El lenguaje en el periodismo económico, o cómo no gatillar el repo Fernando Sáiz Martínez
Subdirector de Expansión. Madrid (España)

Sebastián de Covarrubias tiene escrito que «…los romanos quedaron señores de toda España y como vencedores introduxeron su lengua romana y se hablava y escrivía como en Roma. Pero entrando los godos en ella, la corrompieron y mezclaron vocablos suyos, quedando juntamente con éstos algunos de los de la antigua lengua española, de do procedio un lenguaje de latín corrupto… Últimamente, después de la pérdida de España, señoreándola los moros, introduxeron muchos vocablos árabes, que se mezclaron con la lengua castellana y los judíos también nos comunicaron vocablos hebreos, y tenemos algunos otros que inmediatamente vienen de la lengua griega; hanse ayuntado algunos otros vocablos italianos, franceses, alemanes y de otras naciones, aunque estos son pocos, y los más han venido con las mercaderías y cosas que se han traído a España, conservándoles sus propios nombres». Lo anterior es un fragmento del espléndido Tesoro de la lengua castellana o española que describe con elegancia los afluentes que ayudaron a formar el gran caudal de la lengua castellana. Curiosamente, Covarrubias omitió el inglés; quizás porque no leía prensa económica, lo cual es del todo natural, teniendo en cuenta que vivió en la primera mitad del siglo xvii. Desde luego, de haber sido coetáneo nuestro, Covarrubias, que dio a la imprenta su famoso Tesoro en 1611, no hubiera podido pasar por alto la infiltración del inglés en nuestra lengua, evidente como es en terrenos como el consumo, los deportes, Internet o la economía. Esa penetración del vocabulario y, más ocasionalmente, de la sintaxis inglesa, tiene su reflejo y proyección en los medios de comunicación, como es obvio también para todo el mundo. Voy a referirme aquí al impacto del inglés en el lenguaje de los medios de comunicación especializados, y particularmente de los relacionados con la economía y los negocios, así como a otros aspectos característicos de la información económica.

Los medios especializados en información económica figuran entre los más expuestos a la penetración del inglés. Al igual que ocurre con otras materias especializadas, sobre todo en el terreno técnico y científico, el desarrollo de la economía se ha producido básicamente en el área de los países anglosajones, y es por tanto explicable que el lenguaje específico del sector, lo que podríamos denominar la jerga de la economía, esté salpicada de expresiones en inglés, muchas de ellas acuñadas con carácter internacional, independientemente del país en que se utilicen.

Esta suerte de colonialismo lingüístico en el terreno económico se transmite, como no podía ser de otro modo, a los medios de comunicación. Las fuentes de información del periodista económico usan ese argot y se supone también que el lector de prensa económica admite y reconoce la utilización de términos ingleses, sobre todo cuando se refieren a conceptos cuya traducción al castellano es inexistente o forzada. ¿Significa todo ello que un medio de comunicación de información económica es una especie de glosario técnico de la lengua de Shakespeare? ¿O podemos decir, más bien, que la mayor parte de los periódicos, las radios, las televisiones filtran buena parte de esas impurezas lingüísticas, de tal forma que el producto que llega al público está menos sometido a la infiltración del inglés de lo que los rasgos de la información económica podrían hacer pensar?

Veamos algunos ejemplos prácticos, a modo de cata, para poner en su contexto estos interrogantes. El diario Expansión, al que aquí represento y que es de largo el líder de la información económica en España, publicó en su edición para Madrid del pasado 6 de septiembre un total de 19 vocablos o expresiones inglesas. Son los siguientes: marketing, shocks, inputs, software (3 veces), joint-ventures, warrants (2), profit warning (3), cash flow, stand, ebitda, web (2), online y holding. Así juntadas, tantas palabras en inglés pueden parecer bastante; distribuidas en un periódico de 48 páginas su efecto de interferencia se diluye. Descontadas las páginas de los gráficos de bolsa y el espacio dedicado a anuncios publicitarios, que a estos efectos no entran en el cómputo, el muestreo revela que en la edición de Expansión de ese 6 de septiembre aparece un promedio de 0,86 expresiones en inglés por cada página de texto. Ninguna de ellas, además, aparece en titulares ni bajo ninguna otra forma de relevancia tipográfica.

