La televisión ha ido ampliando su espacio. De las grandes ciudades ha pasado a las pequeñas, y de éstas a los pueblos. Penetra en casas de todos los estratos sociales, bajo la única condición de que cuenten con corriente eléctrica.
En América —y con esto digo Hispanoamérica, para que no se apropien del nombre otros países—, incluso las minorías étnicas escuchan televisión en español en sus aldeas, casi siempre situadas en lugares de difícil acceso.
Todo esto ha sido posible gracias a la capacidad de conexión y difusión de la televisión y de los medios en general. Las comunicaciones electrónicas han rebasado los límites nacionales1 y han hecho realidad —especialmente la televisión— la idea de la aldea global, en la cual —como ya planteaba McLuhan2— cada individuo se encuentra presente en cada rincón del mundo. En ese espacio sin límites todo parece ser parte de nuestra cultura y, dentro de ella, la lengua es fundamental. Mediante ella comentamos e interpretamos todos los demás productos culturales, incluida la propia lengua. Además, una lengua une a todos los que la hablan, los identifica como miembros de la misma comunidad lingüística.
La lengua española es el vehículo de comunicación de casi 380 millones de personas.3 Cuando uno viaja por los países hispanohablantes confirma lo obvio: aunque no conozcamos a la gente, conocemos sus palabras, y conocen las nuestras. Esa es la condición básica de la comunidad idiomática: la posibilidad de establecer la comunicación no sólo con los conocidos, sino también con los desconocidos. Las preocupaciones sobre la posible diversificación del español que surgieron en el siglo pasado, difícilmente se sostienen en la actualidad.
El analfabetismo se ha reducido considerablemente, lo que permite que cada vez más personas lean libros, revistas y diarios. Además ahora son frecuentes los viajes por diferentes medios y tenemos comunicación instantánea por teléfono, fax, oredenador, radio y televisión. Todos estos hechos se sustentan en una lengua que facilite la comunicación oral y escrita. Por eso —de manera consciente o inconsciente— todos deseamos y buscamos mantener una lengua estable, que se enriquezca y modifique, pero sin perder su unidad esencial.
La televisión divierte, informa y preocupa. En la actualidad la gente está informada de bailes y bodas, de héroes o villanos de telenovelas, del mercado de valores de diferentes ciudades, de guerras y secuestros, o de quién ganó en las elecciones. Además, recibimos ese caudal de información en nuestros propios hogares, de manera casi instantánea en relación con los acontecimientos. Por eso la televisión preocupa, tanto por el contenido de los mensajes —que sale del ámbito de este texto— como por el lenguaje en el que se expresan.
En cuanto al lenguaje, la actitud más general parece ser la de crítica. Un erudito mexicano considera que «la televisión, en efecto, es el punto en que confluyen todos los elementos contaminantes del habla cotidiana, todos los giros vitandos, todas las vulgaridades».4 Y continúa con una advertencia sobre «el peligro que corre, no sólo nuestra lengua en bocas que no tienen interés alguno en conocerla mejor, sino el público que recibe, casi como una comunión, los mensajes que se le quieren trasmitir. A mayor influencia de personas mal preparadas, corruptoras del lenguaje, mayor riesgo de infección en el habla de los telespectadores».5
La televisión española parece ofrecer un panorama semejante, pues en su lenguaje se han encontrado «violencias, anomalías, deformaciones, barbarismos, neologismos, alteraciones, extranjerismos, etc.»6 e incluso se han escrito libros, como Teleperversión de la lengua, cuyos autores se quejan de «la incompetencia lingüística de los periodistas, especialmente de los que trabajan en la televisión», ya que «una vez cometido el error ya no hay manera de enmendarlo antes de que llegue a oídos del oyente o telespectador».7 Y algo semejante se dice de la televisión venezolana, en un libro cuyo título es suficientemente explícito: El pobre lenguaje de la televisión.8
Todas estas actitudes, por supuesto, se explican en la medida en que la lengua es de todos, y como consecuencia todos tenemos derecho a opinar sobre su uso. Afortunadamente hay personas sensatas que matizan sus opiniones.9 En todo caso, la crítica se justifica, además, si se considera la influencia de la televisión y el hecho de que —para bien o para mal— promueve y difunde los usos del lenguaje.10
Sin embargo, los excesos en la búsqueda de un purismo sin bases pueden causar inseguridad en quienes —de una o de otra manera— utilizan el español en los medios. Esa actitud, casi de angustia, es la que parecen reflejar las palabras de un periodista colombiano. En su país, dice, «nos agobian los purismos, los arcaísmos, los barbarismos, los galicismos, los anglicismos, los cultismos, que centenares de espontáneos con ojos de lince y lupa de Sherlock Holmes persiguen, acosan, cazan y, por último, exhiben como trofeos». Y continúa señalando que, ante esa situación, mejor sería no hablar ni escribir: «en boca cerrada no entran moscas. Pero resulta que nuestra tarea es mantener la boca abierta —y bien abierta— para comunicar hechos e ideas».11
Lo anterior muestra la necesidad de ubicar la posición de los críticos. Sus opiniones enfrentan varios problemas en relación con los usos que consideran desviantes —o divergentes, como prefiero llamarlos. El primero de ellos consiste en que, cuando se habla de usos divergentes, no se dice explícitamente con respecto a qué modelo. Cuando se dice, se toma como referencia la norma castellana, lo que implica un nuevo problema, pues esa variante no es la única e, incluso, resulta minoritaria desde el punto de vista demográfico.
