El otro día llame al rufero para que revisara el techo de mi casa porque había un liqueo. Toda la carpeta estaba empapada. Vino en su troca a wachear la problema y quería saber si yo iba a pagarle en cash o si lo iba a hacer la aseguranza. Después de contar cuántos tiles tenía que cambiar me dio un estimado. Yo le dije que me dejara el número de su celfon o de su biper. Si nadie contesta broder, me advirtió, deja un mensaje después de bip y yo te hablo p'atrás.
La primera sugerencia para los que se escandalizan con párrafos como el anterior —y que tengan un legítimo interés en saber qué es lo que hablamos los latinos en Estados Unidos— es dejar a un lado los regaños de los académicos en sus torres de cristal para empezar a escuchar a la gente de la calle. En lugares como Hialiah en la Florida, Santa Anna en California, Queens en Nueva York, Pilsen en Chicago y el West Side en San Antonio a veces se habla un español —o algo parecido— que ni el pragmático Sancho Panza entendería.
Estoy, lo sé, cometiendo una especie de harakiri al plantear ante la Real Academia Española la defensa del español mal hablado. Pero lo hago, primero, porque es la realidad lingüística de millones de hispanoparlantes en Norteamérica y, segundo, porque estoy convencido que los latinos en Estados Unidos están contribuyendo de maneras insospechadas al enriquecimiento y a la expansión del idioma español.
No, no propongo que dejemos el español y empecemos a hablar espanglish, la mezcla transitoria del inglés y el español. Eso sería absurdo, impráctico e imposible. Tampoco podemos considerar al espanglish como una nueva lengua. No lo es ni pretende reemplazar al inglés y al español. Pero sí sugiero que muchas de las expresiones del espanglish, criticadas en muchos círculos tanto dentro y fuera de Estados Unidos, se integren a lo que podríamos llamar el español global.
El español global es dinámico, innovador, abierto y en cambio continuo. No es anquilosado, inerte, ni se resiste a las influencias de otras lenguas y de las nuevas tecnologías como la Internet. Es, en otras palabras, un español vivo. Y este español global podría enriquecerse con muchas expresiones del espanglish.
El español global es dinámico, innovador, abierto y en cambio continuo. No es anquilosado, inerte, ni se resiste a las influencias de otras lenguas y de las nuevas tecnologías como la Internet. Es, en otras palabras, un español vivo. Y este español global podría enriquecerse con muchas expresiones del espanglish.
Muchos puristas se escandalizan al ver que el espanglish —palabra por palabra— le está ganando terreno al español de los diccionarios. Pero la verdad, ni vale la pena molestarse. Eso es lo que se habla en las calles y lo que termina repitiéndose en los medios de comunicación en español de Estados Unidos. Particularmente en la televisión.
«¡Ustedes, los periodistas que trabajan en la televisión hispana, tienen la obligación de hablar bien el español¡», me han instado en repetidas ocasiones. Ante lo cual es fácil responder: «¿A cuál español se refiere? ¿Al que hablan los mexicanos de la capital, los cubanos de Santiago, los puertorriqueños de Ponce, los chilenos de Santiago o los argentinos de Jujuy?».
Sí, es verdad, hay un código compartido. De no ser así nadie entendería lo que estamos diciendo aquí. Pero es arrogante y pretencioso el sugerir que hay una sola manera correcta de expresarse en español.
Incluso los 35 305 818 de hispanos que vivimos en Estados Unidos —según el censo de 2000— no nos ponemos de acuerdo sobre cuál es el español correcto. Posiblemente porque no existe. ¿Deben predominar las palabras y el acento de la mayoría mexicana (58 por ciento de los latinos), de los poderosos cubanos (3 por ciento), de los influyentes puertorriqueños (9 por ciento) o del resto de centro y sudamericanos (30 por ciento)?
Las cosas se complican cuando la misma palabra en español significa cosas distintas para los grupos que conforman esa invención de la Oficina del Censo de Estados Unidos llamado hispano. Darse un palo en Puerto Rico es tomar un trago. Darse un palo, entre cubanos, es una golpiza. Darse un palo en México, bueno, mejor imagíneselo usted Incluso las tareas más sencillas tienen su reto. Los chilenos dicen corchetera a lo que los cubanos llaman presilladora, los mexicanos engrapadora, algunos puertorriqueños clipeadora y los norteamericanos stapler.
