¿Lengua viva o lenguaje degradado? Manuel Blanquér i Planelis
Profesor de la Universidad Santa María La Antigua (Panamá)

«O barbaroi», barbari, los que balbucean, llamaban los antiguos griegos y la Roma clásica a quienes hablaban lenguas diferentes a las suyas, cuyos sonidos, ritmo, fraseo y cadencia desentonaban de la precisión, ajuste y metro de la linguae pulchritudo, la belleza de la lengua.

Ni que decir tiene que los latinohablantes del epicentro del imperio echaban en cara a los de la periferia su mal manejo de la lengua, por decir lo menos. Tomo de Ángel Revilla, en su libro Panameñismos, la cita de aquel clásico que respondía: Hispanie non Romane, memoretis loqui mi. (Recuerda que hablo españolamente no romanamente), que hoy diríamos: hablo en español. Pero sugiere Julián Marías que naturalmente el español no existía, y que aquel hombre hablaba a la española (o hispanie), por supuesto en latín.

Hoy son lenguas vivas las que otrora fueran consideradas deformaciones del lenguaje. La vida misma, el uso del pueblo, les ha dado carta de ciudadanía: castellano, valenciano, francés, portugués, gallego, italiano... y tantas otras lenguas, cuya belleza literaria y definida estructura hoy nos cautivan y en las que nos apoyamos para estigmatizar nuevos procesos.

A principios de la década de los sesenta, estando todavía en España quien les habla, recuerda la inquietud que se iba despertando frente a lo que se consideraba la invasión de algunos modismos latinoamericanos, (¡perdón! hispanoamericanos; lo anterior sonaba a sacrilegio), que se estaban introduciendo en la lengua de la calle, precisamente a través de algunos programas y algunos presentadores de televisión. Y así, mientras los anatemas de Júpiter Tonante se desencadenaban desde el olimpo de la Real Academia de la Lengua, era sabroso escuchar lo chévere que uno se sentía al expresarle a un amigo: «qué bueno que viniste».

Cuando, a finales de 1970, nos preparábamos para el largo viaje que nos llevaría a enraizarnos en lo que hoy es nuestra segunda patria, Panamá, menudearon las recomendaciones y avisos sobre palabras, frases y sentidos que a uno le podían hacer caminar sobre las arenas movedizas del «no entiendo nada». Por aquello de que «donde digo digo, digo Diego», que reza el refrán popular.

Fue sólo en nuestro trato constante con los distintos estratos de la población panameña, donde fuimos adquiriendo conciencia de que las variantes que presenta el habla de nuestra población son más profundas de lo que a simple vista pudiera pensarse y, desde luego, mucho más de lo que pretenden bastantes españoles establecidos en el Istmo, que sólo escuchan lo que quieren escuchar y cuyo único baremo es el bagaje sacralizado de «su» lengua española.

Es hermoso escuchar a los campesinos venidos de las provincias centrales de Panamá ciertos giros que uno ha conocido sólo a través de la lectura de los clásicos y que en Castilla hoy resultan obsoletos. Vocablos cuya cadencia únicamente a nivel poético nos recreaba, adverbios que uno nada más conocía por la lista que aprendió en la escuela, le salen acá al encuentro con la frescura de lo vivo y cotidiano.

El vosotros, con toda su corte pronominal y todas las acciones y pasiones que atribuírsele puedan, con sus sufijos desinenciales en -áis, -éis, -is, les suena tremendamente duro, apenas inteligible, aunque, por su carácter sacral, aceptable en las citas de las Sagradas Escrituras, dándose la paradoja de que, mientras se potencia el uso de la lengua vernácula, para que el pueblo se exprese cuando ora en la lengua en que vehicula su comunicación, al homologar el lenguaje litúrgico para todos los países de habla española, se permite en América Latina, según lo dispongan las Conferencias Episcopales de cada país, usar el ustedes en todos los textos, «menos en las palabras del relato de la institución de la Eucaristía, en la consagración».