Los modelos son otros en la realidad. Habrá que considerar la norma general o hispánica12 —que se construye entre todos, especialmente a través de los medios— y plantear las convergencias o divergencias en relación con ese modelo.
A partir de la norma hispánica es necesario considerar como divergentes, entre otros, no sólo los mexicanismos, colombianismos o argentinismos —lo que ya se hace— sino también los españolismos —vocablos de uso exclusivo en España, que no se indican en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE).13 La idea —que he planteado en investigaciones anteriores14— no es sólo mía. La ha propuesto también un colombiano, el expresidente Belisario Betancurt, quien —en una discusión privada, según cita Gossain—15 «exigió que en lo sucesivo el diccionario ponga también una señal que diga españolismo, cuando se trate de palabras que sólo se emplean en España».
Esto evitaría la posición glosocéntrica del DRAE, que considera de uso general palabras como piso, que convive con las más generales departamento o apartamento; o americana,16 que está en desventaja, desde el punto de vista demográfico, frente a chaqueta o saco.17 Esa actitud glosocéntrica lleva a comparaciones que consideran arcaísmo la forma mexicana jalar —que en otras partes se dice halar o tirar de— pero que, en cambio, no clasifican de igual manera vosotros cantáis. En América esa forma de segunda persona plural está en desuso y, comparativamente, además de españolismo, sería un arcaísmo de España.18
Otro problema que se presenta en relación con la bibliografía que he citado al respecto, es que ninguno de los investigadores ofrece un método confiable para decidir en qué medida el lenguaje de la televisión es pobre o desviante.19 En general esas investigaciones se basan en datos recogidos al azar con el propósito de encontrar errores, pero no aciertos —divergencias pero no convergencias.20 Por ejemplo, un investigador encontró 500 errores en el lenguaje de la televisión de Venezuela.
Para encontrarlos, nos dice, «se ha utilizado en todos los casos la observación directa y casual de los programas de toda índole trasmitidos por las diferentes televisoras, sin una metodología preestablecida».21 Otro investigador, en relación con las violencias de la televisión española, considera suficiente decir al lector que «todo el material que aquí traemos a colación lo hemos recogido durante los diez últimos años, aproximadamente, un tanto al azar».22
Frente a las opiniones que he comentado, los hechos parecen ser diferentes. En 1993 se presentó el proyecto «Difusión Internacional del Español por Radio, Televisión y Prensa» (DIES-RTP), durante el X congreso de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina (ALFAL).23 Dentro de ese marco, las investigaciones se sustentan en métodos estadísticos mediante los cuales se recogen de manera aleatoria muestras de cada tipo de programa.
En México hemos investigado los programas informativos o noticiarios de televisión de difusión internacional en español que difunden CNI,24 Eco y NBC.25 Por otra parte, en España se analizaron los de TVE 1.26 De cada uno de esos cuatro informativos se recogieron, mediante un procedimiento aleatorio, más de 10.000 palabras gráficas, lo que nos permitió formar un corpus de casi 50.000 palabras.27 A continuación se obtuvieron mediante un programa de cómputo28 los vocablos o entradas de diccionario que se utilizaron en cada informativo.
