Los procesos culturales de este fin de milenio han adquirido tal dinamismo que, en poco tiempo, han producido una serie de cambios en los modos de hablar y de escribir, en las formas de escucha, de recepción y de lectura.
Este trabajo pretende señalar las mutaciones y las líneas evolutivas que ha seguido recientemente, la cultura verbal en el ámbito de la televisión mexicana.
Sin duda alguna, nunca antes en la historia de la humanidad se había registrado una producción y circulación tan intensa de imágenes y discursos. Grandes y pequeños conglomerados sociales, los grupos y las comunidades, disponen de una enorme reserva simbólica y discursiva para negociar su lugar en el tejido social o para construir o reconstituir sus identidades subjetivas y colectivas.
La creciente intervención de los medios de comunicación en la esfera pública y en la vida privada, ha favorecido el surgimiento de una cultura mediática con rasgos específicos que aún están por describirse. Sin embargo, en la actualidad, muy pocos ponen en duda el papel central que los medios han jugado en la construcción de identidades, de mundos y realidades sociales, en suma, en la propia dinámica de las sociedades contemporáneas.
Por otra parte, la profusión de imágenes, la multiplicidad y pluralidad discursivas que recorren los espacios mediáticos ponen en contacto a los públicos y las audiencias con realidades muy distintas a las propias y producen en ellos un «sentido de familiarización con los mundos culturales y sociales diversos», como paráfrasis a una idea de Habermas.
Por primera vez en la historia se produce un contacto tan amplio y frecuente con la diversidad cultural y lingüística, con la alteridad. Pero la mera exposición ante la diversidad cultural no conduce necesariamente a adoptar el valor del pluralismo cultural y político, como un componente fundamental de la vida democrática. En otras palabras, esta familiarización con los mundos ajenos no conduce necesariamente a una mayor tolerancia frente a la diversidad cultural y a una mejor comprensión del otro.
La presencia de los discursos mediáticos es tal que han llegado incluso a substituir y a sobreponerse a los espacios que tradicionalmente estaban reservados a las instituciones políticas tradicionales. Este nuevo papel de los medios como catalizadores potenciales de un debate nacional, puede explicar el alcance y el peso que adquirió en la vida reciente de nuestro país, el levantamiento del EZLN en Chiapas cuyos reclamos iniciales no miraban más allá de la esfera puramente local. La intensa cobertura informativa de los acontecimientos y de las reacciones que éste produjo, lo llevaron a ocupar muy pronto el centro del interés de todo el país.
A través de la gran «carpa mediática» asistimos en enero de 1994 a un proceso social y político muy singular: la «toma de la palabra» de los opositores al sistema en un escenario completamente distinto a los habituales y definido fundamentalmente, por la aparición de «otros» actores —los pueblos indígenas— que en el corto plazo impusieron discursivamente su propia legitimidad como interlocutores políticos «válidos». Como todos sabemos, en este escenario inédito emergió la imagen de un portavoz político capaz de jugar sobre distintos registros verbales y culturales: los propios de la cultura oral de los pueblos indígenas, la palabra escrita de parábolas y evangelios, el discurso lírico de la tradición literaria mexicana, adicionando todo ello con el tono polémico de una «izquierda ilustrada» surgida de la experiencia «sesentayochesca».
Sin duda éste es un ejemplo fascinante de los usos de la palabra en los medios de comunicación que convendría analizar detenidamente, aunque por obvias limitaciones de tiempo, lo intentaremos en otra oportunidad. Sin embargo esta experiencia nos permite formular una doble conclusión: 1) las lenguas indígenas aún están ausentes en la esfera discursiva de la televisión, la radio y la prensa, y 2) los pueblos indígenas todavía no aparecen como enunciadores «válidos» de las variantes del español mexicano que les son propias.
El ejemplo anterior nos permite señalar cómo a través de los medios se da un juego entre espacios locales, regionales y globales. Finalmente nos hace evidente que la circulación de y flexibilidad de normas lingüísticas depende de las coyunturas políticas, de las estructuras económicas (como las empresas encargadas de transmitir información y entretenimiento) y de complejos procesos culturales (como el que atañe a la necesidad de saber leer y escribir guiones para poder hablar por radio y televisión).
De acuerdo con estas consideraciones generales, propondremos enseguida una tipología provisional de lo que aparece en la televisión mexicana en función de sus alcances, audiencia, géneros del discurso y modos de apropiación, atendiendo centralmente a los diversos usos de la lengua. Nuestra perspectiva, eminentemente comunicativa y no estrictamente lingüística, intenta dar cuenta tanto de los contactos e intercambios con otras variantes de la lengua, como de la expansión del español de México más allá de sus fronteras.
