El principal elemento que nos eleva a la calidad de humanos es el don de la palabra. En el principio fue el verbo, dice el Buen Libro.
Esa capacidad del ser humano de establecer por conducto de sus vocablos qué cosa es piedra, qué cosa es aire, qué cosa es muerte y qué cosa es cielo, nos convierte en señores de la Creación: los objetos viven en tanto los nombramos. Sin apellido, las cosas están ahí pero no existen. El vínculo entre pensamiento y palabra se traduce en supremacía ante los otros.
Los otros animales se agrupan para la defensa, la caza, o la cópula. Aparte de estos motores, los hombres nos congregamos para comparitr palabras. En un principio, seguramente, para aquellas elementales necesidades. Luego para intercambiar productos o negociar acuerdos simples. Finalmente para intercambiar ideas y así fundamentar familia, sociedad, estado y —si quiere Federico Engels— propiedad privada.
Los evangelistas se nombraban portadores de la buena nueva. Seguramente son los primeros noticieros reconocidos formalmente. Más tarde tenemos informes de los heraldos, los pregoneros y los saltimbanquis que iban de pueblo en pueblo para cantar pícaras rimas, pero que al mismo tiempo portaban la noticia de la boda más reciente, la muerte más lamentada, la cosecha bien dada o el crímen más sangriento del pueblo vecino. La necesidad de la comunicación informativa había sido consolidada.
Hemos andado un largo camino desde que los monjes que copiaban las escrituras en el Medioevo pusieron el grito en el cielo porque al señor Gutenberg se le ocurrió agrupar los tipos fijos de madera y echar a andar la imprenta. Pero la nueva, buena o mala, tenía que ser difundida.
La Revolución Industrial trajo como consecuencia inevitable la necesidad de una revolución de la información. No es sorprendente que las primeras agencias telegráficas de información se dedicaran exclusivamente a transmitir cotizaciones de bolsa o precios de mercados en unas cintas interminables perforadas primero, en tipografía luego, que provocaban a algunos protagonistas gordos y viejos de películas en blanco y negro, infartos al suocardio. Menos extraño en estas agencias es que sus sedes y sus corazones estuvieran ubicados en las grandes capitales del poder y del dinero: Londres, París, Nueva York.
Poco tiempo después había que retomar el papel del pregonero. Contar en esa cinta perforada la boda más reciente, la muerte más lamentada, el crímen más sangriento.
Durante un período que ahora se antoja breve, los países de nuestra lengua dependieron para sus noticias de las agencias telegráficas internacionales. La voz de la información era de Reuters, France Press y luego AP. Más allá de los compromisos a que llevan las lealtades del dinero, los informadores estaban necesariamente sujetos a una óptica particular. Lo mismo sucedía con los periódicos diarios y la incipiente radiodifusión, abastecidos todos de las noticias del imperio, en su idioma y en su visión del mundo.
Hubo de ocurrir una serie de sucesos históricos y de tiempos definitorios para que nuestros pueblos comenzaran a desprenderse de estos cordones umbilicales para adquirir vida propia en materia de información. De un lado del Atlántico, los medios electrónicos comenzaron a establecer sus propias redes de información nacional e internacional. Telesistema Mexicano en Radio Caracol de Colombia; Argentina Televisión en Buenos Aires, ibamos dando los primeros pasos por un camino que hoy muchos otros quieren deambular.
Del otro lado del mar, los españoles desde 1939 daban inicio al ambicioso proyecto que hoy nos enorgullece también: la agencia de noticias EFE. En los Estados Unidos comenzó más tarde la Spanish International Network para servir a los que fueron a buscar un mejor futuro fuera de su patria sin perder su idioma.
Era una especie de una nueva y compartida declaración de independencia. El fenómeno tiene desde luego esa implicación política inevitable. Abarca, en consecuencia, los campos de la técnica, la sociedad y desde luego la cultura.
Televisa, S. A. de C.V. es la productora de televisión más grande del mundo y el más importante conglomerado de comunicación en lengua española que incluye producción y difusión de programas de televisión y radio, películas, publicaciones, discos, espectáculos en vivo, anuncios exteriores, sistemas de cable y transmisión directa al hogar, difusión cultural y fomento deportivo.