Esos vocablos se clasificaron, de acuerdo con las fuentes consultadas,29 en dos grandes grupos: a) sin filiación o sin marca, es decir, vocablos de uso general hispánico; y b) con filiación o marcados, es decir, hispanoamericanismos, mexicanismos, latinismos y helenismos, y otros vocablos que no encontramos en las fuentes, o no documentados. Los resultados muestran lo siguiente:30
Los vocablos sin filiación o de uso general hispánico31 iban del 98,7 por ciento (CNI) al 99,5 por ciento (Eco). Complementariamente, los vocablos con filiación iban de un máximo de 1,3 por ciento a un mínimo de 0,5 por ciento. Estos datos se refieren al nivel de la lengua, y no del discurso o del texto, y suponen darle igual peso a cada uno de los vocablos. Si, en cambio, se ven las frecuencias de uso —el número de apariciones de los vocablos y sus variantes en los textos, es decir, las palabras gráficas— los porcentajes cambian. A nivel de discurso, las palabras marcadas o no generales más las no registradas en las fuentes van de 0,12 por ciento (Eco) a 0,27 por ciento (CNI). Eso quiere decir que, si uno escucha Eco, encontrará apenas 12 palabras en cada 10.000 que no corresponden a la norma hispánica.
Muchas de esas palabras marcadas, además, son de uso general, como zapatista —relacionado con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que surgió en México en enero de 1994—. Esa palabra es mexicanismo sólo por su origen, pues se usa incluso en alemán, francés, inglés y otras lenguas, y es el único que encontramos en las muestras. Las voces de uso regional son, en realidad, muy pocas. Entre ellas encontramos los hispanoamericanismos desocupación, dirigencia, panel, piocha, rubro, varado (CNI); zacate y refresquería (Eco); bordo, chaparrón, falencia32 (NBC). También apareció berza (en TVE 1, en lugar de col, palabra de uso más general), que puede considerarse un españolismo. Todos esos vocablos están registrados en el DRAE o en otros diccionarios generales del español, de manera que es posible consultar esas fuentes para saber los significados.
Otras voces, como los adverbios adecuadamente, supuestamente y posiblemente están bien formadas, aunque no aparezcan registradas en las fuentes que consultamos. Tampoco aparecen registradas las palabras incosteable, irrestricto, narconacionalismo. Por otra parte, en TVE 1 se encontraron coche bomba, antiterrorista e ilegalizar, términos no registrados en el DRAE. Todos estos vocablos están formados dentro del espíritu de la lengua, y se pueden comprender sin problema. El conflicto se presenta por el hecho de que en español —según parece— está prohibido crear neologismos —lo que no sucede en otras lenguas como el inglés, el alemán o el sueco.
Los extranjerismos, finalmente, se reducen a unos pocos, casi todos dentro del ámbito deportivo. Si se consideran sólo los no incluidos en el DRAE, los que recogimos fueron: grand prix, look,33 manayer, nocáut, oquear, ring y rugbi (CNI); raid (ingl. ride)34, okey (Eco), fast track,35 faul, jit y rankin (NBC); pénalti (CNI, Eco); rock (CNI, NBC) y set (Eco, NBC). Si, por otra parte, no se consideran —por ser usuales— los extranjerismos que se incluyen en otros diccionarios generales del español, como los anteriores,36 sólo quedarían okey, que es prácticamente universal; grand prix, expresión francesa que puede considerarse como nombre propio; fast track, que se utilizó de manera especializada y se traducía con frecuencia al español (v. n. 35); raid , que está registrado,37 jit, término del beisbol,38 y look .
En cuanto a la pobreza del lenguaje de la televisión, nuestras investigaciones muestran, de nuevo, una situación distinta. La densidad de los programas informativos llega, en promedio, a casi 69 palabras diferentes por cada 100 de texto.39 Si se proyecta esta densidad y se considera un texto de 100.000 palabras gráficas, se obtienen cerca de 5000 vocablos.40 Esto indica una riqueza léxica activa del emisor y no del receptor muy alta, y cercana a la que se puede encontrar en ensayos de escritores de prestigio. Además, la televisión no debería aumentar esa densidad en sus textos: una densidad más alta haría difícil la comprensión por parte del auditorio.
En lo que respecta a la pronunciación,41 hay básicamente tres normas hispánicas, que llamo a , b y g . Se pueden diferenciar suficientemente a partir de la ausencia o presencia de los fonemas /z/ y /s/.42 De acuerdo con esto, en la norma a no se pronuncia el fonema /z/, pero sí el fonema /s/ en toda posición, como en /sapátos/; en la norma b no se pronuncia el fonema /z/, y el fonema /s/ se aspira en posición final de sílaba o de palabra, como en /sapátoh/; y en la g se pronuncian /z/ y /s/ en toda posición, como en /zapátos/.
