La televisión se ha constituido en el atlas complejo de los usos idiomáticos nacionales y locales, cultos y populares, correctos e incorrectos, de clase alta, media y baja. La televisión marca los nuevos territorios virtuales para el idioma.
El idioma es prolongación de su historia, uno de los espejos de su presente y plataforma de su porvenir.1
Desde la llegada de la televisión asistimos a la posibilidad de observar múltiples maneras de usos del idioma. La televisión actúa como efecto multiplicador de cuanto aparece en sus pantallas tanto de personalidades que hablan con corrección como de aquellas que atropellan de una u otra manera el idioma. No obstante, a la televisión hay que achacarle el uso que hacen sus locutores, presentadores y cuantos escriben para que sea leído en voz alta.
La televisión monopolizadora anterior actuaba encerrada dentro de su país y tendía a una homogeneización de la lengua, a la aceleración de unos procesos y al freno de otros. Sin embargo, durante los últimos años se ha producido un despliegue enorme de canales de televisión en cada país que no permite hablar de la televisión en singular, sino en plural, y que para un análisis riguroso hay que examinar cada canal en particular y evitar las generalizaciones.
Vivimos bajo una presencia importante de la imagen, pero esto no ha terminado, ni terminará con la palabra. Como usuarios del idioma dedicamos más horas a las conversaciones, reuniones y lecturas que las que entregamos a ver televisión. La televisión no es causa única de los problemas ni de las soluciones idiomáticas sino una entre otras muchas.
Ya no sirven las acusaciones mutuas entre medios de comunicación, Real Academia y expertos, sino el diálogo, la colaboración y la búsqueda de soluciones adecuadas entre todos. El objetivo de la presente ponencia es analizar algunas de las nuevas cuestiones que los avances televisivos plantean a nuestra lengua y someterlas a discusión en este congreso.
El idioma de la información televisiva hunde sus raíces en el periodístico general, procedente en gran medida de la prensa y en menor grado de la radio. Se observan unas modalidades comunes de estructuras, giros, locuciones y palabras. Hay un lenguaje periodístico, calificado de especial,2 que concierne a todos los medios informativos.
La herencia proviene de una época de escasez de noticias en la que había que «hinchar el perro» y que dio origen a un lenguaje de hojarasca, de falsa retórica y a todo un conjunto de giros multiplicadores de palabras del estilo puso de manifiesto en lugar de manifestó y estiramiento de frases sin apenas contenido. La televisión es heredera también de cierto lenguaje radiofónico coloquial, de verborrea para llenar tiempos muertos. Y heredera de agencias extranjeras en los momentos de menor peso de la Agencia Efe y cuya influencia ha quedado en la denominación de lugares y de nombres de personas con grafía y fonética del francés o del inglés.
Junto a esta tendencia convive otra de máximo interés. La televisión es también generadora de un lenguaje enriquecedor de sinónimos, de sentidos figurados, de expresiones en las transmisiones en directo y en otros tratamientos sobre asuntos populares como el deporte. Para evitar la repetición machacona de un vocablo, por ejemplo, de balón, se han creado más de veinte denominaciones de la misma realidad; y así ocurre con el resto de términos referidos al fútbol.3
La lengua en televisión no tiene autonomía sino que está integrada y en función del sistema expresivo audiovisual del medio. Aparece siempre dentro de otros sistemas sonoros y además en relación con las imágenes. La unión de todos los subsistemas construyen el sistema expresivo televisivo. Aunque aquí nos centremos en el idioma no debe perderse de vista esta dimensión.
La televisión organiza un uso del idioma vinculado a un elemento de mayor fuerza atractiva como es la imagen a pesar de que la expresión oral lleve la mayor carga informativa.4 La lengua también manifiesta su riqueza y flexibilidad en esta situación. La lengua en la televisión aparece en la expresión oral, en la expresión escrita e incluso en una dimensión visual-icónica, auditiva y, sobre todo, audiovisual.5
La lengua de la televisión es básicamente la hablada y escasamente la escrita. La hablada se sustenta con frecuencia en la improvisación de relatos urgentes o en unas bases preescritas en un guión para ser leídas como si se estuviera improvisando; es un habla que trata de aparecer como una comunicación directa e interpersonal con el telespectador y que se sitúa dentro de la coloquial y un tanto alejada de la literaria.
Lo coloquial no se refiere sólo a la presencia del habla de la calle, sino también a la forma de comunicarse los presentadores de noticiarios y de otros programas informativos. Aunque estos dispongan de un autocue o apuntador visual, sin embargo, los textos cuando se escriben son para que sean leídos en voz alta y configurados conforme a una expresión oral; son textos para que se simule la improvisación.
Incluso cuando aparece el idioma escrito en los rótulos, o directamente en la pantalla por procesos electrónicos, se trata de una escritura funcional que en muchos casos no tendría sentido por sí sola: son frecuentes las palabras solitarias o las locuciones de dos o tres palabras que, sacadas de contexto, adquieren sólo el significado genérico del diccionario, pero que en su relación con la imagen se llenan de sentido.
