Encender el televisor forma parte de los mitos actuales
El papel de la televisión como medio de comunicación de masas y como elemento decisivo en la visión del mundo del telespectador ha sido objeto de numerosas discusiones, desde posiciones teóricas diversas.
Este gran interés por analizar el fenómeno televisivo se sustenta en el hecho de que la tele forma parte de nuestra vida cotidiana desde fines de los años sesenta, cuando para gran parte de los mexicanos, fue posible adquirir su «ventana abierta al mundo».1
En nuestros días, el televisor se ha convertido en una especie de tótem doméstico frente al cual diariamente ejecutamos un ritual invariable: llegar a casa a encender la tele; la vemos durante la comida o después de ella, vemos algún programa antes de acostarnos, dormimos arrullados con su susurro o nos despertamos con su voz.
Dada la importancia de este medio, tanto en nuestra vida cotidiana como dentro de los fenómenos sociales, la presente comunicación tiene como objeto plantear algunas notas sobre el discurso verbal que se utiliza en la TV, específicamente en la producción destinada al ámbito educativo. Se trata entonces de apuntar si los programas educativos manejan nuestra lengua de acuerdo al canon, si se toma más en cuenta la norma establecida por los hablantes en la lengua coloquial y en qué medida acuden a los recursos lingüísticos socializados por la TV comercial.
«El discurso televisivo dominante interpela a los individuos no como agentes, sino como espectadores».
La TV tiene un gran poder de penetración ideológica y constituye también un espacio de encuentro semiótico donde, a través de la interacción verbo-icónica, se utilizan numerosos procedimientos verbales y no verbales, y se presenta un repertorio de registros y situaciones comunicativas. En el discurso televisivo2 se combinan lengua e imagen, en un contexto donde el elemento lingüístico cumple varias funciones: informar, persuadir, incitar, representar, etc., y es expresado por una serie de sujetos o enunciadores, de los cuales, si bien percibimos su imagen, sólo podemos conocerlos por su discurso, ya que «a través del discurso el sujeto construye el mundo como objeto y se construye a sí mismo».3
Desde este punto de vista, es pertinente analizar el proceso de enunciación y los recursos lingüísticos que utilizan los sujetos para construirse a sí mismos, reconstruir la realidad y aludir al receptor dentro de su discurso, en la línea de programas educativos.
La televisión educativa se remonta a las grabaciones de autopsias que se hicieron en la Facultad de Medicina para apoyar la formación de los médicos. Esto propició la utilización de la tele como un apoyo didáctico en la enseñanza, por lo que las instituciones educativas empezaron a grabar clases o a utilizar programas comerciales con fines didácticos.
En la década de los setenta, con el auge de la tecnología educativa, se impulsa el uso de recursos audiovisuales y, en el seno del ILCE, se empieza a entrenar personal en comunicación y TV educativa, dedicado a la elaboración de audiovisuales, diaporamas y a la producción de los primeros programas televisivos, específicamente dirigidos a los niños de primaria
Otra institución pionera en el ramo fue la Unidad de Televisión Educativa de la SEP, antes UTEC, que inició con la producción de programas culturales y series sobre temas de áreas específicas, muy relacionadas con nuestro país(autores mexicanos, grupos étnicos, etc.). Tiempo después, gracias al proyecto de la Telesecundaria, la UTE cobra un gran auge, que mantiene hasta la fecha, y se perfila como la instancia con mayor experiencia en la producción de programas educativos.
La Telesecundaria ha sido uno de los proyectos más importantes del país, por su cobertura nacional y porque implicó la elaboración de todo un currículum para transmitir por TV, dirigido a un público adolescente, preferentemente rural.
La experiencia y la infraestructura adquirida en la UTE a partir de dicho proyecto, se complementan, hoy en día, con el estrecho vínculo que tiene con el Centro de Entrenamiento en Televisión Educativa (CETE).
Respecto a los centros de educación, cabe mencionar a TV UNAM, cuya producción tiene como objetivo difundir las aportaciones que a la ciencia y a la cultura se hace en las diferentes facultades y escuelas. Se trata más bien de programas culturales, centrados en un tema específico, en los que destaca la aportación al país de un personaje o una investigación, por lo que generalmente se presenta una exposición del tema, una entrevista con el personaje o con los sujetos implicados y la demostración o ejemplos de la trascendencia social de la aportación cultural o científica.