Dentro de cada una de esas normas hay otros aspectos que a veces se escuchan por televisión y que, a grandes rasgos, describo a continuación. En la norma a se relajan las vocales, aunque con muy poca frecuencia, sobre todo en contacto con /s/, como en /sapátos/. En la norma b la aspiración de /s/ es menos frecuente que en el habla cotidiana; el fonema /j/ 43 se pronuncia un poco abierto, como en /káha/; y el fonema /d/ en terminaciones cono /ado/ se relaja o se pierde: /kansádo/; y en los programas de algunos países se escuchan sonorizaciones ocasionales de consonantes, como en /sapátoh/.44 En la norma g, como en la b , se relaja la consonante en la terminación /ado/; y se simplifican en ocasiones algunos grupos consonánticos, como /ks/ experto, por ejemplo, se pronuncia /espérto/, y concepto suena en ocasiones /konsékto/. Por otra parte, el fonema /y/ es tenso en algunas variantes de g , sin llegar al ensordecimiento que se escucha en el habla cotidiana de algunos países de Suramérica.45
En resumen, la pronunciación de las tres normas sigue esencialmente el modelo escrito, con excepción de la letra v, que suena igual que la b, tal como la pronuncian los hispanohablantes nativos.46 la letra ll , que se pronuncia como /y/; y el fonema /z/, que no se pronuncia en Hispanoamérica.
En lo que respecta a la sintaxis, las investigaciones apenas se inician. En todo caso, un ejemplo de lo que podría encontrarse es el de Colombia.47 En los informativos de ese país se encontró con cierta frecuencia el hipérbaton como recurso expresivo. También se detectaron, con menos frecuencia, algunos usos no académicos de preposiciones y pronombres, concordancias inadecuadas y casos de falta de cohesión, sobre todo por elipsis.
En nuestras propias investigaciones hemos analizado, en cambio, la longitud de los enunciados, de acuerdo con en el número de palabras que contiene cada uno.48 Esta longitud se correlaciona con la mayor o menor complejidad de la oración, y puede dar una idea en ese sentido. La longitud promedio de los que encontramos en los programas de noticias iba de 18,5 palabras gráficas en CNI, a 29,5 en Eco y NBC. Entre estos valores se situó TVE 1, con 24,4 palabras gráficas en promedio por enunciado.
Un enunciado extenso implica un mensaje más difícil de comprender. Los resultados anteriores —aunque todos están dentro de lo aceptable para este tipo de texto— muestran que algunos informativos deberían reducir la longitud de sus enunciados,49 pues así lograrían una mejor comprensión por parte del auditorio.
Como toda lengua viva, el español que, además, se extiende por una amplia geografía tiene variantes que se reducen en la punta de la pirámide social y en los medios de comunicación y se hacen mayores en la base. Los viajeros saben bien que siempre es posible establecer la comunicación cara a cara, bajo la condición de aprender un poco y adaptarse al país donde vayan.
En cambio, los escritores y todos los que se dirigen a un público internacional desde sus oficinas o estudios no tienen la posibilidad de recibir una retroalimentación inmediata. Son ellos los que tienen la necesidad y la responsabilidad de utilizar un lenguaje que comprendan sus lectores o su auditorio.
Las decisiones que puedan tomarse en cuanto a la variación del español deberían hacerse no sólo a partir de los diccionarios basados en la modalidad castellana. Se trataría de utilizar la norma hispánica o general, que se sustenta en el uso de toda la comunidad hispanohablante. Los medios de alcance internacional podrían basarse en datos demográficos para decidir, en el caso del léxico, qué palabra es la más usual en los países hispánicos.
Se ha planteado recientemente la posibilidad de hacer un análisis demolingüístico que supere la pura descripción del léxico y considere el auditorio potencial en un país, una región o un grupo de países. La demolingüística, además, incorpora criterios de distribución de los vocablos en los países hispanohablantes.50 Las variantes que presento a continuación ejemplifican esta posibilidad:51
auto (11: 36,49 % — CR, PN, CU, RD, PR, PE, BO, PA, UR, CH, AR); carro (10: 60,19 % — MX, GU, CR, PN, CU, RD, PR, CO, VE, PE); coche (4: 51,37 % — ES, MX, PA, AR); máquina (2: 5,81 % — CU, RD).
dirección (1: 24,85 % — MX); guía (2: 3,32 % — RD, PR); manubrio (3: 22,19 % — VE, CH, AR); manivela (1: 0,93 % — CR); timón (7: 28,57 % — GU, EL, PN, CU, RD, CO, PE); volante (12: 79,78 % — ES, MX, RD, PR, EC, VE, PE, BO, PA, UR, CH, AR).
chapa (4: 17,27 % — CU, PA, UR, AR); matrícula (6: 33,75 % — ES, CU, PR, VE, PE, UR); patente (3: 16,68 % — UR, CH, AR); placa (13: 65,59 % — MX, GU, EL, CR, PN, RD, PR, EC, CO, VE, PE, BO, UR); tablilla (1: 1,19 % — PR).