En años recientes, los medios de comunicación en México han abierto espacios a diversas modalidades del diálogo y la conversación sobre asuntos de actualidad: entrevistas, charlas, mesas redondas. Este es un hecho que indudablemente está asociado con el proceso de transición hacia una sociedad más abierta, plural y democrática. Por otra parte, y debido a los procesos de globalización, las fronteras se han abierto considerablemente por lo que las producciones audiovisuales mexicanas se ven y se escuchan cada vez más lejos, a la vez que muchas extranjeras pueden ser ahora captadas por antenas o cables, gracias a diversas fórmulas de coproducción.
En un primer esbozo del mapa lingüístico de la televisión mexicana aparece que, contrariamente a las previsiones de hace algunas décadas, el consumo de medios audiovisuales se hace preferentemente en español y no en inglés. En efecto, sólo en la televisión de pago —que por ese hecho tiene una audiencia restringida— pueden verse el canal de la Deutsche Welle, que reparte su tiempo entre transmisiones en alemán, inglés y castellano, y otros dos informativos (ABC y NBC) en los que domina el inglés.
En contraste, los restantes cuarenta y siete canales de paga y los nueve abiertos lo hacen en español. Ello no significa que no se transmitan programas estadounidenses, sino que éstos son doblados, casi todos por empresas mexicanas, principalmente filiales de Televisa o —los menos— subtitulados.
Respecto a las lenguas indígenas, hay que señalar que desde la Ciudad de México no se puede escuchar ninguna y sólo en unas pocas televisiones regionales de vez en cuando se presenta alguna producción indígena siempre con traducción más o menos simultánea al castellano.
Si entendemos que la lengua es un amplio espacio de conformación, afirmación y defensa de identidades porque en ella se expresan un sin fin de variedades o normas regionales y de grupo, no resulta un asunto menor el intentar dar cuenta cómo es que los espacios mediáticos posibilitan y restringen al mismo tiempo la circulación y el intercambio entre dichas normas e identidades.
En otros términos, se trataría de estudiar cómo se está estableciendo en este momento en la televisión la interacción dialógica entre las diversas comunidades del castellano; cómo se va constituyendo la preeminencia de unas cuantas normas y estilos de habla por la absorción de variantes y acentos regionales —o glotofagia— en el contacto e interacción de acentos nacionales, regionales y grupales a través de los medios audiovisuales.
Un criterio importante para emprender esta tarea se refiere al papel que los diversos esquemas y formatos de la programación y, en otro nivel, los géneros discursivos asignan a los participantes de todo acto de comunicación verbal: a los sujetos enunciadores y también a los destinatarios en tanto enunciadores potenciales. Así, encontramos que la televisión juega predominantemente con la interpelación directa al auditorio cuando quienes aparecen en ella miran directamente a la cámara, sobre todo en los espectáculos donde se confrontan las opiniones de los diversos participantes.
Pero no hay que perder de vista que, además de la lógica propia del intercambio lingüístico, la lógica industrial y de mercado incide de manera fundamental en este proceso favoreciendo un intenso intercambio entre ciertas regiones socioeconómicas y de ciertos productos culturales, como telenovelas, diversos géneros de canciones, programas cómicos, talk shows, noticiarios, etc. En esta lógica debemos inscribir también a la industria del doblaje y la subtítulación.
Finalmente, también es necesario que consideremos la interfase oralidad/escritura en el espacio mediático. En efecto, ello ocurre evidentemente en el registro escrito del habla por la práctica ineludible de la elaboración de diversos tipos de guiones para poder hablar ante las cámaras. Asumiendo todo lo anterior, en lo que sigue ensayaremos una somera clasificación de los intercambios y contactos lingüísticos entre las normas del español que aparecen en la televisión mexicana a través de formatos y géneros precisos, los cuales siguen los circuitos más o menos diferenciados de la estratificación sociolíngüistica.
En primer lugar, hemos observado una marcada tendencia a la regionalización en las variantes del español cuyos centros privilegiados de difusión, por el fuerte apoyo económico que ahí reciben las industrias audiovisuales, se ubican en seis ciudades capitales: México, Miami, Caracas, Bogotá, Buenos Aires y Madrid.
