Buena parte de los locutores y comentaristas, y no pocos escritores, han sido lectores de traducciones y espectadores de series de televisión dobladas en un castellano de ninguna parte y con frecuentes reproducciones de la sintáxis inglesa.
Ni que decir que en un país como México, donde el 33,4 por ciento de la población no ha terminado la enseñanza primaria y el porcentaje de analfabetos, reales y funcionales, se calcula en una cantidad similar, la mayoría de la población no lee libros y, según muestran los tirajes de los periódicos, ni siquiera lee el diario.
Lectores, en el mejor de los casos, de las llamadas tiras cómicas, hay que tener presente que los globitos que contienen los diálogos ponen a éstos una camisa de fuerza y que nuestra lengua, a diferencia de la lengua inglesa, no se caracteriza por palabras cortas ni por contracciones. He aquí algo que ha dado lugar a que una persona que hable el español con propiedad tenga que verse, cada vez con mayor frecuencia, en la penosa situación de traducirse de su propio idioma.
Recuerdo el esfuerzo imaginativo que tuve que hacer para entender qué se quiso(y se quiere decir) con ese sin sentido en lengua castellana que consiste en decir «se aplican restricciones». Ni qué decir tiene que nos hemos visto a decir evento en lugar, por ejemplo, de acontecimiento o acto, lo que en nuestro idioma, en rigor, remite a otra cosa, verbigracia, un terremoto. Hace algunos años, el actor Manolo Fábregas, en un comercial, decía que «hasta que usó una Manchester se sintió a gusto», es decir, lo contrario de la intencionalidad de los fabricantes de esas camisas.
Es importante ahora recalcar que quien esto escribe no teme a la evolución de los idiomas; incluso tampoco al uso de palabras de origen extranjero cuando éstas han conocido una transformación que remite a la musicalidad de la lengua que las ha adoptado. Sucede que una cultura puede hallar algo no percibido en ninguna otra y ello propicia que la palabra que bautiza esa realidad antes desconocida la adopten en otros ámbitos. Sádico viene de un apellido francés por la sencilla razón que el Marqués de Sade hizo pública una realidad de tipo humano que antes era excepcional y que, a partir de él, era ya un hecho social o, dicho de otro modo, una realidad estadísticamente digna de consideración.
Asimismo, como el mundo de habla española no ha sido, hasta el momento, protagonista de la revolución de las computadoras, usamos, indistintamente, entre otros ejemplos posibles, las palabras computadora u ordenador según estemos más próximos a los Estados Unidos de Norteamérica o Francia. Hablar de esmog o de neblumo de hecho resulta indiferente; pero decir emparedado en lugar de sandwich no tiene sentido porque el pueblo lo ha rechazado y punto. Sucede con las palabras como con las corridas de toros, ahí donde prenden, por motivos siempre misteriosos, no habría autoridad que pueda prohibirlas para siempre; ahí donde no basta cierta constancia de la autoridad en la prohibición para que el pueblo se olvide de ellas.
Como ejemplos, hay que recordar que México tuvo enemigos de los toros tan relevantes en su historia como Benito Juárez y Venustiano Carranza, que fracasaron en su voluntad de erradicación de la Fiesta Brava del país. El mediodía francés conoció la tozudez de la Francia hegemónica en suprimirlas y ahora, en pleno fin del siglo xx, han resurgido y se multiplican los toreros franceses. Por el contrario, en Venecia, Cuba, Argentina y muchos otros países, bastó una prohibición para que no volviesen a aparecer.
Entonces, debemos entender por el mal uso del español todo aquello que atenta contra las señas de identidad culturales. Y lo primero que es necesario recordar es que una lengua, producto de una sensibilidad y de una cultura, se distingue en esencia de otra, como bien nos enseñara Ortega y Gasset, más en lo que calla que en lo que dice. Como los medios, tanto el libro como la radio y la televisión tienen una imagen de autoridad y la televisión especialmente mueve, como el cine, a la imitación y a la acción, con un poder subversivo más poderoso que el del libro, que requiere, al menos, un cierto esfuerzo de decodificación, su influencia es decisiva, a veces, devastadora.