Es un error medir con planteamientos de escritura literaria lo que es expresión coloquial. Es necesaria una mayor investigación de ésta como recurso de comunicación en el que se concitan otros elementos expresivos como los gestuales y, en general, los corporales y el contexto real inmediato que cargan de significado las palabras y expresiones que si se recibieran por escrito apenas alcanzarían sentido alguno.6
Es un idioma sometido generalmente a la improvisación, a la narración en directo de un acontecimiento. Es la manifestación, una vez más, de la flexibilidad del idioma para adaptarse a usos de comunicación técnica diferentes a los del habla interpersonal.
La técnica ha aportado otras posibilidades por la incorporación de diversas bandas y canales para la difusión del sonido. La televisión aporta los sonidos originales en las noticias, especialmente en los relatos deportivos en los que los comentaristas lucen sus complejos y variados registros fonéticos hasta llegar a ese canto operístico del ¡gol!
La lengua en la información televisiva aparece sometida también a unas situaciones profesionales y a unos contextos comunicativos peculiares que condicionan el proceso del uso, aplicaciones y tratamiento.
El profesional trabaja con la presión de la inmediatez y rapidez informativas. A las redacciones llegan vocablos de otros idiomas, nombres de personas y de lugares cuya grafía y fonética no mantienen semejanza con el español. El informador tiene que tomar decisiones urgentes, sin disponer en ese instante de unas orientaciones claras y precisas o un comité consultor que le indique cómo debe escribirse o pronunciarse con corrección.
Tal vez la solución sea el asesoramiento continuo de la Real Academia o la creación de un gabinete para resolver estos problemas con la máxima urgencia. Ahora bien, las prisas sólo pueden justificar el error ante lo desconocido, pero no de aquello que debe dominarse como instrumento normal y corriente del trabajo diario como es el uso correcto del idioma propio.
La televisión se halla entre las exigencias de una comunicación inteligible en una primera y única percepción, y por tanto simplificadora, y la responsabilidad del impulso, enriquecimiento del idioma y elevación cultural del destinatario. Son dos cuestiones que lejos de oponerse tienen que conciliarse.
Por una parte, la funcionalidad y las restricciones. La televisión emplea la lengua con una funcionalidad: conseguir con eficacia la transmisión de unas noticias. La eficacia se mide por el conocimiento que el destinatario alcance de la realidad. Por tanto, la televisión tiene que comunicar con claridad, precisión y exactitud.
Los usos idiomáticos en la información televisiva están sometidos también a los diversos grados de divulgación según cada modalidad de programa y el público al que va dirigido. Hay programas científicos y técnicos dedicados a especialistas en la materia que emplean un idioma restringido, sumamente técnico y sólo comprensible por ellos.
Hay otros programas dirigidos a públicos amplios, si no de expertos, sí al menos de conocedores del tema y en gran medida de bastante de los términos especiales empleados; en este caso ya se requiere la explicación de algunos vocablos que debe ofrecerse en el instante en que aparece y que por la fugacidad del medio conviene repetir con cierta asiduidad hasta que el término sea de dominio dentro de este sector.
Finalmente, hay programas y contenidos científicos y técnicos destinados a todo tipo de públicos que obligan a buscar un vocabulario suficientemente conocido por la audiencia o a explicar aquellos que no lo sean. Esto repercute en unas restricciones léxicas y en una simplificación sintáctica. Un léxico usual dominado por todos los telespectadores.
Cada vez que se introducen términos desconocidos es necesario definirlos; la riqueza tiene que provenir del dominio de los sinónimos, de un léxico de uso general en lugar de encerrarse con los mismos vocablos-comodín para cualquier realidad: la combinación de léxico conocido y el uso de su variedad es una exigencia idiomática a todo profesional como herramienta de trabajo.
Se requiere también una sintaxis fácilmente descodificable en la primera audición o visionado, que huya de la complejidad y busque la sencillez de frase corta. Entre el estilo oratorio y ampuloso de Fray Luis de Granada y el escueto y cortante de Azorín media un campo amplio, rico y variado.
Considero que esto no supone un empobrecimiento del idioma televisivo, sino un desafío a la imaginación y dominio de los recursos expresivos idiomáticos como capacitación profesional; el informador de televisión es un profesional que trabaja sobre la actualidad y además un profesional de la imagen y de la palabra tanto escrita como oral.
Por otra parte, la responsabilidad del uso correcto y del impulso mediante la creación de programas para el desarrollo del idioma. Si lo indicado anteriormente supusiera, que no lo creo, un riesgo de empobrecimiento del idioma en aras de la claridad y comunicación con el destinatario, la televisión tiene siempre la posibilidad y la obligación, especialmente en el caso de la pública, de crear programas sobre el idioma que traten de orientar y enriquecer el vocabulario de sus destinatarios.
Hasta ahora algunos canales lo han experimentado de manera particular, pero en la época de los canales internacionales y de las plataformas de televisión digital son necesarios varios programa en las mismas. Sería también oportuno que hubiera una oferta amplia dentro de la programación de la Televisión Educativa Iberoamericana sobre los trabajos de las academias y sobre el idioma o impulsar los programas existentes en algunos canales públicos.
