Eufemismos y disfemismos en los periódicos españoles Bernardino Martínez Hernando
Editorialista y cronista cultural. Madrid (España)

En estos casos, el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) es un buen guía:

Eufemismo. manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante.

Disfemismo. modo de decir que consiste en nombrar una realidad con una expresión peyorativa o con intención de rebajarla de categoría.

Un buen guía. Pero no basta. El desarrollo social del lenguaje se encarga de matizar mucho ambas definiciones. Así, el eufemismo, muchas veces, no es sino un mal modo de decir de forma enrevesada, pretenciosa o ridícula lo que podría decirse de forma clara y directa. Sin ofender a nadie en su recto y sano juicio. Y el disfemismo puede ser la fórmula de llamar por su nombre una realidad, sin tapujos ni oscuridades. Si la realidad es fea o molesta puede molestar a alguien su enunciado, pero eso no tiene por qué indicar ni sentido peyorativo ni intención de rebajarla de categoría.

Eufemismo y disfemismo son recursos léxicos por los que, en el caso del eufemismo, se evitan palabras que designen de forma directa algo prohibido (tabú), molesto, vergonzoso o inconveniente, sustituyéndolas por otras permitidas, agradables, decentes, oportunas.

En el caso del disfemismo, se emplean las palabras que designan directamente realidades aunque estén prohibidas, o sean molestas, vergonzosas e inconvenientes.

En ambos casos hay que hacerse algunas preguntas fundamentales: ¿por quién, para quién o por qué son esas realidades prohibidas o permitidas, molestas o agradables, vergonzosas o decentes, oportunas o inconvenientes?

No hace falta ser un lince para darse cuenta de hasta qué punto puede haber una utilización interesada, política, dominadora…, indecente, de estos recursos del habla. Y hasta qué punto podemos ampararnos en la limpieza de las palabras sin parar mientes o no queriendo pararlas en la suciedad de las realidades que las palabras reflejan. Un chiste periodístico del humorista Summers, publicado en el diario ABC de Madrid (1-VIII-1991, p. 30) resume y ejemplifica esta hipocresía: mientras los aviones lanzan bombas y vuelan por los aires cuerpos de hombres destrozados, la paloma de la paz, herida, vendada y con muleta, pero conservando todavía la rama de olivo en el pico, se aleja de la escena diciendo: «¡Iros todos a la mierda!».

Y si eufemismo es decir bonito lo feo y disfemismo es decir feamente lo feo o rebajar lo bonito o… ¿cuál sería, cómo llamar al modo normal del habla que no es eufemismo ni disfemismo? ¿O será que, sin saberlo, nos estamos siempre moviendo entre eufemismos y disfemismos y sólo los acusamos cuando el habla se resiste a ser manejada a nuestro antojo egoísta?

Quizá sea el habla limpia y directa un módulo poco frecuentado de decencia privada y pública.

Desde hace dos siglos, los periódicos recogen y alimentan el idioma y en ellos podemos descubrir las mejores riquezas y las mayores miserias de los hablantes. Eso intentamos hacer aquí, limitándonos a los eufemismos y disfemismos como síntoma de comportamiento lingüístico y humano. Y limitándonos a algunos espacios temporales de publicación de periódicos.

Entre los posibles espacios-clave en la historia de los periódicos españoles escogemos estos tres:

  1. La primera mitad del siglo xix, en que la invasión napoleónica y el absolutismo fernandino posterior, con las insólitas Cortes de Cádiz como intermedio, crean una zona espectacular de glorias y miserias en la que viven algunos de los grandes periodistas de siempre: Larra, Mesonero Romanos, Estébanez Calderón…
  2. El final de la primera mitad del siglo xx, con la guerra civil y el subsiguiente franquismo (hasta los cincuenta), en los que se condensan las más comprometidas circunstancias de manejo de la información al servicio del poder, casi como en reviviscencia del absolutismo fernandino. Durante la guerra, manejo por ambos bandos y, en el franquismo más duro, por la censura.
  3. Finales del siglo xx y principios del xxi, con la más larga democracia disfrutada por los españoles, en libertad con relación al poder político y en inevitable sumisión al poder económico: los grandes periódicos son tan caros que sólo las grandes empresas pueden soportarlos. La proliferación disparatada de periódicos del siglo xix ha sido sustituida por un puñado de empresas que editan todos los periódicos.

En cada uno de estos espacios se produce una particular utilización de eufemismos y disfemismos: cada espacio señalado tiene expresiones predilectas, sus fórmulas para disfrazar lo que no se quiere decir claramente (eufemismo) o para escarnecer lo que se dice (disfemismo). Todo condicionado por el tipo de sociedad en la que se produce y que hace a estas fórmulas lingüísticas pasto muy querido de la sociolingüística.

1. Primera mitad del siglo xix

El primer diario español (Diario noticioso, curioso-erudito, y comercial público, y económico) apareció en Madrid el 1 de febrero de 1758, fundado por D. Francisco Mariano Nipho y Cagigal (1719-1803). Estaba cargado de eufemismos en su artículo primero, de los que puede ser ejemplo este párrafo final (respetamos la grafía original): «La Omnipotencia Divina, Minerva infinitamente mas fabia que la de Athenas conferve el entendimiento de V. libre de las fombras de la preocupacion; y á mí me dé para fervir a V. acierto, y falud». En el artículo segundo se deslizaba algún leve disfemismo: en una especie de anuncio se dice que «hace falta una Criada que fepa cofer bien, aplanchar con limpieza, y guifar sin porqueria…».

Gaceta de Madrid, el primero y más duradero periódico español (1661), suele venir cargado de eufemismos. Pero también de disfemismos, según haga al caso. En el número original que tengo delante de 16 de abril de 1825, es fácil descubrir enseguida algunos que pueden servir de ejemplo: el incendio que por entonces destruyó la basílica de San Pablo en Roma es descrito así: «Este magnífico templo (…) fue consumido inopinadamente…». A una misa pontifical en Toledo «asistieron SS. MM. AA. con aquella devoción y ternura que en los actos religiosos tanto les distingue». Los reyes eran, recordémoslo, Fernando VII y Josefa Amalia, en plena ominosa. El pueblo toledano que los recibe «esperaba con ansia la venida» y los recibe «con aclamaciones, regocijos y alegres vivas de un inmenso consurso que así expresaba el sumo gozo de que estaba animado… todo manifestaba el espectáculo más tierno e interesante en un pueblo que no conoce límites en el amor y lealtad a su SOBERANO… un júbilo continuo ha ocupado a los habitantes de esta ciudad… no habiéndose advertido el más mínimo desorden ni descompostura en todo el tiempo que han permanecido…». Distinguir entre eufemismo y desinformación no siempre es fácil: suele equivaler, aunque proceda de raíces distintas.