Un dato que resultó curioso al que esto escribe, cuando atrajo su atención, es el uso del posesivo vuestro de la segunda persona del plural en el contexto del ustedes y la forma verbal de tercera persona del plural que lo acompaña, para evitar la ambigüedad del su.

Si esto se da en el campesinado en las provincias centrales, en donde el tuteo no suele usarse ni siquiera a nivel familiar, siendo lenguaje corriente el usted, muy otra es la situación en el área metropolitana y los grandes núcleos de población aledaños a la misma, en los que el tiene carta de naturaleza, en muchas ocasiones desde el primer encuentro interpersonal.

Se ha dicho, y es cierto, que Panamá es un crisol de razas en donde se funden múltiples culturas, idiosincrasias y lenguas. Sería prolijo enumerarlas y correríamos el peligro de dejar más de una por fuera. Valga, en principio, la clasificación en mestizos, mulatos, zambos, tercerones, etc., para su población ladina, a la que el Dr. Roberto De la Guardia, en sus investigaciones sobre las Oleadas de Población, llama castelauros o nativos de Castilla del Oro, como durante la colonia se designó a Panamá. Pero resulta inadecuada para describir el agregado etnocultural resultante de la afluencia de gentes, de pueblos diversos, que hoy en día convergen en el mismo.

«Puente del mundo y corazón del universo», lo soñó el Libertador Simón Bolívar. Y, ciertamente, su carácter ístmico y su ubicación en la cintura de América, abierta al flujo vital de la navegación internacional, han propiciado el encuentro e inevitable interacción entre todos los elementos que configuran un pueblo de características muy peculiares.

No nos entretenemos en pormenorizar las peculiaridades a que acabamos de aludir, para no cansar al auditorio y porque quizás exceden el ámbito de este trabajo, aunque en cierto modo fundamentan las apreciaciones que estamos presentando. Baste señalar que en diversas ocasiones hemos participado en talleres e investigaciones sobre la identidad del ser panameño; y la conclusión a que se ha llegado en todos ellos ha sido que no se puede hablar de una identidad definida, sino de un proceso hacia la configuración de una identidad, es decir, se trata de una identidad in fieri, que dirían los escolásticos.

Inevitablemente, esto incide con fuerza en la conformación del lenguaje, que día tras día va enriqueciéndose con los aportes que le llegan de diversas corrientes y los incorpora al expresar su vivir, su pensar y su hacer. La necesidad del ser humano de comunicarse y los cambios constantes que impone la comunicación, dinámica en su esencia por ser intercomunicación, obligan a la lengua a constantes ajustes y reajustes tanto a nivel individual como colectivo, que provocan el nacimiento de palabras, que tienen una vida más o menos prolongada y se afincan arraigando en el habla del pueblo, por sentir éste que responden a una expresión genuina de lo que siente o declinan por no responder a la historia social de donde emergen.

Base del español que hoy se habla en Panamá es el castellano castelaurizado, es decir, no el español que hoy se habla en la península, ni el castellano que trajeron consigo los conquistadores, sino el que agrega nuevas palabras, creadas en respuesta a experiencias concretas y es constantemente modificado por una extensión del valor semántico de otras, y por el ensanchamiento de las dimensiones simbólicas y sintagmáticas, que hace que cada día se alejen más los niveles, los signos, los valores y los sentidos del habla de la península, como hace notar en su estudio Revilla.

Estamos, por tanto, afirmando con él (Lenguaje popular Panameño, USMA, 1982) que el núcleo del español actual de Panamá se basa «en un segmento de la comunidad lingüística castellano-africana, que es el hombre panameño en su interior y en su pueblo».

Entre los múltiples ingredientes que aportan a lo que hoy la Constitución política panameña designa como «el español» y proclama «lengua oficial de la República de Panamá», es fácil reconocer en el lenguaje de la calle algunos galicismos (pocos), secuela de la etapa del canal francés («buco, es por eso que», por señalar algunos), y una innumerable intrusión de anglicismos que salpica todo el abanico de las diversas actividades científicas, técnicas, laborales, domésticas, etc.