Además de la difusión del idioma, la televisión genera también un vocabulario técnico propio.7 En este caso se aprecia una enorme dispersión según la influencia y contacto de cada país con otros. Se observa una fuerte influencia del inglés y una creación que se sitúa entre el inglés y el español.
Está generándose, además, un vocabulario nuevo procedente de las tecnologías y procesos comunicativos de la información sumamente amplio que obliga a trabajar sobre el mismo para depurarlo y clarificarlo en todo cuanto sea posible. Hasta ahora los profesionales de cada país han dado soluciones bastante diferentes; se ha llegado a situaciones de falta de entendimiento en las denominaciones de equipos y operaciones.
Cuando se asiste a reuniones internacionales rápidamente chocan las diferencias. Para un uso correcto de estos tecnicismos se presenta una doble disyuntiva: dejar que el mercado regule e imponga unos términos en los que entre en funcionamiento la mercadotecnia más que la corrección lingüística, o crear una instancia superior académica o Consejo Asesor del idioma integrado por todos los implicados para la orientación y fijación de la terminología técnica y científica de la televisión y, en general, de la comunicación e información.
Durante sus cincuenta años de existencia la televisión se ha convertido en la referencia común del uso del idioma. Hasta su implantación existían los modelos familiares, de la localidad, del barrio, del entorno del trabajo. Y para aquellos que seguían La televisión, los periódicos; la radio ha tenido un papel similar. Ahora la televisión se ha impuesto como el medio de mayor seguimiento y referencia.
El idioma empleado por la televisión presenta varias situaciones:
—Primero: la televisión del habla de la calle. Refleja los usos de la comunidad y los individuales.8 Por los telediarios pasan personalidades de todo tipo que emplean desde una lengua vulgar hasta una culta; aparecen desde el campesino hasta el premio Nobel. La televisión no interfiere en estos casos sobre la utilización del idioma. Son personas entrevistadas, participantes en un debate o protagonistas de hechos que declaran con sus tecnicismos, con su argot de pequeño grupo, con sus emociones.9
La televisión es un escaparate de las hablas hispanas, de lo correcto y de lo incorrecto, de las múltiples situaciones comunicativas de la lengua: en momentos de emociones fuertes, de odios y de alegrías. Son situaciones en las que la televisión cumple con su función de medio que sigue cuanto acontece en la sociedad y da fe de su desarrollo. La censura u ocultamiento de estos usos sería ir contra la propia esencia del medio. Otra cuestión es que a la hora de elegir personalidades similares se considere, como un criterio meritorio, el dominio y corrección del idioma.
—Segundo: el modelo creado por la propia televisión. Es el modelo de los periodistas, presentadores y de aquellos que están detrás de éstos con su escritura. Es en este modelo en el que hay que centrar las mayores exigencias del uso correcto con objeto de evitar cualquier perversión del lenguaje.10 Es un modelo por una parte propio, pero por otra contagiado de hablas ajenas. El periodista entra en contacto diariamente con diversos grupos de políticos, economistas, deportistas y otros sectores profesionales, se convierte en su portavoz y calca su argot, sus vocablos y sus locuciones sorprendentes. En lugar de buscar el lenguaje común e inteligible, le es más fácil repetir los términos de otros sectores. El político rebusca el vocabulario para llamar la atención. El periodista lo repite una y otra vez hasta crear su estereotipo lingüístico.
Es un contagio que por vía directa y figurada acaba aceptándose como algo normal y, a veces, erróneamente, de prestigio. Hay una entrega acrítica a los otros lenguajes. Esto no quiere decir que no deban emplearse cuando se trata de algo que designa exactamente una realidad. Pero de ahí al uso figurado continuo y aplicaciones a otras situaciones media un camino cargado de confusiones. Con todo ello el periodismo ha creado un modo especial de idioma que contrasta con su finalidad de llegar a todos los públicos de la manera más clara posible. En lugar de utilizar el uso popular, emplea jergas, formas peculiares y, en definitiva, un lenguaje bastante artificial.
No se trata de buscar un idioma neutro que elimine los estilos de cada medio ni el estilo de cada uno de los periodistas usuarios que siempre son enriquecedores, sino de alcanzar una corrección del idioma común, estandarizado y un uso modélico.
Sería necesario que se lograra un acuerdo entre los profesionales, académicos y expertos para la elaboración de un Libro de Estilo Idiomático en el que se buscara la solución adecuada a las vacilaciones, dudas y emergencias en el uso del idioma. Un libro que no mire sólo a lo ya existente, sino que además ofrezca pautas para orientar al profesional en los momentos de decisiones inmediatas como ocurre cuando llegan nuevos vocablos, giros desconocidos, nombres de personas y de lugares pertenecientes a otros idiomas. Un Libro de Estilo Idiomático trata de aportar la uniformidad exclusivamente en el uso de la lengua,11 no se adentra en otras cuestiones que son peculiares de cada empresa y que para ello dispondrá de su propio Libro de Estilo Corporativo como refuerzo de su identidad y que es algo muy diferente.12
La televisión se ha convertido también en un espacio de traducciones asiduas y urgentes: traducciones de noticias con la imagen de la personalidad en pantalla llegadas del extranjero, traducciones de diálogos de películas, traducciones de voz en off de documentales. Cada uno de los casos plantea exigencias diferentes. La traducción informativa obliga a la fidelidad máxima a la idea del declarante. La traducción de los diálogos está sometida a la coincidencia de los sonidos con los movimientos de labios y, en consecuencia, hay otras libertades que se concretan en la técnica de los doblajes.
