Siglo xxi. Tercer milenio. Es época de transformaciones vertiginosas. Y como dijo el escritor francés Victor Hugo nada detiene la fuerza de una idea cuando ha llegado su hora. Éste es el momento de la radio, el medio de comunicación que más ha demorado en subirse al expreso de la modernidad.
Pero sonó su campanario. La Sociedad de la Información está en robusto desarrollo, la globalización barre fronteras, la tecnología es promisoria.
Estamos ante un cambio radical… es el instante de reinventar la radio, de mudarla de su piel electrónica antigua para que sobre su raíz emerja lozana y fructífera.
Quizá desde el advenimiento de la televisión masiva de la década de los 50, la radio no enfrentaba reto semejante ni situación más compleja. La banda ancha, la fibra óptica, la tecnología por satélite e Internet la esperan. Es el cambio o morir.
Casi tres cuartos de siglo tardó la radio para pasar de embrión eléctrico a fabuloso medio de comunicación. Desde 1864, en que el escocés James Clerk Maxwell formuló su teoría de que la velocidad de las ondas eléctricas en el aire debía ser igual a la de las ondas luminosas, puesto que sólo se diferencian en su longitud, hasta 1935 cuando la radio salió victoriosa de su guerra contra los periódicos.
En el sinuoso recorrido ayudó el genio de muchos. Rudolph Hertz, quien con sus experimentos confirmó la teoría de Maxwell y dio pie a lo que se llamó «ondas hertzianas». De Rusia, Alexander Popoff aportó la construcción en 1895 de un receptor. Con los trabajos del francés Branly se nutrió Guillermo Marconi, para demostrar, en noviembre de 1901, que la comunicación inalámbrica a larga distancia no era un sueño. El inventor, mientras sostenía una cometa en el aire con alambre de cobre, escuchó los tres puntos de la letra S del código Morse que habían cruzado el Atlántico por telegrafía sin hilos desde Inglaterra.
Era el nacimiento de un poderoso medio de comunicación masivo, auditivo, instantáneo y de fácil acceso a zonas montañosas y aisladas.
Los periódicos fueron por cuatro siglos el único canal válido para transmitir informaciones periodísticas. La radio, primero, y la televisión, después, siempre cumplieron con un papel de entretenimiento.
Leonard Patricelli, propietario de una estación de radio de Connecticut, lo ilustra bien: «En aquellos días no existían departamentos de información en las estaciones locales. Tomábamos las noticias de los periódicos y el noticiero consistía en leer lo que aparecía en las primeras planas. Todo cambió enormemente cuando pudimos transmitir las noticias que nos enviaba nuestra propia fuente».
Pero en 1920, dos emisoras difunden diversos boletines sobre una contienda política presidencial. Desde ese instante se cuantificó lo que la radio podía conseguir en el campo de la información.
Otros precursores lograron hazañas. Theodor Puskas fundó un servicio de información para 20 mil abonados en París y Theo Fleichman lanzó desde Bélgica el primer reportaje transmitido por radio que se conoce y que «constituye el punto de partida del noticiero oral».
Llegó 1923, y según el profesor español Ángel Faus, la radio puso al aire el primer diario hablado… Nació la revolución electrónica, a la que se unió seis años después el alumbramiento de la televisión y su posterior crecimiento comercial.
Después de la primera gran guerra en Europa vendría otra confrontación, pero esta vez periodística. Entre 1920 y 1935 se dio la gran batalla entre la prensa escrita y la radio, ya que los periódicos temían que la radiofonía desestimularía la lectura de los diarios.
Cuando algunas emisoras norteamericanas, que eran propiedad de medios escritos, comenzaron a proporcionar información brotó fuerte rechazo de agencias de noticias y ciertos impresos.
«Aún no se sabía que las noticias de radio acabarían por estimular en vez de desalentar la lectura de los periódicos. Se necesitaron muchos años de investigaciones… para que los directores de periódicos pudieran creer en semejante afirmación».
Quince años tardó la radio en superar el miedo empresarial —no preocupaba tanto la rapidez de su difusión como la posibilidad de que acaparase los anuncios—, y el medio entró a la última mitad del siglo xx con la onda ultracorta, la frecuencia modulada, la fibra óptica, la digitalización e Internet.
Cualquier medio tiende a conservar las estructuras no funcionales de antiguos medios. La prensa, por ejemplo, tardó 200 años en divorciarse de la literatura y crear su camino estilístico conciso y directo, sin los ornamentos que caracterizan a ésta.
