaciones».5 Una emisión es exitosa si llegó al público, por lo que la distancia se vuelve imposible. El análisis y la reflexión, como en el caso de gran parte de las lecturas, quedan por estas mismas características fuera de su alcance.

En la neotelevisión la exploración de imágenes y sonidos ocupa un primer plano, mientras que la palabra y/o el texto se reducen al lenguaje coloquial, al habla popular. Obra de la proliferación de videocámaras, el telespectador constituye el universo de los nuevos actores y de las nuevas formas de hablar de la televisión. Si en sus primeros años la voz de la televisión dependía sólo de los locutores, actualmente los programas se conforman con el público dentro de la misma escena, con tanto derecho a hablar y expresar como el que antes sólo podía tener un locutor legalmente autorizado. Es así como aparecen como autoridad idiomática grupos y personas sin conocimiento suficiente del dominio del idioma.

En este caso, como señala Mariano Cebrián, queda en un segundo plano el modelo de lengua propuesto por la Real Academia Española integradora por siglos de un discurso racional, semántico, reflexivo y dialéctico. Antes, predominaba la unidad de la Academia; ahora con la multiplicidad de canales comunicativos se experimenta una dispersión y falta de unidad de la lengua.

Si bien durante muchos años la televisión permaneció estática y nacional, de 1980 a la fecha no ha dejado de evolucionar de forma acelerada en su configuración técnica, en el trazado de sus redes y en sus contenidos. De una televisión nacional se pasa a una televisión internacional donde las redes de telecomunicación traspasan fronteras. Se rompe con el lenguaje unidireccional de la televisión, estableciéndose nuevas pautas para los procesos de información y comunicación. La imagen se torna experimental donde más que la palabra, se busca la exploración de ideas partiendo de sonidos e imágenes. Se comprende, entonces, por qué no se fomenta la diversidad idiomática y cultural de los grupos en este entorno y por qué, en cambio, se atiende a la uniformidad de la expresión conceptual.

La internacionalización de la televisión

La televisión entra a una nueva era al transformarse de nacional a internacional. Este nuevo status lo adquiere a partir del trazado de redes de telecomunicación donde se eliminan las fronteras nacionales. Una televisión sin fronteras que tiene diversos niveles de lectura. Dentro de los bloques económicos, como en el caso de la Unión Europea, un proyecto sin duda interesante para el continente. Ante normas específicas se rescata el habla y diversidad idiomática de las regiones que conforman dicho bloque. Tal es el caso de Eurosoport y Euronews.

Desafortunadamente no tenemos un caso paralelo pensado en relación a América Latina. Si la televisión vía satélite promete ya una multiplicidad de canales, es verdad que un 90 por ciento de ellos proviene de los Estados Unidos. Desde esta perspectiva el peligro es doble: recibir canales en inglés doblados al español, o bien, recibir canales del sur de Estados Unidos donde los hispanos se expresan en un español distorsionado. Los primeros resultados se han visto ya con programas transmitidos en la televisión nacional como Cristina y Don Francisco. Casualmente se trata de programas donde el habla del público participante ocupa un primer plano. Un habla coloquial que mezcla palabras y acentos provenientes del inglés. En lenguaje en ocasiones que llega a ser aberrante para el español.

Un segundo rubro se refiere al habla castellana que proviene tanto de España como de otros países latinoamericanos. Como es una experiencia reciente, no se tienen estudios ni investigaciones que lleven a ver cuáles serán las consecuencias para el español que se habla en México de la introducción de expresiones y acentos propios de otros países de la región.

Tal parece que existe una tolerancia amplia ante la introducción de este tipo de español. ¿Cómo debe, entonces, de contemplarse la mutua influencia o permeabilidad de acentos y modismos propios de cada región? ¿Este principio enriquece o empobrece a nuestra lengua? ¿Se pone en peligro los particularismos de cada país y por ende de cada historia de la lengua? ¿Debe de homogeneizarse el español que se habla en toda América Latina?

La megacomunicación —aquélla que se practica por las grandes redes de comunicación— es la principal causante de la homogeneización de la lengua. Sin embargo, hay que destacar el papel que también desempeñan aquéllos que conforman una microcomunicación: pequeños grupos que se comunican con pequeños grupos de otras regiones (vídeos). Ellos hablan jergas idiomáticas particulares a sus grupos, que pueden parecer inaccesibles para los demás. Se observa así, a través de grandes redes y redes alternas, usos de la lengua diversos y poco o casi nada estructurales para el avance del español. Dos polos: comunicación internacional y de pequeños grupos. Como señala Mariano Cebrián, «la jerga y los vulgarismos irrumpen en el uso culto, y los cultismos invaden las jergas y usos vulgares».6

Se introducen de esta manera con mayor facilidad y rapidez nuevos términos. Los medios audiovisuales imponen así sus propios patrones idiomáticos.