Las traducciones de las voces en off de los documentales están sometidas a la rigurosidad y creatividad de cualquier otra traducción. Debido a la rapidez y deficiencias de uso es una grieta por la que entran cantidad de neologismos, aunque con frecuencia ciertamente necesarios,13 locuciones sorprendentes y un léxico y una morfosintaxis extraños al español.
La introducción del teletexto en la mayoría de los canales de televisión ha supuesto también una abundante presencia del lenguaje escrito. Un lenguaje sometido a diversas condiciones de número de líneas, de palabras y de estructura de la información, pero que requiere también una corrección total sin excusa de ningún tipo.
—Tercero: ahora bien, cada una de estas modalidades no actúa aisladamente. La televisión refleja lo que capta en la calle, pero a su vez influye en el habla de la calle. La televisión crea una lengua informativa, pero a su vez es influida por los políticos, economistas, deportistas y, en suma, por los protagonistas de la información. Se produce de este modo una interacción, un terreno fronterizo de influencias mutuas.
Al menos en tres aspectos:
—Por el refuerzo y apoyo de aquellos modelos correctos de personalidades ajenas al medio que impregnan indirectamente el habla de la comunidad. Es una situación en la que la televisión actúa de plataforma y de efecto multiplicador. Su influencia real no está comprobada, pero se aprecia una fuerte tendencia a imitar cuanto aparece en ella y en particular el idioma. Es suficiente que un humorista tenga éxito con algunas expresiones para que inmediatamente se integren en el uso coloquial de la comunidad.
—Por el esfuerzo en el mantenimiento de un modelo correcto en sus propios usos idiomáticos en los programas informativos, en las producciones propias de ficción, en las traducciones de producciones ajenas, aunque en este caso estén condicionadas por las exigencias de sincronismo con la expresión visual de los actores. Si se aspirara a ofrecer un ideal idiomático, como defiende la BBC, podría mejorarse mucho.
De hecho, es el idioma que aparece en esta emisora televisiva el que se emplea en la mayoría de los cursos de enseñanza del inglés a extranjeros. Para ello previamente se ha exigido a los profesionales un nivel elevado en el dominio correcto del idioma, algo que, al menos en España, no se ha tenido en cuenta en las pruebas de ingreso para el desempeño de determinadas categorías profesionales como aquellas en las que es imprescindible el manejo del idioma.
—Por la acción educativa directa y la sensibilización sobre la importancia del dominio del idioma mediante la creación de programas específicos sobre su uso correcto en particular en los canales públicos como servicio cultural y educativo a la sociedad. La televisión es una escuela de enseñanza eficaz de la lengua desde los primeros años en los que el niño se expone a su programación, antes incluso de aprender a hablar; es más, en gran medida aprende a hablar por lo que oye y ve en televisión. Tal acción debe mantenerla como apoyo a la formación permanente de la sociedad.
La descentralización territorial de la televisión ha roto la hegemonía lingüística de las anteriores televisiones públicas monopolistas en Europa. Junto a las televisiones de cobertura nacional han surgido emisoras con varios tipos de coberturas fragmentadas: autonómicas, regionales y locales. Si en algún momento se pudo hablar de «rodillo normalizador» y de estandarización de la lengua, ahora no es válida tal crítica debido a la diversidad de canales y, consecuentemente, de manifestaciones múltiples de usos idiomáticos.
La televisión en la actualidad ofrece unos modelos variados y sumamente diversificados por ámbitos territoriales, cada uno de ellos con su correspondiente reflejo de los usos idiomáticos de dichos territorios. Lo mismo que en la vida el idioma mantiene una unidad de estructura y múltiples variables de realizaciones hispanas, también en la televisión hay un idioma común en todas las emisoras y diversidad de usos y variantes en cada una de ellas según los territorios de su cobertura.
Lo que se pierde en unidad, con sus pros y contras, desventajas y riesgos, se gana en pluralidad y riqueza idiomática. No vale la acusación de que con la única televisión pública se garantizaba mayor calidad en el uso de la lengua, porque no era cierto. Por tanto, la ampliación de canales supone también el acceso a otras manifestaciones del habla.
Los canales privados españoles siguen manteniendo su cobertura única en cadena, sin apenas desconexiones para dar entrada a la variedad regional y local, salvo para algunos minutos de publicidad y algún programa esporádico. La televisión pública ha desarrollado una organización territorial amplia; de este modo, combina la unidad de cadena con la diversidad de centros regionales y, en el caso de algunas televisiones autonómicas, con las sedes provinciales. Pero por donde más penetra la diversificación idiomática es por las emisoras propias de cada espacio autonómico y local.