La radio no fue excepción. Incluso en 1923 se habla del nacimiento del primer diario hablado. La esencia se conserva…; es un periódico, sólo que con palabras.
Tal sujeción entorpece el crecimiento de una nueva forma de informar porque no explota con celeridad sus características y fortalezas.
La guerra de la prensa y la radio también obstaculizó que ésta propiciara pronto un estilo.
El tiempo y el dinero se evaporaron en la lucha y no en pulir una estructura que tomara en cuenta el cambio principal: el nuevo canal demandaba otra forma de escribir las noticias, una en que el oído y no el ojo fuera el eje central.
Al inicio, los pioneros de la radiodifusión —como Bill Slocum, quien fundó el primer diario hablado— no tomaron en cuenta que no es lo mismo escribir para el ojo que hacerlo para el oído.
Cuando una persona lee puede detenerse, meditar, volver atrás si no comprendió una idea o una palabra; pero cuando alguien escucha sólo tiene una oportunidad: la frase pasa ligera, como un latigazo, sin que tenga opción de repetir.
El ritmo lo impone el locutor que habla ante el micrófono. Al oyente sólo le queda azuzar el sentido y la concentración; las palabras se le van como pájaros en el horizonte.
La radio leía directamente las noticias de la prensa, no había distinción entre un estilo y otro, pero paulatinamente se incubaba la necesidad imperativa de otro modelo. Éste se moldeó al calor de acontecimientos mundiales —guerra mundial, española, coreana— y el papel protagónico de periodistas y corresponsales de Estados Unidos y Europa.
¿Cómo es ese estilo radiofónico? Lo distinguen dos elementos esenciales:
El renombrado autor español José Luis Martínez Albertos resume el modo de escribir para radio en: «el valor de la oración breve, la palabra concreta y sencilla y el hincapié en el final de la oración». «En estos tres puntos está sintetizada la orientación verbal que los periodistas radiofónicos deben aplicar a los mensajes informativos radiados para conseguir los mejores y más eficaces resultados en la presentación de las noticias. Este estilo periodístico especialmente diseñado para las noticias que se reciben exclusivamente mediante el oído, es el resultado de la experiencia de destacados profesionales (…), pero también de las sugerencias de algunos sicólogos preocupados por conseguir una mayor lucidez en la expresión oral».
En ese contexto, ¿cuáles son algunas pautas básicas de la escritura radiofónica?
Ahora bien, ya se trate de estilo para prensa escrita, televisiva o radial lo más sensato y oportuno es recordar el reciente consejo de Camilo José Cela: «un buen periodista debe huir de la voz propia y escribir siempre con la máxima sencillez y corrección posibles y un total respeto a la lengua (…) Si es ridículo escuchar a un poeta en trance, ¡qué podríamos decir de un periodista inventándose el léxico y sembrando las páginas de voces entrecomilladas o en cursiva».
Así como el Premio Nobel de Literatura, a la contienda en favor de la corrección y buen uso de la lengua han concurrido infinidad de intelectuales, escritores, periodistas y académicos. «Sangre del espíritu», llamaba Miguel de Unamuno a la pureza del idioma.
Erróneamente, muchos en el sector de la radio creen que el buen estilo y el apego a las normas no les atañen. Piensan que el periodismo escrito es el que debe evitar «la perversión del lenguaje», como la bautizó el sociólogo hispano Amando de Miguel, porque sus huellas quedan en papel y las de ellos se las lleva el aire.
Lejísimos de estar en lo cierto. Hoy el medio radiofónico, más que nunca, paga por esos deslices de tremendo impacto en su desarrollo.
A tono con lo que expone Ángel Faus, la radio es casi una cuestión pasional entre el emisor y el oyente. Ese pálpito entre ambos sucumbe ante «la rutina informativa, la narración fosilizada y el contenido predeterminado».
Con pericia y suma precisión, el experto expone esa descarnada realidad hertziana y tres de sus principales tumores.
Si bien la radio establece con éxito las características teóricas de su estilo periodístico, no logra plenamente ni todo el tiempo convertir ese decir en hacer.
Tales inconsistencias, a fuerza de repetirse durante décadas, terminan por cimentar una rutina informativa cómoda para emisores y sus fuentes, casi siempre políticas y oficiales.
Es como una marea contaminante —de la que no están exentos otros medios— que lleva a la radiofonía periodística a una cómoda y recurrente modorra funcional.
