El I Congreso de la Lengua, celebrado en Zacatecas ocupó buena parte de sus sesiones en el análisis de la situación y proyección de la lengua española en los medios de comunicación. Hoy a nadie se le oculta que el futuro de la lengua se juega en los medios de comunicación. La información todo lo invade. No contar con los medios, ignorar los nuevos soportes electrónicos, es ir hacia atrás en materia del idioma. Porque, como ya se advirtió en Zacatecas, una lengua crece cuando la información en esa lengua lo hace.
La presencia de los periódicos en la vida cotidiana se ha convertido, a lo largo del siglo xx, en algo tan habitual como lo fue en otros momentos de la historia occidental el relato oral o las representaciones teatrales en la plaza pública. No sólo eso. De lo que fue en un principio la mera información y la última noticia, al periódico se incorporaron desde los más diversos ámbitos de la vida intelectual de las naciones, los ensayistas.
En esto, el caso de Ortega en España es ejemplar. El filósofo, para debatir los asuntos más complejos y variados de la vida, tenía que ir a los periódicos, porque en los periódicos estaba el pulso de la nación, el debate de los asuntos vertebrales; «filósofo en la plazuela», denominó Ortega a su actividad periodística; con enorme respeto, por cierto, al término plazuela.
Los medios lo han invadido todo, y la necesidad de marcar los límites de cada geografía periodística encuentran, tal vez, su mayor significación en la manera en que cada uno plantea la ventana de comunicación con sus lectores —su reclamo más próximo— que son los titulares. Y sobre los que querría, brevemente, centrar mis palabras. Con los titulares cada periódico pretende llegar a un grado mayor de comunicación, a una intensidad en el lenguaje de mayor calado, a una manera, en fin, de expresar la realidad a través de esos breves fogonazos que advierten y avisan de lo que vendrá después.
Si el futuro de la lengua se encuentra en los medios de comunicación, el tratamiento diario, cercano, intenso del idioma a través de los titulares se convierte en asunto de la mayor relevancia. La presencia del español en los periódicos —valga de nuevo la referencia a Ortega— constituye hoy el primer contacto del lector con el idioma, en cuanto a vehículo de reflexión. Así están las cosas.
Las formas y maneras en que se trate la realidad por medio del conocimiento de la lengua española, en este caso por medio de los periódicos, marcará, de manera indeleble, el futuro del idioma. Su capacidad para adaptarse a los cambios, a los nuevos usos y a las nuevas variantes. Hoy la reflexión intelectual está en los periódicos y ese paulatino acercamiento de los ciudadanos a los periódicos —con objeto de hallar respuestas a los convulsos hechos que suceden entre nosotros— les otorga un grado de responsabilidad inimaginable hace apenas unos años.
La incorporación de diversos lugares de reflexión en los periódicos obliga, y obligará, a sus responsables a una mayor precisión en el uso del principal instrumento de comunicación: el lenguaje.
Las pautas de análisis de los titulares no parecen tan distintas de las que se puedan utilizar para la publicidad u otro tipo de comunicación de masas, en los que la unidad de un mismo mensaje, en el más breve espacio, busca la mayor intensidad. Y establecen un aviso para el lector.
Por tanto, la labor requiere una tarea doble: el inventario de los instrumentos que se utilizan (la lengua y sus diversas significaciones) y la clasificación de las diversas oposiciones que marca el uso del lenguaje entre diferentes o iguales términos (en los diversos contextos en que se manifiesta la lengua en que se expresa). En el titular de un periódico se combinan el objeto (el propio titular) y el soporte (su disposición tipográfica), junto a un considerable conjunto de variantes de relación.
Valga un ejemplo. La palabra paz, en la grafía china, se representa como una mujer que amamanta a su hijo debajo de un tejado. Alimento, amor, seguridad parecen ser rasgos pacíficos. ¿Qué dicen los titulares de guerra? Buscan, sin duda, movilizar al lector, pero no queda claro hacia dónde: la noticia del día, la inmediatez de los acontecimientos, la significación del asunto vertebral que dé sentido al resto de la información…
El titular es un conjunto de letras, con un entintado; es decir, algo que se toca, que mancha, que tiene una materialidad. Es una constante elección: la caja baja se opone a la alta, la redonda a la cursiva o la negrita. Las variantes de forma serían las tipográficas, las de medida los cíceros. Una elección que no es inocente y que da el primer paso, mucho antes de que entren a intervenir asuntos estrictamente lingüísticos.