Hay una vasta producción de programas mexicanos que han transcendido las fronteras de nuestro país para encontrar una favorable recepción en la población hispanohablante de, nos atreveríamos a decir, todas las regiones hispanohablantes del mundo. De ello no es ajeno el desarrollo de las industrias audiovisuales mexicanas, particularmente de Televisa, de tal manera que, ya sea por las transmisiones vía satélite, ya sea por la venta de programas —sobre todo telenovelas—, o por la industria del doblaje de películas y series —principalmente aunque no exclusivamente— estadounidenses, los modos de hablar chilangos se irradian ostentosamente por todo el orbe hispanohablante y en variados géneros del discurso: telenovelas y noticieros cuando se trata de producciones propias, filmes, series de ficción y documentales cuando están subtitulados.
Esta irradiación también se da naturalmente, al interior del país, puesto que en la Ciudad de México están ubicadas las cadenas nacionales de televisión abierta—con cobertura más o menos amplia según se trate de Televisa, Televisión Azteca o los canales «culturales» vinculados al Instituto Politécnico Nacional— y las dos empresas de señal restringida o cable más importantes del país.
De todo ello se deriva que, mientras en vastos espacios internacionales y nacionales se puede sintonizar con la o las normas de la Ciudad de México, en ella no se escuchan más que muy esporádicamente los acentos regionales del interior del país, salvo en las pronunciaciones más afectadas de algunas películas. Y si estamos expuestos a otras formas no mexicanas de hablar español, ello es en una proporción considerablemente menor en relación al consumo de programas pronunciados en el español de la Ciudad de México.
La afirmación anterior —sobre la exposición mexicana al español de otras naciones— requiere ser matizada porque, si en términos cuantitativos es un hecho el que la mayor parte de la programación televisiva se realiza en el español de la Ciudad de México, de hecho el consumo está posicionado, como dirían los publicistas. En otras palabras, no todos los espectadores ven todos los programas, sino que cada uno los selecciona en función de sus intereses, los cuales están necesariamente determinados por la pertenencia a una u otra clase social, la cual a su vez está fuertemente marcada por el tipo —o la ausencia— de educación recibida.
De ello intentaremos dar cuenta en los siguientes apartados haciendo notar que existe una interrelación entre norma culta o popular, géneros y formatos de los programas y centros regionales de producción de los mismos.
De esta ciudad provienen los programas conocidos como talk-swows, unos pocos doblajes de series estadounidenses documentales y de ficción, y algunos vídeo clips de música salsera, grupera o de rock en español. El consumo fuerte se da en los primeros que, en términos formales, se configuran en el género y los formatos de los programas de debates por televisión, aunque se diferencian de ellos en las temáticas, las formas de intervención de los participantes y las cualidades de los mismos.
La diferencia está en el tratamiento o tono de los programas, pues los debates exhiben las intervenciones de interlocutores cuya trayectoria los hace ser reconocidos públicamente como actores notables y/o especialistas en los temas que se discuten y que, por esta razón, son abordados en conformidad a los registros académicos; los >talk shows, por el contrario, tratan temas presentados como traumáticos —infidelidad conyugal, violencia intrafamiliar, homosexualidad— o presentan a personalidades de la farándula para preguntarles sobre su vida privada, todo ello a partir de las vivencias más inmediatas de los participantes en el show. Han sido varios los que han aparecido por televisión: El Show de Cristina, El Show de María Pía, Él y ella.
Podríamos afirmar que este género televisivo y sobre todo otro emparentado con él y conocido como reality show: Ocurrió así, Primer Impacto, son el equivalente de lo que en México conocemos como la nota roja periodística: la sección donde aparecen los crímenes y los sótanos de la sociedad. El tratamiento más o menos amarillista que a estas noticias se les dé por televisión dependerá del grado de tutelaje que el Estado o los medios de comunicación tengan con su auditorio. En España fue notable que el «destape», consecuencia del fin de la dictadura franquista, permitió el surgimiento, entre otros, de este tipo de productos comunicacionales.
Un poco es el caso mexicano, donde, a partir de la privatización de la mayor parte de las antiguas emisoras estatales y junto con una crisis del sistema de tal envergadura, que muchos han caracterizado como el fin de la «dictadura perfecta», aparece la recién nacida Televisión Azteca, que compite por la audiencia no ilustrada de Televisa, inaugurando la producción hasta entonces inédita en México de los reality shows.
En todos participan hispanohablantes que residen en los Estados Unidos, o son entrevistados en sus países de origen. En todos los casos se trata de interlocutores que pertenecen evidentemente a ambientes populares. Desde el punto de vista de las realizaciones lingüísticas, lo que resulta interesante es el crisol de lenguas y registros que allí se produce, orquestado y dominado por las variantes caribeñas habladas en Estados Unidos, particularmente la de los cubanos emigrados: los presentadores y productores son miembros activos de esa comunidad.