Una de sus olas más relevantes la recalca Faus: la narración fosilizada. Según él, «cada día la narración es más rígida, más escueta, menos fresca. Hay mucha gente que habla por la radio y muy poca que hace radio al hablar».
Lapidario, pero real. Las noticias por la radio, en muchas ocasiones, son como una fragua donde sólo se oye, incesante, el golpe del martillo sobre el metal. Es el mismo ritmo rutinario, sin entonación, sin cambios de voces, sin factor sorpresa. Se convierte, como dice el adagio, en un oír llover.
Se ha perdido en gran parte la capacidad de asombro; la rutina, como una madreselva, ha cubierto casi todo bajo su manto acaparador.
Ya escasamente hay la capacidad «de impulsar la imaginación, de medir el tiempo del relato, de entretejer la realidad y la emoción del verbo, la actualidad y la estética, el esencial informativo…», argumenta Faus.
A esa práctica se añaden dos problemas que provienen de una fuente: la oficial y política.
Primero: en buen porcentaje de la radio periodística —y en otros medios también—, la agenda informativa la determinan el boletín, la conferencia de prensa, el cabildeo de relaciones públicas y la declaración a granel del funcionario, ministro, diputado o concejal.
Esto provoca una producción de noticias en serie, una universalización de los contenidos, con el consecuente perjuicio para la diversidad, la crítica y la reflexión. No importa cuál emisora sintonice siempre oirá lo mismo. El mal también es achacable a la prensa escrita y la televisión.
Segundo: como consecuencia de eso, el lenguaje de los políticos y los burócratas gana cada día nuevas parcelas en el mensaje periodístico. El lenguaje de los políticos es como un vicio de la lengua periodística, opina atinadamente José Luis Martínez Albertos.
Molesto y preocupado por el fenómeno, el renombrado intelectual español Fernando Lázaro Carreter manifiesta que «hay zonas del idioma convertidas en un potaje sin tonos, impuestos por personas con resonante voz pública, cuyos sesos pintan con brocha gorda los pensamientos».
Para Martínez Albertos el lenguaje político es aquella lengua especial usada por los hombres públicos de la comunidad para relacionarse entre sí y con los ciudadanos que representan.
Las esporas de su discurso han aterrizado en el lenguaje periodístico que, contaminado del hermetismo esotérico oficial, está volviéndose contra sí mismo. Al repetir cansinamente los discursos huecos de la clase dirigente, el mensaje periodístico se desvirtúa en razón de que le es imposible hacer inteligibles a todo el mundo los relatos y los comentarios acerca de las cosas que ocurren.
«Los periodistas se han dejado seducir por esta ideología de la oscuridad que encandila a los políticos. Y de esta manera reporteros y columnistas han pasado a engrosar las filas de los dirigentes que usan ese tipo de lenguaje que algunos llaman graznidos de pavo, en lugar de apostar por un castellano básico (…) que permita realizar el quehacer periodístico con un mínimo de problemas».
Olvidan así los comunicadores que los cuatro rasgos básicos del lenguaje propio de la comunicación periodística son: corrección, concisión, claridad, captación del lector.
En dirección similar piensa el argentino Ricardo Haye, quien sostiene que la comunicación provoca satisfacción cuando reúne originalidad, deseos del receptor, claridad del mensaje y talento del emisor.
Hay un tercer problema, quizá de menor impacto, pero que también mina el estilo periodístico. Se trata de una plaga extendida por todos los medios escritos y electrónicos: el uso indiscriminado y compulsivo de los refranes. Ya importantes intelectuales como Umberto Eco se han dedicado a analizarlo para concluir que los periódicos no son medios de comunicación, sino refraneros.
Las tres dificultades apuntadas —rutina informativa, narración fosilizada y pérdida de identidad del estilo periodístico— provocan en un buen sector radiofónico un inmovilismo comunicacional muy peligroso.
Muchos hasta creen que la circunstancia presente es mucho más peligrosa que la generada por la llegada de la televisión en los años 50.
Este desafío en cuanto a estilo y contenido, más el reto de los cambios económicos en un mundo globalizado y el cambio tecnológico, configuran la creciente necesidad de una radio imaginativa y flexible, capaz de adaptarse a los nuevos vientos.
A contrapelo de la película de Woody Allen no es tiempo de añorar, sino de mirar hacia la mar de posibilidades que ofrece la nueva tecnología. Es hora de renovar el medio.
La gran protagonista de todo esto es la revolución digital. ¿Cómo va a afectar o cambiar a la radio? Quiérase o no es una revolución en marcha que variará irremediablemente los viejos modelos.