Y así, hay que setear la computadora, taimear la duración del programa y, en el betwin, ir recogiendo los documentos para estar ready y agarrar el carro que, dicho sea de paso, no tiene parabrisas, sino winchil, para limpiarlo usamos winchi-waiper y cuando vamos a arrancar hemos de tener cuidado de meter el clutch para quitar las marchas, aunque tengamos puestos los breques. Al salir de casa procuraremos que la pluma del agua quede cerrada y apagaremos el switch de la luz. ¡Ah! y si te llaman por teléfono, por favor llama p'atrás.

Sólo acabo de ofrecerles un pequeño muestrario de lo que el habla popular ha incorporado. Si me refiriera al «lenguaje de los cultos», que no a la lengua culta, tendría que señalar el esnobismo de un gran sector de la población, que ha recibido o, al menos, complementado, su educación universitaria en los Estados Unidos de Norteamérica y que tiene el prurito de intercalar no sólo expresiones, sino frases enteras en inglés, en muchas ocasiones porque ni siquiera se ha tomado la molestia de recuperar o averiguar su equivalencia en español, en otras porque se siente menos colonizado o menos provinciano hablando «la lengua “culta y científica” del norte» que la de todos los días que «le sirve para andar por casa» y que fue la de los conquistadores.

Carta de naturaleza tienen en el habla panameña los diferentes neologismos aceptados por la Real Academia Española , muchos de ellos bajo la presión inevitable del acelerado avance tecnológico, que no da tregua para digerir nuevos hallazgos, forjar nuevos conceptos y gestar nuevos vocablos mediante el recurso a las raíces del árbol genealógico, para avalar de este modo su legitimidad. Se ha dicho que las academias de la lengua de los países hispanohablantes son tan provincianas en relación con la Real Academia Española, como provincianos con relación a Madrid puedan ser los santanderinos, pacenses o jienenses.

No vamos a entrar en ningún tipo de polémica al respecto, aunque cabe señalar, por ejemplo, que la Academia Panameña de la Lengua se rebeló y no aceptó la eliminación del abecedario, como letras individualizadas, de la ch y la ll . No podemos dejar de pensar, sin embargo, en lo incómodo que se debía sentir el clásico romano por el modo de hablar el latín «a la española» aquellas benditas gentes de la Hispania.

Quizás unos siglos más en la batidora de la historia nos permitan acceder a un resultado final, hijo de un parto múltiple, iniciado en el tiempo del seno de una lengua madre que se llamó español, que descubra lenguas hermanas en países hermanos y que, a su vez, renueva el estilo de gestación y parto, del que aquella nació.

Y en todo este proceso, ¿qué parte tiene la televisión panameña? Como medio masivo de comunicación, cabría esperar de ella que asumiera un papel paradigmático, dada la influencia que a nivel consciente y subconsciente puede ejercer y de hecho ejerce en gran parte de la población. Sin embargo, un rápido análisis nos permite avanzar algo más que a modo de hipótesis, lo siguiente:

—Los programas adquiridos, doblados de las lenguas originales, manifiestan una gran pobreza lingüística. La necesidad de sintetizar los contenidos y ajustar las expresiones verbales al movimiento de labios, con frecuencia ofrece una construcción sintáctica deficiente y acusa una enorme carencia de vocabulario. Sin perder de vista el clásico refrán italiano que sentencia: Traduttore, tradittore, señalando que el que traduce, traiciona. No entramos siquiera en el tema del famoso «español neutro», del que habría quizás mucho que hablar. Mejores textos y más trabajados encontramos en los documentales de divulgación científica, ecológica, naturalista, etc.

Si de productos subtitulados se trata, ahí si que se produce directamente el «asesinato» de la lengua, con una ausencia total, no diré ya de sintaxis, sino de morfología y de la más elemental ortografía.