Como puede advertirse en el primer ejemplo, auto (o automóvil) es utilizado en 11 países —es el término mejor distribuido—, con 36,49 por ciento de la población. Le siguen carro, que se usó en 10 países, aunque con más población (60,19 por ciento); coche y, por último, máquina. La opciones serían auto, por su mejor distribución y porque, aunque resulta de uso formal en otros países como México, no tiene problemas de comprensión; y a continuación, carro52 o coche.
En el segundo ejemplo, la selección clara es volante, y no dirección, guía, manubrio, manivela o timón. Volante se usa en 12 países (79,79 por ciento de la población). Sin embargo, aunque se pudiera comprender en los demás países, resultará —de nuevo— rebuscado, por su poca frecuencia. El término que sigue en dispersión y población, timón, en países como México tiene un sentido especializado, pues sólo se usa para el de lanchas o barcos.
La placa o la matrícula resultan las mejores alternativas en el tercer caso, tanto por distribución como por población. No obstante, cabe señalar que cualquiera que sea la selección, puede tener consecuencias para la interpretación en los países donde no se usa.53 Por ejemplo, placa en La Habana significa 'losa de concreto', y por eso la del carro se llama chapa, que en México hace referencia a la de la puerta —la cual se conoce como yale en La Habana—.
A partir de estos planteamientos se podrían tomar decisiones con bases objetivas.54
Sin embargo —como he mostrado—, la complejidad de la lengua hace necesario considerar también los valores denotativos y connotativos de las voces en cada país, y sus consecuencias en la interpretación del auditorio. Por eso considero que la televisión sólo puede aspirar a que las voces que seleccione o difunda sea comprendidas —no necesariamente usadas— por el auditorio, de manera que formen parte de su léxico pasivo.55
En cuanto a la pronunciación, si se considera el número de producciones y doblajes que la utilizan, la más difundida es la norma a /sapátos/, seguida por la b /sapátoh/. Estos dos tipos de pronunciación son, además, los predominantes desde el punto de vista demográfico en los países hispánicos. La norma g , como sabemos, sólo se utiliza en programas producidos o doblados en España y resulta, demográficamente, la minoritaria. En todo caso, esas tres variantes fonéticas son válidas y aceptables, en mayor o menor grado, por el auditorio hispánico. Lo que importa es que —como dijo un lingüista— cuando uno escucha a alguien hablar por televisión no sabe a veces de dónde es.
Esto muestra que los profesionales del medio se esfuerzan por evitar los matices regionales, lo que favorece la comprensión, la aceptación y la unidad de la lengua. Aparte de esto, en las tres normas se presenta con frecuencia la dislocación acentual. Este recurso, que sirve para enfatizar las palabras importantes, deja de funcionar si se utiliza en exceso.56
Por lo que toca a la sintaxis, he señalado que algunos informativos utilizan enunciados un poco extensos, que convendría reducir en cuanto al número de palabras. Por otra parte, la variación sintáctica es muy poca. Ciertamente hay casos en los que se observan usos alternativos. En esas circunstancias las decisiones podrían tomarse a partir de dos criterios: el primero sería citar las fuentes que describen el estado de lengua con respecto al cual una determinada expresión es divergente. Esto, sin embargo, favorecería a la modalidad castellana, ya que es la mejor descrita. Además, ese modelo no lo es ya en la actualidad para todo el mundo de habla española, como lo han señalado incluso varios lingüistas españoles.57
El segundo criterio se basa en el uso actual y general. Ante dos variantes, habría que decidir —como en el caso del léxico— cuál es la más frecuente y más extendida. De esta manera, por ejemplo, si la mayoría «piensa que…», y la minoría piensa de que…», habría que seguir pensando que tiene mayor aceptabilidad no usar la preposición.