Es importante analizar en este sentido las políticas establecidas por Francia donde no permiten que el francés que se habla en Quebec llegue a través del cine y de la televisión a Francia. En este caso se doblan programas. Un intento por rescatar la pureza idiomática de cada región. Sin embargo en Quebec se pueden ver y escuchar programas originalmente grabados en francés sin que ellos consideren que dañan a su lengua local.

Televisión, computadoras e idioma

Es verdad que en años anteriores se hablaba un lenguaje más depurado porque se aprendía a lo largo de la vida profesional una sola lengua. La mejor fuente eran entonces los libros. Actualmente los jóvenes aprenden varios lenguajes a la vez: el escrito, el audiovisual y el informático. Este panorama hace que no se centre en uno solo de ellos, sino que se atienda a los tres, donde los dos últimos dominan sobre el primero. Lo que es radicalmente diferente es que mientras los lenguajes audiovisuales e informáticos se insertan en una lógica de tiempo y espacio, el primero no lo hace. Las imágenes en movimiento revolucionan el concepto tiempo-espacio donde la lógica de la velocidad impera a un ritmo unificado por los costos que implican los soportes electromagnéticos: las ondas herzianas. Esto hace que se transmita el mayor número de informaciones en el menor tiempo posible.

Si antes el libro constituía el único canal de lectura, donde la lengua encontraba un espacio apropiado para recrearse y perfeccionarse, actualmente la proliferación de canales en competencia unos con otros, llevan al consumidor a un especie de delirio. Si el libro estaba en la biblioteca por siempre, en cambio el canal de televisión es efímero como las imágenes y el mismo éter que lo soporta. La permanencia del material no va más allá de un tiempo corto, aún si queda grabado en un videocasete.

A diferencia del libro, de la televisión derivan varios ritmos de lectura. Ver una película subtitulada no es lo mismo que ver una telenovela. De la narración se pasa abruptamente a los cortes comerciales y de ellos se torna nuevamente al programa original. De esta manera los tiempos largos y cortos se suceden, donde lo que menos se rescata es el poder de concentración y de atención de quien atiende a las imágenes en movimiento y, por ende, al lenguaje que las acompaña.

Los nuevos telespectadores

Cada vez mayor número de personas consumen televisión en el mundo. Si es verdad que hay mayor número de canales de televisión que hace diez años, también el tiempo de transmisión de cada uno de ellos se ha incrementado notablemente al operar las 24 horas del día. En muchos países el consumo televisivo ocupa el primer lugar entre las opciones de ocio. En América Latina estas dimensiones son importantes ya que ante familias numerosas y escasos recursos, el consumo televisivo representa la forma de entretenimiento de más bajo costo.

Por otro lado, debe considerarse que si bien las grandes ciudades de la región ofrecen opciones diversas para el ocio, el 90 por ciento de las poblaciones medianas y pequeñas carecen de cualquier oferta cultural que pueda tener un nivel mayor de atracción, salvo el caso de las fiestas populares.

Debe también considerarse que la televisión se ha convertido, en la mayoría de los casos, en una forma de evasión o gratificación tanto en medios urbanos como en rurales. «Los nuevos telespectadores admiten y reivindican, por ejemplo, el hecho de ofrecerse al mirar televisión momentos de pura regresión, circonscritos en el tiempo, mismos que viven sin ninguna preocupación y sin ninguna recriminación ante la institución televisiva».7 El libro, en cambio, exige una actitud más educativa.

La mayoría de la gente ve televisión en la cama, antes de dormir. El nivel de atención y retención se reduce así drásticamente.

Resulta interesante analizar algunas de las consecuencias que derivan del uso del telecomando televisivo, conocido en lengua inglesa como zapping. El zapeo —si así debemos adaptarlo al español— no es sino una consecuencia de la frustración que experimenta al telespectador ante la proliferación de canales que se le ofrece.8 Hay entonces una actitud de desencanto ante el aparato de televisión. Baja calidad de programas y ausencia de una variedad real de los mismos. Se observa que el telespectador sigue de forma paralela de dos a tres programas ¿Qué aprendizaje lingüístico puede tener tal lectura de un medio?

Tal vez pase de un programa deportivo donde domina la emotividad, a una telenovela que parte de un lenguaje coloquial para concluir en un informativo. «Esto quiere decir que no solo se ve un programa, sino una programación global».9 La televisión así deja de representar para el telespectador una sucesión de emisiones para convertirse por medio de zapeo en un agregado muy personalizado de secuencias de programas.10 Esto no es soportable sino a nivel individual, por esta razón la televisión deja de convertirse en una mediación para la unión familiar a través del consumo familiar y del salón se transporta a la habitación.