El lenguaje cambia cuando se trata de describir lo que está pasando en las naciones americanas que han conseguido su independencia. Los periódicos liberales, según Gaceta, alardean de la prosperidad de aquellas naciones. Gaceta llama a eso sofismas y arguye que esos países «no dan de comer a los oficiales españoles prisioneros que prefieren la cautividad a prestar juramento de no tomar las armas contra los independientes». Y estos moderados disfemismos se hacen crudos y violentos cuando se refieren a un crimen ocurrido en Oporto. El texto se llena de palabras como espantoso, impiedad, perversidad, horrible, terror, pestífero, pavoroso y lamentable, indignación y venganza, monstruos, infame y horroroso crimen..., para pasar enseguida a describir con todo lujo de detalles el estado terrible del cadáver.

Estamos, por tanto, ante un fenómeno lingüístico que supone el manejo interesado de las palabras según favorezcan a quien las maneja y perjudiquen a sus contrarios.

La primera mitad del siglo xix es época ideal para el estudio de este fenómeno lingüístico, aunque ahora nos sirva, sobre todo, como punto de referencia para el estudio de eufemismos y disfemismos en nuestra época.

Pérez Galdós resumió muy bien el aspecto disfemístico de la prensa española de aquel tiempo:

Poseíamos una Prensa insolente y desvergonzada cual no se ha visto nunca. Todos los excesos de hoy son donaires y galanuras comparadas con las bestialidades groseras de El Zurriag, de Madri, y El Gorro, de Cádiz. Los insultos del primero encanallaban a la plebe. Nadie se vio libre de la inmundicia con que rociaba a los ministros, a los diputados moderados, a las autoridades todas…1

Basta citar el nombre de algunos periódicos de entonces, disfemísticos en sí mismos, para hacerse una idea aproximada de lo que Galdós quería decir: El Zurriago, El Fisgón, El Garrotazo, El Látigo, La Manopla, El Pescozón Exaltado, El Terrible para Todos, El Acusador Público, El Amolado, El Martillo, El Trabuco, La Trompeta del Juici, El Lagarto, El Cínife, La Abeja, Palo de Ciego, El Criticón, El Jorobado, El Ladrón2

Hay un olvidado periodista que es paradigma de aquel mundo abigarrado en el que eufemismos y disfemismos eran el arma lingüística del periodismo militante: José M.ª Carnerero (difícil y peligroso apellido). Su hermano Mariano, que trabajó con él, lo hizo como segundón, sin protagonismo especial. Carnerero, uno de cuyos periódicos (fundó, dirigió y colaboró en infinidad de publicaciones, la Gaceta entre ellas) es calificado por el propio Galdós como «agridulce, como todos los suyos, pastelero y anfibio, sin contentar a nadie»,3 es descrito por los historiadores de hoy como «hábil periodista (…) una especie de camaleón político, un caso pasmoso de adaptación al medio. Su pluma se orientaba, como el girasol, hacia la luz que irradiaba el poder».4 Fue afrancesado, fernandino, liberal, absolutista, lo fue todo por su orden y según conviniera. No era torpe, sólo era un sinvergüenza (¿es esta última palabra un disfemismo?). Y de todas sus cambiantes ideas fue dejando huellas lingüísticas, eufemismos y disfemismos, según soplara el viento. Por centrarnos en la imagen real y simbólica de Fernando VII, de él y su Real Casa escribió Carnerero lo siguiente: «La polilla que come la casa política de Fernando se reduce a varias castas de avechuchos…». «Feliz yo si las páginas de esta obra logran merecer el agrado de Vuestra Majestad, que, unida al más querido de los Monarcas, es ornamento precioso de su esclarecido Trono y, cual su Esposo Augusto, escudo de las Ciencias y de las Artes y objeto del amor público…».5

Naturalmente, entre ambas frases media un abismo: el que tardó en recorrer Carnerero desde su afrancesamiento antifernandino al fernandinismo más untuoso. Un abismo, pero —rectificamos— fácil de salvar para este camaleónico personaje.

Antonio Flores (1831-1866) en su monumental y poco recordado Ayer, Hoy y Mañana, hace muy inteligentes parodias de los periódicos de entonces; entre ellas, inventa y explica dos títulos de perfecta representatividad: El Ventilador y El Incensario.6 El primero se dedica a insultar al Gobierno (todavía hoy, en lenguaje político, se dice «utilizar el ventilador» para denunciar la extensión interesada de acusaciones); el segundo a alabarlo. Eufemismo y disfemismo elevados a función profesional.

El argentino Sarmiento dio un paso más en una histórica y tremenda identificación: «El desenfreno de la Prensa en 1820, devolvió a la España a Fernando VII, sin máscara constitucional, tal como lo había abortado la naturaleza, déspota, cobarde, receloso y suspicaz…».7

El insulto feroz y la alabanza desmesurada, cada cual pro domo sua, puede ser el resumen de los eufemismos y disfemismos característicos de esta época. No olvidemos que Larra ya había avisado «…que la lengua es para un hablador lo que el fusil para el soldado; con ella se defiende y con ella mata…».8

2. La guerra civil y el franquismo (siglo xx)

Marcada por la guerra civil de 1936 y el franquismo que la sigue, la sociedad española y sus periódicos adaptan el lenguaje a las circunstancias terribles en las que viven. De los periódicos de la guerra tenemos un luminoso ejemplo: el diario ABC que se editó en los dos bandos al mismo tiempo, en Madrid y Sevilla, y en cada uno de ellos como propiedad de la respectiva fuerza dominante. De modo que hubo un mismo periódico bifronte, cuya publicación antológica y facsímil, muchos años más tarde,9 nos permite comparar los mismos hechos tal como se convertían en noticia en cada uno de los bandos en liza. El juego de eufemismos y disfemismos, no por conocidos y repetidísimos desde siempre, resulta menos pintoresco. Baste un ejemplo: el 31 de diciembre de 1937 contaban así uno de los episodios más famosos, el cerco de Teruel por las tropas republicanas.