Las televisiones autonómicas se centran básicamente en la cultura e identidad de la Comunidad. En algunos casos se posee otro idioma. La televisión autonómica trata de conjugar la presencia de ambos, bien mediante dos canales como en la situación catalana y vasca, o bien con un canal en el que se combinan programas en castellano con el otro idioma propio. Desde el punto de vista de las interrelaciones se aprecia la presencia de giros y argot periodísticos similares en ambos idiomas.
Se llega a unas lenguas de bastantes elementos comunes por estar vinculadas al argot de la información periodística como una lengua especial. Esto se produce en toda la amplia gama de contenidos informativos, desde los noticiarios hasta los magacines, los «infortáculos», los debates y las tertulias. Hay trasvases de léxico, locuciones y giros sintácticos que incorporan formas expresivas ajenas.
De esta manera se ha llegado a que en un telediario en español surjan frecuentes vocablos catalanes, gallegos o vascos referidos a nombres de instituciones o denominaciones de algunas realidades. El fenómeno también es inverso, es decir, presencia de numerosas palabras castellanas en los canales o programas difundidos en las otras lenguas.
Tanto las televisiones públicas y privadas de cobertura estatal como las televisiones autonómicas no están restringidas a sus zonas territoriales geográficas, sino que hay trasvases, salidas de unos vocablos y entradas de otros que permiten una fluidez idiomática gracias a la presencia de corresponsales ubicados en unos territorios que difunden la información a otros.
Especial relieve tiene, por ejemplo, la presencia de personalidades de las Comunidades con otro idioma propio que hablan en el mismo y aparecen en los canales nacionales, en unas ocasiones mediante traducción en off y en segundo plano o silenciada su voz original y en otros casos mediante traducciones escritas y mantenimiento de su voz en primer plano. Y a la inversa, personalidades de habla española que aparecen en los canales de otros idiomas con unos tratamientos similares. O bien la incorporación de la técnica del sistema dual que permite la emisión en dos idiomas para que cada telespectador elija.
Todo ello supone nuevas situaciones para los usuarios y lógicamente habrá que analizar cuáles son las relaciones entre los dos idiomas. Ya no se trata de las situaciones anteriores de las zonas fronterizas entre dos idiomas, sino que todos los hablantes de los dos o más territorios tienen acceso pleno a ambos idiomas y, por tanto, la influencia se ejerce sobre los territorios completos de cobertura de los canales y no sólo sobre los grupos que viven en las zonas colindantes.
Las televisiones locales recogen la riqueza de los usos idiomáticos de la zona, del barrio en las grandes ciudades y de grupos sociales. La radio local se centra en el ámbito más reducido. El idioma se desarrolla en unos contextos inmediatos, de referencias personales. Hay un contexto interno. La televisión local es la plaza o la esquina de la localidad en la que la gente se encuentra para hablar de sus asuntos. Cada palabra, gesto y entonación fonética tienen un contexto inmediato; hay un mayor conocimiento entre los hablantes.
Hay muchos vocablos asociados a experiencias comunes y, por tanto, con unas connotaciones particulares e impregnantes de los valores culturales propios. La televisión local recoge esto y enlaza a las personas del lugar en una plaza o en hogar virtual en el que todos están alrededor de la luz-fuego de la televisión-chimenea.
La televisión local también rompe los límites geográficos del pueblo. No se trata tanto de que las ondas alcancen otras localidades próximas cuanto que a través de las antenas entran en la localidad otras hablas y, a su vez, de ella sale su habla a otras cadenas gracias a los corresponsales y protagonistas de las noticias. Sin embargo, las salidas y entradas padecen cierta autocensura. El corresponsal reduce su habla local en favor de la estandarización del habla de la cadena: se eliminan peculiaridades fonéticas locales, se reducen los vocablos con sentido propio y se rechazan los giros locales. Si los estudios idiomáticos quieren analizar estas variantes, la información televisiva constituye un campo adecuado de trabajo.
La televisión ha encontrado en la difusión por satélite una nueva dimensión territorial: su internacionalización. Y con ella nuevos derroteros para la lengua. El idioma español, gracias a las diversas modalidades de difusión audiovisual internacional y en particular a la televisión por satélite, ha cruzado las fronteras de cada país hispanohablante y ha puesto en común diversos modelos. Es un cauce abierto a la expansión del idioma y a una mayor aproximación entre las diversas peculiaridades.
Una de las vías de penetración es la de los modelos procedentes de las agencias14 u organizaciones distribuidoras de programas televisivos en los que la imagen es común y la expresión oral diferenciada por los canales de audio. Los dos modelos más desarrollados son el de la Organización de la Televisión Iberoamericana (OTI) con su Servicio Iberoamericano de Noticias (SIN) y el de la Unión Europea de Radiodifusión (UER) con la bolsa de noticias de Eurovisión. Durante sus 25 años de existencia la OTI ha generado un profuso intercambio de programas, de informaciones y de transmisiones deportivas y de grandes acontecimientos políticos o del espectáculo en directo.