Hagamos otra cata en un periódico bien distinto, siquiera sea por razones geográficas, aunque pertenece también, como Expansión, al Grupo Recoletos. El diario argentino El Cronista, que se edita en Buenos Aires, publicó el pasado 13 de agosto 31 referencias extraídas del inglés: premier (2 veces), default (4), staff, freezer, discount, slogan, crowding out, web, joint-venture, bowling, shoppings (escrito en un antetítulo), holding, hedge funds, scoring (3), target, fuel cells, call (2), money market (3), light, pick ups, jetways y upgrade. En esta ocasión la proporción de términos ingleses sobre el espacio disponible real (en total, 24 páginas sobre 40) resulta algo más alta. El promedio es de 1,29 expresiones inglesas por cada página. Este ratio más elevado puede atribuirse a la potente influencia de Estados Unidos en la economía argentina —de hecho, el peso está atado al dólar—, cuya onda expansiva alcanza obviamente al propio lenguaje periodístico. Pero tampoco puede decirse que en el caso de El Cronista la presencia del idioma inglés sea significativa o distorsione visualmente el producto final. Lo que sí destaca es la proliferación, siempre en términos relativos, del uso del vocablo default (incumplimiento de un pago), lo cual es expresivo, aunque no venga al caso, de la preocupación de los argentinos por el riesgo de una suspensión de pagos en el servicio de la deuda.

Vamos con un último arqueo de expresiones del inglés. Fijémonos en El Diario de Chile, edición del 31 de agosto. El periódico, que se edita en Santiago, publicó ese día en sus 40 páginas 33 palabras o expresiones en lengua inglesa. A saber: show (3 veces, dos de ellas con relieve tipográfico), management, marketing (3), retail, road show (que aparece en un titular principal de páginas interiores), software, off line, managing director (2), ebitda, stock (2), pool, chief customer office, customer relationship management, peak, ferry, spread, commodity (3), default, brainstorming, rating (2), head of business developement y brokers. El promedio, una vez descontado el espacio reservado para publicidad y cuadros, es de 1,53 expresiones por cada página de texto disponible. En este caso, llama la atención la propensión de los redactores del diario a utilizar vocablos en inglés para describir el escalafón directivo de las empresas. Por lo demás, Chile es un país muy permeable a la influencia anglosajona, sobre todo en el terreno económico. El ascendiente de los economistas formados en Chicago y de los directivos de las numerosas multinacionales norteamericanas que, al calor de la explotación del cobre, se instalaron hace décadas en el país es muy vigoroso.

Un aspecto lateral del problema es en qué medida el inglés ha corrompido no el vocabulario, sino las estructuras que le son propias a la lengua castellana. Esta influencia es más difícil de medir, porque en algunos casos la dominación sintáctica es bastante sutil. De hecho ya hay construcciones anglosajonas que se han incorporado al lenguaje periodístico y popular, y estoy seguro de que si se examina de forma exhaustiva esta ponencia aflorarán incorrecciones y perversiones derivadas de la contigüidad con el inglés. En el caso del lenguaje económico, la infiltración de estructuras y asociaciones de palabras es, por todo lo antedicho, notable. De forma anecdótica, me voy a referir aquí a la creciente tendencia a incluir en las informaciones periodísticas sobre la evolución de los mercados financieros una réplica de la eficaz fórmula anglosajona «to…». En la información económica en inglés es muy frecuente rematar las frases que se refieren a la oscilación de un determinado título de renta variable, o un determinado tipo de interés, o un tipo de cambio de una divisa con un to 15,3 pounds, un to 4,25, o un to 1,105 euros, según los casos, para establecer cómo ha quedado o cerrado el título, el tipo de interés o el tipo de cambio de que se trate. Por mimetismo, en la prensa económica en castellano se puede leer, y entresaco una cita textual de la edición del 10 de septiembre de Expansión, que «las acciones de Telefónica terminaron la jornada con una subida del 2,2 %, hasta 11,10 euros». En puridad, y para respetar los usos lingüísticos del castellano, el redactor debiera haber utilizado alguna fórmula verbal del tipo «hasta situarse en los 11,10 euros», o debiera haber alterado el orden para escribir que «las acciones de Telefónica subieron hasta los 11,10 euros, un 2,2 % más que en la jornada anterior».

Éstos son ejemplos de la presencia del inglés en los medios de información económicos. La muestra no es en absoluto representativa, ni pretende serlo, por lo que no cabe extraer de aquí conclusiones absolutas ni certeza alguna. Pero sí nos permite atizar el debate. ¿Se puede considerar intensa, a la luz precaria de esos datos, la penetración del inglés en las páginas de la prensa económica en español? ¿Resulta excesiva? ¿Se puede combatir? En una interpretación estricta, la aparición de decenas de expresiones y hasta construcciones tomadas del inglés en un periódico económico es una injuria contra el idioma castellano, que tiene mecanismos suficientes para protegerse de las agresiones del exterior.

Desde ese punto de vista, cualquiera de los vocablos anglosajones que se utilizan habitualmente en el argot económico son perfectamente reemplazables. No hay por qué decir marketing si tenemos a mano mercadotecnia; para qué escribir management cuando queda mejor, y más corto, poner gestión; qué estupidez o pedantería recurrir a commodity, a brainstorming, a spread o a on line siendo igual de precisas expresiones como materia prima, tormenta de ideas, margen o en línea. A qué hablar de holding, ranking o fixing, con terminaciones tan aviesas para el aparato fonador, si grupo, clasificación y cambio medio significan lo mismo.

Ésa es la interpretación radical, que o bien no acepta ningún préstamo de otras lenguas, o bien admite, como máximo, la castellanización de determinados vocablos de uso corriente, para integrarlos en el lenguaje popular. Yo voy a disentir un tanto de esa estricta exégesis, no tanto por convicción como por formación, en tanto que periodista de información económica. No creo, ciertamente, que la contaminación del inglés sea un grave problema en la prensa económica escrita en español. Podríamos considerar que se trata de una excrecencia, de una moda delicuescente, de una anomalía nociva, pero no es una tendencia alarmante. Admitiendo que sería necesario reducir el uso de barbarismos y neologismos, muchos de los cuales se espolvorean en las informaciones por puro exhibicionismo lingüístico, no es menos cierto que el uso de expresiones o construcciones inglesas es marginal: ningún lector sufrirá menoscabo importante de su capacidad de comprensión por el mero hecho de no conocer la lengua de Shakespeare. En paralelo, también discrepo de la idea de que todas las palabras inglesas se pueden suplir con un equivalente en castellano. Salvo que emerja algún movimiento armonizador para popularizar determinadas expresiones, del que yo al menos no tengo noticia, parece difícil reemplazar determinados vocablos ya muy arraigados en el lenguaje económico.

Naturalmente, uno puede traducir software por ‘dotación de instrucciones’, pero seguramente muy pocos de los lectores entenderán lo que eso quiere decir. Así ocurre también con cash flow, dumping, road show, ebitda o swap; al no estar homogeneizada su equivalencia en castellano, cualquier intento razonable de traducción está condenado al fracaso. Por eso yo soy partidario de utilizar, con cuidado, pero sin complejos, palabras inglesas que, por fas o por nefas, tienen un valor lingüístico de referencia. Su uso debe ir acompañado de la explicación pertinente, si así lo aconseja el contexto espacial y temporal, el tipo de publicación y el grado de especialización del lector potencial. No es lo mismo hablar de warrants en un boletín de la asociación de gestoras de fondos que hacerlo en las páginas de un diario de información general. Tampoco era igual escribir software hace cinco años, cuando la difusión de los conocimientos informáticos era muy limitada, que hacerlo hoy en día.

En realidad, más que la penetración del inglés en la prensa económica especializada, y aun sintiendo repulsión por los abusos en los que se incurren a veces, a mí me preocupan más otros aspectos relacionados con el lenguaje de la información económica. Una simple frase me permite dibujar el perímetro de mi inquietud: «El dinero multilateral serviría para mostrar liquidez y para suplir insuficiencias a la hora de gatillar la línea repo (por caso, el colateral en bonos a valor de mercado a depositar por el Gobierno)». Duro para el oído, ¿no? Este extracto fue publicado por El Cronista de Buenos Aires el pasado 13 de agosto, y revela hasta qué punto el lenguaje de la prensa económica puede llegar a ser inaccesible para el común de los lectores. Frases como ésa demuestran que no es imprescindible recurrir al inglés para oscurecer los mensajes y discriminar a la audiencia. Para ser honrados, “perlas” así no se encuentran fácilmente en las hemerotecas de las publicaciones de información económica. Pero en este caso nos permite introducirnos en el gran debate que desde siempre ha conturbado el ánimo de los periodistas especializados, y que se puede resumir en una simple pregunta: ¿cómo hacer compatible el rigor exigible a la información especializada, en este caso económica, con el esfuerzo de divulgación que requiere un medio de comunicación con una audiencia de lectores potencialmente masiva? Todos los periodistas de economía nos hemos despertado alguna vez bañados en sudor tras haber soñado con esa pregunta brutal. El genial Bernard Kilgore, uno de los más famosos periodistas americanos, recomendó a sus redactores del diario Wall Street Journal que no escribieran para los banqueros, «sino para los clientes de los banqueros, que son muchos más». La recomendación está más viva que nunca. Tenemos que encontrar el equilibrio. Buscar fórmulas para facilitar la legibilidad. Desterrar la pedantería. Convencer al lector de que la información económica, cuando se cuenta bien, puede ser apasionante. Y convencernos a nosotros mismos de que el periodismo económico debe tener una dimensión explicativa y pedagógica. Muchas veces no basta con escribir en las informaciones el qué, el quién, el cómo, el cuándo y el porqué. Si queremos llegar a un público amplio, es necesario también descifrar el contexto. Debemos ser conscientes de que la información económica, por su aridez, produce recelos instintivos en el lector medio, y que es necesario colorearla para atrapar su atención. Y todo ello sin caer en el vulgarismo, sin ceder ante los eufemismos, sin incurrir en la tentación de la metáfora fácil o la analogía primitiva.

En eso estamos. La tradición de periodismo económico en España es muy pobre. Todavía andamos lejos de la gran prensa anglosajona, que durante décadas ha ido espesando una forma específica de hacer las cosas y de contarlas. Ni la formación de nuestros periodistas, ni tampoco de nuestros lectores, está a la altura del listón de publicaciones como Wall Street Journal, The Economist o Financial Times. Sin embargo, algo hemos mejorado. Sin entrar en análisis cualitativos, que siempre son discutibles, sí quiero mencionar aquí que la prensa económica ha multiplicado sus niveles de circulación y lectura en los últimos años. En 1986, cuando Expansión vio la luz, el único diario existente de información económica vendía en España menos de veinte mil ejemplares. Hoy, la circulación conjunta de los tres diarios económicos que están en el mercado ronda los cien mil. Sólo Expansión ha alcanzado en determinadas ocasiones puntas de ventas de cerca de ciento veinte mil ejemplares diarios. Naturalmente, la multiplicación de los lectores de información económica está relacionada con la creciente importancia de los temas económicos en la vida diaria y con el desarrollo de una suerte de capitalismo popular, cuyo estallido coincide con la ebullición de la bolsa. Pero quiero también pensar que nosotros, desde nuestro humilde oficio de periodistas, hemos contribuido a ampliar a esa base de lectores con una información más rigurosa, ágil y accesible. Y espero sinceramente que eso de «suplir insuficiencias a la hora de gatillar la línea repo» no sea más que una referencia exótica, un pretexto divertido para ilustrar el debate sobre el lenguaje del periodismo económico.

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