En septiembre de 1988 Televisa inició el primer sistema de constante —24 horas al día— de información por televisión en español en el mundo. Su nombre es eco y transmite a tres continentes vía satélite las 8760 horas del año. No se trata de una labor sencilla. Participan de ella más de mil doscientos profesionales de la comunicación en diferentes especialidades. Marcó, hay que decirlo, un hito en la comunicación. Otras empresas, notablemente norteamericanas como la CNN y la CBS, han iniciado en semanas recientes aventuras que siguen nuestro ejemplo, tratando de conquistar —otra vez— nuestros territorios.
Elemento esencial de este aparato son las corresponsalías —39 de ellas en 32 países— todas ocupadas por periodistas hispanohablantes de diversas nacionalidades pero que comparten una óptica en donde el interés de integración iberoamericana en lo económico, social, político y cultural, va de la mano con la mágica experiencia de tener que actualizar cotidianamente nuestra lengua. La depuración de nuestro idioma tiene que darse en el juego de conjuntos y dicotomía de contrarios que marcan el rechazo y la integración de nuevas formas, vocablos o expresiones.
Pero la lengua, la expresión de nuestro pensamiento, es por naturaleza una entidad viva, sólida y madura que supera cualquier intención de deformarla o cualquier incompetencia para enriquecerla. Dicho en palabras llanas, cuando un idioma es sólido y vivo no necesita que se le defienda: se defiende solo. El idioma español es rico y sólido, y está cargado de una vitalidad que nos debe enorgullecer.
La filosofía que anima el surgimiento, desarrollo y operación de eco consiste fundamentalmente en cumplir un compromiso con los más de 400 millones de seres humanos que hablan nuestro idioma en el mundo. Una comunidad multinacional, diversa en sus manifestaciones, pero atada a un tronco comœn histórico y cultural. Eco enlaza en el esfuerzo de los programas informativos de Telesistema Mexicano —hoy Televisa— integrados a partir de 1969.
Nuestra señal llega a todo el continente americano, Europa, y el norte de Africa. En palabras de mayor peso, llega a todos los países en los que se habla castellano. Consideramos que eso es nuestro mayor logro, nuestro mejor compromiso y nuestra obligación más noble. Nuestra responsabilidad magna, también.
El vasto paisaje de nuestra lengua necesariamente incluye diferentes trampas, recovecos, hoyancos y una que otra laguna. Los regionalismos, los modismos y hasta las inflexiones particulares de zonas o pueblos, países o aldeas, mueven a preocupación a los académicos por buscar la uniformidad del lenguaje. Al pueblo que lo usa lo mueven generalmente a risa. ¿Acaso se puede llamar papaya en el Caribe a la fruta bomba? ¿Hay quien pueda pedir con tranquilidad en Buenos Aires cajeta, cuando quiere dulce de leche? Un jugo de china en San José deviene jugo de naranja en mi país y tomarse un trago en Venezuela se dice echarse un palo. Definitivamente, nuestra fecunda lengua recibió la simiente rica que deja el son y el ron, el sol y el ton, el ten y el doy.
El proceso de globalización inexorable a que nos lleva el avance de las tecnologías, incluyendo la tecnología política, depende esencialmente del predominio de una lengua común. Las lenguas de los imperios modernos nos llevan ventaja en ello. Nuestra inexplicable inclinación hacia lo insular les ha facilitado el avance. Pero durante los últimos dos lustros, y gracias a la fuerza de comunicación que la ciencia y la técnica ponen en nuestras manos cada día, esa situación está cambiando.
Tenemos un compromiso con nosotros mismos, porque nosotros somos esencialmente el verbo que transmite nuestro pensamiento. Puesto que se trata de una entidad viva, animada, tratarlo cotidianamente con amor, pero al mismo tiempo con audacia, se antoja una aventura apasionante.
Después de todo, hablamos algo que alguna vez se llamo latin vulgar, es decir, del vulgo, es decir, de los muchos.
Si somos capaces de entender, aprender, comprender y ejercer diariamente el lenguaje de los muchos, habremos avanzado —como medios, como profesionales y como individuos— en el sendero de ser menos animales. Más humanos.