Ante esta nueva forma de consumo, la televisión se adapta a la exigencias del control remoto. El mayor gancho para retener el telespectador parte de las imágenes en primer lugar, de los sonidos en segundo lugar y sólo en un tercer y último lugar se piensa en la lengua. Se acelera así el ritmo e intensidad de las emisiones donde la lengua tiene una función de soporte secundario.

Al adaptarse la televisión a este brincar constante, en lugar de reducirse el zapeo de la televisión, se incremento creándose un círculo vicioso sin fin aparente.

El control remoto es un agregado más que llega a fraccionar la unidad de los discursos televisivos. Una nueva manera de ver televisión donde lo que menos se espera es la continuidad —los tiempos largos— del discurso televisivo. Sin encontrar aún el término adecuado a esta nueva forma de lectura y sin conocer aún las consecuencias de dicha innovación tecnológica, «se zapea escuchando la radio, leyendo el diario y hasta en nuestras convenciones naturales».

Conclusiones

A manera de conclusiones puede decirse que el estudio del uso de la lengua en la televisión es un campo totalmente virgen que por años ha sido colocado en un plano secundario por los investigadores de la comunicación. Se tornan los ojos ante este fenómeno, cuando lo inevitable ha ocurrido. La proliferación de canales en inglés, la mayoría de ellos de baja calidad en los contenidos icónicos y lingüísticos. Por otra parte, el uso de la lengua colocada en un tercer lugar ante la revolución de las imágenes que llegan a televisión con las nuevas tecnologías de información y comunicación

La paleotelevisión se convierte así en una neotelevisión donde aparecen nuevos actores sociales dialogando con el público espectador. Muy diferente es entonces el papel que desempeña la lengua ante la proliferación de lenguas coloquiales, que provienen de barrios populares, jergas cotidianas donde lo que menos importa es hablar y expresarse correctamente.

Ante estos puntos hay que agregar la llegada del control remoto, un factor más que fracciona la unidad narrativa de un programa en programas de todo tipo e intensidad, al cambiar constantemente de canal.

Ante cada uno de estos puntos ¿dónde radica la unidad idiomática? ¿Cuál es la instancia que regula y norma el uso del español en los medios audiovisuales que son los que dominan? ¿Podría hablarse de una Real Academia Española que vuelque sus esfuerzos al uso del castellano en los nuevos medios de comunicación? Esta interrogante es importante, ya que a los medios se les considera la mayor escuela de influencia, al fin y al cabo como se le llama, una escuela invisible de mayor impacto que la clásica escuela de comunicación.

Para que el uso del español tenga un impacto en la sociedad y pueda contrarrestar el mal uso de la lengua en los medios, debe de iniciar una revolución tan intensa como la de las nuevas tecnologías de información. Sólo a partir de ellas podrá contrarrestar la ausencia de la palabra con la que vienen emergiendo los nuevos lenguajes televisivos y los espacios de mayor impacto audiovisual.

Bibliografía

  • Cebrián, Mariano: «Técnica, medios de comunicación e idioma» en: Carmen Gómez Mont, Nuevas Tecnologías de Comunicación, Trillas, México, D. F. 1991.
  • Chabrol, Jean-Luis y Pascal Perin: Le zapping, CNET, París, 1992.
  • Gubern, Román: Del Bisonte a la Realidad Virtual, Anagrama, Barcelona, 1996.
  • Zaíd, Gabriel. 1996: Cifras Lamentables, Reforma, México, D. F., 3 de febrero de 1997.
  • Bombardier, Denise: «La tyranie de la culture par l´image» en J. M. Charon, L'Etat des Médias, La Découverte, Paris, 1993.

Notas

  • 1. Cebrián, Mariano, Técnica, medios de comunicación e idioma en: Carmen Gómez Mont, Nuevas Tecnologías de Comunicación, Trillas, 1991, p. 73. Volver
  • 2. Encuesta realizada a 800 personas en la Ciudad de México, mayores de 15 años. Gabriel Zaíd, 1996. Cifras Lamentables, Reforma, 3 de febrero de 1997. Volver
  • 3.Gubern, Román. Del bisonte a la realidad virtual, Anagrama, Barcelona, 1996, p. 49. Volver
  • 4. Bombardier, Denise. «La tyranie de la culture par l´image» en JM Charon, L'Etat des Médias, La Découverte, Paris, 1993, p. 257. Volver
  • 5. Ibíd. p. 257. Volver
  • 6.Cebrián, Mariano. «Técnica, Medios de Comunicación e idioma» en Carmen Gómez Mont, Nuevas Tecnologías de Comunicación, p. 75. Volver
  • 7.Chabrol, Jean-Luis y Pascal Perin. Le zapping, CNET, París, 1992 p. 23. Volver
  • 8. El telespectador estadounidense zapea cada tres minutos de promedio. Volver
  • 9. Le zapping, p. 30. Volver
  • 10. Ibíd. p. 33. Volver