Todo lo anterior apoya un argumento muy sencillo: el español que se habla en los Estados Unidos es un idioma vivo, cambiante, dinámico, sujeto a las influencias del medio y es una batalla perdida el tratar de resistirse o rechazarlo. Los latinos de Estados Unidos, en estos días, pueden aportar más al crecimiento del idioma español que la mayoría de los grupos de habla hispana.
El asunto no puede ser visto como una amenaza más del supuesto imperialismo lingüístico de los anglosajones sobre los hispanoparlantes. Lejos de eso, la forma de hablar de los hispanos refleja —y no puede ser de otra manera— la diversidad étnica y cultural de Estados Unidos.
Además, si se trata de influencias es fácil notar un proceso de latinización en Estados Unidos y más que de asimilación incuestionable de los grupos hispanos. La creciente población latina —producto de la inmigración y de los altos niveles de natalidad— está transformando la faz de Norteamérica.
Por mencionar sólo algunos ejemplos, en Estados Unidos se venden más tortillas que bagels y más salsa picante que ketchup; tanto la música como el béisbol —el pasatiempo nacional— están plagados de apellidos como Rodriguez (sin acento en la i), Nunez (sin la tilde de la ñ sobre la segunda n), Estefan y Lopez (también sin acento en la o); y la presencia de los latinos ha tenido un sorprendente desarrollo durante la última década en estados típicamente anglos como Arkansas, Carolina del Norte y Alabama y no sólo en Florida, Texas y California. Es decir, la influencia hispana es la que prevalece en Estados Unidos.
«Es la primera vez en la historia que una comunidad de origen distinto al estadounidense no ha tenido que pasar por el proceso de la olla podrida (melting pot) que es el de homologar sus costumbres a las de la población de habla inglesa para ser reconocidos como estadounidenses», aseguró hace poco el escritor peruano Mario Vargas Llosa en una entrevista con el diario El País. «Los hispanos no han tenido que perder su lengua ni su cultura para sentirse asimilados a la de los anglosajones; por el contrario, muchos han tomado una posición de defensa de esa cultura».
El español forma parte de la identidad cultural de los hispanos. Nueve de cada diez latinos hablan español en su casa. Lejos de desaparecer, el español está tomando fuerza: algunos de los programas de radio y televisión de más audiencia en ciudades como Los Ángeles, Miami y Houston, son en español y vencen en la batalla de los ratings a espacios similares en inglés. Pero ciertamente no se trata de un español puro ni de diccionario. Es probablemente el español más mezclado que se hable en el mundo, no sólo por las influencias del inglés, sino porque tiene tres orígenes fundamentales: México, Cuba y Puerto Rico.
En Estados Unidos hablamos un español muy madreado; por golpeado y porque hay muchas madres o fuentes del español que usamos. La homogeneidad en el uso de reglas, acentos y acepciones del español en Estados Unidos no es más que un sueño guajiro.
Mi propuesta es que se trata de un verdadero error y de una arrogancia supranacional el intento de conformar el habla de más de 35 millones de hispanoparlantes en un país anglosajón a las estrictas reglas de la Real Academia Española. En realidad, y es una pena decirlo así, pero muy pocos hispanos conocen dichas reglas en Estados Unidos. Y los que las conocen las ensalivan hasta dejarlas casi irreconocibles.
Lejos de resistir los cambios, la única verdadera opción es acogerlos. De hecho, la mayoría de los periodistas que llevamos décadas trabajando en la televisión en español en Estados Unidos hemos preferido informar de manera que se entienda (y con expresiones del espanglish, si es necesario) a intentar dar clases de un castellano lejano, ajeno, viejo.