Titulaba ABC de Madrid (republicano):

El Ejército faccioso, con desesperado esfuerzo y acumulando todo género de elemento, sigue atacando nuestras posiciones del cerco de Teruel, pero sin lograr infiltrarse hacia la plaza. En la población sólo quedan dos focos por reducir.

Titulaba ABC de Sevilla (franquista):

Las gloriosas tropas españolas coronaron ayer tarde su marcha triunfal, levantando el cerco de la heroica ciudad de Teruel.

(De todas formas, nada que ver con los partes de guerra alemanes durante la segunda guerra mundial, que llamaban a la retirada «avance elástico sobre la retaguardia». Qué hallazgo. Y eufemismos aparte, ABC de Sevilla se equivocaba: no sólo no se levantó el cerco republicano a Teruel, sino que Teruel se rendiría siete días más tarde.)

La prensa de guerra, en todas partes, ya se sabe que sólo es un cúmulo de intencionadas noticias, cada una a favor de quien la publica. Sin embargo, el primer gran eufemismo de la guerra civil española del 36 corrió a cargo del bando autollamado nacional, al proclamar a su guerra cruzada.10 A cambio, los republicanos utilizaban para sus contrarios el adjetivo faccioso, que poco se ha usado desde entonces y que encierra en su estricto y justo significado (‘perteneciente a una facción’) un matiz despectivo fonéticamente cercano a fascista, el segundo adjetivo en uso republicano contra los nacionales.

El franquismo subsiguiente a la guerra, y que en su mayor dureza llega hasta mediados los años cincuenta, ha sido bien estudiado tanto en sus aspectos de eufemismos obligados (consignas), como de disfemismos tachados hasta en sus menores indicios (censura). 11 Sólo podemos hacernos eco de ese riquísimo material lingüístico que hoy suena a comedia bufa, pero que entonces rondó demasiadas veces el peor drama.

a) Eufemismos

La palabra obrero, de sabor republicano y libertario, fue enseguida sustituida por trabajador y productor. El Fuero del Trabajo, una de las primeras disposiciones del franquismo (1938), elevada luego al rango de Ley Fundamental del Reino, da una sutilísima definición del trabajo en la que no cabe el término obrero y que en sí misma es un eufemismo: «(trabajo) es la participación del hombre en la producción, mediante el ejercicio voluntariamente prestado de sus facultades intelectuales y manuales, según la personal vocación, en orden al decoro y holgura de su vida y al mejor desarrollo de la economía nacional» (tiene su gracia el hecho de que, muchos años más tarde, en septiembre de 1971, el Congreso de la Confederación de Sindicatos suecos aprobara la supresión del término obrero para sustituirlo por prestador de trabajo).

Nos vamos a fijar en el detalle del detalle que con un solo ejemplo revela la estruendosa y ridícula batalla en torno al lenguaje. La censura franquista obligaba al eufemismo e impedía cualquier atisbo no ya de disfemismo, sino de visión de la realidad. Trataba de negar la realidad a golpe de palabrería. Sin embargo, desconfiaba del eufemismo y llegaba a temer (lógicamente, por lo demás) que bajo las bonitas palabras se escondiera alguna dura realidad y ésta pudiera ser notada por alguien.

El 11 de marzo de 1944, un censor hace su resumen de incidencias y dice que «queda en consulta interior: Un artículo de A. B. C. (sic) titulado “El lobo y el conejo” por si (…) la fábula descrita en el mismo pudiera ser una alusión a la política de Abastos y la imposibilidad de las Autoridades de meter en cintura a los estraperlistas y acaparadores».12

Es llamativo que el pobre censor, en su lucha contra el eufemismo sospechoso, caiga en disfemismo inocentón: «meter en cintura a estraperlistas y acaparadores».

El Régimen era supremamente ambicioso en cuestión de lenguaje eufemístico. No sólo obligaba a él, sino que obligaba también a que el eufemismo no se notara y cualquier texto debía parecer sincero, «salido del corazón», como recuerda Miguel Delibes.13 El eufemismo del eufemismo. Después de la política, ningún sector de la vida nacional experimentó tantas invasiones eufemísticas como el de las relaciones amorosas y sexuales. Aunque la realidad tenía poco que ver con la palabrería: «La década de los 40 conoció el auge social de los prostíbulos, de las queridas y de los apaños».14 Pero, con frecuencia, la censura tachaba en los periódicos palabras como puta, braga, liguero, homosexual, muslo… Y los periódicos «contaban, en los años 40, con un hábil retocador que subía los escotes y alargaba las faldas de las “estrellas” extranjeras».15

b) Disfemismos

Los disfemismos se reservaban para el enemigo: pocas veces se ha podido antologizar una muestra tal de insultos y desautorizaciones como los que el franquismo dedicaba a rojos, liberales, comunistas y masones. Y que, naturalmente, inundaban los periódicos. Algunos ejemplos: sobre Azaña, «vanidad, envidia y rencor en un alma de déspota»; «Giral tiene una úlcera. ¡Pobre úlcera!»; las obras de Dalí «constituyen una expresión soez de materialismo pagano»; «el extravagante Picasso (…) muestras de una clara decadencia artística»;16 los catalanistas eran «catalanes de mierda»…17 En fin.

El propio Franco, desde sus primeros discursos (1937), había dejado muy claro cuál era su concepto de la España republicana que había venido a salvar: un país «sucursal del bolchevismo moscovita», con un Gobierno «anticonstitucional, tiránico y fraudulento» que arrastraba a España «hacia un desorden desenfrenado».18

En el verano de 1971, la enfermedad del cólera atacó a varias regiones españolas. Para las autoridades sanitarias, y los periódicos así lo dijeron, no se trataba sino de «procesos diarreicos estivales». ¡Qué se iba a esperar de quienes llamaban a la locura «desviación acentuada de la normalidad psíquica»!

Un día antes de que muriera Franco, el 19 de noviembre de 1975, el Pleno de las Cortes aprobó por unanimidad el proyecto de Ley de Industrialización de Residuos Sólidos Urbanos. Lo que hasta entonces se había llamado, sin más, basura. Era el comienzo de otra época.

Ya se empezaba a llamar residencias sanitarias a los hospitales, sanatorios de enfermedades del tórax a los sanatorios antituberculosos, empleadas de hogar a las criadas, disminuidos físicos o minusválidos a los ciegos, cojos…, invidentes a los ciegos y económicamente débiles a los pobres.

La Organización Nacional de Ciegos Españoles, fundada en 1938, que ha mantenido con gallardía en su enunciado lo que hoy es un disfemismo (ciego) empieza a ser más conocida como ONCE. El siglo de las siglas fabrica eufemismos hasta con las siglas. Más adelante comprobaremos esta nueva fórmula eufemística que, a veces, oculta terribles realidades.

El eufemismo dictatorial como encubridor de la realidad y como arma política caracteriza a esta época en la que una guerra dura mucho más de tres años. El dominio sobre el lenguaje como modo de dominio sobre los hablantes. Y el contagio bobalicón de una sociedad pretenciosa y con más ganas de aparentar que de ser.

3. Finales del siglo xx y principios del xxi

Los Estados Unidos de América del Norte (EE. UU.), poderosos y conscientes de su poder, tienden a ignorar cuanto ocurre fuera de sus fronteras. Fronteras tan amplias y elásticas que explican, aunque no justifiquen, tal exceso. Inventaron hace 50 años el Nuevo Periodismo, que ya existía en Europa desde el siglo xix, y en 1990 inventaron lo políticamente correcto (politically correct), que llevaba siglos entre nosotros: el eufemismo.

Hay que reconocer, sin embargo, que en ambos casos saben dar nombre a las cosas y saben inocular matices nuevos en las viejas realidades. Por lo que hace al politically correct, la gran novedad está en haber organizado lo que se ha llamado con razón «apoteosis de lo neutro, la fiesta del eufemismo».19

El eufemístico lenguaje de lo políticamente correcto ya ha recibido, desde los propios Estados Unidos, su correctivo: «Queremos crear una especie de Lourdes lingüístico, donde la maldad y la desgracia desaparecerán con un baño en las aguas del eufemismo».20

Disfemismos en el reino del eufemismo

Sin grandes teorías y menos alharacas llevamos haciendo aquí eso mismo desde hace siglos. A la vista está. Aunque en los tiempos más recientes, los que abarca este tercer apartado, el eufemismo se haya disparado hasta empalidecer cualquier ataque disfemístico, a pesar de que nunca ha habido en los periódicos españoles tantos disfemismos admitidos y asimilados hasta por las mentes mejorpensantes como los que hoy tachonan los textos periodísticos. El hasta ahora sagrado recinto de la escritura en prensa, frente a la aparente mayor laxitud radiofónica o televisual, ha dado un vuelco espectacular: en la prensa escrita pueden descubrirse más disfemismos (tacos, palabrotas, insultos…) que en los otros canales (no sé si Internet es o no una excepción). Expresiones que eran auténticos tabúes, impronunciables por gente decente, proliferan de tal modo en los periódicos que hay un catálogo abundantísimo de palabras antaño soeces (disfemismos) que tienen que irritar mucho a cualquier miembro de la Asociación Española de la Palabra Culta y las Buenas Costumbres, sociedad fundada en 1930 y que aún existe. El diario ABC de Madrid publicó en 1992 un editorialillo contra esta «degradación del lenguaje que crece cada día (…) en los medios de comunicación».21

Las siguientes expresiones disfemísticas encuentran hoy fácil acomodo tanto en los artículos de colaboradores como en los textos informativos de la prensa escrita: culo, mierda, jode, jodid-, cojones, cojonudo, pedo, follar, coño, maricón, hijo de puta, puta, acojonar, cachondeo, la madre que te parió, ¡hostias!, dar una hostia, cagar, cagada, mariconazo, coñazo, mear, meona, cagón, coña marinera, picha, cabronazo, pijo, tetas, testículos, a la puta calle, puñeta, hacerse la picha un lío, gilipollas, tu puta madre, gilipollez, despelote, en pelotas, importar tres cojones, ir a tomar por el culo, polla22

Muy pocos años antes, y ya en democracia, hubiera sido imposible semejante recuento. No es, por tanto, esa especie de estipendio infantil al estreno de la libertad. El consabido caca, culo, pedo y pis. 23 ¿Qué ha pasado entonces? No es que el disfemismo se haya erigido en centro metafísico, como hace sospechar este otro título periodístico: «Del culo como ente filosófico».24 Han ocurrido varias cosas: que ha crecido el uso familiar y social de los llamados tacos, disfemismos referidos en su mayoría a la sexualidad; ha crecido la permisividad, el sentido de libertad, el deseo de reflejar la vida real que lleva a este uso en los periódicos. Además, muchos de los protagonistas de las noticias hablan así, tanto en entrevistas como en referencias indirectas. Y los periódicos respetan esa manera de hablar que así retrata de modo más adecuado y real a la gente. Y, naturalmente, no hay censura política ni censura empresarial que lo impidan. Ni parece que la mayoría de lectores se sienta agraviada. Si se deja un momento de leer y se atiende a alguna película norteamericana que pongan por la televisión, podrán escucharse infinidad de frases del siguiente jaez: «Quita tu puto culo de la puta silla y hazme el puto favor de irte a la puta mierda» (no hay la mínima exageración: el doblaje de películas americanas ha avanzado mucho).

Para hacerse una idea del espacio recorrido, he aquí dos ejemplos periodísticos españoles, uno de 1963 y otro de 1971. En el primero, la revista La Estafeta Literaria25 hace una encuesta entre escritores y no sólo no se desliza en ella ni un solo disfemismo (¡notable habilidad tratándose de un trabajo sobre disfemismos!), sino que en la introducción, para no escribir la palabra coño, puesto que de ella habla, emplea el siguiente circunloquio eufemístico: «el bisílabo masculino que es el más habitual de nuestros tacos con eñe». Eufemístico e inenarrable.

En el segundo ejemplo, el diario madrileño ABC26 publica un reportaje-encuesta sobre las «palabras escabrosas» (¡singular eufemismo!). Pues bien, en las dos páginas cumplidas del reportaje sólo se atisban estas menudencias: pis, ovarios y «el hidep… cervantino».

La gloria (sospechosa) del eufemismo

Decíamos hace un momento que, en nuestro tiempo, el eufemismo se ha disparado hasta empalidecer al disfemismo que, sin embargo, es más fuerte y descarado que nunca, aunque sólo sea por razones de evidentes cambios sociales.

¿Qué ha pasado y está pasando, pues, con el eufemismo?

El politically correct norteamericano no es más que manifestación de un hecho universal, de una nueva globalización: el uso del eufemismo como modo normal de lenguaje político-social, por tanto, de texto periodístico. Si añadimos que nunca como hoy se ha visto matizado y superdividido el eufemismo, podemos llegar a la conclusión de que vivimos en la feria de los eufemismos: nos rodean, nos empapan, nos divierten, nos irritan. Es una feria, nuestra feria. Y los periódicos hablan ese mismo lenguaje: son parte de la feria.

Parece que el perro cervantino Cipión (Coloquio de los perros) se adelantó en cinco siglos a nuestro siglo cuando dijo a Berganza:

Ese es el error que tuvo el que dijo que no era torpedad ni vicio nombrar las cosas por sus propios nombres, como si no fuese mejor, ya que sea forzoso nombrarlas, decirlas por circunloquios y rodeos que templen la asquerosidad que causa el oírlas por sus mismos nombres. Las honestas palabras dan indicio de la honestidad de quien las pronuncia o las escribe.

Cipión era políticamente correcto avant la lettre.

El eufemismo puede y suele tener cuatro raíces: la pusilanimidad, la cursilería o pedantería, los neologismos y tecnicismos y el interés político-social. Cada una de estas raíces produce frutos distintos y multicolores.27

En la pusilanimidad puede integrarse la irónica visión de Elías Canetti, que personifica uno de sus «cincuenta caracteres» en la Eufemística:

A la Eufemística le disgusta mostrar cosas personales y se avergüenza de todo, hasta de las palabras. Se las arregla diciendo siempre algo distinto a lo que piensa y evita cualquier declaración directa. Habla en frases condicionales, en subjuntivo, se detiene en cada sustantivo y hace una pausa. Viviría más a gusto en el mundo si no hubiera cuerpos. Trata el suyo como si no existiera y sólo se acuerda de él para cubrirlo, aunque aun así sabe evitar su contacto. Nadie la ha oído nombrar nunca una parte del cuerpo. Tiene un talento perifrástico muy desarrollado…

(…) La Eufemística tiene que ir de compras porque vive sola. Sus necesidades se han reducido al mínimo, sabe que hay cosas que no podría comprar nunca porque tienen nombres horrorosos. Aunque a veces pasa hambre, se ha prohibido enfermarse porque hay en el mundo diablos que se llaman médicos y le preguntan sin rodeos dónde le duele…28

Doña Eufemística ha producido eufemismos, pasados puntualmente a los periódicos, como éstos:

  • relaciones íntimas por relaciones sexuales
  • fallecer por morir
  • slip por canzoncillos
  • hacer pipí por mear
  • evacuar, hacer del cuerpo, defecar, hacer sus necesidades por cagar
  • seno o pecho por teta
  • estar del pecho por estar tuberculoso
  • interrupción voluntaria del embarazo por aborto
  • estar mala o tener la regla por estar con la menstruación
  • pompis o cierta parte o salva sea la parte, por culo
  • caca por mierda
  • sujetador por sostén
  • ventosidad por pedo
  • devolver por vomitar (aunque en este último caso, y en muchos otros, el eufemismo devolver se tornaría en insoportable disfemismo con alguna imaginación: ¡piénsese en lo que se devuelve!).

Dos joyas periodísticas de este apartado: obsérvese qué magnífico rodeo hacen dos redactores para evitar la palabra culo: «Un forúnculo situado en el preciso sitio donde el cuerpo del ciclista se pega al sillín de la bicicleta».29 Y otro para evitar la palabra cagar: «… temiendo morir y muy a su pesar, evacuó el bolo digestivo».30

Conviene recordar la reflexión de John Berger: «En todos los idiomas, mierda es una palabrota de exasperación. Es algo de lo que uno quiere librarse… El mal odia todo lo que ha sido creado físicamente. El primer acto propio de este odio es separar el orden de las palabras del orden de las cosas que denotan…». Y, como remate, la historieta que, según Berger, le había contado su hijo:

Es otoño en el huerto. Una manzana rosada cae sobre la yerba junto a un excremento de vaca. Amigable y educadamente, la mierda de vaca le dice a la manzana:

—Buenos días, Madame la Pomme, ¿qué tal está?

La manzana ignora el comentario, porque considera semejante conversación por debajo de su dignidad.

—Hace muy buen tiempo, ¿no cree, Madame la Pomme?

Silencio.

—La yerba de por aquí es muy dulce, Madame la Pomme.

Más silencio.

En este momento, un hombre atraviesa el huerto, ve la manzana rosada y se detiene para cogerla. Cuando le da el primer mordisco, la mierda de vaca, irrefrenable, dice:

—¡Hasta dentro de un ratito, Madame la Pomme!31

Sin comentarios.

El eufemismo es, a veces, el resultado verbal de la cursilería o pedantería,32 cursilería individual o colectiva (¡también hay sociedades cursis!). Entendemos por cursi/pedante lo que, reforzando la definición del DRAE, entendía Ramón Gómez de la Serna: «Lo cursi malo es abundar en lo que sin abundancia está bien, empalagar con lo que en su sobria dulzura es noble, convertir en zalamería lo que en su conmovedora sobriedad sería un encanto».33

El cursi es siempre un engañador que empieza por engañarse a sí mismo: aparentar más de lo que sabe, más de lo que es («¡Aparentar tiene más sílabas que ser!», decía Karl Kraus), para lo que el lenguaje resulta muy eficaz. Hasta el punto de que los demás piensen que es persona importante y culta quien es capaz de hablar con tanta solemnidad y artificio.

Es una cursilada (¡por lo menos!) decir:

  • water, baño, lavabo (¡curioso latinismo!), servicios, excusadogabinetto di decenza!, dicen los italianos), por retrete
  • desincentivar por frenar
  • maximalizar por aumentar
  • sobredimensionar por exagerar
  • visualizar por ver
  • vehicular por transmitir o transportar
  • recepcionar por recibir
  • compañero sentimental por amante o cónyuge
  • restauradores por cocineros o dueños de restaurantes
  • con síndrome de inmersión por a pique de ahogarse

Algunos de éstos y otros muchos eufemismos tienen especial aplicación en lenguajes políticos (de ellos nos ocuparemos enseguida), pero también en la lengua ordinaria de casa y calle. En toda circunstancia son ejemplos de la misma cursilería.34

Los neologismos y tecnicismos, tan inevitables como enriquecedores, en su justa medida, pueden producir inescrutables piezas lingüísticas del siguiente porte:

(El enfermo…) fue ingresado tras visualizarle en los electrocardiogramas un bloqueo cardiaco aurioventricular. El paciente permanece asintomático y hemodinámicamente estable, y deberá permanecer en observación entre 24 y 48 horas.35

Viagra es el primer medicamento oral que ha demostrado su eficacia en pacientes con disfunción eréctil.36

Síntomas de una incidencia dolorosa subjetiva.37

El interés político social es una fábrica de eufemismos. Los más abundantes, los más peligrosos, los que pasan más fácilmente al uso del texto periodístico y terminan por enmarañarse en la selva de las palabras de modo que ya no se distinguen de los demás términos. En otro trabajo38 hemos estudiado cómo el tremendo eufemismo de Milosevic, «limpieza étnica», ha ido perdiendo las comillas hasta incorporarse al lenguaje habitual de la prensa. Los periódicos empiezan por entrecomillar y no ocultar un cierto aire de condena o burla hacia los eufemismos políticos (políticos, militares, burocráticos, religiosos, sociales, económicos…), pero acaban adoptándolos, sumergidos en el mar de comunicados, ruedas de prensa, entrevistas… que tan fácil como interesadamente concede la gente de poder.

Lo que llamamos interés político equivale al intento de dominio sobre los ciudadanos. Es un ejercicio de poder y no el de menor cuantía. El poderoso no suele hablar para manifestar lo que piensa, sino para ejercer, una vez más, el poder en todos los ámbitos. El Gran Dictador que tanto poderoso lleva dentro soñará siempre con ser capaz de dictarlo todo: lo que piensan y lo que hablan sus súbditos. No mejorará la realidad, pero la disfrazará de tal manera que será irreconocible. Y se confundirá con la soñada realidad del poderoso que los súbditos terminarán también por soñar. Por eso esta clase de eufemismos, nacidos desde el poder y contagiados luego a la ciudadanía, o nacidos de la estolidez de los ciudadanos y aprovechados luego por el poder, abarcan la vida entera, todos sus ámbitos, privados y públicos.

Los oficios y trabajos siguen siendo lo que eran, pero el aparejador empieza a ser llamado arquitecto técnico, proliferan los ingenieros técnicos de casi todo, obligando a arquitectos e ingenieros, sin más, a ser llamados doctor arquitecto e ingeniero superior. Todos contentos.

Los publicitarios se hacen llamar publicistas, los empleados de banca bancarios (¡que no banqueros!), los contables directores financieros y algunos redactores de periódico son elevados por sus directores a la categoría inexistente de corresponsal metropolitano o corresponsal diplomático.

Para indicar que al Ejército le ha sentado mal que haya sido elegido como nuevo Jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) un almirante, un diario asegura que «(el ejército) acoge sin entusiasmo el nombramiento».39

Hay regiones que siguen siendo pobres, pero ahora son llamadas comarcas deprimidas o de perfil económico no evolucionado. El poder más cercano a la gente, el Ayuntamiento, afina sus dedicaciones, y mientras en Sevilla se pasa a llamar al Delegado de la Guardia Municipal Delegado de Protección Ciudadana, al de Limpieza, Riegos y Baldeos, Delegado de Medio Ambiente y al de Vías y Obras, de Infraestructura y Equipamiento Urbano,40 el Concejal de Tráfico de Madrid es llamado de Movilidad Urbana ¡en la ciudad de los atascos! Las palabras Delegado y Concejal no parecen gustar a algunos periodistas, que se empeñan en usar el cultismo edil, lo que no está mal, pero indica algo: una cierta pretenciosidad. Hasta que machacada, vulgarizada y disuelta la palabra edil, haya que volver a concejal. O quién sabe qué se inventará.

Las víctimas del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, eufemismo enterrado en la sigla de SIDA, nuevo eufemismo al que el uso ha convertido en disfemismo (he aquí un tremendo juego muchas veces repetido en otras palabras y siglas —puta, IVA, OPA—), parecen menos víctimas cuando se les llama seropositivos. Y ya ha llegado a los periódicos españoles una de las fórmulas más politically correct: la de llamar afroamericanos a los negros americanos. Están llegando otras: sin papeles o ilegales, sinónimos de emigrantes. Las palabras acompañan a las realidades.

El poder no se queda atrás. Todo poder. Algunos poderes autonómicos, en la nueva configuración política y territorial de España, sugieren ocultar los nombres de Europa y España bajo la cursilería de marcos institucionales amplios o la denominación para ellos obsoleta de provincia bajo otra cursilada: demarcación territorial.41

El eufemismo sigue siendo arma predilecta de ocultamiento y disimulo, disfraz de realidades sucias o enojosas, a las que no se lava ni siquiera la cara, sólo se las cubre de una blanca sábana, se las maquilla, como se dice también. Se llama efluentes líquidos y vertidos industriales a la porquería que industrias varias derraman cada día sobre las aguas de ríos o mares. En Irak se llamaba, en 1990, racionalización del consumo al racionamiento de alimentos, aunque las autoridades iraquíes saben emplear el disfemismo cuando conviene: «si falta de todo, comeremos barro».42

En España se llama malversación de fondos y mala gestión al robo oficial que en Venezuela, por ejemplo, recibe un eufemismo glorioso: peculado doloso propio con distracción.43

El temible Mosad, el servicio secreto israelí, tiene un nombre oficial perfectamente anodino: Instituto de Información y Deberes Especiales. Entre esos deberes especiales debe de estar el de llamar presión física moderada a las palizas que propinan a algunos detenidos durante los interrogatorios, porque así las llaman. Eliminaciones puntuales denominó Israel a los asesinatos individualizados del verano de 2001. La inofensiva sigla americana SOG oculta una no menos inofensiva denominación: Grupo de Observaciones y Estudios. Y ambas ocultan al grupo más feroz de soldados combatientes en Vietnam. «Mátalos a todos y deja que Dios lo aclare», dicen que era su lema.44 La omnipotente CIA, familiarmente llamada la Agencia, significa Agencia Central de Inteligencia y aquí la sigla funciona casi como disfemismo en un curioso proceso de transformación (al contrario que en la citada ONCE). El menos poderoso Cesid español, llamado familiarmente la Casa, significa Centro Superior de Información de la Defensa. El espionaje, como se ve, gusta de disfrazarse de inteligencia e información.

Lo que con otro eufemismo moderno se ha dado en llamar cultura de la violencia está produciendo abundantes cosechas lingüísticas (precisamente cosecha esencial se llamó a la operación de entrega de armas de los extremistas albaneses al Gobierno de Macedonia en agosto de 2001).

Se llama detenciones ilegales a los secuestros, comando al grupo encargado de asesinatos, radicales (¡qué bella palabra estropeada!) a los violentos, cóctel molotov (viejo eufemismo aún vigente) a las bombas de fabricación casera… Y palabras de mil idiomas, desde el japonés o el árabe hasta el vascuence, catalán o español de Argentina, ejercen una rara función eufemístico-disfemística pareja a la de algunas siglas. Función desconcertante que alguna vez habrá que estudiar con más detenimiento porque no estamos ante simples eufemismos al uso y además se comportan casi como xenismos a punto de convertirse en neologismo: kamikaze, kale borroka, abertzale, Intifada o Yihad… son mucho más que la mera significación conocida por todos y tan presente en los periódicos.

La llamada cultura de la violencia (¿no será más bien incultura?) nos deja, por fin, la siguiente perla abundantemente esparcida por los periódicos españoles: se llama aluniceros a los que rompen las lunas de los escaparates de las joyerías para robar y alunizaje al hecho de la rotura. ¡Ya no alunizan sólo rusos y americanos!

Y cuando unos políticos se insultan a gritos y a empujones… no se insultan, sólo hay entre ellos «un contraste de pareceres de contenido verbal».45

Terminamos este pintoresco recorrido deteniéndonos brevemente en las posesiones de la empresa y la economía, dos inmensos fabricantes de eufemismos. El último, la globalización, cuyo oscuro significado añade interés al misterio. Todo es ya globalización, palabra que no figura en el DRAE (XXI edición,1992) ni falta que hace pues está global y basta, pero que ya verán ustedes cómo figurará en la próxima edición. Nadie puede escapar ya a la globalización, ni siquiera la propia globalización.

Algunos eufemismos económicos o empresariales vienen de lejos, otros son de reciente fundición: llaman a los despidos racionalización de plantilla, reajuste de plantilla, regulación de empleo o excedentes laborales (¡los excedentes netos son los beneficios y excedente de tesorería el dinero líquido o liquidez!); a la subida de precios, otra vez reajuste, actualización de precios o modificación de tarifas. A la facilidad para despedir o echar trabajadores, flexibilidad de plantilla. Y en el colmo de la desvergüenza lingüística, se llama a la disminución crecimiento negativo.

Es inevitable recordar ese truco diario de los comerciantes que consiste en poner un letrero que diga 49,95 en lugar de 50 para dar al comprador la ilusión de comprar más barato. Trucos que terminan funcionando como convicciones.

Hay joyas eufemísticas como ésta, broche de nuestro trabajo (¡por no decir remate, con agrio sabor a disfemismo!):

Un experto estudioso del doble lenguaje, William Lutz, cuenta el caso de la empresa aeronáutica National Airlines. Esta sociedad informó a sus accionistas del ingreso de 1,7 millones de dólares por pagos de aseguradoras, después de que un Boeing 727 de la compañía se estrellase, con el resultado de tres pasajeros muertos. En la memoria de la empresa se decía que el ingreso provenía de la conversión involuntaria de 727….46