Otro factor es el de las producciones, intercambios, compraventas y coproducciones de programas basadas en el idioma común. Este hecho pone en circulación términos, locuciones, giros y estructuras gramaticales que hasta ese momento estaban restringidos a un país y ahora pasan a ser de conociento general. Las transmisiones de acontecimientos deportivos y de las telecomedias han difundido formas expresivas exclusivas del ámbito mexicano, venezolano o argentino por todo el continente y por España.
Muchos de los vocablos denominados tradicionalmente americanismos pasan al lenguaje corriente de todos los hispanohablantes. A medida que haya mayor circulación de producciones audiovisuales habrá menos vocablos exclusivamente regionales. Pero esta peculiaridad sorprende también cada vez que un país pasa un programa de otro por las diferencias en los usos idiomáticos y que, en algunos casos, provocan fuertes choques.
La televisión por satélite ha introducido una situación nueva en la circulación de la lengua. Hay canales para cubrir el propio país del que nacen, bien directamente, o bien mediante las cabeceras de las emisoras por cable. Otros que difunden formas diferentes de habla como ocurre en toda América Latina y España con Galavisión, especialmente con su programa ECO, o en América Latina con Canal Internacional de Televisión Española; las hablas autonómicas de España desde hace algún tiempo salen también a otros países. Esto está suponiendo el salto a la interacción de hablas y fonéticas de unos países en otros.
Hasta esta situación cada país vivía encerrado con sus peculiaridades idiomáticas. A pesar del intercambio cultural, comercial, laboral y turístico, sin embargo, las influencias siempre han sido lentas y reducidas a unos sectores determinados. El Atlántico en unos casos y las cordilleras en otros no han permitido una gran fluidez de trasvase. Cuando realmente llega la interacción idiomática de los países hispanohablantes es ahora por la presencia de informaciones por satélite de un país en otros.
Desde 1992 se cuenta con la cobertura de todo el mundo hispanohablante mediante la Televisión Educativa Iberoamericana (ATEI) como elemento de unión y de ofertas compartidas. Es una experiencia única en el mundo que requiere el apoyo en aras del fomento de la cultura y del idioma comunes. Es una plataforma que habrá que consolidar como elemento de intercambio para que con el esfuerzo de cada uno se beneficien los demás. Cuanto más se refuerce mayor será el afianzamiento de afinidades educativas y culturales dentro de la diversidad de cada uno de los pueblos.
La expansión del español en otros países, en particular en Estados Unidos, y su presencia en diversidad de canales y modalidades televisivas, han traído otra variante a la evolución y desarrollo del mismo como es el de la convivencia e interacciones con un idioma diferente. El español se contagia de palabras inglesas y el inglés de palabras españolas. Es un fenómeno que exige un seguimiento especial, porque es en estas relaciones donde se producen las mayores modificaciones del idioma y por ser además el país de mayor crecimiento de hispanohablantes.
Estos nuevos territorios comunicativos generan otros enfoques a la armonización de la unidad idiomática con la diversidad de usos. Existe el español como algo común pero múltiples hablas que en algunos casos pueden crear dificultades de entendimiento mutuo.
También se produce otro factor inverso, el de la llegada de satélites desde Estados Unidos, o desde puntos extrahispanos, en otros idiomas, o en español, con un afán puramente comercial y con un idioma contagiado de elementos ajenos, pero de gran atractivo, como son los canales Eurosport, CNN y otros. Todo ello provoca una situación de adstrato configurado no por unos territorios geográficos, sino por otros virtuales que superponen varios idiomas y modelos de usos. Es un hecho totalmente novedoso y que tiende a incrementarse por las rápidas y crecientes transformaciones de la televisión.
En el futuro inmediato se abre un panorama totalmente diferente. De los sistemas de ondas hercianas, del cable coaxial y del satélite analógicos tradicionales se pasa a la televisión digital en los tres sistemas. Una televisión en la que se multiplican los canales y en la que las ofertas se hacen mediante paquetes de contenidos generalistas y temáticos y se da entrada a la interactividad. Nacen las plataformas transnacionales de televisión.
Es el momento en el que la televisión alcanza la globalización y con ella la de los idiomas empleados. Frente a la amenaza de la universalización del inglés, emerge el mantenimiento y expansión de otros idiomas,15 siempre que haya un soporte televisivo detrás como ocurre ahora con las plataformas digitales.
Nacen las plataformas internas a la cultura hispanohablante: Canal Satélite Digital, Distribuidora de Televisión Digital, Direct TV. Nacen también plataformas externas, dependientes de culturas ajenas, pero con interés por llegar a los mercados de habla hispana y, por tanto, con programaciones en español.
Y emergen nuevas posibilidades técnicas para el idioma. La imagen común de la televisión puede ser acompañada por el sistema dual y por el sistema multicanal de audio. Con el dual se ofrece la versión original y la traducción; con el multicanal se abre la oferta de diversos idiomas, el desarrollo de los sistemas de difusión multilingüe, para que cada usuario elija la que desee.