—En cuanto a las producciones propias:

  1. Los noticiarios, quizás por la llamada agilidad de la noticia, no suelen presentar una redacción cuidada y una atención al «buen decir», exceptuando en ocasiones los editoriales, concretamente en momentos en que se pretende, (acéptenme la redundancia con todo lo que en ella quiero expresar), editorializar. Generalmente se maneja un lenguaje rápido, fácil y muy cercano al popular, sin llegar a la vulgarización y siempre con un vocabulario muy reducido. Es propicio el momento para señalar que los locutores tienden a proclamar y, a veces, a gritar, como imponiendo la noticia. Raras veces, aunque alguna, nos la cuentan, como asomándonos a ella. No es éste el momento para hablar del lenguaje de la imagen, aunque no resisto la tentación de señalar que, frecuentemente, se da una gran carencia de sentido semiótica e inadecuación iconofónica, entre el mensaje hablado y la imagen que lo acompaña, desajuste que también se aprecia en los locutores cuando narran en una transmisión televisiva, como si de una transmisión radiofónica se tratara, lo que el telespectador está observando por sí mismo. Los reportajes acusan la influencia del medio o entorno en que se desarrolla lo que se reporta, tanto positiva como negativamente, aunque a veces pareciera perderse el sentido de en dónde y en qué se está.
  2. Los documentales, en general, presentan un trabajo más elaborado tanto de imagen como de guión literario, con una investigación más profunda y una redacción más cuidada.
  3. En los programas de opinión hay que distinguir entre los que pretenden informar, aclarar o ayudar a pensar y los que prefieren polemizar y tocar superficialmente temas candentes. Según sea el caso el lenguaje es más o menos cuidado.
  4. En los concursos y programas de tipo popular la tendencia se inclina a incorporar los vulgarismos que son moneda corriente en el lenguaje de la calle, para provocar la empatía con el público asistente y televidente

—Hay dos temas que merecen mención aparte:

  1. La programación de tipo educativo y cultural, sumamente atractiva y divertida, pero que procura tratar con exquisito cuidado el lenguaje, la imagen y la interacción con el televidente.
  2. La tendencia que han desarrollado las tres estaciones comerciales de televisión, de un tiempo a esta parte, de competir a través de programas que incorporan lo chabacano y vulgar, en cuanto a lenguaje, expresión y gestos, con la jerga propia de los sectores más bajos de la sociedad. ¿Podría calificarse de un intento de provocar la extensión de una contracultura, dando a este término un sentido semejante al que tuvo en épocas pasadas?

Lo cierto es que entre determinados grupos de adolescentes, el lenguaje, las expresiones, gestos y estilos de dichos programas arraigan con facilidad. Cabría preguntarse qué hilos ocultos están manipulando esas marionetas y cuáles son las intenciones subyacentes. Pero no es éste el momento ni el foro adecuado para este planteamiento. Quede sólo como una anotación a lo que pueda ser el uso y abuso del lenguaje en la televisión panameña.

A modo de conclusión, permítasenos señalar que estimamos como un factor muy valioso la fecundidad de la lengua española, que en un proceso de evolución, asimila, crea, transforma, retoca o asume lo que le sirve para transmitir el pensamiento de la comunidad sociológica cuya expresión vehicula. Necesariamente tienen que incidir en su trayecto los factores que inciden en la vida de la comunidad que a través de ella se expresa, siendo por esto exponente de la estructura mental de la cultura de cuyo seno emerge.

La televisión refleja esta realidad sociocultural y lingüística, pero a su vez va sembrando estereotipos que, más o menos conscientemente, el televidente asimila y repite, convirtiéndose a su vez en un agente multiplicador en el cada día de la múltiple interacción humana.

Personalmente, tenemos la convicción de que la lengua española en Panamá, es una lengua viva que, como todo ser vivo, sigue un proceso evolutivo que la llevará a afirmarse y consolidarse o a morir y ser absorbida. En cualquiera de las opciones de esta alternativa un papel preponderante lo juegan los medios de comunicación, y más concretamente el que aquí nos ocupa: la televisión.