A lo largo de más de veinte siglos los actores han sido educados o se han entrenado en muy diferentes sistemas, técnicas y escuelas; han sido preparados por grandes maestros convencidos de la verdad de su enseñanza.
Estos diversos gurús los han llevado, unas veces de la mano y otras luchando ferozmente en contra de los propios alumnos, a beber de las misteriosas fuentes de la actuación. Les han inculcado teorías de forma severa y ritual en unos casos, y en otros agrediéndolos físicamente con el objetivo, casi constante, de exhibir, de poner a flor de piel sus emociones, sus sentimientos, sus yos privados e íntimos, sus memorias emotivas y sus sensaciones lacerantes para que puedan ser utilizadas en la creación del personaje.
Lo que ha permanecido invariable es el fin de ese entrenamiento, que es transmitir al espectador por cualquiera de los medios de comunicación elegidos un texto dramático que siempre caerá dentro de alguno de los géneros en que a lo largo de la historia se ha dividido la literatura dramática.
Y el espectador se ha acercado y seguirá asistiendo a los espectáculos en los que participan actores para: entretenerse, divertirse, informarse, aprender, ser movido en sus emociones, sobrecogerse, aterrorizarse, reír a pierna suelta, o tal vez llorar; entendiendo siempre que lo que ve y que escucha, por más real que parezca, es siempre ficción y es que precisamente lo que el actor hace cuando representa es siempre ficticio; por lo tanto el actor debe tener la capacidad de cortar de un tajo el flujo de emociones que lo impulsan a decir tal o cual texto por más que éste esté inmerso en la más terrible circunstancia de una tragedia griega.
Nosotros en Televisa, tenemos una función específica y un objetivo preciso; entretener el ocio de un espectador que, a causa de complejidad creciente del sistema de vida y la problemática económica y social, debe divertirse más por medio de la prensa y la radio que por otras formas del espectáculo.
Nuestra programación, por lo tanto, está pensada para llegar a una amplia variedad de espectadores considerando los diferentes niveles socioeconómicos, culturales e ideológicos.
Por esa razón se creó Televisa, hace 20 años, una escuela que captara gente con talento artístico y que preparara jóvenes actores para ponerlos al servicio de los diferentes productores de todo tipo de espectáculo. Esto incluye desde luego televisión, pero también cine, teatro y radio.
En la formación de nuestros actores y, me parece que por extensión, en general en la de los actores de este siglo, ha impactado decididamente el feroz avance de la tecnología.
El trabajo de preparación y entrenamiento actoral, se ha debido modificar en las últimas décadas vertiginosamente a causa del medio de expresión y proyección no teatral que la tecnología moderna, que incide directamente en la velocidad de la comunicación, propone cotidianamente.
Se hubieron de formar actores que tenían que resolver el problema de la proyección y transmisión de emociones por medio de la radio y el ejemplo más famoso, por la contundencia de sus resultados, es aquel del Teatro Mercury de Orson Welles en la noche del 31 de octubre de 1938 en que se leyó e interpretó una adaptación de La Guerra de los Mundos de H. G. Wells. El reto que propició la nueva tecnología de la radio hizo que se desarrollaran técnicas para formar actores de buen decir que enfrentan, texto en mano, un auditorio inescrutable, frente a micrófonos que con el tiempo han ido disminuyendo notablemente de tamaño y a la vez acrecentando su fidelidad acústica y por lo tanto, destacando las cualidades de la voz.
Actores que descubrieron e implementaron una metodología, un oficio de trabajo y logran emocionar y conmover al radioyente, aún a sabiendas de que alguien, atrás de ellos, manipula en una mesa, arena, vidrio roto, zapatos viejos, basura en general, pequeños cascos de caballo, puertitas que rechinan, máquinas de viento o palanganas con agua para producir los efectos que la narración va requiriendo.
Y con la radio apareció el tan atacado, tan vilipendiado género o expresión de comunicación, que es la radionovela, que a su vez parió, años más tarde, a la telenovela; más agredida, atacada y devastada que su progenitora.