Para Faus, «la situación actual de los medios —y de la radio en especial— es mucho más peligrosa. Intentamos el cauce del río en kayak justo por donde rompe la cascada tecnológica. Lo característico del actual momento no es la abundancia de equipamiento disponible, sino la furia y la velocidad con la que la innovación técnica se precipita sobre el sector comunicaciones, pulverizando las estructuras tradicionales».
El gran paso se da en la década de los 90 cuando la vieja guardia analógica cede el control al sistema digital. Con él llegan el DAT (Digital Audio Digital), soportes como el CD (Compact Disc) y el MD (Mini Disc) y consolas de producción totalmente informatizadas.
El cambio que se da en las emisoras de radiodifusión es tremendo: hay mejor comunicación, más velocidad de transmisión de la señal de audio y numerosas posibilidades en la producción y grabación.
El gran salto de la digitalización de la radio o DAB (Digital Audio Broadcasting) abrió las compuertas a la radio vía satélite, la radio por cable y los sistemas de fibra óptica (RDSI, ADSL), los protagonistas de las transformaciones más inmediatas, según expone la profesora española Nereida López.
Mención aparte merece Internet, la red de redes, que es en la actualidad el medio por excelencia para la prestación de los servicios telemáticos y de comunicación de contenidos, pero, sobre todo, es el catalizador de todo cuanto está ocurriendo.
Internet es, indudablemente, el mejor campo de experimentación para la radio, sin demérito de que la estación entre o no a la era digital. Arturo Merayo, de la Universidad de Salamanca, lo resume bien al acotar que las empresas radiofónicas entendieron muy pronto que estaban obligadas a hacerse presentes en la Red
Este acelerado proceso procrea una nueva radio, hecha para la Red, en donde subsistirán tres modalidades para la audiencia: programas en red en tiempo real, programas que el oyente selecciona entre lo que ofrece la web y programas configurados expresamente para cada persona.
En criterio de la profesora López, «existe la convicción de que si la radio no utiliza Internet podría acabar perdiendo mucha audiencia. Para enfrentarse a ello, la radio puede configurarse como un nuevo soporte de transmisión, ofrecer acceso a contenidos distintos y diseñar programaciones acordes con los nuevos tiempos, inventar una nueva radio».
En ese contexto de vertiginosa renovación técnica y de contenidos, ¿qué papel empresarial debe desempeñar el medio?
La radio, en general, y la informativa, en particular, debe responder a ambas preguntas. La clave es alcanzar el equilibrio económico que mantenga solvente a la emisora y contenta y participada a la audiencia.
Es claro que la saturación comercial ha enterrado a largo plazo a no pocas estaciones. Cuando las emisoras persiguen el beneficio económico por sobre toda consideración se olvidan, relegan o ignoran las necesidades y deseos de su público.
Hay una correlación obvia entre un exceso de avisos y el declive del número de oyentes de la radio, se informa en la carta de noticias de Internet. Allí se expone que la radio más popular de Estados Unidos está en una encrucijada similar, ya que pierde aceleradamente audiencia a causa de un abuso en la comercialización, que llegó a pautar 40 avisos seguidos para una interrupción del programa de 20 minutos. Esos errores se pagan.
El afán desmedido de lucro infecta a muchísimos empresarios, quienes, efectivamente, solo desean oír la caja registradora y se olvidan de que la programación responsable y con contenido satisface a una audiencia cada vez más exigente.
Las mejores recompensas vienen tras reflejar los intereses y preocupaciones de los oyentes en nuestra zona por medio de una programación cuidadosa, balanceada, pluralista y democrática.
Una emisora obsesionada con los beneficios podría perder la identidad, la reputación y la fidelidad de su público.
Es un hecho que cuanto más común y genérica es una emisora y menos relacionada con la comunidad es más grande el chance de que fracase en ese universo saturado de medios de comunicación.
Esto es cierto en todo el planeta e incluso en los países del Tercer Mundo. El académico de la radio, Indra de Silva, comenta que «las emisoras comerciales en naciones como Sri Lanka desechan programas sobre asuntos de interés público». En su criterio es un error porque la radio comercial necesita comprometerse activamente con temas que afecten a las comunidades.
La situación en Centroamérica es similar. Un informe de junio de 2001 de Carlos Fernando Chamorro para Inter American Dialogue remarca que las radioemisoras se han modernizado tecnológicamente y tienden a reagruparse en redes y cadenas empresariales.