Lo que nos interesa destacar en este caso son tres cuestiones. Una de ellas es que la polifonía ocurre entre normas no ilustradas, lo que produce que se acepten con facilidad la hibridación y el relajamiento de las mismas. La segunda es que dicha hibridación entre normas del castellano, se da en circunstancias de relación inevitable con el inglés norteamericano que de una u otra manera emerge para expresar con mayor precisión lo que se quiere decir; el relajamiento, no ya de las normas regionales, sino del español general es patente. Por último, la norma caribeña del español de los emigrantes cubanos en Miami controla a todas las demás y se constituye como dominante del español popular televisado a nivel mundial.
Bogotá, porque se actualizan en un mismo género, el de las telenovelas que requeriría un tratamiento mayor del que en este trabajo podemos darle por limitaciones de espacio. Digamos solamente que los países exportadores de telenovelas son México, Venezuela, Brasil, Argentina y Colombia y que cada uno de ellos las produce a su manera, es decir, según distintas rutinas y formas de concebir los resultados. Así, y en términos muy generales, las novelas brasileñas se caracterizan por su audacia temática y fílmica, y por las limitaciones que le impone el doblaje necesario para su exportación.
Las novelas mexicanas son ostentosas en el vestuario y en la escenografía, conservadoras en los argumentos, emplazamientos y movimientos de cámara; y bastante artificiosas en la caracterización de los personajes de los extremos sociales (los muy ricos o los muy pobres).
Venezuela ha sido por mucho tiempo el exportador mayoritario de telenovelas, aunque en México no hayamos visto demasiadas debido a la preeminencia de Televisa en este género. Su éxito estriba en que, debido a los escasos recursos de producción, el apego al género es absoluto y de la manera más ingenua y, por lo tanto más universal, lo que, en términos de lengua, se traduce en el hecho de que la norma del español caraqueño se proyecta sin demasiada reflexión y por lo tanto con bastante autenticidad.
Sin embargo, la producción, distribución y transmisión de telenovelas forma parte de una industria, como la del cine, donde la competencia es feroz y en la que Venezuela parece haber perdido terreno, por que el auditorio también ha evolucionado y respondido favorablemente a ofertas más elaboradas fílmicamente en las que se dan, por una parte, tratamientos más reales y, por otra parte, una especie de metaficción que tematiza irónicamente al propio género.
Por su parte, Colombia empieza a exportar telenovelas, algunas con mucho éxito. Tal es el caso de Café con aroma de mujer, notable por muchas razones: un conocimiento maduro de las características del género que permite incluso una parodia de la telenovela desde la telenovela.
Se basó en una investigación previa de más de un año sobre la producción y comercialización del café y demás implicaciones —sociales, regionales, internacionales—, una producción meticulosa basada en lo anterior y un trabajo actoral que puso un particular énfasis en la caracterización de la región y la estratificación social de pertenencia. En suma, se puso un especial cuidado en representar la diversidad de los «modos de habla» típicos de Colombia.
La norma del español de Buenos Aires se difunde por distintos canales y géneros de la televisión. Ello ocurre en una limitada —pero presente al fin— transmisión de telenovelas que presenta artificiosamente los registros coloquiales de los estratos urbanos medios y populares. A través del doblaje de series documentales sobre cuestiones históricas y científicas que lógicamente se produce en un registro que podríamos llamar culto o ilustrado. Por el empaque de presentadores y reporteros argentinos en diversos espacios noticiosos internacionales que, por esta razón, también se expresan en dicho registro ilustrado.
Por último, cabe destacar que una porción importante de los grupos de rock en español son argentinos y que éste género musical cuenta con una canal especializado —MTV— en el que la mayor parte de los presentadores, muy rockeros icónica y verbalmente, también son jóvenes argentinos, de manera que sus expresiones, por el mismo desparpajo propio de la cultura rockera, hace gala de agravios a las reglas de la lengua, resulta muy local como interpelación bonaerense y no tiene ningún empacho en mezclarse con las expresiones en inglés inevitable en este mundo cultural.
España cuenta con dos emisoras internacionales: Antena 3 y Televisión Española Internacional; ésta última es una empresa estatal y tiende a asumir un estilo verbal más «ilustrado» y solemne que la primera; Antena 3, es más coloquial, popular y espontánea en su estilo comunicativo.