Además el sistema de teletexto permite las traducciones y la difusión de informaciones escritas paralelas a las imágenes y la visualización del idioma, lo cual afianza la grafía de las palabras y el uso correcto.
Desde los lugares más altos del cielo llueven canales en diversos idiomas. Pero, lejos de incurrir en un babelismo, todo está controlado y planificado para conquistar a cada telespectador en su propio idioma. Es precisamente en esta tendencia en la que se concentra el poderío del español como lengua de un futuro en expansión. Este es el potencial y a la vez el atractivo para los nuevos mercados televisivos.
Algo similar sucede con las redes de cable multimedia. La televisión se integra en ellas como una oferta más, pero unas y otras necesitan también el mercado en el mismo idioma. Otra aportación de las redes multimedia es su capacidad interactiva. Además de la información difundida en un momento determinado ofrecen también una información almacenada disponible para los usuarios y una información en diálogo directamente con la fuente.
Son dos modalidades televisivas que a veces se presentan como opuestas, pero cuya tendencia es hacia la combinación. Es decir, que los canales por satélite, además de la difusión directa al hogar, pueden llegar a éste por las cabeceras de las redes de cable.
Un adelanto de las redes multimedia se encuentra en Internet, aunque en este caso limitada por la estrechez del canal que no permite la comunicación fluida de imágenes en movimiento. La presencia del español en Internet frente al predominio del inglés es una apuesta para las futuras redes multimedia. Para que el diálogo, la interactividad de los diversos procesos, no tenga que efectuarse exclusivamente en inglés, habrá que apoyar denodadamente la presencia del español.
La próxima frontera de la interactividad se sitúa en una batalla técnica más amplia como es la del reconocimiento de voz por las computadoras. Es posible que en los próximos lustros el acceso a estas redes pueda efectuarse por la voz sin uso alguno de la escritura. Cada usuario seleccionará, solicitará o dialogará con su lenguaje natural. Es otro desafío para la presencia del español en las correspondientes investigaciones y aplicaciones.
La dimensión internacional de la televisión es la vía para la consolidación de la lengua española como lengua de mercado internacional. No se trata sólo de la lengua como instrumento de comunicación, sino como base de estrategias comerciales televisivas. El mundo de habla hispana supone para cualquier organización televisiva un mercado tan enorme y con unas bases de homogeneidad lingüística y cultural tan sólidas y amplias que le hace atractivo a cualquier empresa audiovisual.
Con el mismo programa, sin necesidad de traducciones, se llega a un mercado potencial de más de 300 millones de telespectadores. Pocos mercados ofrecen algo tan suculento. Esto no quiere decir que se avasallen las variedades y riquezas idiomáticas de cada país, sino que se aprovechan los elementos comunes para que el mensaje sea más rentable.
El idioma en televisión alcanza, pues, un valor económico. Se sitúa dentro del complejo mundo de las industrias culturales16 y, además, se emplea como atractivo comercial. Toda aquella plataforma extranjera que quiera adentrarse en América Latina o en España no le quedará más remedio que ofrecer sus emisiones en español. No es extraño observar que todas las plataformas que se preparan en Estados Unidos y en Europa traten de incluir ofertas de abundantes paquetes de canales en español, en unos casos mediante traducción oral y en otros mediante la sobreimpresión de rótulos escritos.
Las plataformas digitales abren nuevos territorios televisivos para la lengua y plantean modalidades imprevistas de adstratos.
La multiplicación de canales provoca una fragmentación de audiencias y, en consecuencia, una numerosa diversificación de hablas. Los escasos canales analógicos tradicionales por cada país se ven superados por decenas de canales digitales y además sumamente diversificados por territorios, por soportes técnicos y por temas.
Es previsible que se creen varias plataformas dentro del habla hispana y que además tengan una presencia en el concierto mundial. Unas plataformas para el entendimiento mutuo de sus hablantes y como elemento de penetración en otras culturas o contrarresto de aquellas que desarrollan su afán universalizador como el inglés.
El efecto de la multiplicación de canales es el de constituir cada territorio, cada comunidad de hablantes, en una encrucijada de canales:
La encrucijada se convierte cada vez más en una torre de Babel: se habla el mismo idioma pero con variantes procedentes de dialectos o de otros idiomas propios del país o ajenos. Todos los canales quieren granjearse el favor de los destinatarios para que permanezcan fieles a sus ofertas. Los canales de idiomas extranjeros tratan de llegar mediante las traducciones escritas y en otros casos mediante doblajes orales.
El nacimiento de plataformas produce un trasvase más amplio. Cada país, cada usuario, tendrá acceso a las hablas de los demás. La televisión digital genera una convergencia idiomática, englobadora de otras convergencias como la fonética, léxica y morfosintáctica, que trata de armonizar la unidad del idioma con la diversidad de usos. Se pierde parcialmente la fonética local y se aproxima a otra más general. Todo dependerá de la organizaciòn de las plataformas. Pero tal como se vislumbran, en la mayoría de ellas habrá presencia de uno o varios países hispanos.