Trabajo en una sala de redacción en Miami con periodistas de México, Cuba, Chile, Colombia, Venezuela, Puerto Rico, Honduras, España y Perú. Juntos sacamos al aire el Noticiero Univision que se ve en Estados Unidos y en 13 países de América Latina. El incremento de la población hispana —que ha crecido en un 60 por ciento en la última década— ha permitido que nuestro noticiero (así como muchos otros programas de radio y televisión en español) le gane en teleaudiencia a transmisiones similares en inglés en mercados clave como Los Ángeles, Miami, Nueva York, Chicago y Houston. En esa lucha estamos unidos. Donde nos dividimos es en el uso del español.
Diariamente batallamos con el español.
Los periodistas que hacemos el telediario somos, en su mayoría, inmigrantes. Y ante cada interrogante —¿cómo se dice esto?, ¿cuál es la mejor manera de explicar esta noticia?, ¿lo decimos en inglés o lo traducimos al español?…— tendemos a refugiarnos en nuestros países de origen. «En México se dice así» o «en Colombia nadie entendería eso» son reacciones frecuentes en nuestra sala de redacción.
Finalmente, después de un sinnúmero de batallas, de recorridos interminables por el manoseado y mugroso diccionario y de sufrir de úlceras intestinales, hemos adoptado una especie de español neutral que se entiende prácticamente en toda América Latina y, particularmente, entre los hispanos de Estados Unidos; el grueso de nuestra teleaudiencia.
El Noticiero Univision, con un nombre distinto, salió al aire por primera vez a partir del primero de junio de 1981 y a mí me ha tocado estar como presentador desde noviembre de 1986. Y no exagero al decir que se ha convertido en un punto de referencia para periodistas y políticos de América Latina y para la enorme comunidad hispana e inmigrante de Estados Unidos. Por eso, lo que decimos o hacemos tiende a multiplicarse; no sólo a nivel noticioso, sino también a nivel lingüístico.
No me queda la menor duda de que el gran alcance satelital que tenemos, los recursos económicos y tecnológicos de la quinta cadena más grande de Estados Unidos y la verticalidad de nuestras prácticas periodísticas, han permitido que influyamos cultural y políticamente en los lugares a los que llegamos. Sin embargo, nuestra prioridad siempre ha sido dar noticias relevantes y no cátedra de español.
Pero tampoco es para asustarse. Nuestro noticiero —creo— puede competir con cualquiera en el mundo en cuando a calidad, información y utilización del idioma. Aunque, es cierto, nos damos muchas más libertades que los telediarios producidos en España y América Latina. De nuevo, nos comunicamos en un español gramaticalmente correcto, pero estamos abiertos de par en par a las influencias del espanglish.
Pero tampoco es para asustarse. Nuestro noticiero —creo— puede competir con cualquiera en el mundo en cuando a calidad, información y utilización del idioma. Aunque, es cierto, nos damos muchas más libertades que los telediarios producidos en España y América Latina. De nuevo, nos comunicamos en un español gramaticalmente correcto, pero estamos abiertos de par en par a las influencias del espanglish.
Frecuentemente tenemos el dilema de informar en un español formal al público latinoamericano o refugiarnos en el inglés y el espanglish para que nos entiendan quienes viven en Estados Unidos. Y, por lo general, optamos por esta segunda opción. La razón es muy sencilla: nuestra prioridad es el mercado latino de Estados Unidos; es, finalmente, el que paga nuestros salarios. Los latinoamericanos son, en este caso, los primos arrimados.
A pesar de que la mitad de nuestro noticiero se dedica a noticias de América Latina, nuestros párrafos están semiplagados de anglicismos, de estructuras gramaticales más cercanas al inglés que al español y de palabras que, a veces, pocos pueden entender más allá de las fronteras con México y Canadá. Nuestro noticiero es el inevitable resultado de un equipo de periodistas latinoamericanos trabajando en un país anglosajón. Y sea positivo o no para el futuro del español en la sociedad de las comunicaciones, lo que hacemos en Estados Unidos se repite con sorprendente frecuencia en México y los países a los que llega la huella de nuestro satélite en Centro y Sudamérica.