Las elecciones se multiplican gracias al buen uso de los elementos de que se dispone: las posibilidades de variar la continuidad de los textos; para expresar una ruptura de la serie o las soldaduras de una noticia, separando los elementos que la expresan. Las variantes de relación que incluyen las de posición (lugar que ocupa la noticia en la página, lugar de la página), las de distribución (líneas del titular y formato) y las de conexión (cómo se engarza el titular con antetitulares en cuerpo menor, o cómo la noticia entra tal cual es, o cómo el titular se repite, por ejemplo con o sin variantes, en el cuerpo de la noticia).
Una lengua es también la imagen de esa lengua. Y la representación que esa lengua recrea de la realidad. Todo ello constituye una cultura y sus diversas manifestaciones, y ocupa el lugar, y es referencia, de un titular en un periódico. Nada es inocente, ni queda al albur del azar o la inspiración. Los elementos se funden y se confunden en un mismo plano: el que advierte que el titular ordena la realidad con los elementos propios de una lengua determinada y la facultad de ampliar los límites de esa representación y ese ordenamiento del mundo que se propone cada día en las páginas de los periódicos.
El titular, aunque esté formado por una sola palabra, es una frase y se acoge a las reglas de la gramática que asocia una expresión a hechos de la realidad y no de la lengua. Pongamos el siguiente ejemplo: «Crisis en tal equipo de fútbol». Sin duda, el uso de la palabra crisis ha marcado una asociación, con un ambiente negativo; sin embargo, desde el punto de vista de la etimología la expresión significa transformación. Aquí se reúne todo el trabajo que está detrás de cada titular y su correspondencia en la proyección de la lengua.
El redactor del titular pone el discurso en acción, lo moviliza, valiéndose, claro está, de las variantes que esa lengua le permite, para apoyar su manipulación. A ello le ayuda la extraordinaria capacidad creadora de metáforas de los hablantes. Ya recordó Horacio que «el uso es más poderoso que los césares» y los hablantes consolidan una serie de variantes, algunas de ellas de ida y vuelta que abren el lenguaje y tiran de su correspondencia en los periódicos.
Véase en ese viaje de ida y vuelta lo que ocurre con la expresión daños colaterales, que ha pasado a usarse con el valor de intensificación negativa de ‘daños a la población civil’, asunto que era, precisamente, lo que trataba de evitar.
El doble juego de los significados, el de las asociaciones y el de las metáforas creadas, da paso a un tercer componente en el comentario de los titulares: la relación directa con el lector.
Y es aquí en donde querría subrayar el motivo de estas palabras.
El titular busca una conmoción, la manipulación (entiéndase este término en su sentido más noble) del lector, a veces, —y es ahí en donde las posibilidades de la lengua se rompen en los usos— sin preocuparse de retorcer para ello normas generales del uso periodístico y lingüístico; del mismo modo que se trata de evitar los enunciados negativos y demás modelos habituales en la creación y confección de los titulares.
El diario quiere influir directamente sobre el lector; y éste busca un tratamiento reposado, reflexivo, de los hechos a través del lenguaje.
El titular busca provocar una acción, una invitación a la lectura, un interés inmediato. Resulta un ejercicio sumamente atractivo realizar el contraste entre el tratamiento de los diarios occidentales —en sus diversas lenguas— el pasado 12 de septiembre y los titulares de los diarios en árabe de similar audiencia.
Diarios de países moderados, como Egipto, no hacían ningún esfuerzo especial para destacar la noticia, que aparecía con un cuerpo no excesivamente grande, sin rótulos de colores; es decir, sin rubricar, con fotos en dos columnas, muy diferente al despliegue de titulares en Occidente.
Desde el uso restringido de los titulares, y sus mensajes, en los diarios árabes se partía de una convicción que afecta, de manera determinante, al uso de la lengua en un titular: si el lector se veía demasiado forzado por el periódico, podría tomar una línea inconveniente.
Al presentar la noticia sin despliegues ni expresiones épicas o dramáticas, se provocaba a la reflexión, casi sin adjetivación, para que fuera el propio lector el que llegara a la conclusión de que eso que había ocurrido era una barbaridad, contra la que se debía reaccionar como ser humano.