Si bien estos canales transmiten una abundante programación en una gran variedad de registros verbales, géneros y formatos, sus ofertas culturales, sin embargo, siguen tendencias y pautas contrastantes: en el canal estatal prevalecen las normas del castellano escrito mientras que el canal privado introduce formas de expresión más coloquiales y parece darle un amplio espacio a la diversidad de modos de habla populares. En esta diversidad percibimos, sin embargo, una marcada presencia de acento andaluz. Las voces peninsulares también se escuchan en las redes de informativos que emplazan sus corresponsales de origen español en diversas capitales del mundo.
La televisión no sólo mimetiza o registra los diversos estilos de comunicación verbal prevalecientes en determinada localidad, región o país, sino que en el interior de este mismo espacio discursivo hay una especie de «cohabitación» de variantes estilos y modos de habla de una misma lengua. Encontramos también una clara identificación o «dominante» de algunas propuestas televisivas con las «normas cultas». Entre aquellas que puden considerar como observantes de las normas cultas podemos citar al canal 11, al 22 y en alguna medida al canal 40, cuya oferta cultural está basada en la transmisión de documentales científicos y culturales, películas de calidad y espacios de conversación y entrevistas en los que prevalece la norma de la lengua escrita y los parámetros del «habla correcta y cultivada».
Por paradójico que parezca, el contacto con la diversidad de acentos, entonaciones y modos de habla de la lengua castellana no tiene como efecto una erosión de las normas del «buen decir», tales normas son siempre el producto de convenciones fijadas por grupos legitimados en la esfera del saber por otra esfera y otros grupos: la dominación política. El contacto cotidiano con la diversidad lingüística y discursiva puede producir un efecto benéfico que podemos denominar como la «emergencia de una conciencia lingüística».
El poder de encantamiento de la narrativa telenovelesca no sólo reside en la representación magnificada y maniqueísta de los dramas cotidianos de la gente de carne y hueso, sino en su creciente empeño por representar (en algunos casos caricaturizar) los «modos de habla» de los diversos estratos sociales: los estilos coloquiales, populares o los propios de la gente de éxito, del mundo de los negocios etc. El desaliño y la supuesta autenticidad del habla espontánea en el talk show o en las entrevistas grabadas en vídeo nunca es tal sino que está mediado indudablemente, por la «conciencia lingüística» que los enunciadores-participantes —de cualquiera de los géneros-formatos televisivos— tienen de la vastedad de ese destinatario multiforme: el tele-espectador.
Finalmente, quisieramos retomar la idea de que la exposición a la pluralidad discursiva (y tambíen social y política), a la diversidad de los modos de habla propicia la conformación de conciencia lingüística de la singularidad/alteridad. Lo propio de una lengua como la española es que más allá de sus variantes conocidas, está llamada por su propio sustrato histórico a abrirse al contacto y la negociación de la diferencia dialectal o ideológica. Una conciencia lingüística es capaz de identificar los «polos de dominación» pero también la esfera de influencia y presencia de una lengua y sus variantes.
El español de México se escucha ahora mas allá de sus fronteras. Pero lo mismo sucede con la pecularidad del español de Colombia, de Venezuela, de Argentina. Son aún vigentes los ideales bolivarianos, de Alfonso Reyes, o entre nuestros contemporáneos de Carlos Fuentes, entre otros, que ayer como ahora se inclinan por la profundización de un dialógo entre países con raíces comunes —la historia, la cultura, la lengua y la literatura— como un modo de ofrecer una respuesta a los afanes desmedidos, monológicos, de los imperios de antaño y de nuestra propia contemporaneidad.
Ha llegado la hora de reconocer que el español de este fin de milenio tiene más de una raíz, la castellana, y que de un modo inconciente e involuntario, los medios de comunicación, en particular la televisión, contribuyen a la conformación de una conciencia lingüística. Hasta este momento, la vitalidad de las literaturas nacionales y la emergencia de propuestas literarias mas allá de las fronteras, han jugado un papel importante en la definición de las normas del buen uso.
Progresivamente, las mediaciones de la voz del discurso mediático —oralidad/escritura y también, oralidad/escritura/imagen, sin orden alguno de preeminencia— producirán profundas modificaciones en las formas de interacción verbal que conocemos hoy en día. De algo podemos estar seguros en estos tiempos de incertidumbre: la vitalidad de nuestra lengua (entendida como una lengua no monolítica sino pluriacentuada) es una de nuestras reservas sociales y culturales más valiosas ante la creciente disgregación de los viejos pactos sociales.