Cuando viajo y veo la televisión en América Latina noto con asombro cómo algunas de las frases, imágenes y hasta las formas de presentar las noticias en Estados Unidos tienen su copia al sur de la frontera. No hay nada nuevo en este sentido: no existe un nuevo orden informativo y las noticias siguen fluyendo, irrestrictas, de norte a sur. Así, el español mal hablado que practicamos en Estados Unidos está contagiando palabra por palabra al resto del continente.
Y desde luego no sólo somos nosotros. El principal promotor del español chamuscado, quebrado, herido y sobado es la Internet. La poca o mínima influencia que los medios de comunicación en español en Estados Unidos han tenido en el resto del hemisferio es una pálida sombra ante el torrente digital de la Internet.
Escuchemos algunas nuevas palabras del ciberespañol citadas recientemente por el diario The New York Times: la web, cibernauta, el site, el maus, hacer click, taipear, imail, emilio, imailiar, forwardear, el atachment, la windo, accesar, el databais, el lodeador, chatear, brainstormear, deletear, resetear...
La globalización de la información está generando todos los días nuevas palabras y formas de comunicarnos en español. Intentar parar este torrente sería equivalente a que un portero tratara de detener diez balones disparados al mismo tiempo desde la línea del penalti. Probablemente podría rozar una o dos pelotas y quizás uno que otro disparo saldría de la portería, pero la mayoría de los tiros va a ser gol. Evitar el contagio del español de otros idiomas y mezclas lingüísticas es, también, como intentar detener el empuje de un río con una coladera.
Eso mismo está ocurriendo con el español todos los días; está engordando y enriqueciéndose con la Internet, con las nuevas tecnologías, con el contagio de otras lenguas, con la televisión hispana en Estados Unidos, con los periodistas que necesitan encontrar formas nuevas de atraer audiencias dominadas por el control remoto.
Es estúpido poner al español a dieta lingüística. Sólo nos queda abrazar la diversidad. El español global no puede, no debe, enfermarse de bulimia.
El filósofo mexicano José Vasconcelos escribió en 1925 que «el fin ulterior de la historia… es lograr la fusión de los pueblos y las culturas». Y uno puede coincidir con este dictamen aun cuando la idea vasconceliana de una raza cósmica («hecha con el tesoro de todas las anteriores») haya sido desechada más tarde, incluso, por su mismo autor.
Pero lo que Vasconcelos sí tenía muy claro es que el futuro de la humanidad estará marcado por la fusión y síntesis de las culturas. Las culturas que han luchado por mantenerse puras tienden a cometer los mayores excesos y a caracterizarse por la violencia, el racismo y la discriminación. En cambio, cuando una nación acepta su condición multiétnica y multicultural, la tolerancia —y con ella los espacios para crecer— es lo que reina.
La caída del muro de Berlín en 1989 resultó ser una extraordinaria analogía en un mundo que dejaba el sistema bipolar de la guerra fría para entrar en una nueva era de globalizaciones. Lo que marca esta era es la caída de los límites y barreras tradicionales —comerciales, políticas, culturales— y la tendencia a ver los problemas del mundo —pobreza, contaminación del medio ambiente, racismo…— de una manera global. Esta visión carga, también, sus desventajas. Pero, nos guste o no, es la visión que prevalece.
Nunca antes en la historia del mundo han existido tantos inmigrantes —150 millones—, tanto turismo y tantos acuerdos comerciales a nivel internacional. Nunca antes las comunicaciones y las nuevas tecnologías —telefónicas, en la aeronáutica, en la computación digital— se habían acercado tanto. Las barreras han caído de manera tal que la tan usada frase de Marshall McLuhan del mundo como una «aldea global» es ahora un triste lugar común.
Vivimos en la época de la diversidad, del mestizaje, de la globalización. Ningún pueblo puede sobrevivir sin la coexistencia con otros. Y de la misma manera, ninguna lengua puede sobrevivir sin estar sujeta a influencias externas. Ni siquiera una tan fuerte como el español. Hoy menos que nunca, ninguna nación, ningún idioma, puede marcar sus fronteras o pretender vivir en un vacío.
Así, el periodista que trabaja en español está expuesto, o más bien, inmerso en un mundo donde el cambio es la constante y la diversidad —cultural, lingüística, racial— es la norma.
La globalización, desde luego, tiene su equivalente en el periodismo. Así como la democracia se ha mundializado y la apertura de los mercados es un fenómeno internacional, los periodistas también estamos viendo desaparecer muchas barreras. Y con cada barrera o frontera que desaparece convergen dos o más mundos. Eso es lo nuevo en el periodismo moderno: las convergencias, las mezclas.
Me explico. Antes había una clara diferenciación entre noticias nacionales e internacionales. Ya no. Antes los periodistas trabajaban para un solo medio de comunicación. Ya no. Antes el periodismo estaba claramente separado del entretenimiento y de las preocupaciones por las ganancias en los medios de comunicación. Ya no. Antes bastaba un idioma para informar. Ya no.
Y al español no le queda más remedio que adaptarse a estas convergencias. Las mezclas, las fusiones, la caída de muros y barreras, obligan a una enorme atención y apertura para que el idioma que utilicemos sea efectivo y comunique.
Los periodistas que trabajamos en español nos enfrentamos a una nueva era de convergencias. Vamos una por una.
a) La convergencia de las noticias nacionales e internacionales
La globalización de la economía y la democracia, las migraciones, el turismo y las nuevas tecnologías en las comunicaciones están borrando las fronteras. Cuando los líderes de las ocho naciones más poderosas discuten en Génova, Italia, el calentamiento de la tierra, la crisis del sida, la pobreza mundial y el control del armamento nuclear, eso es noticia en Timbuktu, Tlalnepantla y el Tibet. Cuando el presidente de México, Vicente Fox, negocia un acuerdo que beneficie a millones de indocumentados en Estados Unidos eso es noticia en Homestead y Jalisco. Cuando Castro se desmaya en La Habana es noticia igual en Miami que en Beijing. Y cuando la economía de Argentina se descalabra es noticia también donde viven sus compadres del Mercosur. Las antiguas diferencias de noticias locales, nacionales e internacionales son cada vez menos claras.
b) La convergencia de medios de comunicación
Ahora es frecuente ver que un periodista que trabaja en televisión haga comentarios por radio y escriba para algún diario y la Internet. Los dueños del Chicago Tribune tiene en la misma sala de redacción a reporteros que escriben para el diario y su periódico cibernético, informan para un canal de televisión local y son entrevistados en la radio. Y en el diario Orlando Sentinel los periodistas trabajan indistintamente en un canal de televisión por cable, en un sitio de la Internet y en la radio en una operación continua: 24 horas al día siete días a la semana. El futuro —y el presente ya en algunos lugares— es el periodista integral, el periodista multimedios.
c) La convergencia del periodismo, entretenimiento y los negocios
«El buen periodismo no tiene por qué ser aburrido», declaró hace unos días el nuevo presidente de CNN. Tiene razón. El periodista que diga que no le importan los ratings, los tirajes, las visitas únicas en Internet o la radioaudiencia miente o vive en otro mundo. Hace mucho terminó la época en que el periodismo era considerado únicamente un servicio público. El periodismo hoy en día tiene que ser redituable económicamente para sobrevivir. Noticiero que no se vea, periódico que no se lea, programa radial que no se escuche —independientemente de su calidad— está condenado a desaparecer. Pero éste es un terreno propicio para los amarillistas y seudoperiodistas. El infotainment (la mezcla de noticias con entretenimiento) está de moda. Es el camino fácil; explotar el crimen, cubrir accidentes, lo grotesco, lo trivial, crear drama y sacar de contexto. Ahí están como mal ejemplo la persecución a O. J. Simpson, la muerte de la princesa Diana y la obsesión con las becarias Mónica Lewinsky y Chandra Levy. Lo profesional es, en cambio, informar sobre lo que es relevante para una sociedad sin aburrir. El buen periodismo puede ser un buen negocio también. Y si no, pregúntenle a la gente del The New York Times.
d) La convergencia de los pueblos y los idiomas
Un idioma no basta en un mundo globalizado. Un periodista que no pueda meterse a investigar en la Internet —donde la inmensa mayoría de los sitios está en inglés— está perdido. Y en un mundo de mezclas, como el nuestro, hay que saber brincar de una cultura a otra sin pensarlo mucho. Un caso: Estados Unidos, con 35 millones de hispanos, se está latinizando. Y el español que se habla en Estados Unidos está plagado de anglicismos y de espanglish. La pureza se perdió hace rato. El periodista contemporáneo tiene que aprender a trabajar con la diversidad étnica, racial y lingüística.
Estas cuatro convergencias —unas más nuevas que otras— se están convirtiendo en un verdadero reto para nosotros los periodistas. Y el español debe, necesariamente, reflejar este nuevo mundo informativo en el que nos movemos los comunicadores.
Me cuelgo ahora de la convergencia de pueblos e idiomas, de la diversidad cultural que marca este nuevo siglo y de las huellas que dejan inmigrantas, turistas y viajeros, para regresar al tema del espanglish. El espanglish es mezcla y es cambio. Y está más vivo que nunca. Atacarlo, lejos de herirlo, lo fortalece.
En Estados Unidos se entiende mejor greencard que tarjeta de residencia. (Incluso una profesora chilena de la Universidad Internacional de la Florida proponía que se escribiera grincar, tal y como se pronuncia, y que nos olvidáramos de problemas). Para quienes utilizan los beneficios del welfare, el medicaid o el unemployment es más fácil referirse a una palabra en inglés que a una extensa e incomprensible explicación en español.
Luego, por supuesto, están esas maravillosas y polémicas mezclas del espanglish que se han apoderado del habla. Ganga es una oferta en México, pero en las calles del este de Los Ángeles nadie confundiría a una pandilla con la oportunidad de comprar barato. La mayoría de los inmigrantes en Texas, Arizona y California saben que el bordo o el borde queda al sur, aunque no hayan tenido que cruzar ilegalmente la frontera. Tener sexo es usado frecuentemente en lugar de hacer el amor; sin embargo, quien lo tiene casi nunca se queja de las palabras. Hacer lobby es tan usado como cabildear. Surfear es mas fácil que correr tabla o tontear en la Internet. Ambientalista es más corto y directo que defensor del medio ambiente. Sexista no aparece en muchos diccionarios, pero es un término mas amplio que machismo. Y soccer busca reemplazar a futbol.
Un prominente miembro de la Real Academia dijo en el pasado congreso de la lengua en Zacatecas, Mexico (1997) que el espanglish era una afrenta al español. Con todo respeto, pero no sabe de lo que está hablando. No es una afrenta ni un obstáculo; es un nuevo cauce por el que crece el español.
El recientemente fallecido escritor mexicano Octavio Paz fue un poco menos insensible a las influencias culturales de los hispanos, pero cuando le pregunté en Miami si era correcto utilizar el espanglish, me contestó: «Yo no creo que sea correcto o incorrecto; es fatal (…) estas formas mixtas son formas transitorias de comunicación entre los hombres».
¿Formas transitorias? Sin duda. Pero no por ello puede negarse su influencia, real y definitiva, en la forma de hablar de millones de hispanoparlantes. El espanglish es hoy más popular que nunca, empujado sin duda por la Internet.
Más críticas
El profesor Roberto González-Echeverría, profesor de literatura hispana y comparativa de la Universidad de Yale dice, en un reciente artículo publicado por el diario argentino El Clarín, que «el spanglish es una invasión del español por el inglés» y que plantea «un grave peligro a la cultura hispánica y al progreso de los hispanos». Añade González-Echeverría: «La triste realidad es que el spanglish es básicamente la lengua de los hispanos pobres, muchos de los cuales son casi analfabetos en cualquiera de los dos idiomas (…) algunos se avergüenzan de su origen e intentan parecerse al resto usando palabras inglesas y traduciendo directamente las expresiones idomáticas inglesas».
No coincido en absoluto con el profesor de Yale. El espanglish no plantea ningún peligro a la cultura hispana. Por el contrario, es un reflejo de la latinización de Estados Unidos y producto del crecimiento de la población de origen hispano. Lejos de amenazar a esa cultura que tanto preocupa al profesor, el espanglish proyecta a sus miembros hacia fuera y los da a conocer; los refuerza.