Y entonces las empresas jaboneras que se dedicaban a producir este tipo de programación «radionovelera» requirieron de cientos de actores y actrices que desarrollaron su habilidad histriónica frente al micrófono, utilizando únicamente el recurso de su voz para interpretar melodramas.
Y desde luego se captaron escritores capaces de llenar en el mejor español cuartillas y cuartillas de textos de buena lágrima que conmovieran a millones de radioescuchas.
La tecnología avanzó y le dio entrada al cine, y con su advenimiento se interrumpió el «buen decir». Para los actores ya no había nada que decir y para el espectador todo que ver. El único recurso de comunicación que le había quedado al actor con la radio, la voz, le fue inutilizada a causa de la nueva forma de comunicación, entonces el actor preparado en esa época debió desarrollar y perfeccionar sus cualidades mímicas.
El actor debía moverse frente a una cámara fija con unas marcas muy precisas en el suelo de las que no se podía salir, se le pidió que magnificara su gestualidad. No tenía ninguna retroalimentación emotiva del público, que tan fácilmente es percibida cuando se trabaja en un espacio teatral; y los actores de la época del cine mudo desarrollaron una forma de trabajo y sobre todo un estilo individual de proyección, privados del recurso, hasta ese momento, más importante que tenía un intérprete para comunicarse, que es la voz.
Cabe recordar que, inmerso y permeando toda esta evolución tecnológica, se iba desarrollando y consolidando también el Melodrama, el género dramático cuyo objetivo es «la verdad oprimida y triunfante», gestación que se dio al finalizar la Revolución francesa. El melodrama entró de lleno a la radio y desde luego al cine mudo y fue conquistando audiencias cada vez más amplias.
Y con el cine mudo, casi tomado de la mano del melodrama, se dio nacimiento a los actores «estrellas», a los actores «adorados» por su público, a los actores de personalidad, habiendo sido las primeras Florence Lawrence y Mary Pickford, que fueron hechas populares y ganaron fortunas a causa de la gran difusión y plataforma de proyección que les proporcionó el Séptimo Arte cuando ni arte se le consideraba y era un entretenimiento de níquel, o sea, cinco centavos de dólar. Y el cine aprendió a hablar y a cantar y por consiguiente las técnicas y metodologías de formación actoral reaccionaron y se adaptaron al cine hablado.
El cine, por supuesto, aprendió a hablar también en español y el habla obligó a que perdieran trabajo algunos actores cuyo timbre de voz era desagradable al pasar por los medios electrónicos y se fundaron y desarrollaron entonces escuelas y maestros del bien hablar.
Cabe en este punto recordar que el habla maravillosa, el bien decir, la articulación impecable, el mejor modo de conducirse en escena, el ademán preciso y la actitud adecuada del Actor, tuvieron su templo en el Teatro Francés fundado en 1683 y que en 1689 tomó el nombre de Comedia Francesa el cual conserva hasta la fecha.
Antes de que apareciera la televisión como el medio de comunicación masivo más importante y de mayor difusión del siglo xx; siempre y cuando este siglo xx se apresure a terminar para que no gane, a la televisión, el Internet y «La carretera del futuro»; antes de que apareciera la televisión, los grandes maestros modernos de la actuación desarrollaron sus teorías, las implementaron, las compartieron, las criticaron, las descalificaron.
Los grandes maestros tuvieron y tiene sus seguidores incondicionales, sus adeptos irrestrictos y con ellos se crearon las fuentes prístinas de entrenamiento actoral que más tarde se enturbiaron al arrastrar por tanto tiempo teorías no revisadas o mal entendidas y mal aplicadas.
Sin televisión todavía, el escenario fue el espacio fundamental de experimentación para actores, teóricos, maestros e investigadores. En el espacio teatral, a lo largo de los siglos, se ha inventado y reinventado la vida. El espacio teatral ha sido el generador de toneladas de adrenalina aprovechada por el actor para dar cauce a la proyección de manifestaciones épicas y también de íntimas vibraciones de miles y miles de personajes.