Tal fenómeno convive con los tradicionales. Junto a la televisión digital transnacional, continúan las televisiones nacionales, regionales y locales. ¿Cómo convivirán o cómo se contrarrestarán unas con otras? Según las tendencias apreciadas habrá persistencia de las tres variables de televisión: nacionales, regionales y locales y, por tanto, se mantendrán los fenómenos idiomáticos peculiares, aunque atacados por la nueva situación de los adstratos creada por las televisiones extranjeras.
En lugar de la temida disgregación como ocurrió en su momento con el latín, la televisión transnacional refuerza la unidad del español a la vez que la combina con el enriquecimiento de la diversidad nacional, regional y local.
En este entorno, el español llega a países a los que hasta ahora no tenía acceso. Y viceversa, a los territorios de habla hispana llegan otros idiomas. Se producen, por tanto, choques de idiomas de manera simultánea. Ya no se trata de los fenómenos tradicionales de los adstratos, de la contigüidad idiomática de dos territorios físicos, sino que cada espectador tiene los demás idiomas en el mismo punto de referencia, en la pantalla, y, además, simultáneamente. El zapeo en una plataforma digital supone un recorrido idiomático por las diversas hablas del propio idioma y por otros idiomas en versión original de la expresión oral con traducción o sin ella mediante la escritura.
Este Congreso tiene que marcar el punto de arranque en los estudios del idioma conforme a la nueva situación. Ya no se trata de «invasiones» desde fuera, sino de invitaciones a entrar en casa. Es el fenómeno nunca producido hasta ahora, al menos en la misma magnitud, de la simultaneidad temporal y espacial. La influencia de unos idiomas en otros se ha abordado por ocupaciones, colonizaciones culturales, por avasallamientos o por prestigios; ahora se añade el interés en los temas, en el atractivo de las ofertas televisivas.
La televisión monopolista venía proponiendo un modelo de habla. Todos podíamos mirarnos en el mismo espejo. Con la multiplicación de canales y la fragmentación de audiencias cada uno se mira en un trozo del espejo. Si la evolución del idioma ha ido estableciendo diferencias territoriales según las diversas historias, situaciones y contextos, ahora la televisión, además de reflejar esa ramificación, muestra la suya generada dentro del sistema televisivo con sus situaciones, poderío económico e influencia.
Sin embargo, la multiplicación de canales no puede provocar el espejismo de la diversidad y pluralismo. Crece la tendencia a la concentración de medios. Muchos de los canales se agrupan en cadenas, las cadenas en consorcios o grupos y los grupos nacionales se unen a otros extranjeros para formar alianzas de multimedios y multinacionales. La nueva frontera comunicativa está marcada por las plataformas para crear amplias ofertas de canales por una organización compleja. Desde el punto de vista idiomático todo dependerá del peso que cada uno de los grupos empresariales tenga en la correspondiente plataforma.
El futuro se va a plantear por grandes negocios y en torno a afinidades culturas e idiomáticas: ofertas en inglés, en español, en francés, etc. Porque es, en definitiva, lo que espera el telespectador. Podrán usarse los rótulos para traducciones simultáneas en algunos canales, pero esto será lo excepcional. Lo normal será la expresión oral.
Hoy la lengua es acompañante del imperio televisivo. La lengua común que une a numerosos países con más de 300 millones de hablantes se convierte en un atractivo comercial para las grandes empresas mundiales. Empresas que no nacen de una identidad cultural y cuyo interés no es tampoco el cultural, sino el lucrativo. Utiliza el idioma común al mayor número posible de telespectadores como trampolín de ventas de programas y atractivo de publicidad. Esto es lo que obligará a las plataformas a emplear el español como estrategia de reclamo para sus programas.
Frente a los riesgos de lo comercial como valor supremo y exclusivo, debe incrementarse la finalidad de servicio a las afinidades culturales e idiomáticas. Es el papel encomendado a las televisiones e instituciones públicas para que apoyen tales iniciativas tanto mediante la promoción de canales con esta orientación como con el apoyo a los ya existentes. Su misión es satisfacer a los grupos amplios y también a los minoritarios y, en este caso, a los grupos que mantienen un segundo idioma o uno dialecto.
Las redes digitales por satélite aportan también otras posibilidades de expansión del idioma como la creación de cursos de enseñanza del español en todos los niveles y en las diversas aplicaciones utilitarias a cada uno de los campos laborales, científicos y técnicos, la promoción de canales de ayuda a los profesionales e instituciones de enseñanza del español con aportaciones de los usos idiomáticos en los telediarios, reportajes, entrevistas y videorrevistas. Para un servicio más eficaz será, asimismo, necesario formar a los profesores a utilizar la televisión en las aulas como enseñanza del idioma, de la literatura y de la cultura.
Todo ello requiere un replanteamiento de los sistemas educativos y de las políticas culturales de los países con objeto de obtener el máximo aprovechamiento de las oportunidades que la nueva televisión ofrece.
Como consecuencia de lo expuesto formulo las siguientes conclusiones y propuestas para su debate: