En este congreso que pretende ser una presentación del español en el mundo, sobre todo en lo que se refiere al español como recurso económico y el español en la Sociedad de la Información y del Conocimiento, me he permitido hacer un ejercicio libre, muy libre, acerca de cómo el discurso amoroso en América Latina ha logrado convertirse en un emblema del sentimiento, tan arbitrario como la selección del ser amado y tan sencillo como lo es el canto al amor que tiene más de cien años y aún se mantiene con nosotros ocupando un espacio preponderante en nuestras vidas; porque el bolero es la revolución del alma, te hace vibrar, cantar, sentir, llorar, padecer, te adueñas rápidamente de sus letras, piensas en la lucha por ese amor, en el cierre de un capítulo de tu vida; en fin, te revoluciona todos los sentidos y hasta permite encontrarte con la posibilidad de que todo no acaba allí, puedes tener esperanzas.
En momentos en que el mundo está tan convulsionado, donde la globalización hace estragos de puerta en puerta, donde los grandes imperios ya no desafían, sino buscan uniones, fusiones y toda una serie de terminologías técnicas, burócratas y económicas para sobrevivir, nos atrevemos a darle al bolero un espacio de honor, un altar, como lo hizo el poeta colombiano Gustavo Cobo Borda, en una ocasión, y para intentar sobrellevar la carga de lo económico que ya hasta pasa por el idioma y ya no es solamente un espacio de discusión para el desempleo, sino también para el español, pues ahora estamos aquí poniendo en la mesa al español como un recurso económico.
Pero además del bolero y el español, hoy nos une otro elemento importante, la radio, la cual me atrevo a calificar como el medio de la nostalgia que hoy nos permite establecer esta relación libre en un ejercicio que pasa por el dolor y el placer, la infidelidad y la pasión, el amor y el desamor y de ello tanto la radio como el bolero han sido testigos juntos y ninguno mudo.
Después de 100 años, pareciera válido que el bolero haya sufrido alguna resemantización —si pudiéramos utilizar esta palabra— con toda la sensualidad expresada durante ese tiempo, el lenguaje dirigido al amor, a ese sujeto eterno de adoración; hay indicios suficientes para pensarlo y el cómplice para que esto se haya dado, seguramente, será la propia historia marcada en todo ese siglo que nos dejó, pero el bolero sigue con nosotros.
No puedo yo invalidar para nada la investidura académica, pero a lo largo de la exposición vamos a ver cómo se violenta el lenguaje en aras del amor, pasando por encima de cualquier valoración de tipo estrictamente semántico y acariciando únicamente la validez de ese amor, que sólo permite expresarse, como quiere.
Simplemente porque en su lenguaje, sus textos y su decir, aparece el elemento más importante, el hombre, la mujer, como sujetos protagónicos de ese decir en el amor.
La densidad en las letras, la impecable cursilería, las tragedias sentimentales son explicadas como situaciones, a veces casi cinematográficas, en las letras de los boleros. Muchas veces impecables, nítidas, transparentes; pero otras, enrevesadas, complicadas, que muestran la indefensión de quien ama, frente a la indiferencia del amado.
¿Y es que acaso el amor no es lo suficientemente excelso y extravagante como para crear sus propias formas de expresión? Yo creo que sí y me atrevo a decir que no sólo su respuesta es sí, sino además legítima, porque quién no ha creado sus propios códigos en torno a ese amor o a ese sujeto amoroso o simplemente con ese sujeto amoroso. Entonces plantear hoy que el bolero tiene sus propios códigos como expresión amorosa a través de un discurso es identificar códigos, formas, estructuras del lenguaje en función o alrededor de un sentimiento directo, y eso lo ha logrado el bolero en su máxima expresión.
Dice Carlos Monsiváis en su libro Amor perdido, al referirse a las letras de Agustín Lara con respecto a la mujer en boleros como Aventurera, lo siguiente: «División del trabajo en este descubrimiento de la mujer. Al cine le toca precisar alcances y proyecciones del rostro femenino. A la canción el repiqueteo verbal que es la metamorfosis (tolerable) del sexo como ensoñación».
El bolero dentro de sus características semánticas presenta un sincretismo discursivo entre lo amoroso, lo divino y lo profano que sería muy difícil desdecir en algún momento; un ejemplo de ello es el bolero interpretado por Daniel Santos, Virgen de medianoche:
Virgen de medianoche; virgen, eso eres tú,
Para adorarte toda, rasga tu manto azul.
Señora del pecado, cuna de mi canción,
Déjame arrodillado, junto a tu corazón.
Incienso de besos te doy.
Escucha mi rezo de amor.
Virgen de medianoche, cubre tu desnudez,
Bajaré las estrellas, para alumbrar tus pies.
«El bolero es, ciertamente, una expresión de formas de arte. En un sentido metafórico, el bolero pinta, dibuja, retrata, ilustra, una cierta realidad de un cierto contexto espacio-temporal-cultural, conjugando lo poético con lo musical para convertirse en asunto de vinculaciones». Así lo expresa Eritza Liendo en su trabajo de grado del año 92 para obtener su título de comunicadora en la UCV.
Otro venezolano que escribe también sobre el tema y se detiene en el lenguaje a través de La fenomenología del bolero, nombre de su libro, en el que logra pasearse por las intimidades y despliegues discursivos del bolero, Rafael Castillo Zapata, dice: «el amor mismo no es otra cosa que una experiencia de lenguaje vivida en el horizonte de una palabra que se enmascara necesariamente para poder ir diciendo lo decible e indecible que la embarga».
Si no podemos sostener algo en materia del discurso amoroso, es que haya tenido alguna indigencia en la palabra; todo lo contrario, la riqueza de su verbo ha convertido a este género en arbitrario y rey, con la libertad que se otorga él mismo para decir y sin mayores respetos al lenguaje, todo lo que sí tiene de respeto a lo amoroso, a lo cursi, a la mujer, a aquella pérfida que tanto inspiró a Agustín Lara; al abandono, a la infidelidad y por último al duelo, ese bolero del postludio, el que canta a lo irremediable, a lo que ya no puede ser.
La fuerza expresiva del lenguaje del bolero no sólo tiene que ver con lo que se dice, sino cómo se dice. Cómo podemos pensar que un bolero como Soy lo prohibido no llega a revindicar la infidelidad, convirtiendo al pecado en ilusión, lo secreto en pasión y castigo a la vez, paranoia cuando él está con la otra, en fin, es el bolero del pecado, de la culpa, de la otra, de la amante, de la pérfida, pero es ella en este bolero la que al final sale triunfante, en otros triunfan otros.
Soy ese vicio de tu piel que ya no puedes desprender, soy lo prohibido.
Soy esa fiebre de tu ser que te domina sin querer, soy lo prohibido.
Soy esa noche de placer, la de la entrega sin querer, soy tu castigo.
Porque en tu falsa intimidad, en cada abrazo que le das, sueñas conmigo.
Soy el pecado que te dio nueva ilusión en el amor, soy lo prohibido.
Soy la aventura que llegó para ayudarte a continuar en tu camino.
Soy ese beso que se da sin que se pueda comentar.
Soy ese nombre que jamás fuera de aquí pronunciarás.
Soy el amor que negarás para salvar tu dignidad, soy lo prohibido.
El bolero tiene además de tantas libertades con el lenguaje, tomadas por él mismo por supuesto, tiene el deleite que pasa por lo imaginario, no en vano, será imposible hablar del bolero sin darle un justo lugar a la radio, donde la imaginación se adueña de la cara del cantante, del bolero y más de una vez ha dicho alguien: «…ese bolero es mío».
Sin duda alguna, la radio es el medio de la nostalgia, porque ha sido transmisora de despechos, desamores, tristezas y también de amores, a través no sólo del bolero, que por fortuna ha musicalizado nuestras radios desde hace más de siete décadas, sino desde el género de la radionovela, que viajó desde Cuba con Félix B. Cagnet hasta Venezuela, Colombia, México, entre otros, y nos convertía en una especie de esponjas para absorber todas esas lágrimas que se desplazaban con la velocidad que muchas aeronaves habrían deseado en aquellos tiempos, y aquí la radio fue la protagonista.
Si hablamos de principios del siglo pasado, más bien adentrado ya en los treintas, el bolero, la radio y la radionovela son tres elemento que figurarían en la vida cotidiana de cualquier mortal.
A pesar de que las radionovelas estaban dirigidas al público femenino, no pasó mucho tiempo para que el sexo fuerte se identificara con alguno de los personajes que muy inteligentemente había escrito su autor pensando en el fabuloso Otelo, o quién sabe si en el ofendido a causa de una traición de amor. El hombre participaba de estas historias lacrimógenas, pero en la complicidad del hogar.
La mujer sinceraba mucho más su llanto y convertía las fantasías de la radio en parte de su cotidianidad y trataba de darle aún más fantasía, sin entuertos a la hora de llorar por un amor que nunca volvería, o por la esperanza del que vendrá.
Pero retomemos el espacio del discurso amoroso que hoy nos da acceso a este escenario, sólo que me parecía justo señalar a la radio y a la radionovela, porque siempre caminaron juntas de la mano con el bolero.
Hemos venido comentando que a las letras de los boleros poco les ha importado pasar por la lupa de las academias o en el entendimiento de un lenguaje que no sea propio de sus códigos y manejos. Pero si algo es cierto y debemos resarcir en este espacio es que la profundidad extrema del sentimiento, el bolero lo ha dicho con mucho tino, parafraseando a uno y otro. Dice José Balza, escritor venezolano: «el bolero está cerca del sentido inmediato, es decir, del habla o del susurro».
Aurora de rosa en tu amanecer,
Nota melosa que vibró el violín,
No dejes tu insomnio, no, no miro el amor.
Así eres tú, mujer, principio y fin de la ilusión,
Así eres tú en mi corazón,
Así eres tú mi inspiración.
Madero de barco que naufragó (…) piedras rodando sobre sí mismo,
Alma doliente vagando a solas,
En playas de olas,
Así soy yo, la línea recta que convergió, donde la tuya al final.
Convergencia como código amoroso, sin sentido semántico, pero sí retórico; no cabe duda de que siendo un bolero emblemático, tiene un ritmo y una melodía que a todos nos ubica en algún momento de nuestra historia. Pero desde el punto de vista del lenguaje, no podemos decir más, que es sólo una letra, que como muchos boleros, hace lo que quiere, por lo que quiere, aquí no hablamos de estética ni de esperanzas, tampoco de amor o desamor, es un «repiquetear del verbo» como diría Monsiváis, pero es que además el bolero ha sido el esperanto sentimental del latinoamericano, el hombre y la mujer en estas latitudes han roto los convencionalismos y las formas diversas de hablar en cada uno de nuestros países, para entender que el bolero es uno solo, donde además, parece que vale todo.