La radio sigue siendo el medio de información predominante en el interior de los países. Su impacto varía en cada nación, pero, en general, puede decirse que sigue siendo el principal en servicio, información y entretenimiento en las zonas rurales, sobre todo por el gran analfabetismo que azota el campo y la agenda metropolitana de los medios convencionales.
A la orilla de la gran radio comercial, trata de subsistir la radio comunitaria con estaciones locales que promueven una programación participativa y en pro de la identidad cultural. Pero aún hay pocos ejemplos de medios verdaderamente interactivos en torno a sus pueblos. Uno de ellos es una radio comunitaria que pertenece a un colectivo de mujeres.
Este movimiento de radio comunitaria surgió en la década de los 80 como una estrategia para ayudar a construir la ciudadanía. Es un medio de bajo costo económico y baja potencia y cobertura geográfica que está comprometido con el desarrollo de prácticas participativas y la preservación de las identidades culturales locales.
Su desarrollo lo apoya el programa de capacitación de Radio Nederland con asesoría técnica y respaldo para la elaboración de proyectos.
El crecimiento en el istmo ha sido desigual. En El Salvador están en auge, en Guatemala luchan por su reconocimiento legal y en Nicaragua y en Honduras apenas dan sus primeros pasos.
En Costa Rica su presencia es casi nula. Sin embargo, allí opera una red de radio educacional popular comandada por el Instituto Costarricense de Educación Radiofónica, con 12 estaciones en el país.
El ejemplo más avanzado es la Asociación de Radios y Programas Participativos de El Salvador, una red que aglutina 20 radioemisoras y otras 10 en proceso de instalación, además de seis centros de producción.
La radio comunitaria se debate hoy entre cómo preservar su identidad y a la vez integrarse en el mercado para lograr su sostenimiento económico y empresarial. En la respuesta que halle reside la clave de su crecimiento y el de su enorme potencial comunicativo y democrático. Es un proyecto muy interesante en su concepción y en sus objetivos democratizadores, características escasas en una región azotada por la intransigencia y la miopía políticas.
Tal como lo reseñó la salvadoreña Margarita Herrera en el seminario Medios y Democracia en Centroamérica (mayo 2001, Honduras): «nuestro papel es informar, pero también comunicar. Y eso lo vivimos durante el terremoto de enero en que la gente contaba sus desgracias, pero también expresaba cómo se sentía. Con la radio tenían una voz».
«Es importante resaltar que en los últimos 40 años hemos pasado de hacer radios clandestinas a elaborar radios educacionales, constructoras de ciudadanía, para que la gente aprenda lo que esto significa con todos sus deberes y derechos. Nuestro papel es informar, pero también, y sobre todo, formar y participar».
Esta modalidad radiofónica permite aumentar la valoración y auto-expresión de sectores populares tradicionalmente marginados al desmitificar un medio y, literalmente, ponerlo en sus manos. Un buen ejemplo es Guatemala, donde la brecha comunicativa es grande porque más de la mitad de la población habla lenguas indígenas y los medios tradicionales difunden casi exclusivamente en español.
La idea de radio comunitaria no está reconocida legalmente en ninguna de las naciones, pero en la medida en que logran agruparse como redes nacionales fortalecen su legitimidad en el proceso de comunicación popular. Estas estaciones van en camino de convertirse en la principal opción mediática de los pueblos.
Entonces, a la pregunta inicial: ¿buena ciudadana o caja registradora?, debemos responder que ni una ni otra: las dos.
¿El futuro de la radio? Si deja de ser la hermana pobre de la televisión y asume su desafío, la radiodifusión se verá obligada, en razón de las nuevas tecnologías y los nuevos canales de distribución, a incrementar de forma notable tanto la cantidad como la calidad de los servicios, los contenidos y la distribución y a explotar a su máxima expresión las tareas clásicas de informar, formar y entretener.
Como lo expresa John Birt, ex director general de la BBC, la era digital «se caracteriza por una radiodifusión que precisa poner en antena una infinidad de servicios que deben estar a disposición de los oyentes en cualquier momento».
La era digital encara con grandes desafíos a la radiodifusión: cambio tecnológico, redefinición de contenidos, localismo frente a globalización, programación interactiva, alianza estratégica con Internet y nuevo modelo de comercialización y publicidad. ¿Está preparada? Sí, si logra reinventarse no como una simple operación de maquillaje, sino como un medio capaz de detectar en la nueva sociedad «los sueños inéditos y los latidos frescos».