El procedimiento era arriesgado, pero hubiera sido peor, para el diario, que el posible lector, una vez leído el titular decidiera no adquirirlo por discrepancia con la presentación de la noticia o que el despliegue de titulares inclinara a ver la noticia como una victoria contra los Estados Unidos, que tampoco era lo deseado.
¿Qué busca el titular en ese uso pragmático e inmediato de la lengua? En primer lugar, marcar una diferencia entre los mensajes y ante los mismos hechos ocurridos; en segundo lugar, diferenciar a su lector del lector de otro periódico; y en tercer lugar, acercar a un universo lingüístico propio a su lector.
Más ejemplos: «Gremialistas ocupan Congreso». Titulares como éste llamaban la atención en España a mediados del pasado siglo y daban origen a abundantes correcciones de los gramáticos.
La supresión de los artículos en lo que, tal vez correctamente, habría sido «Los gremialistas ocupan el Congreso» no se debía, en contra a la opinión entonces dominante, a un tipo de lenguaje telegráfico, sino, de acuerdo con las normas de la retórica de la imagen, a la necesidad de acomodar el contenido al espacio óptimo del texto, a su variante espacial. Y en ese proceso, las palabras vacías (artículos, determinantes, nexos…) caen.
Por ejemplo, mientras que en el telegrama la razón es la relación entre número de palabras y longitud del mensaje, en los titulares predomina el espacio.
Por ello resulta si no habitual sí frecuente que periódicos de distintas orientaciones tengan casi los mismos titulares y antetítulos, pero alterado el orden, de acuerdo a los intereses editoriales.
Y es que los titulares, valga la insistencia, son frases; su gramática, en principio, se agota en el propio titular. El titular debe contener toda la información posible; va en juego la seducción al lector, el interés de quien se acerca a un quiosco o abre una página de Internet: dar la mayor información, de la manera más atractiva y casi con un emblema.
Y ahí el uso de la lengua es determinante en la propia orientación de cada periódico.
En una lengua como el español, es claro que predominan los sustantivos y sólo caben los adjetivos especificativos, que precisan, para un cabal uso de los mensajes que se quieren dirigir, la significación del sustantivo y, en todo caso, detrás de los verbos.
En la primera clase, los sustantivos, destacan, de manera especial, los nombres propios que se prefieren para empezar el titular. Esta norma de titulación se lleva a cabo con extraordinario cuidado en los diarios iberoamericanos; mientras, justo es reconocerlo, los españoles son más cercanos a la norma general y, tal vez por ello, el efecto de las portadas sea de una índole distinta.
Los diarios iberoamericanos, más conservadores de la norma en el interior de sus páginas, son mucho más agresivos en las portadas. El predominio del sustantivo permite una presencia mayor de barbarismos, sobre todo de anglicismos hoy, galicismos ayer.
El titular es transgresor, de ahí que su función a veces se encamine a la ruptura de la norma; es directo, por eso predomina el sustantivo; es informativo, por ello sobran las palabras vacías.
Ocurre que, al hilo de los dos grandes asuntos que convoca este congreso, la Sociedad de la Información y la dimensión económica del español; en el primer caso, hoy el español, a través de los medios de comunicación y de la inmediata recepción por Internet, permite una constante relación de titulares, usos, términos y gramáticas entre los lectores que incidirá de manera determinante en el porvenir de la lengua. El viejo anhelo de un contacto mayor entre los medios llega de la mano de los lectores que, en unos minutos y sin salir de su casa, pueden examinar la extraordinaria nómina de periódicos en español que se muestran en la Red
Los contactos, los intercambios, los préstamos y las interferencias entre unos modelos y otros, al dirigirse todos a un único y potencial lector —el hablante de español— consolidará esa tendencia que hoy se anuncia, gracias a la encomiable labor desarrollada por las Academias de la Lengua, como es la creación de un espacio común, de un español de uso común, de una mayor familiaridad entre las diversas geografías de la lengua española.
Y es que, si se puede acceder a lo largo de las veinticuatro horas del día, a lo largo de los trescientos sesenta y cinco días del año y, además, desde cualquier lugar del mundo a cualquier lugar del mundo, cada periódico se verá obligado a una más rotunda internacionalización de la propia lengua española, lo cual le obligará a un más ágil uso del idioma en su medio.
Ése es el espacio del futuro para nuestra lengua que, como todos esperamos, ojalá comience a partir de la celebración de este II Congreso de la Lengua Española.