Naturalmente, que esto no era preocupante cuando los seres humanos practicaban diariamente el arte de la conversación, cuando discutían en los templos y escuchaban en ellos la Palabra; no lo era cuando la exposición a los medios era mínima o, lo que equivale a lo mismo, era una exposición a productos elaborados desde la propia cultura. Hoy, los medios de comunicación son un mosaico,el tiempo es del dinero, y se elaboran doblajes que sirvan para abaratar costos en todos o en la mayoría de los países de habla española.
Puesto que las series televisivas son baratas y la televisión es costosísima, como la televisión devora horas y horas de programas y un programa de enormes costos y gran valor pasa una o dos veces, como no sólo hay escasez económica, sino de talentos para los requerimientos de la televisión, las series dominan buena parte de las programaciones en nuestros países. Estas series, habladas en un lenguaje de nadie, frente a un espectador que se ha desarrollado lejano a los rituales de una determinada mitología, un hombre de una identidad inestable, estas series, digo, contribuyen, y de una manera decisiva, a reforzar el sentimiento de la no-pertenencia, de la desolación, del desarraigo.
Después de todo, responden al fin de las literaturas nacionales, a la homogeneización de los paisajes urbanos y aun rurales, a tal punto que empieza a sonar ridículo que alguien hable de mi tierra, en el sentido, del país natal que remite al paisanaje. Hoy, cada vez más, los hombres y las mujeres se encuentran en función, en el mejor de los casos, de intereses comunes, de actividades comunes, de sistemas de valores que sirven no importa dónde se hallen. Sucede, empero, también que cada vez la extranjería es mayor cuando hablamos de valores. El hombre-cosa de nuestros días es dominado por el formalismo, la incoherencia, la carencia de densidad moral.
Ahora bien, si el cuadro que acabamos de mostrar responde a una situación que afecta a los seres humanos en todo el mundo, en nuestro mundo mexicano la cuestión reviste una complejidad mayor que, seguramente, compartimos con otras naciones de fuertes contrastes sociales. Y reviste una complejidad mayor por la existencia de nœcleos de población desposeídos, en parte, de su cultura originaria, que parasitan los restos de culturas otrora vitales y que, al haber pasado siglos a la defensiva, han perdido el carácter dinámico indispensable para vivir.
Además, en nuestro sistema educativo no se ha contemplado el estudio sistemático de los clásicos de nuestra lengua —entre ellos, por cierto, se encuentran dos mexicanos, Juan Ruiz de Alarcón y sor Juana Inés de la Cruz—, ni el de los escritores que fueron generando una literatura que ha culminado con un siglo xx especialmente brillante. El estudio sistemático de la lengua a través de la literatura, es, también, la vía de identificación con lo que nos ha venido constituyendo y alimentando, el repaso de nuestra historia y, muy específicamente, de lo más decisivo, a saber, la vida privada de los hombres y las mujeres de nuestra nación.
En lugar de esto, se trabajan autores de otras procedencias sin que medie una justificación, y la importancia desmesurada que se da al estudio de la lengua inglesa no hace sino ahondar en el sentido de extrañamiento, de distancia consigo, de carencia de dominio de la realidad de cada vez más mexicanos. Recuperar el estudio sistemático de nuestra literatura, ahondar en el espíritu de nuestra lengua, es la única vía para combatir la presencia avasalladora de esa tierra de nadie que es el lenguaje que se filtra a través de los medios y, muy especialmente, de la televisión.
Es necesario, por otra parte, recordar que la reconstrucción de las gramáticas de las lenguas indias es fundamental, pues sólo desde ellas llegarán esos millones de hombres y de mujeres que viven en situación de marginación a comprender —que es más que entender— e, incluso, a amar la lengua franca, o sea, el castellano, sin la cual ni los comprenderíamos cabalmente ni ellos nos comprenderían a nosotros.
Si la recuperación del estudio sistemático de los grandes autores de nuestra lengua es importante, también lo es que la industria de la radio y la televisión, que a través de la cámara está presente en todo el país, se preocupe por los talleres de redacción y de creatividad, tanto para los actuales trabajadores de esos medios como para quienes aspiren a trabajar en ellos. El asunto es vital como lo es la lengua. Y recuerdo ahora unos versos de Zamacois, el provenzal, cuando al referirse a su acento, decía que no podía sentir por quienes no lo tenían sino compasión, que hablar desde el acento era hablar del país, incluso al hablar de otra cosa.