Notas

  • 1. 7 de Julio. (Obras completas. Tomo I. Episodios nacionales. Capítulo IX. Aguilar, 1950, p. 1561).Volver
  • 2. Hartzenbusch, Eugenio: Apuntes para un catálogo de periódicos madrileños desde el año 1661 al 1870. Sucesores de Rivadeneyra, 1894.Volver
  • 3. Episodios Nacionales. De Oñate a La Granja. Cap. IV (p. 558 de Obras completas. Tomo II. Episodios Nacionales. Aguilar, 1941).Volver
  • 4. Seoane, M.ª Cruz: Historia del periodismo en España. II, El siglo xix. Alianza, 1983 (p. 134).Volver
  • 5. Gómez Aparicio, Pedro: Historia del periodismo español. Tomo I. Editora Nacional, 1967 (pp. 156 y 179).Volver
  • 6. Flores, Antonio: Ayer, hoy y mañana ó la Fé, el Vapor y la Electricidad. Cuadros sociales de 1800, 1850 y 1889. Dibujados a la pluma por D... Imprenta del Establecimiento de Mellado. Madrid, 1863 (p. 151).Volver
  • 7. Sarmiento y el periodismo. Selección, prólogo y notas del profesor Alberto Fernández Leys. Escuela de Periodismo. Universidad Nacional de La Plata, 1962 (p. 34).Volver
  • 8. Artículos completos. Varios: Filología. Aguilar, 1968 (pp. 1360-1).Volver
  • 9. ABC 1936-1939. Doble diario de la Guerra Civil. Prensa Española, 1979.Volver
  • 10. Hernando, B. M.: Delirios de cruzada. Ediciones 99, 1977.Volver
  • 11. Chuliá, Elisa: El poder y la palabra. Prensa y poder político en las dictaduras. El régimen de Franco ante la prensa y el periodismo. UNED, 2001.
    Fernández Areal, Manuel: Consejo de guerra. Los riesgos del periodismo bajo Franco. Diputación de Pontevedra, 1997.
    Sinova, Justino: La censura de prensa durante el franquismo. Espasa Calpe ,1989.
    Terrón Montero, Javier: La prensa de España durante el régimen de Franco. Centro de Investigaciones Sociológicas, 1981.Volver
  • 12. Sinova: op. cit., Encarte «Documentos de censura», 14.Volver
  • 13. «La censura de prensa en los años cuarenta», Pegar la hebra. Destino, 1990 (pp.161-183).Volver
  • 14. Eslava Galán, Juan: Coitus interruptus. La represión sexual y sus heroicos alivios en la España franquista. Planeta, 1997 (p. 195).Volver
  • 15. Blázquez, Feliciano: Cuarenta años sin sexo. Sedmay, 1977 (pp. 84-87).
    Martín Gaite, C.: Usos amorosos de la posguerra española. Anagrama, 1987.Volver
  • 16. Vizcaíno Casas, F.: La España de la posguerra 1939-1953. Planeta, 1975 (pp. 38, 252, 282, 337).Volver
  • 17. Espada, A.(ed.): Dietario de posguerra. Anagrama, 1998 (p. 59).Volver
  • 18. Pensamiento político de Franco. Ediciones del Movimiento, 1975 (Tomo I, pp. 47-52).Volver
  • 19. Lafuente, Fernando R.; Sánchez-Cámara, I.: La apoteosis de lo neutro. Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), 1996.Volver
  • 20. Hughes, Robert: La cultura de la queja. Trifulcas norteamericanas. Anagrama, 1994 (p. 29).Volver
  • 21. «Los mal hablados», ABC, Madrid, 24-VIII-92, p. 14.Volver
  • 22. Todas estas expresiones y cuantas se emplean en adelante como eufemismos o disfemismos, excepto las expresamente señaladas, están documentadas, entre 1990 y 2001, en los siguientes diarios madrileños de información general (algunos ya desaparecidos ): ABC, Claro, Diario 16, El Independiente, El Mundo, El País, El Sol, Ya.Volver
  • 23. Como mera curiosidad oportuna traemos aquí el título de una columna de Lola Díez (Diario 16, 27-III-93, p. 3, titulada así: «Caca, culo, pedo y pis»).Volver
  • 24. Landru en El Mundo, 9-II-91, p. 18.Volver
  • 25. «Las palabras malsonantes. ¿Puede, debe emplearlas en letra impresa el escritor de hoy? ¿Por qué?», n.º 267, 8 de junio, 1963, pp. 3-5.Volver
  • 26. López Gorgé, Jacinto: «¿Son válidas todas las palabras del idioma? Encuesta sobre el Diccionario secreto de Camilo J. Cela».Volver
  • 27. En otro lugar (Hernando, B. M: Lenguaje de la prensa. Eudema, 1990, pp. 179-196) ofrecemos otra posible división de los eufemismos.Volver
  • 28. Canetti, Elías: Cincuenta caracteres (El testigo oidor). Labor, 1981, pp. 169-70.Volver
  • 29. Menéndez, O.; Villén, J.: «La ONCE pierde poder», Diario 16, 2-VII-1995, p. 59.Volver
  • 30. Aznárez, Juan Jesús: «25 días de resignado secuestro en Lima», El País, Madrid, 12-I-1997, p. 8.Volver
  • 31. Berger, John: «Un montón de mierda», en Puercatierra. Alfaguara, 1989.Volver
  • 32. Lorenzo, Emilio: «Pedantería, vanidades y eufemismos», en ABC, Madrid, 24-II-1998, p. 3.Volver
  • 33. Gómez de la Serna, R.: Ensayo sobre lo cursi. Cruz del Sur, Santiago de Chile, 1963, p. 21.Volver
  • 34. Díez Jiménez, L.: Diccionario del español eurogilipuertas. Planeta, 1986.
    Maestro en el arte de captar (o inventar) giros eufemísticos propios de este apartado fue Carlos Arniches en relación al habla de Madrid (Seco, Manuel: Arniches y el habla de Madrid. Alfaguara, 1970, pp. 205-209).Volver
  • 35. «Implantan un marcapasos a José Luis de Vilallonga», en ABC, Madrid, 22-VIII-01, p. 39.Volver
  • 36. Citado por ABC Cultural, 3-IX-1998, p. 25.Volver
  • 37. Citado en Diario 16, 2-IX-1990, p. 68.Volver
  • 38. Hernando, B. M: «Y Milosevic ganó la guerra», en Libro homenaje a Ángel Benito. Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, 2001.Volver
  • 39. ABC, Madrid, 19-V-1990, p. 23.Volver
  • 40. Burgos, Antonio: «Frutero y Gorrillas», en Diario 16, 17-VII-1991, última página.Volver
  • 41. Fernández, J. M.: «En la ponencia de Pujol para el IX Congreso de Convergencia», en Diario16, 17-X-1992, p. 9.
    «Eufemismos». Sección Zigzag, ABC, Madrid, 13-IX-1989, p. 176.Volver
  • 42. Leguineche, Manuel: «Ni guerra ni paz», en Diario 16, 6-IX-1990, p. 8.Volver
  • 43. Serbeto, Enrique: «Elecciones en Venezuela. Chávez, favorito en los comicios de hoy pese al retroceso de su popularidad», en ABC, Madrid, 30-VII-00, p. 34.Volver
  • 44. Oliver, A.; Arnett ,P.: «Operación Viento de Cola», en El País, Madrid, 14-VI-1998, p. 8, supl. dominical.Volver
  • 45. Balbona, Guillermo: «El fiscal investiga una denuncia contra Juan Hormaechea por presunta agresión», en El Mundo, 20-III-1993, p. 7.Volver
  • 46. Vázquez, Miguel Ángel: «La insoportable levedad del lenguaje económico», en Diario 16, 23-XII-1990, supl. «Dinero», pp. 1-3.Volver