Y, sin embargo, apareció la televisión y nuevamente el actor y el maestro y el teórico se adaptaron (no todos desde luego) a ese nuevo sistema de comunicación.
La televisión fue y sigue siendo denostada: viola la intimidad familiar dicen unos; promueve el retardo mental dicen otros; no tiene más función que provocar el consumo desmedido menciona alguno más. Y la televisión, montada en su macho, sigue adelante adaptándose, adecuándose a su circunstancia histórica, modificándose, alimentando a la sociedad y retroalimentándose de la misma; teniendo como base y plataforma de proyección el talento de cientos de escritores que requieren actores para interpretar sus textos; para crear personajes que provocarán la identificación de unos y el rechazo de los otros.
Tenemos que formar actores que den pronta respuesta a estímulos imprevistos; actores creativos, imaginativos, hábiles improvisadores, que estén atentos y cuiden a la vez «su luz», el micro, el piloto de la cámara, que no tapen al compañero y sepan descubrirse cuando sea necesario, que sean hábiles memorizadores y también sepan escuchar al apuntador, que hagan caso omiso de cables, tubos y cajitas que les prenden en el cuerpo, que estén atentos a sus marcas precisas y etc.
Hay que formar actores capaces de hacer todo lo anterior y al mismo tiempo conmovernos; y al mismo tiempo resolver el único problema escénico que se le plantea al actor : «Hacer creer».
Los actores que trabajan en televisión también nos tienen que hacer creer las historias que nos cuentan. Nos tienen que hacer creer en la verdad de sus emociones.
Ese es el único objetivo del Centro de Educación Artística de Televisa, a él estamos avocados; a formar actores creíbles. En este centro han se han licenciado, a lo largo de los años, buenos actores, buenos intérpretes que nutren en gran medida los requerimientos de la pantalla chica.
En la propuesta de esta escuela está trabajar con la imaginación y en forma intensa. Muchas horas de práctica para que el «ensayo y error» vaya conduciendo al alumno a la intuición y descubra fije también un estilo personal.
Queremos actores que se diviertan y disfruten su trabajo. En la práctica didáctica cotidiana proponemos al estudiante: que el actor se convierta en otra persona; que piense como el personaje en el momento de actuar y que lo haga con honestidad y sin engaño, desde su interior. No externamente.
El estudiante tiene un trabajo intensivo de 45 horas a la semana con materias que cubren el entrenamiento en actuación (incluida la televisión), el entrenamiento corporal y el área teórica-cultural.
Se les prepara para que hagan conciencia de que el personaje vive en un mundo de ilusión dentro de una imaginaria cuarta pared y que no sabe de parlamentos, no tiene director, ni recibe instrucciones técnicas y es solamente él, el actor, el que está consciente de lo que hace, al que dirige el director y el que debe pensar como el personaje.
Se les hace entender que trabajar para la televisión, el cine, o el teatro es simplemente un asunto de proporción.
Se les entrena estimulando su creatividad para que descubran y apliquen acciones físicas en el diseño de su personaje hasta que se desarrolle un mecanismo de «reflejo condicionado».
Así es; recordando el experimento de Plavlov. Sin embargo, no preparamos actores pavlovianos en el sentido peyorativo de la palabra.
Finalmente, a nuestros jóvenes estudiantes les hablamos de la realidad, de como el actor se desliza, a lo largo de su vida profesional, por la delgada arista del fracaso.
De que lo que menos hará en su vida profesional será trabajar de actor y lo que más tendrá que hacer será buscar trabajo para subsistir y que deberá ir eso sí, montado en su arrebato y en su romanticismo, enarbolando su vocación como pendón, pero tratando de no quitar los pies de la tierra.
Y les hablamos extensamente de la ética del actor y de la disciplina, la responsabilidad y humildad en el trabajo.
Y hasta aquí; me detengo porque el actor jamás termina de entrenarse y esta exposición podría durar, durar y durar y durar...