He tratado de mostrar que las opiniones de la mayoría de los críticos no parecen tener sustento objetivo. El vocabulario de los programas de noticias internacionales de la televisión está dentro de la norma hispánica general. Las voces que podrían considerarse marcadas o con filiación son muy pocas. En lo relativo a la pronunciación, argumenté que las tres normas que se escuchan en los informativos son adecuadas y corresponden al uso culto del lenguaje cotidiano de las áreas donde se emplean. En cuanto al texto mismo, consideré que hay pocas divergencias en lo que se refiere a la sintaxis.
También comenté que en algunos casos los enunciados podrían resultar demasiado largos para la comprensión por parte del auditorio. Además propuse que, en cualquier caso de variación, se tomen decisiones a partir de fuentes bibliográficas explícitas; o que se considere la difusión y el peso demográfico de cada variante. De esta manera se evitarían las opiniones ideologizadas o glosocéntricas.
He argumentado que la televisión busca, por sus propios intereses, utilizar un lenguaje que pueda ser comprendido por el auditorio internacional. Por eso no parece necesario exigirle que lo haga. La idea es otra: se trata de apoyar a los medios en la toma de decisiones en cuanto al uso del español. Al mismo tiempo, es necesario insistir en la responsabilidad que tienen en ese sentido.
La norma hispánica —como he comentado— se tendrá que hacer entre todos, sin predominio de ninguno. Esa norma general siempre tendrá variantes —mayores en el habla cotidiana que en el lenguaje de los medios— y, como en toda lengua viva, se modificará para adecuarse a las nuevas realidades, que no son las mismas para todos los países hispánicos. Por eso, en vez de pensar en una norma unitaria, habría que promover la unidad esencial dentro de la variedad. Los modelos del bien hablar están dentro de cada país o cada región.58 Esos modelos son el sustento de la norma general, los que la nutren y fertilizan.
Será necesario ampliar nuestras investigaciones para abarcar todos los demás tipos de programas, sobre todo los que se basan en improvisaciones, ya que en ellos podría encontrarse una mayor divergencia lingüística. En todo caso, la variación es inevitable y —como he dicho— enriquecedora. Incluso sería conveniente que la televisión utilizara un lenguaje más variado. Esto podría lograrse si se recurre a la sinonimia, pero no sólo a la tradicional, la que aparece en los diccionarios de sinónimos.
La idea es que se utilicen los sinónimos relacionados con la variación geográfica, como los que he mostrado antes. También sería deseable que —como Luis Buñuel en sus películas— las telenovelas y otros programas mostraran la variación social del lenguaje. De esta manera el auditorio ampliaría su conocimiento de la lengua, y advertiría que su complejidad supera las recopilaciones o los diccionarios convencionales.
No debería ser motivo de sorpresa el que la televisión utilice y difunda un lenguaje homogéneo en su cobertura internacional. El italiano se extendió por todo el país gracias a ese medio, que logró lo que no pudo hacerse mediante los textos impresos o la radio. La televisión, al difundir y consolidar el italiano como lengua nacional,59 coincidió con los intereses del Estado.60 En la actualidad la televisión y otros medios de difusión masiva han rebasado esos límites. Ahora sus intereses lingüísticos —para ceñirme al tema que me ocupa— coinciden con los de un grupo de países. Por eso la televisión en español requiere no sólo una lengua común, sino también de una norma hispánica estable —y la fomenta, a veces sin pretenderlo—.
Se ha discutido mucho la herencia que dejó España en América. Lo único que no se ha discutido es la lengua, mediante la cual se discute todo lo demás. Desde el siglo pasado, tras la independencia de los países hispanohablantes, se planteó la necesidad —y además el derecho— de aceptar la herencia de la lengua, bajo la condición de que fuera una lengua emancipada cuya unidad y transformación se hiciera entre todos. Se buscaba el consenso, y no la imposición de un solo modelo.61 Superada la divergencia inicial, se buscó, a fines del siglo xix y principios del xx, la convergencia lingüística,62 época en la cual —específicamente en 1898— dejó de haber colonias españolas en América.
Esa es la situación en la actualidad, y se comprueba en el uso del español en los medios. Por eso habría que insistir en que la televisión tiene muchas posibilidades de promover una lengua uniforme en lo esencial que, a la vez, continúe en desarrollo para incorporar los cambios necesarios para expresar las ideas nuevas. De esta manera, las veinte naciones hispánicas podrán mantenerse unidas a través del español. Quizás, recordando el anterior año 98, podría pensarse en 1998 como el año de la lengua española, y del primer centenario de la comunidad hispánica.