Tampoco es cierto que el «spanglish es una lengua de los hispanos pobres, muchos de los cuales son casi analfabetos». No. El espanglish se habla por igual entre latinos pobres que entre hispanos con doctorados. Basta escuchar a algunos de los principales ejecutivos latinos en las grandes empresas norteamericanas para corroborar que el espanglish se ha colado en todos los sectores económicos. Lo que sí es probable es que en los sectores menos favorecidos económicamente no exista la misma conciencia del uso del espanglish que se da en otras capas con mayores posibilidades educativas.
Ilan Stavans es probablemente la persona que más a fondo ha estudiado el fenómeno del espanglish. Sus enemigos le llaman «el destructor del idioma español». Pero Stavans, profesor del Amherst College de Massachussetts, lejos de destruir se ha dedicado los últimos tres años a construir un diccionario del espanglish con mas de 6 mil palabras.
«Hablar de mantener la pureza del idioma español en los Estados Unidos es utópico», me dijo Stavans en una entrevista. «Los puristas quieren mantener un español congelado en el tiempo, como si los idiomas no se transformaran».
—«¿Qué es el espanglish?» —le pregunté al profesor de 40 años nacido en México.
—«El espanglish no es un idioma», me contestó. «Tampoco está a nivel de dialecto, aunque está en proceso de convertirse en dialecto. Es un slang o una jerga».
Ilan Stavans está convencido que «estamos siendo testigos de un fenómeno verbal sumamente creativo y que nos hace repensar la manera en que el mismo español se desarrollo a lo largo de los siglos».
El espanglish se remonta a 1848 (al Tratado de Guadalupe Hidalgo), cuando México perdió más de la mitad de su territorio frente a los Estados Unidos. Fue ahí que grupos de mexicanos se encontraron viviendo, de pronto, en unas tierras controladas por los norteamericanos y se tuvieron que enfrentar a un idioma y a una cultura que no era la suya. Según Stavans, el fenómeno del espanglish se intensifica en la guerra hispano-americana cuando España pierde Cuba y Puerto Rico ante los estadounidenses.
Con la retirada de España del continente americano, el español en sus formas más puras se vio bajo ataque. «No es un fenómeno que se limita a los Estados Unidos», me dijo Stavans. «El espanglish incluye muchas palabras colombianas, venezolanas… y de hecho el espanglish no es lo mismo para mexicanos, cubanos y neoyorriqueños». A pesar de todas sus variaciones —dependiente de distintos grupos étnicos y lugares donde se habla— no fue sino hasta la segunda mitad del siglo xx que surge la conciencia del espanglish como algo único, que no es ni inglés ni español.
Y ahora, no cabe la menor duda de que el espanglish llegó para quedarse. «En la misma panza del imperio hablamos espanglish», observó el profesor. «Y lo habla igual la gente educada que la menos educada». Es cierto. He escuchado a abogados y doctores hablar espanglish con sirvientas y personal de limpieza; políticos y funcionarios en Texas y California y Arizona constantemente usan el espanglish para comunicarse con sus votantes más pobres.
El espanglish ya ha infiltrado todas las capas de la población latina en los Estados Unidos y como periodista que lleva casi dos décadas en este país tengo que reconocer que muchas veces es mas fácil utilizar una palabra que no es ni del inglés ni del español con el objetivo de comunicarse e informar de manera mas rápida y eficiente.
«Ya somos mas hispanos en Estados Unidos que la población entera de España. Me parece ridículo que esta gente de la Academia crea que lo único que hay que hacer es olvidar lo que hablamos y tratar de imponernos un idioma ajeno», apuntó Stavans. «Por décadas los círculos académicos han visto al espanglish como una deformación y una prostitución de la lengua. Lo que yo propongo es que ya no es posible verlo en un tono tan negativo».
«Yo no soy profeta, pero creo que el espanglish no está desapareciendo», me dijo Stavans cuestionando la conclusión de Octavio Paz del espanglish como una forma transitoria de comunicación. «No creo nada improbable que dentro de 200 o 300 años se escriban grandes obras en espanglish».
La última palabra sobre el espanglish la tienen, desde luego, los más de 35 millones de personas que lo hablan todos los días y los millones más que lo emilean por la web.