En cuanto al IPN, cabe destacar que fue la primera institución educativa en contar con un canal propio (las demás tienen «espacios» dentro de la televisión comercial) y su producción está dedicada a temas relacionados con la ciencia y tecnología. Respecto a su producción, debido a la carencia de recursos, ha sido escasa; pero, gracias a que ha podido adquirir numerosas series y programas producidos en el extranjero, durante muchos años el canal 11 del IPN fue la única opción de televisión cultural en México, pero con una cobertura mucho menor que la de los canales comerciales.
Hoy en día TV 11 se ha consolidado como un canal cultural al renovar sus políticas de producción y programación. Ha abandonado el cariz educativo, que ahora es cubierto por una Coordinación de la Televisión Educativa del propio Instituto, desde la cual se está organizando un sistema interno de televisión con fines específicamente académicos.
Con el impulso que la comunicación vía satélite ha dado al medio televisivo, surge Educación vía Satélite (EDUSAT), instancia encargada de difundir la producción de televisión educativa del país, a través de canales comerciales, como el 22, y de las redes internas de televisión que tienen las propias instituciones. Así, hasta el momento, a través de EDUSAT se han transmitido: series y programas sobre temas culturales y científicos, teleconferencias, congresos, encuentros y diplomados a distancia. De hecho, todas las instituciones educativas pertenecen a EDUSAT y, a través de este medio, han fortalecido sus convenios de intercambio y producción.
Para tener una idea sobre la producción de TV Educativa destinada a estudiantes del nivel medio superior, se analizaron los programas elaborados por la UTE (Unidad de Televisión Educativa/SEP). Videoprogramas «Secundaria en videocasete», Primer y Tercer grado, Ciencias Naturales; y por el CONALEP (Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica/ Secretaría Académica/ Dirección de Materiales y Prototipos/ Acervo).
La Unidad de Televisión Educativa empezó elaborando programas en los que se reproducía la situación del aula; sin embargo, poco a poco fueron incorporando los recursos propios del medio. Más tarde, se incluyeron dramatizaciones para hacer la presentación más dinámica. Si en un principio los programas eran conducidos por maestros, posteriormente aparecieron actores profesionales y se reforzó tanto elemento icónico del discurso como el manejo de diferentes géneros televisivos. Así, un programa de telesecundaria contiene, entre otros, los siguientes elementos: intervenciones del presentador, cápsulas informativas, entrevistas, dramatizaciones, ejemplos.
Por su parte, el CONALEP cuenta con una tradición en la producción de programas relacionados con los procesos tecnológicos y con las actividades del técnico en los diversos sectores productivos. El acervo del Colegio comprende de alrededor de 2000 programas de origen diverso: producciones propias, elaboradas por empresas o de otras instituciones.
Respecto a los programas centrados en la formación profesional técnica y de producción propia o en coproducción, se tienen en uso los elaborados entre 1984 y 1996. Estos programas se relacionan con las áreas de formación tecnológica del Colegio y su objetivo central es mostrar cómo se realiza un proceso.
También se advierte una evolución en estos programas, ya que los primeros presentaban a locutores sumamente acartonados, en un escritorio y con un estante de libros al lado, que explicaban el tema. Su voz se escuchaba durante todo el programa y su imagen se alternaba con diferentes tomas relacionadas con el tema presentado. Posteriormente, se decidió grabar los procesos in situ, por lo que los personajes eran obreros reales en el momento de operar una máquina o realizar otro tipo de trabajo.
En estos programas ya se alternaban dos voces, la del presentador en el estudio y la del interlocutor, cuyo discurso estaba vinculado a las imágenes. Asimismo, se incluía la intervención del jefe del taller o de algún obrero especializado de la planta. En los programas más recientes se advierte un mejor manejo de la imagen, el uso de varios enunciadores y la inclusión de demostraciones y de cápsulas informativas.
La producción de ambas instituciones está dirigida a adolescentes, probablemente de escasos recursos, dada la cobertura nacional de los dos proyectos. Respecto al discurso utilizado en ambas instituciones pueden encontrarse varias coincidencias: presencia de un enunciador/ presentador que generalmente es un adulto, determinación de un objetivo específico del programa y desarrollo del tema a partir de explicaciones, narraciones. descripciones y ejemplificaciones.
La presencia de un presentador adulto refiere a la presencia del maestro, por lo que el discurso verbal es «muy académico», es decir, tiene un orden bien definido de acuerdo con el tema, se apega al canon establecido, incluye numerosos términos relacionados con la disciplina o proceso en cuestión y está dominado por la exposición.
El enunciador se mantiene en un tono impersonal. Llama la atención que sólo al principio y al final del programa alude al receptor, el cual ni se identifica con su imagen ni puede involucrarse de lleno en la situación comunicativa. A pesar de que aparezcan expresiones como el nosotros inclusivo o de que el emisor afirme pertenecer al mismo grupo de los receptores.(Pretensión de choca con la imagen que percibimos: un adulto en un estudio de televisión).
Generalmente el presentador es quien explica, comenta, llama la atención sobre una información específica, resume y concluye; siempre aparece colocado en el plano de poseedor del saber, refiere a la imagen del maestro/explicador o del especialista. Por ello, en la mayor parte de las ocasiones se afirma como diferente a los receptores, mediante expresiones como «quiero que comprendan…, ustedes los futuros profesionales…, estoy seguro de que entienden ustedes…», etc.
Cuando se incluye a otros enunciadores, éstos generalmente son adultos: las voces que acompañan la transmisión de imágenes son de «mayores», los entrevistados son especialistas en el tema y los propios actantes son individuos maduros: actores, trabajadores del sector productivo, personas en actividades cotidianas. Sin embargo, cabe mencionar que en algunos programas de UTE hay adolescentes que participan en las dramatizaciones o que están como público en el estudio, lo cual propicia un mayor acercamiento con los receptores.
En consecuencia, como decíamos anteriormente, su discurso es coherente, eminentemente expositivo, fluido, cargado de términos especializados, el ritmo es pausado y no representan alguna variable lingüística regional específica. En los discursos de los entrevistados o de los otros comentaristas, en ocasiones hay visos de habla regional o cotidiana, pero por tratarse de programas «serios» esas marcas son sancionadas o se entrena al hablante para que «hable bien» frente a la cámara. El habla propia de los jóvenes está ausente de estas producciones, salvo, como se decía, en algunos de los programas de la UTE, donde también es posible advertir elementos humorísticos que hacen el discurso más atractivo.
Don gato y su pandilla: acerca de la relación de los teleniños, depredadores de la imagen, con la lengua española.
La televisión produce una discurtivización de la realidad, es decir, transforma, por mediación iconoverbal, lo informe e inintelegible del mundo circundante en un universo estructurado y comprensible. El discurso televisivo asegura ciertas formas de percibir y entender la realidad mediante estereotipos de enunciación y recepción.
Desde esta perspectiva, si entre las preferencias de los estudiantes están los dibujos animados, las series de acción o violencia y los concursos, es poco probable que se sientan atraídos por un programa educativo como los antes descritos, ya que «la formas discursivas con que se presentan los mensajes de televisión o publicitarios son, a los ojos de los usuarios, bastante más divertidos y fascinantes que las formas habituales que articulan el discurso pedagógico escolar».4
En otros términos, los adolescentes tienen, o creen tener, un amplio conocimiento de la televisión porque ésta forma parte de su vida cotidiana y sus mecanismos se percepción reciben diariamente mensajes más sofisticados que los que les puede ofrecer la televisión educativa. Sin embargo, a través de los mensajes televisivos, se apropian de estereotipos de enunciación y recepción que no siempre toman en cuenta las recomendaciones ni de los académicos de la lengua ni de los profesores de español.
De este modo, es común decir que los objetos y las personas son «bien» diferentes o que «igual y si, igual y no»; «mas sin embargo» [sic] este tipo de uso no se concreta al léxico, sino que abarca desde la pronunciación de las palabras que es necesario impostar con la famosa técnica de la «papa caliente», para denotar pertenecer a un grupo de jóvenes «muy fresa».
Ante esta situación, y para terminar, considero que es necesario que en la producción de televisión educativa se incorporen plenamente los recursos propios del medio televisivo para hacer un buen uso de todas las posibilidades que ofrece. También valdría la pena incorporar a los jóvenes en los discursos televisivos dirigidos a ellos: con sus conductas y su habla. Aunque por otra parte, es preciso promover entre ellos una actitud más crítica hacia los valores y actitudes que se plantean en la televisión comercial.
Para ello, habría que considerar la necesidad de crear una competencia espectatorial, que permita a los estudiantes, no sólo recibir el mensaje, sino estar en la posibilidad de trascender la posición de mero receptor pasivo para convertirse en un espectador crítico. Esto es, ser parte de una «teleaudiciencia bien diferente [sic]».