Camilo José Cela en ese mismo congreso de Zacatecas dijo que «la lengua es un torrente perramente en ebullición, todo lo contrario a una laguna de aguas estancadas». O, como otros decían en aquella ocasión, el español no cabe en su piel. Son totalmente infundados los temores de que el español está siendo invadido o que corre el riesgo de desaparecer. El español es el segundo idioma más hablado en el mundo como lengua materna, después del mandarín. El inglés es el tercero.
Ante las nuevas convergencias en las comunicaciones, la globalización, los embates de la Internet y el espanglish, el español no puede más que fortalecerse. Se debilitaría si lo guardáramos como reliquia en una cajita de cristal o lo repitiéramos como pericos de diccionario. Pero el español, como una lengua vivísima, se construye (y valga la redundancia) en nuestras lenguas gastadas y pastosas, no en sesiones de exorcismo lingüístico.
La Real Academia de la Lengua Española tiene el gran reto de hacer click en la actualidad y dejar atrás la era en que las palabras estaban secuestradas por unos pocos en los frascos de tinta. La lección del latín clásico y el latín vulgar está ya muy manoseada por la historia. Pero vale la pena recordar que fue el latín vulgar —el desdeñado por las élites, el que se hablaba en la calle, el que se embarazaba de otros idiomas y abortaba las imposiciones de los leguleyos— el que sobrevivió.
El español que se hablará en el futuro, el que ya se asoma en la sociedad de las comunicaciones, es el de todos los días, el embarrado de errores gramaticales y ortográficos, el picoteado por los anglicismos y las contracciones de la cibernética, es el español mal hablado. El español mal hablado puede ser criticado por romper las tradiciones, por ser champurreado entre las clases menos educadas, por denotar mezclas y escupir la pureza, y por indignar a los que viven de corregirle la lengua a los demás. Pero, al final, es el único que se escuchará en las plazas públicas y en la televisión, que es la más pública de las plazas.
Después de todo, en la vida como en la lengua, el que sobrevive gana. Ésa es la única regla que cuenta.
(Publicadas con la autorización del profesor Ilan Stavans; las traducciones al español son mías).
Espanglish | Español | Inglés |
---|---|---|
antibaby | píldora anticonceptiva | birth control pill |
ancorman | presentador de noticias | tv news personality |
babay | adiós | bye-bye |
beseler | éxito de librería o de ventas | best-selling item |
brainstormear | considerar ideas | to think intently |
brode | hermano, amigo | pal, friend |
cibernauta | usuario de la Internet | web navigator |
databais | base de datos | database |
drinquear | beber | to drink |
estufiar | inhalar drogas | to sniff drugs |
fletera | coqueta | female flirt |
guachear | observar con cuidado | watch out |
gufear | bromear | to joke, to kid |
hood / hud | barrio | neighborhood |
imail | correo electrónico | |
imailiar | enviar correo electrónico | to send e-mail |
jaina | cariño | honey, sweetheart |
kenedito | traidor | traitor (from J. F. Kennedy) |
lis | renta | lease |
lobi | cabildear | lobby |
lonchear / lonche | almuerzo | to lunch |
llegue | golpe | hit, punch |
maicrogûey | horno de microondas | microwave oven |
maus | elemento de computadora | computer mouse |
mopa | trapear | mop |
mula | dinero | money |
nerdio | estudioso / tímido | nerd |
parisear | festejar / ir a una fiesta | to hand around parties |
pimpo | padrote | pimp |
printear | imprimir | to print |
queki / queque | pastel | cake |
ringuear | llamar por teléfono | to ring |
sochal | número del Seguro Social | Social Security number |
taipear | teclear | to type |
tiquetero | vendedor de boletos | ticket seller |
troka | camión | truck |
ufo | ovni | unidentified flying object |
víbora | pene | penis |
vate | agua | water |
wachear | ver / observar | to watch |
yanitor | empleado de limpieza | janitor |
yoguear | trotar | to jog |
yuca | cubanoamericano | young urban cuban american |
Fuente: Hopscotch 1:1 Duke University Press. |